Disclaimer: todos los personajes pertenecen a JK Rowling. Yo solo los tomo prestado.


Son las 6:15 de la tarde. El sol está por ocultarse y, mientras las sobras de las raídas cortinas llenan el suelo de formas extrañas, tu ausencia se siente más pesada.

Sé que vendrás, siempre lo haces. Han sido veinte viernes seguidos, sin falta, sin retrasos, sin demoras. Eres puntual, preciso, directo y dominante. ¿Quién lo hubiera dicho? El pequeño león tímido era un rey cuando le abrían las puertas de su jaula perfecta para que pudiera salir, de aquella jaula que tú solo construiste, con ellos y con ella, y de la que ahora escapas sin lamentarlo, sin culpas, sin temor. Lo puedo ver en tus ojos cada vez que me desnudas, cuando te entierras en mí con fuerza, o cada vez que te veo entre mis piernas, sé que no te arrepientes de nada, ahí arrodillado ante mí alcanzas el cielo.

Pero no quieres quedarte, sólo escapas, sólo huyes por momentos, por horas cada viernes, cada viernes antes de que el sol se oculte, donde la caída de la noche se come tu presencia, tu figura se confunden con las sombras, y nadie te ve, nadie te reconoce, entonces vienes, corres a mí. Porque temes que los demás se enteren, temes quedarte fuera de la jaula, que te la cierren para siempre y no vuelvas a lo que siempre has conocido.

¡Qué cobarde león!

La puerta se abre. Sonrió con sorna, con burla y desesperación, con rabia mal contenida. Abres esa maldita puerta con fuerza y lentitud al mismo tiempo, provocando un chirrido que me cosquillea en la piel. Sé que tu cara cambia al traspasar el umbral, el rostro se te llena de libertad porque escapas de esa rutina, escapas de los brazos de ella para correr a los míos, que siempre te reciben ansiosos y felices por tenerte de regreso. Pero esta vez será diferente, porque ya no aguanto, ya no lo soporto. Me obligaste a esto, te obligué a esto, y creí que sería sencillo, fácil, que podría renunciar, aburrirme de ti, pero mi corazón, aquel corazón que juré era de hielo, se derritió, se templó ante ti.

¡Jodido león, jamás eres lo fácil, siempre lo complicas todo, y ahora tenías que complicarme la vida a mí!

Así que, por eso, esta vez te espero con los brazos cruzados, para no correr abrazarte, besarte y enredar mis piernas en tus caderas para restregarme contra ti. Tengo la mirada cargada de rencor, de un odio que no siento, pero quiero y necesito que creas, que me creas, que estés seguro de que esta vez sí será la última vez, que no volveré, que no regresare como te lo dije hace tres semanas, como lo prometí hace dos y que juré el viernes pasado.

¡Esta vez si es la última!

Me ves y siseas por lo bajo una exclamación de desesperación, porque sabes muy bien que esta ocasión será otra vez la noche de los reclamos y los gritos, esta noche se va a resumir en protestas de mi parte y chantajes disfrazados de amor por ti. No me dejas ir, no quieres dejarme ir, te lo he pedido, te lo he exigido, pero siempre llega una maldita carta a mitad de la semana, sólo una frase, solo unas cuantas palabras y yo regreso, pero ahora ya no.

—Pansy, esta noche no, por favor —es lo primero que dices y tus manos se dirigen a mi cintura, me aprietas contra ti de manera posesiva y furiosa.

Sonrío amargamente, cuando te comportas así es porque ella te hizo enojar, y yo soy tu maldito desahogo, la que tiene que arreglar lo que ella arruinó. Y sé que ella lo hace a propósito. Sabe que estoy aquí para contentarte, lo sabe y por eso lo hace. Por eso te hace enojar.

¡Oh, león, ella te manipula tanto como yo, y no te has dado cuenta!

—Estoy cansada —digo quitando tus manos de mi cintura. Me alejo de ti y observo en tus ojos verdes el enojo que te da esta situación.

—Pansy, hoy no —protestas, exiges.

Eres tan volátil, león, ¿quién te hizo así? Siempre he querido preguntar, pues de aquel muchachito enclenque no queda nada.

—¡Yo no estoy para cumplir siempre tus malditos caprichos, Potter! —desespero, mientras enciendo el cigarrillo con olor a menta que tanto detestas, y yo podría jurarte que jamás había consumido tantos cigarros como ahora, desde que iniciamos esto, y sé que es tu culpa— Estoy cansada.

Le doy una fuerte calada al cigarro, disfruto el toxico humo en mis pulmones y lo suelto justo en tu rostro. En mis adentros disfruto la mueca de tu cara, es lo más parecido al dolor y rabia que puedo ver en tu rostro tratándose de mí, provocado por mí. Y eso hace que sonría de manera victoriosa. Por milésimas se segundos siento que he ganado algo, que te he ganado, aunque tú y yo sabemos que no es así, si alguien perdió aquí, esa fui yo.

—Sabes que odio esto —dices con rostro derrotado, y la verdad no sé si te refieres al cigarro o lo que está pasando esta noche. Lo que va a pasar cuando salga de aquí.

—Es solo un cigarro —murmuro con desdén antes de darle otra fuerte calada, tratando de contener todo el humo que puedo en mis pulmones. Necesito intoxicarme, consumirme, matarme poco a poco. ¡Necesito esto!

—No me refiero a esto —aseguras.

Me quitas el cigarro y, para mi mayor asombro, lo colocas en tus labios y le das una calada profunda, luego sueltas el humo y observo como tus músculos se relajan, se suavizan como si alguien los hubiera masajeado, y tu cara adquiere otro toque, más dulce, más de mi gusto. Este eres tú, el verdadero tú, no aquella fría fuerza, no aquel hombre enojado. Eres ardiente, Potter, malditamente caliente, pero quieres aparentar ser frío, quieres aparentar que engañar a tu esposa conmigo no te afecta, pero sé que ya tampoco puedes, pero aun continúas viniendo, regresando a mí, aun continúas rogándome para que regrese a ti.

Me ves a los ojos y yo de manera coqueta, me acerco a tus labios y te beso, disfrutando el olor a tabaco que desprende tu aliento ahora, tu mano libre se dirige a mi cuello, para profundizar el beso y con mis largas uñas pintadas en rojo sangre, así como el color de la casa de los leones, acaricio la piel desnuda de tu brazo y sin darte cuenta te arrebato el cigarro y me alejo de ti.

—¿Entonces a que te refieres, Potter? —pregunto mientras tomo asiento en el amplio sofá de color chocolate que hay en este departamento, departamento que solo es utilizado en nuestras noches ilegales. Pequeño, polvoriento y casi destruido, pero es nuestro.

—Me refiero a esta actitud tuya, me cansa llegar aquí y verte así de distante.

Te acercas a mí, caes de manera pesada a un lado, y con tus dedos empiezas acariciar la piel blanca de mis piernas que expone el vestido verde esmeralda, igual a tus ojos, que utilizo esta noche. Tus caricias ascienden con suavidad, como si pretendieras que no me diera cuenta, pero es imposible no hacerlo, tú me haces reaccionar cada parte de mí. Tu boca se dirige a mi cuello y repartes besos tibios y húmedos por toda esa zona hasta llegar a mis hombros y con tus dientes bajas la tira del vestido, provocándome un escalofrió al sentir el contacto de tu aliento, y antes de que pierda la cordura y termine entregándome, te empujo y me levanto.

Miro mi mano y entre mis dedos solo queda la colilla del cigarro. Caminó a mi bolso con desesperación.

—¡No, no quiero! —grito mientras desesperadamente busco la cajetilla en mi bolsa.

Mis dedos tiemblas y con dificultad logró sacar el segundo cigarro. Lo colocó en mi boca y con las dos manos, tomó el encendedor y la punta al fin de enciende en un precioso naranja.

—¿Y por qué no? —preguntas de manera calmada.

Siento furia y dolor, furia al verte ahí sentado, con cara de fastidio, y dolor al ver que jamás podrás tener un sentimiento por mí, que te doy igual, que nada de esto importa, que no te importa lo que he confesado, lo que mis ojos han gritado, lo que mis manos demuestran. Te amo, idiota, y no lo notas. Y siento que si yo me voy vendrá otra a ocupar mi lugar, porque tú no me amas como yo a ti, y odio sentirme de este modo, remplazable.

—Porque estoy cansada se ser tan solo la amante del famoso héroe, ser la amante del Salvador. Ya no quiero ser más la cita de las 6:15 de cada viernes, tener que ocultarme en éste mugre departamento, ya estoy cansada, no puedo más. No nací para esto, no estoy aquí para ser solamente tu amante. Soy mejor que esto —reclamo.

Camino a la ventana y observo el cielo sin estrellas, y le doy otra calada al cigarro, más fuerte, más profunda, hasta que siento que puedo empezar a toser.

—¿Y qué quieres que haga? —me preguntas acariciando mis hombros. Veo tu reflejo en el cristal, es difuso y trasparente. Estás ahí, pero no puedo saber que hay en tus ojos.

—Dile a ella lo que me dijiste a mí —respondo mirándote por el cristal.

Eso es todo lo que quiero, que seas valiente, que la enfrentes, que le digas que estoy aquí, aunque ya lo sepa. Ella es una ingenua, pero no es tonta, lo sabe, yo hice que lo supiera.

—¿Qué quieres que le diga? —cuestionas con molestia.

Tu reflejo se aleja hasta desaparecer y segundos después, escucho el ruido de cristales chocando entre ellos, y ahí va, la primera copa de una larga noche a tu parecer.

—Confiésale a ella que no eres libre, que hay alguien que te ama —pido.

—Yo no puedo hacer eso —y lo único que se escucha es la copa chocando con la barra.

—No tienes el valor de decirle que hay alguien más, que cada noche de viernes te refugias en mi cama, que hay una mujer esperándote, que así tú lo quisiste, que le rogaste para que así fuera. ¡Vamos Potter, no seas cobarde, dile que no es la única en tu vida ya!

Tus ojos me ven de manera desesperada y angustiosa, hay también mucha rabia y enojo en ellos, y tus manos tiemblan al llevar la copa a tus labios, y veo todo el líquido desaparecer.

—¿Y qué vas a ganar con eso? —preguntas de manera aprehensiva— Tu y yo estamos bien así.

—No, Potter, para ti todo esto es perfecto, tienes dos mujeres que te lo están perdonando, pero para mí esto es una tortura —el segundo cigarrillo ya se acabó y las fuerzas para enfrentar esta situación se extinguen junto al humo de la última calada.

—¿Por qué ahora?, tú sabias mi vida y aceptaste entrar en ella —me ves de manera retadora mientras levitas hacia mí el encendedor para encender mi cigarro.

—Eso era antes, ahora te quiero solo para mí —digo la verdad y por un momento se iluminan tus ojos. Te satisface escucharme, lo sé, quieres ser mío, pero te detienes.

—Sabes que ella es mi esposa, mi mujer, ella fue la primera en mi vida —aseguras y puedo percibir un tinte de disculpa en tu voz. Lo odio, de verdad lo odio.

—Y por eso tiene derecho de antigüedad —me burlo.

—No es eso, yo la amo —esas palabras duelen, pero ya lo sabía, y aunque mis piernas tiemblan me puedo mantener en pie.

Camino hacia donde estás. Quiero que veas por ti mismo que no me duele, aunque sea mentira. Quiero que confirmes que me da igual, que porque no me ames, no significa que moriré.

—Entonces, ¿qué haces aquí? —quito la copa de tus manos y le doy un largo trago al líquido que quema mi garganta. Es un trago corriente, con sabor raro y pesado, pero funciona para lo que es, quitar un poquito de dolor.

—Me gustas. Me enamoré de ti desde que entraste a esa sala de juntas, con toda tu belleza y soberbia, con todo tu orgullo y vanidad, algo de crueldad también. Te amo, no entiendo cómo pasó, pero no puedo dejar de pensarte, de extrañarte, de anhelarte. Te amo, pero también la amo a ella— tu cabello se revuelve más a causa de tus manos nerviosas.

—Entonces dile la verdad —me miras confundido.

—Y si le digo ¿Qué es lo que vas a ganar? Las serpientes no pierden, Pansy, algo has de ganar, pero no sé qué es —sonrío, pues tienes razón, hay algo que ganare.

—Ganare mi libertad —dejó la copa sobre la mesilla de cristal y tu mirada se vuelve más dudosa— Si ella te perdona, como yo lo he hecho tantas veces, y acepta compartirte, es que te ama de verdad, pues estará dispuesta a todo para no perderte —explico y extiendo una mano para que no me toques, sé que quieres hacerlo. Das un paso atrás, y bajo mi mano, clavando mis ojos en los tuyos— Entonces yo mi iré, porque su amor será más grande que el mío, porque yo ya no estoy dispuesta a hacerlo, yo ya no estoy dispuesta a compartir tu amor con nadie, escúchalo bien, con nadie. Serás mío. Tú sabes como soy, soy muy egoísta y orgullosa. Pero de lo contrario, si ella no lo hace y te aleja de su lado, yo estaré aquí, eso me demostrara que no te ama tanto, y yo sí. Habré ganado sea cual sea el resultado.

Beso tus labios con una dulzura que pocas veces demuestro, pongo en tus manos el cigarrillo a menta que tanto detestas, para que me recuerdes.

Tomo mi bolsa y salgo por esa puerta, puerta que no volveré a cruzar hasta que ella sepa la verdad, si es que tienes el valor de decirle que hay otra mujer que te ama y por lo mismo no eres libre. Busco en mi bolsa otro cigarrillo y lo enciendo, disfruto la primera calada, el cigarrillo con olor a menta es mi único amigo en esta soledad, mi único desahogo en esta vida tan destruida que llevo. El suave humo que entra a mis pulmones y elimina poco a poco el olor de la piel de aquel hombre que nunca quise amar y borra de mis labios el sabor de cada beso que no pedí, pero ahora necesito.