Sus botas salpicaban el agua de los charcos por los que pasaba. La lluvia, siempre constante en su casa, golpeteaba rítmicamente el paraguas negro que sostenía sobre su cabeza. Suaves maldiciones se disolvían en cuanto las pronunciaba, perdiéndose en la fría brisa londinense. Arthur estaba molesto, muy molesto. Después de otra discusión con el francés en la sala de reuniones, él había salido furioso del lugar. Esta vez, la discusión había sido tan dolorosa y personal que casi había estallado ahí. Si el americano no hubiera intervenido, se habría lanzado sobre el galo y le hubiera tirado los dientes a golpes.

Abrió el cerrojo se la puerta principal de su casa y entró. Se quitó la mojada gabardina y caminó hacia el sótano, esto no se quedaría así. Esta vez, el wine bastard había rebasado la línea y ahora él se vengaría. Iba pensando en diferentes venganzas con forme encendía las velas del círculo mágico dibujado en el suelo. Lo convertiría en una rana gorda y verde pues siempre le decía frog y ahora se lo diría en serio. La idea del francés transformado en una rana lo hizo sonreír maléficamente así que tomó su libro de hechizos. Su magia era la mejor del mundo… o eso pensaba él porque siempre cometía errores y terminaba invocando a Iván.

-Please, no more Russia… Please, no more Russia…-murmuró antes de comenzar con el conjuro. El círculo brilló, todo iba en orden, no había rastro del ruso en él por lo que, muy entusiasmado, siguió con el hechizo. En cuanto terminó de pronunciar las palabras mágicas, se escuchó un fuerte estallido y una luz lo cegó. Algo había salido mal… ¿o no?

-Bloody hell…-maldijo cerrando los ojos cuando de pronto, la luz comenzó a descender permitiéndole abrirlos. Y lo que vio, lo dejó en shock.

Se encontraba frente a una casa muy antigua. La reconocía pues él mismo la había construido hacía muchos años pero parecía recién terminada. Movió una mano para tocar la perilla de la puerta principal como si quisiera comprobar que todo era real. Tomó el picaporte y lo giró, entrando a la casa. Un olor familiar lo golpeó, era una mezcla entre scones recién horneados, té y… ¿talco para bebé? No… no era posible…

Con el corazón latiendo sin piedad contra sus costillas, subió corriendo las escaleras cuyas tablas rechinaron bajo sus pies. Habían pasado casi 400 años desde que había escuchado ese sonido. Una vez en el piso superior, siguió corriendo hacia una habitación al final del pasillo. La puerta estaba pintada de un suave tono azul con un nombre escrito con su pulcra caligrafía.

Conteniendo la respiración, abrió la puerta y sintió que su corazón estallaba de la impresión. Ahí estaba él, dormido profundamente en una cuna que había mandado hacer en 1606. Su cabellito rubio enmarcaba su carita redonda mientras su curioso mechoncito se elevaba hacia el cielo. Vestía un sencillo mameluco rojo y chupaba suavemente su diminuto pulgar.

La cabeza le dio vueltas al británico que se recargó en la puerta buscando soporte. Había hecho algo que jamás pensó que lograría. Quizás se debía a que, por su entusiasmo, había utilizado mucha más magia que la de costumbre. Solo eso explicaba que el hecho de que él hubiera regresado en el tiempo y ahora se encontrara contemplando a Nueva Inglaterra, a su pequeña colonia…a su Alfie…

Sin poder aguantarlo más, entró de lleno en la habitación, las piernas le temblaban de emoción y sus manos cosquilleaban buscando a ese bebé que tanto había extrañado acunar. Cargó al menor conteniendo la respiración, esperando que ese momento mágico no fuera un sueño, que la realidad no lo golpeara cruelmente al despertar.

Y sin embargo… nada pasó…

Nueva Inglaterra se quejó suavemente cuando lo alejó de la cuna pero rápidamente se acomodó en los brazos del británico, los cuales parecían diseñados solo para él. Una manita pequeña se aferró a la corbata del mayor, robándole el aliento. Era real… todo era real…

Arthur Kirkland había logrado regresar al pasado, a uno donde él era la mayor potencia mundial, un pasado en el que su flota era temida en los siete mares y uno en el que Estados Unidos de América no existía como nación…

-United States…-murmuró el ojiverde dirigiéndole otra mirada a Alfred que apretó la corbata ajena con más fuerza. Inglaterra tenía en sus brazos a futuro representante de la nación más poderosa del mundo... y pronto surgió una idea en su mente…

Él podía cambiar el futuro, sabía lo que iba a pasar y como iba a pasar, sería muy sencillo evitar la independencia del ojiazul. Una sonrisa más amplia apareció en la boca del inglés mientras apretaba tiernamente al menor contra su pecho.

-No te independizarás de mí, Alfie…-murmuró de manera posesiva- No esta vez…

Como si sintiera el peligro en el que se hallaba, Alfred comenzó a removerse incómodo en los brazos del europeo. Estaba teniendo una pesadilla. De haber sido mayor, se hubiera dado cuenta de que su futuro acababa de ser despedazado por una pequeña frase.

-No llores, Alfie…-Arthur lo arrulló suavemente al verlo llorar- Ahora estás conmigo de nuevo y no pienso dejarte ir…

Nueva Inglaterra abrió los ojos lentamente y miró al británico que estuvo a punto de estallar de felicidad. El ojiverde sonrió ampliamente y el menor le sonrió de regreso, cerrando el pacto.

De pronto el estómago del menor gruñó por lo que Inglaterra lo arropó bien y salió de la habitación para dirigirse al piso inferior donde rápidamente colocó al ojiazul en una silla alta y le preparó scones y avena. Mientras lo alimentaba comenzó a pensar en las medidas que tomaría para evitar que Alfred se independizara.

La primera sería esconderlo celosamente como hizo el spaniard con Nueva España. Debía evitar a toda costa que otros países tuvieran contacto con él y le dieran las ideas de la Ilustración. Eso fue fácil de resolver cuando hizo un anuncio mundial diciendo que cualquier acercamiento a Nueva Inglaterra sería considerado una declaración de guerra para Reino Unido.

Esta resolución desconcertó a muchas naciones, algunas siguieron el consejo y no se acercaron a América, pero Francia y España buscaban ampliar los horizontes de sus propias colonias por lo que comenzaron a pensar en cómo vencer al británico.

Arthur no dejaba solo al ojiazul en ningún momento, lo había extrañado tanto que se la pasaba abrazándolo y besando sus redondas mejillas. Se había cambiado de ropa por una más acorde con la época, eligiendo su antigua ropa pirata. Diariamente se dirigía al muelle cercano para verificar el embarco y desembarco de mercancía. El pequeño Alfred daba saltitos de emoción en los brazos del pirata. Le encantaba ver las embarcaciones navegar en el mar de un lado al otro.

-¡Shippy!-exclamó el menor señalando uno de los barcos que estaba pintado de rojo. Arthur suspiró de orgullo al volver a ver su fiel barco, "The Phoenix". Con él había logrado tantas hazañas, entre ellas, la destrucción de la "Armada Invencible" española. El ojiverde se puso algo triste al recordar que en su futuro, el navío había terminado en el fondo del mar después de una fuerte batalla contra el holandés¡Shippy! ¡Barquito!

-Es más que un barquito, Alfie-le dijo el pirata caminando hacia el navío. Sus botas sonaban con fuerza y autoridad en el muelle, hacía tanto que no se sentía tan poderoso- Este barco es uno de los más rápidos del océano y con él, destruí los barquitos de Carriedo…-terminó con una sonrisa burlona al recordarlo.

Con el conocimiento del futuro en sus manos, Inglaterra sería la nación más poderosa del mundo desde ahora y para siempre…


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