N/A: Bueno, la verdad hace rato que no subia un capitulo nuevo en este fics, más por falta de ideas que otra cosa. Ahora se me ocurrió esto, ojala les guste...

¡Leer y disfrutar!


Capitulo 4:


El sol, escondiéndose entre los picos altos de las montañas del norte, dejaba escapar sus últimos rayos de calor, logrando que poco a poco un manto negro envolviera el bosque profundo. Los sonidos nocturnos poco se hacían esperar y el viento provocaba que las hojas de los árboles se movieran a un son violento. A pesar de no haber nubes en el cielo carmesí, poco a poco se hacia notar el color negro y gris. Auras demoniacas se apoderaban del lugar.

Unos pasos rápidos, provenientes desde las ramas y otros desde los suelos, cortaban toda clase de sonido proveniente de animales salvajes saliendo de sus refugios para cazar en la "tranquilidad" de la noche.

—¿Aun no, Inuyasha? —dijo la voz preocupada de Sango, quien no montaba en Kirara.

La gata demoniaca de dos colas se había quedado en la aldea para cuidar de sus dos hijos, Mika y Daisuke.

—No, nada —gruño en impotencia el hanyou, logrando preocupar más a todos.

No había sido más de medio día cuando un grupo de demonios habían atacado la aldea, creyendo que aun la Perla de Shikon se encontraba en este mundo y que Kagome hacia de guardiana de ella.

Habían sido demasiados, sin exagerar. La batalla no había sido dura pero si agotadora, hasta tal extremo de haber descuidado a sus hijos; Inuko y Maka. Todavía Inuyasha seguía culpándose la desaparición de su cachorro y la hija de Miroku, si tan solo hubiese estado a su lado hubiese podido evitar que el líder de los youkais se los llevara. Sintiéndose impotente ante la desagradable situación, Inuyasha golpeo con fuerza en tronco de un viejo árbol, logrando que este se moviera con cierta violencia y varias de sus secas hojas cayeran al suelo, desparramándose.

Kagome vio a su compañero con tristeza, ella se sentía igual de horrible que él.

—No hay porque desesperarnos, los encontraremos —dijo Miroku, cortando el silencio— Ellos estarán bien, después de todo, son nuestros hijos de quienes hablamos, no se dejaran intimidar fácilmente... —

En la voz del monje había tanta seguridad, cuando en la realidad él temblaba por dentro. Nunca se perdonaría si algo llegaba a pasarle a su hija.


Un aullido ensordecedor provoco un eco sordo en aquella mansión vieja y que parecía ser que el simple soplo del viento lograría echarla abajo. Un demonio barrigón, con el aspecto de un cerdo, bebía feliz de su botella sucia de sake.

—¡Tendremos de cenar a dos suculentos niños, kol kol kol! —rio el youkai.

Un demonio, con aspecto de sapo y una larga cola de mono, se acerco a su jefe portando consigo un trozo de rama seca.

—Pero señor, uno de los chiquillos es un asqueroso hanyou ¿Enserio nos lo comeremos? —pregunto con una voz demasiado aguda como para ser la de un macho.

—Por supuesto que no, Donaino. Ese intento de perro no tiene porque gozar de ser comida de nosotros —el demonio miro con asco al pequeño Inuko, quien se encontraba atado junto a Yuna— Lo venderemos, a pesar de ser un hanyou algo debe valer en el mercado. Seguramente Totho lo querra para su harem, según tengo entendido nunca a tenido un hanyou en su poder... —

El demonio sapo asintió conforme con la conclusión de su amo. Prefería venderle el hanyou a su comerciante más valioso, y a pesar de ser un sucio e infante hibrido, sabia que la perversidad de Totho no tenia limitaciones. Sin dudas el hibrido hubiese preferido la muerte cuando cayera en manos del depravado demonio.

—Oh, mi señor Cai-Cai, usted siempre sabe como sacarle el provecho a toda clase de situaciones, hasta cuando se trata de un hanyou. Es usted muy inteligente... —le elogio Donaino, dándole más sake a su jefe.

—Lo se, Donaino, nadie se compara con mi ingenio ¡Kol Kol Kol! —volvió a reir Cai-Cai, sus mejillas rojas demostraba cuan ebrio estaba.

Mientras los demonios seguían con su festín de sake por haber ganado una batalla contra los humanos, Maka se removía entre las cuerdas tratando de liberarse pero le era muy difícil y el que Inuko no hiciera absolutamente nada no ayudaba mucho. La pequeña niña aspirante a taijiya bufo, aun sin darse por vencido, y miro por sobre su hombro. Inuko había estado muy callado también, sabía que estaba herido pero ¿Cuan herido estaba?

—Inuko ¿Todo bien? —se animo a preguntar por lo bajo, tratando de que los youkais no pudiesen oírla.

El pequeño niño hanyou asintió, no volteo a ver a su amiga. Maka estaba preocupada, no quería creer que su mejor amigo se había rendido.

—Inuko... —pero sus intentos por hablarle se detuvieron cuando un demonio gato la tomo de los cabellos para alzarla— ¡Aaah! ¡Suéltame! —chillo furiosa.

Con ello, el peli-plateado volteo a ver a su amiga.

—¡Maldito idiota, déjala! —gruño Inuko, levantándose aun cuando sus pies estuviesen muy lastimados.

El demonio gato frunció el ceño, molesto, por la orden agresiva del infante ¿Qué se creía? El neko youkai soltó a Maka con brusquedad y tomo entre sus garras una de las pequeñas orejas de Inuko, sabia muy bien que ellas eran zonas muy sensibles para los de su especie. Es por eso que no tuvo reparos en lastimarlo y hacerle sangrar, le era tan divertido escuchar los gritos de dolor del inu-hanyou.

—¡No, suéltalo! ¡Basta! —lloriqueo Maka, removiéndose entre las cuerdas que la apresaban para ayudar a su amigo.

Los gritos de la niña humana y los ladridos de dolor de Inuko fueron los que advirtieron a los demás demonios de lo que estaba ocurriendo. Al principio no le habían tomado verdadera importancia, pues ellos disfrutaban del dolor y sufrimiento de sus victimas, pero no querían que el hanyou sufriera algún daño que le rebajara el precio más de lo que ya valía. Si ya siendo un hibrido no le darían muchos yenes, no querían imaginarse lo poco que le darían si al infante le faltaba alguna parte de su cuerpo. Y es que solo por aquello es que el jefe de la banda de demonios detuvo el sufrimiento de Inuko.

—Oh, gato estúpido, deja al niño —gruño Cai-Cai dejando de lado su botella vacía de sake— Ven y tráenos a la niña que ya muero de hambre —dijo con un tono de voz sombrío, dejando ver sus colmillos afilados y una mirada azulada que dejaba temblar a cualquiera.

El demonio gatuno asintió con un deje de miedo y soltó a Inuko, liberándolo de su sufrimiento. El pequeño peliplateado sentía un punzante dolor en toda su cabeza que lo estaba realmente aturdiendo, el dolor era tan fuerte que parecía que no faltaría mucho antes de caer inconsciente.

De lejos podía escuchar los pedidos de auxilio de Maka, sus insultos para con los demonios y sus reclamos para que no la tocasen.

Una fuerte pulsación resonó en su pecho, el dolor de su cuerpo poco a poco menguaba su intensidad. Su mirada se nublaba y sus otros sentidos se incrementaban con velocidad, podía sentir claramente como la sangre corría vertiginosa por sus venas, aumentando rápidamente su ritmo cardiaco. Pero aquello no le molestaba, es más, comenzaba a agradarle que sus sentidos despertaran de aquella manera. Estaban haciendo que el dolor desapareciera, pero sentía como poco a poco su mente se alejaba de la realidad. Un poderoso cansancio le estaba nublando los pensamientos racionales y los gritos de Maka se perdían en una parte de su cabeza ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué de pronto se sentía tan... nublado? De pronto, Inuko ya no supo como mantenerse consiente y se dejo caer en manos de aquello que se apoderaba de todos y cada uno de sus sentidos.

Maka lanzaba golpes con sus pequeños puños y patadas por doquier, estaba desesperada y el ver como los demonios la conducían hacia una hoguera no hacia más que volverla loca y aterrorizada.

Los youkais reían ante sus esfuerzos inútiles y hablaban sobre que parte de su cuerpo cocinado iba a ser para quien.

La pequeña niña taijiya lloraba, marcando sus mejillas rosadas de caminos húmedos y brillosos a causa de las lagrimas que se perdían en su mentón y caían por el ¿De esta manera iba a morir? ¡Kami! No, ella no quería morir de aquella manera tan dolorosa, solo era una niña. No quería morir sin ver una ultima vez a sus padres, a sus hermanos, a sus tíos... No quería morir sabiendo que destino le deparaba a Inuko ¡No! ¡No, no quería morir! ¡No quería! ¡No quería morir!

—¡No, por favor! ¡Se los suplico, déjenme ir! ¡No! —pedía Maka a gritos, hipando entre palabras y casi ahogándose con sus lagrimas.

El miedo y terror que su inocente y pequeño rostro reflejaba hacia reír a todos los demonios presentes, divirtiéndose con el desesperado suplicio de la niña humana por no morir siendo devorada por las llamas de la hoguera.

Maka suplicaba y se retorcía tratando de liberarse de las garras de los demonios, pero nada funcionaba. Y cuando estuvo a punto de morir, cuando su cuerpo estuvo a tan solo centímetros de ser tocado por aquellas avivadas llamas, quedo libre de las garras que ese demonio. Su cuerpo cayo pesadamente al suelo, junto con los restos del youkai.

El suelo rápidamente se baño de sangre al igual que las ropas de Maka, quien veía incrédula como el demonio gato había quedado cortado en pedazos. Su mirada rápidamente viajo al causante de aquella carnicería y se sorprendió gratamente al ver quien fue Inuko el que la libero...

No pudo evitar asustarse al observarlo, no era el Inuko que ella conocía. No.

Este Inuko desprendía ferocidad en su estado más puro. Sus ojos dorados ahora eran invadidos por el color rojo, igual al de la sangre fresca, y su pupila estaba perdida en un mar azul frio y peligroso. Sus colmillos sobresalían por sobre sus labios, eran más grande de lo que comúnmente Inuko dejaba ver y sus garras, cubiertas de sangre espesa, estaban crecidas y su filo era fisiblemente notable.

Maka no pudo evitar temerle a aquella imagen de Inuko, tan salvaje y animal. Casi parecía ser la imagen del señor Sesshomaru cuando se transformaba.

Y ella no fue la excepción. Los demonios de la habitación también habían retrocedido un par de pasos ante aquella imagen tan peligrosa del niño, su porte se veía tan amenazador y asesino. No parecía ser el mismo niño que habían capturado aquella mañana, hasta su energía espiritual se había esfumado por completo.

—M-maldito perr-perrucho... —tembló el jefe de los youkais— ¡¿Porque tu youki parece ser la de un demonio completo?! —

Pero no hubo repuesta alguna más que un gruñido tétrico, Inuko los veía fijamente, como si tuviera tentado a asesinarlos en ese mismo instante.

Solo fue un segundo, un segundo en los que Maka tomo para parpadear y ser testigo de ver como Inuko, de un salto ágil y veloz, atacaba a los demonios presentes.

Inuko, al tener un cuerpo pequeño, le era permitido moverse con más libre movimiento. Podiendo así atacar a los demonios antes de que ellos siquiera intentasen defenderse. Clavaba sus garras, ahora más filosas, en ellos sin ningún tipo de dificultad y desgarraba sus carnes como si fueran de papel. La sangre de ellos le salpicaban la cara y ensuciaba parte de su túnica. Los gritos, gruñidos y alaridos de dolor hacían que se emocionase más y pusiese más énfasis a su matanza para poder seguir escuchándolos.

De un golpe de su puño logro arrancarle la quijada a un demonio y tomo entre sus dientes su garganta, donde de un poderoso tirón la desgarro por completo. El sabor de la sangre invadiendo su boca lo asqueo un poco, el sabor era terriblemente asqueroso, pero podía ignorarlo. Él solo quería seguir matando y usaría todos los métodos que pudiese.

Nuevamente un cuerpo cayo en trozos e Inuko supo que tan solo quedaba un demonio y una cachorra de humano.

Algo en su cabeza, tal vez la parte humana, tal vez la youkai, le decía que no debía de hacerle daño al cachorro de humano. Pero no decía nada del youkai faltante que, al parecer por el olor, era el líder de los demonios que acababa de matar.

Una sonrisa retorcida adorno su infantil rostro, volviéndolo más espeluznante de lo que ya era. Un escalofrío recorrió el cuerpo del youkai, todo su ser desprendía terror y aquello divertía mucho a Inuko. Le gustaba que otros le temieran.

—P-por f-favor, niño... P-prometo que no volveré a llegar a tu aldea... P-or favor, no me mates— dijo Cai-Cai, cayendo de rodillas e inclinando su cabeza frente a Inuko en signo de sumisión.

Aquello impresiono a Maka y creyó, tontamente ella, que Inuko le dejaría ir.

Pero rápidamente la cabeza del demonio quedo, literalmente, aplastada bajo los pies de Inuko. Dejándola a ella con los ojos abiertos de par en par a causa del horror.

Inuko había saltado sobre Cai-Cai, aterrizando sobre su cabeza inclinada con todo el peso de su cuerpo y rompiendo su cráneo contra el suelo. La sangre se salpico varios metros junto con varias sustancias que podían identificarse como lo que fueron los sesos del youkai. Su pelaje había quedado estampado contra el suelo, dejándose ver como una imagen totalmente grotesca.

Maka vomito sin poder soportarlo, llamando la atención de Inuko en un santiamén. Asustada como estaba, se sostuvo el estomago y la garganta para evitar que el desayuno abandonase su cuerpo, pero le fue inevitable. El olor a sangre y a otros fluidos le revolvía el estomago, más después de unos minutos es que pudo parar de vomitar. Su mirada viajo hasta su amigo que no parecía ni cerca en querer asesinarla de forma violenta como lo hiso con los demonios.

Lentamente se levanto de su lugar, estaba cansada y le dolía verdaderamente la cabeza. Pero aun así, se acerco a su amigo a pasos cortos.

—¡No te acerques! —gruño con la voz terriblemente ronca y rasposa.

Maka rápidamente se detuvo, llevándose una mano al pecho, justo donde se encontraba su corazón latiéndole como loco.

Inuko estaba serio, muy serio. No quería que ella se acercase demasiado a él, aun su demonio interno le pedía que siguiese matando y aunque podía identificar a Maka como su amiga, no quería que el demonio se cansase y le pidiese acabar con ella.

De pronto, varios olores llegaron a su olfato. Unos que se le hacían familiar pero que no podía identificar de donde.

La niña taijiya estuvo dispuesta a hablar con Inuko, preguntarle que le estaba sucediendo y porque de pronto su youki había cambiado a ser el de un demonio completo cuando en ese instante entraron sus padres junto a sus tíos. Estaba tan feliz de verlos.

Inuyasha había sentido y olido desde hacia algunos kilómetros a Maka, ya que no podía identificar el de Inuko. Había entrado en pánico y había corrido a todo lo que dieron sus piernas para llegar rápidamente a donde se encontraban los niños. Nunca hubiese pensado que la razón por la que no podía oler la esencia de su hijo fuese porque este se había convertido en un demonio completo. Esta asombrado al igual que los demás.

Kagome al ver a su hijo de esa manera no pudo evitar soltar unas lagrimas. Había estado tan asustada por, había temido tanto perderlo que ahora solo quería estrecharlo entre sus brazos. Hizo un ademán a querer acercársele, pero un gruñido ronco y amenazador de Inuko le hiso detenerse. No, su hijo no la reconocía estando en ese estado.

Rápidamente Inuyasha la puso tras de si, no sabia como iba a reaccionar Inuko. Era mejor estar preparado.

Sin prevenirlo siquiera, Inuko, en un rápido movimiento, se lanzo a por Inuyasha. Con sus afiladas garras en dirección a su pecho y con sus rojos ojos sangre fijo en su persona. Inuyasha pudo esquivarlo a tiempo y salió de aquella cabaña llena de cadáveres siendo seguido por su hijo.

Kagome observo asustada y los siguió con la mirada hasta que estos salieron. Cuando intento seguirlos, Miroku la detuvo.

—Sera mejor que espere, señora Kagome. Inuko estando en el estado que esta, podría lastimarla. Sera mejor que no intervengamos o lo único que haremos será que la culpa que invada a Inuko cuando vuelva en si sea mayor —dijo sabiamente Miroku.

La miko asintió, aun así podía evitar sentirse muy asustada.

Sango abrazo a su hija, besándole la cabeza y prometiéndole que nunca más dejaría que volviese a estar en ese peligro.

—¿Te has hecho daño? ¿Te duele algo, cariño? —pregunto muy asustada la taijiya.

Maka negó casi ausente y sostuvo las manos de su progenitora entre las suyas.

—Inuko me salvo, mamá. Aun estando así él no me hiso nada... Me rescato cuando esos demonios estuvieron a punto de matarme—dijo la niña.

[...]

Inuyasha dio otro salto hacia atrás y esquivo el ataque de Inuko, las garras del niño se clavaron en la tierra dejando un hoyo en ella. El pequeño peliplateado volvió a gruñirle en alto e Inuyasha supo que su hijo ya empezaba a molestarse el que no le atacara ni le devolviera los golpes. Pero no iba a hacerlo, no iba a lastimarlo de ninguna manera. Prefería cortarse ambos brazos antes de hacerle daño a su cachorro.

En un rápido movimiento Inuko logro desgarrar parte de la túnica de su padre y sonrió con un retorcido aire de victoria. Sabia, una voz lejana dentro de si se lo decía, que el aroma que desprendía aquel hanyou le era familiar. Aun así hacia caso omiso a lo que su voz, tal vez humana, le decía y se rendía sin dar pelea a los encantos de su lado demoniaco. Hacia gracia de sus habilidades y presumía el color escarlata que sus garras tenían a causa de su antigua matanza. La sonrisa que adornaba su infantil rostro le prometía a su padre, quien aun no lograba reconocer, un futuro igual.

Inuko gruño y rápidamente arremetió contra Inuyasha, logrando que sus garras se clavaran en la clavícula de este. El hanyou mayor cerro uno de sus ojos antes la molestia y el ardor y se zafo de su hijo, posándose sobre la delgada rama de un árbol que no tardo mucho en romperse y hacer que inevitablemente Inuyasha se posara sobre el suelo. Inuko tomo ventaja de aquello y sus garras nuevamente se incrustaron en su progenitor, más a la altura de su brazo derecho.

El ojidorado alejo a su hijo de un manotazo a su rostro, bien pudo haber sido una bofetada, pero a este no pareció haberle dolido mucho y la mejilla dañada se recuperaría en segundos. Aun sabiendo esto, Inuyasha no pudo evitar sentirse basura al dañar a su hijo.

Inuyasha sabia que debía detenerlo. Inuko estaba cegado por su condición de demonio y no pararía hasta que su sed de sangre se viera satisfecha. Lo sabia de ante mano, pues él tuvo que vivirlo muchas veces en el pasado y había sido Kagome la que siempre le ayudo a volver a la realidad. Ya siendo purificando su alma con un simple abrazo, volviéndole en si con un dulce beso o usando el poder del collar de cuentas...

Y Colmillo de Acero.

La mente de Inuyasa se ilumino al caer en cuenta que gracias a su espada es que también podía mantener a su demonio interno controlado ¿Cómo es que no había reparado en ello antes? Si que era un tarado.

Tras nuevamente esquivar las garras bañadas en sangre de Inuko, Inuyasha soltó de su funda a Colmillo de Acerco y la extendió hacia su cachorro justo en el instante que este se lanzaba a por él.

Cuando el cuerpo del niño tomo contacto con el arma, miles de rayos se soltaron de este en varias direcciones. Lastimando en parte al pobre de Inuko, Colmillo de Acero rechazo el contacto demoniaco de Inuko y lo expulso lejos de si, mandándolo a volar y estrellándolo contra unos árboles metros lejos. Inuyasha había quedado impresionado con el violento resultado de su idea, aun así sabia que había sido necesario. De otra forma no hubiese podido hacer que su cachorro volviera a ser el mismo.

Tal vez la reacción de Colmillo de Acero había sido violenta, pero al acercarse a su cachorro pudo comprobar que no había sido de gran gravedad como se había imaginado en un principio.

Inuko se encontraba inconsciente sobre unos pastizales y su aroma ya no desprendía peligro y su youki había vuelto a ser el de siempre. Tanto sus colmillos como sus garras habían vuelto a su tamaño natural. La espada había vuelto a la normalidad al cachorro y no había rastros de sangre de Inuko, aquello aliviaba enormemente a Inuyasha. Inuko por fin estaba sano y salvo.

[...]

Era la noche del día después del incidente en el que Inuko se había convertido en un demonio completo.

El niño se encontraba a las orillas de riachuelo contemplando la danza uniforme de las luciérnagas sobre el agua, sabia que hubiese disfrutado de aquello si su madre se encontrase con él, pero estaba solo y así quería quedarse. No tenia muchos animos de estar acompañado, no cuando sus padres le habían revelado lo que había hecho el día anterior. Y aunque ellos se esforzasen diciendo que no había sido su culpa, que no había dañado más nada a los youkais que lo habían secuestrado a él y a Maka, Inuko sabia que había atacado a su padre y que el este tuviese la túnica desgarrada había sido toda culpa suya.

Furioso consigo mismo, lanzo una piedra contra el rio, haciendo que el salpicar violento del agua espantaran a las indecencias luciérnagas.

—¿Todo en orden? —dijo una suave voz a sus espalda.

Maka veía preocupada a su mejor amigo. Inuko no le contesto y ella se acerco hasta él y se sentó a su lado. El cachorro de Inuyasha la vio de reojo y volvió rápidamente su vista a un punto perdido del agua.

—Mejor vete Maka, quiero estar solo... —

La niña volteo a verlo con tristeza, aquello molesto verdaderamente a Inuko que no hizo más que apretar sus puños ¡Él no necesitaba la lastima de nadie!

—Pero yo quiero estar contigo... Inuko— le había dicho Maka antes de apoyar suavemente su cabeza en el hombro de su mejor amigo.

Inuko se tenso rápidamente al sentir la calidez de ella, pero al sentir su aroma a canela envolverle se relajo.

Quería estar solo, si. Pero la presencia de Maka a su lado le reconfortaba y le daba paz a su atormentada mente, haciéndole recordar que no le había hecho nada. Que no la había lastimado cuando estuvo bajo la influencia de su lado demoniaco, que aun estando dominado por su sangre youkai la había reconocido. Nunca se hubiese perdonado a si mismo el haberle hecho daño...

Pero allí estaba ella, a su lado. Acompañándolo en ese momento nuevo y difícil para él.

Y se lo agradecía infinitamente, solo deseaba que sus padres y sus tíos no fueran tan entrometidos y dejasen de verlos detrás de los arbustos.

—¡Idiotas, lárguense! —


N/A: Pobre Inuko, pide estar solo y lo único que consigue es que toda su familia estuviese espiándolo ¿Acaso olvidaron que Inuko tiene un olfato igual al de Inuyasha?

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