La versión original francesa de Édith Piaf, la nueva en inglés de Daniela Andrade, la perfecta de Melissa Benoist desde el piano (Dioses, es que cualquier cosa que haga esta mujer es perfecta como ella), la de Audrey Hepburn en "Sabrina"… la que quieran. Hay miles, pero vayan y escuchen la canción que da nombre al epílogo porque es hermosa, y me ha servido bastante como inspiración.


Epilogo: La vie en rose

CINCO AÑOS DESPUÉS

Redactar, oír, responder. Tres simples acciones a las que Piper ya está por demás acostumbrada, pero que juntas aún siguen causándole ciertos problemas. Cualquiera pensaría que, con los cinco años que ya lleva dentro de Olympus, se ha vuelto una experta en aquel arte, tal y como las recepcionistas de la planta baja, pero la realidad dista mucho de ello. De hecho la velocidad de palabras que escribe por minuto ya se ha visto reducida a la mitad, y al paso que lleva no duda que terminara por volverse cero.

No por poner excusas, pero la culpa la tienen Silena y sus increíbles anécdotas de viaje.

-¡Dioses, es que tendrías que probar esa foccacia!- dice su mejor amiga con entusiasmo, ese que tanto la caracteriza y que la castaña ya comienza a extrañar tras casi un mes sin verla.

Que se llaman, envían mensajes y, cuando sus horarios coinciden, realizan un encuentro por Skype, pero nada de eso se compara a las charlas interminables que suelen tener en persona. No es la primera vez que Silena sale del país por asuntos de modelaje, pero sí en la que sus viajes demandan demasiado tiempo fuera de New York y de América.

-Descuida, tengo programado un viaje de negocios a Italia el próximo mes. Definitivamente haré una parada en Milán- ya tiene una lista interminable de datos, restaurantes y tiendas que visitar por todo Europa, y está infinitamente agradecida con su mejor amiga por eso yaque planea sacar el máximo provecho a sus seudo-vacaciones.

-Te acompañaría, si no fuera que cierta modelo brasileña me invitó a su exclusiva fiesta de cumpleaños en Los Ángeles- el tono enigmático de Silena, y esa emoción imposible de disimular en su voz le dan qué pensar.

Hay muy pocas personas que ella idolatre dentro de su mundo, porque ya pasó por esa etapa de perseguir como una fan a todas las modelos famosas con las que trabajaba, y aún más reducidas que sean sudamericanas, así que todo la lleva a pensar en…

-No hablaras de Alessandra- suelta sin más. Y sí, el grito emocionado de su amiga al otro lado de la línea la delata. Lo escucha y no lo cree. Por años, más precisamente desde Stanford, ambas habían fantaseado con al menos cruzar dos palabras con el afamado ángel de Victorias Secret mientras veían cada desfile, y que ahora Silena estuviese invitada a una de sus fiestas… -¡Oh, por los Dioses, eres amiga de Alessandra!-

-No lo que se considera "amiga", pero hemos coincidido en varias pasarelas y fiestas y por eso charlamos bastante en estas últimas semanas.- es en estos momentos cuando lamenta no haber aceptado la propuesta de Rachel de modelar sus propios diseños hace unos años. Es cierto que tiene amistad con varias supermodelos gracias a los eventos publicitarios de Olympus y sus trabajos en la semana de la moda, pero eso no se compara a las relaciones que se establecen tras bastidores.

-El sueño de tu vida: ser amiga de tu ejemplo a seguir- comenta Piper emocionada, y es que el simple hecho de que Silena sea feliz es suficiente para que ella también lo sea.

-Basta McLean, que estoy en una sesión fotográfica para Gucci y no puedo parecer una fangirl- seguiría con el asunto, si no fuera porque sabe lo mucho que la modelo quiere terminar con todo ese asunto para iniciar su fin de semana de descanso en la Toscana. Uno de los beneficios de viajar a sesiones fotográficas en el exterior es que solo se realizan entre semana y eso le deja mucho tiempo para viajar. -Y hablando de eso, el deber me llama. Te enviaré un mensaje más tarde para que coordinemos una video llamada, ¿de acuerdo?-

-Está bien, diviértete- se despide sin poder evitar sonreír, a sabiendas que su mejor amiga no puede verla pero que sencillamente no puede evitarlo. La alegría que transmite con su voz es demasiada contagiosa como para no hacerlo.

Se apresura a guardar el móvil, porque tiene que terminar aquel documento para la sucursal de Londres y no necesita otra distracción. Es su última gran tarea al día, antes de reunirse con los diseñadores para la reunión del mes y decretarse, por fin, de vacaciones… Vacaciones de fin de semana, por supuesto. Un fin de semana en la costa oeste, nada nuevo, pero que sirven de preludio para las que serán su verdaderas vacaciones. En realidad su puesto rara vez deja lugar a periodos de tiempo prolongados sin asistir a la oficina, pero fue el mismo Percy quien le sugirió tomarse unos días en el viejo continente aprovechando su gira de negocios.

Había descubierto que diseñar no era todo lo que quiere hacer con su vida. Sí, disfruta con ello, pero también liderando reuniones empresariales y corroborando que cada aspecto de Olympus estuviese en orden. En estos últimos años ha adquirido bastantes responsabilidades, al punto de ser básicamente lo que Annabeth representaba antes de marcharse a Hespérides. Y puede que incluso más, porque últimamente también Percy ha relegado varias actividades para disfrutar de más tiempo libre y encargarse de lo que en realidad le importa.

Y hablando de eso…

Ve atenta como el informe de Miami, aquel que llegó esa mañana por mail y que Miranda dejó hace unos minutos sobre su escritorio, es movido por unos deditos, para luego acabar en el extremo opuesto de su sitio original.

-¿Cómo es que mis papeles cambian de lugar? ¿Acaso hay un fantasma por aquí?- pregunta al aire, en realidad sabiendo que sí hay alguien que la escucha pero tratando de que la personita en cuestión se delate por sí sola.

-Los pantasmas no existen- no puede evitar sonreír con aquella frase. Ésta aprendiendo a pronunciar palabras complejas, y aunque por lo general no le cuestan tanto hay algunas veces en las que termina hablando como toda niña de cuatro años.

-Con que eras tú, pequeña diablilla- deja de un salto su asiento, y se limita a guiarse por las risas de la pequeña hasta que la localiza al frente, justo debajo de su escritorio. Todavía viste el uniforme del prestigioso preescolar al que asiste, señal de que acaba de salir de allí. Sin querer que su diversión se acabe, la levanta en el aire con dos brazos haciéndole morisquetas. Nada más acercarse alguien más a su zona de trabajo se detiene, pero sin dejar de sonreírle a la pequeña niña que ya está abrazada a su cuello. -Hola, señor Underwood-

-Buenas tardes, señorita McLean- el chofer y guardaespaldas de Percy la saluda con una sonrisa, para luego mirar con una reprimenda al pequeño ser humano que ella tiene en brazos.

Ya intuye que esa molestia debe provenir de alguna carrera improvisada por ver quien llega primero a la vigésima plata. Aún no sabe los números, pero reconoce a la perfección los dos números del elevador que le permiten llegar a la oficina de su padre y volver a la planta baja. Claro que no tiene permitido viajar sola en aquel cubículo, pero eso no la detiene a escaparse de la mirada del chofer cada que puede y aventurarse sola hasta el piso superior. De todas formas, y aunque llegara a perderse, todo el mundo sabe que es la primogénita del magnate de Olympus. Percy se encarga de hacérselos saber tras enseñar a todos las fotos que toma diario de su hija.

Reprueba el comportamiento de la pequeña con una mirada similar a la de Grover, pero tras ver que ella esboza su mejor gesto es imposible no soltar un suspiro y sonreírle. Cuatro años, y ya sabe manipular adultos a la perfección.

-La señora Jackson me pidió que la trajese a Olympus porque tuvo una complicación en la oficina y no podía retirarla del kinder, ¿le molestaría cuidar de Alex hasta que la señorita Dare pase a recogerla?- pide Grover, mientras deja un bolso rosa a un costado, atrayendo nuevamente su atención y mirándola suplicante. Intenta no reírse. El hombre es un experto cuando de proteger adultos se trata, pero su habilidad decae rotundamente en lo que a niños se refiere. Y más aún si son traviesos como ésta.

-Por supuesto que no, yo me encargo- él se marcha agradecido, despidiéndose de ambas con una sonrisa que Alexandra no llega a mirar porque teme que vuelva a reprenderla. Cuando intuye que ya están solas abandona el hueco de su cuello, pero antes de que tenga alguna de sus "prillantes ideas" Piper la deja en el suelo y se agacha hasta quedar a su altura. -Necesito tu ayuda con la nueva colección de otoño-

No necesita decir más.

El huracán rubio corre hasta su pequeño escritorio, aquel que su padre compró con el propósito de que se mantuviera entretenida cada vez que debiera pasar tiempo en Olympus. Toma uno de sus crayones, una hoja en blanco y empieza a dibujar monigotes, o mejor dicho modelos, con estrafalarios vestidos. Hace poco decidió que quiere ser diseñadora para la casa de alta costura, y ella no tiene corazón para decirle que necesita bastantes lecciones de dibujo antes de poder dedicarse a ello. Aunque quién sabe… quizás estos si son sus inicios y la práctica que pueda llegar a adquirir no le vendrá mal. Además se concentra tanto en ello que Piper ya no necesita estar demasiado al pendiente de que no se escape a explorar el resto de las oficinas.

Trabajan en silencio. Alex no pierde la concentración de su próximo diseño, frunciendo cada tanto el ceño mientras evalúa que color es el correcto para combinar con aquel verde manzana que ya cubre la mitad de su nuevo vestido. Piper no para de redactar su casi terminado informe, volteando cada tanto la vista hacia la pequeña rubia.

Sonríe de forma automática. No puede negar que quiere demasiado a aquella chiquilla, y sus tardes se alegran cada vez que tiene el honor de hacerle compañía. Cuando era apenas un bebé ocurría seguido, puesto que Annabeth se negaba a dejarla demasiado tiempo en el penthouse con la niñera y prefería que ambas estuviesen bajo la supervisión de su esposo, pero desde que ha ingresado al preescolar y empezado sus lecciones de música ya no ocurre seguido. Quiere, al menos por hoy, disfrutar de sus travesuras.

El tiempo pasa y cuando menos lo nota termina su informe, justo al momento en el que la puerta de la oficina de su jefe se abre. De allí emergen él junto a su cita de la tarde.

-No sabes cuánto te agradezco que me ayudaras con el problema de publicidad- comenta el hombre de pelo azabache sonriendo, dedicándole una gran y amplia sonrisa a su mejor amiga y socia de trabajo.

-¡Tía Rachel!- aquel grito provoca que ambos giren la cabeza, o más bien la bajen, en busca de la pequeña Jackson.

-¡Princesa!- responde la pelirroja, al tiempo que la recibe con un abrazo y la eleva del suelo, haciéndola girar y girar y sonsacándole una risa de felicidad que se vuelve contagiosa tanto para ella como para su jefe.

Si Piper accede a dos de diez ocurrencias de Alex y Percy a seis, Rachel Elizabeth Dare mantiene un promedio exacto de diez sobre diez. Nadie, ni siquiera Sally Jackson, consiente a la niña de esa forma. Por eso no es raro que la pequeña la quiera tanto, y que Annabeth a veces dude en dejarlas a solas.

-Dioses, es que cada vez estas más alta. Dentro de poco tendrás la estatura perfecta para ser modelo de RED- comenta la publicista emocionada, chocando su nariz con la de la rubia miniatura, mientras intercambian sonrisas picarescas.

-Deja de meterle esas ideas a mi hija, que suficiente tuve con la época en la que los diseñadores perseguían a Annabeth- trata de sofocar una risa, por respeto a Percy y porque aquella conversación no la incumbe, pero la mirada de complicidad que la pelirroja le dedica hace que aquello resulte imposible.

Si hay algo que Rachel disfrute es cabrear a su mejor amigo, y siempre se las ingenia para lograrlo.

-Y aún no te perdono que te entrometieras en la carrera de, la que hubiese sido, mi modelo estrella.- retruca la mujer de ojos verdes, pero sin perder la vista la sonrisa de Alex y contagiándose de su propio gesto. Lo dicho: esa niña irradia demasiada alegría como para ignorarla.

-¿Para mí no hay abrazo?- pregunta Percy de repente, quizás al ver que su hija no tiene intenciones de abandonar los brazos de la pelirroja y que ya reposa su cabeza cómodamente el hueco de su cuello. Claro que no tarda en recibir su respuesta, que no es otra que una negativa seguida de una risa.

-¿Lo ves, Perseo? Hasta tu hija me prefiere- su jefe intenta no caer en aquella broma, pero aun así termina suspirando sonoramente y murmurando algo sobre "poner una orden de restricción a Rachel".

Para su buena suerte, el teléfono de la dueña de RED comienza a pitar ruidosamente. No le queda otra que cederle la niña a su padre, y se retira hasta el pasillo con un gesto de disculpa preparada para soltarle una retahíla de insultos a aquel que se atrevió a interrumpirla.

El ver a Percy Jackson sosteniendo a Alex y sonriéndole como si fuera la razón de su vida logra enternecer a Piper. Trata de concentrarse en enviar por vía mail el documento con directrices que acaba de escribir para la sucursal de Inglaterra, pero es que la escena resulta demasiado tierna como para perdérsela. Así, le molesta la mala fama que la prensa rosa intenta generarle.

A pesar de que ya está casado, que no acude a eventos sociales a menos que sea estrictamente necesario y que casi todas las mañana lleve a su hija al preescolar, los paparazzis no dejan de atacar al dueño de Olympus con imágenes malinterpretadas sobre sus "posibles amantes". Ya no le molestan, pero eso no quiere decir que no le causasen problemas al principio (Annabeth se pasó casi un mes enfurecida, y entendió que sólo eran locuras de la prensa cuando vincularon a Percy con Rachel). Es una pena que ninguno de ellos se moleste en fotografiarlo cada que se despide de Alex cuando debe salir de la ciudad, porque entonces sabrían quién es el verdadero Percy Jackson.

Vuelve a sus asuntos, porque no quiere quedar como una metiche y porque Charlotte, la encargada de la tienda en Londres, aguarda por sus órdenes. Introduce la dirección, corrobora que los archivos se suban correctamente y oprime "enviar". Justo entonces, Rachel reaparece guardando nuevamente su teléfono móvil en su bolso.

-¿Lista para irnos, cielo? Tengo una maratón de películas Disney lista para esta noche: todas de princesas y en versión sing-a-long- dice sonriendo, logrando que Alex salte de los brazos de su padre emocionada y corra a recoger la pequeña bolsa con sus pertenencias que Grover dejó justo antes de marcharse.

-¿Pasará la noche contigo?- el tono de sorpresa en la voz de su jefe es evidente, lo que la lleva a suponer que no estaba al tanto de los planes nocturnos de la madrina de su hija.

-Fue idea de tu esposa, mejor se lo preguntas a ella- tras mirar a su amiga confundido y no encontrar otra explicación, voltea hacia ella. Un acto reflejo. Es que Piper, además de ser su mano derecha, a veces sabe más sobre las decisiones de Annabeth que él, y es que por sus descoordinados horarios suele ser el nexo que los comunica.

Alza los hombros extrañada, dándole a entender que no está al tanto de aquella decisión. En realidad, no ha sabido de la rubia en todo el día. Es de llamar seguido, ya sea por asuntos de Alex o para confirmar alguna cita a almorzar con su esposo o simplemente para que la castaña le informe lo más relevante que aconteció en Olympus en ese día (a pesar de los años, aún no quiere despegarse del todo de la firma). Hoy es la excepción. No es lo usual, pero suele pasar.

Claro que aquel asunto no mantiene en vilo a Rachel Elizabeth Dare.

Mientras ellos dialogan, la pelirroja ya ha tomado en sus brazos a su ahijada y la mira con una sonrisa picaresca que puede anticipar una situación preocupante. La rubia miniatura le sigue el juego, y es ya es costumbre suya complotarse en cualquier idea o travesura que la otra tenga.

-Me han llegado rumores, así que tú y yo tendremos una conversación sobre cierto niño de tu salón- suelta de repente la mujer mayor, acentuando aún más su malévola sonrisa y logrando que Alex ¿se sonroje? Dioses, es la primera vez que la ve así, y se muere por capturar con su móvil aquella imagen tan tierna y adorable.

-¿Niño? ¿Cuál niño?- interrumpe Percy, olvidándose por completo de lo que antes le ha preocupado y con todas las alarmas encendidas. Piper lo nota en el tono molesto de su voz, en la forma en la que repentinamente se yergue y en cómo, casi literal, lanza fuego por los ojos.

No recibe respuesta.

Como sabiendo con exactitud la magnitud de sus palabras, la dueña de RED se marcha rápidamente hacía los elevadores sin borrar la enigmática sonrisa de sus labios, al tiempo que su pequeña acompañante saluda se despide de su padre y de ella riendo y agitando su mano. Lo dicho: colegas en cuanto a causar problemas se tratase.

-¡Rachel, vuelve aquí!- no puede evitar el reír, y es que la escena es demasiado cómica: el dueño de Olympus corriendo hacía los elevadores mientras rezonga frases inentendibles. Es una lástima que Annabeth no esté allí para verlo, y es que la rubia disfruta demasiado con las bromas que su mejor amiga suele realizarle a su esposo. No debe olvidar comentárselo la próxima vez que llame.

Está dispuesta a retomar sus obligaciones, consciente que no puede perder más tiempo si quiere terminar con todo ese papeleo antes de la reunión, pero una sonrisa al final del pasillo hace que olvide todo por completo. Lo normal. Lleva bastante contemplándola, y así eso no quita que la altera al cien por ciento en cada oportunidad.

-¿Le jugó otra de sus bromas?- pregunta Jason, cuando al fin llega hasta su posición, aferrándose a su cintura al tiempo que sus labios buscan los suyos.

Se relaja de inmediato con aquel simple contacto. Dioses, es que había estado tan estresada durante el día que recién ahora nota lo mucho que lo había necesitado. Antes de que el té y el diseñar en la quietud de su estudio, los besos de su novio son su bálsamo favorito.

-Peor: ya le consiguió pretendiente a Alex- responde, con una sonrisa cuando al fin se separan. Pero tan sólo dejan de besarse, claro, porque imponer distancia cuando el rubio ya la tiene entre sus brazos sería un pecado.

-Dioses, ahora sí que va a matarla.- llevado por la curiosidad, Jason vira la vista hacia el final del pasillo, quizás pensando que podrá ver parte de la contienda entre Percy y Rachel. Piper no lo imita, en realidad está bastante satisfecha apreciando otro panorama.

No se atreve a decírselo más que a Silena, pero su novio está más guapo. Vamos, que en realidad siempre fue guapo, pero últimamente, y con tanto trabajo encima, puede que el rubio descuidase un poquito su aspecto. Considerando que desde hace años lleva el cabello demasiado corto, verlo ahora con mechones de más de cinco centímetros es toda una novedad. Y esa barba de unos cuantos días... Dioses. Por inercia termina mordiéndose el labio inferior, sonriéndole al perfil perfecto del perfecto adonis griego que tiene como pareja.

-¿Cómo te fue en la corte?- pregunta, recordando que no puede parecer una adolescente hormonada en la oficina y que aquel era un tema de importancia en la vida de Jason.

-¿Acaso olvidas que hablas con el abogado del récord invicto?- presume con chulería, logrando que ella enarque una ceja y suelte una risita exasperada. En realidad se muere por arremeter otra vez contra su boca, porque siendo sincera esa actitud la pone bastante, pero aún están en Olympus y tienen la atención de media oficina sin importar que están solos en aquella parte de la piso. Como Annabeth dice: "las paredes aquí tienen ojos y oídos". -De maravillas. No es que me resultara fácil desestimar a los testigos de la fiscalía, pero pude con eso- se explica, más serio y con una pequeña sonrisa, y justo cuando abre la boca para indagar más sobre la estrategia empleada (habían debatido sobre ello la noche anterior, y terminó tan enfrascada en el asunto que hasta sentía curiosidad por saber el desenlace), él la interrumpe colocando uno de sus dedos en sus labios. -De todas formas no vine para hablar de eso.-

Es fácil intuir las intenciones de Jason, sobre todo porque su mirada penetrante y llena de deseo lo delata. Vuelve a morderse el labio, y ahoga un gemido cuando, de improviso, él termina encerrándola contra el muro lateral. Es muy arriesgado. El pasillo luce desierto, y con lo entretenido que estaba Percy duda que regrese pronto, aunque eso es no les da seguridad. Y sin embargo...

No pueden hacer mucho. Justo cuando el rubio intenta apoderarse de su boca su móvil los interrumpe, y por la obertura de William Tell resonando en la oficina sabe que es su móvil de trabajo.

-Por Zeus, quiero que este día se acabe y tú y yo estemos camino a California- sentencia en un suspiro, al tiempo que se separa de ella y extrae el ruidoso aparatejo de su bolsillo.

-Descuida, falta poco para eso- le consuela, e intenta ignorar el cambio radical en el rostro de su novio tras saber la identidad de la persona que lo requiere. Luce tenso, preocupado e inclusive... ¿temeroso? Aun así le da su espacio, y prefiere omitir comentarios. -Pero te advierto que no toleraré interrupciones de este tipo- esboza una sonrisa tranquilizadora, a sabiendas de que el rubio no se marchara de allí a responder sin antes despedirse como es debido. Lo besa, esta vez de forma casta y con prisa. -Vete-

Lo ve desaparecer rápidamente por el pasillo, rumbo a su oficina seguramente, pudiendo tan sólo escuchar un "Grace" a modo de saludo y bajando la voz tras aquello para que no se entendiese el resto de su conversación, y mientras se aleja su voz termina convirtiéndose en un murmullo apagado.

En realidad, le preocupa.

Jason es una persona reservada, siempre lo ha sido, pero últimamente ha estado muy… hermético. Sí, esa es la palabra que mejor lo define. Le habla de cualquier tema referente a su trabajo, sea una banalidad o algo importante, pero en su interior Piper sabe que hay algo que le preocupa y que no menciona. Además, están las llamadas. No tiene por costumbre marcharse cuando algún cliente necesita su opinión, pero últimamente desaparece tras el primer timbrazo de su móvil.

No quiere pensar lo peor, porque confía en su novio y todos aquellos errores del pasado quedaron atrás, pero a veces no puede evitar pensar que…

El sonido del teléfono de la oficina la hace volver a la realidad. Toma aire, y lo suelta lentamente para relajarse. Sabe que, cuando aquel aparato resuena, es porque hay una crisis que seguramente ella tendrá que resolver.

-Oficina de Percy Jackson, ¿en qué puedo ayudarle?- dice con voz cantarina, ocupando de nuevo su lugar frente al escritorio mientras ve regresar al mencionado de su persecución contra Rachel. Y no, no luce muy feliz que digamos. No deja lugar a preguntas, sino que se encierra en su despacho de un portazo.

-Buenas tardes, Piper- sonríe. Reconoce esa voz al instante, y es que Sally Jackson es una persona imposible de olvidar. Últimamente visita seguido la ciudad, porque a su hijo ya no le resulta fácil volar al otro extremo del país en cuanto le plazca, pero aunque no así fuera sabe que de todos modos le tendría demasiado aprecio. Derrocha amabilidad por cada poro de su cuerpo. – ¿Habría posibilidad de que me comunicases con Percy?-

-Enseguida- presiona al instante el botón que transmite la llamada al despacho principal, y tras eso deja el dispositivo nuevamente sobre la base plástica.

Suspira. Dioses, necesita que las horas pasen con rapidez. Le esperan unas merecidas vacaciones en Los Ángeles, y si tiene que ser sincera no ve la hora de estar tendida bajo el sol de California con Jason a su lado. Podrían descansar, hablar y de seguro dejar de lado toda esa tensión que llevaba rondándolos como una sombra durante las últimas semanas. Tan sólo tenía que aguantar un par de horas más...


-¿Me juras que no cambiarás tus planes a último momento?- pregunta su madre nuevamente, al tiempo que mueve el hielo de su vaso de whisky. Es temprano para beber, así que lo mínimo que puede hacer es diluir la bebida.

-Te lo prometo- confirma, sonriendo a pesar de que Sally no pueda verlo, y para reforzar su promesa se apresura a explayarse un poco en el plan de viaje.-Annabeth tiene que supervisar la obra de unos condominios en Portland la semana entrante, así que tras eso va a desviarse a California y yo planeo encontrarme con ella y Alex allí-

-De acuerdo- en eso recuerda a Alex, las palabras de Rachel y se olvida de diluir el whisky. Al cuerno con eso. Se bebe todo de un sorbo, y agradece que Sally no pueda verlo porque le habría soltado un sermón.

Claro que la bebida arde, y mucho. Disimula aquel impulso de escupirla tosiendo, pero se recupera rápido y cambia de tema antes de que su madre haga preguntas. Esa mujer tiene un sexto sentido, y prefiere no arriesgarse.

-Antes de que lo olvide: tu nieta ya está confirmada como protagonista del musical de primavera, así que a menos quieras perderte su interpretación de Dorothy te sugiero que no hagas planes para las últimas semanas de abril- imposible que no sonría orgulloso diciendo aquello, y se atreve a apostar que Sally también debe estar haciéndolo.

-Descuida, Annabeth ya me puso al tanto y no pienso perdérmelo.- no va a mencionárselo, pero en caso de eso llegase a ocurrir, él ya cuenta con un grupo de camarógrafos listos para documentar el evento. Y de todos modos va a hacerlo. Es la primera puesta en escena de Alex, así que merece ser filmada para la posteridad.

No puede emitir más comentarios. En ese preciso instante recibe un mensaje en su teléfono, y con sólo ver el remitente sabe que debe comunicarse con él de inmediato.

-Tengo que dejarte, el deber llama- deja su sitio de un salto, en parte emocionado por al fin tener noticias de John Collins, el coleccionista de Brooklyn que nunca le falla, y en parte por el whisky.

-Lo entiendo- escucha a lo lejos el ruido del tráfico de San Francisco, así que intuye que Sally también debe estar resolviendo asuntos del Chronicle. -Volveré a llamarte ésta noche, cuando podamos discutir más a fondo el proyecto de expansión del viñedo. De paso, aprovecharé para hablar con Alex-

-Pasará la noche con Rachel- suelta con fastidio, mientras frunce el ceño y se acerca al gran ventanal de su oficina para admirar la ciudad. Eso lo calma, y ahora más que nunca lo necesita si es que no quiere asesinar a su mejor amiga.-Comunícate con ella, estarán en su apartamento viendo películas de princesas o algo así. Y dile a Paul que inicie con el proyecto, puede explicármelo cuando nos reunamos. Confió plenamente en su criterio-

-Gracias hijo, le diré que te envíe de inmediato un mail con el prototipo de expansión para que vayas entrando en tema.- la felicidad en la voz de su madre no le pasa desapercibida, y hasta la imagina luciendo esa sonrisa suya que logra llenarle el alma. -Te veo la próxima semana-

-Cuídate- se despide, esperando que en su agenda no surja ningún imprevisto que le impida concretar esa visita a su madre. Es el dueño de Olympus y tiene libertad de hacer lo que le venga en gana, sí, pero con tantas obligaciones a veces eso no es posible.

No pierde el tiempo. Ni bien termina aquella llamada ya está buscando en la agenda de su móvil el contacto de Collins, al tiempo que visualiza con rapidez su reloj de muñeca. Tiene tiempo. Si el coleccionista llegase a tener buenas noticias aún podría pasar por su negocio a retirar el paquete y estar en casa a tiempo para la hora de cenar. No quiere retrasarse, y es que sabe lo importante que es para su esposa que compartan ese momento del día y lo mucho que se cabrea cuando no ocurre.

Un libro de Walt Whitman, más concretamente una edición original de Leaves Of Grass. Considerada una de sus obras maestras, y por lejos la favorita de Annabeth. No es que sea una gran fanática de la poesía, pero ese libro en particular es su favorito desde la preparatoria y sabe que va a morirse cuando lo reciba como regalo en su aniversario. Aún falta bastante para ello, aunque tras el fiasco de la última vez (junto a la gran y larga discusión/pelea/casi divorcio que tuvieron) prefiere anticiparse a todo y estar preparado para ese momento.

Vuelve a su silla de trabajo, esperando a que John conteste su llamada y anticipándose a lo que, será, una pequeña batalla de precios. En realidad no es tan así (desea tanto conseguir ese ejemplar que no le importaría pagar una suma exorbitante), pero tienen esa pequeña costumbre de pelear hasta llegar a un acuerdo.

En eso desvía la vista a la esquina izquierda de su escritorio, y sonríe al instante como un idiota. El motivo es una fotografía, la que tomó el primer día de preescolar de Alexandra. En ella sus dos mujeres sonríen, y aunque su esposa sigue negándolo, salvo por el peinado y el color de sus ojos, lucen idénticas. Mientras su hija lleva dos trenzas y posee el color verde mar estampado en los ojos tan típico de los Jackson, Annabeth luce su cabellera con ondas naturales que contrastan a la perfección con el gris de su mirada. Son perfectas. Simple y sencillamente perfectas, y no por querer presumir pero todas suyas.

Tras varios tonos desiste a la llamada, soltando inconscientemente un bufido. De verdad quiere solucionar ese asunto cuanto antes. Ya está planeando una cena romántica para su esposa, muy parecida a la que hizo cuando le propuso matrimonio, pero el toque final será darle ese regalo y no quiere que sus planes se vean arruinados.

Deja de pensar ese asunto cuando su móvil emite un pitido. Baja al instante la vista, corroborando que acaba de recibir un texto de Collins diciéndole que pase ahora por su oficina a retirar el encargo (y que traiga su chequera porque no cederá así como así) y un email de Paul con los planos y presupuestos del proyecto de expansión del viñedo.

Debe volar a Brooklyn si es que quiere regresar a tiempo, pero con el transito aquello quizás no le será tan sencillo así que podría aprovechar ese momento para revisar la idea del esposo de madre. No hace falta, porque como le dijo a Sally confía plenamente en él, pero sabe que es importante para ambos así que lo menos que puede hacer es revisar los documentos.

Sale nuevamente de su oficina, esta vez de buen humor y con la sonrisa de siempre estampada en sus labios.

-Piper, me retiro. Cualquier urgencia que se presente la dejo en tus manos, no quiero lidiar con otra crisis como la de hoy. - ordena su secretaria y mano derecha, logrando que la joven mujer elevara la cabeza y dejase de leer lo que sea que tuviese entre manos.

-¿Si Annabeth pregunta le digo que...?- ah sí, ella siempre tan eficiente. Cuando le da esa orden de no molestarlo sabe que aplica para cualquier persona menos para su esposa, y es que la rubia es la única excepción a la regla. Lo quiera o no.

-Dile que necesitaba reunirme con Matthews en Queens, no me arruines la sorpresa de aniversario.- le pide, con su mejor sonrisa y un guiño de complicidad. Porque sí, fue precisamente Piper quien le ayudó a escoger el regalo hace unos meses y quien también había buscado por otros medios una copia original de Leaves of Grass.

-Descuida, yo me encargo- responde, y con ello tan sólo se dispone a encaminarse a los elevadores mientras saca su teléfono móvil para llamar a Grover y decirle que prepare el auto.

Justo entonces, lo recuerda.

-Disfruta de L.A, y envíale saludos a tu padre de mi parte. Dile que no monte una escena dramática- comenta, sonriéndole crípticamente y guiñándole un ojo, y antes de que la chica se atreva a responder abandona la oficina.

No va a arriesgarse a hablar más de la cuenta, no cuando Jason y Annabeth son capaces de matarlo si lo hace. Desde que el rubio se los dijo lo tienen amenazado con "una palabra y te vuelves plancton para el acuario". Cumplió su promesa toda la semana, cosa bastante difícil por lo eufórico que lo tenía el asunto, así que no pudo resistir a ese último comentario, y aunque fue arriesgado duda que Piper lo descifre. Ni siquiera debe imaginárselo.

Sin dudas, va a flipar cuando ocurra.


Annabeth no recuerda cuando fue la última vez que pudo permitirse estar en el penthouse a solas.

Quizás cuando Percy y Sally volaron juntos hasta Los Ángeles, para que él resolviese asuntos pendientes de Olympus y su madre pasase tiempo junto a Alex recorriendo Pacific Park y el muelle de Santa Mónica. La idea inicial fue que todos viajaran, pero por un contratiempo con uno de los rascacielos en construcción de Hespérides le resultó imposible.

Porque, de ahí en más, todas las oportunidades son previas al nacimiento de su hija.

Es algo raro. No está acostumbrada a ese "medio" silencio, que únicamente es quebrantado por la voz de Louis Armstrong y el roce del cuchillo contra la tabla de picar vegetales. Su "mini yo", como Percy le llama, es una pequeña maquina llena de preguntas, ideas y risas, así que extraña tenerla dando vueltas alrededor suyo mientras prepara la cena. Agradece que sea solo una, porque con tanto trabajo encima no sabe cómo se las apañaría para cuidar de dos personitas hiperactivas.

En realidad, Percy se muere por extender su legado. Ya se lo ha comentado en varias oportunidades en estas últimas semanas, pero aun no llegan a un acuerdo sobre el momento adecuado. Ella lidera Hespérides, y eso demanda tiempo que, muchas veces y aunque odiase, resta del que le corresponde a Alex. Y, además, está su hija... Dioses. Con la simple mención de un hermanito o hermanita sus ojos parecen convertirse en dos diminutos corazones y no deja de saltar de alegría.

Sonríe como una boba de solo evocar esa imagen. La ama… ¡Dioses!, la ama más que a Percy, cosa que por mucho tiempo creyó imposible de suceder. Ser madre le ha enseñado un tipo de felicidad totalmente desconocida, pero también ha conllevado un gran cambio en su vida. Por años, Percy y ella, tuvieron que dejarse de lado para encargarse de Alexandra, y no se lo recrimina porque ha disfrutado de cada minuto, pero recién en este último tiempo, luego de que ella creciera lo suficiente, están volviendo ser la pareja fogosa que eran, y puede que no esté segura de querer cambiar eso todavía. Además tienen tiempo. Pueden posponer un nuevo embarazo por un año o dos.

Su monologo interno es quebrantado por el beep de su teléfono móvil. Resopla, decidiendo ignorar aquel mensaje entrante, aunque descarga su molestia rebanando con excesiva fuerza las zanahorias. Estúpidos internos. Estúpidos internos con sus estúpidas preguntas y su estúpido tiempo libre. Hespérides ha decidido iniciar un programa de becados junto a una de las universidades de la ciudad, lo que la obliga a ser seguida, o más bien molestada, las veinticuatro horas por un grupo de jóvenes que intentan aprender el oficio. Son buenas personas, pero definitivamente necesitan comprender el concepto de "solo se trabaja en horario laboral". No va a decirlo tampoco, pero admira sus energías y el empeño que le ponen al trabajo. Quizás, solo quizás, por eso los aguanta.

El único consuelo que tiene es saber que no cree pasar mucho tiempo más a cargo de la multinacional. Alex aún es pequeña y no reclama demasiado sobre sus ausencias, viajes sorpresivos o lo mucho que la necesita durante las noches de tormenta, pero sabe que llegara el día en que de verdad la necesite y eso la obligara a relegar muchas de sus actividades en Hespérides. No va a importarle. Primero está su hija, y no piensa cometer aquel fatídico error de Athena de interponer su carrera antes que su familia. Y también tendrá que tomarse un descanso durante su segundo embarazo, así que podría matar dos pájaros de un tiro.

No tiene más tiempo de reflexionar sobre aquello. Oye la puerta principal del penthouse abrirse, y al instante la voz de Percy tarareando la canción que Louis interpreta con su trompeta por el sistema de sonido. Sonríe, lleva esperando este momento todo el día. Sus intenciones iniciales eran "secuestrar" a su esposo de Olympus tras recoger a Alex, pero aquel contratiempo surgido en una junta de negocios se lo impidió.

Es curioso, pero puede que aquella melodía describiese a la perfección lo que Percy le provoca. Todo a su lado es mágico, toda palabra que escucha parece provenir de alguna canción de amor. Es como si un coro de ángeles los rodease cada vez que están juntos, y la simple presión de su corazón contra su pecho la transportase a un mundo aparte. Un mundo solo de ellos. En pocas palabras, y como Édith Piaf lo escribió, ve la vida en rosa.

-¿Podrías dejarme, al menos, terminar con la cena?- pide, entre risas pero sin intenciones de moverse, al sentir como el azabache la arrincona contra la mesada y besa su cuello sin detenerse. Sus manos, inquietas, ya inician su vaivén por su abdomen desde sus caderas, tocándola de forma suave pero firme.

-No- musita con cortesía, entre beso y beso, mientras va ascendiendo por su mentón hasta que, por fin, encuentra sus labios.

Por años intentó describirlo, y aún no puede hacerlo con exactitud. Es como… como… como un cortocircuito. Sigue sin estar segura de que ese sea el término adecuado, pero quizás el que más se aproxima. Su mente sufre una desconexión instantánea. Hay algo hipnótico en la combinación de labios, lengua y aliento de su esposo. Con una acción tan simple logra que su cuerpo y mente se eleven por el aire, sin intenciones de regresar al mundo real.

Claro que él no demora en invadir su boca completa. Lamentablemente, la falta de aire provoca que, tras un tiempo, deban separarse.

-Dioses, es que ya olvide la última vez que podía hacer esto sin preocuparme de que nuestra hija nos descubriera en una situación comprometedora.- técnicamente hablando pueden hacer eso todas las noche luego de que Alex caiga rendida ante los brazos de Morfeo, pero ambos llegan de sus trabajos tan extenuados que sinceramente la energía ya no les alcanza. Pero entiende lo que Percy quiere decir: con una niña de cuatro años rondando por ahí no pueden descuidarse, no a menos que luego quieran tener una incómoda y muy bochornosa charla con ella al respecto.

-Por eso le pedí a Rachel que la cuidase hoy. Tú y yo necesitamos un tiempo a solas.- le responde en un susurro, volteándose entre sus brazos para que puedan quedar frente a frente y besarse de forma más cómoda.

Eso no ocurre.

Cuando Annabeth intenta apoderarse nuevamente de sus labios y llevar el control, él aleja su rostro y resopla ruidosamente. Y, si con eso había intuido que está molesto, su rostro torcido no hace más que confirmárselo. Percy es malo ocultando sus emociones, mientras que ella demasiado perceptiva en el arte de leerlo.

-No hablemos de esa pelirroja entrometida.- dice entonces, separándose de ella para dirigirse a la isleta central. Toma la botella de vino, aquella que minutos antes ella separó de la bodega que tienen en casa con el propósito de abrirla en la cena, y se apresura a servirse en una copa. Bueno, definitivamente Rachel debe haberle jugado una buena como para que su esposo éste así de encabritado. -¿Puedes creer que está buscándole pareja a Alexandra?-

-¿El niño de su salón que le gusta?- retruca ella, intuyendo que debe ser el mismo que Percy está mencionando. Tiene que serlo. Ayer, tras la visita a una construcción de Brooklyn, se reunió con su mejor para almorzar en un restaurant de Bay Ridge, y uno de los temas tratados fue la nueva "vida amorosa" de su hija.

En realidad no es ni siquiera eso. Últimamente Alexandra se sonroja de pies a cabeza ante la mención de Dan Crawford, uno de sus compañeros de clases y aquel que fue elegido para interpretar al Hombre de Hojalata en el musical de primavera. Es raro, porque se conocen desde el año anterior y nunca antes había sucedido, pero Annabeth intuye que su deslumbramiento viene de que al niño le confeccionaron un disfraz con luces y distorsionador de voz para la obra (si quieren su opinión el pobre parece un Transformer, pero la directora de artes es demasiado modernista y visionaria como para pensar que están difamando la obra maestra de Judy Garland).

Como sea, su hija se emociona al instante con cualquier cosa extravagante así que supone que cuando el pobre de Dan cuelgue su traje todo su encanto se habrá acabado.

-¿Tú lo sabías?- la ataca ahora su esposo, olvidándose por completo que fue Rachel quién sacó todo el tema a colación y responsabilizándola del infantil deslumbre que su hija tiene por aquel niñato. Lo mira sorprendida, aguardando que Percy tan sólo bromee y se olvide del tema. Y espera que lo haga, porque no necesitan una pelea ahora. Justo cuando, y después de tanto tiempo, están a solas. -¿Annabeth cómo puedes permitir eso? ¡Apenas si es una niña!-

-Cálmate- le dice con paciencia, intentando acercarse hasta su posición para masajearle los hombros y así sacar un poco de su tensión. El azabache se deja hacer, pero no borra su ceño fruncido y se bebe la copa de vino de una sola vez. -Precisamente por eso: es una niña. No es más que un enamoramiento dulce e infantil, relájate.- espera que sus palabras surtan efecto, pero también sabe por experiencia propia que es posible que no lo logre. Ya ha visto a Percy celoso. Con ella puede que algo exagerado, pero si habla de Alex la cosa podía exacerbarse aún más. Y si le suma que además es un cabezota… -Es muy parecido a cuando solía sonrojarse cada vez que Leo Valdez le sonreía.-

Oh, sí. Ella jamás cayó ante los encantos del corredor de NASCAR y hasta todavía reprocha su anterior conducta de seductor empedernido. Pues bien, las Moiras se burlaron de ella provocando que su hija pasase por una etapa de enamoramiento hacia el latino. Tras una carrera a beneficio al cual los invitó, y en la que dicho sea de paso Percy se animó a competir, Alex pasó meses sonrojándose cada que veía al corredor en Olympus. Era tierno. Algo raro, pero tierno.

-Conseguiré un tutor que le enseñe en casa- dice de repente, antes de chasquear los dedos y recuperar, como por arte de magia su buen humor tan característico. Se voltea, mirándola con una amplia sonrisa como si esperase que ella confirme su teoría. -Sí, esa es la solución-

-No lo harás- Por supuesto que no. Para conseguir la plaza de Alex en el British International pasaron por entrevistas en la institución, evaluaciones psicológicas y varias cartas de recomendación. Considerando el poco tiempo libre que tienen, aquello conllevó un gran gasto del mismo y desecharlo así como así sería una estupidez. Y mucho menos por algo tan absurdo como el rubor provocado por un Transformer. Percy la mira contrariado, así que no tarda en elevar una ceja y mirarlo de reojo. -No a menos que quieras pasar la noche libre que tenemos durmiendo en el sofá de la sala.-

Bingo.

Frunce aún más su ceño, pero ya no la ve. Se queda mirando un punto fijo de la pared, sobre su hombro, aunque verdaderamente no está viendo nada en particular. Es como si estuviese perdido en mente sopesando los pros y los contras de seguir con aquella discusión. Lleva todas las de perder, porque aunque piense que él es quién lleva los pantalones en aquella casa Annabeth es consciente que no es así. Siempre ha tenido la última palabra, pero deja que Percy piense lo contrario para no herir su ego de macho alfa.

Y, además, no lo cree capaz de sacrificar una noche de sexo. Ni en un millón de eones.

-Dudo que quieras hacerlo cuando estoy estrenando lencería.- agrega, porque ya está pensándoselo demasiado y necesita que regrese de la estratósfera. No ha pedido a Rachel que haga de canguro por nada, y menos aun cuando sabe que va a cobrárselo. La pelirroja adora a su hija, pero también los "viernes de soltera por la noche" como les llama, así que no va a salirle barato aquel favor.

Para rematar, y sabiendo que no va a fallarle, se baja el cierre lateral del vestido que trae puesto, dejando entrever parte del sujetador negro de encaje que usa debajo. El hombre ojos verdes la mira atento, como hipnotizado por su figura y puede que hasta babeando ligeramente, pero aun así se mantiene firme y trata de no dar su brazo a torcer. Ya casi lo logra.

No se molesta en reacomodarse la ropa antes de regresar a la mesada principal de la cocina, fingiendo que la discusión acaba aquí y dispuesta a seguir preparando la cena. Sonríe satisfecha porque ya ha ganado, es sólo cuestión de tiempo hasta que Percy decida admitirlo.

Bien, no pasa ni un minuto hasta que eso ocurre.

-Cocinaras luego, ahora necesito que vayamos al cuarto- sentencia frustrado, pegándose nuevamente a su espalda y besándole con demasiado entusiasmo la base de su cuello.

Se deja hacer, porque no tiene intenciones de contradecirlo y porque espera ese momento desde que lo escuchó entrar al penthouse. Arroja los elementos de cocina sobre la mesada. La cena puede esperar, o, si luego no tiene energías para continuar con aquel platillo, siempre pueden pedir algo a domicilio. Y, por la forma de marcar su cuello, intuye que será la segunda opción.


-¿Qué le regalas a un niño en su primer cumpleaños?- suelta su interlocutor nada más responder aquella llamada, obviando todas las formalidades de saludo y tratando de hacerse oír por sobre los ruidos de lo que, Jason supone, es un motor en marcha.

-¿No está tu madre para ayudarte con eso?- retruca, algo confundido, mientras se lleva el vaso a los labios y termina el remanente de whisky que allí queda.

Se acomoda mejor en la reposera de la terraza, a sabiendas que seguro aquella charla con Valdez no será corta y necesitara estar cómodo. Aunque no puede quejarse. Acaba de beber un buen bourbon, oye el ruido apagado de las olas rompiendo contra las rocas y siente cómo el viento del Pacífico golpea de lleno en su rostro… Sin dudas, ese lugar es un paraíso.

-Se niega a hacerlo, dice que necesito madurar en ese aspecto.- no puede evitar reír entre dientes tras aquella frase, y es que no es difícil imaginarse la escena, pero se ve obligado a omitir las burlas tras el bufido amenazante de su mejor amigo.

No es que pueda hacerle demasiado daño tampoco debido que están en extremos opuestos del país, pero intuye que no debe resultarle fácil el rebajarse a pedir ayuda con un tema tan simple. Leo tiende a ser auto suficiente, y si se atrevió a llamarlo sabiendo que no quería interrupciones en ese fin de semana comprende que todo esto debe estar quitándole el sueño.

-¿Calypso?- baraja, como otro recurso puesto que siempre termina siendo la solución a los problemas de su mejor amigo, pero por el segundo bufido de Leo parece que ésta vez no entra en la ecuación.

Raro, porque desde hace bastante no deja de ser esa mitad indispensable en la vida del moreno. Con lo de convivir y lo mucho que discuten a diario cualquiera pensaría que ya llevan años de casados.

Podría decirse que sí, pero no.

Leo está enamorado, de eso no quedan dudas, pero tiene el alma de un soltero empedernido, y Calypso es demasiado independiente y liberal como para amarrarse a alguien de por vida. Viven juntos y no tienen intenciones de cambiar eso por un largo tiempo, pero ninguno de los dos cree en la institución del matrimonio. Aunque Esperanza está feliz de que su hijo por fin sentara cabeza, todavía trata de convencerlo que es un escándalo que aún no este casado y viva con una mujer. "Viejas costumbres mexicanas", así es como su hijo se burla.

-No menciones a esa traidora, ¿puedes creer que se puso del lado de Esperanza en ésto?- ahora sí que no aguanta la risa, y es que imaginar la escena le resulta de lo más gracioso. Por mucho que Leo alardee que "lleva el volante" en la relación, es Calypso quien lo controla todo.

-Pobre de ti, Valdez- se apiada, ya cuando los quejidos al otro lado de la línea se vuelven bastante ruidosos y molestos. Puede parecer un niño a veces, pero esa es su manera de decir que todo este asunto de verdad esta estresándolo. -Amigo, relájate. Ni siquiera recordara lo que le regales-

Contrario a lo que él, Calypso y el resto del mundo llegaron a pensar, Leo Valdez fue capaz de asumir un rol de padre desde aquel día en que alguien abandonó un recién nacido en la puerta del taller de su madre. Lo tomaron como algo pasajero, una fascinación del corredor que pasaría al notar que un bebé no es un perrito, al cual solo se necesita alimentar y pasear a diario, o Festo, que con una puesta a punto queda como nuevo. Lo de ser padre conlleva una serie de responsabilidades, palabra que no figuraba en el léxico del corredor.

E increíblemente fue todo lo contrario.

Leo llegó a comprometerse desde el día uno con el asunto de la paternidad, cosa que únicamente Esperanza creyó posible. Dejo de enfrascarse las veinticuatro horas del día en su taller, acondicionó todo su apartamento para que no resultase un peligro para un gateador intrépido, contrató una niñera que tuviese disponibilidad para sus carreras de fin de semana... ¡Por los Dioses, hasta acudió a un seminario para padres primerizos!

Sigue siendo el bromista de siempre, por supuesto, con la única diferencia que ahora cuenta con un "pequeño secuaz" como él le llama.

-Ese no es el punto, Grace. No quiero parecer el típico padre aburrido que regala a su hijo cosas inservibles. Ya intenté en tres tiendas de juguetes, y todo lo que me ofrecieron fueron unos móviles estúpidos o sonajeros.- se explica el latino, a seguro paseándose por el taller mientras destila impaciencia por cada uno de sus poros. -Ayúdame en esto. Recuerdo que los sobrinos de Reyna te idolatraban en cada navidad por tus regalos-

-Leo, es que de verdad no tienes muchas opciones.- trata de ser lo más claro posible, porque, por mucho empeño que su amigo le ponga a la paternidad, aun no entiende que no hace falta pensar en grande. Y es mejor que no lo haga, porque sus disparatadas y locas ideas rara vez concluyen bien. -Un niño de esa edad apenas si puede pararse por sí solo y tiende a llevarse todo a la boca, así que a menos que planees regalarle un tren a escala que lo cargue y lleve a dar vueltas por su habitación dudo mucho que...-

-¡Eres un maldito genio!- Dioses, no otra vez. Se apresura a pasarse una mano por el rostro, mientras suelta un suspiro. Conoce de sobra ese tono de entusiasmo en la voz del latino, y por ello sabe que sólo traerá problemas. -Te debo una grande, Grace-

-¡Valdez!- intenta detenerlo aun sabiendo que está en el otro extremo del país, que seguramente ya no habrá poder mortal o divino que lo haga y que, con seguridad, Leo ya ésta cortando la comunicación.

No se equivoca, y es que el "beep, beep, beep" continuo le informan que su amigo ya se desconectó.

-¿Todo bien?- se voltea al instante con aquella pregunta, sorprendido de haber estado tan ensimismado en la comunicación con su mejor amigo como para percatarse del regreso de Piper. La terraza se halla en la parte superior del garage, así que tendría que haber escuchado como guardaba el convertible de Tristan.

-Calypso va a matarme- afirma a modo de respuesta, soltando otro suspiro y sonriéndole apenado.

Ella no necesita que diga más, y es que está bastante familiarizada con las constantes peticiones de la novia del latino sobre "no usar ironías". Olvida que Leo es como un niño, y la mayor parte del tiempo se toma todo en sentido literal. Lo único bueno de todo esto es que a Piper parece divertirle el asunto, porque su risa no tarda en hacerse oír por sobre el ruido constante y apagado de las olas proveniente de la playa al final del terreno.

Se deja abrazar cuando ella se acerca, aprovechando la oportunidad para que su desbocado corazón se relaje. Y es que es el momento. Lo ha planeado por semanas, o más bien meses, corroborando con minuciosidad cada detalle varias veces, y aunque sabe que todo está listo eso no le quita los nervios. Cómo termine todo ya no está en sus manos.

Aun así, la cercanía de Piper lo tranquiliza al instante.

Su cuerpo ya está condicionado a hacerlo cada que la tiene cerca, e inclusive sufre cuando la distancia entre ellos es muy prologada. Hay algo en la forma en que lo toca, o le mira, o le acaricia el rostro, o calienta su cuello al respirar sobre él, o quizás todo junto... No lo sabe, y tampoco le preocupa demasiado el descubrirlo. Tan sólo está seguro que ella es la única persona en el mundo capaz de hacerlo, y que por eso, y también por mil razones más, quiere pasar el resto de su vida a su lado.

-¿Te apetece caminar en la playa?- pregunta ella junto a su oído, y aunque no estaba en sus planes que ella lo sugiriese tampoco puede negarse. Quiere creer que es el destino enviándole una señal.

Toma su mano, esperando que Pipes no note lo sudada que está de los nervios, y emprenden la marcha hacia la escalera lateral de la terraza, aquella que conecta la casa, o más bien mansión, con el inicio del océano Pacífico.

Como cada que están a solas, caminan en silencio. Muchos podrían pensar que es extraño que no hablen, pero la mayor parte del tiempo las palabras sobran. Tan sólo necesitan de la presencia del otro para sentirse completos, y además, con una vista tan perfecta como el ocaso del sol al final del océano, no hace falta decir demasiado.

Aun así está nervioso, y por ello no deja de observar de reojo a Piper. Claro que lo que ve no lo tranquiliza. La conoce demasiado, y por ello sabe que esas arrugas de su rostro se deben a que está preocupada ¿Y si ya lo sabe? ¿Qué tal que a alguno de sus amigos se le fuese la lengua y se lo soltase sin querer? ¿Y si estaba pensando en alguna forma de decirle que no? ¿Y si...

-Necesito que hablemos- si antes ya estaba nervioso, esas tres simples palabras logran quitarle el aliento. Nada, absolutamente nada bueno puede salir de algo que inicie con esa frase. Ha visto miles de películas al lado de su novia como para saberlo.

¿Qué se supone que debe hacer? ¿Desistir y volver a la casa? ¿Intentarlo de todos modos? Es en estos momentos cuando necesita un consejo femenino, y lamenta que Thalia este perdida en una isla remota sin posibilidad de comunicación.

De todos modos no deja que Piper note lo asustado que está, y la incita a continuar acariciando con suavidad su mano y sonriéndole de forma cálida.

-Tengo miedo- susurra ella despacio, escondiéndose en su pecho mediante un abrazo y negándose a soltarse de su agarre.

En cualquier otra situación hubiese encontrado tierno, e inclusive divertido, aquello, pero con el tinte de la conversación tan sólo podía preocuparse más. Y sí, estaba tan asustado que no se atrevía a establecer contacto visual con Piper de modo que se limitó a abrazarla más fuerte incitándola a continuar.

-Durante estas últimas semanas actuaste... diferente- confiesa, tan despacio que, si no fuera porque están abrazados seria prácticamente imposible oírla a través del sonido de las olas.- No quiero parecerme a esas mujeres traumatizadas que piensan las veinticuatro horas del día que su pareja las engaña, pero no dejo de pensar en esas llamadas a escondidas que realizas continuamente y-

-¿Piensas que estoy con alguien más?- pregunta con una sonrisa traviesa, recobrando el color en su rostro, y, por qué no, también normalidad de su frecuencia cardíaca. Piper, al fin, se atreve a mirarlo a los ojos, sin comprender demasiado a que se debe lo bien que está tomándose aquel asunto.

-No... Bueno, sí... Yo...- balbucea, en una mezcla de confusión y susto, y es entonces cuando Jason no lo soporta más y ríe eufórico.

No lo sabe.

Su novia se ha montado toda una película basada en el simple hecho de sus misteriosas llamadas telefónicas, las que curiosamente, y en realidad, tenían que ver con los preparativos necesarios para ese día. Pero aun así no sospecha ni por asomo lo que le espera.

Finalmente es el momento.

Decide sorprenderla, por lo que, tras recuperarse de su ataque de risa, la mira con ternura y al toma en sus brazos, tal cual suele cargarla cuando ella está muy cansada y no tiene energías para trasladarse desde el sofá hasta la cama de su dormitorio. Piper no comprende para nada la situación, y su ceño fruncido se encarga de hacérselo saber, pero se tranquiliza tras un corto beso que deja con suma delicadeza sobre sus labios.

Camina el corto trayecto que les resta en silencio.

Una de las ventajas de ser una acaudalada estrella de cine es poder darse el privilegio de comprar una casa con playa privada en Malibú, tal cual Tristan lo hizo años atrás. Por comodidad reparte el tiempo entre su penthouse del Downtown y la mansión de Beverly Hills, de modo que no pisa la propiedad costera más que un par de veces al año para hacer fiestas o descansar tras filmes de acción extenuantes. Con esto no tuvo reparos en cederle las llaves por el fin de semana, y más tras saber cuáles son sus verdaderas intenciones. Jason, en el tiempo que lo conoce, nunca lo vio tan feliz.

El encanto de ese lugar, además de la soledad de la playa, proviene de las formaciones rocosas que la rodean. Son mini acantilados, que, además de proyectar diversas sombras sobre la arena a lo largo del día, resguardan el sitio de los ojos curiosos y los paparazzis. Es uno de los sitios favoritos de Piper, y por ello resultó el escogido para pedirle matrimonio.

Puede ver en su mirada que está conteniendo las ganas de acribillarlo a preguntas, porque, aunque disfrute del silencio en su compañía, en su cabeza seguro hay un torbellino mental. Sus ojos son demasiado expresivos como para ocultarlo. Vuelve a besarla, esta vez en la frente, y ya sin ánimos de esperar la deja sobre el suelo justo cuando llegan a la caverna más grande de la playa.

Allí, bajo el semi techo que forman la roca erosionada, hay una preparada para una cena romántica. Bueno, más que una cena sería un picnic junto al mar porque eso de servir tres platos y demás resulta bastante complicado dado la lejanía de la casa principal, pero aquello es un tecnicismo menor.

Cojines, mantas y unos cuantos faroles luminosos delimitaban el espacio que ocuparían esa noche junto al océano. Aquella idea fue suya, y a lo largo de estas semanas fue modificándola conforme las amigas de su chica le daban sugerencias. Junto al ruido de las olas rompiendo contra las rocas se oye la voz de Bublé a traves de un equipo de sonido (idea de Annabeth, quien a propias palabras dijo "música romántica y moderna para algo tan íntimo y memorable"), y rodeando el sitio pétalos de tulipanes de diversos colores se mezclan y pierden en la arena (Hazel estaría orgullosa, y es que su consejo primordial fueron emplear muchas flores siendo Piper una amante de ellas). Y, como si pudiera faltar, junto a la cesta de comida, una botella de espumante de origen francés descansa sobre una frapera llena de hielo (regalo de Silena, quien hizo lo imposible por enviarle aquella bebida tan costosa desde Europa en tiempo récord).

-Jason...- el tono entrecortado de su voz, y ese brillo de lágrimas que amenazan con salir de sus ojos, lo dicen todo. La ha sorprendido, y demasiado al parecer porque a pesar de que le sonríe abiertamente e incitándola a continuar ella no puede articular palabra.

-Espero que no te moleste que dejemos plantado a tu padre- suelta, consciente de que en realidad Tristan sabe de antemano que no llegarán a cenar con él esa noche pero queriendo mantener eso oculto a su novia. -¿Te apetece un poco de vino?-

Piper asiente sonriéndole, sin poder evitar temblar de forma inconsciente producto del viento frío que los golpea de lleno. Ya es primavera, pero eso no quita que la temperatura en California descienda durante las tardes. Se quita la chamarra y la coloca en sus hombros, aprovechando de paso para envolverla entre sus brazos y disfrutar de su cercanía.

No tiene duda alguna. Es la mujer de su vida, y hoy tan sólo va a volverlo oficial. Porque aceptará. Algo en su interior se lo dice.

FIN


Notas: ¡Hola! Dioses, no sé en qué momento pasaron tres meses. Si estuve desaparecida por tanto tiempo les juro que no fue por decisión propia: entre el semi bloqueo mental y la universidad (que como siempre no me deja vivir), demoré mucho más de que esperaba. Perdón, juro por el Estigio que no fue intencional.

Sinceramente no tengo mucho para decir. A pesar de las trabas y problemas he disfrutado muchísimo escribir este epilogo, y espero que también lo disfrutaran. No sé si se nota, pero puede que me excediera con Percabeth (¡es que nunca tengo suficiente de ellos!).

Bueno, yo prometí una serie de extras y voy a cumplirlo, pero no me pidan que ponga una fecha. No quise hacerlo con el epilogo porque precisamente estoy con muchas cosas encima, así que déjenme que los sorprenda. Claro que se aceptan ideas, así que tan solo me dejan un comentario y yo veo que se me ocurre con eso.

Me estuvieron preguntando si tengo planeada otra historia en el fandom, y la verdad… es que no. Creo que lo dije en comentarios anteriores, pero comencé esto hace unos años atrás y en este tiempo he cambiado bastante. Nunca me he quedado escribiendo sobre una misma pareja, y creo que mi ciclo aquí ha terminado. Claro que eso no quiere decir que no escriba algún día un one-shot o cosas así, pero tras lo mucho que me ha tomado terminar una historia tan larga como ésta no sé si algún día tenga la suficiente inspiración como para escribir otra. Soy más de las que disfrutan leyendo.

Desde ya muchas gracias a todos y cada uno de los que dejen un comentario. Como siempre, se aceptan críticas, tomatazos, amenazas y demás.

Nos leemos pronto.

Atte. Anitikis