Tabaco:
nombre masculino
1. Planta de tallo grueso y velloso, muy ramoso, hojas perennes, grandes, con nervios muy marcados y flores de color rojizo, agrupadas en racimo; puede alcanzar hasta 3 metros de altura.
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La verdad es culpa de Sirius (cómo la mayoría de las cosas que le pasan a Remus), está muy seguro de eso porque la primera vez que fumó fue obra suya, así que cuando esté convaleciente en una cama muriendo de cáncer de pulmón ya sabe a quién agradecerle.
La primera vez que Remus probó el cigarro fue de la mano de Sirius. Estaban en cuarto y llevaban un buen récord de travesuras y detenciones detrás, por eso a nadie le sorprendió cuando Sirius llegó anunciando que había traído con él algo muy importante, directo de los bajos fondos de Londres, y se requería una reunión merodeadora a la de ¡ya! Fue divertido ver a Sirius pretendiendo que sabía lo que hacía, a Peter ahogándose hasta las lágrimas con el humo y a James agarrando el cigarro con la punta de los dedos como si le fuera a morder. Remus se negó a probarlo y Sirius desistió después de dos semanas de intenso acoso.
Cuando estaban en quinto, a mediados de curso, Remus fue llamado al despacho del director y avisado personalmente de que su madre, la única persona con la que compartía lazos de sangre en este mundo, había empeorado y había sido trasladada definitivamente al hospital muggle, el que quedaba a tres cuadras de su casa y que Remus recordaba de su infancia, a donde había ido a visitar tantas veces a su padre. El de las paredes blancas, el que olía a muerte.
Esa noche Sirius se sentó a su lado junto a la ventana de la Sala Común toda la noche y toda la madrugada. No dijo mucho, pero llegados a un punto, cuando Remus miró fijamente el cigarro humeante en su mano con una interrogación en la mirada, Sirius sonrió -muy suave-.
—Realmente funciona —su voz fue a penas un susurro, y sus dedos estaban fríos cuando tocaron sus labios. Remus dio la primera calada directo de sus dedos (y, sin querer, también toco su piel con la punta de la lengua, pero sin querer) y, después de pasados los primeros momentos de prueba y duda, terminó arrebatándoselo de los dedos y dejando que el efecto calmante bajara su hacha sobre él.
De ahí en adelante todo fue historia.
La señora Lupin murió tres semanas después y Remus comenzó a fumar casi todas las noches, algunas veces en la Sala Común, otras en la Casa de los Gritos, casi siempre en la Torre de Astronomía, siempre con Sirius. Luego descubrió que era más fácil sobrellevar el antes y después de las transformaciones con nicotina en su sistema; y que el estrés de los exámenes era más fácil de manejar, y relajarse antes de estudiar era mucho más fácil.
Pero no fue hasta finales de sexto cuando descubrió que, después del sexo -después del sexo fantástico-, un cigarro era catarsis. Eso también fue culpa de Sirius, como todo lo demás, porque el sexo con Sirius era fantástico e intenso, y Remus necesitaba otro cigarro.
—¿Sabes que tienes un problema? —la voz de Sirius suena jocosa y hace un poco de eco en el espacio cerrado de la torre de Astronomía, cuando Remus se aleja de su cuerpo caliente para rescatar su caja de cigarros del bolsillo trasero del pantalón.
—¿Y de quién es la culpa? —contesta, prendiéndole fuego y dándole la primera calada. Sirius se apoya sobre un codo y se acuesta de medio lado, sus ojos se confunden con el humo. Remus decide que le gusta mucho así y cierra los ojos por un momento para intentar inmortalizarlo de ese modo en su mente, un Sirius de humo.
Sirius ríe.
—No me culpes por tus vicios, Lu-ná-ti-co —en un solo movimiento fluido se sienta y en dos segundos está muy cerca de nuevo, frente a Remus. Antes de que pueda reaccionar le sujeta de la muñeca y -como la primera vez de Remus- fuma directo de su mano, con sus ojos grises fijos en los de Lunático.
Los dedos de Remus le hacen cosquillas en los labios y los toca con la punta de la lengua. Expulsa el humo lentamente y, apartando la muñeca de Remus con el cigarro encendido, se inclina y lo besa. Saboreando su boca caliente, comparten el mismo cigarro, el mismo beso de humo y la misma noche. Sirius lo besa y lo besa muy muy húmedo y caliente sin dejarlo liberarse, hasta que el cigarro se vuelve ceniza y Sirius lo tira a un lado, recostando a Remus sobre el suelo que esta vez se deja hacer.
—¿No sabes que los vicios son malos, Lunático? —le murmura con la lengua dentro de la oreja, lamiendo el cuello, de abajo a arriba.
Esta vez es Remus el que ríe.
—Malísimos —susurra.
—Malísimos —repite Sirius, deslizando la mano sobre el estómago de Remus, sintiendo como contrae los músculos—. Esta vez te toca a ti —susurra finalmente, antes de callarse por un buen rato.
Pero lo que Sirius no sabe y a Remus le causa risa, es que el cigarro no fue precisamente su vicio desde el principio.