Quiero dar las gracias a mi queridísimo beta, un Slytherin que me saca mi lado más hufflepuff 3

Espero que os guste esta historia ^_^


El aire de la habitación huele a canela y a sudor.

La canela es seguramente por el champú con el que ambos se ducharon anoche. Le gusta el olor que él trae cuando viene a casa, pero le gusta aún más cuando el de ambos es el mismo, porque eso solo puede significar dos cosas, que los dos huelen al mismo jabón o al mismo sudor, y cualquiera le produce el mismo efecto; que se le erice hasta el último vello del cuerpo.

Aquella mañana Harry se despierta diferente, quizás es porque el fin de semana ha sido igual que ir a un balneario o simplemente que en ese justo instante está amaneciendo sobre una espalda pálida. Está viendo avanzar los rayos de sol a través de su piel desnuda y eso es algo doblemente fantástico porque además, no es un espectáculo que cualquiera pueda disfrutar.

Se pone de lado apoyándose en un codo y con la mano libre delinea su columna vertebral. La piel caliente por un lado, el ardiente sol por el otro. Podría morir abrasado ahí, entre ambas cosas o entre el cuerpo y la cama, le es indiferente, ya que tampoco sería una mala manera de morir.

Es hermoso. Por Merlín que lo es. Perfecto. Su piel se curvaba en los sitios indicados, jamás podría cansarse de recorrerlo, con sus dedos o con la mirada.

Se despierta por culpa de las cosquillas que Harry le está provocando y se incorpora un poco, aun soñoliento. Debería ser ilegal, es una crueldad que la peor cara de alguien sea la de recién levantado y la de Draco sea la más encantadora. Es injusto, pero a la vez maravilloso, ya que también es otro espectáculo reservado única y exclusivamente para él. Se restriega los ojos con delicadeza y bosteza, se apoya en su hombro y luego instintivamente, se echa el pelo hacia atrás, como hace siempre que despierta a su lado.

—¿Qué hora es? —pregunta con la voz aún tomada por el sueño.

—Las nueve; siento haberte despertado.

El rubio se levanta de la cama de un salto y la rodea.

—No importa, necesitaba ir al baño de todas formas.

Y dicho eso, se acerca y le da un beso suave en los labios.

Un rato más tarde, ambos se encuentran sentados, uno frente al otro en una pequeña mesa de madera que tienen en el salón. Cada uno tiene en sus manos un suplemento del profeta dominical, Draco el de economía y Harry el de quidditch; aunque no se miran, y parecen completamente concentrados en la lectura, sus pies se encuentran debajo de la mesa teniendo una especie de lucha de roces y caricias.

Es como un reflejo de la vida real. Sus pies son ellos, escondidos, dándose amor y fuego bajo una mesa, mientras en la superficie tan solo son dos hombres son sus ocupaciones, que apenas se tienen en cuenta el uno al otro, que no reparan en que están en la misma habitación y que casi ni se conocen.

Pero se conocen mucho. Demasiado. Ninguno conoce mejor a otra persona en el mundo.

Solo Harry sabe diferenciar que si Draco se pasa la lengua por el labio de abajo es que está concentrado o pensando algo detenidamente y, sin embargo, si el que lame es el de arriba, más le vale alejarse porque eso significa que su sarcasmo está luchando por escapar y se augura una pelea.

Pero Draco también sabe cosas de Harry. Como que si le lame tras la oreja y luego sopla, se le apaga el cerebro y puede hacer con él lo que quiera. O que, si fuese por él, lo pasearía de la mano por el callejón Diagon un treinta de agosto a las dos del día.

Por eso mismo, cuando levanta la vista de su periódico para coger la taza de té, ve un brillo diferente en aquellos ojos verdes que venera y de los que diferencia los ciento diez tonos de verde diferente que el tiempo y la proximidad le han permitido conocer.

Cuando lleva varios segundos observándole, éstos se elevan y se clavan en él. En sus ojos, pero también en sus pulmones, cortándole momentáneamente la respiración.

—¿Qué pasa, Harry? —pregunta plegando el periódico que sabe que ya no leerá.

—¿Te lo has pasado bien este fin de semana?

La cuestión no es lo que Harry ha dicho, sino cómo lo ha mirado, desde abajo, mientras mordía una tostada. Elevando ese verde hasta los párpados. Haciendo que, sin mover los iris redondos, Draco se sienta como si le estuviesen hipnotizando.

Se centra en la pregunta, ¿qué si se lo ha pasado bien? ¿pretende ser irónico? "Bien" es un grano de arena frente a una pirámide que él podría construir con todo lo que ha sentido junto a él durante aquellos días.

—Claro que sí —responde, dándole el resto de su entusiasmo con su mirada y su sonrisa—. Ha sido perfecto, ¿es que tú no lo has disfrutado?

Ya sabe que sí, porque podría helarse el infierno antes de que Harry pudiera fingir con éxito delante de él.

—Por supuesto —responde casi ofendido—. Precisamente por eso…

Oh.

Draco cierra los ojos un momento y cuenta mentalmente hasta diez.

Sabe lo que Harry va a decirle. Lo habría sabido antes si no lo hubiese estado dejando sin energía durante tres días y dos eternas noches.

—No —lo corta aun antes de que siga y eso pueda darle algún tipo de esperanza.

—Pero Draco, por favor…

—No —vuelve a responderle tajante—. Y no insistas más, ni siquiera Scorpius cuando era un niño podía hacerme cambiar de opinión.

—No me parece justo que tú seas el único que tome partido en esa decisión.

—Harry —intenta hacer que razone sin perder la paciencia—. Llevamos así años, hemos discutido esto muchas veces. Me has amenazado con dejarme otras tantas —dice mirándolo severamente, diciéndole sin palabras que ni se le ocurra volver a intentarlo—. E incluso una vez lo hiciste. Pero sabes que no podemos estar separados, así que…

—Precisamente —intenta negociar.

—Pero tampoco podemos decírselo a nadie. Eso lo arruinaría todo. Nuestras familias, los negocios, tu trabajo…

—Draco, pero yo quiero compartirlo todo contigo.

—Ya lo haces, lo hacemos —replica, acostumbrado ya a que Harry le discuta precisamente esto—. Dormimos prácticamente cada noche juntos, almorzamos y cenamos juntos cuando nuestros compromisos lo permiten. Celebramos aniversarios, cumpleaños…

—Pero yo quiero pasar contigo las navidades y con mi familia, mis hijos.

—¿Es que no te das cuenta? Si lo decimos nadie va a querer estar en la misma habitación que yo.

—Eso no lo sabes.

—¡Vamos! Si cuando entro a la tienda de los Weasley me hacen una fiesta en cuanto me voy.

—Podríamos hacerlo poco a poco.

—No.

Harry cansado y ofuscado, como siempre que tienen esa misma discusión, tira el periódico sobre la mesa con fuerza y se levanta.

—No quiero las sobras de tu vida, Draco. Ni quiero darte las mías.

Dicho eso, sale del salón y se mete en la habitación para comenzar a recoger sus cosas. Esa tarde tiene que volver a su realidad, al mundo real.

Mientras mete bruscamente sus pantalones en la maleta, siente las manos del rubio posarse sobre sus hombros, lo que hace que parte de su frustración desaparezca. Es entonces cuando echa hacia atrás su cabeza y la apoya en él. Cierra los ojos y suspira.

Draco le habla al oído, quedamente, mientras va depositando pequeños besos en su mejilla y su sien.

—No tienes las sobras de mi vida. Tú eres mi vida, lo eres todo. Eres en quien pienso cuando me levanto y en lo último que pienso antes de dormir; todos mis pensamientos te pertenecen. Y si no tuviese un hijo, te diría que eres la única persona por la que merece la pena vivir.

Harry gira la cara alejándose de esa lengua zalamera que siempre consigue convencerle de forma directa o indirecta.

—Pues no lo entiendo. Porque si me quisieras como dices, tanto como yo a ti, ¿por qué no tienes las mismas ganas de que todo el mundo lo sepa y de que seamos libres?

—Porque pienso que si lo contásemos, no seríamos libres y las circunstancias terminarían separándonos.

Harry vuelve a mirarlo de frente.

—Sabes que nada podría separarme de ti.

—¿Ni tus hijos? —pregunta suspicaz.

—Eso es diferente —casi susurra.

Draco lo abraza con fuerza, para que no vuelva a alejarse de él.

—Lo hemos hablado, hemos discutido hasta la saciedad. No vuelvas a lo mismo, Harry, te lo suplico.

Harry le devuelve el abrazo y respira hondo. En realidad, sabe que lleva razón, pero hay algo dentro de él que le quema, que le empuja a decirlo, que cada día que pasa le hace sentirse más y más culpable. Él se siente muy orgulloso de Draco y por eso no tiene miedo a exhibirlo, pero también comprende que la situación es un poco más delicada que eso y que si quiere estar a su lado (y lo quiere con toda su alma), tiene que aguantar como están las cosas.

Draco le mece la cara entre sus manos y le sonríe.

—Vamos, que no quiero irme y dejarte con esa cara.

Harry cambia su gesto y lo mira directamente a los ojos.

—Pues no te vayas —le contesta.

—Sabes que tengo que hacerlo.

—¿No tienes ni cinco minutos? —pregunta con un gesto totalmente significativo.

Draco mira su reloj de pulsera y refunfuña.

—No voy a desnudarte y a meterte en la cama por cinco minutos. Quiero veinte, como mínimo.

Harry se ríe y lo besa inmediatamente después.

Entre tropezones se meten en la habitación de vuelta. Draco va quitándole todo lo que puede en el camino, no le ha engañado con eso de que tiene que irse. Pero, como siempre, Harry es el que pone la calma. O al menos a veces, esas veces que no es un león hambriento.

Se devoran mientras el río de ropa desemboca junto a sus pies descalzos, a sus piernas enredadas, sus muslos pegados y sus labios fundidos.

Caen sobre el lecho sin cuidado y Draco se pone sobre él enseguida, rondando por la gran cama que han hecho tan solo minutos antes pero que, como la mayoría de las veces, deshacen sin miramientos.

Harry desliza su mano por el vientre del rubio directamente hasta su entrepierna, la que él mismo siente golpeando su cadera, masajea con cuidado y cierra los ojos mientras siente la cálida lengua de Draco reptando por su cuello y su mandíbula.

De rodillas, el slytherin abre las piernas del moreno y se sitúa entre ambas. Éste, sin pensárselo dos veces, las alza para abrazarlo con ellas y atraerlo aún más hacía sí.

Draco apoya sus manos, cada una a un lado de la cabeza del gryffindor, y poco a poco se va introduciendo en él.

Las embestidas son rápidas y fuertes, como sabe que le gustan a Harry. Agacha la cabeza para poder seguir besándole mientras, algo que jamás pensó que le haría disfrutar tanto.

Harry eleva su cuerpo para recibirlo a la vez que va diciéndole con todo lujo de detalles todo lo que siente en esos momentos. Que lo quiere más despacio, más rápido, más adentro…

Y para el rubio eso es algo inaguantable. Algo que le hace querer llegar mucho antes, pero a la vez, no querer terminar nunca para poder seguir disfrutando de su cuerpo.

Pero eso es imposible, y después de unos largos minutos, culmina sin poder aguantarse ni un ápice más, mientras siente también el calor de Harry expandiéndose por sus vientres.

Se baja de él y se echa a un lado, jadeando aún por el esfuerzo.

—Odio tener que irme sudado —dice mientras busca con su mano la de Harry y entrelaza sus dedos.

—Si quieres nos damos una ducha.

Draco lo mira de reojo.

—Eres insaciable. Pero lo siento, tengo que irme.

De un salto se levanta y Harry, desde la cama, le observa lanzarse un hechizo de limpieza, otro que atrae toda su ropa y como se viste poco a poco para su tortura. Cuando solo le queda ponerse la túnica, se vuelve hacia él.

—¿Cuándo podré verte esta semana? —le pregunta con las cejas fruncidas.

—No sé, el jueves quizás.

—¿Tanto tiempo? ¿Dónde es esa misión? ¿en la Antártida?

—Es en Escocia, pero tenemos que acampar varios días para asegurarnos de que la congregación no es más grande de lo que pensamos en un principio.

—Está bien, pero el jueves como muy tarde te quiero ver aquí. Hacía mucho que no pasábamos tantos días sin vernos.

—Que sí, pesado.

Draco termina de arreglarse y le da un suave beso, después se aparece allí directamente. Harry suspira y se tapa hasta las orejas. Odia cuando Draco se va y lo deja solo, pero aún más, cada vez que le saca el tema y se pone tan terco.


Los días pasan rápidamente para el slytherin, que todavía siente la esencia de Harry pegada a su cuerpo. Si aspira con fuerza lo huele, lo nota ahí, en esa parte entre su piel y sus huesos donde Harry explora cada vez que se encuentran.

El miércoles lo echa de menos más que a nada, hacía mucho tiempo que no pasaban más de un par de días separados y aunque el trabajo de Harry lo mantenga fuera de vez en cuando, jamás han sido más de dos días desde que este ascendió a Jefe de Aurores.

Como cada semana, almuerza con su hijo en la mansión Malfoy, aunque Scorpius ya es un joven al que casi podría considerar adulto, aún sigue esa regla estricta de comer con su padre algunas veces en semana, aunque en días como hoy, lo haga con su túnica de San Mungo y totalmente apurado por irse a Merlín sabe dónde.

—Hijo, sé que tendrás compromisos, pero si sigues comiendo de esa forma, terminarás atragantándote. Y te recuerdo que el único medimago en la sala eres tú.

Scorpius carraspea un poco.

—Lo siento, papá, pero es que debo volver lo más pronto posible.

Draco observa su reloj de pulsera, mientras piensa en si llamará Harry esa noche, que es cuando vuelve, o si ya se verán directamente mañana por la mañana.

—Pero, ¿no vienes de allí? Hacía mucho que no tenías turnos tan largos…

—No, no es un turno, ha habido una emergencia y me han pedido que vuelva si puedo.

—¿Necesitas el dinero? —le pregunta extrañado.

—Claro que no —replica algo molesto, ni que solo trabajase por eso—. Es simplemente que… bueno, es una situación delicada hay un montón de aurores heridos y necesitan muchas manos. Y seguramente, si ayudo, quede bien a ojos de mi superior.

—Ah, de acuerdo… —está claro que lo hace por…—, ¿aurores?, ¿qué aurores?, ¿qué ha pasado? —pregunta de repente algo asustado.

—Bueno, al parecer una misión donde hubo una encerrona, o algo así, no sé, sabes que no cuentan esas cosas.

—Y… —Draco parece nervioso y Scorpius lo nota enseguida—, ¿hay muchos aurores heridos? ¿alguno que, bueno, conozcamos?

—No, la mayoría tienen rasguños y hay algunos con un hueso roto, con heridas o quemaduras, nada muy grave, todos estaban a bastantes metros cuando explotaron unas barreras mágicas, unas protecciones o algo así.

—Menos mal —su hijo levanta una ceja suspicaz, ¿su padre preocupándose por los aurores?— bueno, ya sabes, podría haber algún conocido entre ellos…

—Ya, pero no ha sido así, y además están prácticamente todos bien —de repente, el chico eleva sus iris tan grises como los de su padre y piensa—. Bueno, todos menos Harry Potter —dice haciendo que Draco vuelva a prestar atención enseguida—. Él fue el que abrió las barreras que explotaron, probablemente no pase de un día o dos…

—¿Tendrá que pasar dos días ingresado? ¿Qué le pasó? —pregunta intentando que su voz no tiemble al decirlo.

—No, papá —y esta vez la mirada de su hijo no es suspicaz, si no triste—. No sobrevivirá más de un día o dos, vino muy grave, no pueden hacer nada por él.

La respiración de Draco se detiene inmediatamente. Su estómago se endurece y se encoje al instante.

No.

Es imposible.

—Es… ¿estás seguro? Puede que… Potter ha sobrevivido a muchas cosas…

Scorpius le dirige una sonrisa de empatía.

—No lo creo papá, estaba casi muerto cuando llegó al hospital.

—Ya… si quieres… si tienes, es decir, si quieres marcharte a ayudar, ve; no te preocupes yo también he dejado algunas cosas a medias.

Scorpius se levanta en silencio intentando que la silla no suene cuando la arrastra, se seca los labios con una servilleta y la posa sobre la mesa. Luego se acerca al otro extremo y besa a su padre en el pelo antes de irse.

—Buenas tardes papá, no me esperes despierto, no sé a qué hora volveré.


No. No. No. No.

Grita. Y rompe.

Entra en su despacho y tira todo lo que hay sobre la mesa. Lámparas, tinteros, plumas, calculadoras. Arrasa con todo lo que se pone a su paso. Todo termina roto y en el suelo, lo pisa y sigue gritando.

Pero hasta su voz acaba rompiéndose y haciendo que su garganta solloce.

Sus chillidos se vuelven anhelos. Lágrimas. Y todas dicen el mismo nombre.

Coge el tarro de polvos flu y lo tira a la chimenea entero, los trozos de cerámica crujen al romperse contra la piedra y entonces las llamas se tornan verdes, como sus ojos.

Y aun llora más.

No. No. No.

Es un sueño, se abofetea, quiere despertar, tiene que hacerlo.

"Vamos Draco, despierta" además, no quiere despertar de cualquier forma, quiere despertar a su lado, junto a él. Que le esté mirando cuando abra los ojos y le diga: "es que ,es imposible tenerte al lado y no verte dormir" que le acaricie la cara y se vuelva para contestarle: "parece que anoche no te dejé tan cansado como pensaba" pero sobre todo, que se ría. Que se ría de la única forma en que la risa es verdadera. Cuando escapa entre sus labios y su sonrisa.

El dolor es tan desgarrador que lo oye desde fuera, que lo nota como un viento huracanado que se ha generado en lo profundo de su ser, y da vueltas y vueltas destrozando todo por dentro. Oye como sus músculos se rompen también, como todo su cuerpo lo reclama, lo exige. Le está diciendo que no podrá seguir funcionando si no está cerca de él. Pero eso ya lo sabe.

Arranca un cuadro de la pared, un bodegón que lleva en la familia Malfoy generaciones. Y lo echa al fuego. Sigue gritando mientras tanto, mientras todas las cosas de su despacho terminan por el suelo, en el fuego; quiere que estén rotas, todas, como sus nudillos, como su corazón.


Scorpius se encuentra frente a la habitación. Con la carpeta en la mano cierra los ojos un segundo y cuenta mentalmente hasta diez, respira hondo y los abre.

Sabe que seguramente se encontrará a alguien dentro, solo espera que no sea alguno de los que le hizo la vida imposible durante los siete años que pasó en Hogwarts. Aunque, teniendo en cuenta que prácticamente todos lo insultaron alguna vez, le parece algo imposible.

Despacio, la abre para al menos, no llamar la atención de forma escandalosa y cuando lo hace, descubre para su alegría, que solo un pariente está pasando la noche con el jefe de aurores.

Dormido sobre sus brazos, apoyado sobre el colchón donde dormita su padre, Albus Severus, el más callado, calmado e inteligente de los Potter y de los Weasley, aunque su apellido no sea ese, ni su pelo brille como el fuego.

Lo observa durante unos segundos antes de acercarse a la cama de su paciente, recitando mentalmente un mantra "que no se despierte, que no se despierte". Puede que Albus no fuese de los que más se metían con él en Hogwarts. Puede que para cualquier otro, sus insultos fuesen solo gotas en un río que baja bravo por la montaña; pero no para él, porque Albus Potter jamás lo llamó mortífago o domador de artes oscuras. Nunca lo despreció por sus padres, sus abuelos o por algún otro Malfoy que hiciese cosas en algún momento de la historia. No. Sus insultos tenían cariz personal, exclusivo. Iban dirigidos única y exclusivamente a Scorpius Hyperion Malfoy y por eso esas gotas dolían como balas.

Se acerca despacio y deja el historial sobre la mesita, se pone el estetoscopio y cuando este está a punto de rozar el pecho del señor Potter, algo lo sobresalta.

—¿Qué se supone que estás haciendo, Malfoy?

Aún permanece con la cabeza apoyada en sus brazos, pero ahora tiene sus mortíferos ojos verdes completamente abiertos y clavados en él.

—Medimago Malfoy. Y solo estoy revisando a mi paciente, así que si no le importa…

—Llamaré a otro medimago, si no le importa —dice, haciendo que el uso de la cortesía suene totalmente sarcástico.

Potter se levanta y se dirige hacia la puerta, pero él es más rápido y la cierra antes de que pueda salir, luego se acerca a él intentando parecer amenazador.

—Mira, Potter. Este es mi trabajo, jamás han tenido una queja sobre mí, nunca he tenido ningún problema y tú no vas a ser el primero.

—Puede que éste sea tu trabajo, pero ése —dice señalando hacia la cama— es mi padre y no voy a permitir que nada salga mal.

—¿Estás insinuando que voy a tratarlo mal por ser quién es? Me sorprende que eso te moleste, cuando es el deporte nacional que se practica en la casa de los leones.

—Ya no estamos en el colegio, madura, por el amor de Merlín. Esto es la vida real, no es un duelo en un pasillo a media noche.

Otra vez. Otra vez Albus Potter lo deja en jaque, lo insulta sin palabras que suenan mal, no hace referencias a generaciones pasadas. Y lo odia.

—Exacto. No es un juego, es mi trabajo. Y soy un profesional. Así que si no te importa, déjame hacerlo.

—Una oportunidad, Malfoy —le dice, como si le estuviese perdonando la vida.

Lo mira con rabia contenida, pero intenta disimularla todo lo posible.

Se vuelve a colocar junto a la cama y adopta su postura más técnica.

—Veamos, Harry —dice con dulzura, con ese tono que utiliza con todos sus pacientes, tengan la edad que tengan. Ignora por completo al otro Potter que lo mira como un águila observa a un ratón desde las alturas—, voy a mirar tus constantes y a ver si algo ha cambiado desde la última vez que se te visitó, notarás un poco de frío —dice mientras acerca el aparato para oír su corazón—. Estupendo, todo sigue igual, ahora…

—¿Puede oírte? —pregunta curioso de repente.

Sin quitar los ojos de su paciente y manteniendo la calma, le responde.

—No lo sé con seguridad, pero ha dicho algunas palabras sueltas desde que llegó y ha estado moviéndose. No parece que esté en coma o algo parecido, así que supongo que sí.

Scorpius se acerca y levanta con cuidado una venda que tiene sobre la frente, la observa de cerca para ver como la herida está cicatrizando como debe ser.

Sonríe y cuando va a retirarse, nota como una mano se aferra con fuerza a su muñeca, y él se queda totalmente paralizado.

—¿Draco?

No puede respirar, solo puede ver como Harry Potter lo agarra con fuerza, tiene un ojo entre abierto y voz rara, como agarrotada y seca.

—¡Papá! —dice Albus a su lado.

—¿Draco, eres tú? —repite.

Scorpius apenas puede moverse o despegarse de su paciente, que lo retiene junto a él.

—Yo…

—Tengo que estar verdaderamente mal si estás aquí —dice y, para sorpresa de ambos jóvenes, alza la otra mano, la que no sostiene la muñeca de Scorpius, y acaricia la cara de éste—. ¿Has venido a despedirte? —vuelve a preguntar—. No quiero que te encierres en tu mansión cuando me haya ido, quiero que sigas siendo con otro igual que eras conmigo, ¿me lo prometes, Draco?

Scorpius asiente, como si estuviese hablándole a él.

Y entonces, Harry Potter, el héroe del mundo mágico le sonríe, su mirada brilla aún más que sus dientes blancos y vuelve a quedarse completamente inconsciente.

Cuando lo suelta, su mano cae laxa sobre la cama y entonces la respiración vuelve a él como si hubiese pasado todos esos minutos bajo el agua y tuviese aire fresco de nuevo.

Mira a su derecha aún ensimismado y no es un espejo, es Albus Potter con la misma mirada de incredulidad que él tiene. La misma expresión sin pelo rubio ni ojos grises, sin bata blanca pero exactamente igual de sorprendida.

—¿Qué demonios…?

Ambos se miran sin saber que decir, sin saber qué ha significado eso, pero sumado a la cara lívida de su padre cuando oyó sobre lo que había pasado, la forma en la que lo echó de la mesa mientras almorzaban, cómo se levantó él y corrió fuera de aquel salón dejando todo lo que había en la mesa sin importarle los modales, las costumbres ni nada de todo lo que normalmente antepone hasta a respirar, perdiendo la compostura, aunque solo estuviese él delante. Y todo eso le hace pensar a Scorpius que hay kneazle encerrado.

—Buenas tardes, Potter.

—No, tú no vas a ningún sitio, vuelve aquí.

Ahora es Albus el que se interpone entre la puerta y el medimago.

Ha visto esa cara muchas veces, la ha visto en James, en Fred y en Louis cuando traman algo. Reconoce esa máscara de "tengo la mente en ebullición y por eso no puedo hilar más de dos frases", así que lo para antes de que huya y él se quede en ascuas sin saber qué demonios está pasando.

—¿Qué pasa?

Potter cierra la puerta y mira la cama de su padre, luego se junta un poco más contra él, como si fuese a contarle una confidencia, como si alguna vez en su vida le hubiese contado alguna y aquello fuese algo completamente natural.

—¿Qué ha significado eso? Y dilo, Malfoy, porque sé que tienes algo ahí dentro, alguna sospecha.

—¿Eres inefable o qué? —le dice intentando recuperar algo de espacio personal—. Déjame en paz.

Se gira para darle la espalda, pone la mano sobre el pomo y lo gira, ¿es que se cree que puede llegar y tener ese poder sobre él? Ya no es un crío, como bien ha dicho él, y no están en el colegio.

—Si no me lo aclaras tú, iré a hablar con tu padre.

Y lo hará, por Merlín que lo hará, lo sabe bien, nada ni nadie detiene a esa avalancha llamada Potter cuando quiere algo.

Vuelve a mirarlo, ahora fijándose aún más en él.

—¿Qué quieres? —intenta hablar con desprecio o, al menos, con el mismo con el que es correspondido.

—Saber qué es lo que está pasando. Qué ha significado eso.

—Sé lo mismo que tú Potter, exactamente lo mismo.

Y ahí está de nuevo, ese casi resbalón que Albus ve en él. Es lo que no dice, lo que se calla lo que quiere saber. Porque hay algo que Scorpius Malfoy, con ese aire de perfecto, de que jamás se le ha movido un solo pelo de la cabeza, está guardándose dentro.

—¿Y qué más?

Scorpius resopla frustrado, ahora entiende porqué su padre siempre ha insistido en que los Malfoy deben saber ocultar sus sentimientos en lo más profundo y jamás dejarlos ver. Sí, aunque él esa mañana también haya incumplido esa norma. Lo mira intentando leer algo en aquellos ojos color jade, saber qué intenciones tiene, pero nada. Potter es mejor Malfoy que él mismo.

—Esta mañana, cuando le conté a mi padre lo que había pasado, me preguntó, pero cuando le dije que tu padre estaba… bueno, así, se puso lívido y hasta tartamudeó. Inmediatamente después me echó de la mesa y se fue corriendo.

—¿Y qué? ¿Qué significa eso?

Scorpius deja escapar un ligero suspiro. Inexpertos. Desconocedores de la sutileza y el noble arte de leer entre líneas.

—Mi padre nunca, jamás, deja ver cuánto le afectan las cosas. ¿Y tartamudear? En mis casi veinticuatro años jamás le he visto que le tiemble siquiera la voz. Y por supuesto, en Malfoy Manor no hay nada más importante que los modales durante una comida, aunque tu único acompañante sea un elfo doméstico. Un Malfoy jamás se levanta de la mesa hasta que el postre se ha terminado para todos los comensales. Y él prácticamente escupió el primer plato.

—Supongo que en el extraño lenguaje de los Malfoy eso es estar jodidamente sorprendido.

—Eso en el lenguaje de los Malfoy —aclara—, es estar muriéndote por dentro, como ahora sé, lo estaba mi padre.

Albus primero frunce las cejas, pero no es tonto, si fuese así de estúpido no habría sido tan sutil, así que no tiene que esperar más de unos segundos para que esa expresión mude en su contraria, en una dilatación de sus ojos. Comprensión. Tampoco había que ser muy inteligente. Solo bastaba con oír lo que Harry Potter ha dicho en su lecho de muerte. Que, si no despierta más, serán las últimas palabras del salvador del mundo mágico.

"¿Me lo prometes, Draco?" el nombre de su padre. En casi un suspiro.

Tiene que decírselo, hablar con él. Y después, cuando ya haya pasado todo, hacerle muchas, pero muchas preguntas.

—¿A dónde vas? —le pregunta Albus de nuevo.

—A ver a mi padre, ¿dónde si no? Necesito que me aclare algunas cosas.

—¿Puedo…? Me gustaría…

Scorpius lo mira como si fuese la primera vez que lo hace. Como a su igual, alguien que tiene el mismo interés y la misma curiosidad que él. Pero eso no borra su apellido y que éste esté vetado en su casa, porque si entrase con un Potter, las protecciones de Malfoy manor estallarían sobre su cabeza y cosas así, pero entonces, se da cuenta de que se lo está replanteando. Y calla a esa voz en su cabeza.

—Ni hablar —le contesta intentando mostrar seguridad.

Parpadea con rapidez.

—No puedes dejarme así, yo también quiero saber más.

—Pues…

Por un segundo, una milésima, ha estado a punto de decirle que le pregunte a su padre. Y entonces mira tras él y lo ve postrado en esa cama. Y vuelve de nuevo a observarle detenidamente. Está confundido, ni siquiera sabe lo que va a oír de su padre cuando hable con él…

—Yo… mira, quédate, tu padre no puede estar solo. Cuando vuelva te contaré lo que haya averiguado.

Albus Potter asiente y se cruza de brazos. No. Se abraza, se abraza a sí mismo como si la situación le estuviese superando. Como si ahora, no solo tuviese que afrontar la futura y prematura muerte de su padre, sino también la posibilidad de conocer algo que cambie por completo el concepto que tenía de él.


Cuando llega a la mansión, siente como nunca la magia ligera, familiar, que lo cubre para permitirle el paso. Se dirige al despacho de su padre directamente, ya pensará en qué decirle cuando lo tenga delante, aunque conociéndose, sabe que no, que le dirá lo que piense en ese momento y nada podrá callarle.

Como era de esperar, la puerta está cerrada. Golpea insistentemente, pero nada, ni un solo ruido o murmullo, quizás también haya lanzado un hechizo de silencio. Llama a su elfo, que es lo más eficaz que piensa en ese momento.

—¿Sí, amo Scorpius? —pregunta inclinando la cabeza.

—Quiero entrar en el despacho de mi padre.

—Pero el amo Draco ha cerrado la puerta, le ha prohibido abrirla a ninguno de los elfos de la mansión, señor.

—Y yo no te estoy pidiendo que la abras, quiero que nos aparezcas a los dos dentro.

—Pero…

—Es una orden —exclama antes de que pueda replicarle nada más.

El elfo tiembla, como siempre que las órdenes de sus amos se interponen las unas con las otras. Pero él no puede hacer nada. Así que acatando lo que Scorpius le ha dicho, lo agarra de la túnica y los aparece a ambos dentro de la pequeña habitación.

En cuanto pone los pies en el suelo y abre los ojos, Scorpius deja escapar un pequeño jadeo.

—Santísimo Merlín.

Todo está completamente destrozado. Hasta el papel de las paredes. Todo a su alrededor huele a desesperación y a sangre. Pero también a recuerdos y a whisky de fuego.

Es como la confirmación. Como si sus sospechas le hubiesen puesto un cartel gigante y luminoso con una flecha señalándole que tenía razón. Está claro que pasa algo, eso ya lo sabe, pero aún necesita saber más.

Esquiva mesas y sillas rotas en el suelo, cojines, cristales. Y por fin lo ve, tumbado sobre el sofá, o lo que queda de él. Junto a una botella medio vacía y otra vacía por completo.

—Papá —lo llama, lo zarandea.

Cuando no obtiene la respuesta esperada, cambia su mente y pasa de ser hijo a ser medimago, o al menos lo intenta. Le toca la frente que está fría y a la vez perlada de sudor, convoca a uno de sus elfos para que le traiga en seguida su maletín y cuando lo tiene en las manos, saca unas cuantas pociones que intenta que su padre ingiera.

Lo coloca de lado, por si vomita, pero no hace eso, hace algo mucho peor, algo que Scorpius no le ha visto hacer jamás, ya que es la primera vez que lo ve beber como para perder el conocimiento.

—Papá…

Y ahora no lo llama, le aparta el pelo de la cara y le seca las lágrimas.

Con la consciencia vienen los recuerdos. Y son tantos y tan buenos que no puede evitar querer morirse él también.

Llamó a Theo, porque él trabaja en el departamento de leyes y trata con los aurores cada día. También llamó a Bulstrode, que trabaja en San Mungo y a la que hacía milenios que no veía. Todo para eso. Para que le confirmaran lo que Scorpius le había dicho ya. Que se moría.

Y si el vacío ya es grande, tan profundo que todo lo que conoce, su mundo, cabe y cae sin frenos por él, tiene que añadir que ni siquiera puede ir a verle.

Va a vivir, sabiendo que pudo ir a despedirse de él, a tocarlo por última vez y no lo hizo.

No puede por dos razones fundamentales, la primera, porque nadie en su sano juicio le dejaría pasar a verle, y segundo, porque sabe que si lo tiene delante, no podrá contenerse, lleva demasiado tiempo haciéndolo y este es su castigo.

El karma no le está dando una bofetada, le está lanzando un crucio. Se está riendo de él mientras la agonía se lo come desde dentro. Es cruel, mientras lo ve retorcerse en el suelo de dolor le recuerda que fue Harry quien quiso cambiar esta situación, si tan solo le hubiese oído esta última vez…

Pero no, no le oyó y no volverá a oírle y eso hace que sus entrañas ardan, que tenga ganas de golpearse a sí mismo por haber sido tan estúpido. ¿Por qué quiso esconderlo? ¿Por qué? Uno no esconde lo que quiere o lo que aprecia, uno esconde las cosas de las que se avergüenza, y ahora no quiere que Harry se vaya pensado que se avergonzaba de él, porque Harry es lo mejor que le ha pasado en la vida después de Scorpius. Es la única persona que le ha querido, que le ha dado significado a la palabra incondicional. Había cosas que creía que solo pasaban en las películas muggles, o en la mente de los adolescentes y que ahora sabe que son ciertas. Como el "para siempre", que pasó de sonar a larga condena a efímero placer.

Poco a poco se da cuenta de dónde está y de que no está solo.

Scorpius le acaricia la frente y le roza las mejillas, arrastrando lágrimas que en vez de agua salada, le queman la cara como si fuesen de fuego, como si grabasen en su piel el motivo por el que están siendo derramadas porque saben que no está haciendo nada por remediarlo.

En ese momento, cuando nota el calor de otra piel tocándolo, vuelve en sí y se despeja. Puede que las pociones que Scorpius le ha dado también tengan algo que ver, pero eso ni siquiera lo recuerda. Como puede se apoya en un codo e intenta sentarse, la mente le da vueltas y lo único que es capaz de hilar es dónde está y con quien, bueno, y por supuesto porqué, eso jamás se irá de su mente, pueden lanzarle mil obliviates antes de que sus recuerdos con Harry desaparezcan, porque no solo los tiene grabado en su mente, hay cientos de sitios, a lo largo de todo su cuerpo que lo recuerdan casi con el mismo anhelo.

Cuando por fin consigue estabilizarse, Scorpius sigue allí, mirándole con esa cara de "lo sé, papá" pero también con esa de "y no es suficiente, quiero saber más".

—No me mires así —le recrimina.

—Espera que te ayude a ponerte de pie —dice el más joven agarrándolo por un brazo.

—No soy un maldito crío, no necesito tu ayuda —grita sin convicción.

—Pero, papá…

Draco se levanta, demostrando así que el mareo ha remitido pero sin darle las gracias a su hijo. Le empuja ligeramente, odia sentirse débil, mostrar que algo le importa tanto delante de nadie, aunque ese nadie sea Scorpius y lo esté mirando con unos ojos idénticos a los suyos.

—No —repite—, estoy bien, solo necesito descansar un rato y mañana estaré como siempre.

—Sabes que no es eso lo que necesitas, lo que tú necesitas es ir a ese hospital y verle, antes de que no puedas hacerlo —le regaña, como si él fuese el padre, como si tuviese esa potestad, como si supiese de qué demonios está hablando.

—Tú no sabes nada, no te metas en mi vida —añade, completando la estampa, comportándose como un niño.

Draco se acerca a la puerta, no mira atrás; mirar atrás significa ver cosas que no quiere y sabe que eso le derrumbaría. Agarra el pomo para girarlo antes de que las últimas palabras de Scorpius le hagan quedarse petrificado.

—Me ha hablado, me ha tocado, creyéndose que era tú. Pensando que hablaba contigo. ¿Cómo puedes ignorarlo?

Por un momento, Scorpius cree que su padre va a darse la vuelta y a reaccionar, la mano que aun sostiene el frío tirador está blanca, lo agarra con demasiada fuerza, como si quisiera transmitirle todo el dolor que tiene en su interior. Pero al instante, gira y abre la puerta para desaparecer a través de ella, dejando entrar una frustración que Scorpius jamás había conocido.

Sin más, se desaparece de allí gruñendo.