Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Masashi Kishimoto. Es una adaptación de la novela de Nancy Kilpatrick. Le he hecho algunos cambios, para adaptarla a los personajes del manga y sus características físicas. Los diálogos han sido modificados ligeramente, pero lleva toda la mágica trama original.

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Atrapada.

Capítulo I

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Sakura cruzó las piernas y giró despacio la copa entre los dedos de su mano, perfectamente consciente de que era su tercer vino blanco desde la cena. No debía darle tanta importancia, se dijo a sí misma dando otro sorbo. Suspiró. Mejor prestar atención a algo menos tóxico que el vino del lugar.

Volvió a la lectura del The Philadelphia Inquirer a la luz de las lámparas de aceite del café, incapaz de leer una palabra. No es que importara; había leído aquel periódico de la semana anterior justo después de embarcar en el avión hacia París y luego otra vez más, durante el vuelo a Burdeos. Pero era un recuerdo de casa. Los sentimientos, unos reconfortantes y otros dolorosos, luchaban en su interior; no podía prestar atención. Bebió otro poco más y trató de olvidar el disgusto que también se había traído del otro lado del océano.

La terraza del pequeño café estaba en Les Allées de Tourny, una de las calles más importantes de la parte antigua de la ciudad de Burdeos, frente al teatro Le Grand Théâtre. Sakura contempló detalladamente aquella fachada clásica. El teatro se mencionaba en la guía turística como modelo del viejo Teatro de la Ópera de París. El inmenso pórtico de columnas, coronado por doce estatuas de musas y gracias que representaban los doce meses del año, era impresionante. Incluso resultaba casi mágico, iluminado contra el impenetrable negro del cielo nocturno. Al menos quedaba algo de belleza y de magia en el mundo, pensó Sakura. Aunque no precisamente en el suyo.

Se preguntó si representarían alguna ópera o alguna obra de teatro, y decidió comprobarlo al día siguiente. Quizá La Traviata. Sí, aquella en la que una mujer era rechazada y moría de amor. Sakura terminó el vino.

Pardon, mademoiselle. Vous permettez?

Levantó la vista. Había un hombre elegantemente vestido de pie, ante su mesa.

Je ne parle pas franҫais —contestó Sakura con la única frase completa que sabía en francés.

—Le preguntaba si puedo compartir su mesa.

Manejaba el inglés de un modo impecable, y el tono de voz demostraba seguridad, pero su rostro era lo suficientemente arrogante como para resultar irritante.

Era una molestia. La única razón por la que había viajado hasta un lugar tan alejado de las rutas turísticas habituales era para evitar cualquier encuentro casual.

—Lo siento, preferiría estar sola.

—Lo comprendo —contestó él sin moverse lo más mínimo y sin dejar de observarla, no obstante.

Estaba incómoda, pero siguió leyendo.

—El café está lleno, no quedan mesas.

Sakura alzó la vista una vez más. Todas las sillas estaban ocupadas, excepto la que quedaba en su mesa. Entonces dirigió la mirada hacia él.

Seguro que a Sai le habría parecido guapo, pensó. Su largo cabello atado a una coleta baja, hacía juego con la chaqueta de cuero a la última moda: negro total. Su tez era pálida. Por un instante, quizá por la oscuridad reinante tras él, Sakura tuvo una visión peculiar, una extraña mezcla de imagen en dos dimensiones, superpuesta a la de la realidad. Como en las postales turísticas, en las que dos efigies unen sus rostros y sus manos para la foto. El rasgo más sobresaliente de aquel hombre eran sus pupilas, oscuras como el carbón, aunque ligeramente enrojecidas ante el destello de la luz. Parecían de sangre, con aquel color inquietante e intenso, a pesar de la escasa luz. Sin duda, aquella combinación de rasgos le habría parecido interesante un año antes.

—Siéntese —accedió Sakura al fin, encogiéndose de hombros.

Merci, es usted muy amable.

Sakura trató de reanudar la lectura, pero el hecho de que hubiera otra persona en su mesa le hacía sentir que su espacio vital había sido invadido. Tampoco tenía ganas de hablar, así que desvió la vista, dobló el periódico y lo dejó sobre el regazo, y observó la escena típicamente francesa que se desarrollaba ante sus ojos.

Todo el mundo parecía conocerse de vista, como ocurre en los pueblos pequeños. Las motocicletas adelantaban a los coches haciendo eses. Muchos conductores eran jóvenes, llevaban chaqueta de cuero y ropa informal, y se gritaban unos a otros. Las aceras bullían de vida: gente con bolsas de papel del supermercado, de las que sobresalían baguettes o verdura; hombres y mujeres con maletín de ejecutivo, con bolsas de plástico con la comida; parejas bien agarraditas, vestidas para salir de noche. Resultaba interesante, aunque solo fuera porque, para ella, era una novedad. Pero a esas alturas había oído a otros turistas hablar de Burdeos. Ella misma había aterrizado allí bastante aburrida. Y sospechaba que no se quedaría mucho tiempo.

—Usted es de los Estados Unidos. La delata el acento.

Sakura se giró hacia su molesto acompañante. La miraba fijamente, aunque con una expresión de indiferencia.

—¿Del Medio Oeste, de la Costa Este, o ha vivido en ambos lugares?

—Casi, de Filadelfia.

—Pero no nació allí.

El camarero dejó una enorme copa de vino tinto delante de su inoportuno acompañante, que le tendió un billete de diez francos. Luego él tomó la copa, olió su contenido y volvió a dejarla sobre la mesa.

—Un país interesante. Lo conozco, y me defiendo bastante bien en inglés —continuó él, guardándose el cambio—. No tiene la larga tradición de Francia, por supuesto, pero lo que le falta de historia lo suple con su novedad.

—Es probable —contestó Sakura, desviando la vista.

—Me llamo Itachi. ¿Y tú?

Sakura lo miró. Él giraba la copa, dando vueltas al vino que, por un instante, desbordó por un lado y goteó. Su rostro reflejaba una elegante mezcla de indiferencia, indolente curiosidad y una pizca de condescendencia.

—Mira, no tengo ganas de conversación. En serio, quiero estar sola.

—Como quieras.

Suponía que se había sentido insultado, pero ese era problema suyo. Desvió la vista una vez más, pero entonces él dijo inmediatamente:

—No vienen muchas mujeres solas a Burdeos en esta época del año, y mucho menos mujeres bellas. Me encantan las mujeres bellas de caderas estrechas, pechos redondos, traseros firmes, cabellos peculiarmente rosados, ojos color jade como auténticas piedras preciosas...

Sakura suspiró, esbozó un gesto antipático, recogió su bolso y se marchó precipitadamente.

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Era el mes de abril, pero hacía el suficiente calor como para llevar solo una chaqueta ligera por la noche. Decidió dar un paseo a lo largo del río antes de irse a dormir. No estaba cansada, y quería pensar.

El agua del Garona estaba turbia. Según le habían contado en una visita guiada por la ciudad, se debía a que el agua del deshielo, que ese año había sido abundante, bajaba mezclada con barro desde las montañas del noroeste en dirección al Atlántico. Sakura paseó a lo largo del camino empedrado de la orilla izquierda del río. De día, los peatones y los vehículos cargaban el ambiente con una cacofonía de ruidos enervante. De noche, en cambio, la oscuridad se adueñaba de aquellos muelles. La tranquilizaba el chapoteo de las gruesas cuerdas sobre el río, atadas a los bolardos a los que se amarraban los cargueros. La más fina luna nueva destacaba sobre el negro del cielo allá arriba, sobre su cabeza. En aquel lugar había calma, paz; nadie interrumpía sus pensamientos.

Lo cierto era que todo parecía sacado de un melodrama. En ese momento por fin, mirando atrás, Sakura comprendía que debía haberse dado cuenta desde el principio de que Sai le sería infiel. Una tras otra habían ido apareciendo las pistas, como las luces en el cine que, poco a poco, se encienden cuando acaba la película: todo el mundo sabe cuándo va a terminar. Y, como suele decirse, ella era la última en enterarse, se dijo Sakura, consciente de su propia amargura.

Oyó un ruido y se giró. El camino estaba desierto.

—¡Qué nervios!

Eso era lo que ocurría cuando uno estaba acostumbrado a ir en pareja: le daba miedo la soledad. Pero en el fondo sabía que no era así. Más aún: quería estar sola. A pesar de haber transcurrido todo un año, le seguía dando miedo cualquier compromiso. Por eso se había marchado. Por eso había viajado a un país del que no conocía ni la lengua. Pero, por desolador que resultara un divorcio, la angustiosa soledad era peor. No obstante, lo soportaría, se dijo. De día y de noche, hasta que la soledad se convirtiera en una amiga; Sakura se negaba a separarse de ese sentimiento, al que consideraba un aliado.

Otra vez oyó el mismo ruido. Era como si alguien diese una patada casualmente a una piedra al andar.

Sakura se detuvo y se dio la vuelta. El camino seguía vacío, el muelle estaba tranquilo. Ante ella se abría un pequeño túnel sin iluminar; era el Pont de Pierre, un antiguo puente de piedra de cuatro carriles construido en la época de Napoleón. Estaba situado en el centro de la ciudad, uniendo las dos orillas, e impedía a los barcos grandes seguir navegando río arriba.

Sakura pensó en la posibilidad de dar la vuelta y dirigirse a la calle principal; podía verla desde allí, pero aún no tenía ganas de enfrentarse al mundo real. Además no había nadie, se repitió en silencio a sí misma. El túnel estaba vacío, podía ver el otro lado. Probablemente se tratara de un simple gato.

El camino se internó más y más en la oscuridad. El sonido de las olas, chocando contra las rocas y las barreras de madera, retumbaba en las paredes del túnel. También se oía el eco de sus tacones sobre la piedra mojada al andar. En cambio el ruido del tráfico sobre el puente se debilitaba cada vez más.

De pronto oyó un crujido.

—¿Quién anda ahí? —gritó Sakura.

De inmediato comprendió que, aunque hubiera alguien, probablemente no la entendería. Sakura se volvió. La oscuridad la envolvía y, un poco más adelante, la luz de la luna alumbraba el camino.

Estaba en medio del túnel, tan cerca de un extremo como del otro. Vaciló, pero finalmente dio un paso adelante. Sonó como si alguien la siguiera. Luego se hizo el silencio.

Los latidos de su corazón comenzaron a retumbarle en los oídos. Sentía una especie de presión en los pulmones, y de pronto se dio cuenta de que tenía la espalda y la nuca agarrotadas, y estaba sudando.

Sakura dio un segundo paso adelante, pero de nuevo oyó el eco de una pisada casi al unísono con la suya. Se detenía justo unos segundos después de que lo hiciera ella. Entonces echó a correr hacia el final del túnel sin dejar de mirar atrás.

¡Zas! Había chocado contra un objeto sólido, y gritó. Giró la cabeza y vio el rostro del hombre del café.

—¡Tú! —dijo ella, tan enfadada como aterrada, mientras daba un paso atrás y se apartaba de él.

Él no dijo nada, simplemente la observó. Su rostro le pareció más delgado que en el café; parecía como si estuviera hambriento. Y era mucho más alto y corpulento de lo que recordaba. Sakura se tranquilizó y añadió:

—¿Quién diablos te crees que eres para seguirme? —le reprochó—. Voy a tener que llamar a la policía.

Los labios de él se curvaron, esbozando una sonrisa que no tenía nada de divertida. No dijo nada.

Furiosa, Sakura trató de pasar por delante, clavándole el codo. Él la agarró del brazo.

—¡Suéltame o gritaré! —advirtió ella.

—Adelante, si lo que te gusta es el eco, grita. A mí, desde luego, me encanta. Pero no te engañes, no creas que nadie va a oírte. Y aunque te oyeran, nadie te ayudaría.

Sakura se soltó el brazo con un gesto brusco que lanzó el bolso por los aires y al mismo tiempo, trató de darle una patada en la ingle. Él sonrió, esta vez con ojos chispeantes, disfrutando sin duda al verla indefensa y atemorizada. Abrió la boca solo un instante, lo suficiente como para que Sakura recordara vagamente haber visto algo extraño en él. Y la cerró sin decir nada.

De nuevo Sakura se puso tensa y una ola de terror la embargó.

—¿Qu´y a‐t‐il?—dijo él casi en su oído, con una voz profundamente masculina.

—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —gritó Sakura.

Súbitamente su asaltante la empujó, apartándola de sí. Sakura tropezó, giró por los aires y acabó en el suelo boca abajo.

Contuvo el aliento, esperando a que él la agrediera. Pero en lugar de ello oyó ruidos de lucha y cuando se volvió, vio a un hombre mayor, de al menos sesenta años, tratando de quitarle de encima a su agresor.

Sakura se puso en pie y comenzó a gritar y a mover las manos frenéticamente con la esperanza de llamar la atención de alguno de los conductores de los numerosos coches que abarrotaban el puente sobre sus cabezas. Pero el muelle estaba tan mal iluminado, que era imposible que la vieran, y el ruido del tráfico ahogaba sus gritos.

El hombre mayor no era rival para un agresor tan joven y corpulento. Tenía que ayudarlo. Sakura le dio un puñetazo en la espalda al asaltante, y después comenzó a golpearlo una y otra vez con el bolso en la cabeza. Estaban luchando los tres cuando, de pronto, ella oyó al hombre mayor soltar un grito y tambalearse.

Sakura se quedó helada. Dio unos cuantos pasos atrás. En medio de aquel escalofriante silencio, el hombre que se había presentado a sí mismo en el café con el nombre de Itachi sostuvo al otro de pie, inclinó su cabeza hacia atrás y descubrió su cuello. El rostro de Itachi, pálido y de expresión intensa, pareció surgir de entre la oscuridad. Cuando abrió la boca, un rayo de luz brilló, reflejándose en sus largos dientes incisivos.

De pronto sus labios se abalanzaron sobre aquel cuello desnudo en un beso que resultó casi erótico. Y, justo en ese instante, sus ojos se fijaron intensamente en los de Sakura. Era como si un rayo láser los conectara. Ella no podía apartar la vista.

Instintivamente Sakura cerró los ojos, pero estaba tan hipnotizada por los sonidos de succión y tan aterrorizada, que era incapaz de moverse. Su instinto de supervivencia, no obstante, debió alertarse por fin, porque fue consciente de que daba un paso atrás.

Cuando por fin se encontró a la suficiente distancia como para sentirse relativamente a salvo, se giró y echó a correr hacia la calle.

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Mademoiselle Haruno, descríbame otra vez a su asaltante, si no le importa —rogó el inspector Kakashi Hatake mientras, con un movimiento automático, alargaba ágilmente un brazo para alcanzar un bloc de notas.

Habían transcurrido dos horas desde el asesinato, y durante ese lapso de tiempo se habían encendido las farolas de la ciudad, la policía había examinado y fotografiado el cadáver desde todos los ángulos, el área del crimen se había ido llenando de policías, periodistas y curiosos, y Sakura había respondido al menos diez veces a la misma pregunta. Su estado de ánimo había ido oscilado entre el miedo y la tristeza, pasando por la depresión, hasta acabar apoderándose de ella un ensordecedor e insensible aturdimiento.

—Escuche, le he contado qué aspecto tenía y lo que ocurrió. ¿Puedo volver ya al hotel? Estoy destrozada.

—Una vez más, mademoiselle.

Sakura suspiró. Tenía los nervios de punta. Y no sólo por el hecho de haber estado a punto de morir. Aquel hombre estaba muerto, y ella seguía viva solo por eso. Sospechaba que el sentimiento de culpabilidad la perseguiría durante mucho tiempo, junto con la imagen del bestial asesino. No obstante, en ese momento solo quería volver al hotel y estar sola.

—Era alto, debía medir casi dos metros, cuerpo atlético. Cabello negro, largo, ojos oscuros. Tez pálida. Dientes largos. Llevaba chaqueta y pantalón oscuros... Camisa oscura y zapatos caros. Ya sabe, todo a la última moda. Calculo que debía de tener treinta años, y hablaba francés e inglés —narraba, mientras rememoraba cada aspecto del criminal—. Me dijo que se llamaba Itachi.

—¿Algún rasgo en particular a destacar?

—Ya le he dicho que no le presté demasiada atención.

—Pero estuvo sentada con él quince minutos en un café, ¿no?

—Más bien cinco. Y ya se lo he dicho, estaba leyendo. Le dejé que se sentara en mi mesa porque no había más sitio.

El inspector, de cabello gris, atlético, de aproximadamente trentaicinco años y que llevaba un parche en el ojo izquierdo, siguió tomando notas y fumando un cigarrillo detrás de otro. Sakura tenía la sensación de que aquello no le importaba lo más mínimo, de que tomaba notas de una manera puramente rutinaria, porque era su obligación. No la estaba tomando muy en serio.

—¿Y por qué salió sola, de paseo, tan tarde? —cuestionó parsimoniosamente.

—No podía dormir —agregó—Además, hacía una noche muy agradable.

—¿Suele salir a pasear sola de noche?

—A veces.

—¿Por muelles peligrosos?

—No sabía que era peligroso, se supone que es una ciudad segura. O, al menos, eso me dijeron durante la visita guiada.

—Dígame, mademoiselle Haruno, ¿a qué ha venido a Burdeos? —continuó preguntando el inspector, impaciente e incrédulo.

Sakura se movió inquieta en la silla. No tenía intención de contarle su vida.

—Estoy de vacaciones.

—¿En esta época del año? —frunció el ceño, contrariado— Casi todos los turistas vienen en verano, cuando hace buen tiempo, o en otoño, durante la recogida de la uva.

—No soy adicta al vino.

—¿Y vio a ese hombre llamado Itachi asaltar al anciano? —siguió preguntando el inspector Hatake, suspirando.

—Sí, ya se lo he contado. Se inclinó sobre el hombre mayor, le hizo echar la cabeza atrás, quizá le rompiera la nuca o la espina dorsal, y entonces...

—¿Se da cuenta, mademoiselle Haruno, de la fuerza que hay que tener para romperle la espina dorsal a una persona solo con las manos?

—Me doy cuenta. Estaba oscuro. Le estoy contando lo que recuerdo.

—Siga.

—Y entonces, el hombre, se quedó mudo.

—¿Es que había hablado justo antes de echar la cabeza atrás?

—No... No estoy segura. Fue todo tan rápido... Creo que para entonces estaba muerto.

—¿Y si le digo que ni el cuello ni la espina dorsal del anciano están rotos?

Sakura se quedó mirando al inspector por unos segundos, y luego contestó:

—No he dicho que se los rompiera, he dicho solo que quizá lo hiciera.

El policía suspiró y se pasó una mano nerviosamente por los cabellos grises mientras Sakura añadía:

—Entonces el asesino abrió la boca y mordió al pobre hombre en el cuello, como si fuera un animal, sin dejar de mirarme durante todo el tiempo.

Solo de recordarlo se echaba a temblar. El inspector Hatake dejó el bloc de notas.

—Dígame, mademoiselle, ¿ha ido últimamente al cine?

—¿Adónde quiere ir a parar, inspector?

—Solo me preguntaba si ha visto alguna película últimamente. Du cinéma fantastique, por ejemplo.

—Mire, ya sé que suena a Drácula, pero es lo que vi. No voy a mentir. Lo vi morder al hombre mayor en el cuello. De eso estoy segura. No sé si le sacó sangre o qué. Yo solo sé lo que le digo.

El inspector Kakashi volvió a suspirar, metió el bloc de notas dentro del bolsillo de su chaqueta y encendió otro cigarrillo que, inmediatamente, tiró al suelo y pisó con el pie. Luego, con un gesto casi de cansancio, la agarró del brazo y añadió:

—Muy bien, mademoiselle. Uno de mis agentes la acompañará a su hotel. Por supuesto, no debe abandonar la ciudad. Tendrá que volver a comisaría para firmar la declaración. Y puede que tenga que hacerle más preguntas.

El inspector la guió hasta un coche de policía y le abrió la puerta. Y mientras ella entraba, añadió:

—¡Ah!, y una advertencia. El asesino la conoce, así que puede que esté en peligro. Voy a poner un policía muy cerca de usted.

—Quiere decir que estoy bajo vigilancia.

—Es para su protección. Y, por favor, mademoiselle, no vuelva a salir de paseo sola por la noche.

El inspector cerró la puerta del coche y el conductor arrancó.

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El segundo capítulo lo subiré enseguida. Si les gustó, lo subo mañana sin falta ;) Déjenme saber acá abajo en el recuadro.