NI LA SERIE INUYASHA, NI SUS PERSONAJES ME PERTENECEN, SON PROPIEDAD DE RUMIKO TAKAHASHI. ESTE FANFIC ESTÁ HECHO SIN FINES DE LUCRO.

EL DRAMA "I NEED ROMANCE" SEASON 2 TAMPOCO ME PERTENECE, ESTA ES UNA ADAPTACIÓN DE LA SERIE A OBRA LITERARIA. SIN EMBARGO, ÉSTA NO ES UNA ADAPTACIÓN DEL GUIÓN, SINO DEL ARGUMENTO. CADA PALABRA ES MIA. LA SERIE ES PROPIEDAD DE TvN.


No sabían exactamente cuando habían empezado a verse como hombre y mujer, lo cierto era que a los dieciocho ya estaban enamorados. En doce años de noviazgo habían terminado cinco veces y regresado sólo cuatro. Hacía tres años que vivir con Sesshomaru Taisho, sin ser su novia, era una verdadera tortura. ¡Kagome Higurashi necesitaba urgentemente un romance en su vida!

¡NECESITO UN ROMANCE!

Claudia Gazziero

CAPÍTULO I

CITAS A CIEGAS.

PRIMERA PARTE

La música ligera y el suave compás de la guitarra en el recinto eran el condimento perfecto para una hermosa velada, sobretodo si esta se compartía con una hermosa mujer. Sí, acababa de conocerla, pero estaba seguro de que ya la quería. No todos los días un hombre despreocupado y sin interés en los compromisos encontraba a una diosa para compartir su cama durante una noche, o quizás dos.

Ella reía gracias al efecto de varias copas de más sobre su cuerpo y su mente. Su mirada coqueta no hacía más que encenderlo por dentro, quemarlo y hacerlo retorcerse de ansias, deseándola cada vez más, y al parecer, ella sentía lo mismo.

—Entonces, se acercaba despacio… despacio —musitó la chica mientras, con sus dedos sobre la mesa, caminaba hasta su mano y comenzaba a acariciar sus dedos. Ella también quería terminar la cita en otra parte, podía apostarlo. Le arrebataba la ropa con su mirada brillante, y el contacto de su piel hacía que la piel se le erizara completamente. La acarició también, suavemente hasta tomar su mano por completo.

No necesitaba más pruebas, ella esperaba que él se decidiera, miraba sus labios como si quisiera devorarlos de una sola vez. Iba a invitarla a un lugar más privado cuando la música dejó de sonar y el efecto se rompió completamente. El resto de las mesas comenzó a aplaudir, ella retiró la mano agitada y levantó el rostro ruborizada.

—¡Oh, creo que se nos hizo tarde! —rio sin estar consciente de lo que había provocado con su juego. Era una mujer muy osada, decidida y arriesgada, su tipo de mujer favorita. Su voz sonaba como si la borrachera hubiera menguado de improviso, lucía totalmente lúcida y dispuesta para siguiente fase.

Dudó por un momento, pero cuando se dispuso a hablar sus palabras chocaron. ¿Quién sería el primero en proponerlo? —Espera… —repararon ambos al mismo tiempo.

—Para ser honesto, no quiero despedirme así —admitió él—. ¿Qué tal si nos tomamos una taza de café y recuperamos la sobriedad… en mi casa?

Ella rió. —No estoy tan borracha… —bromeó irónicamente, lo miró directamente a los ojos y le confirmó que la cena terminaría en su cama.

A penas pudo abrir la puerta, gracias a los besos que intercambiaban en el rostro y en el cuello. No dejó de besarla ni siquiera un segundo, profundo y sincero mientras le arrancaba la ropa prenda por prenda y avanzaba con dificultad hasta la habitación sin lograr llegar.

Por el camino arrojó su vestido rojo, sus zapatos y sus medias. Despeinó su cabello, jalándola hacia él y levantándola del piso. Recorrió la línea de sus piernas cuando ella las arrimó a su cintura, era perfecta, simplemente perfecta.

—¡Espera! —logró articular con dificultad la chica. Tomó su rostro entre sus manos y lo separó de sus besos—. No sabes lo que me gusta… ¡ni lo que me preocupa!

El volvió a apoderarse de su cuerpo y la arrinconó contra la pared. —¿Qué te gusta? —exhaló desesperado.

Ella saltó y volvió a abrazarlo con sus piernas. —¡Los besos! —exclamó besándolo ansiosa.

El rio y correspondió cada una de sus caricias. —¿Y qué te preocupa? —soltó riendo.

—La contaminación… —reveló ella mientras le quitaba la chaqueta—. ¡La falta de agua en África! —siguió deshaciéndose de su camisa y de su corbata como si de ello dependiera su vida y el mundo entero.

—¿Qué más? —la instó él para que continuara quitándole la ropa y las preocupaciones—. Los niños que mueren de hambre, el maltrato infantil… ¡La paz mundial!

No pudo evitar reír, aquella mujer ella realmente agradable y sincera, le causaba mucha gracia. Lo único que necesitaba un hombre para poder ser feliz, era una mujer que lo mantuviera con una sonrisa en la boca. La arrojó sobre la cama semidesnuda y ya no pudo detenerse. Acabó con todas sus prendas y se posicionó sobre ella, como un carnívoro león sobre su indefensa presa. Ella se revolvió intentando recuperar protagonismo y se incorporó. Cuando estaba a punto de quitarse el cinturón y liberar su masculinidad, ella lo detuvo con un grito ahogado. —¡No! Esta es mi parte favorita… Me gusta hacerlo a mí.

Entonces, tomó bruscamente su cinturón y de un tirón se lo arrancó. Abrió sus pantalones sin premura alguna y pegó otro grito de sorpresa cuando descubrió la última parte de su anatomía. Sin duda, esa noche sería la mejor de su vida.

—¡Hey, Sesshomaru! ¡Maldito Sesshomaru, lo hiciste de nuevo! —gritó enfurecida Kagome al terminar de leer el borrador que él había escrito.

—¿No te gustó? —preguntó desinteresado el peliplata mientras podaba las plantas. Sesshomaru siempre se preocupaba del jardín, mientras que Kagome lo hacía de la casa, o intentaba hacerlo. No era muy buena en esas cosas.

Kagome cerró los ojos e intentó tenerle paciencia. ¡No era posible que estuviese revelando sus secretos sexuales en los libros que escribía! —¿Acaso no tienes imaginación? ¿Te gusta revelar los secretos íntimos de tus ex?

—Por favor, Kagome… A todas las mujeres les gusta desabrochar los pantalones de los hombres —resolvió Sesshomaru sin darle demasiada importancia, como siempre lo hacía.

Kagome Higurashi estaba segura de que no era cierto. Aquel era su fetiche en particular, de ella y de ninguna otra ramera. —Está bien. Lo acepto —resopló.

De alguna manera, le causaba gracia que el gran escritor Sesshomaru Taisho, ganador tres veces del premio más importante del país, no tuviera más fuente de inspiración que ella, su exnovia y lo maravillosa que era su personalidad. Oh sí, Kagome Higurashi era sin duda la mejor. Rio estúpidamente mientras pensaba en eso y Sesshomaru roló los ojos.

Dejó el borrador de la novela sobre la mesa y lo miró decidida. —Solo recomiéndame para hacer el BSO, te perdonaré si lo haces —propuso. Kagome era una reconocida compositora que había trabajado haciendo los soundtracks de varias películas, muchas de ellas las había escrito Sesshomaru Taisho, aunque no había sido gracias al trabajo que se habían conocido.

Él la ignoró, no necesitaba decirle que era obvio que lo haría. Siempre habían trabajado juntos, eran un equipo, él escribía guiones y ella le daba música hermosa, era como si Kagome pudiera adivinar exactamente lo que él quería para sus películas.

El celular de la azabache vibró sobre la mesa. Tomó el borrador del condenado film y se lo arrojó en la cara. No le molestaba que Taisho escribiera sobre su personalidad sexual, ni que revelara cada uno de sus secretos en sus libros, de hecho le causaba un placer enfermizo y siniestro; era genial que su ex no pudiera olvidarla. Sesshomaru era su exnovio, el hombre con el cual había terminado hacía tres años y su vecino de al lado.

Miró reticente la pantalla del móvil y suspiró rendida. —¡Es mi abuela otra vez! —chilló lanzándole el celular al peliplata y emprendiendo una rápida carrera hasta la casa—. ¡Dile que ya salí! ¡No estoy, me fui hace media hora!

Taisho recibió el aparato con la cara y lo cogió antes de que cayera al piso. —¿Abuela? —contestó. Estaba harto de que Kagome no tomara la responsabilidad de sus llamadas y lo obligara a ser su niñero.

Adentro, la azabache se castigó mentalmente por olvidar completamente la cita a ciegas que su abuela había contratado para ella. Lo único que la anciana quería era que su nieta contrajera matrimonio y le diera muchos niños antes de su muerte. De alguna forma, Kagome quería complacerla, pero las cosas no eran tan sencillas como ella creía, menos en su vida.

Tomó rápidamente un par de prendas formales al azar, unos zapatos y corrió fuera de la casa. En el camino chocó con Sesshomaru Taisho, quien la reprendió con la mirada por su falta de compromiso con su abuela.

—Recuerda que hoy te toca la limpieza: de mi casa y de la tuya —le recordó a Sesshomaru solo para fastidiarlo.

Él deslizó la mirada por la casa de Kagome, la cual como de costumbre estaba hecha un verdadero asco y agregó: —Con este olor no lo olvidaría.

—¡Perdóname por apestar, idiota! —masculló por lo bajo, sin que él la escuchara realmente. Corrió hasta el auto con la ropa a cuestas y se montó. Vestía como un domingo sumida en el abandono y la desfachatez, pero eso no le importaba.

Sesshomaru le hizo señas para que bajara el vidrio del copiloto. —¿Irás a la cita a ciegas así? ¿Dónde te cambiarás?

—¡En el auto, claro! —sonrió ella desde adentro—. Sesshomaru, te daré el mejor BSO de todos los tiempos, sólo recomiéndame. ¿Sí?

—Está bien —aceptó él. Nunca había podido decirle que no a esa chica. Era la mujer más hermosa sobre el planeta, aunque no presumiera de ello vistiendo esos harapos.

Cuando el auto se marchó a una velocidad imprudente, se metió en la casa y comenzó a ordenar la habitación de la chica. Ella nunca había podido ser ordenada y su capacidad para ser exactamente opuesta a él en todo sentido lo enloquecía, y no precisamente de una forma buena. Si Sesshomaru era organizado y metódico, Kagome era desordenada, ruidosa, infantil, vanidosa, imposible de callar y un sinfín de defectos que acababan con su paciencia. A pesar de eso, tenía que admitir que alguna vez, esas habían sido las características por las que la había amado hasta la médula.

La personalidad de Kagome, que a simple vista parecía adorable, lo había llevado a largo plazo a quererla nada más que como a su vecina, amiga y compañera, la mujer con la cual lo había intentado sin resultados positivos.

Habían vivido toda la vida juntos: sus casas eran una sola y estaban divididas justo al medio por una puerta. Sus familias, que eran amigas desde la infancia, las habían construido así para estar siempre juntas, pero con el tiempo solo quedaron ellos dos. La madre de Kagome había muerto y la familia de Sesshomaru se mudó al campo.

A los veinte años se habían quedado completamente solos en una casa demasiado grande, con una vida por delante y un amor que, a pesar de ser renegado, insistía cada día por volver a enamorarlos.

Kagome aún podía recordar a Sesshomaru de niño, siempre fue más tranquilo y cauteloso que ella. La espiaba y estaba siempre atento a cualquier cosa entretenida que ella hiciera. No recordaba exactamente cuándo habían empezado a verse como hombre y mujer, lo cierto era que a la edad de dieciocho años ya estaban completamente enamorados.

Sonrió como una inepta al recordar aquellos días. Desde hacía tres años que Sesshomaru no era más que un imbécil, egocéntrico y egoísta. Había perdido doce años a su lado, y lamentablemente, nadie se los devolvería. Durante el tiempo que habían estado juntos habían roto cinco veces y regresado solo cuatro. La relación había acabado formalmente y para siempre hacía casi cuatro años. En ese tiempo y a la edad de treinta y tres años, ella no se había casado ni tampoco había tenido hijos. Sí, gracias a Sesshomaru su vida había sido un completo fracaso.

¡Había derrochado en él sus mejores años de belleza y juventud! Era una verdadera desgracia. ¡Gracias a Dios él nunca había querido casarse con ella, o de lo contrario, su vida estaría atada a la de un hombre sin sentimientos y sin compasión. El ambarino era un estúpido, un intransigente y un mal parido, se alegraba desde lo más profundo de su corazón por haber roto con él.

Sesshomaru Taisho, en medio de una sesión de aseo y ornato en la habitación de Kagome, estornudó. —Seguramente esa zorra está hablando mal de mí —gruñó a regañadientes mientras recogía la ropa sucia de la chica y descubría que sus brassiers tenían relleno—. ¿Cómo puede mentir hasta en la talla del brassier?

Menos mal que esa mujer delincuente no lo había convencido de ser su esposo tres años atrás. No estaba de acuerdo con el matrimonio y nunca lo estaría, menos si era con Kagome Higurashi. Además, en su opinión, no se necesitaba un compromiso legal para alcanzar la felicidad con alguien. El matrimonio era una patraña en la que él no caería jamás.

—¿Te casarás conmigo? —Había preguntado ella aquel día, mientras comían comida típica en un restaurant—. Ya tengo treinta años…

—¿Y eso qué? Nunca pensé en casarme, sabes que no creo en el matrimonio. Pensé que tú también pensabas que estábamos bien así…

Ella bajó el rostro, tímida. —No… yo quiero casarme. —Antes de que Sesshomaru pudiera exponer sus argumentos, ella perdió la paciencia y se adelantó—. ¡Todas las mujeres queremos casarnos, debería estar en la Constitución de Derechos y Deberes de los Ciudadanos!

—¿Has visto parejas que se casen y sean felices? Al menos no yo… Estamos bien así, Kagome… —Tomó su mano e intentó transmitirle tranquilidad—. No es necesario que nos casemos.

Ella cambió de estrategia y musito tiernamente. —Seré buena contigo, no gritaré ni me enojaré. Seré una esposa ejemplar, ¿qué dices?

—Si tanto quieres casarte, entonces hazlo.

—¡¿Con quién?, si tú no quieres! —explotó.

¡Si ese día hubiera caído en su trampa, definitivamente su vida habría sido miserable! No era el esposo de Kagome, tampoco era su novio y aún así la vida con ella era un desastre. Tenía suficiente con ser su compañero de casa, y en la mejor de las situaciones, su amigo. Como la conocía mejor que nadie, estaba seguro de que no tendría éxito en su cita a ciegas. Aunque pretendiera ser una muchacha ejemplar, su verdadero carácter saldría a la Luz.

Kagome paró en un semáforo y se cambió los jeans a una falda blanca impecable. Luego, se escondió tras el manubrio y se puso una blusa decente, ignorando el hecho de que un anciano la miraba reprobatoriamente por estar desnuda sobre su auto. Ya vestida, bajó el espejo retrovisor y se pinto los labios de carmín. ¡Estaba hermosa, era su día de suerte! Por estar adorándose, no se percató de que la Luz verde estaba activa ni de que los autos comenzaban a darle bocinazos. Finalmente, cuando terminó de arreglar su cabello decidió seguir su camino, ya harta de los insultos de los sujetos de atrás. —¡Silencio, idiotas! —gritó por la ventana—. Una mujer hermosa se está volviendo… ¡aún más hermosa!

La cita era en un lujoso Hotel, puso sus zapatos delicadamente sobre el piso y metió los pies al bajar del auto. Como una modelo, caminó distinguidamente hasta el ascensor. Nada podía salir mal, era joven —bueno… no tan joven—, pero era hermosa y su figura era buena. Tenía talento, trabajo, dinero, fama y estaba soltera. Casarse con ella era como ganar la lotería, y aquel día, un hombre soltero caería rendido a sus pies. ¡Oh, qué hombre más suertudo!

—Señorita… —Tocó su hombro con disimulo un joven.

—¿Sí? —respondió con una voz casual y seductora.

—Su chaqueta… está atorada en la puerta. —Kagome volteó y descubrió que la mitad de su chaqueta estaba fuera del ascensor, impidiendo el normal funcionamiento del aparato. De hecho, estaban detenidos desde que ella se había subido y se quiso morir. ¿Por qué nada en el mundo podía salirle bien? ¡No era tan difícil llevar una vida normal, aunque al parecer, para ella sí lo era. Salió del cubículo dispuesta a ignorarlo todo y enamorar a ese hombre que la esperaba. Seguramente, era muy apuesto, como a ella le gustaban, no por nada había gastado la mitad de su vida con Sesshomaru. Él tenía los ojos más hermosos del mundo: eran casi plateados, como ninguna persona los tenía, y su cabello era platinado. Era tan extraño, era imposible no enamorarse de él a primera vista.

Se detuvo en la entrada del salón a buscar a su pretendiente sorpresa cuando una mujer chocó contra ella, era la coordinadora de la Agencia de Citas a Ciegas. ¡Genial, ella podría ayudarla!

—¡Oh, Kagome! ¡Qué bueno que llegaste, no podía esperar más! ¿Le echaste un vistazo al perfil del hombre?

—¡Sí, por supuesto que sí! —mintió ella. No lo había hecho, no tenía idea de quién era ni cómo lucía, esperaba que no fuera un vejete.

—Me marcho entonces, estoy retrasada. ¡Está sentado en la ventana!

Kagome dirigió su mirada mirada hasta los hombres que estaban sentados cerca de las ventanas. ¡Eran un asco! —Demasiado viejo —refunfuñó—, demasiado tonto, demasiado joven…

¡Por Dios! ¿Porque tenía tan mala suerte en el amor? Estaba segura de que cuando Sesshomaru le había negado el matrimonio había lanzado también una maldición sobre ella. Algo como: "Kagome, nunca te casarás porque estás arruinada. Yo me he llevado todo lo bueno de ti, aunque no era mucho de todas formas". En fin, ese tipo de cosas que el ambarino se empeñaba a decir sobre ella, con voz fría y déspota. ¡Era tan jodidamente desgraciada!

Sesshomaru había dicho que ninguna pareja casada era feliz, pero su amiga Sango Taijiya era notoriamente plena con su marido. Se habían casado hacía dos años y jamás los había visto discutir. Se amaban demasiado como para arruinar su matrimonio por peleas estúpidas, lo único que hacían era mimarse mutuamente. La envidió por un segundo y tuvo ganas de marcharse de ese lugar. Quería abandonar al sujeto de la cita a ciegas, después de todo, ni siquiera lo conocía.

Iba a hacerlo cuando un hombre bien parecido la llamó desde la última mesa al lado de la ventana. Era muy demasiado apuesto. ¡Ahí estaba: su futuro esposo! Intentó parecer normal y caminó delicadamente hasta la mesa, se sentó en la silla y saludó con voz elegante.

Le contó sobre su vida, su trabajo, y las cosas que le gustaba hacer, como practicar deportes, cocinar y ocuparse del Hogar. Sabía que todo era una mentira, pero no podía perder la oportunidad de enamorar a un hombre apuesto y disponible.

Estaba a punto de presumir sobre su nuevo trabajo en la película de Sesshomaru Taisho cuando él la interrumpió de improviso. —Kagome… no es necesario que finjas ser una chica ejemplar. ¡Conozco cada uno de tus defectos! —reveló mordazmente.

—¿Defectos? ¿Yo? —rio nerviosa. ¿Acaso él la conocía?

—Defectos, oh sí… —afirmó él enojado—. Me golpeaste con tu cartera por llegar tarde a nuestra cita. Verano del 2000, clase de Economía, soy Bankotsu.

Lo miró dos, tres y hasta cuatro veces. —Ah… entiendo. —No lo recordaba. Definitivamente él no estaba en su registro de citas. ¿Habían salido juntos? ¿Cuántas veces? ¿Hasta dónde habían llegado? Se desesperó, no le gustaba la idea de no recordar a los hombres con quién había estado. ¿A cuántos más no recordaba? No quería saberlo—. ¿Tú y yo… nos besamos? —temió preguntar.

—¡Por supuesto que sí! —sonrió triunfante el chico de larga trenza y rencorosos ojos azules—. Tres veces…

Kagome quiso morir de la humillación. Si se habían besado tres veces entonces él conocía mucho sobre ella y su horrible personalidad. Sabía que no era buena en los deportes, ni cocinando y que odiaba los deberes de la casa. Era la peor embustera del mundo, definitivamente no había nacido para engañar a las personas. ¡Había sido humillada totalmente!

En ese pensamiento, odio a Sesshomaru con toda su alma. —¡Maldito Taisho, de no ser por él ya habría estado casada y sin necesidad de asistir a citas a ciegas desastrosas! —escupió.

Lo odiaba, ¡lo odiaba tanto que podría morir!

CONTINUARÁ…


¿Qué les pareció? En lo personal, creo que esta es una serie que merece ser adaptada por muchas razones, entre ellas, la complejidad de los personajes, quienes a simple vista parecen demasiado básicos y sencillos, pero que guardan un mundo interior lleno de sentimientos y temores. ¿Qué opinan ustedes? ¡Esperaré sus palabras!


Publicación: 29/09/2013

Corrección 1: 18/04/2014