22

—Se habrá acordado de retirar esos retratos de criminales, espero.

—Por supuesto, señora Hudson. Sé que Watson no querría tener esas caras mirándolo fijamente en la oscuridad —respondió Holmes con paciencia mientras ordenaba su habitación.

Había decidido cederle su habitación a Watson, al menos hasta que el doctor se recuperara, para que no tuviera que subir un tramo extra de escaleras.

Holmes temblaba presa de una nerviosa energía. Por fin dejaban salir a Watson del hospital. Volvería a Baker Street, a donde pertenecía. Pero mezclada con su alegría había una ligera pizca de miedo. No habían vuelto a hablar del secuestro después de que Holmes le explicara que Wilson había estado detrás de todo. Holmes aún ignoraba los detalles completos del cautiverio de Watson, y éste desconocía los detalles completos de la investigación de Holmes. Ninguno parecía dispuesto a sacar nuevamente el tema.

"Pero tendremos que hacerlo", pensó Holmes, sacando el reloj de Watson del cajón de su escritorio.

Contempló el metal retorcido durante unos instantes. La levita ensangrentada de Watson seguía en la silla en la que Holmes la había dejado después de que Wilson la trajera. La jactanciosa sonrisa de Wilson cruzo flotando su mente. Holmes sacudió la cabeza, intentando borrar su imagen.

Antes de salir del apartamento, se aseguró de que llevaba consigo una muda de ropa para Watson.

—Me voy, señora Hudson —dijo Holmes, bajando las escaleras—. Watson y yo volveremos pronto.

X X X

Había visitado la habitación de Watson tantas veces que ya no necesitaba que lo acompañaran hasta allí. Cuando entró, encontró a Watson sentado en la cama, con las rodillas dobladas contra el pecho y los brazos alrededor de las piernas. Parecía tan vulnerable que a Holmes se le partió el corazón. Por fin le habían quitado las vendas, pero las cicatrices seguían allí. Podía ver la de la frente desde el otro extremo de la habitación, aunque Watson había hecho todo lo posible por ocultarla bajo el pelo.

"Tendrá que ver esas cicatrices cada vez que se vista", pensó Holmes, tragando saliva.

Por una fracción de segundo Holmes se encontró una vez más en la guarida de Wilson, con Watson yaciendo en el suelo roto y ensangrentado, ajeno a sus llamadas.

—¿Holmes? —dijo Watson, preocupado.

El detective parecía aún más pálido de lo habitual y tenía cercos oscuros bajo los ojos. Al parecer, aquella experiencia había sido tan infernal para Holmes como lo había sido para Watson. Watson pensó que hablar de ello podría ayudarlos, pero Sherlock Holmes no era el tipo de hombre que disfrutara hablando de sus sentimientos.

Además, estaba el hecho de que el propio Watson era reacio a hablar de lo sucedido. ¿Cómo podía contarle a Holmes que aún podía sentir los dedos de Wilson acariciando su pelo, la hoja del cuchillo recorriendo su cuerpo…? Se estremeció y alzó rápidamente la cabeza para comprobar si Holmes lo había notado.

Claro que sí. Su mirada estaba llena de preocupación.

Por un rato, los dos hombres se limitaron a mirarse el uno al otro. Al final, Holmes rompió el silencio.

—Le he traído algo de ropa de casa —dijo, tendiéndole la bolsa a Watson—. La señora Hudson está deseando volver a verlo —añadió.

Watson sonrió.

—Yo también deseo volver a verla.

Más silencio.

Holmes se aclaró la garganta.

—Saldré para que pueda vestirse.

Y dejó rápidamente la habitación.

"Todo irá mejor cuando haya vuelto a Baker Stret —intentó convencerse—. Por fin las cosas podrán volver a la normalidad."

El trayecto en coche transcurrió en silencio, salvo por el ruido de los cascos de los caballos sobre el pavimento. No se trataba del habitual silencio amigable que Holmes y Watson estaban tan acostumbrados a compartir. Era un silencio denso y pesado que parecía crear cierta distancia entre ellos.

"Hablar de lo ocurrido ayudaría, seguro —pensó Watson—, pero no quiero obligar a Holmes a hacer nada que no quiera."

Watson intentó decidir si debería dejar que Holmes diera el primer paso. Una de las cosas que más enorgullecían al detective era ser capaz de controlar cualquier situación. Y ya que todo había estado fuera de su control durante aquella pesadilla, ésta era su oportunidad de recuperarlo.

"Pero ¿cómo sabrá que estoy dispuesto a escuchar si no hablo? —se preguntó Watson—. Tendré que contarle todo por lo que pasé. Y aunque no lo culpe en lo más mínimo, él sí se culpará por no haberme encontrado antes."

Aunque Holmes no lo supiera, sus propios pensamientos eran casi idénticos a los de Watson. Sabía que tendrían que hablar de lo ocurrido. No podían barrerlo bajo la alfombra y seguir como si nada hubiera pasado.

Otro motivo de la renuencia de Holmes era el miedo. ¿Y si Watson recuperaba los recuerdos de esa noche y comprendía que Thurston lo había traicionado? Saber que la persona por la que se había preocupado todo este tiempo había hecho algo así le dolería terriblemente. Y además sabría que Holmes le había mentido. Meneó la cabeza.

"Lo hago para protegerlo. Thurston ha pagado por sus actos con la vida. Watson no necesita conocer todos los detalles. Además, por crueles y egoístas que hayan sido las acciones de Thurston, no carecía de remordimientos."

El coche llegó a Baker Street. Holmes salió primero y luego ayudó a Watson a bajar.

—Aquí estamos —dijo, intentando sonreír—. Ah, Watson, espero que no le importe que haya reorganizado un poco las cosas.

—¿Y eso?

—Se quedará en mi habitación hasta que esté más restablecido. Ya he limpiado un poco. Le parece bien, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo Watson, conmovido por el gesto—. Gracias.

La señora Hudson ya había servido la comida cuando subieron las escaleras.

—Gracias, señora Hudson —dijo Watson, arreglándoselas para reprimir un respingo cuando ella le dio un ligero abrazo.

Ella le devolvió la sonrisa. Ésta vaciló de manera casi imperceptible al ver la cicatriz de la frente, pero un momento después se reafirmó.

—Me alegro mucho de volver a verlo, doctor —dijo con voz queda—. Muchísimo.

Tras una última mirada a Holmes por encima del hombro, salió de la habitación.

—No hay duda de que es una mujer maravillosa, ¿verdad? —dijo Watson.

Holmes asintió, de acuerdo.

Aquel silencio casi insoportable prosiguió durante el almuerzo, sólo roto por el ruido metálico de los cubiertos.

Holmes no sabía si podría soportarlo durante mucho más tiempo. Las palabras que ansiaba pronunciar seguían atascadas en su garganta, negándose a salir. Recogió el violín del suelo.

—¿Le parece bien que toque un rato? —preguntó.

Watson levantó la cabeza, sorprendido por la pregunta.

—Por supuesto, Holmes. Me encantaría escucharlo.

"Sobre todo porque llegué a creer que nunca volvería a escuchar su música", pensó.

Holmes se acurrucó en su silla junto a la chimenea y Watson se tumbó en el sofá.

La música que fluyó del violín era tan bella y tan triste a la vez… Watson cerró los ojos, permitiendo que lo inundara. Dejó vagar su mente y durante unos momentos la distancia entre él y Holmes desapareció.

Sólo cuando el reloj anunció su correspondiente cuarto de hora salió Holmes de su ensueño. Al levantar la cabeza, vio que Watson se había quedado dormido. Holmes se percató, además, de que, mientras tocaba, también había estado llorando. Esperaba que Watson no se hubiera dado cuenta.

"¿De verdad sería tan terrible? ¿Que supiera que realmente te preocupas por él?"

Holmes no lo sabía. Teniendo en cuenta todos los horrores que había vivido en las dos últimas semanas, que Watson lo viera llorar debería ser la menor de sus preocupaciones.

Holmes dejó el violín y contempló a Watson mientras dormía. Ahora que el doctor estaba fuera del hospital, no había nadie para ahuyentar a Holmes de su lado.

Hasta ahora, el sueño de Watson era tranquilo. Holmes se preguntó si su amigo estaría soñando. Esperaba que sus sueños fueran placenteros.

Holmes reprimió un bostezo. Tal vez él también debería dormir un poco. Ambos se encontraban en la misma habitación, así que si Watson tenía algún problema, Holmes lo oiría. No le haría daño cerrar los ojos un ratito, ¿verdad? Hacía al menos dos días que no tenía pesadillas. Debería poder dormir sin temor.

X X X

Estaba muy oscuro y hacía frío. Watson intentó mover los brazos y descubrió que no podía. Sus piernas también se hallaban inmovilizadas.

"No —pensó—. Holmes me salvó, me dijo que Wilson había muerto."

Los forcejeos de Watson se hicieron más desesperados. Tenía que huir antes de que Wilson regresara, tenía que hacerlo.

¿Era esto un sueño? ¿O había sido su estancia en el hospital un largo sueño febril que había llegado cruelmente a su fin? ¿Dónde estaba Holmes?

Watson abrió la boca para gritar, pero una mano enorme cayó sobre ella, silenciándolo.

—Shhh, shhh, shhh —dijo aquella voz odiosa. Unos dedos se deslizaron por su pelo mientras la mano oprimía con más fuerza su boca—. Quédese quieto, ¿de acuerdo? Se va a cansar.

Ahora, Watson sintió el frío acero contra su cuello. Intentó retorcerse y sintió la sangre, fluida y cálida, manar de la herida. De nuevo intentó gritar, pero el único sonido que produjo fue un terrible gorgoteo cuando la sangre brotó de sus labios formando burbujas. Por encima de él oyó la risa de Wilson, cada vez más fuerte, hasta resonar en las paredes de su prisión. El sonido se hizo casi ensordecedor, y aquellas manos lo agarraron por los brazos, zarandeándolo.

—¡Despierte! ¡Despierte! —gritaba Wilson entre un vendaval de carcajadas—. ¡Despierte!

X X X

—¡Watson, despierte! —suplicó Holmes, demasiado alarmado para disimular el miedo que vibraba en su voz.

Se había quedado adormilado en la silla y se encontró sumergido en una terrible pesadilla en la que Watson gritaba pidiendo auxilio sin que él pudiera encontrarlo. Holmes despertó al descubrir que al menos una parte del sueño era real. Watson se había caído del sofá, pero seguía dormido, atrapado en su propio sueño terrible. Ahora, Holmes intentaba despertarlo desesperadamente.

—¡Vamos, viejo amigo! ¡Soy yo, Holmes! ¡Por el amor de Dios, despierte!

Por fin Watson abrió los ojos. Miró desesperadamente a su alrededor hasta acabar encontrando los ojos de Holmes.

—¡Holmes!

Se relajó y luego apartó rápidamente la mirada.

—Lo siento, Holmes. No pretendía despertarlo —dijo con voz queda.

—No tiene por qué disculparse, Watson —lo tranquilizó Holmes.

"Está avergonzado, y sigue asustado. ¿Qué puedo hacer para calmarlo?", se preguntó.

Y entonces, la respuesta acudió a él.

—Usted no es de acero, Watson. Ha pasado por una ordalía terrible. Me preocuparía más que no sufriera pesadillas.

Holmes pensó con cuidado qué decirle a continuación.

—¿Desea hablar de ello? Puede que se sienta mejor sacándolo fuera que guardándolo dentro. —Holmes compuso una débil sonrisa—. ¿No es eso lo que suele decirme?

Watson bajó la mirada, mordiéndose el labio.

—Tal vez —dijo con voz queda—. Pero sólo… —Se detuvo.

—…¿si le cuento lo que pasé yo? —concluyó Holmes en su lugar.

Fue recompensado por un levísimo destello en los ojos de Watson. El doctor asintió.

—Muy bien —dijo Holmes, ayudándolo a levantarse—. Vamos, venga conmigo.

Condujo a Watson hasta el escritorio y sacó el reloj del cajón superior.

La sorpresa agrandó los ojos de Watson.

—¿Qué le ha ocurrido?

—Wilson lo trajo junto con la levita que usted llevaba la mañana siguiente a su secuestro —le explicó Holmes—. El reloj estaba intacto, pero la levita… —Tragó saliva— tenía un tajo en el lugar donde él lo había apuñalado.

Watson se llevó al hombro una mano temblorosa.

—Dios mío —susurró.

Durante su cautiverio, Wilson le había parecido un auténtico loco, pero presentarse así en Baker Street…

Holmes le explicó que Wilson utilizaba un alias, y que preparó el desafío y sus reglas. La habitual palidez de su rostro fue aumentando a medida que hablaba. Watson se encontró apoyando una mano en la muñeca de Holmes. Éste no la retiró. Continuó contándole sus sospechas de que pudiera ser una trampa, pero que no tenía más opción que seguirle la corriente.

Cuando llegó a la parte en la que descubría a Watson, su voz estuvo a punto de quebrarse y tuvo que tragar saliva varias veces hasta recuperar el control.

—Me sentí desesperado cuando no logré hacer que reaccionara. Temí haber llegado demasiado tarde.

»El primer disparo de Wilson me alcanzó en el hombro, para captar mi atención, y me impidió devolver el fuego —explicó Holmes—. Por eso he llevado el brazo en cabestrillo los últimos días. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurró—. El segundo disparo iba dirigido a mi corazón, pero este reloj —Lo señaló con la cabeza— detuvo la bala.

—Caramba… —dijo Watson con un hilo de voz—. Supongo que fue entonces cuando llegaron Lestrade y Gregson…

—Entonces, ¿lo recuerda? —preguntó Holmes, curioso, mirando a Watson a los ojos.

—No con mucha claridad —admitió éste—. Recuerdo vagamente escuchar la voz de Gregson intentando tranquilizarme, diciendo que me iba a llevar al hospital y que usted se reuniría allí con nosotros. Aparte de eso, no recuerdo mucho más.

—Tuvimos suerte —reconoció Holmes—. Si ellos no hubieran llegado en ese momento… —Cambió rápidamente de tema—. ¿Qué más recuerda?

Holmes rezó para que esos recuerdos no incluyeran a Thurston.

Watson se estremeció ligeramente. No quería expresar en voz alta todo aquello por lo que había pasado, pero ¿cómo podía negárselo a Holmes después de que su amigo hubiera liberado sus propios demonios?

—Recuerdo estar hablando con Thurston —comenzó, experimentando una punzada de pesar por su amigo fallecido—. De pronto, desperté en medio de la más absoluta oscuridad. Cuando intenté moverme, oí una voz que me dijo que me estuviera quieto. —Watson tragó saliva—. Entonces sentí que alguien me quitaba la camisa…

X X X

La señora Hudson fue bruscamente arrancada de su sueño por los gritos que venían del piso superior. Pero para cuando se hubo puesto la bata y llegado a mitad de las escaleras, ya habían cesado. Terminó de subir, ahora más despacio.

Al otro lado de la puerta pudo oír al doctor y al detective hablando en voz baja. Aunque sus voces eran demasiado tenues para distinguir lo que decían, estaba claro, por su tono, que estaban hablando del secuestro.

Aun sabiendo que escuchar su conversación supondría una seria invasión a su privacidad, no pudo obligarse a irse. Por fin volvían a estar juntos, donde pertenecían… Sintió un escozor en los ojos.

"Es bueno que estén hablando", pensó.

Ahora podía comenzar la auténtica recuperación.

Pronto las voces se detuvieron. La señora Hudson contó mentalmente hasta treinta antes de abrir la puerta en silencio. Lo que vio la hizo sonreír.

Holmes y Watson se habían quedado dormidos en el sofá, tomados de las manos.

FIN