Salgo volando por la ventana, y tantos días quedan atrás…

Ya no me duelen todas las cosas que ayer me podían molestar.

Son cajones que se cierran para que nadie los vea,

son palabras que no pude decir, pero ya no importa

porque nada me toca y no hay nada vivo dentro de mí.

Floto en aire desde esa tarde, cuando mi cabeza explotó…

ahora el piso es de nubes y me asomo cada tanto a espiarte desde donde estoy.

Y veo… y vuelo…

Grupo ARBOL, El fantasma.

Primera parte

Me senté en la polvorienta oscuridad durante un rato. El espacio se había congelado. Era como si el tiempo se hubiera terminado. Como si el universo se hubiera detenido.

Lentamente, poco a poco, fui moviéndome como un hombre viejo. Volví a tomar el teléfono y marqué el único número al que me había prometido a mí mismo no volver a llamar nunca. Si lo atendía ella, colgaría. Si era Charlie, conseguiría la información que necesitaba engañándolo. Comprobaría que la pequeña y enfermiza broma de Rosalie era falsa y volvería a mi estado anterior, la nada.

—Residencia Swan… —respondió una voz que nunca había oído. Una voz ronca de hombre, profunda, pero todavía juvenil. No me paré a pensar en las implicaciones de aquello.

—Soy el Dr. Carlisle Cullen —dije, imitando perfectamente la voz de mi padre — ¿Puedo hablar con Charlie, por favor?

—Él no está aquí —respondió la voz. Me sorprendió oír el enojo en su voz, las palabras eran casi un gruñido. Pero eso no importaba.

—Bien, ¿dónde está entonces? —pregunté, impacientándome.

Hubo una pequeña pausa, como si el extraño quisiera negarme cierta información.

—Está en el funeral —respondió finalmente el chico.

Apagué de nuevo el teléfono.

Todo había terminado. Bella estaba muerta. Alice la había visto caer por un acantilado. Estaba muerta. Rosalie me había dicho la verdad. Muerta. Charlie estaba en el funeral.

Muerta.

Bella.

Muerta.

Era extraño, porque yo habría esperado un dolor desgarrador, una desesperación sin remedio, un abismo de tristeza…

En cambio, me sentía… vacío. Como drenado de todas mis fuerzas, de mis emociones, sólo existiendo, sin vivir siquiera. Mi poder de oír mentes había pasado a un segundo plano, sólo escuchaba una especie de zumbido indefinido.

Mi mundo había colapsado. Sin Bella, ya no me quedaba nada. Nunca la volvería a ver. Yo no era tan ingenuo como para creer que entraría al Paraíso, mientras que ella iría allí, sin duda alguna. Era la persona más gentil, desinteresada, generosa y compasiva en la que yo podía pensar.

Su suicidio ni siquiera era culpa suya, prácticamente podía decirse que yo la había empujado por ese acantilado. Era culpa mía. Mía, por dejarla sola. Mía, por no cuidarla. Mía, por permitirle mezclar su inocente vida con la mía, tan oscura.

Yo la había matado.

Como si todos mis pecados anteriores no fuesen suficientes, yo además había matado a la única persona que me había amado sinceramente.

Sólo me quedaba una opción por delante.

Después de pasar semanas inmóvil, mis movimientos fueron sorprendentemente ágiles, aunque algo mecánicos. Caminé a zancadas hacia la pequeña abertura del ático en que me escondía, salté por el ventanuco y aterricé limpiamente cuatro pisos más abajo casi sin hacer ruido. Tiré el teléfono en el primer cesto de papeles que encontré y empecé a trotar hacia el aeropuerto.

Italia me esperaba.

…:: * ::…

Levanté la cabeza, inhalando profundamente. Unos segundos más y todo habría acabado. Empecé a pensar en todos los maravillosos momentos que Bella y yo habíamos pasado juntos, y pese al dolor, no pude evitar que una ligera sonrisa apareciera en mi cara. Era ésa imagen la que yo quería llevarme conmigo, la de Bella sonriente, feliz, con su dulce sonrojo y esos ojos suyos tan expresivos.

El reloj de la torre empezó a dar campanadas. Era casi la hora. Levanté un pie, todavía con la imagen de Bella fija tras mis párpados. Los Vulturi tendrían que reaccionar, a más tardar ahora, cuando me mostrara con el torso desnudo en pleno sol delante de una plaza repleta de gente, turistas y nativos.

Sonreí más, y estaba a punto de apoyar el pie en el suelo, directo al sol, cuando un grito detrás de mí me hizo congelarme.

—¡Edward Cullen! ¡Ni se te ocurra dar ni medio paso más, grandísimo idiota!

Wow. Nunca en vida la había escuchado tan enojada…

—Retrocede. Lentamente —me ordenó su voz—. Por ese pie en el suelo. Gírate lentamente. Y vístete, estás dando un espectáculo —acabó en un gruñido.

Hice exactamente lo que me había dicho, con una enorme sonrisa. Nunca lo hubiese creído posible, pero por lo visto estábamos juntos en el Paraíso. Al menos, si estábamos juntos, ése debía ser el Paraíso.

—Asombroso. Carlisle tenía razón —no pude evitar murmurar.

Por fin, la vi. Estaba tan hermosa como siempre, aún con el ceño fruncido y los brazos en jarras, en la penumbra del callejón. Por alguna razón, tenía el cabello mojado; toda ella estaba mojada. Estúpidamente, no pude evitar sonreír.

—Son realmente rápidos —murmuré para nadie en particular, deslizando la camisa por mis brazos y empezando a abotonar los puños—. Ni siquiera sentí nada.

Mi Bella angelical resopló y rodó los ojos.

—Vamos, tenemos que irnos —dijo con voz firme, y empezó a andar por el callejón oscuro. Pese a su andar enérgico, sus pisadas no hacían ruido.

De modo que Bella era la designada para llevarme hasta el Paraíso. Sonreí más que nunca, tanto que casi me dolían las mejillas. Era justo. Ella era angelical en todos los sentidos.

Mientras caminábamos, me pregunté vagamente si Dios habría considerado mi muerte como un asesinato y por eso me estaba dejando entrar en Su reino. Pero no podía ser. Yo había cometido tantos pecados, y por muchos de ellos no me había arrepentido nunca. Además, con la muerte de Bella en mi culpa y conciencia, yo jamás podría entrar al Cielo…

De pronto noté que pese a estar a menos de un metro de Bella, no podía sentir su dulce esencia. Su olor había desaparecido por completo. Pero yo podía sentir todos los demás olores del callejón: humedad, basura, orina de gato, tierra mojada…

Por fin, después de un rato de caminar obedientemente detrás de ella, Bella se detuvo junto a la puerta de un café. Qué raro. Nunca hubiese creído que la entrada al Cielo estaba ahí. Me detuve también, mirándola con atención.

—¿Y bien? ¿No piensas abrirme la puerta? —preguntó Bella con sequedad.

Corrí a abrir la puerta y mantenerla abierta para ella, aunque entendía cada vez menos. Bella entró al café, sin hacer ni pizca de caso de mi cara de desconcierto, y se fue directo al final de la habitación, siempre evitando la tenue luz que se filtraba por entre las cortinas bordadas. La seguí, a falta de algo mejor que hacer.

Apenas contuve un jadeo al ver en una de las últimas mesas a Alice. ¿Ella también había muerto? ¿Qué había pasado? Jasper debía estar destrozado. Miré alrededor, casi esperando verlo también, pero no estaba… todavía.

—Lo salvaste —suspiró Alice con alivio, levantándose al ver que nos acercábamos.

—Por un pelo —asintió Bella, deteniéndose junto a una silla y mirándome con fijeza.

Rápidamente, corrí la silla para ella, y volví a correrla para acercarla a la mesa. Sólo después me senté yo, cada vez más confundido. Alice también tomó asiento.

—Alice, ¿qué pasó? ¿Cómo es que moriste? —pregunté con angustia. Nuestra familia estaría inconsolable, con dos de nosotros idos…

—No estoy muerta, tontuelo, como tampoco lo estás —dijo Alice, sacándome la lengua.

Está vivo y de una pieza, es más de lo que me atreví a esperar. Por suerte Bella llegó a tiempo. Los Vulturi estaban por todas partes, listos para matarlo… casi lo lograron…

—No entiendo más nada —declaré, mirando de Alice a Bella, esperando que una de las dos me explicara qué estaba pasando—. ¿Qué pasó? Rosalie me llamó y me dijo que te habías tirado por un acantilado. Dijo que estabas muerta…

Alice siseó algo muy impropio de una dama, y Bella se limitó a sonreírme con tristeza.

—Me tiré por un acantilado, pero no para matarme, sino por diversión. Los chicos de la reserva hacen salto de acantilado todo el tiempo —explicó Bella en tono ligero.

—Asumí que estaba muerta sólo porque no pude verla —explicó Alice, breve—. Sucede que no puedo ver a los licántropos, ni a Bella cuando está con ellos.

Sus pensamientos completaron lo que las palabras omitían. Los licántropos habían vuelto a surgir. Bella pasaba mucho tiempo con ellos. Eran jóvenes y apestaban… uno de ellos había sido el que atendió el teléfono cuando llamé a casa de Bella… Bella saltaba del acantilado en la visión de Alice y luego desaparecía…

—Pero, Bella, si saltaste de ese acantilado, ¿cómo es que estás viva? —pregunté con confusión.

Estiré el brazo para tomar su mano con la mía, pero mis dedos se cerraron en torno al aire. Lo intenté de nuevo, observando mi mano con atención. Bella no había movido su mano, pero mis dedos la atravesaban como si fuese humo.

Atónito, vi cómo Bella levantó su mano por un segundo, permitiendo que un rayo de sol que entraba por la ventana le diera de lleno. Fue sólo un instante antes que la bajara y volviese a refugiarla en las sombras, pero vi con claridad que su mano era translúcida, como de niebla coloreada.

Clavé mi mirada en la suya. Bella me sonreía con tristeza.

—Edward… ¿quién dijo que yo estoy viva?