Memorias tempranas de un tal Harry Potter.

- facsímiles del manuscrito original, circa 1998.

Anexo I - Aprox. Septiembre 1998.

Existe algo de sagrado en las primeras veces. Y no me refiero simplemente al tan reprimido acto sexual, sino a las primeras veces de todo. Cuando tienes mi edad, y tus padres comienzan a darse cuenta de que los pañales ya no vienen en tu tamaño, sufren una pequeña crisis existencial que marca el comienzo de la era de Las Primeras Veces. De repente ante ti se abre un mundo de posibilidades y aventuras que luego contarás con orgullo a tus amigos, y con permiso de tus padres te acercas lentamente al ideal de adulto. Mamá me ha dicho que lo disfrute mientras dure, porque las hormonas adolescentes me harán ver todo como si viviera en una guerra mundial perpetua.

Quizás debería preguntarle, aunque a esta altura me tengo que resignar, qué demonios debo disfrutar de estar parado en una fila de cinco brujas viejas y quejosas, esperando a que el almacenero me dé los míseros cinco knuts de mandrágoras rosas que debo comprar. Lo único que una persona como yo puede hacer en estos momentos es respirar profundamente y escuchar los comentarios de las brujas en la fila, todas experimentadas amas de casa, que parlotean sin cesar acerca de Merlín-sabrá-qué escándalo protagonizado por una de sus amigas. Aunque ya llevo unos bien vividos catorce años de vida, mi entendimiento del género femenino está reducido a aquello que puedo preguntar a mi mamá sin vergüenza, o a aquello que Agatha Christie comenta en sus novelas a través de mi héroe Poirot. Honestamente, aquellas mujeres no hacen más que molestarme, y ni siquiera puedo saber por qué.

Creo que estoy sufriendo de la temida pubertad. Que la magia se apiade de mí.


Si en algún momento les he parecido molesto, sepan disculparme. Mi tiempo en la cola del averno ha pasado, y ahora que me encuentro en una disposición más calmada, caminando con un bolsillo lleno de monedas para comprarme lo que me venga en gana, me veo obligado a presentarme a mi mismo.

Mi nombre es Harry James Potter, y soy un mago en entrenamiento. O bruja, pues luego de que Sophie, mi media hermana, se fuera a vivir con su padre para entrar en un aprendizaje en Pociones, mi mamá decidió que todos los mandados y las cosas de chica de las que ella se ocupaba las haría yo. Obviamente nunca consideró que los hombres no nos tenemos que encargar de cosas como los mandados, o lavar la ropa, y como buena mujer que es se ofende si amablemente se lo digo. Nunca voy a entender a las mujeres.

Oh, perdónenme. Me he repetido a mi mismo, ¿no es así? Es que, si bien disfruto de mi primera visita a Diagon Alley sin compañía, todavía estoy un poco molesto por las injusticias que se cometen contra mi sexo. Pero eso no debe importarles, así que seguiré con mi humilde presentación.

Si existen dos cosas a las cuales jamás les he podido decir que no, debo admitir que aquellas son la lectura y la jardinería. Cuando era pequeño, y mi mamá me enseñó a leer, ella me cedió su modesta biblioteca de novelas (en su mayoría muggles) para entretenerme mientras se ocupaba con su trabajo. Soy un fanático de las novelas policiales, en especial las de Arthur Conan Doyle. La mayoría de los magos no lo conocen (lo cual, en mi humilde opinión, es una ofensa digna de la horca), y menos han escuchado hablar del fabuloso Sherlock Holmes, pero hete aquí que ambos son dos de mis temas de conversación favoritos. He hecho una misión personal de educar a los magos que conozco en tan maravillosas obras. Desgraciadamente solo Neville, mi mejor amigo, me ha hecho caso. Mi propio padre, ¡pueden creerlo!, se ha negado a escuchar mis preparados monólogos en el tema. Pero él cree que los libros son bestias feroces que se alimentan de mortales, así que no lo tomo como algo personal. Aunque sí, debo decir, me molesta un poco la cara que pone cada vez que me ve gastar el dinero de mi mesada en tal o cual edición de lujo de los cuentos de Poe o Asimov; ya debería acostumbrarse a la idea de que no pienso dedicarme a los deportes como él.

Es al final de este pequeño monologo interno que descubro una pequeña tienda oculta entre los brillantes anuncios de Diagon Alley. Era algo pequeña, y estaba situada casi al final del callejón, pero mis ojos enseguida se fijaron en los anuncios que rezaban "COMPRA VENTA DE LIBROS USADOS, ACEPTAMOS LIBROS MUGGLES".

Debo aceptar, en mi honor de ávido lector, que pocas cosas pueden hacer latir a mi corazón de la manera que una tienda de libros usados lo hace. De repente, todo en mi vista se había nublado, y lo único en lo que me podía concentrar era en llegar a ese maravilloso Olimpo. Cierto, mi reacción puede resultar exagerada, pero siendo hijo de James Potter, la sobre-exageración se vuelve una forma de vida.

Al entrar al recinto mis manos se sentían pastosas, cubiertas como estaban con el sudor de una pequeña carrera desenfrenada y mi propia emoción al encontrar el lugar de mis sueños. El olor de las páginas viejas, y la tierra que cubre los tomos llegó a mi nariz en un santiamén, y calmó mis nervios. Las paredes estaban cubiertas de suelo a techo de libros de todos los tamaños y formas, y el color caoba de la madera de los estantes se perdía entre los colores apagados de las cubiertas. Todo estaba desordenado, y en mi camino hacia el centro de la pequeña tienda me vi obligado a esquivar varias cajas rebosantes de libros antiguos. Supuse que aquél lugar era nuevo, y todavía estaban acomodando los títulos.

- ¿Puedo ayudarte? - preguntó la anciana que estaba detrás del mostrador. Su cara estaba ligeramente manchada de tierra y su vestido parecía gastado y remendado, lo cual le hacía combinar extrañamente con la atmósfera cargada del lugar. Mis ojos enseguida se pusieron sobre sus manos, de dedos nudosos y torpes, que parecían estar clasificando una pila de libros junto a ellas.

- No creo, - le dije, quitando mis ojos de sus manos y echando una mirada alrededor del lugar-. No hace mucho que abrieron, ¿no es así? No tienen nada organizado, puedo ver.

- Si, estamos en el proceso de clasificar todos los libros - dijo una voz a mis espaldas, y me di vuelta para ver a una mujer en sus cuarentas agachada sobre una caja, sacando libros. Parecía ser la hija de la anciana-. Para la semana que viene tendremos todo organizado, si quieres puedes volver entonces.

- No creo que pueda, empiezo el colegio el lunes. Pero tampoco tenía pensado comprar algún libro en específico, solo quería ver.

Mis palabras molestaron visiblemente a la anciana, pero creo que en el espíritu de una buena vendedora no iba a pedirme que me marchase. Ignore el gesto de la cuarentona, quien parecía estar debatiéndose el decirme algo o no, y empecé a escanear las filas y pilas de libros tirados al azar por el lugar.

Quizás lo que más me gusta de estas librerías de segunda mano es que jamás sabes qué es lo que vas a encontrar. Es como una búsqueda del tesoro, en la que tus ojos se mueven con rapidez escaneando todos los títulos con la esperanza de encontrar EL libro. Hay que ser cuidadoso para no marearse, pero con la práctica vas ganando agilidad. Tengo el orgullo de decir que en quince minutos ya tenía una idea adecuada de todos los libros que se vendían en el lugar, y ya había encontrado algunos de mi interés. Me moví para comenzar mi recolección, y del rabillo de mi ojo noté el gesto adusto de la vieja, quien parecía creer que iba a romper algo solo por estar ahí.

Desgraciadamente para ella, yo ya tenía bastante práctica en evitar sermones de viejos gracias a mi abuela materna, por lo que la ignoré completamente y rápidamente tomé aquellos libros que me interesaban. En mi viaje (pues con la cantidad de libros y cajas desperdigados por doquier, cada movimiento era un verdadero fastidio) hacia el mostrador noté distraídamente un libro de tapa de cuero negra y páginas amarillas tirado sobre una pila de revistas de crochet. Como ya de por sí la presentación y tapa del mismo me parecían un tanto misteriosas, me dejé llevar por mi curiosidad y dejé los libros que había seleccionado en el mostrador antes de tomar el dichoso objeto.

Realmente esperaba que resultase un journal sobre la vida de los gorilas en África, o algo igualmente aburrido para mí, como es en la mayoría de los casos, pero me sorprendí al ver que no tenía nada escrito en él. Volví a revisar la tapa, y noté que había un nombre escrito en letras doradas.

- T. M. Riddle - pronuncié en voz baja, y volví a hojear el dichoso artefacto. En efecto, todas las hojas estaban en blanco. O amarillo, si uno quiere ponerse en pedante. La libretita parecía bastante vieja.

Razoné que quizás el señor Riddle había comprado el libro con la intención de usarlo como un diario personal, o al menos para hacer anotaciones, pero por alguna razón jamás lo había usado. En mi imaginación de aspirante escritor pensé en un hombre de traje rayado a la americana, en las calles de Chicago, siendo acribillado a tiros por una mafia rival, su portafolio de cuero negro cayendo al suelo y revelando el libro. Pese a lo ilógico que parecía, busqué con interés entre las hojas alguna mancha de sangre. Para decepción mía no había ninguna.

- ¿Piensas llevar eso también? - la voz de la anciana me sacó de mis fantasías. Parecía estar ansiosa por sacarme de la tienda, y decidí vengarme un poco haciendo un show con mi lenta caminata hacia el mostrador, tambaleándome y luciendo como si hubiera perdido todo sentido de gracia. Sonreí internamente al ver la expresión molesta de la vieja.

- Si, añádalo a la cuenta por favor-. Honestamente, ya le había tomado cariño a la cosa esa. Andaba necesitado de cuadernos últimamente, pues mi última historia se había comido todas las páginas restantes de aquél que me había comprado mi madre antes de empezar las vacaciones, por lo que este no me vendría nada mal.

Fue entonces que, armado con mis compras del día, los libros y el diario del señor Riddle me dirigí a uno de los pocos lugares del planeta cuya existencia garantizaba de por sí la paz mundial: Florean Fortescue, el lugar donde los helados cumplen todos tus sueños (me veo obligado a volver a mencionar mi heredado amor por la sobre-exageración, y si quieren quejarse tienen una larga fila de Potters a los cuales hablar).

Decidí que, aprovechando el pequeño momento de absoluto Nirvana en el que estaba con un delicioso helado de vainilla con chispas de chocolate, iba a estrenar mi futuro compañero de andanzas.

Es digno mencionar en este punto de mi relato que soy una persona que disfruta mucho de observar a la gente. Me gusta tomar nota de aquello que los adorna, de las expresiones que adoptan, de la forma en la que hablan, y me gusta crear un personaje alrededor de ellos. Como ya he mencionado, siempre he admirado a Sherlock Holmes y su amor por la deducción, por lo que desde chico he imitado sus actitudes. Parte de esta creación de personajes implica escribir en detalle una serie de deducciones que puedo hacer a partir de lo que veo. Les pido por favor que no malinterpreten mis pequeñas adicciones, pues este chusmerío es puramente inofensivo, y representa un entretenido pasatiempo para mi mente aburrida.

Saqué entonces la pequeña lapicera a pluma muggle que llevaba siempre conmigo, y comencé a escribir. Siendo hijo de una bruja nacida de muggles, tenía mucho contacto con su cultura y su forma de encontrar siempre una solución práctica a todos los problemas. La pluma de ave que usaban los magos, por más romántica que luciera, resultaba inadecuada para un joven escritor como yo, que necesitaba tomar notas rápidas y en el momento. Mi padre se ofreció en comprarme una pluma a vuelapluma, o incluso una pluma de tinta auto-recargable, pero desistió al ver que mi madre estaba encantadísima con mi interés por la cultura en la que se había criado.

Creo que es momento en que haga una pausa, mi querido lector, pues en un momento de contemplación entre deducción y deducción, mis ojos distraídos observaron con fascinación como la tinta que cubría la hoja del diario desaparecía, dejando la página tan inmaculada como cuando la había comprado.

- ¿Qué...? - pregunté con gesto confuso y no con poca frustración. En un momento de ilógica ponderación, me pregunté si el señor Riddle había abandonado su diario porque este se tragaba todo lo que escribía en él.

Tomé el diario para revisarlo, con la esperanza de que quizás mis escritos habían sido traspapelados a otra página; más antes de que pudiera hacer nada la tinta volvió a cubrir el papel, formando palabras en una escritura elegante que poco tenía que ver con la mía.

En mi opinión, decía aquél texto escrito por una invisible mano ajena, la mujer de cabello rubio abortó. Normalmente ese tipo de cicatrices no son por cesárea pues la incisión es mucho menor, ya que la piel del estómago no está tan estirada.

Por un momento, creo haber tenido tantas preguntas en mi cerebro que este se desconectó completamente y lo único que pude hacer fue observar las palabras estúpidamente. Aquello que se estaba comunicando conmigo no esperó a que me recuperara, para infortunio de mi pobre cerebro, y volvió a escribir debajo de lo anterior;

Mi nombre es Tom, por cierto. ¿Quién eres tú?

Quizás aquello volvió a poner en funcionamiento a mi cabeza, y apoyé el libro abierto sobre mi falda mientras me reclinaba en mi asiento. Lo miré especulativamente, ciertamente interesado. Es que, mis queridos lectores, jamás he escuchado de un artefacto así. Funcionaba absorbiendo y procesando mis palabras mientras escribía, y luego me respondía. Incluso tenía consciencia de sí mismo, dándose un nombre, y de aquello con lo que se comunicaba. Me hacía recordar a los espejos encantados que había conocido en el Caldero Chorreante hace unos años, y me pregunté si no utilizaría una magia parecida.

Mi nombre es Harry, escribí lentamente, aún considerando todas las opciones que se me presentaban. En el caso de que no tengan a un fanática de los encantamientos como madre, sería oportuno que les confesara que el tipo de magia que les daba vida a los espejos que mencioné antes se perdió a principios de siglo, cuando el único encantador inglés que conocía la forma de hacerlo murió sin pasar sus conocimientos. Al parecer el maldito viejo quería llevarse su gran arte a la tumba. Y me permito un minuto para mencionar que es una actitud que comparten todos los artesanos, pues los pocos que quedan que saben como hacer este tipo de cosas no piensan escribir un libro para pasar sus enseñanzas.

Aunque soy una persona naturalmente curiosa, también soy terriblemente práctico. Imagínense lo útil que sería para poder desarrollar personajes. Y si bien sé que preguntarle al pobre objeto cómo había sido creado no me daría ningún resultado, quizás si podía encontrar al mago que lo creó podría aprender a hacer uno propio. El libro, si bien parecía haber visto sus buenas décadas, no parecía pasar los cincuenta o sesenta años; por lo que había una alta probabilidad de que quien lo hubiera creado siguiera vivo. Con aquello en mente, escribí luego de mi seca introducción:

¿Fuiste creado por T.M. Riddle? ¿Sabes si sigue vivo?

Contrario a mis expectativas, el diario, Tom, tardó en responder. Empecé a pensar que quizás había dicho algo que había ofendido al objeto, y consideré la alocada suposición de que no le gustaba que le recordaran que no era más que una inteligencia artificial.

¿Para qué quieres saber?

La suspicacia y la desconfianza que emanaba de sus palabras me confundió por un momento, y me tomé mi tiempo para responderle. En mi experiencia con objetos como ese había encontrado diversas personalidades, pero todas tenían en común un marcado gusto por hablar con los seres humanos, aunque fuese solo para no aburrirse. Me pareció extraño quizás solo porque no era algo a lo que estaba acostumbrado, pero decidí que no tenía importancia.

Me gustaría aprender los encantamientos necesarios para poder crear objetos como este. Como ya ves me gusta escribir, y creo que sería muy útil poder crear personajes e interactuar con ellos para desarrollar personalidades realistas.

Aquello pareció agradarle, pues me respondió al instante.

Ya veo. Mi creador, en efecto, está vivo. Y es el mismo Tom Riddle del que recibí mi nombre y que aparece en la cubierta.

¿Sabes dónde puedo hallarlo? escribí rápidamente, algo aliviado por la respuesta.

Soy solo un diario. Desde que me creó que no he sabido nada más de él.

Fruncí el ceño al leer esto, pero pienso que quizás es mejor así. Me encantan los misterios, y tener que encontrar a este perfecto extraño suena lo suficientemente divertido como para intentarlo. Quizás esta razón suene un poco infantil, pero me sentía como un detective de mis adoradas novelas policíacas. Iba a llegar hasta el fondo de este pequeño misterio.

Su nombre es Tom Riddle, ¿no? Entonces lo encontraré. ¿Puedes decirme algo acerca de él? Cualquier cosa es buena.

Para ser honesto, escribió Tom lentamente, mucho de él no sé. Sé que fui creado en los cuarenta, como parte de un pequeño proyecto suyo. Lamento no poder ayudarte.

¿Nunca habló contigo?

¿Te refieres a que si escribió en el diario? No, nunca lo hizo. Lo que sé es gracias a las memorias que dejó conmigo, como parte de mi personalidad. Sé que fue a Hogwarts, y que fui creado mientras él estaba allí.

Tuve que releer dos veces la oración por el shock.

¿Dices que era capaz de crear algo como este diario cuando era aún un alumno? Merlín, debe ser un mago poderoso.

En efecto, las palabras aparecieron rápidamente, orgullosas de mi sorpresa y admiración, y no pude evitar reírme un poquito. Lo es.


Debo admitir que, desde aquél día en Florean Fortescue en el que comencé a escribir en el diario, hasta hoy, una semana después y esperando sentado a que el Hogwarts Express comience su viaje hacia Escocia, mi interés por el señor Riddle no ha disminuido en lo absoluto. Si pudiera cuantificarlo, me atrevería a decir que muy por el contrario, ha incrementado.

Y aunque algunos me puedan calificar de colegiala por admitir a esto, he sufrido de los síntomas de una obsesión parcial. Síntomas manifiestos en anocheceres en los que, con el libro en el regazo, me preguntaría qué clase de persona sería aquél inteligente Riddle, y qué clase de eventos le llevaron a la creación de tan magnífica obra. Es simplemente una admiración profunda por este señor de nombre irónico lo que mueve mi creciente curiosidad, y me confieso ansioso por llegar a Hogwarts, ya no solo excusado por mis amigos o la educación, sino porque es allí donde espero encontrar alguna evidencia de su existencia.

Me gustaría tomarme un momento, si son capaces de perdonarme, para volver un poco atrás en el tiempo y contarles de mis esfuerzos en esta semana que pasó para localizar al escurridizo hechicero.

Aquél día en el que tuve la fortuna de encontrarme con el diario, volví a mi casa con un plan a medio formar. Es sabido que el Ministerio posee una enorme biblioteca en la que guarda copias de viejos periódicos, anuncios y registros de índole pública que cualquier ciudadano puede consultar. Siguiendo el simple (y no necesariamente correcto) razonamiento de que un mago que pintaba tan poderoso como Riddle habría sido objeto de algún tipo de escrutinio público, decidí hacer una visita a la dichosa biblioteca en busca de alguna pista acerca de su paradero. Al día siguiente, y tras mencionárselo al diario (quien por cierto parecía muy divertido ante la situación), visité el Ministerio.

Es en cierta medida conocido que James Potter es un hombre afable y con una habilidad para socializar digna de ser admirada, pero aunque esto en general se ve como una virtud, se debería mencionar más a menudo (y de eso me encargo yo por ser el afectado) que aquello también supone una maldición para su descendencia más tímida (léase moi). Parece ser que desde que mi querido pater se retiró de su carrera en el Quidditch profesional, y comenzó a trabajar en el Ministerio como un Auror, ha tenido la oportunidad de conocer gente muy diversa. Gente muy diversa que en mi vocabulario significa todo el maldito ministerio.

Desde el guardia de seguridad que revisó mi varita ("Disculpa, ¿tú no eres Harry, el hijo del Auror Potter? Woah, luces igual a él. Mándale saludos de mi parte."), pasando por una extraña mujer de piel roja y ojos amarillos ("¡Eres una preciosura igual que tu padre!"), un hombre bajito que usaba un sombrero con forma de hongo demasiado grande para su cabeza ("Cuando seas más grande lucirás exactamente igual, me imagino.") y un joven de piel pálida y prominente acné ("Eres como un mini-Potter. ¿Puedo llamarte así?"), todos parecían ser adeptos a brindar una conversación completamente original y que de ninguna forma hacía referencia constante a mi padre porque no tenían nada mejor que decir.

A veces creo que deberían haber considerado ese tipo de conversación avergonzante y que solo está para evitar el silencio incómodo un pecado capital. De esa forma hubiera tenido excusa para lucir apropiadamente abochornado ante sus intentos de corromperme con sus valores morales satánicos.

Merlín, miren de lo que me quejo. Definitivamente he entrado en la edad del pavo.

Así que, logrando sobrevivir los encuentros con los conocidos de mi papá, finalmente me encontré en la masiva biblioteca del Ministerio. Supongo que al darme cuenta que tendría que revisar uno a uno todos los registros que se hallaban allí -y déjenme aclararles a todos aquellos que no han tenido el placer de poder visitar el lugar, que este era simplemente inmenso- mi rostro debe haber reflejado mi frustración; y por suerte un alma piadosa entre las bibliotecarias simpatizó conmigo y se acercó para decirme que podía ayudarme.

- No eres el primero que entra aquí con esa cara - sonrió la joven-. Todos piensan que lo único que hacemos las bibliotecarias es cuidar los libros, pero también tenemos que encargarnos de organizarlos y poder facilitar el acceso a la información.

- ¿Tienen hechizos para esas cosas? - pregunté, algo anonadado. Ella se acomodó los lentes y sacó su varita, guiándome entre los pasillos que formaban los estantes.

- Nosotros creamos hechizos para esas cosas, como tú le dices. Ahora, - la bibliotecaria se dio vuelta y esperó a que la alcanzase-, dime que quieres buscar. ¿Tienes algún nombre?

- Si, - dije, aún maravillado de lo fácil que iba a resultar esto-. Tom M. Riddle; no sé el nombre del medio.

La joven sonrió con aprobación, claramente aliviada. Al parecer no recibía muchos visitantes que tuvieran una idea de lo que venían a buscar. Comenzó a mover su varita en un patrón intricado, mientras murmuraba suavemente una larga secuencia de palabras. Había cerrado sus ojos, y la luz verdácea que emitía la varita iluminaba tenuemente sus facciones. Tras unos momentos de ansiosa expectación, volvió a abrir los ojos, su ceño fruncido y los labios haciendo una mueca decepcionada. Me sentí descorazonado por un instante.

- Lo lamento, al parecer no hay menciones de Tom Riddle en los archivos públicos - al ver mi expresión sonrió suavemente y me puso una mano en el hombro-. ¿Es alguien de tu familia? Pues si lo es puedes hacer una petición para ver cualquier archivo clasificado de primer grado que lo mencione, incluyendo su partida de nacimiento. Solo tienes que presentar una copia de la tuya, en el caso de que sea tu padre, o demostrar que tienes alguna relación consanguínea con él.

- No, no es un familiar mío - dije, aunque las palabras de la amable bibliotecaria me dieron una idea-. ¿Podría repetir la búsqueda, pero esta vez solo con el apellido?

Pensé que quizás, aunque el hombre parecía no haber jamás existido ante el ojo público, podría encontrar a algún familiar que pudiera guiarme hacia él. La bibliotecaria volvió a sonreír, y repitió el mismo hechizo, tardando considerablemente más que la vez anterior.

- He encontrado varias copias de los archivos de Azkaban que mencionan a un tal Riddle - dijo al abrir los ojos-. Si bien el caso completo esta archivado y es confidencial, existe un reporte general del caso disponible al público. ¿Quieres que te consiga una copia?

- Por favor, - dije, visiblemente más animado. La joven me guió de vuelta al centro de la biblioteca; en un mostrador aterrizaban pergaminos y papeles constantemente, como en una danza frenética, volviendo a volar hacia su lugar de origen en cuanto las bibliotecarias terminaran con ellos.

Si bien me alegraba encontrar evidencia de algún Riddle en la historia, el hecho que la información proviniese de Azkaban no me daba una perspectiva muy alentadora. Podría apostar mi colección completa de las obras de Agatha Christie a que el tal Riddle, en caso de haber sido un convicto en la prisión de los magos, estaba seis metros bajo tierra ya.

La joven que me había atendido no tardó más que algunos minutos en convocar los reportes que había encontrado y copiarlos usando un hechizo, y pronto tuve en mis manos la información que deseaba.

- ¿Tengo que hacer algo más, registrarme en alguna parte o algo? - pregunté, un poco confundido por lo fácil que había resultado el trámite.

- No, al menos no para los archivos públicos.

Con una sonrisa en mi rostro, le agradecí por su ayuda y guardé los papeles en el bolso que había llevado. No me gustaría ahorrarme palabras, pero creo que sería innecesario describir mi viaje de vuelta, que tuvo las mismas complicaciones que el de ida.

En este momento me siento ansioso por contarles el resultado de mis pesquisas, que por más nimias que sean, significan una labor deliciosamente detectivesca para mi mente hambrienta por aventuras.

Sentado ya en mi habitación, con mi mamá en la cocina preparando la cena, comencé a leer los reportes, y lo que vi me sorprendió a sobremanera. En las cinco hojas que la amable bibliotecaria me había entregado se describía la causa penal y sentencia de Marvolo y Morfin Gaunt por serios ataques a una familia muggle que residía en Little Hangleton, de apellido Riddle. Descritos como dos hombres altamente violentos con un marcado odio hacia los muggles, su expediente criminal no se limitaba a su ensañamiento con aquella familia, más solo se mencionaba que "hacen aparición en las actas BIIHJ - 12356790 y BIIKL - 12345609 por repetidas faltas contra el orden y la autoridad, así como por el uso indebido de la magia en presencia de muggles".

Antes de hablar sobre los Riddle me gustaría echar un poco de luz sobre los Gaunt. Aunque no estaba indicado en las hojas que había conseguido, las tendencias anti-muggle que presentaban me sugerían que era muy probable que aquella fuera una vieja familia de sangre pura. En un momento de inspiración divina se me ocurrió consultar a los retratos que tenemos en la casona. Como buen heredero de una familia de larga tradición mágica, luego de la muerte de mis abuelos mi padre había decidido traerse consigo los retratos de los ancestros que más le agradaban de la mansión familiar de los Potter. Probablemente alguno de ellos, tan versados en las políticas de los sangre puras por su legado histórico, supiese algo de los Gaunt.

Por suerte para mí, y para mi relato, una de mis tatarabuelas parecía conocerlos.

- Sí, sí, recuerdo a los Gaunt. Más por nombre y por lo que se decía de ellos que por haberlos visto yo misma, querido. Ya en los tiempos de mi madre habían caído en la desgracia y ni se atrevían a asomar su cabeza en los círculos sociales, y para mi época casi todo el mundo los había olvidado.

- ¿Qué sabes de ellos, abuela? - pregunté.

- Pues todos sabíamos que eran los últimos descendientes de Salazar Slytherin; Merlín sabe que aquello era lo único que podían ostentar. Sus muchachas, ¡por favor! Mi madre solía decirme que había hipogrifos más bonitos que ellas. Gustaban de hablar entre ellos en esa lengua horrible, el pársel, especialmente enfrente de sus invitados. ¡Qué falta de modales, si las hay!

- ¿Qué es el pársel? - dije sin darme cuenta. La tatarabuela Potter frunció el ceño, pero luego hizo un gesto con la mano como si me perdonara.

- Supongo que ya para tu época no debe quedar un solo Gaunt vivo, así que no lo debes saber, pero el pársel es la lengua de las serpientes. Salazar Slytherin es el primer mago que poseyó esa habilidad, y se la pasó a todos sus descendientes. Obviamente que esa obsesión por la pureza de la sangre y por querer mantener esa habilidad dentro de la familia los llevó al incesto, y déjame decirte que eso los llevó también a la ruina. ¡Se casaban entre hermanos! Cada generación era más estúpida que la anterior, y engendraban cada vez más squibs. Una deshonra total, si me preguntas a mí.

Tras pasar otros quince minutos escuchando las opiniones de la mujer sobre el incesto, que llevó luego a una discusión entre los retratos acerca de la pureza de la sangre en la que luego se metió mi madre, volví a mi habitación. Si bien los Gaunt parecían tener una relación por asociación con el Riddle que estaba buscando, fue en parte por curiosidad y en parte por lo que debo todavía contar de los Riddle que me interesé un poco más en ellos de lo que hubiera esperado.

Los Riddle fueron asesinados por Morfin Gaunt en mil novecientos cuarenta y cuatro, algunos años después que su padre, Marvolo, fuese condenado a prisión perpetua en Azkaban por motivos desconocidos para mí. Eran una familia de tres, el señor Riddle, su mujer, y su hijo Tom Riddle. Los asesinatos habían sido llevados a cabo mediante el uso de la maldición asesina, un hechizo relativamente difícil de conjurar. Pues, antes de poner sobre la mesa mis dudas, me gustaría citar parte del reporte del caso de Morfin:

"Es de importancia notar que los Riddle vivían a poca distancia de los Gaunt, y que diariamente transitaban el camino que pasa por el frente de la casa de estos últimos, como ciertos testigos declararon..."

El reporte indica que Morfin Gaunt se había ensañado con los Riddle por el contacto constante con ellos y su odio hacia los muggles. Es aquí donde debo detenerme un momento para darle cuenta de mis observaciones, querido lector.

Es evidente que el Tom Riddle que estoy buscando es un descendiente directo del muggle del mismo nombre asesinado por Morfin. No es una costumbre extraña el ponerle el mismo nombre a un hijo, aunque si un poco indeseable en mi opinión. Lo siguiente entra ya en el campo de la especulación, pero me viene a la mente las palabras de mi tatarabuela; los Gaunt habían cometido tanto incesto que sus descendientes eran prácticamente squibs. Es entonces que me pregunto cómo había sido capaz Morfin, a quien el reporte caracteriza como un ser de inteligencia muy inferior a la normal, de no solo aprender una maldición tan avanzada como el Avada Kedavra, sino además de tener la magia suficiente como para conjurarla tres veces. Tendría que suponer dos opciones distintas para explicarlo. Podría ser que otra persona fuese la responsable, y que de alguna manera inculpase a Morfin, o podría ser que el inepto mago fuese arrebatado por una furia inmensa, la suficiente como para permitirle utilizar la maldición tres veces seguidas. Me iré un poco por la segunda opción por el tipo de ideas que me sugiere, por el momento.

Es entonces cuando me pregunté qué tipo de situación llevaría a Morfin a actuar de manera tan salvaje, si jamás había adoptado medidas tan drásticas. Admito que normalmente dejo que mi imaginación divague, y que parte de estas especulaciones no son más que eso; tendrán que perdonar si mi naturaleza de escritor sale a la luz. Pero salta entonces el segundo nombre del señor Riddle, aquél que estoy buscando. M. M, como en Morfin, o Marvolo.

Pero me iré un poco por la tangente antes de completar mi idea. Personalmente sospecho que Tom M. Riddle es un sangre mezclada como yo. Si Riddle sr. es su padre, entonces las posibilidades son que su madre haya sido una bruja o una muggle. Pero si bien la cantidad de magos nacidos de muggles es considerable, es porque ha ido en aumento en este último siglo, e incluso en esos casos, la posibilidad de una pareja de muggles engendrando a un niño mágico es sorprendentemente ínfima. Se podría decir que gente como mi madre son milagros. Pero no divagaré. Tengo otro dato importante que puede sostener mi teoría, y es que Riddle sr. no estaba casado al momento de su muerte. Bastante extraño si se considera que era un muggle bastante acaudalado y ya llegando a sus cuarenta.

Ahora bien, si la madre hubiera sido muggle, el hecho de que Riddle sr. le cedió su nombre completo a su hijo indica que no fue ilegítimo; por lo tanto tendría que estar casado. El divorcio era algo muy mal visto en su época, y más en su círculo social. Pero, ahora, si la madre hubiese sido una bruja, tendría más sentido pensar que al enterarse de su verdadera naturaleza el muggle la rechazara. No habría sido la primera vez en la historia.

Con aquello en mente, que Tom M. Riddle podría ser hijo de una bruja y Tom Riddle sr., vuelvo a traer a su atención su segundo nombre. Si el comportamiento de Morfin apunta a un ensañamiento de tipo personal, y aquella M coincide extrañamente con los nombres de ambos Gaunt, entonces se podría suponer la existencia de un tercer miembro de la familia, una bruja.

Morfin había asesinado a los Riddle por haber dejado embarazada a su posible pariente femenino. Conociendo su odio por todo lo muggle, el hecho de que no haya matado a la madre y al hijo también me resulta un misterio.

Es aquello todo cuanto pude hallar en referencia a la familia del señor Riddle. El hecho de que sus supuestos parientes no se encuentren con vida me significa ciertas complicaciones, pero todavía me queda una fuente a la que puedo consultar, y eso son los registros de Hogwarts.

Orgulloso de mi progreso, se lo comuniqué al diario, quien extrañamente se limitó a escribir:

Eres un niño muy astuto, Harry.

No volvió a contestarme por el resto de la semana.

El comentario

Creo que ya venía por los tres años sin publicar en ? Bueno, un gran saludo a todos los que me tenían en el alert list y que solían leerme. Antes que nada les quiero pedir disculpas por haber abandonado tantos fics, pero la verdad es que se me vino primero el último año de secundaria encima, luego la universidad y entre tantas cosas uno va perdiendo el interés (además de que se hace más consciente de los errores, el estilo de escritura cambia y eso te tira a dejar las cosas). Si alguno quisiera terminarlas no tengo problema en "darlas en adopción".

Bueno, les voy a explicar un poquito qué es de todo esto y porqué vuelvo a escribir después de tanto tiempo. Esto surge de una especie de reto que me puse a mí misma para poder escribir una historia de más de 150,000 palabras, y que vengo desarrollando desde el año pasado. La historia no está completa todavía, pero ya va por las 80,000 palabras, y creo que va a ser el último fanfiction que escriba. Quiero usar todo lo que aprendí mientras escribia ff para poder hacer mis propias historias, y quizás con un poco de suerte algún día poder publicar algo (aunque sea un comic).

Espero que les guste este pequeño experimento, y sus comentarios son más que bienvenidos.