¡YAHOI! ¡Aquí el epílogo, Girl! ¡Espero que lo disfrutes al máximo! :D.

Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.

Epílogo

—¡Cachorro!—El niño arrugó la nariz ante el apodo y el asfixiante abrazo al que su madre lo estaba sometiendo DELANTE de TODO el colegio. Sus pálidas mejillas se tiñeron de rojo, pero aún así no se apartó. Aunque no lo quisiese admitir, le encantaban los abrazos posesivos de su madre. Aparte de que, si se apartara, ella se enfadaría/entristecería.

—Ya vale, mamá. —La aludida infló las mejillas, a modo de protesta, para luego sonreírle.

—¡Vamos a casa, Aoi! ¡La tía ha hecho galletas!—Suspiró, mientras su madre tiraba de él hacia la salida. A veces no sabía quién era el niño: ¿él o su madre? Pero su padre le había dicho que había una razón, una gran y poderosa razón por la que su madre se comportaba así. Miró para la cabeza de su progenitora y sonrió al ver como se movían bajo su pañuelo aquellas orejas peluditas que tanto fascinaban a todos en su familia, pero que solo él, su hermana, su padre y próximamente el hermanito que venía en camino tenían permiso para tocar.

Sonrió y se abrazó a la mujer—. ¿Falta mucho para que nazca, mami?—Ella arrugó la nariz.

—Unos meses. —El pequeño de seis años asintió.

—Vale. —La sonrisa que esbozó hizo que ella volviera a estrujarlo.

—¡Cachorro!

—¡Déjalo ya, mamá!—Pero simplemente no podía evitarlo. Daba gracias a Kami porque sus hijos tuviesen la sonrisa de su padre.

Hijos… Años atrás jamás hubiese pensado que pudiese tener hijos, mucho menos quedar embarazada o casarse siquiera. Pero ahora tenía una familia: tenía un marido que la amaba, un padre que la quería, una hermana pequeña que le pedía consejo, unos hijos a los que adoraba y una abuela cascarrabias.

Echaba de menos a sus amigos de la otra época pero… Era feliz. Aún después de casi nueve años, le parecía imposible todo lo que estaba viviendo. Era un sueño hecho realidad. Un sueño del que no quería despertar jamás.

Todos los días daba gracias a Kami y al dios del tiempo (quien quiera que fuese) por haber hecho que pudiera reunirse con Kagome de nuevo. Aquellos tres años habían sido los peores de su vida, sin duda alguna.

Y el día en el que pudo volver a ver la sonrisa de su ahora compañero, fue el más feliz.

Retrocedamos unos años…

—InuYasha… ¿no se sentirá sola?—preguntó Miraku a su marido, mientras alimentaba a su hijo recién nacido. Sango dejó a las gemelas en el suelo y suspiró.

—Lo más probable es que sí pero…

—Lo sé. Nada de lo que le digamos le llegará. La única persona que puede sacarla de su coraza, no está aquí. —Sango observó como su mujer se mordía el labio inferior y la abrazó.

—Yo también lo echo de menos, Miraku, pero no hay nada que nosotros podamos hacer.

—Lo sé. Pero saberlo no lo hace más fácil.

Al otro lado de la aldea, concretamente en medio del bosque que los aldeanos habían denominado Bosque de InuYasha en honor a cierta hanyô, esta se encontraba sobre las ramas de su árbol favorito, en su pose favorita, observando la inmensidad del cielo negro plagado de estrellas—. Kagome… —Cerró los ojos, evocando en su mente el rostro y la sonrisa del chico que le había robado el corazón. Un nudo se le puso en la garganta, haciendo que tuviera ganas de llorar. ¿Qué estaría haciendo él ahora? ¿Estaría pensando en ella? ¿La echaría de menos? Esbozó una sonrisa amarga. Qué tontería. Claro que no la echaba de menos. Seguro que ahora estaba terminando sus estudios, al lado de su familia y de sus amigos. Puede que incluso estuviera con una chica, que la quisiese tanto como la quiso a ella.

Apretó los dientes, negándose a dejar que las lágrimas salieran. No era débil. Era fuerte. No era débil. Era orgullosa. No era débil. No era débil. No era débil. No era débil…. —. ¡Estúpidas lágrimas! ¡Dejad de salir!—No lo necesitaba. No necesitaba a Kagome. No lo necesi-

¿Qué haces ahí sola? Cuando tengas ganas de llorar, avísame. Haré lo posible porque sonrías ¿vale, Yasha-chan?

—Ya…sha…chan. —¿A quién pretendía engañar? Claro que lo necesitaba.

Al otro lado de un pozo, quinientos años en el futuro…

—¿InuYasha?—Kagome se volvió. Por un segundo, le había parecido oír la voz de InuYasha. Meneó la cabeza y siguió su camino para alcanzar a ponerse para la foto de grupo. Hoy era un día importante: por fin, tras arduos años de estudio, terminaba el instituto. Sonrió para el fotógrafo. Una sonrisa de fingida felicidad que hacía que le dolieran las mejillas pero que era necesaria para que nadie se preocupara.

Después de haber perdido casi por completo la cordura, intentando saltar todos los días por el pozo, creyendo oír la voz de InuYasha y sus amigos a todas horas, preocupando a todo el mundo con su insomnio, había decidido intentar pasar página y seguir con su vida después de un año sin señal alguna. Más o menos lo había logrado, pero todavía seguía anhelando que pasase algo: un mensaje, una sacudida, una luz proveniente del pozo. Algo—. ¡Enhorabuena, hijo!

—Gracias, pa. ¿Sabes? Los chicos han sido admitidos en las universidades que querían.

—¿En serio? ¡Felicidades a todos!

—¡Gracias! ¡Yo voy a ser periodista!

—¡Y yo presentadora de televisión!

—¡Pues yo pienso votar en todos los concursos de belleza que pueda!—Todos echaron a reír, Kagome incluido.

Llegó a su casa, dejó su diploma sobre el escritorio y se tumbó en la cama, mirando fijamente el papel ¿para eso había trabajado tanto? ¿Para eso tantas discusiones con InuYasha? ¿Para eso tanto esfuerzo hasta casi caer enfermo? ¿Para qué? ¿Para conseguir un mísero papel que, en teoría, le daba paso a una universidad a la que no pensaba ir? Tres años antes, habría dado lo que fuera por terminar sus estudios, graduarse y conseguir plaza en una buena universidad.

Pero ahora… lo único que quería, que anhelaba, que deseaba, era que el pozo se abriera y le permitiera volver a ver a InuYasha y sus amigos. ¿Cómo estarían? ¿Lo echarían de menos? ¿Sango y Miraku-chan tendrían hijos ya? ¿Y Shippu? ¿Habría crecido? ¿Se habría presentado a algún otro examen para ser demonio zorro?

Con un suspiro se incorporó, se cambió de ropa y bajó las escaleras. Salió de casa sin decir palabra y se dirigió hacia el pozo—. Yasha-chan… —El solo pronunciar su apodo cariñoso desató una serie de emociones reprimidas en lo más hondo de su ser—. Quiero verte, te echo de menos…

Justo en ese momento, al otro lado, cierta hanyô de cabellos plateados hacía exactamente lo mismo—. Kagome… —Respiró hondo. Casi podía sentir su aroma envolverla. Menudo poder el de la imaginación. Sonrió, dejando que sus sentidos se embotasen con el recuerdo, así la ausencia dolía menos.

—Yasha-chan—sus orejas se movieron y su sonrisa se amplió. Su voz sonaba bien en su cabeza ¿acaso se estaba volviendo loca?—. Quiero verte, te echo de menos…

—Y yo a ti, Kagome. —Fue como si una ola arremetiese contra ella. El olor de Kagome se hizo más intenso y su voz más clara mientras lo oía hablar sobre sabe dios qué cosas. Sus ojos se abrieron como platos y se dirigieron al fondo del pozo ¿sería posible que…

—… No sé qué hacer. La abuela insiste en que me haga cargo del templo pero Sôta le aseguró que lo hará ella. Le sienta bien el traje de sacerdotisa ¿sabes? Me recuerda un poco a Miraku-chan. Papá dice que no me meta prisa, que cuando sepa qué hacer, lo sabré. Ni yo mismo sé qué significa eso. —Silencio. Con el corazón latiéndole a mil por hora y con el objetivo de seguir oyendo la voz tan clara como el agua, InuYasha se impulsó y se dejó caer a la oscuridad.

Una tenue luz la envolvió y de otro salto salió fuera, quedando agachada en uno de los bordes. Parpadeó para acostumbrarse a la penumbra del lugar y, cuando sus ojos dorados chocaron contra unos marrones, su respiración y su corazón se detuvieron. ¿Sería posible… —¿Inu… Yasha?—Tragando saliva, asintió de forma lenta. Los ojos marrones parpadearon—. ¿Yasha…chan?—Volvió a asentir y entonces ya no le cupo la menor duda.

Se vio aprisionada por unos delgados brazos que la apretaban con fuerza. Ella hizo lo mismo, aferrándose con desesperación al delgado cuerpo masculino que tenía delante—. ¿Eres tú, Yasha-chan? ¿De verdad eres tú?

—Kagome… —aspiró profundamente, llenándose los pulmones de ese olor a madera de sándalo que la encandilaba. Queriendo verle el rostro, llevó sus manos hacia allí y lo separó unos centímetros de ella: estaba llorando. Kagome estaba llorando. Sorprendida, se dio cuenta de que de sus ojos también se desprendían lágrimas. El pelinegro llevó su mano hacia ellas y las retiró con sus pulgares.

—Yasha-chan… Te amo. —Y ya no hubo más palabras. Los labios de ambos se encontraron en una unión necesitada, esperada y desesperada a la vez, anhelada y deseada por ambos. Fue como tocar el cielo. InuYasha creyó que desfallecería y Kagome la abrazaba cada vez más fuerte, como si quisiera fundirla con él.

Ahora todo estaría bien. Estaban juntos. Y eso era lo único que importaba.

—Mamá ¿me estás escuchando?—Salió de sus recuerdos al oír el reclamo de su hijo—. Déjalo, es igual.

—¿Qué?—contestó, de manera algo brusca. Odiaba que la pillaran desprevenida.

—Da igual, ya se lo diré a papá. —Un tic le apareció en el ojo. Odiaba que la tomaran por idiota.

—¿El qué?

—Nada, déjalo.

—Aoi-chan. —Sintió un escalofrío recorrerlo al oír el –chan. Era algo malo. Muy malo. Su madre no era ningún alma caritativa cuando estaba embarazada.

—¡Mira, mira, ya hemos llegado!—Aliviado al vislumbrar ya las escaleras del templo en el que vivían, echó a correr. InuYasha lo persiguió, gritándole que esperase. Podría haberlo atrapado fácilmente, pero le había prometido y re-prometido a Kagome que no haría ningún esfuerzo innecesario. Bastante susto se llevaron la última vez que se le ocurrió una locura estando embarazada.

—¡Oh! Bienvenido, Aoi-chan ¿ya habéis vuelto?

—¡Hola, abuelo!

—¡Vuelve aquí, niño del demonio! ¡Vas a decirme ahora mismo qué pasa!

—Parece que tu madre está de mal humor.

—¿Qué has hecho ahora, enano?—Aoi arrugó la nariz al oír la voz de su hermana mayor. Se giró a mirarla, y aquellos ojos dorados se clavaron en él como dagas—. ¡Se supone que tenemos que ser buenos con mamá!—Higurash Kou. Esa era su hermana: de piel morena, largo y ondulado cabello plateado con rizos en las puntas, ojos dorado intenso, alta y delgada. Toda una modelo. La única razón por la que no ejercía tal profesión era porque sus padres se negaban en redondo.

—¿A qué viene tanto escándalo?—La voz grave y somnolienta hizo que todos se callaran. Aoi y Kou bajaron la cabeza avergonzados, Nao se limitó a sonreír e InuYasha, quien llegaba en ese momento, jadeante, se paralizó al verlo.

—¿Kagome?—Parpadeó para luego fruncir el ceño y fulminar a sus dos hijos con la mirada—. ¡Os dije que nada de escándalos! ¡Que papá necesitaba dormir!

Tú eras la que más gritaba. —Pensaron ambos, con una gotita resbalando por sus nucas. Kagome sonrió al ver el tierno gesto de enfado de su mujer.

—Es igual, InuYasha. Ya he dormido suficiente. Vosotros, a merendar, la tía Sôta ha hecho galletas y la abuela ya está dando buena cuenta. —Soltaron una exclamación al unísono y entraron en la casa. Nao los siguió, dejando al matrimonio solo.

—¿Se-seguro que está bien?—tartamudeó ella, con las mejillas rojas. A pesar de llevar casi diez años casados, todavía se sonrojaba cuando se quedaba a solas con Kagome.

—Sí. Además, ya llevaba un rato despierto, pensando. —Acercándose a ella le dio un beso en la frente y la abrazó, al tiempo que acariciaba su vientre abultado—. ¿Cómo va este pequeñín?

—No para de moverse. Es aún más inquieto de lo que fueron Kou y Aoi. —Kagome sonrió más ante el tono irritado. InuYasha odiaba sentirse inútil, odiaba que le diesen órdenes y odiaba no poder moverse con libertad.

—Solo quedan unos meses. —La pegó a él y le dio un cariñoso beso en la sien—. Gracias, Yasha-chan. —Ella se sonrojó.

—¿Por qué?

—Por estar aquí, conmigo, por haberme dado a Aoi, a Kou y al que viene en camino. —InuYasha lo abrazó fuerte, con cuidado de no lastimarlo.

—Soy yo quién tiene que darte las gracias. Gracias, Kagome. Gracias por darme una familia, un lugar al que pertenecer y… —Se vio interrumpida por los labios masculinos de su marido. Jadeó cuando sus lenguas se encontraron.

—¿Qué tal va la exposición?—preguntó cuando se separaron. Kagome suspiró y recargó la cabeza contra la de su mujer.

—Fatal. No tengo ni idea de qué fotos escoger. ¿Luego me ayudas?

—¿Y-yo?

—Claro. —InuYasha sonrió y ambos entraron en casa, tomados de la cintura.

Casarse con Kagome y tener a sus hijos había sido lo mejor que le había pasado en la vida. Todavía recordaba lo avergonzado que estaban ambos el día en que se lo pidió, o lo roja que se puso cuando se enteró de que estaba embarazada, empezando a murmurar incoherencias delante de la familia de Kagome…

No.

Su familia.

Sus orejitas se movieron ante el pensamiento y sonrió mientras atravesaban el umbral en dirección a la cocina.

Sí, Ahora tenía una familia. Estaba con Kagome. Al final no lo había perdido. Estaba con él.

Por y para toda la eternidad a su lado.

Fin epílogo

¿Qué tal? Me gustó bastante como quedó ¿tú qué dices? ¡Espero tu review!

Los demás ya sabéis: un review es igual a una sonrisa xD.

Y si te gustan los retos y pasártelo súperchupiguay haciendo historias divinas de la muerte para chicas que son todo amor rellenas de de azúcar (?), ya sabes, copia y pega el link que aparece al final del tercer capítulo y entrarás en el mejor foro sobre InuYasha: el foro ¡Siéntate!

Eso es todo por hoy. Mañana más y mejor. Buenas noches.

¡Nos leemos!

¡Ja ne!

bruxi.

P.D.: Perdonad que aún no conteste reviews, en cuanto pueda me pongo.