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Atrapada

Capítulo XIX

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Sakura se despertó cuando Itachi encendió la luz. Abrió los ojos lentamente. Una dura máscara de piedra con ojos carmesí incrustados se asomaba por encima de su rostro. Su fría mirada la acobardó por un momento, hasta que espabiló.

El aspecto de Itachi aquella noche era muy distinto, tanto como distinta se sentía ella. Toda su carne temblaba de sensualidad. No sabía si era el efecto de beber sangre o qué; quizá solo se lo estuviera imaginando, pero el resultado era una nueva confianza en sí misma que no estaba acostumbrada a sentir.

Y, a solas con Itachi, y con el aspecto de él, sin duda necesitaba toda la confianza en sí misma de la que pudiera disponer.

Abandonaron juntos el dormitorio sin decir una palabra. Al llegar al rellano de la escalera del segundo piso, Hanara la llevó otra vez al dormitorio de invitados.

Tsunade estaba de nuevo sentada en la cama, esta vez a los pies, reclinada sobre un brazo. Tenía unas enormes ojeras, y parecía un poco confusa.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Sakura.

—Nada que no pueda curar un trago.

Las demás no dijeron nada.

—¿Por qué no le dan algo?

—Eh... preciosa, que está en las últimas —dijo Ino.

—Escucha, creo que tiene un problema con la bebida... —continuó Sakura.

—¡No!, ¿en serio? Le sale alcohol por los poros como si fuera vapor venenoso.

—Está habituada al alcohol, la mantiene en calma. Quizá si le...

—¿Yo?, ¿un problema con el alcohol? —rió Tsunade—. Dime, Sakura, ¿de dónde has sacado el título de experta en terapia?

Mientras hablaba, la mano que apoyaba en la cama resbaló por la colcha, cayendo de lado.

Sakura jamás había visto a Tsunade así. Y, ciertamente, se sentía tan capacitada para controlar la situación como incapaz era Tsunade.

—He venido a conocer a tus vampiros, y ya lo he hecho —dijo Tsunade, enderezándose de nuevo—. Son un fraude.

Sakura miró a su alrededor. Era evidente, por la expresión de los rostros de todas, que Tsunade suponía una grave complicación.

—Hiashi se ha despertado pronto —dijo Ino—, al caer el sol, y se la ha encontrado como una cuba —añadió, desenroscando el tapón de la petaca plateada y volcándola—. Vacío.

—Sí, él es maravilloso —continuó Tsunade, articulando las palabras a duras penas—. Tal y como me lo describiste, Sakura. Vibrante. Arcaico. Me conoce profundamente, lo siento. Pero sus poderes hipnóticos no son en absoluto milagrosos.

Las manos le temblaban, incluso la cabeza de Tsunade se balanceaba ligeramente a los lados.

—Tsunade, no deberías estar aquí...

—Ya no hay tiempo para eso —la interrumpió Hanara—. Hiashi ha decidido que no le ha dicho nada a nadie de nosotros. Aún. El resto, lo de los casetes, es cierto —Hanara le hizo un gesto a Sakura con la cabeza para que tomara asiento—. Tendremos que ocuparnos de ella después del domingo.

—Esta noche el ritual durará desde la puesta de sol hasta el amanecer —dijo entonces Mito—. Son muchas horas. Tienes que tomar la sangre de Itachi tres veces. Mei se ha ofrecido para prepararte una poción que puede que quieras beber a lo largo de la noche, en apoyo de tu causa.

—Causa y efecto —dijo Tsunade en voz alta.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Sakura a Mito.

Fue Mei la que contestó.

—Esta noche será dura para Itachi. Tengo una poción de hierbas que induce al cuerpo a producir un olor que disfraza el de la sangre.

—¿Para distraerlo de mi sangre y evitar que me ataque?

—Esperemos.

—¿Y está garantizada? —bromeó Sakura.

Nadie se echó a reír, excepto Tsunade, que rió sofocadamente y dijo:

—El sentido de la sangre.

—Está bien —suspiró Sakura—. La beberé.

Por un momento se hizo el silencio hasta que Hanara añadió:

—Creo que deberías contárselo todo.

Sakura observó a todas las mujeres una a una. A todas excepto a Tsunade, a la que evitaba mirar. Tsunade era una complicación añadida en un momento difícil de por sí. Todas estaban tensas excepto Hinata, que probablemente era demasiado joven para comprender lo que estaba pasando. Sakura exclamó:

—Bueno, ¿me lo va a contar alguien, o no?

—Nena, es un afrodisíaco —dijo Ino.

—¡Sexo, sangre y muerte! —exclamó Tsunade con un gesto infantil, dando una palmada—. ¿Es una fiesta?

—¿Un afrodisíaco?, ¿quieres decir que me va a excitar? —preguntó Sakura.

—Sí —dijo Ino—. Tu cuerpo emanará... olores. ¿Comprendes a qué me refiero?

—¿Significa que oleré a sexo?

—Sí, algo así.

—Bueno, ¿y no excitará eso a Itachi? Es decir, se supone que no debo dejar que me toque, ¿no? ¿No es peligroso?

—El olor a sangre sí que es peligroso —afirmó Mito.

—Si Itachi fuera Gaara, podrías leerle simplemente El aprendiz de brujo —dijo Ino—. Pero el cerebro de Itachi está en otro lugar, y todos sabemos dónde.

—Escucha —dijo Sakura, mirando de un lado a otro—. Si creen que puede ayudar, lo haré.

Finalmente Mei dijo:

—No podemos garantizarte nada, pero probablemente funcione. Sin embargo, tiene sus consecuencias.

—La muerte es la consecuencia del sexo —afirmó Tsunade en tono pretendidamente solemne.

Sakura deseó que Tsunade guardara silencio.

—¿Consecuencias?, ¿qué consecuencias?

—Puede resultar doloroso —contestó Hanara—. Es una mezcla de hojas de palmito salvaje, damiana, celidonia y unos pocos ingredientes más. Te hará sudar un montón, y probablemente te excitará mucho durante un rato. Estimula la secreción hormonal que produce el fluido vaginal; ese es el efecto que buscamos. El problema es que es incontrolable.

—¿En qué sentido?

—Será como estar al borde del orgasmo. Después de una hora, más o menos, puede que tengas un orgasmo espontáneo. Y al final las contracciones pueden resultar desagradables.

—Suena a parto —dijo Sakura.

—El nacimiento de la muerte —musitó Tsunade.

Sakura sintió que se le erizaba el cabello de la nuca. Miró a Tsunade. Le había ocurrido algo. No estaba simplemente borracha; había perdido la cabeza. Pero no era el momento oportuno para enfrentarse a ese problema.

—Algo así —dijo Mei, devolviendo a Sakura a la realidad—. Por supuesto, no tienes obligación de tomarlo. Depende de ti. Yo lo que te sugiero es esto: hago la poción y te la doy. Si sientes que todo va bien, no la tomas. Si te parece que las cosas se te van de las manos con Itachi, entonces lo consideras.

—Eso suena bien —dijo Sakura, a pesar de su preocupación—. ¿Crees que las cosas se nos irán de las manos?

Nadie contestó a esa pregunta, y por una vez Tsunade guardó silencio.

Ino y Hanara levantaron a Tsunade de la cama, la sentaron en un sillón y la ataron. Tsunade no dejó en ningún momento de gritar y luchar.

—¡No, no le hagan eso! —exclamó Sakura—. Es inofensiva.

—Eso, preciosa, no me lo creo.

—Solo tiene algún que otro problema.

—El problema es el tiempo —dijo Tsunade.

—Ella es el problema, y va a estropear las cosas —dijo Ino.

Sakura sacudió la cabeza antes de añadir:

—Ella estuvo conmigo cuando la necesité, se lo debo.

—El alma debe ir donde necesita ir. Ninguna obligación debería impedir seguir un camino predestinado —afirmó entonces Mito.

Pero Sakura no estaba preparada aún para prescindir de su sentido humanitario.

Su relación con Tsunade iba más allá de la terapia, más allá incluso de la amistad: las dos eran de la misma especie. Sakura sabía que Tsunade no estaba siendo de mucha ayuda, pero necesitaba sentir su presencia. Era como aferrarse a este mundo mientras alargaba los brazos hacia el otro. Temía que llegaría un momento en el que perdería el contacto con los dos, y entonces caería sola, libremente, por el espacio.

Mito debió de captar sus sentimientos, porque dijo:

—De acuerdo, que sea como ella quiera.

Ino y Hanara soltaron inmediatamente a Tsunade.

Mientras abandonaban la habitación, con Tsunade soltando incoherencias, el miedo se apoderó de Sakura. Tenía que olvidarse de Tsunade. Se jugaba mucho, y no podía permitirse el lujo de perderlo todo en un segundo.

Las mujeres entraron en el salón de la tercera planta y Mito inmediatamente encendió el fuego. Todos se sentaron en los mismos lugares que habían ocupado la noche anterior, excepto Sakura y Mei. Aquella noche Sakura tenía que sentarse directamente frente a Itachi. Podía verlo con toda claridad, lo cual confirmó las observaciones que había hecho en el sótano. El aspecto de Itachi era dolorosamente delgado, tenía la piel tersa sobre los huesos, su rostro estaba pálido y su expresión era un tanto salvaje. También sus labios esbozaban una expresión tensa, y sus ojos parecían febriles. Él la miró abierta y directamente, y Sakura vio en su mente la imagen de un perro hambriento, contemplando un trozo de carne. Tsunade se revolvía inquieta en su sitio, y eso lo distraía de vez en cuando. Con los ojos cerrados, su cuerpo, ebrio, se balanceaba de un lado a otro, acercándose demasiado a él. Sakura sabía que Itachi encontraba tentadora la sangre de Tsunade. Tan tentadora como la de ella.

Tras Itachi, una de las paredes de cristal, la más grande, permitía ver el balanceo de los pinos y los cedros que cubrían la falda de la montaña. Toda la larga línea del horizonte estaba recortada con las puntas de los árboles. La luna estaba hinchada aquella noche, y Sakura se preguntó por la relación que establecían los mitos entre la locura y la luna llena.

Mei estaba sentada en el rincón derecho de la sala, machacando hierbas con una maza de piedra blanca en un mortero. Cuando terminó, echó la mezcla en una pesada tetera de hierro, sirvió agua hirviendo de un hervidor eléctrico y dejó que las hierbas reposasen. Pocos minutos después, filtró la infusión y la sirvió en un cuenco de madera negro. Dejó el cuenco sobre la alfombra, delante de Sakura y de la rosa roja, ya abierta y madura, entre ella y Itachi.

Mei tomó entonces asiento detrás de Itachi, y Mito dijo:

—Debes tomar la sangre de Itachi.

No tan pronto, pensó Sakura. Sin embargo, estaba decidida a no vacilar aquella noche. De inmediato se puso en pie y se acercó, arrodillándose delante. Tenía que apartar la vista de los gélidos ojos de sangre de Itachi. Él alzó una mano temblorosa: durante la noche, las uñas se le habían puesto amarillas, afiladas como garras. Las venas azules de sus brazos sobresalían en relieve. El olor que emanaba de él le recordaba a la tierra mojada.

Sakura lo observó abrirse la vena del cuello. Inmediatamente presionó los labios sobre el manantial de la herida y bebió la sangre, deteniéndose únicamente cuando oyó a Mito decir:

—Basta.

Temblorosa, volvió a su sitio en la alfombra frente a él y se limpió los labios con el reverso de la mano, consciente de que la sangre no le sabía tan repugnante como la noche anterior y de que ya no sentía náuseas. Casi le resultaba refrescante, vigorizante, como un vino dulce. Pero aunque ella estuviese satisfecha, Itachi seguía hambriento.

La primera parte de la noche transcurrió sin incidentes, aunque fuera evidente que Itachi estaba sufriendo. Tsunade se inclinaba a un lado de tal modo, que finalmente se cayó y se quedó tumbada en el suelo. Estaba incluso más cerca de Itachi que antes. Justo después de que sonaran las campanadas doce veces, Sakura observó el descenso de una luna perfecta como una perla tras la cima de la montaña. Poco después la observó reaparecer. Entonces Mito volvió a decir:

—Recibe.

En esa ocasión, mientras se acercaba a Itachi, Sakura se sintió más insegura. Había estado observando los cambios en él durante horas, y no resultaban precisamente halagüeños. Itachi estaba nervioso, se movía inquieto cada pocos segundos.

Su rostro expresaba una hostilidad mezclada con un intenso dolor. Parecía tan consciente de Tsunade como de Sakura, los dos únicos seres de la sala con sangre propia corriendo por sus venas.

Sakura se arrodilló ante él. Su fría energía depredadora la dejó atónita. Trató de beber su sangre tan rápidamente como pudo, pero durante todo el tiempo fue consciente de la acelerada respiración y de la fina capa de sudor que cubría el torso de Itachi. La barrera que había entre ellos se disolvía rápidamente. Sakura encontraba eso excitante y aterrador.

Cuando el reloj dio las tres, Tsunade despertó. Se enderezó e inmediatamente comenzó a balbucear tonterías, inclinándose peligrosamente hacia Itachi y atrayendo su atención. Sakura sabía que al final tendría que hacer algo. Él observaba a ambas mujeres con ojos de halcón, desviando alternativamente la atención de una a otra. Tsunade se inclinó hacia él, quedándose muy cerca. Itachi se centró entonces en ella y, al hacerlo, Tsunade se puso frenética. Itachi parecía a punto de estallar. Sakura tenía miedo de hacer un movimiento violento.

Miró a su izquierda. Sasuke estaba medio dormido, tenía la cabeza recostada sobre el regazo de Hinata y los pies sobre el de Neji. Los demás estaban erguidos como estatuas; según parecía, no iban a interferir. Todo dependía de ella. Sakura tomó el cuenco negro, removió el contenido y dio un sorbo. Aquella agua verde amarillenta, turbia y con sabor a pimienta, la hizo atragantarse. Itachi desvió la cabeza en su dirección. Ella se esforzó por dar otro trago, esperando que sus efectos se multiplicaran por dos. Cada pocos minutos bebía un sorbo.

La sala comenzó a parecerle muy cálida. Le caían gotas de sudor de las axilas y del pecho, por la espalda y tras las rodillas. Tenía los pezones erectos. Sakura notó que se sentía sensual, erotizada. Su cuerpo se balanceó una pizca, igual que las copas de los árboles. Miró al otro lado de la habitación. Itachi ya no le prestaba atención a Tsunade. Sus rasgos eran cadavéricos: piel blanca y tan fina como el papel, ojo duros como dos puntos de fría sangre, fortalecidos por la obsesión. El sudor hacía brillar todo su torso y le pegaba el cabello a la cabeza. Le había crecido la barba. Su estómago se contraía y expandía rápidamente con jadeos. Sakura lo observó moverse nerviosamente, entrelazar las manos y darse manotazos por el cuerpo como si sintiera la picadura de insectos por todo él.

En cuestión de una hora Sakura se retorció de dolor. Sudaba a mares. Tenía el pelo tan mojado, que le caían gotas de sudor desde las puntas más largas a los hombros. Le preocupaba deshidratarse. Se le contraía la vagina por dentro a una velocidad alarmante, mojándole todo el interior de los muslos. Los pezones le dolían de pura tensión, y le resultaba casi imposible no tocarse a sí misma. Jadeaba igual que Itachi. Acabó de rodillas, apoyándose en las manos, llorando y gimiendo mientras trataba de escarbar en la tierra como un perro. En el momento más álgido del orgasmo, oyó el reloj dar las seis y a Mito decir:

—Recibe.

Sakura miró rápidamente a su alrededor. Todos parecían tan vigorosos, tan vivos, tan sexis... Los hombres, en especial, le parecían guapos y viriles. Pero se sentía atraída incluso por las mujeres. Tsunade alargó un brazo y musitó algo confusamente, algo que sonó como «Mi niña». Sakura alzó la cabeza y miró a Itachi, que a su vez la miraba fijamente. Una poderosa e invisible vibración, como la de los rayos de luz ultravioleta, los conectaba a ambos. Eso la seducía.

No podía ponerse de pie, así que tuvo que reptar por la sala como una serpiente. Tenía la vista nublada, el sentido del oído distorsionado; ¿era aquel ruido su propia respiración o la de Itachi, o la de Tsunade, o la de todos juntos mezclada?, se preguntó. Solo cuando se arrodilló ante él, con cuerpo tembloroso, balanceándose, estuvo Sakura segura de que se había dirigido al lugar correcto.

Salía de ella un olor que hasta Sakura misma podía oler. Salvaje, animal, sexual, femenino, magnético. Ella estaba caliente, mojada, abierta, palpitante. Sus genitales pulsaban ardientes con un fuego que solo él podía extinguir. Sakura se planteó la posibilidad de restregarle ese deseo por la cara, a ver si de ese modo él lo captaba.

Pero el cuerpo de Itachi había hecho algo más que responder a esa fragancia. Para Sakura, su aspecto era puramente masculino, ostentaba un poder que podía satisfacer su tortuosa necesidad, que podía apagar las llamas de su doloroso anhelo. El espacio entre ellos parecía crujir con una carga eléctrica que podría haber iluminado toda la ciudad. En un momento de lucidez, Sakura pensó que al menos la poción había funcionado. Después de eso jamás sería capaz de apartar las manos de Itachi de sí. O de dejar de tocarlo.

El cortó la vena. Ella apenas podía mantener las manos apartadas a un lado mientras bebía lo que, a esas alturas, le parecía un buen vino. Cuando terminó y la luz comenzó a iluminar el cielo, todos se fueron a su habitación.

Ino se detuvo en la segunda planta para atar a Tsunade durante el día. Al pasar Sakura por delante del dormitorio, Tsunade la llamó.

—¡Son de verdad, Sakura, completamente de verdad! —exclamó, casi presa de la histeria.

—Se pondrá bien —la tranquilizó Ino—. Las cosas están saliendo genial, pero no permitas que se te eche encima.

Itachi había salido de la sala antes. Sakura bajó sola al sótano, medio caminando, medio reptando. Se preguntó si las contracciones seguirían durante todo el día y si ella misma podría aliviar en parte su tensión.

Finalmente se tumbó al lado de él. Sabía lo tentadora que resultaba: el instinto le decía que Itachi la deseaba tanto como ella a él. Pero Sakura no podía reprimir los gemidos ni dejar de retorcerse por la cama, poniendo buen cuidado de no tocar a Itachi.

Ella sabía que el olor seguía ejerciendo el deseado efecto en él, pero su propia necesidad era tal, que le daba igual. De hecho había llegado a un estado en el que las pasiones de Itachi carecían absolutamente de importancia para ella. Dirigía toda su atención a las suyas.

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Sakura se despertó en medio de la oscuridad. A su izquierda, en la negrura, sonó un aullido.

Tras un día deliciosamente tortuoso por fin había sucumbido al sueño, exhausta. Pero de pronto algo la despertaba. Algo andaba realmente mal. Instintivamente permaneció inmóvil, respirando apenas.

Los gruñidos se intensificaron. Escuchó un pesado jadeo. Un intenso olor le recordó al de los animales salvajes, enjaulados en el zoo.

El corazón le golpeaba el pecho en medio de aquella oscuridad, su cuerpo rompió a sudar. Estaba atrapada: un solo movimiento, y él la atacaría. Permaneció inmóvil, escuchando sus ruidos guturales hasta que, al fin, el tono se hizo más profundo, y Sakura comprendió lo peligroso que era estar allí: tenía que salir.

Con movimientos lentos pero deliberados, sacó las piernas por el lateral de la cama y se puso en pie. Caminó cautelosa hacia la puerta, pegada a la pared. Giró despacio el pomo. Había terminado de hacerlo cuando, justo en ese instante, él se levantó.

Itachi golpeó la puerta junto a su rostro. Sakura notó el aliento cálido en su mejilla. Él le gruñó al oído. En la mente de Sakura surgió una idea instantáneamente, como un flash: el cerrarse de una barrera psíquica sobre el futuro, la certeza de que si no salía de allí en ese instante, jamás abandonaría el dormitorio ni viva, ni de ninguna otra forma que le permitiera volver de la muerte.

—¿Itachi?, ¿Sakura? —Era la voz de Hinata, desde el otro lado de la puerta—. Mito quiere que suban las escaleras ahora mismo.

Sakura no podía hablar. Se aferraba al pomo de la puerta. Trató de abrirla hacia dentro. El peso del cuerpo de Itachi la mantenía cerrada. Entonces él dio un corto paso atrás. Sakura entornó la puerta y se deslizó fuera por la diminuta ranura.

Hinata había subido ya las escaleras. Sakura quería llamarla y decirle que la esperara, pero sabía que era peligroso y no quería hacer ruidos innecesarios.

Atravesó el sótano con toda la calma con que fue capaz, resistiéndose al deseo de salir corriendo y delatar su miedo, consciente de que él podía tirársele a la garganta en el instante mismo en que lo hiciera.

Subió con paciencia, uno a uno, los escalones hasta la cocina. Se giró, se dirigió al vestíbulo y comenzó a subir al segundo piso. Durante todo el trayecto Itachi se mantuvo pegado a ella, persiguiéndola; su aliento helado le congelaba el cuerpo y el alma.

Sakura entró en el dormitorio de invitados: las mujeres estaban esperándola. Tsunade estaba sentada sobre la cama, atada y amordazada. Su piel, sin maquillaje, parecía más arrugada y amarillenta de lo habitual, y sus ojos, prominentes, resaltaban con un brillo enloquecido.

De pronto los nervios le estallaron, y la tensión acumulada se liberó con una furiosa explosión. Sakura se giró hacia Mito y Mei, gritando:

—¿Por qué demonios quisieron que esto durara tres días? ¡Bastante mal lo ha pasado ya Itachi con uno solo! ¡Creo que quieren sabotear la ceremonia!

—Siéntate, Sakura —dijo Mei—. Estás alterada, ¿qué ocurre?

—¿Que qué ocurre? ¡Te diré qué ocurre! —continuó Sakura gritando, de pie, mientras le temblaban las rodillas—. Itachi se ha convertido en otra cosa. ¡Casi me ataca en el sótano! ¡Me va a cortar el cuello antes de que termine la noche, y la culpa es solo suya, de las dos!

—Creo que te debo una explicación —dijo Mito en un tono amable pero firme. Sakura la miró—. Itachi no es como nosotros en un aspecto muy concreto: su fe en su propio poder es muy débil. Si hubiéramos permitido que la transformación se produjera en una sola noche, y suponiendo que él hubiera sido capaz de sobrellevarla, él mismo lo habría considerado una menudencia, no lo habría alterado en absoluto. Quizá dos noches le hubieran producido el efecto deseado, pero también era posible que no. En cambio el número tres es mágico; los antiguos videntes lo consideraban el número del cambio mismo. Puede ocurrir más de una transformación.

—¡No sé de qué estás hablando! —gritó Sakura, tomándola de la mano—. Soy incapaz de comprender ese galimatías, pero esto podría haber acabado ya. A estas alturas podría ser una de ustedes y estar con mi hijo.

—Y con Itachi, cuyos sentimientos hacia ti aún no están resueltos —dijo Hanara—. Mito está tratando de decirte que Mei, Hiashi y ella planearon este ritual tanto por ti como por él.

—¡Vaya, muchas gracias! —exclamó Sakura amargamente—. Pues no me hagan más favores, porque no creo que pueda sobrevivir ya a más.

—Escucha, nena —intervino Ino con voz seria y enfadada. Era la primera vez que Sakura la oía dirigirse a ella así, y eso la hizo escuchar con mucha atención—. Quieres que Itachi te trate bien, ¿no? Bueno, pues para eso es necesario que él te respete, y él no va a respetarte hasta que tú no le enseñes cómo. Esa es la razón por la que todo el mundo se toma tanto trabajo; para darles a los dos una oportunidad de resolver las cosas. Puedes cambiar tu cuerpo, pero no creo que hayas ido a un baile y el chico esté precisamente pendiente de ti para todas las noches por toda la eternidad. A menos que quieras seguir siendo la maltratada novia de Drácula.

Sakura se sentó ante el tocador. Se tapó la cara con las manos y lloró.

—No sé qué estoy haciendo. No sé qué está haciendo él. No puedo comprender esto.

—Amas a Itachi y él te ama a ti —dijo Hanara con voz suave—. Es importante que lo recuerdes. Lo único que necesitas es poner ese amor en un contexto en el que pueda madurar y crecer para convertirse en algo significativo para los dos. Y eso es lo que pretende el ritual.

Sakura se echó a llorar aún más fuerte, aterrada hasta el tuétano.

—¿Sabes, Sakura? —continuó Hanara—, cuando una oruga se arrastra y se envuelve en un capullo, al principio todo está oscuro. Probablemente la oruga piense que no ocurre nada, o quizá piense que está a punto de ocurrir lo peor. Pero, al final, si no cede ante la desesperación, ocurre algo misterioso. Y cuando sale ya no es una oruga, sino una criatura exquisita. Esa es la magia, la magia que ocurrirá en vosotros dos.

—¡Tengo miedo! —exclamó Sakura, mirando a su alrededor y comprendiendo de pronto que todas, excepto Tsunade, sabían desde el principio lo que, por fin, sabía ella también—. No sé si Itachi podrá controlarse a sí mismo.

—La habilidad de Itachi para controlarse a sí mismo está ya fuera de cuestión —dijo Mito crípticamente—. Se hace tarde, ya es hora de terminar. Ino, ocúpate de Tsunade, por favor.

—Quiero que venga —dijo Sakura—. La necesito... conmigo.

Sabía que lo hacía por puro miedo. Tsunade era absolutamente incapaz de ayudarla. Ni siquiera podía ayudarse a sí misma.

Mito asintió. Tsunade fue llevada al piso de arriba, esa vez atada y amordazada. Sakura no tenía ya fuerzas para seguir discutiendo.

En la sala, todos ocuparon sus puestos. Sakura se sentó de cara a la pared contraria a la que había estado mirando el viernes anterior. Aquella noche no podría ver la luna menguante.

Mito no encendió la chimenea: todo parecía presagiar el fin. Sakura no miró a Itachi, temerosa del horror que suponía en su rostro.

—Esta noche —comenzó Mito—, justo antes de la media noche, recibirás las últimas gotas de sangre de Itachi. Cuando el reloj dé las doce, entonces él te las reclamará a ti.

Aquellas palabras le produjeron un escalofrío. De improviso comprendía lo inevitable de los acontecimientos, sentía que se ahogaba y ansiaba huir. Aquella noche iba a morir, se dijo, luchando contra la histeria que amenazaba abrumarla. Quizá volviera o quizá no, pero, definitivamente, se abrazaría a la muerte.

Durante toda la noche, Sakura evitó la mirada de Itachi, pero en el fondo daba igual. Lo oía, lo sentía. Él estaba frenético, se sentaba, se levantaba, caminaba de un lado a otro, jadeaba y gruñía al respirar. Estaba encerrada en una habitación con una bestia que solo tenía una cosa en mente: comida.

A diferencia de la segunda noche, las horas pasaron rápidamente. Demasiado rápidamente, pensó Sakura. Poco tiempo después de que las campanadas dieran las once, Hiashi se le acercó. Llevaba un cuchillo corto y ancho, de hoja dorada y mango de plata decorado.

Sakura gimió al verlo. Alzó la vista hacia los sabios ojos de Hiashi, y vio en ellos, codificada, la verdad de la existencia. Sintió un agudo dolor mientras él le cortaba el cuello. Su cuerpo tembló más allá de su control. La sangre, cálida, se enfrió casi inmediatamente mientras corría por su cuello. Hiashi la besó en los labios y luego se los mojó en la herida. Cruzó la sala y presionó los labios contra los de Itachi. Un largo y profundo silbido emanó de Itachi.

Siguió Mito. Besó a Sakura, tomó la sangre en sus labios y se la pasó a Itachi. Luego Mei, Gaara, Ino, Hanara, Hinata, Neji y finalmente Sasuke, que parecía un poco asustado. Sakura le sonrió, tratando de infundirle confianza. Se preguntó si Itachi lo haría también, si podría.

Pasaron unos pocos minutos, o al menos eso le pareció a Sakura, y entonces Mito pronunció la fatídica palabra:

—Recibe.

Sakura se puso en pie, pero le temblaban las piernas de tal modo que apenas podía mantener el equilibrio. El torpe movimiento arrancó un aullido de Itachi. Su aspecto era feroz, pletórico de lujuria por la sangre. Ella caminó despacio, sin atreverse siquiera a mirarlo una vez, y se arrodilló. Sakura vio a Tsunade por el rabillo del ojo, atada y amordazada, arrodillada muy cerca de él.

El olor que emanaba del cuerpo de Itachi le recordaba a sus paseos por el bosque en otoño, a la piel mojada de los animales, al olor de los perros recién nacidos y al nacimiento de su hijo. Sakura observó la piel de Itachi temblar con los espasmos de los músculos; podía sentir las vibraciones a través del suelo, infiltrándose en su interior por las rodillas.

El aliento de Itachi sobre su rostro era líquido, intenso. Su respiración, tan cerca que podía oírla, profunda y áspera, era como una marea de olas rompiendo contra ella.

Itachi acercó la mano al cuello. Sakura vio sus uñas, increíblemente largas, peligrosamente afiladas, amarillas y duras como el hueso. Su cuerpo estaba más delgado, tenía la piel directamente sobre los huesos. Aquella carnosa peste de oscuro sudor... las gotas de sangre seca que aún quedaban en su cuerpo... Venas de un pálido azul palpitaban contra una carne de un blanco impactante, contrastando con el negro de los cabellos. Era como si aquellas venas fueran a reventar en cualquier momento y, no obstante, al mismo tiempo, parecían curiosamente planas y sin vida.

Cuando él se cortó la vena, Sakura retrocedió. Un enfermizo hilo de sangre brotó, pálido. Quedaba tan poca, que Sakura se preparó para tomarla toda antes de que se secara.

Sakura succionó del cuello de Itachi. La alteraba estar tan cerca de él, de sus ruidos y de su olor. Su corazón galopaba: él tampoco podía evitar ser consciente de la presencia de Sakura. Entonces Sakura oyó un trueno, pero no pudo precisar si provenía del cielo o de Itachi. Finalmente no quedó nada que tomar, y Sakura abandonó la herida.

Al inclinarse hacia atrás, Sakura vio que Tsunade se había caído hacia delante, sobre las rodillas. Gemía a pesar de la mordaza, y sus ojos brillaban de una forma poco natural.

—¡Atrás! —oyó Sakura que ordenaba Mito.

Antes de que Sakura pudiera moverse, Itachi saltó. Sakura cayó de espaldas, quedándose por un momento sin aliento. Itachi estaba a gatas sobre ella, apoyado en los pies y en las manos como un lobo a punto de devorar a su presa. El rostro de

Itachi, colgando sobre el de ella, resultaba tan aterrador que Sakura no podía siquiera gritar. Caía saliva de aquella mandíbula jadeante, abierta. Tenía el pelo de punta, y sus ojos eran salvajes. Itachi estaba muerto de hambre, y no había nada que se interpusiera entre su sangre y él.

—¡Itachi! —Era la voz de Mito, cargada con la sabiduría de siglos—. ¡Espera! ¡Pronto será medianoche!

—¿Tu ne te souviens pas d'elle? ¡Rappelle-toi!—exclamó Hiashi.

Transcurrieron unos segundos cruciales. Nadie se movió. Sakura vio a Sasuke por el rabillo del ojo. Itachi vaciló.

En medio de la quietud, sonaron las campanadas que anunciaban las doce menos cuarto. El ruido llamó la atención de Itachi. Él echó la cabeza atrás y aulló como un lobo. Emanaba de él una energía frenética. Sakura se puso tensa y contuvo el aliento.

—Si ella no quiere la vida eterna, yo sí. ¡Toma mi sangre!

Era Tsunade, que había conseguido quitarse la mordaza de la boca. Luchaba por ponerse en pie.

Hiashi se abalanzó para impedírselo.

Entonces se produjo un rayo.

Itachi levantó a Sakura y se la colgó al hombro. Casi al mismo tiempo agarró a Tsunade por la cintura. Antes de que los demás pudieran reaccionar, atravesó la pared de cristal y descendió por la escalera de incendios, bajando los escalones de tres en tres.

Salió disparado entre los árboles, por detrás de la casa, y subió por la falda del Mont Royal, corriendo como un rayo en medio de la oscuridad y de los pocos copos de nieve que caían en aquella oscura noche iluminada apenas por una luna moribunda. Goteaba agua de los pinos y de los cedros, que arañaban con sus ramas el cuerpo desnudo de Sakura al pasar. Itachi corría tan deprisa, que ella apenas tenía una visión nublada de las cosas. Se sentía como Perséfone secuestrada por Hades. Pero en esa ocasión Deméter, la madre de Perséfone, estaba sola.

Al llegar al cruce iluminado por una docena de farolas en lo alto de la montaña, Itachi se detuvo y dejó caer a ambas mujeres sobre la polvorienta tierra en la que relucían cristales blancos rotos. Hizo una pausa por un segundo y entonces, se giró hacia Sakura con los afilados dientes dirigidos a su cuello.

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Llegué, o mejor dicho, llegamos al penúltimo capítulo de este fic. Vaya, quiero pensar que no me odiaron mucho por tardarme en actualizar. Ese es mi dilema de todos los días, puntualidad, simplemente funciona a espasmos y saltos. ¡Pero por fin avanza el ritual! Oh, Sakura, no quisiera estar en tus zapatos. El final de este capítulo no me dejó muy satisfecha realmente, pero si agregaba un poco más del siguiente, tendría más complicaciones en parar, porque ya está por llegar lo decisivo, el éxtasis, la culminación; mejor así. Por otra parte, sé que quisieran crucificar a un personaje en especial, que es rubia y alcoholica. Yo quisiera enterrarla viva en un pozo de diez metros. ¡Por qué está ahí! Puras fallas con Sakura y sus extrañas decisiones. Pero esto le agrega la sal y pimienta al final. Ya lo verán...

Un enorme agradecimiento a todos ustedes por continuar atados a este fic, ya saben, con esa ola vampírica últimamente, uno creería que pasaría desapercibido, pero oh no, le fue bien. Gracias lectores bonitos. Ojalá nos leamos la próxima semana, au revoir!