A los que siguen creyendo en cuentos de hadas.

Si «Harry Potter» me perteneciera, habría empezado por el final.


COLORÍN COLORADO


PREFACIO

1 de septiembre de 1992


«Time was so long ago.

And things come back, you see, to where they don't belong and every drop of sea is the whole ocean».

The Past Recedes, John Frusciante

El presente fue hace mucho, lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer.

Nuestra historia empezó sin mí pero ellos me la contaron tantas veces que siento como si yo también hubiera formado parte de esa primera escena. Casi puedo verlos en el andén 9 y ¾. Me dijeron que ese día fue especialmente caluroso, que incluso en Londres el sol te hacía cosquillas en la nuca.

Él estaba sentado en el suelo con la espalda recostada contra la pared y las piernas estiradas de cualquier manera. Por aquel entonces aún estaba creciendo y lo hacía de forma desigual, dando la impresión de que tenía las extremidades demasiado largas en comparación con el tronco. «Como un junco», le decía su madre de manera cariñosa provocando que él bailara como si estuviera siendo ondeado por el viento.

Sus padres lo habían acompañado a la estación, pero él, con una broma y una sonrisa que pretendía mostrar rebeldía, pidió traspasar sin ellos la barrera mágica. Y es que un héroe emprende su cruzada solo, sin ningún hombre que lo abrace más de la cuenta o ninguna mujer a la que le brillen los ojos mientras exige recibir correspondencia semanalmente.

Decidió sentarse, como he dicho. No quería parecer ansioso como el resto de primerizos que andaban de un lado para otro arrastrando baúles, así que pensó que parecer un mendigo zarrapastroso causaría una impresión mucho más positiva. De hecho él denominaba a esa actitud rockera. Aún no usaba pantalones rotos porque su madre habría puesto el grito en el cielo, pero había conseguido, tras mucho esfuerzo y un par de súplicas, que le dejaran llevar la camiseta de su cantante favorito: Lorcan d'Eath.

Desde esa posición vio por primera vez a Lance Harper. Se fijó en el niño gracias a la enorme señora que lo acompañaba. Era una mujer alta para su generación y prácticamente redonda, con ese pelo blanco que corona la cabeza de las ancianas y que da la impresión de ser una nube. Probablemente lo más llamativo de su apariencia, además de su tamaño, fuera la túnica con estampados floreados que usaba sin ningún tipo de pudor.

El chico descubriría después que era la abuela de Lance, que vivía con ella porque sus padres estaban divorciados y ninguno parecía tener ni el tiempo ni el interés necesarios como para hacerse cargo de un crío escandaloso de once años. Y no los culpo: cualquier ser humano acabaría volviéndose loco de tener que soportar a Harper durante dos días seguidos.

—Lancey, ¿te acuerdas de lo que decía tu abuelo, que en paz descanse? «¡El abrigo en invierno y la mujer en todo el tiempo!». Te he metido ahí como he podido todas las capas. Y esa de piel de borrego que viene tan bien cuando refresca mucho.

—Abuela, que esa es muy fea…

Lo primero que le llamó la atención al chico fue que Lance no parecía en absoluto avergonzado de esa señora, por muy estrafalaria que resultase. Todo lo contrario, miraba alrededor rodando los ojos como si buscara que alguien más fuera partícipe de que su capa de borrego era una horterada.

—Ande yo caliente, ríase la gente —aleccionaba la señora con alegría mientras le daba brutales palmaditas en el hombro que a punto estuvieron de tirarlo al suelo.

—Que sí, abuela, que sí. Me voy ya.

—Pero, hijo, ¿y si en la escuela esa te pasa como a la sobrina de la…? Ay, que no sé cómo se llama. La que vende los ojos de tritón en la esquina… ¡la que está casada con el de los calderos que salen muy malos! ¿Sabes quién te digo?

—No, no sé quién dices. ¡Me voy, que pierdo el tren!

Lance se despidió de ella con un beso que provocó que un montón de arrugas cambiaran el rumbo hacia su mejilla.

—¡Que te he metido lo del borrego por si acaso! ¡Está debajo de los calzoncillos!

—Vaaaaaale…

Lo dijo con voz cansina y aun así afable mientras salía al trote rumbo a una de las puertas del Expreso de Hogwarts. Entonces, y ninguno me supo explicar bien el porqué, miró hacia la derecha y los ojos de ambos se encontraron.

Lance se quedó parado, estudiándolo con interés. A los tres segundos debió de cansarse del escrutinio porque se encogió de hombros y se aproximó hacia donde el otro seguía sentado.

—¿Qué haces ahí?

—Eh… —Se dio cuenta entonces de que su actitud empezaba a parecer un poco tonta. El tren estaba a punto de salir y él aún no había pensado en cómo iba a hacer su entrada triunfal en la máquina—. No sé.

—Vale. —Mordisqueó una de las pocas uñas que no se había comido hasta casi la raíz—. ¿Te vienes?

El chaval observó a Harper con detenimiento. Reparó en su pelo cobrizo y muy corto, casi rapado, y en sus enormes ojos color caramelo. Son ojos de chica, se lo he dicho mil veces: ningún hombre merece unas pestañas tan largas sin sufrir un poco de humillación por ello.

A grandes rasgos, Lance era entonces tal y como es ahora pero a menor escala. De estatura media tirando a baja y excepcionalmente robusto. Daba la impresión de que podría dejar un ojo morado con facilidad sin emplear siquiera toda su fuerza. También era guapo a su manera, aunque jamás se lo he reconocido. Tenía ese tipo de atractivo bruto y sencillo. Por desgracia solo transmitía dicho atractivo durante el tiempo en el que mantenía la boca cerrada, que era bien poco.

Jamás en mi vida he conocido, ni probablemente conoceré, a nadie tan malhablado. Y no me refiero solamente a insultos de lo más variopintos, no, sino a guarradas que provocaban que los que las escuchaban rozaran la arcada.

No sé si el otro chico fue capaz de apreciar todo eso por mucho que él asegure que sí, solo sé que esbozó una gran sonrisa y dijo:

—Claro.

Se puso en pie, agarró su baúl y después se echó a la espalda un bulto que parecía más grande que él.

—¿Qué es eso? —preguntó Lance señalándolo con la cabeza.

—Una guitarra. Quiero ser una estrella del rock, ¿sabes? —Tiró de un extremo de su camiseta para que Lance se fijara, como si el logo de Lorcan d'Eath lo explicara todo—. Por cierto: soy Vaisey, Trihart Vaisey.