DISCLAIMER: Los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto / Shonen Jump / TV Tokio etc.

Historia INSPIRADA Y ADAPTADA del filme "Teen Wolf" y la respectiva serie animada de 1985. Sin embargo este fanfic esta ubicado en la actualidad (si, 2013 - 2014 mas o menos)

Disfrutad la lectura!

TEEN WOLF

CAPÍTULO 1

EXTRAÑO E INUSUAL AGOSTO

El calor vespertino de agosto acrecentaba más, casi con un sofocante vapor, pese a que el auto supuraba el aire acondicionado a su máxima potencia.

Sakura Haruno que aún no las tenía todas consigo respecto a aquel traslado a Konohagakure desde Iwagakure, de donde no se había movido en toda su vida, se había sumido en un silencio apesadumbrado y cortante. Ahora el calor, sumado con el frustrante hecho de tener que olvidarse de sus amistades en Iwa y empezar de nuevo en una escuela extraña, no pudieron más que abatir el poco ánimo que le quedaba.

Y para colmo, el último par de baterías acababa de morir en cumplimiento del deber, dejando mudo el walkman y en el olvido la última estación que había estado sintonizando.

Pero entonces doblaron el último recodo, y allí estaba la casa, que hasta aquel momento sólo su padre había visto. Una vez consiguió la plaza en la constructora central de Konoha, hizo un viaje en avión, para visitar cada una de las siete viviendas seleccionadas por fotografía, y se quedó con ésta: una vieja casona (debidamente remozada y aislada: el coste de la calefacción era una buena carga, pero el consumo podía considerarse razonable), con tres grandes habitaciones en la planta baja y cuatro en el piso y un espacioso cobertizo en el que, con el tiempo, podían hacerse más habitaciones: todo ello, rodeado por un manto de césped, verde y jugoso incluso con el calor de agosto.

Detrás de la casa había una gran explanada y, más allá, el bosque que parecía no acabar nunca.

Sakura se irguió en el asiento.

—¿Es ésta...?

—Esta es. —Kizashi Haruno estaba intranquilo; mejor dicho, estaba preocupado. Bueno, en realidad se sentía francamente angustiado. Por aquella casa había hipotecado él doce años de su vida. —¿Qué les parece?

—Me parece preciosa —dijo su esposa. Y a él se le quitó un peso de encima. Mebuki era sincera; se le notaba por su forma de mirarla mientras daban la vuelta por el camino asfaltado, y de recorrer con los ojos las ciegas ventanas como si ya pensara en cortinas, forros de armarios y cosas así.

Por el retrovisor, Kizashi veía los ojos verdes de su hija que contemplaba la casa, el césped, el tejado de otra casa que asomaba a lo lejos, hacia la izquierda, y el prado que llegaba hasta el bosque.

—¿Y bien, mi pequeña cereza, que opinas?

Sakura se alzo de hombros, un poco menos hastiada, más entretenida escrutando el paisaje que rodeaba la casa.

—Bueno… al menos hay más espacio que en Iwa. –repuso casi en un suspiro.

Y en parte, en gran parte, era un suspiro aliviado y cómodo. A diferencia del anterior apartamento en Iwa, rodeado de casas, tiendas y el apabullante tráfico citadino, el cambio de aire parecía ser del agrado de la pelirrosa.

Su padre detuvo el coche delante del cobertizo y quitó el contacto.

El motor crepitó suavemente. Y así fue como los Haruno llegaron a Konoha.

Kizashi había guardado las llaves meticulosamente (él era hombre ordenado y metódico) en un sobre de papel manila en el que había escrito: "Casa de Konoha - llaves recibidas el 29 de junio", y las puso en la guantera del coche. Estaba completamente seguro. Y ahora las llaves no aparecían.

Mientras él las buscaba, con cierta impaciencia y su poco de ansiedad, Sakura bajó para estirar las piernas. Se despojó del lívido suéter y echó a andar hasta el árbol que había en el prado. Mebiki estaba mirando debajo de los asientos por tercera vez cuando su hija dio un grito.

Una sombra, oscura y demasiado grande como para ser de un gato o perro, se escabulló entre los matorrales altos que daban hacia el bosque. Sakura simplemente gritó por impulso, quedándose inmóvil.

—¿Y ahora qué pasa? –resolló su madre.

Sakura, pálida y sin moverse sólo señaló hacia el frente, en dirección a los matorrales.

—¡Hay algo allá! ¡Lo vi hace un momento! ¡Pudo haber sido un puma o un gato montés o…!

—Sakura, aquí no hay…

—…¿gatos monteses? –resolló una voz femenina a espaldas de Sakura y su madre.—No lo creo, pequeña… aquí no hay animales salvajes desde hace mucho tiempo.

Sakura volvió la cabeza y vio a una mujer de mediana edad, cabellos negros como ala de cuervo y un rostro calmado y afable. Les vio llegar desde el otro lado de la calle, y venía a ver si podía ayudar en algo, porque le pareció que estaban "un poco agobiados", para usar su expresión.

Su madre esbozó una sonrisa amplia.

—¿Mikoto? –enarcó más la voz—¡Mi-chan! ¡Mira nada más, pero si no has cambiado nada!

—¿Se… conocen? –inquirió Sakura, mirando a su madre y a la "desconocida" mujer reír como si fuesen jovencitas.

—Je je je… si, desde la preparatoria –argumentó su madre. Volvió a dirigirse a la otra mujer—Mi-chan, esta es mi hija, Sakura.

La pelirrosa asintió por cortesía.

—Vaya que ha crecido –Mikoto sonrió amablemente y a Sakura le gustó esa sonrisa, muy diferente de los gestos hipócritas de mucha gente de Iwa—Supongo que tendrás ya unos… quince años…

—Cumplo los dieciséis el veintiocho de este mes –repuso Sakura.

La sonrisa de la mujer no se esfumó.

—La misma edad que mi hijo, bueno, el menor… —su tono se tornó un poco serio—…a quien por cierto estaba buscando –volvió su vista hacia la barrera de árboles que despuntaban hacia detrás de la casa de los Haruno—…casi siempre se pasa el rato en el bosque.

De pronto, sonó un fuerte bocinazo, un motor aminorando revoluciones y en el camino interior que conducía a la casa apareció, bamboleándose, el camión azul de las mudanzas.

—¡Rayos! —exclamó Kizashi—. Y las llaves que no aparecen.

—No se apure —dijo la mujer de cabellos negros—. Yo tengo un juego. Me lo dio el matrimonio que vivía antes aquí. Oh, hace ya mucho tiempo, por lo menos cinco o séis años. Ahora mismo se las traigo. Al fin y al cabo, son suyas.

Se oyeron chasquidos de puertas y los hombres de la mudanza que habían saltado del camión se acercaban a ellos.

Cuando Mikoto Uchiha volvió con las llaves, Kizashi ya había encontrado las suyas. El sobre se había introducido detrás del salpicadero por una rendija que quedaba en lo alto de la guantera. Lo sacó y abrió la puerta a los encargados de la mudanza. Mikoto le entregó el otro juego, que estaba mate y áspero al tacto. Kizashi le dio las gracias y se lo guardó en el bolsillo con aire distraído, mientras observaba a los hombres que entraban en la casa con las cajas, cómodas, mesitas y demás enseres acumulados en casi veinte años de matrimonio.

A las siete, los de las mudanzas se habían marchado ya.

Sakura se había atrincherado en una de las habitaciones que daban hacia el patio. Un enorme ventanal surcaba el frente y permitía una peculiar panorámica del bosque, además estaba bastante fresco, a pesar de que debido a la apretujada mudanza, iba a terminar durmiendo sobre un colchón puesto en el suelo, con una montaña de cajas a los pies: sus libros, ropa y sabe Dios cuántas cosas más.

Antes de siquiera tumbarse a descansar, había recorrido la casa de arriba abajo, tratando de localizar dónde su madre había mandado colocar cada cosa, y haciéndola cambiar todo de sitio. Cuando se sentó en el recién desempacado comedor para la cena, pasaban ya de las nueve.

—Iré a casa de Mikoto por una taza de té –comentó su madre, dirigiéndose a Sakura—¿quieres venir?

Ella titubeó con cierto recelo. Conocía la intención en parte… ¿no había dicho aquella mujer que tenia un hijo de su misma edad? Bueno, sea como fuere, no estaba de ánimos para socializar. Negó con un bostezo, no sin antes echar una mirada desconfiada al exterior.

Ya había anochecido por completo y la brisa filtrándose entre los árboles hacían un susurro un tanto sobrecogedor.

—Sakura-chan, ¿ocurre algo? –inquirió su padre, sacándola de su ensimismamiento.

—No...—musitó Sakura— …sólo que las casas extrañas me dan escalofríos.

—Pronto dejará de ser una casa extraña —resolló su padre, sin importancia.

0—0—0—0—

Las dos semanas siguientes fueron de mucho ajetreo para la familia. Y, mientras Kizashi Haruno se familiarizaba con su labor de jefe de contratistas, su esposa hacía lo propio con su nueva vivienda. El té nocturno en casa de los Uchiha se había convertido en un hábito para los Haruno… a excepción de Sakura quien prefería quedarse en casa.

Y en aquellas dos semanas, aún no había visto ni por error a alguno de los otros miembros de la familia Uchiha. Sabia (por los cotilleos de su madre) que el esposo de Mikoto Uchiha, Fugaku trabajaba como guardia forestal en la reserva de Konohagakure desde hacía casi ocho años, tenían dos hijos, uno mayor que trabajaba con su padre como asistente de guardabosques a medio turno y un chico que tenía su misma edad… de los cuales solo había visto de reojo al mayor.

Lo más seguro es que al susodicho muchacho lo viese hasta el inicio de clases, o al menos eso suponía ella, tras aquella tarde en la que fue a matricularse al instituto; Konoha Gakuen, un edificio de lo más normal y mustio, a comparación de las pretenciosas escuelas de Iwa.

Esa misma tarde conoció a Ino Yamanaka, una chica muy agradable aunque algo pretenciosa. En parte le agradaba la idea de que fuesen compañeras de curso, pese al efusivo carácter de la rubia, con quien siguió contactando un par de veces, para las usuales visitas a las escasas tiendas de ropa del centro. Ya a casi una semana previa al inicio de clases, las dos chicas sellaron su amistad intercambiando discos, álbumes y revistas de moda como los chicos intercambian cromos de béisbol.

La tarde de ese viernes, en particular, Sakura regresó levemente más tarde de lo usual. Tomó con cautela el cerrojo de la puerta, teniendo cuidado de no hacer ruido… claro, para encontrarse el resto de la casa vacía.

"Bien, probablemente mamá esta otra vez con Mikoto-san… ", pensó la pelirrosa con cierto alivió, mientras iba distraídamente hacia la cocina, encendiendo la luz y tomando inconscientemente un trozo de carne seca del refrigerador.

Por la ventana entraban los oblicuos rayos de la cálida luna creciente. Al llegar al rellano, Sakura se detuvo, cuando el portón que daba al frente de la casa comenzó a golpear contra el marco a causa del viento. Salió, con la intención de cerrarlo…

—¡Aaah…!

…y entonces lo vió.

Sólo era una mera sombra en medio de la creciente noche y cerca estuvo ella de volver a gritar pensando que se trataría de algún animalejo proveniente del bosque… hasta que el faro iluminado del balcón le dio en el rostro.

—Tsk… ¿porqué tanto escándalo? –dijo la sombra emergiendo de entre los matorrales y quedándose bajo el faro de la luz tenue.

Un muchacho, alto, de cabellos negros ébano y ojos igual de oscuros, como una noche sin estrellas. Cabellos ralos, cortados desprolijamente hacia atrás como el plumaje de un ave de rapiña. Llevaba una sudadera de cuello alto y jeans desgarbadamente desteñidos. Había hierbajos y maleza entre sus zapatos deportivos, casi tan grises como la sudadera. Sus intensos ojos se clavaron en la joven, desde los rosados cabellos hasta los pies calzados con sandalias de piso.

A Sakura le parecio que el aliento se le cortaba.

—Tu… ¿Tu eres…?

—Sasuke –respondió él sin más afán de conversación. Pasó de largo de la pelirrosa.

Ésta solo se alzó de hombros, aun contrariada. Esbozó una sonrisa nerviosa.

—Yo… yo soy Sakura y…

—Ya lo sé. –fue su última premisa, antes de darle la espalda y dirigirse a su casa.

Sus ojos centellearon levemente, como la mirada que sostiene un depredador.

Y se fue, con el mismo aire diletante de un espectro en una lóbrega neblina.

0—0—0—

La solvencia de la noche caía y ella se sentía presa de aquella ofuscada oscuridad.

Corría. Sabía que lo hacía porque sus pies se movían…y sentía que se movía, sin llegar a ningún lugar.

Tierra no pisaba, barro tampoco. La textura irregular era perceptible pero no podía siquiera atinar a lo que era. Un escozor extraño abatía sus brazos y piernas.

¿Y porqué corría? ¿Estaba huyendo?...y esa cosa blanca en el horizonte…

¿Era una cerca? ¿Dónde demonios estaba?

—¡Sakura!

Alguien llamaba a sus espaldas. Se giró pero no había nada salvo la abrupta negrura de todo aquello. Uno de sus pies se enganchó con algo, y creyó tropezar y caer. ¿Qué estaba haciendo en medio de un bosque?

—¡Saaakura!

Y de nuevo no podía avistar de dónde provenía la voz. Se había detenido, pero ahora parecía que el entorno era el que se movía. Hacia un lado y hacia otro.

Corriendo.

Izquierda. Derecha.

Corriendo más y más.

Izquierda y derecha hasta que…

Hasta que despertó.

—¡Sakura Haruno! –reiteró aquella voz elevándose más, mientras un intenso halo de luz matinal le dio de lleno en el rostro.

La joven sintió el mullido colchón y la sábana enredada por completo entre sus piernas, y el subconsciente pudo haberle interpretado esa peculiar sensación como ese vago tropiezo. Hundió de nuevo el rostro en la almohada y se acomodó como pudo la cobija hasta el rostro. La luz era insoportable.

—¡Sakura!

Una mano le movió suavemente el hombro. Ella ahogó un bostezo, entreabriendo un ojo y notando la silueta de su madre frente a ella.

—¿Ah?

—Ya es hora —Mebuki Haruno jaló la sábana... con todo y Sakura aun enredada en ella. —¡Llevo casi una hora gritándote! ¡Levántate o se te hará tarde para el primer día de clases!

—…voy…

—El desayuno ya está listo.

Sakura espetó un gruñido corto como respuesta. El ruido de la persiana al abrirse y la totalidad de la luz filtrándose por la ventana fue suficiente como para volverle enteramente a la realidad. Vio a su madre salir de la habitación, mientras Sakura se despabilaba aun estando tumbada sobre las revueltas sábanas y con el cuello de la blusa del pijama levemente empapado de sudor.

La imagen del extraño sueño parecía desvanecerse poco a poco entre el sopor y la somnolencia, pese a ser una imagen repetida; el suceso era el mismo a las otras tres noches anteriores.

Al fin y al cabo era un sueño y nada más. El que se repitiera sólo podía deberse a que su mente no tenía mejores asuntos en que pensar.

No ahondó en ello ni siquiera en el instante en que bajó al comedor, denotando el sutil aroma proveniente de la cocina.

Se despojó por fin del calor de la cama. El escozor, aquella difusa sensación que había sentido en el sueño, volvió a punzarle en los antebrazos y en el cuello. Delante del espejo del cuarto de baño se escudriñó al detalle.

Nada. Absolutamente nada anormal; ni un enrojecimiento o muesca alguna. Nada tampoco en su fisionomía, que no iba más allá de la que tendría cualquier muchacha a punto cumplir los dieciséis años en un par de días.

Figura delgada, piel blanca ... y lo que era su lamento personal debido al tamaño de sus pechos.

Terminó de vestirse, enfundándose los zapatos y bajando al comedor.

El aroma vaporoso del tocino rebosado y el pastel de carne le dio de lleno en las fosas nasales.

—Te ves cansada... —observó su madre, terminando de servirle el vaso con jugo de naranja.—¿Has estado desvelándote?

—No.—Sakura miró el plato del desayuno; tres panes tostados con algo de mantequilla, unas rodajas de tocino y un huevo frito. Tomó un bocado al inicio y el hambre matinal se ocupó de desaparecer el desgano. El escozor afloró de nuevo en el antebrazo, pasándose una mano por reflejo—…sólo esta extraña comezón que…

Apenas y alzó la mirada, se encontró con el semblante de su madre; exáminándola minuciosamente y con una mano sobre su frente.

—No tienes fiebre, ¿Te duele la cabeza?

—Má…, estoy bie…—la afirmación de la contrariada pelirrosa se cortó bajo el emergente timbre de su teléfono móvil. Vibrando desde el interior de la mochila, lo tomó y en cuanto abrió la carcasa el intento de llamada se detuvo.

Y vio el rostro del responsable de la llamada asomándose descaradamente por entre el marco entreabierto de la ventana.

—¡Frentesota! –sonrió alegremente aquella muchacha de largos cabellos rubios y ojos azules, luego pasó su mirada hacia la señora Haruno.—Oh, buenos días, Mebuki-san.

—Buenos días, Ino-chan. ¿Quieres desayunar algo?

—Gracias señora, pero esta vez me acordé de comer algo antes de salir—respondió la chica rubia—Ne, vámonos, Sakura. No quiero que me manden a los últimos lugares del salón.

Sakura asintió con un monosílabo apresurado; el mismo con el que se despidió de su madre. Tomó la mochila, echándosela al hombro por un tirante y salió acompañando a la escandalosa Ino Yamanaka.

Mebuki Haruno se había quedado mirando hacia el exterior que daba de la ventana de la cocina mientras lavaba la loza, en un aire meditabundo y personal. El cielo podría seguir de aquel tranquilizador tono azul y la pasividad del hogar a media mañana continuar sin mermarse pero aun así, aquella peculiar idea que le atizaba desde semanas atrás se negaba a apartarse del todo.

Un mero presentimiento. ¿Una premonición quizás?

Sea lo que fuese como respuesta, se desvaneció en su mente, mientras miraba distraídamente la fecha señalada en el calendario de pared.

El veintisiete de agosto permanecía señalado con un discreto círculo en tiza roja, y bajo éste, en letras de molde aun más pequeñas que la fecha, un simple y corto enunciado:

Luna llena.