Había una vez una muchachita de ojos tristes y mente soñadora que un día fue conjurada a hacerse un profile. Viajó en busca de los mas sabios entre los sabios para que le desvelaran los enigmas que ha de proclamar y todos, viejos, brujos, niños y reinas le dijeron lo mismo: Empieza por el principio; parecía sencillo pero… ¿Dónde se emplaza el comienzo de cualquier historia?

Podría decir que nací en una fría noche de verano; o quizás explicaros que de pequeña me negaba a aprender a leer porque lo realmente emocionante era que las palabras narradas vistieran las fantasías de mi imaginación. Podría susurraros al oído que tengo un dragón que duerme a los pies de mi cama y que por las noches me arrulla; que poseo un castillo construido con todos los libros del mundo y que algún día los devoraré letra por letra. Que en mi puerta hay una valla atada a un perro y un señor que siempre lleva una chistera amarilla

Al final opte por contaros un pequeño cuento de mentiras y verdades. No nací en verano; pero si poseo un dragón; su nombre es Demona y me relata las fábulas con las que sueño despierta

“¿ Por qué escribo esto? no tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos , bloques y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que solo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir,(si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal : la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el que se va informando la materia confusa , es para mí la única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y también es la única recompensa de mi trabajo : sentir que lo que he escrito es como un lomo de gato bajo la caricia, con chispa y un arquearse cadencioso. Así por la escritura bajo al volcán , me acerco a las Madres, me conecto con el centro –sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo , inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con calzoncillos de nylon”

J. Cortázar, Rayuela