Disclaimer: Trollhunters no me pertenece, es de Dreamworks, Netflix y Guillermo del Toro. Tampoco me pertenece esta historia, es de itsanotherfanficwriterohno, quién me ha dado la oportunidad de traducirla.


Blue Moon Rising

Becoming: Part 1 (II)


A pesar de su insistencia en que iría por los túneles, Atlas eligió una dirección diferente. Las alcantarillas le irritaban la nariz y, sinceramente, eran simplemente asquerosas. Los humanos eran criaturas rancias. Su atajo era tan estéril para los humanos como lo eran los túneles, una pequeña carretera empedrada con árboles y colinas que se extendía hasta su destino.

Saltaba de árbol en árbol, las garras raspaban contra la corteza. La capucha de su capa caía, lo que le obligó a hacer una pausa y reajustarla cada minuto o dos. No es que importara. Los humanos rara vez miraban hacia arriba. Él estaría bien.

Yendo del árbol al suelo a la perfección (bueno, esto era una mentira, tropezó y golpeó uno de sus dedos), se deslizó por un lado del canal, dirigiéndose hacia los restos del recientemente fallecido Cazador de Trolls.

Solo cogerlo y ya, nada más. Atlas se agachó, cavando entre los escombros.

JAMES LAKE.

Los pelos en la parte posterior de su cuello se levantaron como si estuvieran electrocutados. Su cuerpo entero se detuvo. El nombre llevaba significado, pero el adolescente no sabía por qué.

Atlas se congeló, examinando el área.

—¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate!

Sus orejas se movieron cuando un sonido de neumáticos se acercaba.

Mierda. Frenéticamente, exploró el área en busca de un lugar para esconderse.

Saltó hacia atrás desde los escombros, corriendo por la pared del canal hacia el puente. Ocultándose detrás de una de las columnas esperó, observando mientras trataba de calmarse. Podía escuchar los latidos de su corazón en sus oídos.

¿Por qué le molestó tanto ese nombre? Era como una picadura que no podía rascar. Él conocía ese nombre de alguna manera.

No importaba. Atlas tenía un trabajo que hacer.

—¡Whoa! —un humano bajó por el costado del canal.

Era un chico de su edad, a lo mejor un año más o uno menos. Atlas lo miró con las cejas fruncidas. Parecía familiar.

Atlas se apartó de la columna y se acercó al borde, espiándolo.

El chico humano condujo por el canal como una bala y luego se dirigió a la mitad del otro lado, solo para bajar nuevamente y estrellar su bicicleta. Atlas resopló, luego se tapó la boca. El adolescente jadeó, limpiándose el sudor de su frente cuando se sentó junto a las rocas, sin querer, encima de la cara del Cazador.

—¡Estúpido, estúpido, estúpido! —el humano se golpeó en la cabeza—. Ugh. Debería haber aceptado que llegaba tarde. Bueno, no volverá a pasar.

Las rocas debajo del chico comenzaron a rodar, haciendo que el adolescente chillara. Atlas se levantó desde su posición cuando una luz azul brillante apareció a la vista.

Atlas no estaba solo; el humano también se dio cuenta, con la boca abierta de asombro mientras limpiaba el residuo y lo levantaba a la luz.

—Whoa. ¿Qué es esto? —sus dedos golpeaban el dial.

JAMES LAKE.

Ambos adolescentes gritaron. Atlas perdió el equilibrio, se deslizó sobre la viga y golpeó su cuerno contra el metal con fuerza.

Inmediatamente, el humano miró hacia atrás y por encima de la fuente de la otra voz, mirando a Atlas con los ojos entrecerrados.

Oh, mierda, pensó Atlas congelándose por terror.

Sus extremidades se negaron a moverse. La voz había resonado en sus oídos.

¿Por qué el amuleto llamaba por ese tal "James Lake"? ¿Era normal?

Ugh. Sabía que debería haber prestado más atención durante las clases con Stricklander. Pero la historia de los cambiantes era muy larga y complicada.

El humano dio un paso adelante.

—¿Jim? —dio otro—. ¿Eres tú, Jim?

Atlas apretó los costados de su capucha.

No, él no era Jim. Era Atlas. ¿Por qué el humano lo llamó así?

El humano estaba equivocado.

Una migraña comenzó a formarse detrás de sus ojos. Probablemente la deshidratación, razonó. El dolor se intensificó a medida que el chico se acercaba, llamándolo por ese nombre una y otra vez.

Un humano lo había visto. Esto era malo. Muy malo. Sus pies comenzaron a moverse por la parte inferior del puente hasta el borde del canal. Abajo, el humano había echado a correr, sus pequeñas piernas se movían tan rápido como podían para alcanzarlo.

—Jim! ¿Eres tú? ¡Por favor, dímelo! ¿Quién eres? ¡Necesito saberlo!

Atlas necesitaba escapar rápidamente. Los túneles estaban más cerca del chico que de Atlas, que fue por dónde llegó.

El humano ya estaba a mitad de camino por el canal. Pero era demasiado tarde para él pues Atlas se había ido, fundiéndose entre los árboles como un fantasma.

Observó en silencio mientras el chico lo buscaba, llamándolo "Jim."

Fue extraño como Atlas vio al otro peinando los árboles, luchando a través de los arbustos en su busca. No lo encontraría. Atlas conocía cada espacio oculto en Arcadia de arriba a abajo. Era una misión de tontos.

Las lágrimas comenzaron a brotar en los ojos del humano. Se sentó en el suelo, agarrando la hierba con las manos

Atlas tendría que haber actuado. Él no era Jim o James. Debería haber tomado el maldito amuleto de las manos sucias del humano y volver a la Orden. Demonios, si fuera Nomura, probablemente habría matado al crío.

Pero no lo hizo.

En cambio, se escondió en la oscuridad y se preguntó por qué se sentía tan culpable.

Un timbre sonó en la distancia.

—¿Qué demo…? —el chico levantó la cabeza—. ¡Oh no, el insti! ¡Nana me matará si llego tarde otra vez!

El chico miró el amuleto en su mano por un largo momento, luego lo guardó en su mochila, arrastrando los pies hacia donde estaba su bicicleta, probablemente.

Se detuvo una última vez para mirar por encima de su hombro, luego saltó por la pared inclinada hacia el canal.

En el instante en que sus pasos desaparecieron, Atlas salió de detrás de las hojas. Con la mano en el pecho, caminó medio tambaleándose.

Tristemente, falló.

Un humano lo había visto. El mismo humano que ahora, debido a Atlas, tenía el Amuleto de la Luz del Día.

Gimió.

Stricklander lo iba a matar si se enterase.

Si se enterase, dijo su mente.

Atlas miró hacia la dirección del muchacho.


—La Guerra del Peloponeso en realidad fueron tres guerras entre Atenas y Esparta —explicaba Stricklander a su clase.

Atlas escuchaba desde arriba, colgando de una de las tuberías de metal. Los trabajos internos del instituto eran un ajuste perfecto para un troll de tamaño regular, pero para él, era más que suficiente para moverse.

No era la primera vez que se escabullía al insti, sin embargo, lo hacía durante la noche. El día era toda una historia.

Aún así, se encontraba en territorio peligroso. Debería haber esperado hasta la noche como un buen cambiante, en lugar de seguir al chico directamente hasta el lugar.

Pero Atlas nunca fue un buen cambiante.

—La primera de ellas se conoce como la guerra Arquidámica. Tecleadlo en el buscador. A-R-Q-U-I-D-Á-M-I-C-A.

Podía escuchar a Stricklander justo debajo de él, tranquilo y controlado en sus movimientos.

La tubería que sostenía crujía.

Atlas maldijo. Se cambió a una tubería más grande. Volvió a mirar la que estaba sosteniendo y tragó saliva. Estaba doblada, no lo suficiente como para romperla, afortunadamente, pero sí como para ser notable.

Su mentor se detuvo a mitad del camino.

Internamente, comenzó a rezar a cada uno de los dioses en los que podía pensar, esperanzado de no estrellarse contra el techo del aula.

La tubería se sostuvo.

Oh, gracias a la Dama Pálida.

Stricklander continuó su paseo alrededor de los estudiantes, sin haberse dado cuenta.

Él se limpió la gota de sudor de su labio. Estoy seguro, por ahora, pensó.

—Señor Domzalski, ¿estás de acuerdo?

—¿Huh?

Atlas se repuso. Era el chico de antes.

—Con la opinión de Heródoto sobre las tácticas de guerra que he descrito.

—Oh, uh, por supuesto, señor Strickler.

—Excelente. ¿Qué tácticas en particular?

—¿Las, uh, ganadoras?

La clase rió justo cuando sonó el timbre. Las orejas de Atlas se llenaron del sonido de la estampida de pies.

Stricklander dio unos pasos y luego se detuvo.

—Tobias, ¿podemos hablar?

—Oh, sí, claro.

—Normalmente estás atento en clase. ¿Ha pasado algo?

—Lo siento, señor, me distraje. Pensé que había visto… a un viejo amigo, pero se fue corriendo.

Stricklander hizo clic en su pluma.

—Siento escuchar eso. Seguro de que fue un malentendido.

El humano suspiró.

—Eso espero.

—No dudes en pasar por mi despacho si necesitas hablar. Estoy encantado de poder hablar con mis estudiantes.

—Gracias, señor Strickler.

Atlas escuchó como el chico salía del aula. El espacio quedó en silencio. Se aflojaron sus hombros y pasó los pies por encima de la tubería hacia una de las vigas más fuertes que mantenían unido el edificio.

Respiró aliviado. Estaba seguro.

—Atlas, sé que estás ahí. Te espero en mi despacho en diez minutos.

Mierda.


No era su primera vez en ese despacho del instituto, pero sí en ser regañado.

Al cerrar las persianas, Stricklander levantó y movió una de las piezas del techo.

Arriba, Atlas sonrió tímidamente.

—Es una historia muy divertida…

—Has desobedecido mis órdenes —dijo Stricklander con voz severa—. Pides que te traten como a los otros cambiantes ¿y haces algo como esto? ¡Encima de día! ¡Te comportas como un crío! ¿Voy a tener que quitarte otra vez tus privilegios?

Él saltó hacia abajo, golpeando el suelo con fuerza.

—No es lo que cree, señor. ¡Alguien cogió el amuleto!

Stricklander entrecerró los ojos, dibujando una línea delgada con los labios.

—¿Quién?

—El chico humano con el que estabas hablando antes. Yo… lo vi cogiéndolo en el canal.

—¿Estás seguro?

—Completamente.

Stricklander se volvió hacia el chico con los ojos brillantes.

—¿Te vio?

—N-No —mintió.

Su mentor sacó su pluma, agitándola en el aire.

—Esto podría ser bueno para nosotros, si jugamos bien nuestras cartas. ¿Y estás seguro de que el amuleto no ha encontrado todavía a su campeón?

James Lake. Las palabras aún resonaban en su mente.

Atlas tragó saliva y respondió:

—No que yo sepa, señor.

—El chico debe estar en gimnasia ahora. Mi próxima clase comienza pronto. ¿Confío en que puedas encontrar su casillero?

—Claro. Cualquier cosa que me pida.

Stricklander suspiró.

—A veces, no sé qué hice para merecer tal lealtad. Si solo los otros fueran como tú, joven Atlas.

—Gracias —dijo Atlas, y luego preguntó—. Señor, ¿puedo hacer una pregunta?

—Por supuesto.

Atlas se rascó el brazo izquierdo, su mente regresaba a lo que había sucedido antes.

—¿Qué hace exactamente el Amuleto de la Luz del Día?

—¿Qué hace? ¿No has prestado atención durante mis clases?

—¿Podría refrescarme la memoria? —preguntó, apartando la mirada—. Quiero decir, sé que le da a un troll una especie de armadura mágica y esas cosas y supuestamente si lo encontramos podemos recuperar a Gunmar de las Tierras Sombrías, pero ¿qué más hace?

¿Hablaba? ¿Llamaba a las personas específicamente por el nombre James Lake?

El hombre se cruzó de brazos.

—Sabemos poco sobre la tradición, joven Atlas —admitió Stricklander—. Sólo lo que encontramos por nuestra cuenta. Nuestras bibliotecas no contienen más que una pequeña porción de lo que se encuentra debajo de nuestros pies. El resto de los trolls nos teme y nos odia. Preferirían morir antes que permitirnos el acceso a sus historias. Es por eso que elaboramos la nuestra. Aún así, incluso yo, uno de los miembros más antiguos de nuestra Orden, tengo muy poco conocimiento sobre los secretos del amuleto. Hemos intentado y fracasado innumerables veces para conseguirlo, pero aún así nos alude. Por eso este trabajo es muy importante, pequeño. Necesitamos ese amuleto.

Atlas asintió, el peso de su responsabilidad era más aplastante. ¿Y si el humano le dio el amuleto a alguien? ¿Y si lo vendía antes de que Atlas pudiera conseguirlo? ¿Y si…?

—Atlas —Stricklander se acercó, puso la pluma directamente sobre el pecho del muchacho.

Su mentor levantó una ceja, escaneando la cara de Atlas, luego usó su pluma para dirigir su cabeza de izquierda a derecha.

—Pareces cansado. ¿Cuándo dormiste por última vez?

Dudando, Atlas reflexionó sobre la pregunta, luego respondió:

—Hace un par de días, supongo.

—¿Es esa pesadilla otra vez?

Atlas se rió secamente.

—No siempre.

Los hombres con abrigos blancos, de pie sobre él, gritaban haciendo eco a través de los pasillos. Y ahogándolo, siempre ahogándolo.

Stricklander debió haber notado su incomodidad, porque su mano rozó su espalda mientras lo guiaba hacia la ventana.

—Creo que sé lo que te ha angustiado tanto, Atlas.

—¿Lo sabe? —los ojos de Atlas se ensancharon.

¿Lo descubrió? ¿Había sido Atlas realmente tan transparente? Siempre fue terrible mintiendo.

—Es lo que te dije ayer, tienes mucho sobre tus hombros. Demasiado, en mi opinión, para alguien de tu edad.

Levantó la barbilla de Atlas con la pluma para que estuvieran cara a cara. Aunque Atlas ya era alto para su edad, Stricklander todavía tenía era varios centímetros más alto que él.

—Y creo que esta oportunidad…

—¿Conseguir el amuleto?

—Te está causando ansiedad —su mentor le dio una palmada en la espalda—. Sé que quieres ser más útil para la Orden, pero es como un gran poeta escribió una vez: 'Haz lo que sea bueno para ti, o no serásbueno para nadie'. Los demás te aceptarán con el tiempo. Solo han pasado unos años. Se paciente. Recuerda: has demostrado que eres un cambiante, Atlas, y no importa cuánta sangre humana tengas, no cambiará que seas uno de los nuestros.

—¿Eso cree?

—Lo sé —Stricklander se alejó, su cálida sonrisa fue reemplazada por la fría e impersonal que ponía a los demás—. Ahora, ve y búscame el amuleto. No podemos dejar que caiga en las manos equivocadas.


Ugh. Se pellizcó la nariz con disgusto. Los humanos eran asquerosos. Peor que los goblins. Si bien no fue bendecido con los sentidos intensos de sus hermanos, Atlas tenía más que suficiente para descubrir el olor de la naturaleza olorosa de los vestuarios.

Los casilleros eran fáciles de encontrar, aunque tediosos. Romper las cerraduras generaría sospechas, por lo que hizo la siguiente cosa: descifrarlas. ¿Quién sabía que un día las clases de Nomura serían útiles? Girando el dial de la cerradura, escuchaba el tono diferente cuando tocaba ciertos números.

Le tomó doce intentos antes de dar con la clave, la mochila familiar apareció en su visión.

Sonrió triunfante, hurgando hasta que sus dedos tocaron el frío metal. Inmediatamente, una descarga eléctrica corrió por su brazo, causando que su extremidad se encogiese y dejara caer el amuleto. Rodó por el suelo, aterrizando boca arriba, como si se burlara de él.

Mirando hacia la luz, lo miró con asombro. Era hermoso, aunque un poco decepcionante. Quizás esperaba un poco más…

JAMES LAKE.

—¡Gah! —lo dejó caer, la pieza golpeó el suelo. Se agachó, gesticulando con enfado al objeto—. ¡Para! ¡Deja de decir eso!

Sus dedos arrebataron el amuleto del suelo.

Una sombra lo rodeó por atrás.

Atlas saltó, mirando a su alrededor. Sus orejas se movieron de forma errática, su ritmo cardíaco aumentó. Un destello de miedo lo recorrió. ¿Cómo no había oído eso? ¿Quién miraba tras él?

¿Era el misterioso James Lake? ¿Había estado siguiendo a Atlas todo este tiempo?

Dejó caer la mochila al suelo y se volvió hacia las duchas. La capucha se ajustó a su cara, se asomó por la esquina del lugar, mientras apretaba el amuleto en su mano derecha. Niebla brumosa cubría el área. Entrecerró los ojos, a punto de dar un paso adelante, y entonces…

¡Clang! Atlas saltó en respuesta, girando.

—¡Eres tú, el chico del puente! ¡Sabía que no estaba loco! —era el mismo humano de antes—. Hey, es el amuleto que encontré. ¿Qué estás haciendo con él?

—Tú… no sabes con qué estás tratando —tartamudeó, empujando al chico—. Mantente al margen si sabes lo que te conviene.

—Ah, no —dijo el muchacho, agarrando su capa—. Lo encontré yo. El que lo encuentra se lo queda.

Atlas tiró del material hacia atrás.

—Para.

Otro fuerte tirón reveló su rostro, cuernos incluidos. Atlas inmediatamente levantó la capucha de nuevo.

—Whoa. ¿Son reales? —preguntó el adolescente, señalando sus rasgos poco humanos.

—¡Qué te importa! —Atlas gruñó. Su rostro se sonrojó, aunque no pudo decir si era por miedo, ira o simplemente por vergüenza; tal vez una mezcla de los tres.

JAMES LAKE.

Atlas tiró el amuleto al suelo y gritó:

—¡Cállate!

—¡Habló! Y volvió a decir su nombre —el humano lo levantó del suelo y lo miró—. ¿Qué es?

—Nada —Atlas lo arrebató de las manos del chico—. Olvida que has visto esto, humano.

—Toby —él dijo, con las manos en las caderas. Aunque temeroso, se mantuvo firme, algo que Atlas podía admirar a regañadientes.

Aún así. Atlas entrecerró los ojos. El nombre sonaba familiar.

—Vale. Toby. Es mejor que no digas una palabra sobre esto.

—¿Qué es lo que hace?

Atlas extendió el brillante amuleto. Qué extraño, pensó. Las palabras habían cambiado. Lo que una vez estuvo en lengua troll ahora estaba en inglés.

Curioso. No recordaba ninguna de sus clases incluyendo esta parte.

—Es un objeto muy peligroso que tengo que regresar a Stric… a miembros clasificados de mi Orden.

—¿Qué es la Orden?

—Es clasificado.

Desafortunadamente para Atlas, sus palabras solo hicieron que el humano se interesara más. Toby sonrió abiertamente, diciendo:

—Ah, hombre, una organización súper secreta. Eso es flipante.

—Ya, eso, debo irme...

Toby se adelantó, agarrando otra vez la capa. Atlas suspiró, su mano apartó su flequillo.

—¿Qué pasa, humano?

—Esa cosa dijo el nombre de mi amigo. ¿Crees que están conectados?

Atlas hizo una pausa. ¿Por qué el Amuleto llamaba continuamente a este humano? ¿Qué hacía a James Lake tan especial?

Puede que… no.

¿Podría ser el Cazador de Trolls humano?

Imposible. El amuleto elegía un troll desde su creación. ¿Por qué cambiaría ahora?

El timbre sonó. De repente, la puerta del vestuario se abrió de golpe. La charla humana hizo eco a través del área.

El pulso de Atlas se disparó. Frenéticamente, buscó un lugar donde esconderse.

—Toby, necesito tu ayuda. Si me ven los humanos...

Toby se cruzó de brazos y lo miró con desagrado.

—Oh, ¿así que quieres mi ayuda después de robarme el amuleto?

Él apretó los dientes.

—Por favor. Te lo ruego. Escucha, si me ayudas con esto —Atlas se mordió el labio inferior—, te ayudaré a encontrar a tu amigo. ¿Vale?

De inmediato, se arrepintió de sus palabras.

Toby prácticamente brillaba de felicidad.

—¿En serio? ¿Me lo prometes?

—Sí. Ahora, necesito que los distraigas, quizás puedas hablar con los otros humanos o bloquearlos para que yo pueda...

Una alarma resonó, los aspersores se encendieron con rapidez.

—Hecho —declaró Toby, quitando su mano de la alarma de incendios—. Ahora, vamos. ¡Tengo la idea perfecta!

Atlas sacudió la cabeza, sin saber si reír o llorar.

Este día mejoraba por momentos, ¿verdad?