Porque me di cuenta de que nunca les había contado la historia de cómo conoció Sirius a su chica, y eso es sencillamente inaceptable. Ergo, aquí está.


#17 kHz

«Sexy Sadie»

Cuando Sirius convocó una reunión de merodeadores Remus pensó que no había nada de qué alarmarse. Cuando les dijo que se pusieran sus capas porque afuera hacía un frío de los cojones y lo que sea que quisiera mostrarles estaba afuera, Remus suspiró con fastidio. Cuando les dijo que les iba a presentar a su nueva chica, los ojos de Lunático encontraron a los de Cornamenta, y se abrieron alarmados. Incluso Peter se alarmó.

Sirius jamás les haba presentado a una chica. A pesar de sus protestas, James incluso comprobó si no estaba hechizado.

Cuando Sirius los llevó a los límites de los terrenos y comenzó a adentrarse en el bosque prohibido, las alarmas de Remus sonaron.

—Solo para asegurarme —quitándose una hoja del hombro con fastidio—, esta misteriosa chica es humana, ¿verdad?

Sirius tuvo que aguantarse las risas de los tres bastardos que decían ser sus amigos hasta que, después de caminar cinco minutos (de risas) a las profundidades del bosque, llegaron a un claro.

—¿Puedo volver a repetir mi pregunta? —murmuró Remus, en voz baja, pero Sirius no le oyó, excitado con su tarea.

—Ta da —exclamó, apartando una manta que cubría un bulto que…

—¡¿Eso es una moto?¡

O algo parecido corrigió Remus. En efecto, el aparato que descansaba en el medio del claro había tenido mejores tiempos, era una gran -inmensa- y destartalada motocicleta negra, reposaba en el medio del bosque prohibido como una maquina inerte y muerta, deprimente.

Tuvo que reprimir un bufido ante las exclamaciones asombradas de James y Peter.

—Lo sé, ¿asombroso no? —y las estupideces de Sirius.

—Es basura, Canuto.

—Esto, querido Lunático —palmeó el asiento y Remus pensó que era un milagro que no se desbaratara—, es una inversión. Unos cuantos arreglos y Saxy Sadie estará como nueva.

—¿Sexy Sa…? Olvídalo —se rindió, encogiéndose de hombros

Sirius no le prestaba atención.

—Ya vas a ver Remus —derrochó convicción—, voy a hacer volar a esta chica —con su sonrisa de pornografía—, pero no te preocupes —se encogió de hombros—, te voy a guardar el asiento trasero.

Sirius se encontró la moto en unas vacaciones de verano, en uno de esos días insoportables cuando llegaba una de sus estúpidas tías con sus estúpidas túnicas carísimas, y se sentaba en la sala de estar con Walburga Black a tomar el té en tacitas de oro, a hablar de la prima Andrómeda con las cejas alzadas y la boca torcida en un rictus de desprecio.

Una de sus actividades favoritas era alejarse de la Casa lo más posible y pasearse por el Londres muggle, así consiguió infinitos tesoros, como esa radio mágica que compró en un mercadito de pulgas o el minúsculo café donde servían un plato de hamburguesas con papas fritas y malteada insuperable. O la sex-shop en la que vendían esas cosas tan chistosas que a los muggles les gustaba usar.

Así fue como se topo un día con un viejo cementerio de autos, a Sirius le gusta pensar que fue el destino el que lo guió allí, que Sexy Sadie y él estaban destinados a conocerse y ser felices juntos por el resto de sus días naturales. A Remus le gustaba decirle que estaba siendo un melodramático y que por favor, si era tan amable de callarse la boca, muchas gracias.

La curiosidad fue lo que lo impulsó a internarse entre las infinitas filas de autos apilados sin ningún cuidado, antiguos, olvidados, oxidados, inservibles e inertes. Cadavéricos y deprimentes. Pero fue la moto la que le llamó la atención, grande, negra, llamativa, probablemente ruidosa. Le costó lo suyo llevársela hasta la mansión, incluso fue tan lejos como para pagarle a un vagabundo muggle desconocido para que le ayudará a arrastrarla hasta las cercanías de la casa, cuando estuvo lo suficientemente cerca para estar oculto por la magia de la casa utilizó un hechizo para facilitar el trabajo y la coló por la parte de atrás, sonriendo como endemoniado al contemplar algo tan muggle y decadente en medio de toda esa opulencia.

Luego utilizó hechizos complicados para transportarla hasta el callejón Knockturn donde la guardó hasta que comenzó el año y pudo ocultarla en el castillo, en las profundidades del bosque.

Compró libros muggles sobre motos y mecánica que nunca entendió y, al final, después de meses de trabajo arduo, explosiones, hechizos que salieron mal y mucho aceite logró hacer que funcionara. Y que volará ostiajoder. Sirius Black tenía una cojonuda moto voladora que era completamente suya, que se había sudado, que había arrastrado y revivido con sus propias manos y estaba tan feliz que podía bailar.

Coño.

Al final la nombró Sexy Sadie, porque era su chica y la nombraba como le diera la gana y los Beatles son cojonudos. Sexy Sadie con sus curvas sinuosas, negra como una pantera, con su rugido particular, suave, de pocos kHz, seductora como un beso. Compañera inseparable, al final, como todo, volvió a sus inicios, cuando Sirius la abandonó terminó siendo chatarra y polvo en un terreno vació y abandonado, debilitada por la lluvia y oxidada, un eco de lo que fue, un reflejo de todo lo demás.

Con miles de historias que contar.