# Buenas intenciones: primera parte.


"De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno." — Anónimo.


Eri estornudó con fuerza y se apresuró a subir lo más que podía el cierre de su chaqueta, bajando el rostro para evitar que las gotas de lluvia siguiesen molestándole la vista, nublando sus orbes castañas mientras corría por la ciudad.

—¿Estás bien? —escuchó la voz de Yuka a sus espaldas, jadeante y agradecida del respiro que había provocado el impasse de la chica.

—Eso no importa —se apresuró a decir, apenas volteando el rostro unos instantes para observar a sus dos amigas tras ella—, ¡Tenemos que encontrar a Kagome!

Ambas asintieron con convicción, dedicándose apenas unos segundos para mirarse unas a las otras, visiblemente preocupadas.

—¡Eri, espéranos!

Pero ella apenas fue capaz de escucharlas, demasiado perdida en sus pensamientos y el latido desbocado de su propio corazón. Sólo era capaz de pensar en la señora Higurashi, en recordarla con semejante cara de angustia y la forma en que sus labios se apretaron cuando le preguntó si podía hablar con Kagome, porque había tenido que ir a la enfermería durante la mañana y se había perdido todas las demás asignaturas del día.

Ya eran las tres y media de la tarde cuando se habían quedado de pie frente a la humilde casa junto al templo, escuchando con doloroso silencio que la adolescente había decidido salir corriendo de la casa, no sin antes decirle a su madre palabras que ella no quiso repetir, pero la dejaron notoriamente ansiosa y temblorosa, convirtiéndose en una imagen terriblemente distante de la que las tres jóvenes estaban tan acostumbradas.

"¡Yo voy a encontrarla!" No había querido escuchar más, dándose la vuelta a gran velocidad y comenzando a correr, sin escuchar a la mujer ofrecerle con un grito un paraguas para protegerse de la lluvia que cada vez caía con más rapidez.

Bajó las escaleras tan rápido que al tocar el suelo de la acera un calambre en uno de sus costados la hizo detenerse de golpe, respirando en grandes bocanadas de aire mientras su cuerpo se curvaba hacia adelante.

Le costaba respirar, le costaba pensar en qué demonios pretendía su amiga huyendo de casa luego de comentar esas historias tan fantásticas que parecían sacadas de un cuento de hadas, justo como los que su padre solía relatarles las noches de verano cuando decidían acampar en el jardín.

Cuentos maravillosos de espíritus bondadosos y animales que hablaban; de mujeres con poderes que curaban la naturaleza y le seguían seres sobrenaturales hasta lo más recóndito del universo, siempre siendo su misión acabar con cualquier atisbo de maldad y oscuridad que quisiera envenenar el mundo.

"Maldita sea…" masculló en un susurro cargado de frustración. ¿Qué pasaba con Kagome, es que acaso sus miedos de otra crisis estaban volviéndose reales?

»No —pensó, sintiendo un escalofrío que se acompasaba a su calambre con un resultado particularmente doloroso—, por favor, no…"

"¡Eri! —sintió el agarre de Yuka en su hombro, su voz agitada por la carrera abajo directo a la calle y visiblemente alarmada— ¿Qué estás haciendo?"

"¿Y tú que crees? —dijo con más agresividad de la que realmente pretendía, poniéndose repentinamente de pie y comenzando a caminar en dirección a la plaza donde siempre se paseaban luego de ir a Wcdonald's—. Tengo que encontrarla".

No alcanzó a dar dos pasos antes de volver a sentir la mano de su amiga encima de su antebrazo. Volteó bruscamente en la cabeza, encontrando en ellas rostros llenos de determinación.

"Iremos contigo".

Se quedó de pie, sintiendo en su pecho el martilleo desbocado de su corazón, agitado y angustiado.

"Chicas —susurró. De sus labios escapó una sonrisa pequeña y temblorosa, emocionada—, ¿De verdad...?"

"¡Claro que sí! No vamos a dejarte hacerlo sola" Se apresuró a contestar Yuka, con una mirada de determinación fiera como el fuego mientras apretaba el puño derecho con fuerza.

"Sí —agregó Ayumi, con una dulce sonrisa mientras ladeaba ligeramente la cabeza, provocando que las delicadas ondas de su cabello se deslizaran a un lado, brillantes y hermosas como su alma—; somos amigas, ¿no?"

Y entonces había asentido, volviendo a correr tras las calles, entrando a los negocios, gritando su nombre en los parques, mostrando una foto que tenía de ella en su celular, posando como parte del cuarteto de amigas, como una chica más.

Una chica entrando en crisis, con problemas. Una chica perdida y lejos del hogar.

Hablando de ilusiones extrañas, de locuras entremezcladas con sangrientas fantasías y victorias sinsentido.

Todas esas ideas pasaban por su cabeza, llenándola de preocupación a un punto en que su estómago se hacía un nudo que se estrujaba con fuerza, presa del miedo y la ansiedad. Intentaba alejarlas de su mente, guardarlas en algún rincón oscuro donde no molestaran mientras la buscaba corriendo, mientras gritaba una y otra vez sin respuesta junto a sus compañeras.

¿Cuánto rato había pasado? Perdió la cuenta hasta que comenzó a atardecer, cuando sus piernas, ya entumecidas por el frío, se regocijaban en miserable silencio de haber vuelto a tocar el suelo plano tras las larguísimas escaleras, apuntando su cuerpo hacia la casa tan conocida como apreciada, hacia la madre preocupada que tenía los ojos aún más hinchados, pero parecía haber recobrado un poco de ese aire sereno que tanto la caracterizaba mientras las invitaba a aislarse rápidamente de la lluvia parándose bajo el techo de entrada.

—¿Hay novedades, señora Higurashi? —dijo una vez que su respiración se estabilizó, alzando la vista hacia ella, que aún estaba de pie usando el mismo delantal de cocina, con el oficial de policía de la zona a su lado.

—No, Eri —contestó en lo que se le antojó un susurro maltrecho, peligrosamente quebradizo. Sus ojos castaños se desviaron al alto oficial, aguantando un tembloroso suspiro.—. No han encontrado nada aún.

—Niñas, ustedes son compañeras de clase de Kagome. ¿cierto? —preguntó el hombre, que estaba de brazos cruzados y no parecía tener más de cuarenta años. Las niñas asintieron rápidamente, pudiendo percibir al instante un solemne respeto por la directa y profunda mirada oscura—, ¿podrían decirme si estuvo actuando extraño durante las últimas semanas?

Las tres se miraron, siendo claro en sus semblantes que se debatían entre la ansiedad y una gran tensión, desviando sus miradas, ligeramente culposas, de la del policía, quien apenas y entrecerró los ojos, suspicaz.

—Si no me dicen no podré ayudarla —continuó diciendo, con una seriedad marcada en su voz que lograba perfectamente armonizarse con el aire protector que manaba su forma de ser, como una especie de padre preocupado, pero comprensivo—…Quizás ni encontrarla.

Esta vez el miedo fue el sentimiento compartido, siendo la primera en reaccionar Ayumi, que se llevó una mano al pecho mientras aspiraba el aire de un modo rápido y repentino, empezando a hablar atropelladamente con el gesto fruncido en una mueca de profunda preocupación que era terriblemente inusual en ella, especialmente en algo que no fuese referente a posibles malas calificaciones.

—¡Estaba hablando cosas raras esta mañana! Algo de un pozo y…monstruos.

—¡Y que su novio era un demonio…un demonio de verdad! —añadió bruscamente Yuka, quien extendió ligeramente la mano hacia adelante, como si expusiera sobre un tema tan fascinante como enfurecedor.

—¡Y que había salvado al mundo de un tal super-violento-monstruo Nakaru mientras estaba enferma! —clamó nuevamente la joven de largo cabello enrulado, esta vez con una respiración agitada y unos ojos cristalinos que parecían al borde de las lágrimas— ¡Que había visto morir gente, que ella también estuvo a punto de…!-

—Estaba muy deprimida, tuvo un ataque de ira en clases e insultó al profesor… —interrumpió Eri en un tono firme para callar a las otras, pero al mismo tiempo de una forma suave, decaída, desviando la vista hacia sus pies, aparentemente calmada en comparación a la exaltación de sus amigas. Kazuo y Naomi la observaron tragar con algo de dificultad y tomar aire profundamente, antes de seguir conversando con las manos fuertemente apretadas en forma de puños a los lados de su húmeda falda—; luego salió de clases a la enfermería y no regresó.

—Entiendo —respondió el hombre, mirándola fijamente a pesar de no ser correspondido en el gesto, el cual lentamente se desvió a las otras dos jóvenes, que parecían realmente desesperadas en toda su preocupación.

Bueno, al menos nadie podría negar que Kagome tenía buenas amigas; chillonas y quizás ligeramente exasperantes, pero buenas amigas al fin y al cabo.

—Niñas, muchas gracias por todo lo que han hecho hoy por Kagome —pronunció Naomi con una pequeña sonrisa profundamente sincera, llevándose la mano al corazón en un gesto que las conmovió profundamente—. Ya es tarde, sus madres deben de estar preocupadas y sería mejor que…-

—Con todo respeto, señora Higurashi —interrumpió Eri con un tono más firme y resuelto, observándola fijamente, atravesando aquella mirada cálida y terriblemente malherida—, pero volveré a dar una vuelta a la ciudad buscándola, aunque me toque amanecer en las calles.

—Sí, es cierto —agregó Yuka poniendo una mano sobre el hombro de su compañera, haciéndola sonreír rápidamente, cómplice—. Nosotros la conocemos mejor que nadie, la vamos a encontrar sí o sí.

La mujer se las quedó observando minutos que parecieron eternos, aún con sus dedos sobre su pecho que le devolvía el palpitar rápido y doloroso de su corazón. Su cabeza giró suavemente hacia el policía, gran amigo desde hace ya varios años, incluso antes del nacimiento de Kagome; y le vio asentir, resuelto y con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Un gesto sutil, pero agradable y contagioso.

—Sí quieren ayudar tendrán que darme sus números de celular e informarme constantemente su posición —el tono de voz en Kazuo era potente aún en su forma aparentemente relajada de hablar, mientras las observaba fijamente y lograba admirar el instante justo en que las jóvenes enderezaron sus espaldas de golpe, tan atentas como si hubiesen recibido la orden de un supremo comando en una misión especial. Se aguantó una pequeña risa cargada de ternura antes de seguir, impertérrito—. Tendrán hasta las diez de la noche. Después las pasaré a dejar a sus casas y seguiré buscando solo. Sin excepciones —agregó al final al ver que la boca de Yuka se separaba para interrumpir tímida, pero impulsivamente. Tras una debida pausa continuó—. ¿Ha quedado claro?

—¡Sí! —exclamaron las tres al unísono, asintiendo con la cabeza y sacando al instante sus teléfonos para darle los números. Ambos adultos alzaron las cejas y Naomi, completamente conmovida, no pudo evitar soltar una pequeña risita.

—Creo que debo estar más tranquila —sonrió ampliamente, tomando su delantal y asintiendo con la cabeza para sí—, mi hija no podría estar en mejores manos. Iré a preparar un té y cosas para cuando vuelvan.

—¡Cuente con ello! —gritó Yuka mientras volteaba y salía corriendo nuevamente escaleras abajo. Las otras dos amigas se apresuraron a seguirle el paso, llamándola mientras luchaban por alcanzarla.

—¡Demonios, Yuka, espéranos!

—¡Niñas, olvidaron el paraguas otra vez!

Ya volviendo a pisar la calle se decidieron a correr en la dirección contraria a la anterior, hacia el centro comercial y la zona del río.

Ninguna de ellas se dio cuenta realmente cuando sus pasos lo rodearon y luego le dejaron atrás, haciéndole voltear la cabeza, confundido y con una pequeña caja de elegantes chocolates en una de sus manos mientras la otra sostenía un gran paraguas azul.

La mirada, de un profundo castaño claro, se perdió durante algunos segundos en la figura de las jóvenes alejándose rápidamente, corriendo bajo la lluvia de un modo que rayaba en lo demencial.

"Son las amigas de Kagome —pensó el muchacho, ladeando ligeramente los labios cerrados, perplejo—; me pregunto qué habrá pasado"

Las escaleras se extendían ante él, largas e inmensas como un portal blanco y puro hacia lo alto del mismísimo Universo. Hacia la verdad y lo sagrado, hacia ella.

Un sonrojo invadió sus mejillas mientras su cuerpo se tensaba, inseguro. ¿Debía arriesgarse? ¿Debía lanzarse una vez más aún si con ello volvía a sentir ese mismo y terrible dolor de la mañana frente a la enfermería?

El atardecer apenas comenzaba a descender y las primeras estrellas, traviesas, distaban bastante de aparecer.

Se obligó a tomar aire profundamente, a enderezar la ancha espalda y sujetar con mayor firmeza la pequeña caja de golosinas; esa en que ofrecía, nuevamente, sus más profundos sentimientos. Sus pies parecieron moverse por inercia, dándole un aire de tranquilidad que parecía ser inherente a su piel, a su forma de ser y moverse en el mundo.

Mas ¿quién más que él podría dar fe de lo nervioso y asustado que estaba?

Pero todavía faltaba para que aparecieran las primeras estrellas, para que el día terminara sin convertirse en uno de los peores de su existencia, en un amargo recuerdo que lo atormentase por siempre.

El templo, lentamente, comenzaba a aparecer en cada paso, en cada trozo de altura que traspasaba del anhelando portal.

Aún había esperanza. Y eso le hizo sonreír para sí, a pesar de todo.


¡Lamento la demora! Soy muy lenta para escribir u.u y preferí cortar este capítulo por la mitad antes que seguir demorándome una eternidad en hacerlo D:

Este es el primer fic donde voy poniendo capítulos cortos, pero ya lleva una buena extensión ¡Este proyecto me emociona muchísimo!

Quiero agradecer a todas las hermosas lectoras que me han dejado su comentario de apoyo y aprobación :D Lo que más me motiva a seguir esta historia es saber que les gusta y que desean saber que sucede (todo ya está calculado en mi mente…el problema es sacarlo de ahí, ¿cierto? xD)

¡Ya luego de la segunda parte –que espero esté re intensa y les guste- se viene la verdadera temática de esta historia!

¡Besos y abrazos! Espero de corazón que les guste (la verdad me siento algo insegura con este capítulo; temo que parezca que es de "relleno" o algo así...pero es importante, ¡Lo juro!)

Las quiero un jodidísimo montón.

Ari.

Dicen por ahí que leer sin dejar review causa caída del cabello y pérdida del apetito sexual. No necesariamente en ese orden.