-Bueno, ya hemos comido, ¿Ahora qué?- le preguntó Iván a Adrián-Oye… ¿Estás bien?-añadió al como el muchacho se había empezado a poner pálido a medida que comía, en medio de el más absoluto de los silencios.

-¿¡Eh!?-contestó el moreno -No, no pasa nada, sólo estoy cansado, no he dormido bien-mintió-¿Qué hora es?

-No lo sé, miralo tú- contestó Iván.

Adrián se giró para mirar la hora en el móvil, ya que se había olvidado su reloj, pero cuando iba a contestar a su amigo se quedó paralizado de terror. El libro, que yacía aparentemente inofensivo a espaldas de Iván, había comenzado de pronto a emitir un brillo sobrenatural, como si María, su hermana, se hubiese dedicado a ponerle purpurina durante horas. Pero no fue sólo eso lo que le espantó. Se había abierto de repente, haciendo que todas sus páginas comenzasen a pasar rápidamente, como si el viento las moviese, además no terminaban nunca de pasar, como si el libro fuese infinito, y unas suaves volutas de humo negro y denso comenzaban a ascender del vértice que formaban las hojas.

-Vale Adri, me vas a contar ahora mismo qué demonios te pasa o… ¿Pero qué miras ahora? ¿Tengo monos en la cara o qué?- el chico siguió la mirada de su compañero hasta detrás de él, donde se encontraba el libro. Al verle, dejó caer las manos, haciendo un ruido sordo cuando el resto de su cuerpo acompañó el movimiento, desmayándose. Adrián salió de su ensimismamiento en ese momento.

-Pues que amigo más valiente me ha tocado. Ya se despertará.

Se levantó e intentó coger el libro, cerrarlo, pero una misteriosa fuerza se lo impedía. Puso todo su empeño en juntar las tapas, y de pronto notó algo, un tirón, que le arrastraba hacia las páginas en movimiento del diario.

-Pero qué…- empezó a decir, mas su cabeza se golpeó contra el interior del libro y, extrañamente, no dio en duro, sino que sintió como si se estuviese sumergiendo en el agua. Poco a poco, se fue introduciendo en aquella densa agua, relajándose y cerrando los ojos, abandonado a aquella maravillosa sensación de flotar.

Cuando todo su cuerpo estuvo dentro de aquel líquido milagroso, cayó. Empezó despacio, como si se estuviese hundiendo más, pero poco a poco la caída incrementó su velocidad y se empezó a asustar. Abrió sus ojos grises de par en par y contempló horrorizado como se iba a estrellar contra un planeta que no reconocía, no era la Tierra, pero a medida que se acercaba, veía ciudades, pueblos, montañas bosques, ríos y mares distintos a los que él había estudiado. Vio dos continentes separados, uno al norte y el siguiente al sur, y asumió que iba a caer en el mar. Se resignó, aterrado, a su muerte, y cuando estaba a unos escasos diez metros de estrellarse contra el agua, algo blanco comenzó a acercarse a él, lo recogió y el muchacho dejó de aguantar la respiración.

Observó a su alrededor, era como si estuviese en una nube, literalmente, sólo que no la atravesaba, tenía la sensación de estar acurrucado en un colchón extremadamente cómodo, todo su cuerpo se relajó, pero de repente volvió a ponerse alerta, al ver que aquella "nube" aterrizaba. Su vehículo comenzó a dirigirse a una velocidad sorprendente hacia una pequeña isla que había aparecido de la nada en medio del inmenso mar verde-azul con el que había estado a punto de estrellarse. De pronto, aminoró su velocidad y aterrizó suavemente sobre la isla, en medio de un montón de árboles. Adrián cerró los ojos y se desmayó.