TRES NAVIDADES PARA AMAIA

Para celebrar estas fechas, en el topic de Magia Hispanii del Foro de la Muy Noble y Ancestral Casa de los Black hemos pensado seguir el patrón del reto navideño que proponen, aunque fuera de concurso, y narrar varias Navidades en la vida de alguno de nuestros personajes. En mi caso he elegido a la que considero la mas entrañable de todos: la sanadora Amaia Vilamaior. Tres Navidades seguirá el Modelo Dickens en el sentido de que veremos una Navidad del pasado, otra a tiempo real y finalmente una del futuro, pero sin fantasmas ni espíritus aleccionadores, porque Amaia es tan buena que no necesita cambiar. Aunque sí que intentaré que haya un hilo conductor entre las tres. A todo aquel que las lea, espero que le guste.

Como siempre, el potterverso es la planta de la que salió la semilla de la expansión a la magia hispana, planta que pertenece a J.K. Rowling. Pero los magos y brujas de la península ibérica y su sociedad son cosa nuestra, y por ellos no hemos de pedir disclaimers sino reivindicar nuestro copyright.

I

UNA NAVIDAD DEL PASADO...

Algunas certezas, ilusión... y siempre los Reyes Magos

Vera de Bidasoa. Diciembre de 1953…

- Voy a soñar que vuelo en esa escoba.- Amaia se incorporó un poco en la cama y miró a su hermana Amparo, que con las manos en la nuca y los ojos fuertemente cerrados parecía concentradísima en conjurar el deseado sueño.

- Es muy cara.- Replicó frunciendo el ceño al verla sonreír con los ojos cerrados.

-Volaré y volaré…- Amparo no se dio por aludida con el comentario de su hermana mayor. Al fin y al cabo, era lo que ansiaba que le trajeran los Reyes Magos. La bolita de luz mágica que les dejaba su padre para que la habitación no quedara totalmente a oscuras pasó flotando suavemente muy cerca de su nariz y Amparo sonrió, imaginándose, tal vez, que perseguía en su flamante escoba una brillante y dorada snitch.

Amaia volvió a apoyar la cabeza sobre su propia almohada y clavó la vista en el techo. Quería decirle a su hermana que esa escoba no era un regalo apropiado porque era carísima. Pero no sabía cómo hacerlo.

Ella acababa de cumplir ocho años. Durante el año anterior había aprendido muchísima magia – o eso le parecía – y además, se daba cuenta de muchas cosas. Muchas mas que su hermana, que al fin y al cabo todavía no tenía ni los siete años, la Edad de la Razón y límite preceptivo para comprar su primera varita en Sileno Silvano.

Por ejemplo: Amaia conocía el verdadero origen de los regalos del día de Reyes. Aquello había sido tema de una de sus primeras conversaciones con sus compañeras en el colegio de Pamplona nada mas iniciarse el nuevo curso. Y aquella revelación había resultado un poco un shock. Porque precisamente ella, de entre todas las niñas aquellas de uniforme azul marino y medias blancas, sabía que eran magos de verdad. O habían sido. Magos como ella misma capaces de producir cambios sorprendentes y maravillosos en el mundo agitando sus varitas, sus báculos o simplemente con las manos.

De hecho, cuando llegó a casa anduvo cabizbaja y un tanto inquieta hasta que consiguió pillar a su madre en un aparte y contarle lo que le habían dicho. La había mirado confiando en que, quizás, ella desmentiría aquella historia tan absurda, le habría negado en rotundo toda aquella patraña y, aunque en el fondo de su alma se había instalado una semilla de duda, habría sido capaz de acallarla, al menos por aquel año.

Pero su madre no había hecho tal cosa. Muy al contrario, le había confirmado la verdad de lo que le habían dicho. Con calma, Sara le había dicho que conmemoraban la visita de los Magos al Niño Dios, y que puesto que los adultos sabían de lo mucho que a los niños les gustan los regalos, les dejaban presentes recordando también los que llevaron desde Oriente en sus camellos.

Amaia la había mirado fijamente conteniendo como pudo la desilusión. Quizás Sara se había dado cuenta, porque le acarició la cara con ternura y le dio un beso en la mejilla antes de pedirle que no le dijera nada a sus hermanas. Sobre todo a Amparo, porque al fin y al cabo, era probable que Ana, que tan solo contaba veintiún meses, ni se enterara.

Amaia apretó los labios completamente desvelada. Estaba triste, confusa y preocupada. Porque claro, la escoba que quería su hermana era cara. Se lo había oído decir a papá. Y el dinero en su casa no sobraba, que eso también lo sabía ella. Papá trabajaba muchísimo pero no tenía mas que tres camisas blancas que mamá cuidaba con esmero. Y los calcetines los usaba hasta que era inútil tanto la magia como los remiendos para controlar los agujeros. En su casa no se hacía ni un solo despilfarro porque no sobraban las pesetas. Por eso tenía que convencer a su hermana Amparo de que no pidiera semejante regalo. Pero ¿Cömo hacerlo?

Se mordió la lengua mientras miraba al techo. No querría dormir hasta no encontrar una solución, pero al fin y al cabo tan solo tenía ocho años y el sueño la venció.


-¿Y bien? – Katalin se reclinó en el sillón y sonrió mirando a Sara.- ¿Qué es lo que les gustaría a las niñas que los Reyes Magos les dejaran en mi casa? Porque tus criaturas, a diferencia de mis brutillos, no han corrido a susurrarme al oído lo que quieren que depositen Sus Majestades de Oriente en el domicilio de sus tíos.

-Pues la verdad es que no lo se.- Contestó Sara con franqueza mientras dejaba escapar media sonrisa por la comisura de los labios. Bien cierto era que Javi y Nacho habían corrido a tirarle de sus faldas para que bajara la cabeza hasta mas o menos su altura, y entonces habían susurrado en sus oídos lo que les gustaría. Javi había pedido un tren mágico. Y en cuanto al chiquitajo de Nacho, él había insistido mucho en un muñeco que se transformaba en hombre lobo y que estaba de moda entre los niños mágicos.

-Vamos. ¿No han escrito las cartas? – Insistió Katalin divertida.- A estas alturas del año las nuestras eran larguísimas.

-De hecho, las pedíamos constantemente para ir añadiendo lo que se nos ocurría.- Matizó Sara con una sonrisa recordando cómo corrían tras su madre nerviosas por si ya las habría enviado al Correo Real dejándolas sin la posibilidad de añadir ese juguete que se les había ocurrido a última hora.- Pero Amaia solo pide cosas que realmente necesita… un maletín para llevar el caldero a la schola de magia, un libro que le han mandado en el colegio, un plumier… porque el que tiene se ha roto y no queda bien por mucho Reparo que le eches… Ni una sola cosa que sea, verdaderamente, un regalo.

- Lo que la abuela Amparo llamaría "cosas prácticas".- Remató Katalin con una carcajada.

-Exactamente.- Corroboró Sara.- Es lo que yo vengo pensando…- Una sombra de seriedad transitó por la mirada de Sara antes de que volviera a hablar.- Ya lo sabe, además. Una de las primeras cosas que le soltaron nada mas comenzar el curso…

-Vaya, pobre… los críos, ya se sabe cómo son…

- Si, siempre hay alguna marisabidilla… pero bueno, el caso es que no iba a mentirle.

- ¿Y eso no simplifica las cosas? Quiero decir, que no tienes que perseguir una carta… basta con que le preguntes directamente qué le gustaría.

-Ya lo he hecho. Sin resultados.

- Algo tiene que hacerle especial ilusión…

- Posiblemente. Pero no vamos a aplicarle Legeremancia…

-Bueno.- Katalin decidió dejar el engorroso asunto del regalo de Amaia para mas tarde.- ¿Y Amparo?

- Amparo solo quiere una cosa: una Balai Exhalation. - Sara remarcó a posta la pronunciación francesa para darle mas énfasis al asunto.- De su tamaño, por supuesto. Y con el palo lacado en plateado y azul.

-¡Qué dices! – Katalin se rió.- ¡Pero si esa escoba es mas sofisticada que la mía!

- Y que la mía, probablemente. Pero ¡ah!, lleva meses soñando con una. Es lo único que ha pedido, y se la vamos a comprar, qué remedio. Papá irá con Santiago, a ver si viéndole se ablandan un poco en la tienda y le hacen un descuento al yerno de la figura. O nos permiten pagarla en dos plazos.

-Nosotros podríamos comprársela, si te viene tan mal la cosa…

-No, no.- Sara restó importancia al asunto con un gesto de la mano.- Tampoco es que nos vaya a dejar tambaleándonos, y por otra parte… si es que no piensa en ninguna otra cosa. Pobrecita, si no la tiene en casa y es lo primero que ve, se llevará un buen chasco. Es el regalo de casa, Kata, no le des mas vueltas.

-Entonces… ¿Qué hago con tus niñas mayores?

- Lo que tu quieras, sinceramente.

- A Amparo tal vez le guste algún juego. O puzzles…

- Con ella eso suele ser punto seguro.

- Pero Amaia es mi ahijada. Quiero algo un poco especial, no un regalo para cubrir expediente y salir del paso. No pienso comprarle una lectura del colegio.

-y harás muy bien, porque lo que le han mandado leer es ni mas ni menos que Pequeñeces, del Padre Coloma.- Suspiró Sara.

-¿Eso? ¿Y eso es adecuado para ocho años? ¿No les iría mas bien la historia del ratón Pérez?

Sara dejó escapar una risita antes de reiterar su posición.

- Me temo que, de momento, no te puedo ayudar.

-Tal vez si me la llevo a la juguetería del barrio mágico de Madrid…- Pensó Katalin en voz alta.

- Tal vez.

-Mañana por la tarde, entonces. Y merienda en la Floriana. Si no le sonsaco con eso, es que realmente hay que aplicar Legeremancia.

Las dos soltaron una carcajada.


Amaia miró a Pernando, que estaba llenando la bolsa de madalenas con un cuidado infinito y una sonrisa de oreja a oreja. A pesar del sol radiante, en el exterior hacía un frío tremendo. Pero en la panadería del pueblo no se notaba mucho, en parte por el calor que desprendían todavía los hornos y en parte por la estufa de gas butano que tenían en una esquina de la tienda. El frío no era relevante para su madre y para ella, no obstante habían preferido bajar al pueblo en un día que no llamara demasiado la atención por lo extremo de la climatología. Sara tenía otras cosas que hacer, y algo comentó por encima con la panadera, sin tener idea de que el niño no perdía ripio de sus palabras. De hecho, antes de marcharse, el chico se envalentonó.

-¿Puede quedarse Amaia? – Se aventuró el chico mirando esperanzado, ora a su madre, ora a la madre de ella. – Mientras su madre hace los recados…- Aclaró un poco menos seguro.- Como hace tanto frío…

- Por mi puede quedarse, por supuesto.- Intervino la panadera sin dar tiempo a Sara a replicar.

- Bueno, pero tienes que portarte bien.- Consintió la bruja mirando divertida a la parejilla. Saltaba a la legua que Pernando bebía los vientos por su niña, y aquel amor infantil, al calor de los hornos del pan y los dulces, no dejaba de resultarle entrañable, pensó mientras se alejaba en la gélida mañana de diciembre camino de sus otras ocupaciones. Quizás porque la mismísima Graciana había traído al mundo a aquel par de dos, cada uno en su momento y localización. Se escabulló por un callejón desierto y, tras comprobar que nadie la observaba, se desvaneció en el aire. Tenía unas cuantas cosas que comprarle a Santiago en el barrio mágico de Madrid y podía dejar a la niña en la panadería de Vera durante un rato. En cualquier caso no tardaría demasiado.

- Ven aquí, conmigo. Tras el mostrador…- Invitó Pernando. Y ella, tras dejar las prendas de abrigo en la trastienda, corrió a colocarse donde le decía. Lo miró fijamente un instante, a la cara, y él sonrió.

-¿Tengo harina por algún lado?

-¿Qué?

- Que si tengo harina. He estado esta mañana con los sacos…

- No, no… miraba tus ojos.

- ¿Mis ojos?

- Si. Son como el chocolate.

-¿Chocolate?

- Oh, si. Hay una chocolatería en Madrid que lo pone buenísimo. Y me lo han recordado tus ojos.- Explicó ella con entusiasmo.

- ¿Madrid? ¿Vas mucho a Madrid?

Amaia se sobresaltó un poco. Acababa de estar a punto de meter la pata. No se podía hablar a la gente de su mundo porque no lo comprenderían. Un poco nerviosa, replicó con mucho menos entusiasmo.

- He ido un par de veces… con mis padres…

- Yo no he ido mas allá de Pamplona. O de Lerín. ¿Cuál está mas lejos?

- No lo se.

- Bueno… cuando sea mayor iré a mas sitios. A San Sebastián. Y a Madrid. Y a Bilbao…

Amaia prorrumpió en carcajadas al pensar en el trajín que era aquel subeybaja, casi olvidando por segunda vez que Pernando no era de los suyos.

- Y si quieres… te llevaré conmigo…- Añadió el chico. Y ante la sonrisa de Amaia, se envalentonó otro poco. Aquel día andaba lanzado.- Y además si…- Pero no terminó porque sonó la campanilla de la puerta, pero a ella le dio tiempo a regalarle una luminosa sonrisa, de aquellas suyas en las que le brillaban los ojos claros y se le formaban aquellos hoyuelos casi mágicos en las mejillas.

Pernando la miraba de reojo, henchido de algo que se parecía mucho a la felicidad mientras escuchaba la perorata de la Crescen. Hasta parecía mas alto, y los remiendos de los codos de su jersey se transmutaron en un capricho de un sofisticado diseñador de ropa infantil cuando la señora, sonriendo con las encías porque ya no tenía dentadura, le dijo que "hay que ver lo bien acompañado que estás". La anciana se entretuvo otro poco con los chicos mientras la madre pesaba y envolvía con cuidado media docena de pastelicos, preguntándoles qué les iba a traer Olentzero. Amaia se encogió de hombros mientras que un sonriente Pernando declaró que una bufanda y unos guantes a la par que su hermano Manel hacía entrada desde la trastienda.

-¿Y tu? ¿Tu que has pedido? – Insistió la anciana el otro niño.

- Un jersey.- Replicó Manel. Y Amaia pensó que de verdad lo necesitaba, porque a los codos remendados como los de Pernando añadía unas mangas que le dejaban medio antebrazo al aire.

- Regalos prácticos.- Susurró la anciana.- Pero habréis pedido algún juguete…

- Alguna pelota para el frontón, me gustaría.- Añadió el chico mayor siempre sonriente mientras el tendía la bolsa. Cuando la anciana liquidó su cuenta con la madre de Pernando y salió por la puerta, la niña se inclinó un poco hacia él y le susurró bajito.

-¿A tu casa viene Olentzero?

-No.- Pernando negó con la cabeza.- Los Reyes Magos. Mi madre dice que los carboneros nunca van muy limpios, pero la Crescen es muy mayor y se pone a hablar y no para... no he querido aclararle nada porque si no, no se va..- Amaia rió con la broma y aceptó de buen grado la madalena que el niño le tendía.

- Además, no le daría tiempo a mi tía a terminar de tejer para Navidad…- Añadió Manel encogiéndose de hombros. Amaia lo miró un instante con la cabeza ladeada y después sonrió comprensiva. Manel era muy distinto a Pernando, con aquel pelo fino tirando a claro y los ojos pequeños, como tallados por un punzón.

- En mi casa también pasa.- Amaia se sintió misteriosamente compelida a compartir la confidencia con su amigo mientras miraba el papel de la madalena.- Lo de los regalos prácticos.

-Pues no tenéis fama de pobres.- Dijo él tendiéndole la mano.

- Ya ves…- Amaia se encogió de hombros.- Mi padre trabaja mucho, pero en su negocio también tiene muchos gastos…

-Los negocios son duros…- Corroboró Pernando mientras metía en la estufa el trozo de papel, hablando por un momento talmente como si en vez de diez años tuviera el doble.

- Tu hermano Manel también lo sabe…- Siguió Amaia un poco envalentonada.- Pero mi hermana no. Y es un problema porque quiere una… una cosa muy cara…

- Los Reyes saben lo que hacen.- Pernando se encogió de hombros sin dar mayor importancia a las cuitas de su amiga, porque lo único que le importaba era tenerla a su lado, con sus trenzas rubias, sus ojos azules, sus hoyuelos en las mejillas y su piernecillas de alambre. Amaia fue a replicar, pero el pensamiento murió de camino a la lengua cuando reflexionó que el chico tenía razón. Ya sabrían sus padres qué convenía a Amparo y qué no. Una bocanada de aroma a vainilla le inundó la pituitaria y el padre de Pernando, todo ataviado de blanco, apareció por la puerta de la trastienda, que se separaba del resto con una cortinilla de tiras colgantes, portando una enorme bandeja de madalenas recién salidas del horno.


Amaia miraba la humeante taza de chocolate mientras mareaba el contenido con la cuchara. Katalin la contemplaba bastante curiosa. Un rato antes habían paseado por el barrio mágico y se habían detenido un rato en el escaparate de la juguetería. Katalin pensaba que, de no lograr la información que pretendía, volvería a hacerla pasar por la tienda tras la merienda, por si el estómago lleno del riquísimo chocolate con buñuelitos la inspiraba. Pero no hizo falta. En cuanto se detuvieron tras la luna, los ojos se le fueron a la niña y la mirada se le quedó extasiada. Y por supuesto, Katalin tomó buena nota.

La bruja adulta se inclinó un poco sobre la mesa y la miró.

- ¿En qué piensas? Te veo ensimismada.

- En el color del chocolate. Tengo un amigo que tiene los ojos del mismo color. – Explicó la niña con toda la inocencia del mundo.

-Ah. Pues entonces los ha de tener muy bonitos. Porque el chocolate de Floriana tiene un marrón oscuro precioso.- Contestó su tía divertida por aquella salida tan curiosa. No esperaba que la niña pensara en "un amigo" sino mas bien en aquel muñeco preciosísimo del que no había despegado la vista.

- Hay a quién no le gustan los ojos marrones…- Replicó la niña mirándola muy seria.

- No hay nadie a quién no le guste el chocolate de Floriana…- Matizó su tía con una sonrisa. Amaia la miró un instante y sonrió para a continuación meterse la primera cucharada en la boca. En verdad su sobrina era una criatura interesante, tan perceptiva y sensible. Merecía que la vida la tratara con tanta dulzura como ella regalaba.

-Y ¿Quién es tu amigo, si es que lo conozco?

- Si lo conoces.- Amaia no tenía doblez así que contestó con inocencia.- Es Pernando, el de la panadería.

- ¡Ah! ¡Si! ¡Pernando! Claro que lo conozco. Recuerdo perfectamente el día que nació. Nevaba. Tus padres llevaban poco tiempo casados, tu padre estaba muy recuperado aunque todavía convaleciente. Y Graciana bajó al pueblo para atender a la madre. También te ayudó a ti a venir al mundo.

-Lo se.- Dijo la niña mordisqueando un churro.- Que me trajo al mundo. ¿Tía?

-¿Sí?

- ¿Hay alguien en Vera a quién no haya traído al mundo Graciana?

- Pues… posiblemente no.- Katalin se rió con ganas. Su sobrina, con la cara manchada de chocolate, también sonrió.


El día de Reyes bien temprano Amparo se levantó de un salto en cuanto se despertó. Amaia ya llevaba un rato despierta, sin moverse ni un ápice entre las sábanas, pero al ver correr a su hermana en camisón y zapatillas la siguió con presteza. Amparo bajó las escaleras del caserío de dos y hasta de tres en tres, nerviosa y gritando.

-¡Los Reyes! ¡Han venido los Reyes Magos!

Su madre salió al pasillo anudándose el cinturón de la bata y profiriendo una advertencia que llegó tarde.

-¡Cuidado! ¡No os vayáis a caer por las escaleras!

Para la última palabra sus hijas saltaban el último peldaño y corrían hacia el salón. Un instante después prorrumpían en escandalosos ¡Ohhhs! Y ¡Ahhhhs!. Enseguida se les unieron el resto de la familia, comenzando por sus padres. Santiago llevaba en brazos a una Ana con los ojos abiertos como platos, pero que enseguida empezó a moverse para que la depositara en el suelo, en cuanto vio tanto regalo junto.

Amparo chillaba. Chillaba muy fuerte y corría por el salón con la escoba entre las manos, entusiasmada. Pero su hermana no la miraba. No lo hacía porque estaba boquiabierta contemplando el enorme paquete que acababa de aparecerse delante de sus narices, seguido de sus tíos y sus primos, todos ellos también en batas y demás prendas de dormir. Estaba tan impresionada que ni siquiera era capaz de lanzarse a rasgar el papel. Tuvo que ser Katalin, que le puso ambas manos en los hombros y la animó.

-Ese regalo lo han dejado en mi casa para ti. Venga. Ábrelo.

Y la niña desenvolvió el muñeco mas precioso que había visto en su vida, acompañado de todo un set para que su mamá brujilla le curara cualquier dolencia infantil.

Las reflexiones y las elucubraciones quedaron atrás mientras lo contemplaba, en su moisés de mimbre con vestiduras de encaje, junto con la bolsa con el pequeño calderín y los botecitos de pociones, las jeringas y los viales. ¿Cómo habrían sabido los Reyes que suspiraba por aquel muñeco tanto o mas que su hermana por su escoba? Pues porque a pesar de lo que dijeran aquellas palurdas de Pamplona, en ese momento los Reyes seguían vivos y en plena forma, claro que sí.

Su madre se acercó hasta ella y le besó en la mejilla antes de señalarle otro paquete.

-Después de misa pasaremos por la panadería, a comprar un roscón. Y entonces entregas ese paquete que han dejado Sus Majestades para Fernando.

Amaia la miró con los ojos entornados, preguntándose por qué había un regalo para su amigo.

- Melchor, Gaspar y Baltasar no eran reyes, pero sin duda eran magos. Y sabios.- Empezó a decirle Sara.

- Esto parece una pala… y… bolas…

- Chica lista.- Su madre sonrió con complicidad.- Amaia, la Crescen es vieja y cotilla; Pernando es un niño muy, muy sabio. Como los reyes magos. Y tu madre es una auténtica bruja que sabe dos cosas: que te regala esas madalenas que tanto te gustan y que, aunque es un juego que no me atrae mucho, él juega al frontón con pala como los ángeles.

No tuvo precio la expresión de Fernando cuando, horas después, desenvolvió un par de palas de madera de haya, de un artesano estellés, y tres bolas de goma para el frontón. Todo ello regalo de Reyes en el caserío de aquella niña tan especial, su ángel capaz de elevarse sobre el suelo sobre una escoba. Tampoco tuvo precio la cara de la niña al ver la ilusión del muchacho, ella que era una bruja de verdad y que no sospechaba ni remotamente que él estaba al tanto de tanto.

No, pensó el muchacho. En su casa jamás vendría un carbonero. Un tipo con boina y la cara tiznada no podía ni compararse con tres talentosos magos. Mágicos como su adorada mini bruja.