Hellsing no me pertenece, sino a Kouta Hirano. Este fic, hecho sólo por "diversión", participa en el Reto Anual 2017 del foro La Mansión Hellsing.

Ahora a lo que me truje: no tengo idea de lo que hice, como siempre, pero aquí está. Siento como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que escribí algo y, de hecho, esto aún no está terminado, pero la ansiedad y mi lentitud me ponen mal, así que ya publico el primer capítulo, porque creo que habrá otros dos más, pero no aseguro nada (por eso lo pongo en la categoría de completo). De un tiempo para acá me ha llamado mucho la atención la pareja Heinkel-Seras, pero no he encontrado mucho sobre ellas (para mí, Heinkel es mujer), por eso hice esto. Se supone que este fic corresponde al reto número 3 (un limón); en todo caso, se trata de un limón muy implícito, de esos que casi no tienen jugo, pero espero que tenga sabor.

Si mi ansiedad y pereza me lo permiten, "pronto" subiré lo que resta. Todo lo que se narra es desde la perspectiva de Heinkel; se trata de pensamientos o imágenes que, sin un sentido aparente, van hilvanando poco a poco esa situación. Como sea, gracias por llegar hasta aquí.


Adverbios

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Cantidad

Espera en la oscuridad de ese callejón, espera pacientemente, porque no tiene caso la ansiedad, ya no. Sostiene un cigarrillo entre los labios, pero no fuma, deja que el tabaco se consuma con lentitud y el humo se escape con la brisa. Es una noche fresca de primavera, hay algunas nubes en el cielo, pero no las suficientes para que llueva. Alza los ojos cuando ve un rayo alumbrar débilmente las nubosidades, sonríe con ironía y tira lo que queda del cigarro al suelo. Ya llega...

...

Casi podría amarla, más allá de lo que es: de su figura insinuante; de la sonrisa asesina e inocente que se forma en sus labios de manera imperceptible para el resto del mundo; de su voz tersa gimiendo cuando sus cuerpos se encuentran furiosos y anhelantes. Casi podría amarla, a ella y no sólo su piel suave y fría, su carne firme, sus pliegues arriesgados y sus curvas serpenteantes... Sí, tan dañina como la serpiente; tan peligrosa como el pecado original, pero, al mismo tiempo, tan grata y hermosa como la amada sulamita...

...

"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!

¡Me has robado el corazón
con una sola de tus miradas,
con una sola vuelta de tus collares!
¡Qué hermosos son tus amores,
hermana mía, novia mía!
Tus amores son más deliciosos que el vino,
y el aroma de tus perfumes,
mejor que todos los ungüentos."

...

Pero sus ojos son también tizones de las llamas del infierno, su boca contiene los más malignos venenos y su piel es una extensión de la mano de Satanás. Es un lobo inclemente y feroz envuelto en la piel de un cordero... Un monstruo sin alma... Como ella, porque se parecen tanto que es imposible no odiarla. Sin embargo, casi podría amarla con arrebato, con sinceridad, como si sus vidas fueran normales y ellas no fueran enemigas. Casi podría amarla y eso la enfurece y reconforta.

Entonces lo recuerda a él y su rivalidad con aquel monstruo, con el viejo vampiro, y no puede evitar comparar ambas situaciones. Pero no es lo mismo: tal vez ellas sean sus sucesoras, pero no son iguales... No lo son. La draculina no ha vivido mucho su nueva "vida" y ella no ha "muerto" tantas veces en su nueva existencia; no hay ese "piadoso" afán de proporcionar un gran final a su adversario; no existe ese respeto camuflado de desprecio... En su caso, se trata de deseo que se cubre de odio y una débil repulsión, tan débil que podría ser falsa.

...

Esa noche se encuentran. Sus ansias son palpables, tan evidentes en el brillo de sus ojos, tanto que al cerrar la puerta de la habitación lo primero que hacen es lanzarse una contra la otra, como si quisieran acabarse, destruirse, amarse con toda la fuerza de la que son capaces.

Ella ataca la boca de la draculina y, como si bebiera un elixir letal, siente que su fortaleza se va poco a poco; sin embargo, no flaquea, no está dispuesta a hacerlo... nunca, o eso cree, pues algo se lo sugiere en su interior: una voz, la voz del demonio que toma forma en el cuerpo de una vampiresa... Esa mujer fatal, de un encanto irresistible y devastador... La odia tanto que desearía que desapareciera... entre sus brazos, y devorar cada centímetro de su piel, destrozar pedazo a pedazo todo su cuerpo, pero antes hacerla agonizar, retorcerse de dolor y placer.

La odia tanto que casi podría amarla...

Se separan por un breve instante, para que esa que necesita el aire para vivir respire de nuevo, pero pronto vuelven a unir sus bocas. Sus dientes chocan por el impulso que han ejercido al juntarse, mas no les importa. Una dócil inclemencia, contradicción pura, ha caracterizado sus encuentros, desde el primero hasta el último, y hay algo que les dice que tal vez siempre será así: un sentimiento oculto, que se niegan a nombrar; no obstante, saben que es ese mismo que les provoca sentirse libres y prisioneras, cuando están lejos una de la otra.

Heinkel se detiene de repente y aparta a Seras colocando con cuidado sus manos en el rostro de la antaño policía. La observa con atención, como si buscara algo en su semblante, pero solamente ve sus mejillas coloreadas de un leve carmín, un destello intenso en esos ojos de fuego y sus labios rojos, hinchados y trémulos que en silencio reclaman los suyos. Es tan bella que casi podría amarla...

La chica policía se acerca nuevamente, con cuidado también, y le da un beso suave, tan suave y dulce que ese calor, bien conocido y aborrecido por la Iscariote, surge otra vez en su pecho y le provoca responder esa caricia. Pero ella no es delicada, no puede permitírselo, por eso vuelve a tomar a Seras entre sus brazos, para estrecharla fuerte, como si nunca quisiera alejarse de ella, mientras los besos se hacen más y más intensos y el contacto de sus cuerpos incrementa. Luego de eso, todo es como cada vez, como cada noche clandestina.

Y cuando se han saciado de sus desnudeces, cuando ya han saboreado todo lo que el cuerpo de cada una puede dar a la otra, caen exhaustas en la cama, conscientes de que, aunque se empeñen en negar toda posibilidad, esa no será la última vez que estén juntas. Mientras se recuperan y la agitación pasa, afuera comienza una lluvia desganada que apenas hace ruido al caer en el pavimento.

- Eres muy débil para ser un monstruo - Heinkel susurra.

- Tú también - Seras responde al tiempo que voltea a verla, pero ella no se molesta, porque la sirviente de Hellsing dice la verdad.

Heinkel calla unos segundos antes de devolver la mirada, esa que ambas se dan siempre, aunque en los ojos de la draculina se ve más sincera: una mirada de alegría satisfecha. - Es hora de irse - dice y se incorpora, dándole la espalda a la otra. Entonces Seras sonríe, por inercia o por convicción, pero siente la necesidad de hacerlo, tal vez para romper la seriedad del momento o desviar la atención de lo que les pesa tanto y no se atreven a admitir en voz alta, aunque sus actos las delaten silenciosamente.

...

Después de todo, pertenece a un grupo que lleva el nombre de un traidor. ¿Qué más da hacer lo que hace? Su alma ya estaba condenada mucho antes de eso y por cosas peores. Pero eso es diferente. No es como cuando jala el gatillo de su arma, para ejecutar a un monstruo, o a un impío... Es distinto... Se pregunta si el Diablo tiene algo que ver en eso, pero al punto se responde que es una ingenuidad pensar así, pues el infierno y el demonio son algo tan cotidiano que no sirve de nada culparlos de sus errores y pecados. Anderson lo sabía muy bien, por eso su locura; Yumiko lo intuía, por eso huía de sí misma; y ahora ella pelea consigo misma, pero sólo de palabra, pues su voluntad hace mucho ha sido doblegada, aunque no lo acepte, y todo por la franqueza, la candidez y el suave atrevimiento de una mujer, su enemiga natural...

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Cada vez que se encuentran en la penumbra de ese cuarto de hotel, hay algo que ambas se esfuerzan por grabar de forma indeleble en sus corazones: los detalles, hasta los más ínfimos, que llenan el ambiente después de que la pasión se ha calmado. Lo hacen porque anhelan encontrar un poco de paz en ese caos que se desencadena en su interior incluso con un pequeño roce de piel o una mirada. Retazos inofensivos de sus encuentros y que atesoran celosamente: el ruido que las aspas del ventilador hacen al girar; las gotas de agua cayendo suavemente en la calle; el crujido de sus ropas al ser vestidas de nuevo; la débil luz de las lámparas públicas que alcanza a atravesar la tela de la cortina; la levedad de los pliegues de la sábana que arrastra a un costado de la cama; el casi imperceptible aroma a tabaco de la cajetilla que Heinkel guarda en su chaqueta; la esencia dulzona del detergente en el uniforme de Seras...; la llave de la habitación tirada descuidadamente en la mesita de noche; la alfombra gruesa que cubre el piso; el viejo papel tapiz, pero cuidado, de las paredes; el sutil rechinido del colchón ante cada uno de sus movimientos, antes de levantarse... Sin ponerse de acuerdo, las dos suspiran al mismo tiempo y sonríen al darse cuenta, pero no giran para ver a la otra a la cara. No podrían demostrarse esa ligereza y amabilidad tan fácilmente... aún no.

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Porque en su mente la misma frase se repite insistentemente como una oración, como una letanía llena de fervor: casi podría amarla...

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Cuando están completamente vestidas, se dan la vuelta, pero se niegan a levantar la vista para mirar a la otra. Sin embargo, Heinkel no necesita verlo para saber que el rostro de la draculina está ligeramente sonrojado, y Victoria sabe muy bien, aun cuando mantenga sus ojos fijos en el suelo, que la boca de la Iscariote se curva en lo que bien podría ser una sonrisa.

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Podría... Es lo que piensa, mientras se detiene en la puerta de la habitación, con el pomo de la puerta sujetado. Seras se ha adelantado y la espera al final del pasillo. Podría amarla... Es todo y ninguna otra palabra más. Cierra la puerta.

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Porque el "casi" ya no tiene sentido para Seras, no, ahora se trata de "siempre": podría amarla siempre, cada día y cada noche de su no vida; en cada rivalidad "oficial"; en cada "enfrentamiento" amoroso; con cada beso... Hasta la última gota de su sangre y hasta el más pequeño trozo de su carne, que con gusto devoraría, para tenerla eternamente a su lado. Podría amarla siempre y no se arrepentiría jamás.