DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: HOWL'S MOVING CASTLE ES PROPIEDAD DE WYNNE JONES DIANA.


Capítulo 15. En el que hay una reconciliación


—Bueno, eso fue… inesperado —admitió Lettie cuando se quedaron solos.

—¡La historia de Maleena es tan romántica! —expresó Martha con expresión soñadora. Michael tragó saliva disimuladamente.

Un breve silencio incómodo siguió a aquella declaración. Nadie sabía qué decir exactamente, ni cómo actuar. Ya aclarado todo, era obvio que Sophie y Howl necesitaban hablar. Sophie debía disculparse con Howl por haber desconfiado de él, pero la verdad era que la pobre estaba tan apenada que no sabía qué decirle. Por otro lado, el resto de la familia seguía allí y ella prefería que el asunto se resolviera estando a solas con su esposo, el problema era que los presentes tenían mucha curiosidad como para perderse ni un detalle de lo que pasaría.

—Ejem —el mago Sullivan carraspeó un poco para llamar la atención de todos—. Quisiera ver esa famosa tienda de flores que pusieron donde estaba la sombrerería. ¿Quisieras enseñármela, Michael?

Al muchacho le tomó medio segundo reaccionar. —¡Oh, sí! ¡Claro! ¡Por aquí por favor!

Como si en verdad estuvieran emocionadísimos por ver la tienda, el grupo se alejó en dirección a la antigua tienda de sombreros, y que ahora formaba parte del Castillo Ambulante luego de las remodelaciones que tuvo que hacer Howl. Todos iban hablando animadamente, alejándose lo más rápido que sus pies les permitían, dejando a Sophie y Howl solos. Aunque no del todo, pues como buenos chismosos, Lettie, Martha, Michael, y hasta el mago Sulliman, se escondieron tras una pared, dejando olvidado a Calcifer en su chimenea.

—Matthew es un niño muy dulce —comentó Sophie nerviosamente intentando romper el hielo—. Maleena y el Teniente Lance son muy afortunados en tenerlo…

—Sí, lo es —afirmó Howl—. Es un buen chico.

Silencio incómodo.

—Y… ¿qué tal tu viaje hasta… hasta…? —Sophie se detuvo al no recordar el nombre de la extraña tierra donde Lance había estado combatiendo.

—Strangia —completó Howl.

—Sí, Strangia —repitió Sophie algo incómoda—. ¿Qué tal tu viaje allí?

—Normal. Usé las botas de siete leguas para llegar.

Otro silencio incómodo.

—¿Cómo está la guerra?

—¡Aaaargh!

Howl no pudo responder a la última pregunta de Sophie. Una irritada Lettie, gruñó entre dientes y se acercó a paso veloz hasta la pareja, y antes de que Howl y Sophie pudieran reaccionar, la mujer había abierto la puerta del Castillo Ambulante y los había arrojado fuera de ella. Y, por si fuera poco, antes de que Howl pudiera abrirla desde afuera, atravesó una silla.

—¿¡Pero que fue eso!? —exclamó Sophie.

—Creo que nos han dejado por fuera de nuestra propia casa —intervino Howl con humor.

Howl intentó abrir la puerta como siempre hacía, pero el pomo no giraba, algo lo obstruía desde adentro. Suspirando, regresó sus pasos hasta Sophie.

—Supongo que no podremos entrar en un rato. ¿Quieres dar un paseo?

Howl le extendió con elegancia su mano a Sophie, en un gesto caballeroso que solo la hizo sentir más culpable. Sophie se debatía si aceptarla o no, y al final optó por no hacerlo. Se cruzó de brazos, como si tuviese frío, y adelantó sus pasos. Ignorando aquello, Howl la siguió, alcanzándola rápidamente.

Sophie tardó un rato en reconocer el lugar. Atardecía, la brisa fresca mecía los árboles, y el piso adoquinado estaba húmedo y resbaladizo. Estaban en Gales.

En todo el lugar reinaba el silencio, y Sophie por su parte no era capaz de articular sonido alguno. Su orgullo le impedía formular la simple oración que necesitaba, y la actitud taciturna de su ahora esposo no ayudaba mucho. ¡Si al menos hiciera un comentario sobre el clima!

Sophie vio afligidamente como Howl se adelantaba, dejándola atrás. Sintió un apretón en el pecho, allí donde se dice que está el corazón. ¿Acaso él no la perdonaría?

Vaya ironía, era ahora ella quien debía ser perdonada.

—¿Vienes? —dijo Howl de repente deteniendo sus pasos—. Es una bonita tarde para dar un paseo.

Ahora el corazón de Sophie dio un vuelco ante la proposición, y no ayudaba que el apuesto mago le extendiera su mano como una invitación a bailar. Sophie se quedó paralizada un momento, pero se las arregló para ordenarle a su cerebro reaccionar, y acortar la distancia entre ella y Howl. Pronto estuvo frente a él, pero no fue capaz de tomar su mano, así que, en un gesto esquivo, nuevamente volvió a cruzarse de brazos. Howl pareció no notar la acción, y sin decir nada más ambos emprendieron camino por un delgado sendero a un lado de la calle, frente al cual estaban las casas. El camino estaba rodeado de plantas y flores, dándole un apacible ambiente al lugar.

—Me gusta venir a Gales, es un buen lugar para pensar —comentó el mago de repente sin alzar mucho la voz.

Sophie asintió en silencio.

—Howl, yo… —se animó Sophie de repente, alzando la cabeza, pero el aludido la interrumpió.

—¿Sabes? Todo este asunto me ha hecho pensar… que me gustaría tener una familia también.

Sophie detuvo sus pasos abruptamente, sin poder creer lo que oía. El mago, por su parte, parecía algo nostálgico mientras decía aquellas palabras. Sophie nunca le había escuchado hablar sobre sus padres, y solamente conocía a su hermana, Megan Parry. ¿Acaso él deseaba formar su propia familia para no sentirse solo de nuevo?

—Maleena y Lance son afortunados, ¿no crees? Matthew es un niño muy especial.

—Sí, lo es —sonrió Sophie al recordar los breves momentos con el chico.

—¡Sería un gran aprendiz de magia! —exclamó Howl con entusiasmo, entusiasmo que se desvaneció rápidamente—. Aunque yo no lo tomaría como estudiante, estoy muy ocupado ahora…

—Howl… —trató de nuevo Sophie. Pero nuevamente, se vio interrumpida.

—Será mejor que regresemos a casa —intervino Howl dándose media vuelta—. Empieza a hacerse tarde.

Y de hecho, "como por arte de magia" el cielo empezaba a tomar esa gama de naranjas y lilas que dan paso al anochecer, y que le dan al cielo la apariencia de ser un enorme lienzo por el cual una brocha ha pasado dejando un surco dividiendo los tonos fríos de los cálidos del crepúsculo.

Sophie asintió y le siguió. Juntó sus manos, restregándolas incesantemente como si con eso pudiera aplacar sus nervios. No sabía cómo empezar a disculparse y cada vez que lo intentaba a Howl la interrumpía. Así que, sin más remedio, ambos devolvieron sus pasos hacia el Castillo Ambulante. Tal vez ya podrían pasar…

Cuando estaban ya cerca de la puerta que los llevaría a casa, Howl se detuvo, justo con la llave en la cerradura. Sophie, quien estaba unos pasos atrás, también detuvo sus pasos. La joven sombrerera sintió que era el momento, ya no podía esperar más.

—Howl…

Pero, fue interrumpida de nuevo, por enésima vez en el día.

—Quieres decirme que me debes una disculpa, ¿no? —afirmó Howl dándole la espalda, confiriéndose así una postura seria.

—Howl… yo… —la voz de Sophie sonaba quebradiza, como si estuviera a punto de llorar. Se sentía pésima, había desconfiado de su esposo a pesar de que éste siempre le había dicho la verdad. "¿Qué clase de esposa hace eso?" era lo que se preguntaba, sintiéndose más culpable a cada minuto que pasaba—. Yo… no sabía…

—Sigo esperando —insistió él, con un canturreo divertido que los pensamientos culpables de Sophie no la dejaron escuchar—. Oh, vamos. Tanto alboroto que armaste, ¿y ahora no puedes hablar? Dime, ¿te comió la lengua el gato?

Sophie se sintió repentinamente estúpidamente avergonzada. Era cierto, ¡tanto que había peleado y ahora no podía decir ni una palabra! O tal vez tantos gritos la dejaron afónica…

—Bien, te ayudaré entonces —dijo de repente—. Repite después de mí: "Howl es el mejor esposo del mundo. Soy una esposa mal pensada y regañona que no merece tal hombre" —contuvo una risita con esto último—. Por eso imploro su perdón, y prometo no comportarme como una vieja regañona nunca más".

La culpabilidad en Sophie se esfumó por completo. Howl seguía siendo el mismo de siempre: infantil a la máxima potencia, incluso en las peores situaciones.

—Ni pienses que diré eso —afirmó cruzándose de brazos—. Primero prefiero volver a tener 90 años —y con eso rodó los ojos, en el más puro gesto de orgullo.

Howl sonrió de lado, y más divertido que nunca afirmó:

—Bien, eso se puede arreglar, señora mal pensada.

Tras decir eso, alzó los brazos en dirección a Sophie, como si estuviera por decir un conjuro.

Incrédula, se echó hacia un lado temiendo que el mago le tomara la palabra solo por molestarla. Pero fue muy tarde, pues el conjuro la alcanzó. Se mordió la lengua, arrepentida de no haberse disculpado -a su modo, debo destacar- a tiempo. Pensó que nuevamente volvería a ser "la vieja tía de Howl", pero en lugar de sentir la sensación de aquella vez cuando fue la malvada bruja del páramo quien la hechizó, sintió que era llevada por el viento hacia adelante. Cerró los ojos instintivamente, y cuando el viento se detuvo, chocó contra algo.

Una risita que escuchó desde lo que parecía su lugar de origen le hizo abrir los ojos de golpe.

Estaba en los brazos de Howl.

—¿Q-qué está pasando? —inquirió, totalmente confundida.

—Pasa, señora mía —dijo sonriendo—, que no la dejaré ir hasta escuchar una sincera disculpa de su parte—. Y con eso, Howl apretó su agarre en la cintura de Sophie, dispuesto a cumplir su declaración al pie de la letra.

Sophie se sintió avergonzada, pero a la vez aliviada al ver que él no le guardaba rencor ni nada por el estilo. Dejó salir un suspiro de alivio, y procedió a disculparse.

—Howl, lo lamento. Debí haberte creído… —sintió un apretón en su corazón, ante la culpabilidad de las dudas pasadas. Una pequeña lágrima resbaló de uno de sus ojos, pero reunió el valor suficiente para enfrentarse a una disculpa necesaria—. Fui una boba al creer que me ocultabas algo… —levantó la vista para mirarlo directamente a los ojos—. Prometo no dudar de ti de nuevo.

Howl sonrió ampliamente, y besó su frente. La abrazó aun más fuerte, y le susurró al oído:

—Te faltó decir que soy el mejor esposo del mundo.

Un pequeño pellizco en su hombro lo hizo retractarse.

—Y que tengo a la mejor esposa del mundo —con esa declaración, le sonrió tiernamente a Sophie, provocando que sus mejillas se encendieran en un rojo que sobrepasaba al tono de su cabello.

—Oh, Howl… —suspiró ella bajito, y para la sorpresa del mago, velozmente le arrojó los brazos alrededor del cuello y le robó un beso—. Te amo —suspiró contra sus labios.

—Y yo a ti, mi mal pensada esposa…

—¡AY POR TODOS LOS CIELOS! ¡Los dejamos solo un minuto y ya se ponen así! —exclamó Martha desde la puerta.

Se separaron de inmediato. El rubor de proporciones épicas en el rostro de ambos creció conforme visualizaron a cada una de las personas presentes: Lettie, Martha, Fanny, Michael, ¡incluso el mago Sulliman!

—A este paso, lo del hijo de Howl terminará haciéndose verdad… —le susurró por lo bajo Sulliman a su esposa, arrancándole una risita divertida. Michael que estaba a su lado lo escuchó y se sonrojó perceptiblemente.

—¡Me alegra ver que se han reconciliado! —exclamó Martha avanzando hacia ellos, para estrechar entre sus brazos a Sophie. Luego se dirigió a Howl extendiendo el índice acusadoramente—: ¡Y más te vale que no hagas llorar a mi hermana de nuevo, o lo poco que aprendí de magia lo usaré para convertirte en rana!

—Entonces me aseguraré de no ser convertido en una —concedió Howl sonriendo divertido, y todos rieron ante tal declaración. Hizo una pausa como pensando, y añadió—: Pero sería una linda rana. Una rana mágica. Y tú, Sophie, tendrías que romper el hechizo, como en los cuentos.

—¡Howl! —regañó Sophie, más no enojada, sino un poco avergonzada.

Un nuevo coro de risas llenó el Castillo Ambulante, proporcionándole calidez y armonía.—¿Quieren pastel? ¡He traído un poco! —anunció Lettie posando en la mesa del comedor una bolsa que contenía una caja de la pastelería donde trabajaba su hermana menor.

—¡Sí! —exclamaron todos al unísono, reuniéndose en torno a la mesa.

—¿Me acompañaría, mi bella dama? —le preguntó Howl a Sophie, extendiéndole la palma de su mano.

—Me encantaría, mi joven señor —respondió ella tomando la mano del mago.

Tomados de la mano, sin parar de sonreírse el uno al otro, avanzaron hasta donde los esperaban los demás, para compartir en familia un rico postre. Sophie no podía estar más feliz, rodeada de un ambiente familiar y acogedor, todo lo que podría desear. Sus hermanas estaban allí, junto a los hombres que amaban; y claro está, también estaba su adorado mago infantil, egocéntrico y orgulloso, pero amoroso, fiel y atento. Su Howl Jenkins, o Pendragon, como prefería llamarlo ella. Su mundo, su todo. Como él se lo había jurado el día de su boda, eternamente suyo.

Y eso era más de lo que alguna vez pudo haber deseado.


~En memoria a Wynne Jonnes Diana~