Este fanfic es parte de los festejos del primer aniversario del Foro I am SHER locked
Notas de la autora: ¿Es un pájaro? ¿Un avión? ¡No! Soy yo, regresando con un two-shots algo… peculiar. Mi primer fic con contenido no-Johnlock dentro del fandom de Sherlock. Espero haber salido con algo decente. Gracias a Lenayuri por ayudarme a decidir muchas cosas, por betearme y darme aliento e ideas. Te quiero, bombón. No me extiendo más: ¡A leer!
Prompt: "Breathplay; No Johnlock" sugerido por Deadloss. Espero que te guste, linda.
Advertencias: 18+SLASH, PWP.
Disclaimer: Los personajes del canon holmesiano pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle y a la BBC. La historia a continuación es de mi autoría. Tomo responsabilidad por ella y no gano ni medio pepino por publicarla.
Aclaraciones: "Textos entre comillas" = Conversaciones telefónicas (llamadas)
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Chantaje
por Maye Malfter
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Parte I
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"¿Es eso realmente lo que quieres? ¿Acaso eres tan obvio?"
"Soy humano, dulzura. Necesito amor de vez en cuando."
"Si necesitas amor, estás buscando en el lugar equivocado."
"Lo sé, lo sé. Tú solo tienes ojos para tu mascota. Sin embargo, sé que sabes perfectamente a lo que me refiero. Ni siquiera tú podrías ser tan santurrón, Sherly."
"No permitiré que me llames así, te lo advierto."
"Aquí el de las advertencias soy yo, Holmes ¿o es que todavía no te quedó claro? Puedo matarlo y ni siquiera te enterarías. Puedo hacerle tanto daño que hasta alguien como él suplicaría la muerte. Y puedo hacerlo en un tronar de dedos. Así qué ¿vas a aceptar o seguirás fingiendo que tienes alguna elección?"
"…"
"Tick tock, corazón. Mi tiempo vale oro."
"Está bien."
"¡Magnífico! Mandaré uno de mis hombres a recogerte en cinco minutos. Ven desarmado y dispuesto. Tengo algunas reglas que quiero que sigas."
"Tengo algunas condiciones que-"
"¡NO! A partir de ahora, soy YO el que da las órdenes. A partir de ahora, tu lindo trasero me pertenece. Así que más te vale cooperar."
"¿Por cuánto tiempo?"
"Hasta que me aburra. O hasta que se congele el infierno. Lo que pase primero."
"Obviamente."
"Eres muy altanero, gatito. Habrá que amaestrarte."
"Dudo que puedas hacerlo."
"Dudo que tengas elección. Te tengo en mis manos y lo sabes, Sherlock, o al menos… Lo sabrás."
...
1) Vendrás a mi cuando te llame. Sin objeciones y sin importar lo que estés haciendo, o a quién se lo estés haciendo.
—Supongo que no importa si estoy en medio de un caso —aventuró el detective.
—Supones bien —confirmó Moriarty.
2) Vendrás lo más rápido posible. Esperarás dónde te lo indique e irás hacia donde se te ordene. Sólo tomarás los transportes que se te concedan, y no tratarás de investigar ni hacia dónde vas ni dónde estás ni cómo puedes salir de allí.
— ¿Debo esperar acaso un carruaje cada vez que el amo requiera mis servicios? —Preguntó Sherlock, imprimiendo desprecio en cada una de sus palabras.
— ¡Oh, por favor! Lee todo el maldito documento y terminemos con esto. Creo que la próxima será tu favorita —una sonrisa sádica surcando su rostro.
3) Cada instante que estés en mi presencia, desde que llegues y hasta que te vayas, deberás comportarte como si no hubiera nada en este mundo que quisieras hacer más que follarme hasta la inconsciencia. Cero insultos o sobrenombres despectivos, a menos que sean necesarios durante el sexo. Cero miradas de odio y/o desprecio. Cero referencias a mis "crímenes". Cero sarcasmos. Cero objeciones a la hora de follar.
—Quieres que me convierta en tu perra —estableció Sherlock, apuntando a la única conclusión posible.
—Básicamente —concedió Moriarty, apoyándose en el respaldo de su silla ejecutiva.
— ¿Y qué pasa si me niego? —preguntó, sabiendo de antemano que no tenía sentido hacerlo.
—Trueno los dedos y tu perrito faldero hace boom —dijo, en un tono casi infantil— ¿No sería lindo llegar a la calle Baker y encontrarlo desparramado por todo el piso?
Un escalofrío recorrió la espina del detective, sabiendo la honestidad en las palabras del psicópata sentado frente a él. Decidió que estaba perdido. Por ahora.
— ¿Quiere comenzar de una vez, Sr. Moriarty? —quiso saber, humillantemente resignado.
—Uhmmm… ¡Nah! —negó el criminal, restándole importancia con un gesto de su mano —Ahora no estoy de humor. Cuando necesite de tus atenciones, lo sabrás. Puedes retirarte —concluyó, apuntando hacia la salida.
Sherlock le dio un asentimiento, mirándolo con desprecio por última vez hasta dentro de quién sabe cuánto tiempo. A partir de ahora tendría que actuar como si en verdad deseara a ese lunático. Más le valía comenzar a preparar su pantomima.
Se levantó de su asiento y se dirigió a la salida. Ya estaba a punto de llegar cuando el criminal le llamó de nuevo, en un tono un par de octavas más bajo que el normal. Sherlock ni siquiera se molestó en girarse para verle.
—Ah, y Sherlock, querido, a partir de ahora no soy Moriarty. Soy Jim.
Sherlock rechinó los dientes y giró el pomo de la puerta, saliendo de esa oficina de una maldita vez.
...
Tus servicios son requeridos, un auto te esperará dos cuadras al este en cinco minutos. Dale mis recuerdos al doctor. —JM
Sherlock leyó el mensaje con rapidez, apenas frunciendo un poco el ceño mientras cerraba el teléfono móvil y lo guardaba en el bolsillo de su pantalón. Se levantó de un salto y tomó su abrigo del perchero.
— ¿Lestrade? —preguntó John, desde el sillón, con la laptop abierta sobre su regazo.
—Mycroft —mintió Sherlock, anudando la bufanda azul sobre su cuello—. Volveré en un par de horas.
—Ajá —asintió John, con la mirada de nuevo fija en la pantalla.
Sherlock le miró una vez más, recordándose por qué hacia esto aún después de varios meses. Por qué se dejaba chantajear de forma descarada por el consultor criminal. Giró sobre sus talones y se dirigió a la calle.
...
—Adelante.
Sherlock empujó un poco la puerta y entró al lugar, registrando cada detalle. Una habitación grande, circular y con iluminación bastante tenue le dio la bienvenida. Las luces dispuestas para ofrecer tonos rojizos y naranjas medianamente oscuros, varios objetos -sin duda de índole sexual- colgando de las paredes. A su derecha una larga mesa de madera coronada con todo tipo de accesorios y juguetes. Al fondo una enorme cama con sábanas blancas, probablemente de seda, y cubierta con un par de doseles. A su izquierda un gran espejo que ocupaba la mayor parte de la pared. Y en medio de toda la escenografía, Jim Moriarty, en una silla, con las piernas cruzadas y un traje de diseñador color gris plomo.
—Hola, Sherly, cariño ¿Me extrañaste? Pensé que ya no vendrías —dijo el criminal, levantándose de un salto para ir al encuentro del detective. Un pequeño puchero en su labio inferior.
—Nos vimos hace un par de días, Jim. Difícilmente me ha dado tiempo de extrañarte —respondió, moviéndose hacia adelante para dar encuentro al otro hombre.
—Un par de días son demasiado tiempo ¿no crees? —replicó Jim, colocando sus manos sobre los brazos del otro y acercándose más— Demasiadas horas sin tenerte dentro de mi —dijo, en un susurro ronco pero bastante audible.
Esta era, sin duda, la peor parte de todas. La parte en la que el desquiciado de Moriarty lo trataba como si Sherlock en verdad fuera su amante, como si estuviera en ese lugar por propia elección. Las habilidades naturales del detective le habían facilitado la tarea de fingir frente a Jim, ya que esconder sus sentimientos y mostrar una máscara moldeada a placer siempre se le había hecho sencillo. Eran las respuestas físicas las que más le costaban, pero afortunadamente también había encontrado un método para eso.
—Pues habrá que hacer algo para recuperar el tiempo perdido —declaró Sherlock, sus ojos fijos en los grandes orbes color café.
—Uy, sí. Habrá que hacer algo. Y rápido —aseguró Jim. Sus manos bajando rápidamente desde los brazos del detective hasta la cinturilla de su pantalón. Tiró de ellos para acercar a Sherlock más a su cuerpo, atacando su boca y tomando el labio inferior del detective entre sus incisivos.
Sherlock cerró los ojos instantáneamente, correspondiendo de manera efusiva. Su mente ubicando esas determinadas imágenes mentales que le permitían fingir deseo por el consultor criminal con bastante facilidad. Una vez encontradas, la libido del detective se activó como un switch, haciéndole gemir dentro del beso. Sus manos, antes rígidas sobre los costados de sus muslos, ahora vagaban por el cuerpo de Jim, arañando su espalda por encima del costoso traje y palpando su camino hasta el pecho del criminal.
Las hábiles manos del detective comenzaron a desabotonar el traje de Jim, sus bocas librando una batalla en la cual ninguno quería ser dominado. Removió la prenda con facilidad, dejándola caer en el piso al tiempo que se ocupaba en desabrochar la camisa. A Jim le gustaban las cosas rápidas y rudas, y eso encajaba perfecto en los planes de Sherlock, pues le permitía terminar sus sesiones de manera expedita. Mientras más rápido le desvistiera, más rápido estaría de regreso en la calle Baker.
Sherlock tiró de la camisa hasta retirarla del cuerpo de Jim, quién soltó una risita por tan rudo movimiento. Abandonó los labios de Jim para atacar su cuello, mordiendo de manera un poco tosca, sabiendo que dejaría marcas visibles que al consultor criminal le encantaba portar. Bajó sus manos hasta los costosos pantalones y los desabrochó, comenzando a descender entre lamidas y mordidas desde el cuello, pasando por las clavículas, el torso y el estómago. Sherlock se arrodilló frente a Jim, sus manos en la cinturilla del pantalón, deslizándolo hacia abajo con indiscutible lujuria, para descubrir que el hombre no llevaba ropa interior. Su erección ya completamente despierta frente al rostro del detective.
Jim se retorció en anticipación, colocando sus manos sobre los suaves rizos del moreno y tirando un poco, para hacer que levantara la mirada. Sherlock le miró y sonrió con lascivia, terminando de desvestirlo, dejándole desnudo ante él.
—Veo que alguien está ansioso hoy —dijo Sherlock, con voz ronca. Su aliento caliente rozando el miembro del criminal.
—Te dije que dos días eran demasiado tiempo —respondió Jim, encogiéndose de hombros, con gesto de niño pequeño.
— ¿Quieres que me ocupe de esto? —preguntó, utilizando sus ojos para señalar la erección frente a él.
—Nah —negó el criminal. Tiró de los rizos negros hacia sí, haciendo que Sherlock se levantara del piso, acercando el rostro del moreno al suyo— No quiero preámbulos. Necesito tu polla dentro de mí ahora mismo.
Jim atacó sus labios de nuevo. Dientes y lenguas por todos lados, arrancando gemidos de ambas partes. Sherlock acunó el rostro de Jim y tomó el control, haciéndole inclinarse hacia atrás para compensar la diferencia de altura. Jim soltó los rizos negros y se dedicó a acariciar la espalda ancha y definida del detective por encima de su traje, imprimiendo presión con sus dedos y bajando desde los hombros hasta el hueco de la cadera, para luego descender completamente y apretar ese trasero respingado y perfecto. Sherlock rompió el beso y sonrió de medio lado, viendo directamente a los ojos café. Esto iría más rápido de lo que había esperado, y eso era perfecto.
—Como prefieras —sentenció, separándose un poco para comenzar a desvestirse de una buena vez.
Tan pronto sus manos soltaron el primer botón de la chaqueta, Jim le propinó un sonoro manotazo. Sherlock le miró, interrogante.
—Nah-ah, sexy. Conserva la ropa —explicó, alejando las manos del detective de sus botones—. Verte de traje me calienta de una manera que ni siquiera te imaginas. Te hace ver… más dominante.
— ¿Quieres que te domine?
—Quiero que sometas, me folles y me hagas rogar piedad hasta desfallecer. Tengo muchas ganas de jugar esta noche.
—Cuidado con lo que deseas, podría hacerse realidad.
—Promesas, promesas.
Esa era la señal, y Sherlock la conocía. Tomó a Jim por la nuca, apretando un poco, lo acercó a su rostro y le besó de manera completamente violenta, mordiendo su labio inferior hasta que el metálico sabor de la sangre llegó a sus papilas. Rompió el beso de manera tan intempestiva como lo había comenzado, un hilo de saliva y sangre entre ambas bocas.
—Te dije —habló, en un tono bajo y erótico— que debías tener cuidado con lo que deseabas.
Sherlock chocó su boca contra la de Jim una vez más, apenas un segundo, para luego separarse y obligarlo a ponerse de rodillas ante él. Jim se dejó someter, una sonrisa lujuriosa en sus labios. Sin esperar las órdenes de Sherlock, se puso en marcha: desató el pasador del cinturón del detective -solo lo necesario-, bajó la bragueta y lo desnudó apenas lo suficiente para liberar su erección y poder tomarla entre una de sus manos. La miró con deseo, como un niño mira un dulce, y luego miró hacia el moreno una vez más.
— ¿Qué quieres que haga ahora? —ronroneó.
—Métela en tu boca y no pares hasta que te lo ordene —Jim sonrió de nuevo, alineó su cabeza con el miembro del detective y lo tomó entero.
Sherlock profirió un gemido ahogado, cerrando los ojos y arqueando el cuello debido a la sensación. Odiaba que esto se sintiera tan bien, pero su cuerpo reaccionaba a los estímulos físicos y no había nada que pudiera hacer para evitarlo -no era como si no lo hubiera intentado. Sin embargo, y dadas las circunstancias, mientras más reacciones físicas presentara de manera automática -gracias a los procesos de su cerebro reptil y sistema límbico- y sin tener que apelar a su conciencia presente, mucho mejor para él y su denigrante charada.
Moriarty comenzó a trabajar el miembro del detective de manera lenta y experta, aplicando presión en los sitios adecuados, evitando el uso de sus dientes y sin escatimar en fluidos. La saliva del criminal se mezclaba con el líquido pre seminal, lubricando cada vez más la erección de Sherlock. Con un rápido escaneo del lugar por parte de moreno, el objetivo de las dedicadas atenciones de Jim con respecto a su pene fue más que evidente. Sherlock decidió dejarse de preámbulos y pasar a la acción, al ser eso lo que Jim en verdad buscaba.
—Suficiente —dijo, con calma. Una mano en el cabello de Jim para impedirle el movimiento—. Levántate.
Jim obedeció, mirándolo con lascivia, con el rastro de sus recientes acciones regado por toda la barbilla y sin que él hiciera nada para retirarlo. La habitación estaba llena de toda clase de juguetes y accesorios, pero Sherlock sabía que las intenciones del consultor criminal no se inclinaban hacia ese lado, al menos no de momento. El detective le guió a la cama con una mano en su pecho hasta que le tuvo en la orilla del colchón y luego le empujó un poco más hasta hacerlo sentarse.
Instantáneamente, Jim se estiró en la cama y alzó las piernas, flexionando las rodillas y apoyando los talones en el borde. Sherlock se posicionó entre ellas, una mano masajeando su húmeda erección, dirigiéndola sin perder demasiado tiempo hasta la entrada del Jim y rozándola con la punta.
—La quieres de una vez, ¿no es cierto? —cuestionó Sherlock, conociendo el gusto de Jim por el lenguaje soez durante sus encuentros.
—Sí —respondió el otro entre jadeos— Te necesito dentro. Necesito que me folles. No quiero esperar más.
— ¿Y qué puedo hacer para ayudarte?
—Dame lo que necesito… La quiero… Dámela... Por favor.
La palabra mágica. Sherlock dejó de lados los juegos y se inclinó hacia adelante, colocándose sobre el criminal pero sin tocarle, con los pies firmemente en el piso y con su erección aún empuñada. Se alineó con el cuerpo de Jim y le penetró de un único movimiento, hundiéndose en esa calidez conocida y atrayente, pero a la vez tan vacía. Jim abrió mucho los ojos y la boca, con un grito ahogado en su garganta y del cual sólo se pudo escuchar un leve gruñido. Sus manos estaban firmemente aferradas a la sábana, y sin perder el tiempo, sus caderas comenzaron a moverse.
Sherlock comenzó a embestir contra Jim de manera lenta y profunda, buscando la próstata del criminal en cada estocada. Sus manos apoyadas en la cama, a cada lado del rostro del otro. Su boca ligeramente abierta para poder respirar por ella, sus ojos fijos en Moriarty y su mente recreando ciertas imágenes que le ayudaban a responder en estos casos. Las piernas de Jim se enroscaron apretadamente en su torso y Sherlock soltó un quejido, la entrada del criminal sintiéndose ahora más estrecha debido al ligero cambio.
— ¡AH, Carajo! ¡Así, Sherlock, así! — profirió Jim, su espalda y cuello arqueados a la vez que lanzaba repetidamente su cabeza contra el colchón.
Sherlock decidió embestir con más fuerza, mientras que las manos del criminal vagaban por sus hombros, clavando las uñas en ellos tan fuerte que el moreno agradeció haber tenido aún la ropa puesta. En determinado momento, Jim pareció perder las fuerzas para asirse a Sherlock, provocando que sus piernas bajaran y que la estrechez en el miembro del moreno se redujera. El detective no podía permitirse disminuir la intensidad del encuentro, por lo que tomó las piernas del criminal consultor ente sus brazos y las subió hasta que los pies de este reposaran sobre sus hombros aún vestidos. Sherlock se inclinó un poco más hacia adelante y comenzó a arremeter marcando un ritmo profundo y vicioso, golpeando la próstata de Jim cada vez con más fuerza.
— ¡Maldición, maldición, MALDICIÓN! —gritaba Jim de manera descontrolada, su cabeza inclinada hacia atrás, ojos cerrados y brazos arriba, sujetando las sábanas de seda como si su vida dependiera de ello.
Los gemidos y alaridos de Moriarty llenaban la habitación, mientras que de Sherlock sólo se escuchaban jadeos y gruñidos amortiguados. Por mucho que el detective fuese capaz de manejar las reacciones de su cuerpo, los sonidos involuntarios eran su némesis. Emitir demasiados sonidos de placer era algo que jamás se permitiría, no en esta situación, no con Jim como espectador.
Exponerse a tal extremo de descontrol como aquel evidenciado por los quejidos sexuales sería como rebajarse aún más ante su condición de víctima de chantaje. Dejar que Moriarty escuchara todo lo que las sensaciones físicas clamaban por sacar de él significaría dejarle ganar la silenciosa batalla, y Sherlock no estaba dispuesto a tal atrocidad. Gracias a Dios los fuertes y desvergonzados graznidos provenientes de la boca del criminal resultaban bastante útiles a la hora de ocultar su propio semi mutismo.
Jim maldijo un par de veces más, impulsando sus caderas imposiblemente más cerca del detective. Sus manos dejaron las sábanas y bajaron hasta el cuerpo de Sherlock, palpando su camino desde los rizos oscuros, resbalando por sus hombros y torso, hasta llegar a su vientre. Descendió un poco más, estirándose hasta alcanzar lo que buscaba. Tiró de ello y lo ondeó frente a Sherlock, triunfante.
— ¿Ahora si quieres que me desvista? —quiso saber el moreno, ralentizando un poco sus movimientos y observando su propio cinturón de cuero negro balancearse frente a sus ojos.
—Nop… Algo mejor —respondió Jim, con una sonrisa traviesa.
El criminal pasó el cinturón por detrás de su cuello, para luego tomar los extremos y colocarlos delante de su rostro, estirando los brazos. Pasó el extremo romo por dentro de la hebilla y tiró de éste con delicadeza, quedando su cuello atrapado dentro del accesorio. Una sonrisa viciosa se extendió por sus labios mientras alargaba el extremo del cinturón hacia una de las manos de Sherlock.
— ¿Quieres que lo tome? —preguntó, sabiendo la respuesta.
—Te dije que tenía ganas de jugar —declaró, componiendo un gesto inocente.
Sherlock se inclinó más hacia adelante, tomando el extremo del accesorio con una mano mientras colaba la otra por detrás de la espalda de Jim, alzándolo hasta hacerlo quedar semi sentado y con las piernas de nuevo reposando a los costados del detective. Este tipo de prácticas suelen ser bastante arriesgadas y lo que menos necesitaba el moreno era un consultor criminal asfixiado entre sus piernas, dentro de un edificio rodeado seguramente por todos los delincuentes de su red.
Jim posó sus brazos sobre los hombros de Sherlock a modo de apoyo mientras este se acomodaba dentro del nuevo rango de movimiento. Una vez acoplados, el detective aferró el cinturón con más fuerza y haló solo un poco, haciendo que se cerrara sobre el blanco cuello de Jim.
— ¿Cómo lo quieres?
—Apretado.
— ¿Qué tan apretado?
—Al borde de la inconsciencia.
Sherlock asintió y de inmediato comenzó a empujarse de nuevo dentro del criminal, cuidando de no moverse demasiado rápido. La mano sujeta al accesorio alejándose poco a poco, apretando el cuello de Jim, asfixiándole de manera gradual. Jim estaba extasiado, sus ojos fijos en Sherlock, observándole con un brillo de demencia en ellos. A medida que el tempo en las embestidas del detective iba en aumento, también lo hacía la tensión en la correa de cuero. Sherlock tiraba del ella de manera calculada, con precisión casi milimétrica, más que necesaria en este tipo de prácticas.
Y en ese momento, lo pensó.
Sería tan fácil dejarse llevar y permitir "un accidente". Dejar que toda esta locura acabara de una vez y para siempre. Unos segundos demás de opresión, un poco de fuerza en su agarre y la suficiente astucia para hacerlo parecer no premeditado.
Sí, quizás Morán le vaciara la ráfaga completa de su rifle antes de poder dar un par de pasos, pero ¿valía realmente la pena seguir así? Seguir atado a encuentros furtivos en los cuales Moriarty se burlaba en su cara de toda la situación. Denigrándose, al tener que fingir deseo sexual por alguien a quien despreciaba completamente. Sintiéndose un traidor, más que traidor.
Quizás acabar con esto era lo mejor, sin importar qué pudieran hacerle a él en el proceso.
— ¿Y qué pasa si me niego?
—Trueno los dedos y tu perrito faldero hace boom
Un recuerdo rozó el borde de su consciencia, barriendo todos sus planes, recordándole que no sería solo su vida la que podría en peligro.
Sherlock se obligó a reaccionar, a ubicarse en el tiempo presente, y a culminar de una maldita vez con el encuentro. Tiró del cinturón unos milímetros más, empujando a Jim al límite. Los jadeos y quejidos estridentes del criminal ahora acallados y guturales, atrapados en su garganta. Sherlock comenzó a moverse más y más rápido, sintiendo el cuerpo debajo de él tensarse de manera conocida. Jim estaba a punto de llegar y Sherlock se aseguraría de que ocurriera rápido.
El detective envolvió su mano en el cinturón y tiró de él con bastante fuerza, arremetiendo contra el otro hombre de forma errática, profunda y totalmente descuidada. La respiración de Jim reducida casi a cero, sus manos crispándose sobre los hombros de Sherlock, su boca abierta en un grito ahogado y sus ojos rodando hacia atrás como si pretendiera mirar hacia dentro de su cráneo. Un par de segundos más fueron suficientes para hacer que Jim sucumbiera al juego, derramándose aparatosamente sobre su propio estómago y sobre la ropa del moreno.
Sherlock cerró los ojos, su mano soltando la correa para apoyarse en la cadera del otro. Los espasmos post orgásmicos de Jim apresaban su miembro, empujándole a correrse también. A pesar de ello, Sherlock solo fue capaz de alcanzar el orgasmo cuando una de sus tantas imágenes auxiliares danzó por su mente, enviando latigazos directo a su espina, permitiéndole llenar el interior del criminal con su semilla.
El moreno se empujó un par de veces más, vaciándose por completo. Abrió los ojos mientras recuperaba el aliento, y los grandes ojos café de Jim le devolvían la mirada. El criminal estaba sonriendo abiertamente. El muy desgraciado está sonriendo.
—Eso fue… excepcional ¿No crees? —preguntó, con la voz un poco apagada debido a la presión previa en su garganta. Sherlock asistió, todavía recuperando el aliento y sin salir aún del interior de Jim— Oh, pero eso no es todo. Tengo una pequeña sorpresa para ti.
La expresión en el rostro de Moriarty cambió de satisfecha a desquiciada en un instante, sus ojos volviéndose pozos oscuros, sus labios curvados en una mueca maléfica. Jim levantó su mano izquierda justo en frente de Sherlock y tronó los dedos. De inmediato, la iluminación del lugar cambió, volviéndose más clara, más blanca, incluso brillante. La vista periférica del moreno indicó que algo había pasado a su izquierda, algo se movía cerca del espejo, pero sus ojos apenas se acostumbraban a la nueva iluminación y le hacían imposible deducir qué era. Imposible hasta que Jim volvió a hablar.
—Sherly, querido, no seas maleducado. Gira el rostro y saluda a nuestro invitado.
Los pulmones del detective oprimieron su pecho y sus ojos se abrieron en una mueca de horror. No podía ser. Ese desgraciado no sería capaz de algo así. Sí lo sería, indicó una voz en su mente. Giró el rostro hacia el espejo, pero este ya no estaba. En su lugar había un amplio cristal que dejaba ver una habitación cuadrada y pequeña, con una puerta a la izquierda y una única luz en el techo. En el centro una silla y en la silla, alguien atado: John.
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Notas finales: No se asusten (y dejen de respirar en esa bolsa de papel). Esta vez no lo dejaré así. Es un two-shots, y ya lo dije yo en las notas de autora. En algunos días sabremos que pasó luego.
En fin, que si tienen algo que decirme ya saben que me lo pueden dejar en ese cuadradito blanco de más abajo. Gracias por leer y nos vemos prontito.
Maye.