¿Y ahora, qué?

Perlas de agua salada nacían de su cuero cabelludo, recorrían su rostro hacia la barbilla, descendían vertiginosamente su cuello, perfilaban sus pequeños pechos salpicados de pecas morenas, yermos, casi masculinos, con pezones tan escuetos que malamente servían para garantizarle el agarre a un niño hambriento.

¿Y ahora, qué?

Solían decir que en el espejo se reflejaba todo aquello que una persona ocultaba. Su alma. Sus más profundos secretos y temores. Sus inseguridades, sus pensamientos. Su verdadero yo.

¿Qué es lo que mostraba aquel espejo? ¿El monstruo que tenía dentro?

Se soltó el cabello del amarre de su coleta, dejando que una media melena color del cobre cayese cual cascada por sus hombros y cuello, acariciando sus poros sobreexcitados. Ella no podía ver a nadie más en la refracción de la luz que aquella faceta que ante todo debía ocultar.

¿Eso la hacía una traidora?

Que les jodan.

¿Y por qué sin embargo tenía tanta... congoja?

Tomó la navaja que llevaba siempre escondida en su uniforme entre sus largos dedos teñidos de piel morena y la posicionó bajo su pecho izquierdo. Apretó con mesura y, con la precisión que un escribano de límpida caligrafía china traza las líneas de los caracteres con su pincel impregnado de tinta, deslizó el filo por el contorno, notando cómo cada latido de su corazón se tornaba doloroso y ardía bajo la piel. Bastaron un par de gotas para apuñalar su vientre de lágrimas carmesí.

Solo el dolor le hacía sentir que seguía consciente.

Al fin y al cabo, ¿qué ganaba fingiendo? Solo que pasasen los días.

De la herida comenzó a surgir un humo blanco que lentamente aproximaba ambos extremos de epidermis y la sellaba, borrando completamente todo rastro de autolesión. Podría sesgarse la femoral que, si su cuerpo aguantaba la masiva cascada de sangre perdida, en cuestión de minutos sería como si nada hubiese pasado.

Eso era ella. Un fantasma que no dejaba huella de su paso en la faz de la tierra. Que siempre se mantenía apartada, quizás soltando un par de palabras tajantes, mas sin resaltar demasiado.

¿Es que acaso tenía miedo de inmiscuirse en algún tipo de relación? ¿En terminar involucrada?

¿En enamorarse?

-Ah, estabas aquí. Me preocupé al no verte en la cama.

No. A que alguien descubriese lo que solo ella y el espejo sabían. Su sucio secretito.

La dulce y melódica voz que emergió tras su espalda la hizo estremecerse. Orientó de nuevo la mirada hacia su reflejo, pero esta vez no estaba solo. La redondeada figura de una muchacha de melena rubia entornó sus brazos alrededor de sus caderas, afianzándolas cerca de ella.

Juntas semejaban el sol y la noche. Su piel era tan blanca que resaltaba cada ínfima vena en su piel. Sus pechos eran orbes que señalizaban cada camino de sangre hacia su corazón, amparados por un pezón grande, rosáceo y suave. Su vientre era blando y un tanto abultado, bastante distante del abdomen plano y duro de la joven morena, mas no por no hacer ejercicio, sino meramente por constitución. Sus ojos grandes, ventanas sinceras, de un color azul translúcido. Labios gruesos, cuello de cisne, cuerpo de belleza renacentista.

¿Quién podía evitar el hechizo de amarla?

-Ymir.-la pronunciación de su nombre la hizo volver a vibrar y desviar hacia ella su mirada color café.-¿Para qué necesitas esa navaja?

-Quería recortarme el vello.-mintió, desviando la mirada hacia su sexo bastante poblado de mechones negros rizados.-Aunque pensándolo bien, me da pereza.

¿Para qué iba a decirle la verdad? ¿Para ver lágrimas en su miradita de muñeca?

-Recortártelo con una navaja. Qué bruta eres. Podrías usar una tijera como hace la gente normal.-soltó una carcajada, poniéndose de puntillas para besarle la mejilla.

-Bah.

-Además a mí me gusta cómo lo tienes. Tiene su puntillo.

Los labios de Ymir se arquearon solamente de un extremo hacia arriba, esbozando una sonrisa pícara que no tardó en extinguirse.

-Oye. ¿Alguna vez sentiste que hay algo que no puedes contar, pero que te es sumamente difícil guardar dentro?

La rubia se encogió de hombros grácilmente.

-Todos tenemos secretos.

-¿Incluso tú?

-Claro. No porque Sasha me haya llamado"diosa" debes creer que no soy humana.

Ahora una sonrisa un tanto más amplia hizo su aparición.

-¿Me contarías tu secreto, Christa?

-Me gustaría evitarlo, por algo es un secreto.

La cogió de la mano, intentando ir arrastrándola hacia la cama. Hacía frío sin el cuerpo cálido de la morena descansando a su lado, abrazándola posesivamente.

-¿Y tú, Ymir?

-¿Yo qué?

-¿Me lo contarías?

Dirigió una última mirada al espejo antes de sentenciar:

-Espero sinceramente no tener que hacerlo.