Prologo
POV Kagome
— ¡vamos Kagome! —escuché como gritaban mis tres amigas de la escuela, animándome. Era más de media noche y yo estaba en la propiedad abandonada celebrando la víspera de mi cumpleaños como solía hacerlo desde los 14: conduciendo una moto.
— ¡aunque esto sea ilegal, debes ganar! —sonreí bajo mi casco al escuchar a Ayumi.
— ¡te prohíbo perder, zorra! —me carcajee bajo el casco, cuando escuché a Yuka amenazarme. Gracias a dios estos cascos tenían un micrófono incorporado, así podía escuchar todas las cosas que ellas me decían.
—solo por eso tendrás que comprar los aperitivos y las cervezas —le dije por el comunicador. La carrera estaba tomando más velocidad y la adrenalina hizo mella en mí como siempre que estábamos en la recta final.
— ¡y como siempre! ¡La gata salvaje gana este asalto! —todos comenzaron a reír y aplaudir como locos cuando la carrera finalizó. Vi la cara amargada de algunos tipejos cuando pasé por su lado, ronroneando con mi moto.
—será para la próxima, perdedor —fue lo único que dije. Aceleré un poco más para llegar junto a mis amigas que me esperaban con una sonrisa tremenda.
—Así se hace, Kag… siempre andas pateando esos traseros peludos— me dijo Eri con un cigarro en su pequeña boca. Solté una risotada al verla.
—No sé para que te pones esa mierda si sabes que no vas a fumarla— le dije con una sonrisa maliciosa.
—bueno, bueno… siempre hay que verse rudas, ¿no? —todas comenzamos a reír más fuerte ante su ocurrencia. Le indique con la cabeza a Ayumi que se subiera tras de mí, haciéndolo enseguida. Yuka se montó en su moto y Eri hizo lo mismo tras ella, escupiendo el cigarro al suelo.
—Que desperdicio —le dijo Yuka moviendo la cabeza negativamente al ver el cigarro inutilizado en el suelo.
—No es como si me costasen demasiado —Ayumi comenzó a reír suavemente junto a mí. Eri siempre le robaba los cigarros a su padre para hacerle sus travesuras y claro, como no, hacerlo perder dinero.
Las tres desquiciadas que estaban junto a mí eran mis mejores amigas desde el quinto grado de primaria. Todas habíamos atravesado problemas familiares difíciles:
Yuka Ishimoda era la hija mayor de un bastardo —padre de cinco hijos— que no podía tener el pene dentro de los pantalones y que había abandonado a su familia por dos pares de tetas siliconadas.
Eri Yukimura era la menor de tres hermanos y que había sido abandonada por su madre cuando tenía 7 años. Su padre era un adicto al trabajo y a las malas mujeres, en 5 años, Eri había conocido más madrastras malvadas que películas hay en el cine.
Ayumi Hoshino, que era la más dulce del grupo, era hija única, pero vivía en la casa de sus abuelos junto con sus muchos primos que habían sido dejados por sus padres —al igual que ella misma— en casa de sus abuelos al no poder ni querer criarlos.
Y por ultimo estaba yo: Kagome Higurashi. Tenía 16 años y estaba próxima a cursar el último año de instituto al igual que todas mis amigas. Vivía en un templo junto con mi abuelo paterno, mi madre y mi hermano pequeño. Mi padre, como prácticamente todos los hombres, se obsesionó tanto con el trabajo que término por conseguir una amante que podría haber pasado por mi hermana mayor. Cuando yo tenía 13 años, mi padre había tomado todas sus cosas del templo —diciendo a viva voz que él no servía para vivir en un lugar como ese, que él debía aspirar a cosas mejores que a dos mocosos y una sumisa por esposa— y se había ido. Una semana después supimos que había tenido un accidente en la carretera camino a Yokohama junto con su puta —que para mayor felicidad estaba embarazada— y había muerto junto con la mujer y el bebé. Por suerte para mi familia mi padre no había dejado el divorcio, por lo que al morir mi madre, mi hermano y yo éramos sus únicos herederos. Gracias a eso podíamos vivir cómodamente, ya que mi tío —hermano de mi padre y por suerte un buen hombre como mi abuelo— administraba el dinero y la compañía de papá para poder darnos todo a nosotros y estar holgadamente.
¿Cómo me describiría en pocas palabras?
Muy fácil: soy una perra.
No creo en el amor eterno, en la fidelidad y en el felices para siempre. Esas mierdas se las podemos dejar a Disney. Yo creía en que hay que tomar lo que nos plazca —porque no sabemos cuándo vamos a morir—, en saber defenderse y no aceptar que nadie tratara de cambiarme.
Por eso vivía al límite todo el tiempo, bueno, a escondidas de mi madre —ella era una buena mujer que no merecía aquello—puesto que cuando recibía la boleta de calificaciones nunca se llevaba una mala impresión, solo gustos.
Era la perra más sexy de la escuela y por dios que me gustaba serlo. Los hombres bajaban la guardia por un par de ojos coquetos, buenas tetas y un sexy y respingón culo. Así que era una diosa a la que más les valía no joder, porque ahí sí que era una puta diabla.
—¿nos vemos mañana en la escuela? —me preguntó Yuka cuando dejé mi moto estacionada en su garaje, ya que no tenía donde dejarla en el templo.
—Espero que mañana no parezca que estuviste de juerga —Yuka me sacó el dedo medio y se rió con ganas junto a mí.
Para mi jodida desgracia, al día siguiente sería lunes, así que tocaba escuela. Eri y Ayumi tendrían una cara de culo que no se la podrían ni quitar con ducha y café.
—nos vemos mañana, gatita… ¡nya! —iba a golpearla cuando la muy zorra me cerró la puerta en la cara.
—hija de…— me di la vuelta para empezar a caminar hacia mi casa, murmurando los métodos más eficaces para poder torturar a la muy grosera de mi mejor amiga.
Por suerte para mí, la casa de Yuka no quedaba tan lejos. Estaba a solo unas cuantas casas de la mía, por lo que no tenía que caminar tanto, ni arriesgarme a sacarle las bolas a un hombre que tratara de quitarme mi virtud. Sonreí con burla al pensar en aquello.
Cuando pude subir las interminables escaleras de mi casa, me senté un rato junto al árbol sagrado tratando de buscar la paz que solo él podía darme. Me quedé mirando sus ramas y su altura inmensa.
De niña me había parecido tan gigante como ahora me lo parecía, esa sensación no había cambiado. Me levanté para acercarme a él y acariciar su tronco. Cuando pasé la mano por la cicatriz que marcaba su majestuosidad, sentí un latido proveniente de él.
Inuyasha…
Quité mi mano del árbol rápidamente. Miré hacia todos lados cuando escuché aquello, tratando de encontrar a quien pronunció ese sonido, pero no vi a nadie. Me acerqué al árbol sagrado otra vez y volví a colocar la mano en el mismo lugar.
Inuyasha…
Sentí un temblor en mi cuerpo al comprender que aquello venía del árbol.
—Jodida herencia familiar sobrenatural —murmuré. Descendía de una larga línea familiar que en tiempos antiguos habían sido monjes y sacerdotisas poderosos. Gracias a esa herencia podía ver fantasmas y esas mierdas raras que otras personas no podían ver u oír. Miré al árbol sagrado pensando si lo que me decía era su nombre.
Busca a Inuyasha…
—Okey… —pensé en voz alta bastante irónica— la búsqueda será pospuesta para otro día… ahora mismo quiero dormir…
Kagome…
Me voltee hacia el árbol cuando el tono de voz cambio. Ya no era neutro y asexuado, ahora tenía un matiz ronco y masculino.
Kagome…
—si bueno —dije tratando de que no me afectara, utilizando como siempre una de mis armas— llámame cuando no tenga sueño… quizás ahí pueda atenderte, quien quiera que seas…
Kagome…
— ¿es que no entiendes? —dije un poco más fuerte. Me estaba enojando— es mi cumpleaños y quiero disfrutar de lo que me quede para dormir y poder disfrutar de mi día… sino puedes esperar para que conteste tus jodidas suplicas, pues allá tú —me fui de ahí enojada y sin mirar atrás. Algunas veces hasta yo me sorprendía de mi carácter. ¿Cómo era posible que pudiera enojarme, cuando lo más natural en un momento así era cagarse del susto? —soy una loca… soy tan loca como mi abuelo…
Continuara…