Y entonces llegó un día. Un día cualquiera, un día inocente donde el sol salía como cualquier otra mañana después de un arduo día de trabajo. Pero ellos se sentían felices de que eso pudiera ser así. De que hubiera una percepción distinta a la del peligro que comúnmente acechaba entre las esquinas de los países tercermundistas, dentro de los maletines infectados de los terroristas de cuello blanco que transportaban dentro de sus quehaceres distintos tipos de simbiontes que amenazaban con acabar con la humanidad… aquello no había acabado, pero la piedra angular, el principal proveedor de pólvora de la industria del bioterrorismo había caído, y como dirían aquellos fanáticos de la saga de Harry Potter: "El Sr. Oscuro ha caído, ahora caerán también sus mortífagos".

Era una visión que tanto Chris, Jill, Claire, Leon y compañía, compartían, pero ahora ellos tenían una percepción diferente, ahora jugaban desde el otro lado de la vereda.

Ahora ellos eran parte de los ciudadanos que día a día vivían en la ignorancia de no saberse protegidos por un ente superior, corrupto o no corrupto para sus propios fines. Ahora ellos, eran parte de la multitud que podía salir enardecida a ver un partido de fútbol americano o a disfrutar de un estreno de fin de semana en el cine. Ahora ellos vivían en la felicidad de una vida normal, luego de haber alcanzado su opus magnum y no tener que buscar absolutamente nada más.

Chris y Jill finalmente se mudaron juntos. Ella se dedicaba a las tareas del hogar, había perfeccionado sus técnicas culinarias, que nunca fueron demasiado versadas y gustaba mucho de escuchar heavy metal mientras ponía el departamento de Chris patas arriba buscando polvo y pelusas. Chris por su parte, se había convertido en el profesor más querido de la academia militar del Winchester, en donde impartía clases de tiro y los viernes, se daba el gusto de contar sus mejores anécdotas como agentes de los S.T.A.R.S. o de la recién constituida – Aunque ya no bajo el control del Consorcio Farmacéutico Internacional, sino del gobierno estadounidense – B.S.A.A., sin embargo, Chris siempre omitía, más por respeto que por un severo trauma resguardado a través de las épocas, aquellas memorias que correspondían con los momentos más duros de su carrera y que coincidían directamente con la pérdida de aquellos camaradas que más llegaron a significar algo para él.

Chris recordaba aquellos días con alegría y con nostalgia, y por eso sabía que había sido correcto retirarse. Porque habían pasado ya un par de años desde que New York estuvo a tan solo quince o veinte minutos de ser sustituida por una gigantesca nube radioactiva perenne, y él estaba teniendo aquel capítulo de su vida que tanto se había tenido que postergar al lado de Jill. No estaban casados, pero aquello era primordialmente porque Chris no creía mucho en el matrimonio y Jill por su parte, después de lo sucedido con Carlos, no había quedado con ganas de rememoras viejas glorias de sus anteriores compromisos.

Ella se sentía bien de atender el departamento de Chris, de mejorar sus aptitudes culinarias y perseverar en sus continuos intentos de seguir sonriendo a cada momento, cómo antaño no lo había hecho. Chris por su parte, se acostumbraba a tener una vida tranquila de profesor y eso estaba bien. No sentía que le había faltado algo por hacer, sino que lo había hecho todo y que ahora podía retroceder en el tiempo y sentirse a gusto porque su presencia ya no era requerida.

No en balde, Maxwell Graham quién ahora disfrutaba de un agradable retiro en detrimento del partido republicano, que no pudo alzarse finalmente con la presidencia de parte de Marco Rubio; fue el primero en darle la razón a Chris cuando este le afirmó como primeras y exactas palabras al recibir la medalla de honor del congreso estadounidense que debía de dar un paso al costado. Fue secundado por Jill Valentine, por Leon Scott Kennedy y Claire Redfield.

Max aceptó la proposición de Chris, a cambió de que fuese él mismo quién escogiese al sustituto de su cargo.

Su mente pasó de inmediato a Jake Muller quién lo miró con cara de odio y pocos amigos cuando la sonrisa ladina de Chris le hizo evidente sus maquiavélicas intenciones.

Pero Jake era un mercenario, un hombre que no servía para llenar papeles o presentar informes y estrategias. Era alguien más de fuerza bruta – Lo cual, era decir mucho si se trataba de relevar a Chris – Y él le veía mucho de artístico a eso de comandar una dependencia de agentes al derecho y al revés y no tener ni la más mínima noción de lo que significaría tener tiempo libre para tomar una cerveza o irse de putas cuando le diera la gana, porque sabía lo que significaba ser el jefe, más no su propio jefe.

Pero Chris era una persona comprensible. Entendía perfectamente que en cuanto orden de mando y relevo, Rebecca debería ser la siguiente persona lógica y sensata en asumir el mando, más sin embargo, ella misma manifestaría que prefería continuar al mando de su dependencia médica, pero ya no con una especialización toxicológica, pues consideraba que los virus que patentaban a las B.O.W.S. habían alcanzado su máximo tope de desarrollo y ya todo lo que se podía saber de ellas, estaba prácticamente dicho. Ahora se dedicaría a una labor más humanitaria. Sería médico de campo y entrenaría y adiestraría a jóvenes reclutas y promesas que se encargarían de trasladar ayuda a los pocos centro clandestinos de armas biológicas que ahora sí que estaban seguros de que apenas quedaban.

Mark pasó a ser el siguiente en la lista de mando, y Chris se sentía extrañado con esta decisión, pues el muchacho apenas y había ascendido al rango de sargento y le faltarían al menos tres años para ser considerado teniente, sin embargo, sus acciones, no solo le valieron el respeto y la admiración de Chris, sino que además le hubieran significado tres o cuatro ascensos en cualquier dependencia federal y militar existente en el planeta tierra.

Chris se le acercó ese día delante del ojo de las cámaras y le preguntó con sobriedad. Como un maestro que le da el empujoncito a su alumno:

-¿Qué dices? ¿Te gustaría ser el hombre con más trabajo en todo el mundo, y darme de baja? – Inquirió Chris con la sonrisa más condescendiente del planeta tierra.

-Será un placer capitán.

-Chris… a partir de ahora, tú eres el Capitán.

Un apretón de manos se habría quedado corto para ejemplificar lo que había sido la reacción de Mark. Sofía, la mujer que había sobrevivido a la escuadrilla de Leon, había sido designado sin ninguna oposición de parte de nadie, como la segunda al mando, ocupando la posición de Jill, mientras que Clive O'Brien, aceptó su cargo de regreso de manera provisional, a la misma usanza de Maxwell Graham en lo que aparecía un candidato a sustituto con potencial, que pudiera ocupar el vacío de Barry.

Que volviese Clive, en estas circunstancias era cuando menos un alivio tremendo para todos y cada uno de los que se apartaban de las acciones de la B.S.A.A.

Leon tuvo que ser un poco más convincente para lograr asegurarle al Presidente que pasar de ser un súper agente secreto del gobierno, a un simple policía de alguna comisaría de New York, era un trabajo mucho más que noble. Era el trabajo para el que él había nacido y el cual quería desempeñar hasta el final de sus días.

-¿Estás seguro?

-Nunca había estado más seguro Sr. Presidente – Contestó Leon casi de forma automática.

Maxwell asintió casi de forma automática, pero no por eso se mostraba especialmente de acuerdo con que uno de sus mejores agentes secretos, o quizás el mejor agente secreto gubernamental que había tenido los Estados Unidos de América, se dedicara a algo que estuviera tan por debajo de las prioridades políticas y sociales de los Estados Unidos, necesitaba a una persona con la misma capacidad de Leon, o que estuviera por encima de sus cualidades para ocupar un cargo dentro de una institución que evidentemente no estaba condenada a desaparecer.

-No será fácil proceder sin ti, Leon, ¿Algún candidato?

Leon sonrió socarronamente ante la pregunta, A su izquierda, una condecorada y nuevamente embarazada Claire Redfield, con el cabello rojo llegándolo hasta la cintura y un rostro notablemente rejuvenecido, acompañada por los gemelos Ada y Steve Kennedy, observaban al patriarca de la familia adivinando sus intenciones.

Por supuesto que tenía a alguien en mente. Alguien que había estado desde hace mucho tiempo en el retiro.

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Ark Thompson se encontraba desempacando las cosas de Lily en su departamento. No importaba que hubiesen pasado casi quince años y que la chica en cuestión estuviese a punto de entrar a la universidad, que hubiese ocupado el lugar que dejó vacante su rebelde hermano, al momento de independizarse y comenzar a trabajar como ingeniero informático en una trasnacional, y tampoco importaba que Ark le pusiera mil restricciones al día, la niña en cuestión, que hasta hace un par de años era más mansa que una roca, se resistía a obedecerle.

Tenía que aceptar que ya estaba viejo para esto de la crianza… habían sido los mejores años de su vida. Trabajar como comisaria en un condado de Kentucky, un salario bueno, seguro dental garantizado, los chicos traían buenas notas a casa y no se metían en problemas que francamente le sorprendiesen demasiado más allá de que Liam podía estar fumando marihuana con algún amigo al que Ark muy posiblemente le hubiese partido la cara en un par de ocasiones o de que Lily empezase a tener pretendientes, producto de ese afamado escote que en algún momento se enervó de entre sus carnes como si se trata del monte Everest o de esos conjuntos de menos de veinte centímetros de diámetro que se cernían a su cintura, y que él muy claramente no recordaba haberle comprado.

Quizás Lily tenía razón, debió de haberse conseguido una esposa o cuando menos una novia responsable que no se fijara en sus laureles, en su posición consolidada o en sus pésimos talentos culinarias. Se supone que para eso estaba la señora Todd, quién se había negado a dejarlos ir solos a New York, sin nadie que les garantizase que pudieran comer algo verdaderamente decente antes de irse a la cama, el trabajo, o recién al levantarse. Y Ark bendecía aquello, porque francamente, no se sentía en la superioridad moral para pedirle tan siquiera de rodillas a la Sra. Todd que por favor se mudara con ellos a New York y siguiera ejecutando las labores de casamentera.

Lily odiaba que la dichosa mujer de casi sesenta años, le estuviese corrigiendo a cada momento como vestir y como debía comportarse, además de que en un par de ocasiones, Lily había tenido que lavarse la boca con jabón casi literalmente, porque a la Sra. Todd, que era una mujer de vertientes ortodoxas, no le gustaba eso de la nueva rebeldía juvenil ni nada por el estilo. Ella era una persona que iba en un solo sentido, y si bien no obligaba a los demás a hacer lo mismo, tampoco permitía que se desviaran del camino.

Por esos desordenes hogareños y por lo insoportable que se estaba volviendo su vecina Gertrudis Constant, es que Ark tomó como otra bendición la llamada de Leon S. Kennedy para hacerle esa extraña petición.

-¿Es en serio? – Preguntó Ark. Era casi una pregunta retórica y Leon lo sabía. Solía utilizar un sarcasmo muy poco afinado y por ende, predecible, así que no le extrañaría en lo más mínimo que uno de los clásicos chistes malos de Leon, saliera a flote en ese momento.

-No, Ark, en realidad te llamo para que seas cuidados en un zoológico de pingüinos.

Tenía que admitir que quizás… solo quizás, su sarcasmo se había agudizado un poco. Lo tomó como algo natural, ante su recién estrenada paternidad.

-Director de la D.S.O., ¿Qué acaso no es una decisión que debe tomar el patroncito?

-¿Patroncito?

-¿No eras tú el sarcástico?

-Escúchame, Ark. Ese no es el punto. Tú estás como una locomotora a vapor y francamente, tienes muchas mejores cualidades que cualquiera de los que están contigo en esa comisaría. Ya has sido empleado del mes durante demasiado tiempo. Requieres de un reto más grande.

-¡Tierra a Leon! ¿La isla Sheena?

-Eso fue hace quince años…

-Las secuelas aún quedan… - Dijo Ark, fingiendo un dolor que evidentemente era tan evidente como una patada a la nada.

-Oye, no tengo más de diez minutos antes de que el Presidente me pongo una medalla en el pescuezo, ¿Aceptas o no?

No tuvo ni que pensarlo. Ya tenía las maletas hechas desde hacía prácticamente una semana. Iría a New York con la intención de solicitarle a Leon algún empleó que pudiera permitirle reubicarlo y además, estar cerca de Liam, aunque no necesariamente él tendría que saberlo.

Cosas de familia.

-¿Cuándo empiezo?

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-¿El Agente Thompson? – Dijo Maxwell, había escuchado hablar de aquel hombre. Pérdida de memoria en una isla al oeste de New York, que estaba controlada en su totalidad por Umbrella y alguno de sus ejecutivos más sobresalientes, como lo eran Vincent Goldman o la Patrulla de Limpieza X y sus coterráneos. Sí él solo había podido sobrevivir a los horrores de aquella isla y además, extraer a un par de chiquillos sin despeinarse, definitivamente era alguien que debía de ser considerado para el puesto.

-Créame señor, no habría puesto a nadie simplemente con la intención de librarme del trabajo.

-Mientes muy mal agente Kennedy.

Lo demás fueron risas, y lo que seguiría, una parrillada en la casa de Chris.

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Claire y Jill discutían acerca del nuevo embarazo de Claire. Llevaba aproximadamente dos meses de gestación y todo parecía indicar que no serían gemelos… sino trillizos. La noticia no era aún del conocimiento de Leon, pero Claire prefería aguantarlo hasta la próxima revisión médica. Al menos durante una semana. Se le veía tan feliz en su nuevo puesto de comisario, que francamente, sacarlo de ese estado de ensoñación le parecía un sacrilegio.

-¿Qué opinas de Ada y Steve? – Preguntó Claire a su cuñado.

-Creo que puedo acostumbrarme a ellos. Nunca había sido tía – Dijo Jill. Le tenía un cariño especial a la pequeña Ada, tenía los dotes salvajes y rebeldes de su madre, además de compartir varias de sus características físicas, pero a diferencia de los que serían sus abuelos maternos, a Claire le gustaba que su hija siempre luciera como una princesita, y la adornaba con vestidos y lazos que no durarían mucho más de quince minutos en su esbelto y lacio cabello rojizo. Mientras que Steve, bien podría ser el mini-humano extraído de un pedazo de tejido de Leon, aunque desde su perspectiva, también tenía un enorme parecido con Steve Burnside.

Bueno, ya de por sí Leon y Steve se parecían mucho, pero Claire juraba para sí misma, que aquello no había influenciado en la elección de Leon, como el hombre con el que quería pasar el resto de su vida.

Y decía la verdad.

-¿Qué hay de ti y Chris? ¿Niños en el horizonte?

-Chris quiere ser papá – Decía Jill tranquilamente mientras mecía su copa de vino tinto, ante lo cual Claire le miraba con algo de envidia, pero cuando recordaba el nuevo milagro que se gestaba en su vientre, todo tipo de rencores quedaban olvidados – Y yo también quisiera ser madre, pero me parece que todavía tenemos algún tiempo antes de eso.

-¿Algún tiempo?

-Una semana.

-Pero…

-Ajá…

-¡AAAAAAH!

Claire tuvo que ahogar el grito. Leon y Chris reaccionaron casi instintivamente ante la señal atípica de Claire, sin embargo, sabían que por más que intentaran indagar en que era lo que había pasado no les sacarían ni una sola palabra a esas dos. Mucho menos estando juntas y siendo rodeadas por las centellas errantes de Ada y Steve.

-¿Crees que sean buenas noticias? – Le preguntó Leon a su cuñado.

-Espero que la sean.

Chris parecía estar más distraído con sus hamburguesas que con cualquier otra cosa. Ahora no estaba para sorpresas mayúsculas ni mucho menos. Quería gozar de la tranquilidad que aún le quedaba, y para eso tenía que aprovechar cada momento. La hija de Barry, Polly, había estado viviendo con él y con Jill después de los sucesos de los meses anteriores y para la niña fue una adaptación rápida. Claire era una persona tan habitual en su vida, que se sintió en casa desde el primer momento.

Moira también tenía su habitación disponible, pero dado que ella permanecía fiel a TerraSave de un sitio a otro, era difícil que se mantuviese estacionada mucho tiempo en un solo lugar.

-¿Alguna noticia de Rebecca?

-Ella y Ankler están en México en este momento – Dijo Chris con sobriedad. No le extrañaba que ahora de repente, la pequeña y tímida Rebecca, hubiese decidido ponerle otro rumbo a su vida, y encaminarla en un sentido mucho más insospechado.

-Quién lo iba a imaginar – Dijo Leon.

-El hombre que asignaron para matarnos, fue el mismo que terminó llevándose a Rebecca al otro lado del continente.

-¿No dijiste que estaba en México?

-A veces me comunico con Gregory. La semana siguiente irán a Argentina. Ellos dicen que es altruismo, pero he visto a Ankler de cerca. Un soldado, nunca deja de ser un soldado.

-¿Cómo tú?

Chris simplemente se echó a reír ante el comentario atinado de Leon.

Eso era justo lo que había querido decir.

Pero algunas costumbres viejas, bien pueden olvidarse.

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Sin embargo Ada Wong estaba dispuesta a hacer lo contrario.

Había tenido casi un siglo de ajetreadas vidas paralelas que la habían cohibido de vivir.

Y eso no estaba bien.

Pocos tendrían que saber, y realmente no era necesario que así fuese, que en realidad Ada Wong, había sido una agente de vital importancia en el desarrollo de la I Guerra Mundial, que gracias los experimentos de Axel Wesker y a sus descubrimientos, el experimento de las luciérnagas había podido llegar al punto al que Ozwell E. Spencer había atinado desde un principio.

Los resultados estuvieron ahí siempre.

Guerras, masacres, genocidios y magnicidios habrían podido haberse evitado si ella hubiese sido lo suficientemente sensata como para decir la verdad en el momento correcto.

Pero no lo hizo. Las fichas de dominó no caen igual dependiendo de quién las haga caer.

No era ella quién debía ganar, solo debía desaparecer.

Y así lo había hecho, y lo había hecho bien.

Ahora tenía un prometido. Un buen hombre de quién había comenzado a enamorarse llamado Nathan Drake. Un explorador nato, y un sujeto con hambre de descubrimiento. Justamente la parte inocente del tipo de aventura que Ada necesitaba.

Y estaba bien. Por primera vez en toda su vida, tenía una vida tranquila.

Por primera vez, todos estaban donde debían estar y tenían lo que merecían.

El mundo seguiría su curso, ellos ya habían dejado su legado.

FIN

Muchísimas gracias por acompañarme en este maravilloso viaje. Espero que nos podamos volver a leer en otra ocasión. Hasta pronto.

Residente Evil CAPCOM