Buenas a todos. No sé si me recordaréis, porque hace muuuucho que no paso por aquí con algunos de mis fics. De hecho, no tenía pensado escribir ninguno, pero como se dice en mi tierra, "me ha dado la picá". Y aquí tenéis el primer capítulo de Diez días. Veamos... Romance, angustia, tristeza... BlossomxBrick sobre todo. Intentaré poner algo de las demás parejas, pero no me obliguéis demasiado. Por cierto, si veis alguna falta de ortografía, es porque no tengo demasiado tiempo para revisarlo. Vamos, que no lo he hecho.

Creo que nada más que decir. Espero que os guste.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen y bla bla bla bla...

Vamos al lío.

Diez días

Capítulo 1: Primer día

Corría por el bosque de las inmediaciones de Towsville en mitad de la noche. Veía a mis hermanas correr delante de mí, y a la vez escuchaba pisadas a mi espalda. La oscuridad nos daba la ventaja suficiente como para escondernos. La luna llena era testigo de nuestra huida. Dios, ¿cómo habíamos llegado a esto? Teníamos que despistarles.

De dos zancadas, alcancé a Bubbles y la agarré del brazo para guiarla hasta el escondite que nos ofrecía el tronco de un árbol gigante. Buttercup nos siguió a mi señal y permanecimos quietas y calladas en nuestro escondrijo momentáneo. Abrazada a mi hermana pequeña, la notaba temblar. La miré. Estaba llorando en silencio, temerosa de que nos encontraran. Buttercup permanecía en tensión, con los ojos muy abiertos y la mandíbula apretada. Yo estaba totalmente alerta, agudizando el oído para percibir cualquier tipo de sonido que me indicara que estaban cerca.

Escuchamos pasos que se acercaban, contuvimos la respiración agarrándonos las manos. Cerré los ojos, esperando lo peor.

Dios, ¿cómo hemos llegado a esto?, volví a preguntarme.


Todo había empezado el día anterior, cuando el Alcalde nos llamó alarmado. Mojo Jojo atacaba la ciudad, y no iba solo. Los Rowdyruff boys estaban con él. ¿Cuándo habían vuelto a unirse? Hacía años que no trabajaban juntos, desde que Him los había devuelto a la vida. De eso hacía ya más de trece años.

Sin perder un segundo, salimos hacia el centro de Towsville. No sabía por qué, pero la situación me daba muy mala espina. Los Rowdyruff boys siempre habían sido muy independientes, y mucho más desde que habían cumplido la mayoría de edad. Creían seriamente que trabajar con alguien más les quitaba puntos. ¿Por qué ese cambio tan repentino?

—¡Veo algo! —anunció Bubbles cuando ya estábamos a punto de llegar.

Yo también lo veía. Era una máquina enorme, un robot seguramente. Mojo había vuelto a experimentar en su volcán-laboratorio. Alrededor de su gran invención, tres figuras nos esperaban impacientes y con unas sonrisas que me daban escalofríos cada vez que las veía. ¿Qué estarían tramando?

Buttercup se lanzó antes de que yo pudiera dar ninguna orden. Sus impulsos eran aún más irrefrenables cuando se trataba de Butch. Mi hermana lo odiaba a muerte; más que a cualquier otro villano. Bubbles hizo lo propio y voló hasta su oponente. Por mi parte, yo me dirigí a Brick sin quitarle ojo a la máquina que esperaba en tierra con Mojo Jojo dentro. Una vez que pude verla de cerca, comprobé que no se trataba de un robot tan y como yo había pensado. No tenía brazos ni piernas. De hecho, dudaba que pudiera moverse de su lugar. Era una gran armatoste de cuyo función nada sabía.

—¿Qué es ese trasto? —le pregunté a Brick con tono imperante, señalando al invento de Mojo.

—¿Trasto? —escuché la voz de Mojo Jojo por un micrófono—. ¿Cómo te atreves a llamar a mi gran obra trasto, niña? ¿Trasto? No, no es un trasto. Este invento, mi gran obra, no puede ser un trasto. Porque si fuera un trasto no haría lo que hace, y lo que hace definitivamente no es lo que hace un trasto. Así que no es un trasto.

Una farola se estampó contra la máquina, haciéndola caer al suelo. Vi a Buttercup con uno de los brazos por delante de ella, como si acabase de hacer un buen lanzamiento.

—¡Cierra la boca de una vez! —le gritó antes de tirarse de lleno contra Butch.

La comprendía. La manera de hablar de Mojo ponía nervioso al más sosegado.

La pelea también empezó para mí y para Brick. Todo iba como siempre. Bien, se podría decir. Nuestras luchas siempre habían sido muy igualadas. Los chicos nos ganaban en fuerza bruta, pero nosotras éramos más astutas y teníamos más experiencia. Sabía que finalmente acabaríamos venciendo, como siempre hacíamos. Aun así, algo me inquietaba. Mojo no había movido ficha en todo el tiempo que habíamos estado allí, y Brick, al igual que sus hermanos, mantenía en la boca esa sonrisa burlona que tanto odiaba. Algo iba a pasar, y no podía ser nada bueno.

De repente, la máquina de Mojo hizo un ruido extraño, y los Rowdyruff boys miraron hacia él para asegurarse de que había llegado el momento de actuar. De la espalda de aquel aparato salió un largo brazo mecánico que sostenía en el extremo una especie de pistola con un recipiente en su interior.

—¿Qué demonios…?

Entonces sentí que alguien me agarraba por la espalda. En mi pequeño despiste, Brick había visto la oportunidad perfecta para volar hacia mí y agarrarme con fuerza de los brazos. Intenté quitármelo de encima, pero como ya he dicho, físicamente son más fuertes que nosotras. Entonces oí la estridente risa de Mojo y vi que mis hermanas estaban en la misma situación que yo, agarradas por los chicos. De un momento a otro, nos vimos apuntadas por esa pistola que Dios sabía qué haría.

—Se os acabó el chollo, nenas —murmuró Brick en mi oído.

Un escalofrío me recorrió la espalda segundos antes de que Mojo disparara contra nosotras. Sentí como si se me escapara todo el aire de los pulmones, como si me aplastaran el corazón y una corriente eléctrica recorriera cada centímetro de mi piel. Grité con todas mis fuerzas y entonces Brick me soltó. Caí al suelo al tiempo que me revolvía de dolor. Escuchaba también los chillidos de mis hermanas. Dios, ¿qué nos estaban haciendo? Las fuerzas nos abandonaron con rapidez. Pensé que era nuestro final, que no viviríamos para salvar la ciudad un día más. Pero justo cuando estaba a punto de perder el conocimiento, el dolor remitió. Tirada en el suelo, apenas podía abrir los ojos. No escuchaba más que risas escalofriantes. Por primera vez me pregunté si mis hermanas estarían muertas.

Escuché pisadas que se acercaban hasta mí, y reconocí la silueta del líder de los chicos. No tenía fuerzas para moverme, ni siquiera para abrir la boca y escupirle en la cara. Se arrodilló frente a mí y me agarró la cara con una mano, clavándome los dedos en las mejillas.

—Ahora, ¿quiénes son los más fuertes? —me preguntó, y volvió a soltarme con fuerza.

Perdí el conocimiento entre lamentos angustiosos de los ciudadanos a los que debíamos proteger, y el sonido de una ambulancia.

Mis hermanas… ¿Y mis hermanas?, fue lo último que pensé.


El sonido de pisadas se alejó lo suficiente como para que nos atreviéramos sacar la cabeza para mirar que no hubiera nadie. Respiramos hondo cuando descubrimos que así era, agarré de las manos a mis hermanas y salimos de detrás del tronco.

—Vamos, tenemos que buscar algún lugar seguro —les dije.

Bubbles había empezado a llorar con el corazón encogido.

—Pero, ¿adónde? Ya ningún lugar es seguro para nosotras —gimió.

Buttercup le pasó un brazo por detrás del hombro. Parecía tener la intención de abrazarla, pero en el último momento lo pensó mejor. Mi hermana no era de aquellas que mostraban los sentimientos tan fácilmente, y menos en momentos tan difíciles como aquellos. Creía que la hacían parecer débil, pero no era así. No, Buttercup es muy fuerte. Más de lo que jamás había pensado.

—Solo tenemos que pasar la noche. Cuando amanezca iremos en buscar del Alcalde y la señorita Bellum. Ellos sabrán qué hacer —les indiqué.

Buttercup asintió y empezamos a caminar de nuevo. Aun no podíamos creer que estuviéramos pasando por aquella pesadilla. Todo había ocurrido tan rápido… De verdad que no lo entendía. Pero era la mayor de las tres, y por eso tenía que hacerme cargo de la situación.

—¿Cerca de aquí no se encontraba la cabaña de Fuzzy? —pregunté al aire.

Mis hermanas se pararon en seco. Buttercup me miró, incrédula.

—Lo que nos faltaba —masculló—: meternos en la guarida de un criminal. ¿Quieres que nos maten?

—Si nos quedamos deambulando por el bosque seguro que lo harán, porque nos encontrarán tarde o temprano —respondí con toda la paciencia que podía. Estábamos nerviosas y cansadas. Lo menos que nos convenía era empezar una pelea—. Hace tiempo que no se le ve por la ciudad. Quizás se halla mudado. Por echar un vistazo, no perdemos nada.

En ese momento me pareció la mejor idea que podía tener; ahora, sin embargo, estando dentro de la cabaña, empuñando un escalpelo junto a la puerta, empezaba a pensarlo mejor. Habíamos cerrado las ventanas y echado las cortinas. Mis hermanas se escondían en un rincón, mientras yo esperaba sigilosamente a que esas voces que habíamos escuchado hacía unos segundos se acercaran y entraran por esa puerta. Me temblaba la mano. De hecho, me temblaba todo el cuerpo y estaba a punto de echarme a llorar. Nunca había matado a nadie, y no creía que fuera capaz de hacerlo, pero por proteger a Buttercup y a Bubbles haría cualquier cosa. Incluso convertirme en una asesina. Al fin y al cabo, ellas eran lo único que me quedaba en el mundo.


Todo Towsville se enteró de que las Powerpuff girls habíamos perdido nuestros poderes cuando las noticias locales decidieron retransmitirlo en el telediario. Desde la cama de hospital, pude ver las imágenes del terrible momento en el que los Rowdyruff boys nos habían impedido la huida de aquel desastre. El profesor nos explicó que lo que había hecho Mojo era extraer de nuestro cuerpo la sustancia X, que era aquello que nos daba poderes. No estábamos heridas, pero el resultado de la batalla había sido mucho peor: ahora éramos chicas normales.

Los periodistas interceptaron al profesor en la entrada del Hospital cuando nos dieron el alta. El profesor había salido antes que nosotras para ir a por el coche. Aún nos sentíamos débiles y lo mejor era que no nos esforzáramos demasiado.

—Profesor, ¿es verdad lo que dicen los rumores? ¿Las chicas han perdidos sus poderes? —preguntaba un reportero.

—Profesor Utonium, ¿qué va a pasar con la ciudad ahora que no están las chicas para protegerla?

—¿Piensa que esto ocasionará grandes daños a la ciudad?

—¿En qué grado subirá el índice criminal?

El profesor hizo un gesto tranquilizador con las manos y pidió calma ante todo.

—Esto no es más que algo temporal. Todo se soluciona volviendo a añadir la sustancia X al cuerpo de las chicas. Sin embargo, ahora están muy débiles y su organismo no resistiría ni siquiera una pequeña dosis de este elemento, que es muy fuerte.

—¿Cuánto tendremos que esperar para tener a las Powerpuff girls de vuelta, entonces?

—Calculo que harán falta unos diez días para que estén en plenas facultades de nuevo. Sí. En poco más de una semana tendremos a las chicas salvando de nuevo la ciudad.

Un aplauso colectivo, y las consecuencias que aquellas declaraciones trajeron. Los criminales de la ciudad vieron la oportunidad perfecta para quitarse de en medio a las protectoras que tantas veces los habían enviado a la cárcel, y decidieron actuar antes de que pudiéramos recuperar lo que nos hacía tan poderosas y temibles.

Esa noche nos fuimos a dormir temprano. Había sido un día agotador, y nuestros cuerpos estaban para el arrastre. Nos dejamos caer cada una en su cama y después de intercambiar algunas palabras, nos adentramos en un sueño profundo.

Todo estaba en silencio, y tal vez por eso me alarmé cuando, a las cuatro de la mañana, escuché cómo se rompía un cristal en la planta de abajo. Me incorporé sobre la cama y permanecí quieta, a espera de otro ruido que pudiera darme una pista de lo que estaba pasando, pero todo se había vuelto silencioso de nuevo.

Me levanté despacio y me asomé por la ventana. Pude ver unas sombras rondando por el jardín, alrededor de la casa. Tragué saliva y me acerqué sin hacer ruido a la cama de Buttercup.

—Buttercup —la llamé, zarandeándola con fuerza. Mi hermana gruñó y se dio la vuelta en la cama—. Buttercup, despierta.

—¿Qué pasa, Bloss? —preguntó con voz ronca y sin abrir los ojos.

—Creo que alguien ha entrado en casa —murmuré.

Se incorporó levemente y me miró con ojos adormilados.

—¿Qué dices?

—¿Qué hacéis? —preguntó Bubbles desde su cama.

—Blossom cree que alguien ha entrado en casa —dijo Buttercup volviendo a tirarse sobre la almohada.

Bubbles sí se lo tomó más en serio, porque se levantó enseguida y se acercó a nosotras.

—¿Que alguien ha entrado? —repitió.

—He escuchado ruidos abajo, y he visto sombras que rondaban por fuera. Esto no me gusta.

Volví a escuchar algo, y les indiqué a mis hermanas que permanecieran calladas. Agudizamos el oído y el sonido se hacía más presente. La madera de la escalera crujía bajo el peso de alguien. Buttercup se incorporó del todo, ya más alarmada. Nos miramos las unas a las otras, repentinamente pálidas.

—A lo mejor es el Profesor… —quiso pensar Bubbles, pero ninguna de las tres lo creía, y mucho menos yo después de haber oído cristales.

Alguien se acercaba. Venía hacia nuestra habitación…

—Escondeos debajo de la cama —ordené, y no pasaron ni dos segundos cuando ya nos apretujábamos las tres debajo de la cama de Buttercup.

Les indiqué que guardaran silencio cuando la puerta se abrió lentamente y alguien entró despacio, examinando el lugar. Por debajo de la cama veíamos unas botas viejas y mugrientas. Definitivamente no se trataba del Profesor.

Encendieron la luz, y detrás de aquel hombre entró otro más. Contuvimos la respiración cuando se acercaron a la cama debajo de la cual nos escondíamos. Apreté las manos de mis hermanas, rezando porque fueran demasiado tontos como para buscar posibles escondites.

—Las sábanas aún están calientes. No deben andar muy lejos —escuché que decía uno de los hombres antes de salir de la habitación.

Conté hasta diez y les hice un gesto a mis hermanas. No podíamos quedarnos ahí, o tarde o temprano nos encontrarían.

—Tenemos que irnos —les susurré—. Vamos a salir despacio y en silencio. Id detrás de mí.

—¿Y el Profesor? —preguntó Bubbles temerosa.

—Vamos a buscarlo —aclaré.

Salí reptando de debajo de la cama y caminé de puntillas hasta la puerta. Me asomé lo justo para ver el pasillo despejado y les hice una señal a mis hermanas, que imitaron mis pasos. Buttercup cogió su bate de beisbol y se puso detrás de Bubbles. Salimos de la habitación en fila de una y nos adentramos en la del Profesor, que era la contigua a la nuestra. No había nadie dentro. Me dirigí con rapidez a la cama donde dormía nuestro padre mientras Buttercup y Bubbles vigilaban que no viniera nadie. No podíamos perder ni un segundo. Le zarandeé tal y como había hecho con Buttercup, pero no despertó.

—Profesor. Profesor, despierte. Han entrado unos hombres en casa. Profesor —susurré desesperada.

Al no ver ninguna reacción por su parte, le destapé con fuerza, y entonces fue cuando dejé escapar un grito y caí de culo al tropezar en mi intento de alejarme del cadáver de mi padre. Bubbles quiso acercarse.

—¿Qué ocurre, Bloss? —preguntó, asustada.

Buttercup la seguía.

—¡No! —exclamé, y miré a Buttercup—. ¡No dejes que lo vea!

Al darse cuenta de la situación, Buttercup agarró a la pequeña y le tapó los ojos. Ella tampoco quiso mirar, pero no pudo evitar desviar la mirada hacia la cama. Sus ojos se abrieron en una expresión de horror; la misma que tenía el Profesor en su rostro. Le habían degollado. Algún sádico hijo de puta le había cortado el cuello mientras dormía. La sangre manchaba su cara y las sábanas.

—¡Buttercup! —gemía Bubbles, intentando quitarse de los ojos la mano de su hermana—. Por favor, ¿qué le ha pasado al Profesor?

Me levanté rápidamente y cubrí de nuevo con la sábana el cuerpo. Bubbles no debía ver aquello. Era demasiado sensible.

Otra vez las pisadas. Esta vez venían más rápido. Dios, nos habían oído.

—Tenemos que salir de aquí —dije con lágrimas en los ojos. Aquello no era ningún juego. Esos hombres, fueran los que fueran, iban en serio.

Bajamos las escaleras a toda velocidad. Buttercup iba delante, y agarraba a Bubbles de la mano.

—¡Ahí están! —gritó alguien a nuestras espaldas.

Me volví solo un segundo para ver cómo un hombre rapado y de malas pintas nos perseguía con un cuchillo. A su señal, cuatro más salieron en nuestra busca. Bubbles gritó al ver que otro delincuente nos cerraba la huida apareciendo por la puerta.

—¡Al laboratorio! —gritó Buttercup, cambiando el rumbo hacia la izquierda.

En apenas unas zancadas, alcanzamos el antiguo lugar del trabajo del Profesor. Mis hermanas bajaron la escalera a toda prisa y yo cerré la puerta justo en el momento en que un hombre se abalanzaba contra mí. Cerré el pestillo, y aquel criminal comenzó a pegar patadas a la puerta. Escuché unas risas y varias voces más.

—No podréis quedaros ahí eternamente —dijo uno—. Algún día tendréis que salir.

Bajé las escaleras para reunirme con las chicas. Claro que tendríamos que salir, pero lo que no sabía ese ni ninguno de los criminales que habían venido a matarnos era la puerta secreta que se encontraba en el laboratorio y que llevaba a la calle por un túnel.

Mis hermanas parecían bastante alteradas. Buttercup no soltaba el bate de beisbol y Bubbles no dejaba de mirar escaleras arriba por su conseguían derribar la puerta.

—Tranquilas, aquí estamos seguras.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Buttercup.

—Salir por la puerta secreta.

—¿Y después? ¿Adónde iremos?

Me apoyé sobre una mesa y me pasé la mano por el flequillo. Estábamos en pijama, descalzas, sin dinero, teléfono o armas —sin contar el bate de beisbol—. Townsville se encontraba muy lejos para ir andando. Era el problema de vivir en las afueras. ¿A quién podían acudir?

—Llegar hasta Towsville nos llevaría demasiado tiempo —concluí—, pero tampoco podemos quedarnos aquí. Podrían encontrar un modo de entrar. Tenemos que huir y escondernos hasta mañana por la mañana. A plena luz del día no podrán hacernos daño con tanta gente a nuestro alrededor.

—¡Vamos, nenitas, salid! —canturreaba uno de esos hombres fuera del laboratorio.

—No, definitivamente no podemos quedarnos aquí —murmuró Bubbles.

—Y, ¿dónde nos escondemos? –preguntó Buttercup.

—Lo que tenemos más cerca es el bosque de la montaña. Hay muchos árboles. Quizás sea el mejor lugar para ocultarnos.

Buttercup refunfuñó. No le gustaba la idea, y a mí tampoco, pero no teníamos más opciones y ella lo sabía.

—Está bien. Vamos entonces.

Se encaminaron hacia la salida de emergencia mientras yo examinaba el lugar rápidamente con la mirada. Encima de la mesa del Profesor había varios utensilios con los que habría estado trabajando hasta tarde. Me hice con un escalpelo y fui detrás de mis hermanas.


Y aquí me encontraba ahora, en la cabaña abandonada de un criminal, esperando detrás de la puerta a que llegaran aquellos hombres que nos habían estado persiguiendo. Cada vez estaban más cerca, podía oírlos.

—Blossom, por favor —murmuraba Buttercup desde el escondite que había escogido junto a Bubbles—. No seas loca. Ven aquí.

Escuchaba tres voces. No podría con los tres, pero si conseguía clavarle el escalpelo a alguno de los tres en el cuello, Buttercup solo tendría que abatir a dos más con el bate que todavía conservaba en la mano.

—¡Blossom! —me llamó Bubbles—. ¡Por Dios!

Alguien giró el pomo desde fuera y la puerta se abrió.

Que sea lo que Dios quiera…, pensé antes de lanzarme contra el primero que entró.

Todo fue más rápido de lo que creía. Dibujé un arco con la mano en la que tenía el escalpelo; el hombre se dio cuenta a tiempo de lo que ocurría y se apartó a lo justo. Aprovechó el momento entonces para tirarse contra mí y apretarme la muñeca donde sostenía el arma. Me puso contra la pared y el escalpelo cayó al suelo de madera.

—Pero, ¿qué cojones haces?

Reconocí esa voz de inmediato. Abrí los ojos y vi con sorpresa quién era el que me sujetaba con tanta fuerza.

Brick parecía sorprendido a la par que enfadado. Un hilo de sangre caía con rapidez del corte que le había hecho en la mejilla.

—¿Qué hacéis vosotras aquí? —Era la voz de Butch.

Miré detrás del líder, y sí, los otros dos hombres eran sus hermanos. Genial, nos habíamos metido en la guarida de los Rowdyruff boys. ¿Podrían ir las cosas peor?

Continuará...