Capítulo 1

Era el año 1946.

Hace un año los tres grandes, Zeus, Hades y Poseidón, hicieron un juramento por el río Estigio de no tener más hijos semidioses. La principal causa fue el conocimiento de una profecía, en la que anunciaba que el próximo hijo de los tres grandes, al cumplir los dieciseis, decidiría el destino del Olimpo y del mundo. Otra causa era que estos niños eran más poderosos que los demás semidioses e influían demasiado en el curso del mundo mortal, como muestra estaba la reciente terminada segunda guerra mundial.

Para los dioses este juramento fue muy díficil ya que tenían muchos hijos con mortales, y esto resintió la ya frágil comunión de los dioses. Sólo se habían reunido para el solticio en que hicieron el juramento, luego todos tomaron distancias, cada uno con sus heridas por la reciente guerra, y producto de la tensión que existía entre los tres grandes.

El legado griego se balanceaba precariamente, el débil equilibrio se balanceaba bruscamente, causando que en el futuro los semidioses sufrieran las consecuencias, porque si los dioses hubiesen estado unidos y no llenos de rencor pudieron haber evitado mucho sufrimiento, sin ir en contra del destino.

Era el día del solticio de invierno y los dioses se reunían en el Olimpo después de pasados seis meses desde que juraran los tres grandes no tener más hijos. El ambiente era tan tenso que los dioses llegaron cerca de la hora y se fueron sentando sin decir una sola palabra.

La primera fue Hestia, una de las más afectadas por el mal ambiente, preocupada por el quiebre de su familia. Yacía en un rincón del salón, al lado de su fuego. Tenía la apariencia de una anciana marchita y el fuego que atizaba era débil y ausente de calor, con un color palido, muy alejado del rojo que debería tener.

Cerca de la hora, vio aparecer a Hermes y Apolo. Ambos inclinaron la cabeza en su dirección y se fueron a sentar en sus tronos. A pesar de lo bien que se llevaban no entablaron conversación, pero compartieron una mirada preocupada.

Luego de unos segundos, aparecieron varios dioses: Atenea, con su postura orgullosa no mostraba preocupación por lo que sucedía. Hefesto parecía no tener interes en nada, al igual que Dionisio. Ares, quien apareció junto con Afrodita, soltó una pequeña risa, pero no comentó nada. Afrodita mostró un leve tinte de tristesa en su rostro, pero tampoco habló. Demeter compartió una mirada preocupada con Hestia luego de observar el salón, y se fue a sentar con tristeza. Y Artemisa dirigió una mirada molesta a los dioses, culpandolos de los problemas que habían. Hera, sin embargo, mostraba una pequeña sonrisa; ella era la única que parecía conforme, ya que su esposo había prometido no tener más hijos con mujeres mortales, y eso ya era un gran avance.

Cuando estuvieron todos instalados, aparecieron los tres grandes, al mismo tiempo y desde distintas direcciones. Los tres parecían molestos y se miraban con odio. Su presencia aumentó la tensión, pero luego se sentaron, evitando mirarse a la cara.

Zeus permaneció de pie, dispuesto a comenzar con la reunión, cuando un estruendo resonó por todo el salón. Todos los dioses se pusieron de pie, dispuestos a enfrentar cualquier cosa, pero una luz los encegeció.

Cuando la luz volvió a la normalidad vieron, sorprendidos, a muchos adolescentes en medio del salón. Algunos estaban armados y con armaduras, otros, con ropa normal (o parcialmente normal, ya que poseían un estilo diferente al que usaban los mortales en ese tiempo). Algunos, estaban heridos, otros, parecían desorientados.

Cuando los chicos se miraron entre ellos, algunos se sorprendieron y otros mostraron enojo. Todos levantaron armas y comenzaron a dividirse, hablando al mismo tiempo y dispuestos a enfrentarse.

Los dioses los miraban sorprendidos, sin reconocer a ninguno de los muchachos a pesar de identificar rasgos frecuentes de sus hijos.

Zeus fue el primero en imponerse.

-¡Silencio! –gritó enojado-. ¿Qué significa esto? Aparecen frente a nuestra presencia sin ser llamados y no muestran el debido respeto. Quiero que me dijan inmediatamente quienes son antes de que los vaporice.

Todos los adolescentes se quedaron mirandolo con temor. Luego miraron a los demás dioses y, dandose cuenta donde estaban, se arrodillaron, algunos más rápido que otros.

Una chica se levantó primero y se adelantó. Tenía el cabello negro y los ojos azul eléctrico, y portaba una tiara en la cabeza, además del traje que identificaba a las cazadoras de Artemisa sobre una camiseta negra.

-¿Acaso no nos reconoces, padre?

Los dioses se sorprendieron. Luego del juramento no había quedado ningún hijo de los tres grandes, por eso Poseidón y Hades se levantaron furiosos, dispuestos a protestar contra su hermano.

-No sé quién eres, niña, pero no eres mi hija –le espetó, antes de que sus hermanos, o su esposa, hablaran.

La chica lo miró con odio, dispuesta a decir algo, pero un chico la jaló del brazó.

-¡Thalia! –le dijo un chico rubio y guapo.

-¿Ja... Jason...? ¿Qué haces...? Oh, dioses, estás bien –le dijo, abrazandolo. Artemisa se levantó sorprendida.

-¿Qué es esto? ¿Por qué usas el traje de mis cazadoras? ¿Y por qué llevas la tiara de mi lugarteniente?

-Mi... señora... ¿No me reconoce?

-¡Basta! –volvió a gritar Zeus-. Les dije que se presentaran. Si no lo hacen los eliminó en este instante.

-Pero padre, soy Jason y ella es mi hermana, Thalia... –trató de explicar el chico rubio, pero Zeus, enfadado con insistir con eso, levantó su arma maestra y lanzó un rayó contra el chico. De inmediato una luz rodeo a los semidioses, protegiendolos. Todos quedaron sorprendidos.

Fue Apolo quien habló primero.

-Padre, es obvio que algo extraño está pasando –le dijo, mientras se acercaba a los semidioses-. Estos niños dicen la verdad, y hay una extraña energía que los rodea, haciendo imposible que pueda detectar quienes son. Es como si aún no existieran.

-Padre –le dijo un chico, acercandose-. Soy Will Solace.

Apolo se quedó mirandolo por unos momentos.

-Lo siento, chico, pero no te reconozco –le dijo finalmente.

-Solo hay una explicación posible a esto –dijo Atenea, poniendose de pie y dirigiendose a Zeus-. Si lo chicos dicen la verdad, nos conocen y dicen ser sus hijos, y nosotros no los renocemos, es que aún no existen...

-Eso ya lo dije yo –interrumpió Apolo.

Atenea le dirigió una mirada de odio antes de continuar.

-Me refieron a que aun no nacen.

Todo volvió a quedarse en silencio, algunos pensando que la diosa estaba hablando estupideces.

-Estamos en el pasado –dijo un muchacho.

Todos se giraron a mirarlo, sorprendidos.

Atenea lo analizó un momento.

-Tú serás un hijo mío –declaró la diosa.

-Sí. Soy Malcolm –dijo, inclinandose frente a su madre.

-Ey, ¿estás hablando en serio? –le preguntó Hermes.

Atenea lo miró mal y decidió ignorarlo.

-Padre, estos chicos son del futuro, por eso no los conocemos. Pero solo alguien con mucho poder podría traerlos aquí... deduzco que es obra de los destinos, esto va más allá del poder de los dioses.

Algunos dioses se veían disconformes con la explicación de la diosa, pero cuando se disponían a protestar, de nuevo se iluminó el salón, aunque con menos fuerza, y el efecto no tardó en desaparecer.

Esta vez sólo apareció una chica. Era alta y delgada, tenía el pelo rubio y los ojos grises, pero estaba cubierta de polvo, sangre y suciedad, respiraba agitada y tenía un tobillo envuelto en algo extraño. A penas podía sostenerse en pie y veía asustada y furiosa alrededor.

-¡Dioses! ¡Annabeth! –exclamó una linda chica de entre los atónitos semidioses. Se apresuró a acercarse pero antes de tocarla ella la apartó bruscamente, tratando de alejarla.

-Annabeth, tranquila, soy yo, Piper...

-¡No! –gritó con fuerza, mientras caía de rodillas, incapaz de seguir de pie-. No estás aquí... No eres real... –repetía, sosteniendose la cabeza, histerica.

-La chica está perdida –dijo Dionisio, sorprendiendo a todos. Se acercó y chasqueó los dedos frente a ella, hubo un fogonazo y se quedó un momento quieta, luego comenzó a llorar.

-¿Qué hiciste? –dijo Apolo mientras se acercaba para curarla. Ella no lo apartó.

-Sólo aclaré su cerebro –respondió Dionisio, volviendo a su asiento.

-Dejemos que se recupere, mientras, los demás deberían presentarse.

Los semidioses tardaron en apartar la mirada de Annabeth, para dirigirla a Apolo, quien trataba de mantener la calma en el salón.

-Soy Will Solace, hijo de Apolo –dijo el semidios, ayudando a su padre y presentandose a los demás dioses.

-Malcolm, hijo de Atenea.

-Travis y Connor Stoll, hijos de Hermes –dijeron unos muchachos muy parecidos.

-Clarisse La Rue, hija de Ares –Una chica hosca y fuerte, pero que miraba preocupada a Annabeth.

-G... Grover Underwood –dijo el único sátiro del salón.

-Thalia Grace, hija de Zeus y teniente de Artemisa...

Se escucharon varias quejas entre los dioses, principalmente de Hera, Poseidon y Hades. Pero antes de que continuaran Apolo los interrumpió:

-Por favor, sé que es dificil, pero todos queremos saber qué pasa. Continuen presentandose –les dijo a los semidioses, ignorando las miradas de muerte que le dirigían, mientras seguía curando a Annabeth.

-Pi... Piper Mclean –dijo la chica bonita, llorando mientras era abrazada por el chico rubio.

-Leo –dijo un chico bajito y moreno en voz baja, mirando transtornado a Annabeth, pero luego repitió en voz más alta-: Leo Valdez, hijo de Hefesto.

-Nico Di Angelo –dijo un chico más pequeño; tenía el pelo y los ojos negros, que contrastaban con su rostro pálido.

-¡No puede ser! –exclamó Hades, mirandolo asustado.

-Todo está bien ahora, padre –le dijo Nico, sin dar detalles.

-Rachel Elizabeth Dare, Oraculo de Delfos...

Muchos de los dioses se fijaron en ella.

-Entonces... la profecía... –trató de decir Hades.

-No sé en que año estamos, señor, pero si se refiere a la profecía de los tres grandes, sí, ya se cumplió –le respondió tímida Rachel.

Los dioses se quedaron en silencio, pero la tensión aumentó, incluso los semidioses se dieron cuenta.

-Continua, muchacho –le dijo Apolo, nervioso, al chico que abrazaba a Piper.

-Yo... Mi nombre es Jason Grace, hijo de Jupiter...

Otro revuelo se formó, esta vez Apolo también se sorprendió y exclamó:

-¡Eres romano!

-Sí, no soy el único. –Miró dos chicos cerca de él y un trío que estaba un poco separado.

-Mi nombre es Hazel Lavesque, hija de Plutón –se presentó una chica negra con rizos y ojos dorados.

Hades volvió a ponerse de pie, impresionado, pero Hazel le dio una sonrisa tranquila, evitando que hablara.

-Frank Zhang, hijo de Marte –se apresuró a decir un muchacho de baja estatura pero cuerpo fornido, antes de que cuestionaran a Hazel o a Hades.

-Reyna, hija de Belona –dijo una chica del grupo aparte. Se veía orgullosa y tenía una mirada confundida y furiosa.

-Dakota, hijo de Baco.

-Octavían, augur y legado de Apolo –espetó un chico delgado y alto. Miraba con odio al otro grupo, pero nadie lo tomó en cuenta.

-¿Y ahora qué? –preguntó Demeter curiosa.

Como respuesta, una luz volvió a inundar el salón, pero esta vez no apareció nadie. En el piso, frente a Atenea, había un libro y una nota. La diosa los recogió.

-Lee para todos –dijo Zeus, furioso por lo que sucedía.

-Dioses, las respuestas se irán revelando con el tiempo, cuiden a los semidioses. No adelanten nada innecesario –leyó la nota.

-¿Eso es todo? –espetó Zeus.

-Creo que la nota es de los destinos, padre –dijo Atenea-. Supongo que obtendremos las respuestas leyendo este libro. Los semidioses debían estar presentes, deben estar relacionados con lo que sea pasará, y les advierten que no digan nada sobre ellos si no es necesario.

-¿Y qué seria lo necesario? –preguntó Hermes.

-No necesitan saber por qué estamos así.

Todos se giraron a ver a Annabeth, que era ayudada por Apolo a ponerse de pie. Muchos de los semidioses se acercaron rápido a abrazarla, las chicas llorando.

-Estoy bien –dijo Annabeth, cuando se apartaron, pero aunque trató de sonreír, su rostro se veía demacrado y sus ojos opacos-. Sé que deben tener muchas preguntas... pero no sé las respuestas, todo es muy confuso...

Los semidioses se miraron preocupados.

-¿Y Percy...? –trató de preguntar Nico, con un nudo en la garganta.

-No lo sé. De pronto aparecí aquí... no sé dónde está... –su voz se quebró y se abrazó a Thalia, que la sostenía en ese momento. Ella la miraba confundida, porque no sabía que le había pasado.

-Tranquila –le dijo Apolo-. Tu nombre es Annabeth, ¿no?

Ella asintió con la cabeza.

-A... Annabeth Chase, hija de Atenea.

Al escuchar eso, Atenea hizo un leve gesto para acercarse, pero luego volvió a su postura rígida en su trono.

-Lee el dichoso libro de una vez –dijo Poseidón, hablándo por primera vez. Atenea le dirigió una mirada de fastidio que dirigió su atención al libro. Bufó antes de leer:

-"El hijo de Neptuno".

Poseidón de levantó apresurado.

-¿Qué? –le preguntó a Atenea.

-Es el título del libro –le respondió la diosa con molestia.

-Un momento. ¿Vamos a leer un libro sobre un hijo de Poseidón? –preguntó molestó Zeus.

-Pero... si ese fuera el caso, ¿ese niño no debería estar aquí? –preguntó Hermes, mirando a los semidioses, quienes se miraron entre ellos.

-El único hijo de Poseidón que conocemos no está aquí –dijo uno de los hermanos Stoll.

-Dice hijo de Neptuno –dijo Ares, hablando por primera vez-. O sea es de estos de acá. –Señaló al grupo de Reyna. Pero estos sólo se miraron confundidos.

-Tal vez si me dejan leer sabran cual de los crios de Poseidon es –espetó Atenea. Cuando todos se quedaron en silencio ella continuó-: Capítulo I – Percy.

-Oh, dioses –exclamó un semidios, pero se confundió entre los comentarios.

-¿Lo conocen? –preguntó Poseidon.

-Sí –dijo Hazel, que al igual que casi todos, tenía lágrimas en los ojos.

-Señora Atenea, por favor, continue –le pidió Frank. Ella lo miró antes de volver a ver el libro.

-Las mujeres con el pelo de serpientes comenzaron a molestar a Percy.

-¿Qué? –preguntó Poseidon, confundido.

Atenea lo miró, furiosa de tantas interrupciones.

-Al parecer el libro está desde el punto de vista de tu hijo –le espetó, furiosa. Luego continuó-: Deberían haber muerto hacía tres días cuando dejó caer encima de ellas una caja de bolas de bolera en el mercadillo de Napa. Deberían haber muerto hacía dos días cuando las atropelló con un coche de policía en Martínez. Deberían haber muerto definitivamente cuando aquella mañana les cortó la cabeza en Tilden Park.

No importaba cuántas veces las mataba Percy y las veía ser reducidas a polvo, ellas seguían reconvirtiéndose como unos conejitos de polvo diabólicos. No podía ni siquiera huir de ellas.

-Eso es imposible –dijo Hades.

-¡Claro! –gritó Hazel. Todos se voltearon a verla y ella se puso nerviosa-. Es decir... Las mujeres son las gorgonas ¿no? Y si no sabe por qué no mueren significa que aún no llega al campamento Júpiter. Este libro cuenta la historia desde ese momento... supongo.

-¿Antes de llegar al campamento Jupiter? –preguntó Thalía, mirando a Annabeth.

-Sabremos que pasó durante el tiempo que estuvo desaparecido –dijo la hija de Atenea, por primera vez mostrando una leve sonrisa.

-Eso sería muy bueno, ¿no? –dijo Malcolm, mirando a su media hermana volver a sonreír-. Por favor madre, continue.

Pero Atenea se quedó observando a los semidioses, confundida.

-¿Atenea? –preguntó Zeus.

-Este chico es hijo de Neptuno, ¿por qué lo conocen ustedes? ¿Y cómo es que griegos y romanos están juntos? –les preguntó, llamando la atención de los otros dioses.

-Lo sabrá al leer el libro –respondió finalmente Jason, después de mirar a sus amigos.

Atenea lo vio con el ceño fruncido, pero decidió hacer caso a los destinos y averiguar con el libro.

Alcanzó la cima de la colina y se quedó sin aliento.

¿Cuánto tiempo hacía que las había asesinado por última vez? Quizás dos horas. Nunca parecían haberse mantenido muertas mucho más que aquél período de tiempo. En los últimos días, apenas había dormido. Había comido todo lo que pudo mendigar, de una máquina expendedora de ositos de gominola, donuts rancios, incluso un burrito de un restaurante de comida rápida, algo que era todo un éxito personal. Su ropa estaba desgarrada, quemada y salpicada de barro de monstruo.

Sólo había sobrevivido tanto tiempo porque las dos señoras con el pelo de serpientes, gorgonas, cómo se llamaban a sí mismas, tampoco parecían poder matarle. Sus garras no cortaban su piel. Se rompieron los dientes en un intento de morderle.

-¿Es invulnerable? –preguntó Apolo.

-Sí –dijo Nico-. En ese entonces poseía la maldición de Aquiles.

-¿Por qué? –preguntó Poseidón.

-Por la guerra contra Cronos –respondió Travis.

Todos los dioses reaccionaron ante esto.

-Expliquense, semidioses –gritó Zeus, callando las demás preguntas.

-Hace más de medio año de nuestro tiempo –dijo Annabeth-, estuvimos en guerra contra Cronos, quien pretendía destruir el Olimpo. Fue cuando se cumplía la profecía de los tres grandes. Pero esto no es necesario que lo sepan, es pasado para nosotros.

Zeus iba a protestar, pero un pequeño rayo de luz lo interrumpió, como si los destinos le estuvieran recordando lo que le pidieron en la nota. El dios, frustrado, hizo una seña para que Atenea siguiera leyendo.

Pero Percy no podría seguir así durante mucho tiempo. Pronto se colapsaría de agotamiento, y entonces, aunque fuera duro de matar, estaba completamente seguro de que las gorgonas encontrarían una forma. ¿Dónde huir? Oteó los alrededores. Bajo otras circunstancias, podría haber disfrutado de la vista. A su izquierda, colinas doradas poblaban la tierra, salpicadas por lagos, bosques y algunos rebaños de vacas. A su derecha, las llanuras de Berkeley y Oakland seguían al oeste: un vasto tablero de juegos de poblaciones con varios millones de personas que probablemente no querían que su mañana se viera interrumpida por dos monstruos y un semidiós apestoso.

Nico no pudo evitar soltar una risa, que los demás compartieron.

-Extrañaba el humor de Percy –dijo a los dioses, que lo miraban confundidos.

Más allá, al oeste, la Bahía de San Francisco brillaba bajo una bruma plateada. Pasado aquello, un muro de niebla se había tragado la mayor parte de San Francisco, dejando a la vista sólo las cimas de los rascacielos y el puente de Golden Gate. Una ligera tristeza pesaba en el pecho de Percy. Algo le decía que había estado antes en San Francisco. La ciudad tenía alguna relación con Annabeth, la única persona que podía recordar de su pasado.

Atenea se detuvo, sorprendida y confundida, mirando a su hija sonreir.

-¿Qué es esto? ¿Por qué te recuerda sólo a ti? –le preguntó molesta.

Annabeth no respondió, sólo le sonrió. Prefiría que su madre se diera cuenta por si misma la relación que tenía con el hijo de su enemigo.

-Yo quiero saber por qué mi hijo no tiene recuerdos –dijo Poseidon, mirando a los semidioses.

-Por favor, ya se esterarán –dijo Thalía molesta.

Sus recuerdos sobre ella eran frustrantemente difusos. La loba le había prometido que la vería de nuevo y recuperaría su memoria, si tenía éxito en su viaje.

-Supongo que le borraron los recuerdos por una misión. Aunque es extraño –dijo Apolo.

¿Debería intentar cruzar la bahía? Era tentador. Podía sentir el poder del océano al otro lado del horizonte. Lo había descubierto hacía dos días cuando estranguló a un monstruo marino en el estrecho de Carquinez. Si pudiera llegar a la bahía, podría ser capaz de hacer un último esfuerzo. Tal vez incluso podría ahogar a las gorgonas.

-Eso es un retroceso –dijo Thalia, y todos la miraron-. Me refiero a que con sus recuerdos se fueron los conocimientos que tenía sobre sus habilidades.

-Es como empezar desde el principio –corroboró Annabeth.

Sin embargo, la costa estaba a por lo menos dos kilómetros de distancia. Habría que cruzar una ciudad entera. Vaciló por otra razón. La loba Lupa le había enseñado a perfeccionar sus sentidos, a confiar en sus instintos que le guiaban al sur. Su radar de vuelta a casa estaba vibrando como loco. El final de su viaje estaba cerca… casi bajo sus pies. ¿Pero cómo era eso posible? No había nada en lo alto de la colina. El viento cambió. Percy capturó el olor agrio de réptil. A un centenar de metros de la pendiente, algo crujió en el bosque: chasquido de ramas, hojas crujiendo, silbidos. Las gorgonas. Por enésima vez, Percy deseó que su nariz no fuera tan buena. Ellas decían que siempre podrían olerle, porque era un semidiós, el hijo mestizo de algún antiguo dios romano.

-Siempre me he preguntado cómo oleremos para los monstruos –dijo Travis.

-Si, y si cambiará dependiendo de nuestro padre –siguió su hermano.

-No mucho –habló Grover-. Es un olor estándar proveniente del icor. Aunque los semidioses más poderosos tienen un olor más fuerte.

-Jason tiene un olor muy fresco –dijo Piper un poco sonrojada, haciendo sonrojarse también a su novio-. Como el aire puro de montaña.

Hubo algunas risas por el tono embelesado que había usado la chica.

-Percy huele a mar. Una limpia brisa marina –dijo Annabeth en voz baja, pero que todos escucharon. Thalia se acercó a ella y pasó un brazo por sus hombros.

-Bueno –continuo un poco inseguro Grover-, el olor de semidios no puede ser percibido por otros semidioses o humanos. El olor de Percy, y Jason, son una manifestación de sus poderes, pero los humanos saben imitar esos olores por lo que no es muy determinante.

Percy había intentado rodar en el barro, chapoteando en arroyos, incluso guardando ambientadores en sus bolsillos por lo que olía a coche, pero aparentemente la peste a semidiós era difícil de ocultar.

Esta vez todos rieron, incluso a Zeus le costó reprimir una sonrisa.

Se puso al lado oeste de la cima. Era demasiado pronunciada para descender. La pendiente se desplomó veinticinco metros, directamente a la azotea de un edificio de apartamentos construida en la ladera de la colina. Cincuenta metros más abajo, una carretera surgía de la base de la colina y se abría camino hacia Berkeley.

-Oh, pero está muy cerca –dijo Hazel-. La entrada al campamento Júpiter está en la base de la colina.

-Y ahora los griegos lo saben –gruñó Octavian.

-Eso es muy peligroso –comentó Demeter-. Las guerras entre griegos y romanos son muy sangrientas.

-Ni siquiera a mí me gustan –dijo Ares-. Con el dolor de cabeza no lo puedo disfrutar.

Genial. No había otra forma de bajar de la colina. Estaba acorralado. Miró hacia la corriente de coches que iba en dirección hacia San Francisco y deseó estar en uno de ellos. Entonces se dio cuenta de que la carretera atravesaría la colina. Debía de haber un túnel… justo debajo de sus pies. Su radar interno se volvió loco. Estaba en el lugar correcto, sólo que demasiado alto. Tenía que comprobar ese túnel. Necesitaba ir a la autopista, deprisa. Se quitó la mochila. Había logrado acumular un montón de suministros en el mercadillo de Napa: un GPS portátil, cinta adhesiva, un mechero, pegamento, una botella de agua, un saco de dormir y una almohada en forma de panda muy cómoda (cómo decía la televisión) y una navaja del ejército suizo, una arma que todo semidiós moderno querría.

Los semidioses fruncieron el ceño, algunos soltando risitas.

-¿Para que serviría una navaja? –preguntó con burla Nico.

-Lo mejor para los monstruos es el bronce celestial –dijo Clarisse, levantando orgullosa su lanza.

-Difiero en eso –comentó Reyna-. Lo mejor es el oro imperial.

Iban a comenzar a discutir, pero las interrumpieron.

-¿Qué acaso les afecta diferente a los monstruos? –preguntó Rachel.

-Nah, los mata igual –respondió Ares.

Pero no tenía nada que le sirviera como paracaídas o trineo. Lo que le dejaba dos opciones: saltar cuarenta metros a una muerte segura, o esperar y luchar. Ambas opciones no tenían buena pinta.

Maldijo y sacó un bolígrafo de su bolsillo. El bolígrafo no era demasiado, sólo un Bic barato, pero cuando Percy le sacó el capuchón, creció hasta convertirse en una espada de bronce refulgente. La hoja estaba perfectamente equilibrada. El mango de cuero se adecuaba a su mano como si hubiera estado diseñada para él. Grabada en la hoja había una palabra en griego antiguo que Percy entendió de alguna manera: Anaklusmos, Contracorriente.

Se había levantado con esa espada la primera noche en la Casa del Lobo, ¿hacía dos meses? ¿Más? Había perdido la cuenta. Se había encontrado a sí mismo en un descampado de una mansión quemada en medio de un bosque,

-Oh, estuvimos ahí –comentó Leo.

-Pero si fue dos meses antes de llegar al campamento Jupiter, ¿dónde estuvo antes? –preguntó Nico. Pero al parecer nadie tenía la respuesta.

-Sólo Hera lo sabe –dijo Annabeth, con algo de rencor en la voz.

-¿Yo? –preguntó la diosa.

-Usted intercambio a Jason por Percy, y les borró la memoria a ambos.

-Ah, entiendo –dijo Atenea-. Es una buena estrategia para unir los campamentos.

-Bueno, si es buena estrategia –dijo Jason-, pero aparecer en un lugar sin recuerdos no es agradable.

-¿De qué te quejas, amigo? Hera te hizo aparecer como mi mejor amigo y con Piper de novia –exclamó Leo.

-Ah, le diste una novia al hijo de tu esposo –comentó Afrodita, con voz chillona para irritar a la diosa del matrimonio.

Hera la fulminó con la mirada.

-Obviamente debí tener mis razones –le respondió la diosa.

-Podemos continuar con mi hijo –dijo Poseidón.

vistiendo pantalones cortos, una camiseta naranja y un collar de cuero con un montón de cuentas coloridas. Contracorriente estaba en su mano, pero no tenía ni idea de cómo había llegado allí o de cómo la había conseguido. Había estado hambriento, congelado y confuso. Entonces vinieron los lobos…

A su lado, una voz familiar le devolvió al presente.

-¡Aquí estás!

Percy se apartó de la gorgona, casi cayendo por el borde de la colina.

Era la que sonreía, Beano. De acuerdo, su nombre no era Beano. Pero por lo que había podido darse cuenta, Percy era disléxico, porque las palabras se difuminaban cuando intentaba leerlas. La primera vez que había visto la Gorgona estaba de dependienta del mercadillo con una gran tarjeta verde que ponía: ¡Bienvenido! ¡Mi nombre es Esteno! Él creyó que ponía Beano.

-Eso es lo malo de la dislexía –comentó Thalia.

-Oye, ¿qué hace un monstruo de dependiente de un mercadillo? –se rio Frank-. ¿Escogeran ellos mismos sus trabajos?

Los demás también rieron, recordando los extraños lugares donde se habían encontrado con monstruos.

Seguía vistiendo su delantal verde del mercadillo por encima de un vestido moteado de flores rosas. Si mirabas su cuerpo, podrías creer que era la típica abuela bonachona, hasta que mirabas hacia abajo y veías sus pies de gallo. O mirabas hacia arriba y veías esos colmillos de jabalí de bronce que salían por los lados de su boca. Sus ojos brillaban de un color rojo y su pelo era un nido de serpientes verdes brillantes retorciéndose. ¿Lo más terrorífico de ella? Seguía llevando la gran bandeja plateada con muestras gratuitas de unas deliciosas salchichitas de queso, Crispy Cheese n' Wieners. Aquello era indestructible.

La sala irrumpió en carcajadas.

-La bandeja... jaja... –se reían Travis y Connor.

-Oh, pero esas salchichitas son increíbles –dijo Will.

-Cierto, no te puedes enfrentar a eso –trató de decir serio Leo.

-¿Quieres probar uno? -le ofreció Esteno.

Percy la apuntó con su espada.

-¿Dónde está tu hermana?

-Oh, baja la espada -le reprendió Esteno-. Deberías saber a estas alturas que el bronce celestial no nos puede matar durante mucho tiempo. ¡Coge un Cheese n' Wiener! ¡Están de rebajas esta semana, y no me gustaría tener que matarte con el estómago vacío.

-Pero que considerada –dijo Nico-. Mira que preocuparse porque no muriera con el estómago vacio.

-¡Esteno! -la segunda Gorgona apareció a la derecha de Percy tan deprisa que no le dio tiempo ni a reaccionar. Afortunadamente ella estaba demasiado ocupada mirando a su hermana para prestarle atención-. ¡Te dije que le acorralaras y le mataras!

La sonrisa de Esteno desapareció.

-Pero, Euríale… -pronunció su nombre de forma musical-. ¿No puede probar antes un poco?

-¡No, estúpida! -Euríale se giró hacia Percy y le enseñó los colmillos.

A excepción de su pelo, que era un nido de serpientes de coral en vez de víboras verdes, era exactamente igual a su hermana. Con su delantal del mercadillo, su vestido de flores, incluso sus colmillos de jabalí estaban decorados con pegatinas de 'Todo al 50%'. La chapa de su nombre ponía: ¡Hola! Me llamo MUERE, ESCORIA DE SEMIDIÓS.

-Nos has hecho perseguirte durante mucho tiempo, Percy Jackson -dijo Euríale-. Pero ahora estás atrapado, ¡y tomaremos nuestra venganza!

-¿Venganza? –preguntó Poseidón.

Los semidioses voltearon a ver a Annabeth, pero Grover respondió en su lugar.

-Percy mató a Medusa. Seguramente las gorgonas quieren vengar a su hermana.

-¿Mató a Medusa? –preguntó Ares, con una sonrisa maliciosa.

-Se lo merece –aportó Atenea-. Es una mujer repugnante.

Poseidón decidió quedarse callado, especialmente por la mirada que le dirigía Atenea, recordandole la ofensa a su templo.

-¡Los Cheese n' Wieners cuestan sólo 2,99 $! -añadió Esteno-. Sección de verduras, pasillo tres.

Euríale gruñó.

-¡Esteno, el mercadillo era una tapadera! ¡Te estás acomodando! Ahora baja esa ridícula bandeja de muestras y ayúdame a matar a este semidiós. ¿O es que has olvidado que fue el que vaporizó a Medusa?

Percy dio un paso hacia atrás. Tres pasos más y caería al vacío.

-Miren, señoras, ya hemos pasado por esto. Ni siquiera recuerdo matar a Medusa. ¡No recuerdo nada! ¿No podemos firmar una tregua y hablar sobre sus ofertas de esta semana?

Algunos sonríeron y otros pusieron cara de no creer no que escuchaban.

-¿Siempre es así? –preguntó confundido Hermes. Los otros dioses también parecían preguntarselo.

-Sí –respondió Thalia, sonriendo-. Ahora suena divertido, pero cuando uno está ahí da escalofríos.

-He pasado por eso –dijo Piper, sonriéndole a Jason-. ¿Recuerdas Kansas? Pensé que de un momento a otro lo vaporizarían.

-¿De qué hablan? –preguntó Poseidón, un poco preocupado.

-No, es decir... –Piper no sabía que decir para no adelantar la historia.

-La sinceridad de Percy a veces lo mete en problemas, eso es todo –dijo Nico.

Poseidón frunció el ceño, pero no siguió preguntando. Ya se enteraría de a poco.

Esteno le echó una mirada de pena a su hermana, algo que era difícil con esos colmillos de bronce gigantescos.

-¿Podemos?

-¡No! -los ojos rojos de Euríale fulminaron a Percy-. No me importa lo que recuerdes, hijo del dios del mar. Puedo oler la sangre de Medusa en ti. Está difusa, sí, de hace varios años atrás, pero fuiste el último en luchar contra ella. Aún no ha vuelto del Tártaro. ¡Es culpa tuya!

Percy no pillaba eso. Todo ese concepto de 'los monstruos muriendo y volviendo del Tártaro' le daba dolores de cabeza. Por supuesto también lo hacía lo de que los bolígrafos se volvieran espadas, monstruos que se podían disfrazar con algo llamado la Niebla, o que Percy fuera el hijo de un antiquísimo dios Barbapercebe de hacía cinco mil años.

-Oye –exclamó Poseidón.

-Eso lo dijo tu hijo –le dijo Atenea, sonriendo levemente-. Barbapercebe.

Poseidón pareció algo molesto, pero luego sonrió.

Pero se lo creía. A pesar de que tenía la memoria borrada, sabía que era un semidiós igual que sabía que su nombre era Percy Jackson. De su primera conversación con Lupa, la loba, había aceptado que ese mundo extraño de dioses y monstruos era real. Algo que realmente le fastidiaba.

-¿Le fastidiaba? –preguntó sorprendido Apolo-. Pero si somos facinantes.

-Creo que pierde lo facinante cuando quieren matarte –soltó Thalia.

Eso incómodo a los dioses. Algunos semidioses estaban de acuerdo, otros (como Clarisse y los romanos, porque vivían seguros en nueva Roma) parecían en desacuerdo.

-¿Y si lo llamamos empate? -dijo-. No puedo mataros. No podéis matarme.

-Tiene su lógica –interrumpió Hades. Todos se quedaron mirándolo, porque no parecía muy interesado en la lectura.

Si sois las hermanas de Medusa, ella podía transformar a la gente en piedra, ¿no debería de estar petrificado ahora mismo?

-¡Héroes! -dijo Euríale, disgustadas-. ¡Son como Madre, siempre diciendo lo mismo! ¿Por qué no podéis petrificar a la gente? Vuestra hermana puede petrificar personas. ¡Siento decepcionarte, chico! Esa era la maldición de Medusa. Era la más espantosa de la familia. ¡Se llevó toda la suerte!

Esteno parecía dolida.

-Madre dijo que yo era la más espantosa.

-¡Silencio! -le espetó Euríale-. Y en cuanto a ti, Percy Jackson, es cierto que tienes la marca de Aquiles. Eso te hace un poco más duro de matar. Pero no te preocupes, encontraremos la manera.

-¿La marca de quién?

-Aquiles -dijo Esteno, contenta-. ¡Oh, era tan apuesto! Sumergido en el río Estigio de niño, ya sabes, así que era invulnerable a excepción de un pequeño punto en el talón. Eso es lo que te ha pasado a ti, cariño. Alguien te ha sumergido en el Estigio y te ha convertido la piel en acero.

-Se equivoca –dijo Nico-. Nadie lo sumergió en el Estigio.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Poseidón.

-Se sumergió por su cuenta.

-No me extraña que un hijo tuyo ande buscando ese poder –comentó Atenea.

-Te equivocas, madre –replicó Annabeth, de forma muy seria-. Percy lo quería tener el poder de protegernos a todos en la guerra contra Cronos, no fue para beneficio personal.

Atenea observó confundida a su hija.

-Él no quería hacerlo –dijo Nico-. Yo lo convencí. Él... bueno, me había ayudado en varias oportunidades y no quería que le pasara nada en la guerra. Además, Cronos tenía mucha ventajas. Estaba seguro que Percy usaría bien la marca de Aquiles.

Pero no te preocupes, los héroes como tú siempre tenéis un punto débil. Sólo tenemos que encontrarlo y entonces podremos matarte. ¿No será enternecedor? ¡Coge un Cheese n' Wiener!

Percy intentó pensar. No recordaba sumergirse en el Estigio. Entonces recordó que no recordaba demasiado sobre él mismo. No sentía que su piel estuviera hecha de acero, pero eso explicaba porque había sobrevivido tanto a las gorgonas.

-Tengo curiosidad –dijo Jason-. ¿Cómo funciona lo de la piel de acero?

Los griegos se miraron confundidos.

-La verdad nunca le preguntamos bien... –dijo Will.

-Pero era una pasada atacarlos y que las espadas no le hicieran nada –comentaron sonriendo los Stoll.

-¿No se sentía diferente? Es decir, al tocarlo –preguntó Frank.

-No –le respondió Annabeth, con una pequeña sonrisa-. Su piel seguía cálida y suave, definitivamente no parecía de acero.

-Pero era increíble –exclamó Nico-. Vi como le dispararon y lo acuchillaron, pero él ni siquiera lo notaba. Incluso pudo... –Se interrumpió, viendo a su padre.

-¿Qué? –preguntó Hades. Pero Nico estaba seguro de responder.

Ares comenzó a reír.

-Si se bañó en el Estigio no creo que estuvieras muy contento –le comentó a Hades-. Debes haber mandado a tu ejercito y, por la forma en que te mira tu hijo, tu también trataste de detenerlo.

-¿Quieres decir que me venció? –replicó enfadado.

-Lo dijo tu hijo.

Hades se volvió a ver a su hijo, que lo miraba asustado.

-Yo... no... bueno...

-Pero Percy también venció a Ares –interrumpió Grover, tratándo de ayudar a Nico, pero poniéndose en la mira del dios de la guerra, que lo volteo a ver sorprendido y enfadado.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Ares, poniendose de pie.

-Suficiente –interrumpió Zeus-. Es imposible que el chico haya vencido a un dios. Sigamos escuchando.

Ares se volvió a sentar, pero no se convenció con el argumento de su padre. Los demás dioses tampoco parecían creerlo, ya que los semidioses no parecían mostrar engaño en sus palabras.

¿Si se tiraba de la montaña… sobreviviría? No quiso arriesgarse, no sin nada que ralentizara la caída, un trineo o… Miró la gran bandeja de plata de Esteno con sus muestras gratuitas.

Mmm…

-Oh, una idea –comentó Malcolm.

-¿Te lo estás pensando? -preguntó Esteno-. Buena elección, cielo. He añadido un poco de sangre de gorgona a estos, así que tu muerte será rápida e indolora.

La garganta de Percy se cerró de golpe.

-¿Le has añadido tu propia sangre a los Cheese N' Wieners?

-Sólo una poca -sonrió Esteno-. Un pequeño corte en el brazo, pero gracias por preocuparte. La sangre de nuestro lado derecho puede curar cualquier cosa, ya sabes, pero la sangre de nuestro lado izquierdo es letal…

-Por eso lo sabía –susurró Frank, pero sólo Hazel lo escuchó y decidió no preguntar.

-¡Estúpida! -gritó Euríale-. ¡No se supone que debes contarle eso! ¡No se comerá las salchichitas si le dices que están envenenadas!

Esteno parecía sorprendida.

-¿Qué dices? Pero si le he dicho que es rápido e indoloro.

-¡No importa! -las uñas de Euríale crecieron hasta convertirse en garras-. Le mataremos a las malas, deberemos despedazarle hasta encontrar el punto débil. ¡Una vez hayamos matado a Percy Jackson seremos más famosas que la propia Medusa!

Los dioses alzaron una ceja.

-Parece que el chico es bastante famoso –comentó Apolo.

-Deben estar sobre valorandolo –replicó Atenea.

-Estoy de acuerdo –susurró Octavian.

¡Nuestra patrona nos recompensará muy bien!

Los semidioses parecían incomodos por lo que los dioses decidieron que ya se enterarían quién era esa patrona.

Percy alzó su espada. Tendría que cronometrar sus movimientos, unos pocos segundos de confusión, agarrar la bandeja con su mano izquierda… Sigue hablando, pensó.

-Antes de que me hagáis trizas -dijo-, ¿quién es vuestra patrona?

Euríale le dedicó una mirada de desprecio.

-¡La diosa Gea, por supuesto! ¡La que nos ha traído del olvido!

Los dioses saltaron de inmediato.

-¡No puede ser!

-¡Es un engaño!

-¡Ya basta! –gritó Annabeth, abrazándose a sí misma-. No se atrevan a dudar de nuestra palabra. Gea despertó, nosotros lo sabemos muy bien. –Su voz se quebró y se hechó a llorar con fuerza.

Thalia les lanzó una mirada furiosa a los dioses y se agachó a abrazar a su amiga.

Los demás semidioses también parecían molestos, todos habían sufrido por culpa de Gea.

-Sigue leyendo, Atenea –dijo Hestia, que parecía percibir el dolor de los semidioses.

La diosa de la sabiduria se forzó a concentrarse en la lectura, ignorando el llanto desgarrador de su hija.

No vivirás lo suficiente como para conocerla, pero tus amigos se enfrentarán a su ira. Ahora mismo, sus ejércitos van hacia el sur. Durante el Festival de la Fortuna despertará y los semidioses serán reducidos como… como…

-¡Nuestros bajos precios en el Mercadillo! -sugirió Esteno.

-¡Bah! -Euríale se giró hacia su hermana. Percy vio la oportunidad perfecta. Agarró la bandeja de Esteno, tiró los Cheese n' Wieners envenenados, y lanzó Contracorriente a través de la cintura de Euríale, partiéndola por la mitad. Alzó la bandeja y Esteno se encontró a sí misma cara a cara con su reflejo grasiento.

-¡Medusa! -exclamó.

Su hermana Euríale se había reducido a polvo, pero ya comenzaba a reconvertirse, como un hombre de nieve derritiéndose al revés.

-¡Esteno, estúpida! -balbuceó mientras su otra mitad de la cara aparecía en el montón de polvo-. ¡Es tu reflejo! ¡Atrápale!

Percy estrelló la bandeja metálica contra la cabeza de Esteno y ésta perdió el conocimiento. Se puso la bandeja en el trasero, rezó en silencio al dios romano que estuviera viendo sus movimientos y saltó al vacío.

-Eso es todo el primer capítulo.

-Yo seguiré leyendo –le dijo Hermes, indicándole que fuera con su hija. Atenea dudó un momento, pero luego se levantó y encaminó al lado de su hija. No acostumbrada a las muestras de afecto, la diosa sólo colocó una mano en la cabeza de Annabeth y se sentó a su lado. Muchos parecían querer comentar su actitud, pero decidieron dejarlo pasar, porque el ambiente estaba muy tenso.

...

...

Honestamente esta historia no me convence mucho, sólo me deje guiar por el entusiasmo. Espero respuestas.

Mis otras historias las actualizaré el domingo o lunes.