No pensaba hacer más que subir esta vieja historia con unos pequeños ajustes y ya está, pero no le puedo negar nada a blahblahblah0987, así que aquí va un capítulo extra


Tuvieron que parar porque Minnie tenía pis, aunque ya era hora de tomarse un descansito para estirar las piernas y quizás comer algo. Aún les quedaban unas cuantas horas de viaje. Mientras Pyro llevaba a Minnie a un lado de la carretera para que evacuara, Dell sacaba a Wilbur y lo dejaba corretear un poco por ahí, donde pudiera verlo, antes de darle un zumo. Ofreció otro a Irene, y ella lo rechazó. No tenía hambre, tan solo necesitaba pasearse un poco. Se limpió las gafas, que estaban empañadas por culpa del sudor, y se deshizo una trenza para volver a hacérsela correctamente. Contempló después el paisaje árido que les rodeaba, donde había algunas construcciones de madera pero no se veía rastro alguno de seres humanos. Casi parecía que allí no tenía cabida la vida, porque ninguna planta, por muy insignificante que fuera, había echado raíces en ese lugar. La niña miraba con tanta curiosidad que Dell se le acercó. Iba a preguntarle a su hija si le gustaba aquel sitio tan diferente a Bee Cave cuando él mismo se dio cuenta de adonde habían ido a parar. Irene vio a su padre mirar a su alrededor y se preguntó por qué se había quedado mudo, qué veía que era tan interesante.

Apa, mira, apa, el osaurio rosa—balbuceó Wilbur, mostrándole a Dell el dinosaurio que aparecía en su brick de zumo.

Dell no pareció escucharlo. Entonces tomó al niño en brazos, le acarició el pelo y echó a caminar hacia aquellas montañas de piedra rojiza, e Irene lo siguió tras dudar un poco. No debía de ser nada peligroso, porque su padre no le impidió que fuera con él, pero el crujir de la madera de aquellas casetas altas a causa del viento le daba miedo, porque parecía que se iban a derrumbar sobre sus cabezas en cualquier momento. Por si acaso, no se separó de su lado.

Tan solo se detuvo un momento mientras Dell seguía caminando para observar unas marcas en una pared de piedra. A pesar de que al final del verano comenzaría el primer año de colegio, Irene sabía perfectamente cómo eran los agujeros que dejaban las balas. Aunque el tiempo los había difuminado, estaba completamente segura de que eso era precisamente lo que eran. Eran enormes, por lo que pudo comprobar. Quiso mirar si las balas estaban aún alojadas, porque quería saber si eran igual de grandes o más que las enormes balas que le había enseñado el tito Heavy, pero corría el riesgo de que se le atascaran los dedos, y su padre se había alejado demasiado. Dejando atrás el mural, salió corriendo para darle alcance. Por fortuna, Dell se había detenido para mirar una de las casetas, que tenía una puerta metálica, de esas que se abrían para arriba. El hombre se quedó un momento pensativo, luego dejó a Wilbur en el suelo y probó a levantarla. Había pensado que estaría cerrada, pero alguien hace mucho tiempo se olvidó de echarle la llave.

Wilbur siguió a su padre como un patito mientras él se adentraba en la sala. El suelo estaba lleno de polvo, tierra y algunas manchas oscuras. Se veía que nadie se había tomado la molestia de limpiar, tampoco. Los ojos de Dell se fijaron en cada detalle, abrió un armario blanco y comprobó que aún estaba provisto de munición y botiquines (que a esas alturas estarían llenos de material más que pasado).

— ¿Qué hacéis aquí?

Pyro se adentró con su hija mediana de la mano y miró a su alrededor, aunque no con la fascinación de Minnie.

— ¿Has visto qué grande es esto?—le dijo a su hermana mayor, con sus ojos azules como platos—. ¡Aquí cabe un elefante!

— ¡Dos!—replicó ella, fijándose en las dimensiones de la sala.

Wilbur no dio su opinión, porque se quedó entre sus padres, mirando a uno y otro en silencio como si fuera un espectador de un partido de tenis.

— ...¿Te acuerdas, Pyro? ¿Te acuerdas de este sitio?

— Mmm...

— Badlands...De todos los lugares en que podíamos haber parado...Justamente en Badlands...

Pyro no dijo nada. Los recuerdos de aquella época eran muy confusos y, a decir verdad, nunca había sabido muy bien dónde estaba. Pero, ahora que Dell lo mencionaba, ese lugar le sonaba mucho.

— Aquí fue nuestra primera misión...—se dibujó una sonrisa en los labios de Dell—. Qué mal lo pasé la primera vez que me mataron. Me volaron la tapa de los sesos, y cuando me regeneré me fui corriendo a un rincón y vomité hasta la primera papilla. Algunos me miraron como si fuera una nenaza o algo así, pero les cerré la boca, ¡vaya que si se las cerré!, cuando puse el centinela.

Rió suavemente.

— ...Y también fue aquí fue donde hablamos por primera vez...—añadió.

— Sí...De eso sí que me acuerdo—ahora era Pyro la que sonreía—. Me acuerdo de verte con tu caja de herramientas, tu casco amarillo...Me pareciste guapo.

Dell iba a decir que él, por el contrario, se había sentido intimidado, porque Pyro parecía una criatura horripilante que murmuraba cosas ininteligibles a través de su máscara, pero se mordió la lengua y simplemente calló. El traje y la máscara habían quedado relegados a un baúl en su taller. En su primer embarazo había tenido que renunciar a él, porque su tripa hacía imposible ponérselo; luego, con los dos que siguieron y lo engorroso que era dar el pecho con ello, por no hablar del calor sofocante en verano, el traje fue abandonado poco a poco en favor de ropa corriente, indudablemente más cómoda y fresca. Ahora Pyro era una mujer normal, aunque solo fuera en apariencia. Y Dell estaba encantado porque deseaba verle la cara todos los días.

— Y ahora, ya ves. Esto se cae a pedazos—suspiró Dell.

Mann se había derrumbado y todo por lo que habían peleado también. Iba a decirlo, pero de nuevo prefirió quedarse en silencio.

Tanto luchar, tanta sangre derramada para dejar que aquel cochino lugar se pudriera. Todo aquel esfuerzo y sufrimiento para nada.

Entonces, sus ojos se posaron en sus hijas, que seguían debatiendo sobre cuánto podía medir la sala, calculándolo mediante zancadas, y se corrigió a sí mismo.

No. No todo había sido inútil.

— ¿Crees que le importaría a alguien si lo llenara de arco iris?—murmuró Pyro, hablando en parte consigo misma.

— No creo, pero será mejor que lo dejes como está. Al menos hasta que nos vayamos.

Dell se pegó a ella, posó sus manos en sus caderas y le dio un profundo beso en los labios. Pyro rió.

— ¿A qué ha venido eso?

— Porque te quiero. Simplemente por eso.

— Ah. Bien, entonces—y Pyro le devolvió el beso.

Wilbur tuvo claro que no comprendía a sus padres. Iba a quejarse de que se aburría cuando su padre se anticipó felizmente a sus deseos:

— Bueno, niños. Nos queda un buen camino hasta la playa, así que es hora de ponerse en marcha.

Las niñas habrían querido quedarse un poco más, porque ese sitio era estupendo para jugar, pero recordaron la playa y siguieron sin chistar a sus padres. Pyro cogió de la manita al pequeño mientras Dell se quedaba atrás, para echarle un último vistazo a la sala de regeneración antes de echar el cierre. La familia cruzó de nuevo el paraje hasta volver al coche. Mientras Dell abrochaba la sillita de Wilbur y Minnie e Irene se sentaban a su lado, charlando sin parar, Pyro se detuvo y volvió a mirar el paisaje.

— ¿Qué haces?—le preguntó Dell.

— Me despedía—contestó ella.

Dell volvió los ojos hacia las casetas, asintió con la cabeza y fue a sentarse. Pyro apenas tardó unos segundos en seguirlo. Ocuparon sus puestos y, con las energías renovadas, continuaron su viaje.

La cerilla por fin prendió y la estructura de madera comenzó a quemarse.