Gracias por leer esta historia, primero que nada, ha sido muy importante para mí porque marcó mi regreso como ficker. Respondí un cuestionario/meme respecto a esta historia, es como un detrás de cámaras, lo pueden encontrar en mi face, me encuentran como Framba FIcker. De nuevo, ¡gracias! —Framba.

Epílogo

Milo acababa de colgar el teléfono con Laureta. Un velo de culpa rodeaba su corazón, ella volvió a decirle que fuera a ver a Camus ya que Milo tenía la oportunidad de ser correspondido. Dolía, Milo sentía un dolor en los pulmones y en los bronquios cuando escuchaba a Laureta decirle ese tipo de cosas. Claro que él sabía de los sentimientos de ella, pero como Laureta nunca lo sacaba al tema, sólo habían hablado de eso unas tres o cuatro veces en toda su historia, él dejaba ese asunto al fondo de su mente; sin embargo, cuando Laureta lo mencionaba, Milo se sentía sumamente mal.

Ojalá él pudiera quererla de esa manera, serían una pareja incomparable, Milo estaba seguro que se la pasarían riendo, jugando, siendo cómplices, hablando de un y mil cosas; él amaba la personalidad de Laureta, su extraversión, su humor, su rostro…

Un contraste enorme a su relación con Camus.

Ella le había dicho que fuera a buscarlo, que no le diera la oportunidad a Camus de huir. ¿A qué punto habían llegado que tenía que forzar la situación para que Camus no huyera? Iba a entrar como un ladrón al departamento de Camus, un ladrón esperando robar un corazón, ni más ni menos.

Milo tenía tanto miedo, cada paso que daba en la calle para llegar hacia el departamento incrementaba las náuseas internas. Las palabras de Camus retumbaban en sus oídos:
La próxima vez que me sigas, no voy a golpearte o mandar a policías a que te arresten, es más, no voy a decir nada... si vuelves a seguirme, lo que haré será olvidarte.

Camus iba a olvidarlo. Vaya amenaza.

Milo se detuvo en seco, le costó trabajo respirar de pronto. ¿No sería más sano para ambos que eso sucediera? Olvidar la parada de autobús, sus ojos, los viajes en botes, las pláticas en columpios… así como olvidar los engaños, la traición, la dependencia…

Camus iba a olvidarlo, ¿podría Camus hacerlo?, ¿en verdad podría? A Milo lo inundó una inmensa curiosidad, ¿podría Camus olvidarlo en realidad? Él había dicho esas palabras cargadas de veneno, ¿por qué?, ¿tanto podía Milo afectarlo para que pudiera amenazarlo de esa manera? Era una amenaza de muerte, el olvido era enterrar la existencia de algo, o en este caso, de alguien.

Camus era el hombre de su vida, Milo se lo acababa de decir a Laureta por teléfono, así que tenía que luchar literalmente para que Camus no cumpliera su amenaza, incluso con el veneno de su desprecio navegando por el interior del cerebro de Milo. ¿Qué más podía él hacer? Era quizá ésta su última oportunidad, porque después del olvida ya no había nada más.

Sus pies volvieron a reanudar su paso.

o-x-o

Milo no estaba muy seguro del tiempo así que cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta fue cauteloso, probablemente Camus estaría dormido para ese momento. La puerta se abrió en automático silenciosamente.

El departamento estaba en total oscuridad. El silencio arropando las paredes alrededor, los únicos sonidos eran de la calle a lo lejos. Milo llevaba varios días sin entrar a este lugar, el cual se sentía imponente, hermoso pero, sobre todo, foráneo.

Milo cerró la puerta con precaución y dio unos pasos para adentrarse al lugar, su vista miró alrededor e inmediatamente fue cegado por una proyección de recuerdos en cada rincón del departamento: la sala, donde un día estando sentados ahí, le dijo a Camus si quería ser su novio; el comedor, donde hacía unas semanas, Camus le había servido una pizza y le había contestado varias preguntas que le habían acechado desde el día uno; el baño, donde incontables veces habían estado juntos y donde Camus había entrado a su cuerpo entre el vapor del agua una y otra vez; el desayunador, donde había terminado una pelea intensa con un abrazo tierno de Camus; la recámara, donde Milo había dormido y despertado a su lado infinidad de veces; la pared, con la silueta de ambos dibujada… un año y medio después y la silueta seguía impresa y descansando en la pared, Camus no había decidido quitarla al parecer; el departamento en sí, que dejó de sentirse como exclusivo de Camus y se llegó a sentir ya como la casa de Milo, al menos hasta hace un par de meses.

Un suspiro pesado abandonó sus labios. La pregunta era: ¿podría Milo olvidar todo esto?

Milo cerró los ojos, obligando a su mente a detener la fila de recuerdos. Tenía que averiguar qué iba a pasar con ellos, por enésima vez en esta historia.

Caminó con miedo hacia la recámara, su visión un poco borrosa, no sabía si era de cansancio, de miedo o por las lágrimas que poco a poco rodeaban sus ojos.

Llegó hasta el marco de la puerta de la habitación de Camus y sus pies se sentían como piedras, iba a necesitar más fuerza interna para proseguir. Milo ya lo había seguido tantos días que estos últimos pasos se sentían como haberlo seguido por siglos.

Milo distinguió a Camus levantando su cabeza de entre las almohadas: estaba despierto.

Milo dejó de respirar.

—Es tarde —dijo Camus y Milo brincó del susto.

No esperaba que estuviera despierto, ¿qué hacía despierto?, ¿lo que había pasado no lo dejaba dormir?, ¿aún tenía Milo alguna importancia en su vida? La voz de Camus se deslizó como seda por las comisuras de los oídos de Milo, amaba su voz, amaba su cara, amaba verlo de nuevo, lo amaba.

—Puedo irme si así lo quieres — respondió Milo, buscando valor para hablar. El camino hasta acá había sido largo, no sólo de este día, de los últimos días, lo cual no garantizaba que Camus quisiera su presencia cerca, así que Milo podía marcharse si así lo deseaba.

—Quédate ahí.—Las palabras de él volaron en el silencio.

Milo no se movió, al menos Camus no le había dicho que se marchara; en este punto, cualquier cosa que Camus le pidiera, lo haría.

Sin embargo, Milo jamás se imaginó lo que estaba por suceder.

Camus llevó su mano debajo de las sábanas y pareció que comenzó a tocarse. Cada partícula y centímetro del cuerpo de Milo se tensó, se le hizo complicado pasar saliva, respirar. La mirada de Camus estaba clavada en él.

Camus con su otra mano acarició su labio, provocándolo.

Y entonces Milo pudo verlo: la necesidad de Camus, lo afectado que estaba, su desesperación, el dolor, el deseo carnal, el sentimiento intenso, lo mucho que Milo lo consumía.

La voz de Milo fue temblorosa:

—Camus, necesito… acercarme a ti. —Milo necesitaba también dejar salir todas estas emociones, sentir a Camus otra vez.

—No —contestó Camus.

Milo sintió que esa palabra lo golpeó como una bofetada.

—Necesito tocarte —suplicó. ¿Camus no podía sentirlo en el ambiente? Milo no lo estaba siguiendo, necesitaba estar cerca, era sólo eso.

—Necesito que me veas —dijo Camus.

—Camus… —Algo dentro de Milo iba a desmoronarse, a derrumbarse, a romperse, su alma, su espíritu, él mismo, Milo no podía más. Sus ojos ya estaban llenos de lágrimas—. Déjame acercarme —Milo pronunció con algo de exigencia, él tenía el derecho de exigir, los dos habían compartido una relación, ¿no significaba nada para Camus?

Su relación había sido lo más importante para Milo, ¿cómo podía decir Camus que lo olvidaría?, ¿cómo se atrevía siquiera? Milo no creía ser tan insignificante, todos esos momentos desde la parada de autobús tenían que significar algo. Veía su relación como un rompecabezas, con pedazos buenos y otros muy malos, pero de alguna forma encajaban, funcionaban.

Milo empezó a caminar hacia la cama sin esperar alguna otra respuesta o autorización de Camus. No iba a permitir que todo se borrara, no quería, no podía. Milo trepó a la cama y al llegar a Camus, movió las cobijas para destaparlo.

Milo se sentó sobre el estómago de Camus y tomó sus manos, éste era el momento: Milo se inclinó y comenzó a besar a Camus con lentitud, recuperando lo que era de él. Sintió a Camus respondiendo el beso, sintió cómo se entregaba a sus movimientos, a su cercanía.

—¿Camus? —Milo rompió el beso, tenía que saber en ese preciso segundo lo que iba a pasar—. ¿Vamos a seguir juntos? —Milo tenía que saber, tenía que tener una respuesta concreta para poder seguir respirando, viviendo. Fue hasta ese momento cuando notó las mejillas de Camus húmedas.

Y la respuesta fue dicha después de una pausa, con una voz que sonó a agonía y alivio al mismo tiempo:

—Te amo más de lo que te odio.

Los ojos de Milo se llenaron de inmediato de más lágrimas, pero esta vez sí descendieron por su rostro.

Ambos se quedaron inmóviles un instante, sin decir nada, hasta que Milo movió su posición, levantándose del cuerpo de Camus; se recostó sobre la cama sobre su costado, enfrentado el cuerpo de Camus. Inmediatamente Camus giró también para estar de frente a Milo.

No había palabras, ni una sola podría completar lo que Camus había dicho, era cierto, había una especie de odio en las cosas que habían sucedido, los engaños, los malos tratos, el dolor, pero el amor era mucho más grande, más luminoso, más intenso.

El amor seguía uniéndolos al final de cada batalla, de cada discusión. Camus no le había dicho esas dos palabras directamente en todo el tiempo que llevaban de conocerse, había sido demasiado importante para Milo escucharlas, tanto que se quedó inmóvil, pasmado. Aún seguía digiriendo las palabras en su corazón. Milo no sabía qué más decir, estaba exhausto. Camus tampoco agregó nada más.

Los dos se quedaron viendo el uno al otro hasta que el sueño los venció. Milo se quedó dormido primero, sintió que el ángel frente a él velaría su sueño.

o-x-o

Milo abrió los ojos y se topó con un cuarto más iluminado, ¿qué hora era?, ¿dónde estaba?

Le tomó un segundo reconocer el departamento de Camus, notar la cama en donde estaba, recordar los acontecimientos de la noche o madrugada anterior, darse cuenta que Camus ya se había levantado.

¿Dónde estaba Camus?

Milo talló sus ojos y movió las sábanas que lo habían tapado hasta los hombros. No recordaba haberse tapado tan bien, ¿sería que en su sueño él mismo se había tapado así por el frío o Camus lo había hecho?

Milo se levantó de la cama, tenía la misma ropa de ayer puesta, necesitaba una ducha y nueva ropa. Miró alrededor buscando a Camus en la cocina o en el baño, pero no había nadie.

Vio el reloj en una de las paredes de la recámara, once cuarenta y dos de la mañana. Sí, definitivamente hoy no iría a la escuela, no tenía muchas faltas así que no habría problema.

Tenía la boca seca, fue al baño a mojarse la cara y afortunadamente su cepillo de dientes seguía ahí. Se lavó la cara con agua y se lavó los dientes. Se sintió un poco mejor, despabilado al menos.

Al estarse secando las manos, escuchó el ruido de la puerta. Salió de inmediato del baño y Camus estaba entrando.

—Hola, buen día —Camus le dijo en voz alta desde la puerta. Él ya estaba bañado, arreglado y traía dos bolsas en la mano.

—Buenos días —respondió Milo, tímido, inseguro, estaba parado en el marco de la puerta de la recámara.

Camus dejó las bolsas sobre la barra del desayunador de la cocina y caminó la distancia que lo separaba de Milo. Al llegar a éste, Camus lo abrazó. Milo no esperaba esa reacción, así que tardó dos segundos en responder el abrazo de vuelta.

—Hola —Camus repitió en voz baja cerca de su oído.

Milo soltó aire por su boca, no sabía que lo tenía reprimido en sus pulmones.

—Hola —también repitió, su voz más segura en esta ocasión.

Camus rompió el abrazo y se separó un poco para mirarlo a los ojos.

—¿Dormiste bien?

Milo asintió con la cabeza, en realidad sí había descansado, casi era medio día y apenas acababa de despertar.

—¿En dónde estabas?

—No tenía leche deslactosada para el desayuno así que fui a comprarla y aproveché para comprar la despensa de toda la semana.

Una diminuta sonrisa apareció en los labios de Milo, le sorprendía que Camus recordara esos detalles como el tipo de leche que Milo tomaba. No sabía si el comentario de la despensa se refería a que Camus estaba contando con que Milo se quedara toda la semana. Las bolsas con las que había llegado se veían muy grandes y repletas de abarrotes, dudó que sólo fueran para una sola persona.

—¿Tienes hambre? —Camus continuó—, tengo cereal de chocolate o de azúcar.

Te quiero a ti, Milo estuvo a punto de decir, el pensamiento vino en automático, pero se contuvo, en realidad se sentía confundido, no sabía cómo actuar, ¿ya estaban bien?, ¿estaban juntos otra vez?

—Camus, yo… —Milo no sabía por dónde empezar a preguntar, no sabía si debía siquiera comenzar a cuestionar.

—Sé que tienes preguntas, pero podemos desayunar mientras hablamos —Camus respondió.

Milo alzó una ceja. ¿Iban a hablar? Camus siempre huía las conversaciones. Asintió con la cabeza, está bien, Milo también necesitaba con urgencia esa plática.

o-x-o

Con un plato de cereal de chocolate enfrente, cada uno estaba sentado en la barra del desayunador, viéndose de frente. Claro, el plato de Milo con leche deslactosada.

—Si quieres más, tengo otra caja de cereal en la alacena—dijo Camus.

Milo agradeció que se rompiera el silencio. Camus nunca fue de palabras ni de preguntas ni de respuestas.

—Gracias —Milo respondió—. Así está bien, no tengo tanta hambre.

—¿Por? —Camus comió de su cereal.

Milo se encogió de hombros.

—Fue una noche difícil, no tengo mucho apetito. —Milo también comenzó a comer.

—Gracias por haber venido.

Milo miró a los ojos a Camus.

—Dijiste que ibas a olvidarme, tenía que venir.

Camus suspiró.

—Tenía que decir algo para que dejaras de…

Milo lo interrumpió:

—¿Seguirte?, ¿crees que te sigo?, no lo hago, es… automático. —Milo quería explicarle esta situación con más detalle, pero eso fue lo único que salió de su boca.

Camus asintió, como si entendiera.

—Sabía que tenía que hacer algo para detenerlo porque empezó a gustarme que me siguieras, lo cual no está bien.

Milo desconocía esta información. Volteó a ver su cereal. Se sentía desconcertado.

—Escucha. —Camus tomó de nuevo la palabra—. Tú y yo hemos llegado muy lejos en esta relación y ayer que te veía dormir… parecería que estamos mejor separados, pero no es así. Dudo que eso vaya a cambiar en algún momento.

El corazón de Milo empezó a latir más rápido.

—¿Crees que tú y yo estemos juntos para siempre? —Milo le había hecho esta misma pregunta hace tiempo, los dos bailaban aquí mismo, Milo había estado muy drogado.

Camus se encogió de hombros.

—El concepto de siempre es abstracto, pero estoy dispuesto a tomarlo como medida. —Era una respuesta diferente a la del pasado, a la de aquel día, ¿qué tanto había cambiado Camus con esta relación? Sin duda Milo notó que con el paso del tiempo el chico de pocas palabras empezó a decir más lo que pensaba o sentía.

—¿Eso quiere decir que sí? —Milo insistió, tenía que estar seguro qué territorio estaba pisando.

—Milo, quiero trabajar en lo que he hecho mal, quiero darte lo que necesitas, quiero que esto continúe… por tiempo indefinido, lo que me imagino que es lo mismo que hablar del concepto de 'siempre', si lo quieres poner así, entonces la respuesta es sí.

—¿Ahora sí? —dijo Milo, dudoso, un tinte de incredulidad en sus palabras—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Ya no tengo miedo a que lo escuches, antes no sabía cómo hacerlo, qué decir, tú me has enseñado cómo, lo cual te agradezco.

—¿Ya no tendré que ponerte una pistola en la sien para que me digas lo que sientes? —Milo preguntó, su tono un poco sarcástico.

Camus sonrió por el comentario, el corazón de Milo se cubrió de calidez, extrañaba esa sonrisa, daría todo por poder ver esa sonrisa diario. Camus contestó:

—Pensaba que tú necesitabas oírlo todo el tiempo, pero la verdad es que me he dado cuenta que yo soy quien necesita decirlo, necesito decirlo porque me hace bien, porque es la verdad, porque quiero que lo escuches. Pensaba que no eran suficientes para ti mis acciones, pero más bien decirlo es una consecuencia de mis acciones.

Milo suspiró. Tenía un nudo en la garganta. Era un mundo de información que procesar, no podía creer que Camus le estuviera diciendo estas cosas. Por primera vez en todo este tiempo, estaba seguro de lo que Camus sentía por él. Hoy estaba seguro, seguro de que los dos se amaban, Camus lo había dicho en la madrugada finalmente y lo confirmaba con palabras, sí, con palabras en este momento.

—¿Entonces ya puedo decirle a todos que eres mi novio? —dijo Milo con humor porque si no decía algo cómico, iba a empezar a llorar.

Camus sonrió, su sonrisa más grande, más bella que la anterior.

—Eres más que eso — respondió Camus.

Milo afirmó con la cabeza con una inmensa sonrisa en su boca también.

Los dos siguieron desayunando en silencio, pero el ambiente era completamente distinto, Milo se sentía en paz.

o-x-o

Los dos estaban levantando los platos del desayuno cuando de pronto Camus lo tomó del brazo y lo jaló hacia él. Camus empezó a besarlo con demasiada ternura, era un beso que no habían compartido en mucho tiempo, Milo se dejó besar con suavidad y lentitud.

Estuvieron así un largo rato, sólo besándose, disfrutándose.

Después terminaron de levantar y lavar los platos.

—Milo, ¿tienes planes para hoy? —Camus le dijo al guardar los platos en su respectivo gabinete.

—Mhn. —Milo se quedó pensando—. Quedé de estudiar con Laureta para el examen de psicología de mañana; de hecho, ayer prácticamente la dejé plantada —Milo confesó, probablemente ella se había quedado esperándolo, tenía que ofrecerle una disculpa.

—Quería invitarte a cenar y después ir a bailar…

Milo abrió los ojos en sorpresa e interrumpió a Camus:

—¿Tú?, ¿bailar?

Camus sonrió.

—Hoy tengo ganas de celebrar.

—¿Qué quieres celebrar? —preguntó Milo.

—A ti —Camus admitió. ¿En su voz se escuchaba un poco de timidez?, Milo no estaba seguro—. A nosotros.

Milo estaba un poco en shock. Mucho, en shock, de hecho.

Camus prosiguió:

—Tengo una idea. Necesito recoger unas cosas y hacer unas llamadas, entonces ve con Laureta y paso por ti en la noche para ir a cenar.

—¿Tú vas a pasar por mí? —Milo preguntó, contadas eran las ocasiones que él iba por Milo a cualquier lado.

—Sí. ¿A las ocho está bien?

Milo asintió con la cabeza.

—¿A dónde vamos a ir?

—Es sorpresa —Camus respondió, casual.

Milo se quedó callado, guardó los cubiertos en un cajón y tuvo que decirlo.

—¿Quién eres?, ¿qué le hiciste a mi Camus?

Camus rió y su risa era el sonido más bonito en la faz de la Tierra.

—Sigo siendo el mismo, pero menos complicado.

Milo suspiró, eso era lo único que él había pedido todo este tiempo.

o-x-o

Cuando Milo regresó a su departamento, se encontró con una nota de Laureta en el comedor, donde le decía que había tenido que salir a casa de su prima y que se quedaría allá el fin de semana.

Milo hizo una mueca con los labios, tenía ganas de ver a Laureta, de contarle lo que había pasado, tendría que esperar ahora hasta el día de mañana en la escuela. Tomó su teléfono celular y le mandó un mensaje a Laureta, diciéndole que había leído su nota y que se cuidara.

o-x-o

Milo estaba listo desde las siete y media de la noche. Había estudiado la mayor parte de la tarde para el dichoso examen de mañana, después se metió a bañar alrededor de las seis y comenzó a alistarse para su cita.

Se sentía nervioso, como si fuera la primera vez que fuera a salir con este chico. Sí, tenía nervios de ésos que te hacen levantarte del sillón, volverte a sentar, prender la tele, apagarla, tomar agua, verte al espejo cien veces, sí, de ese tipo de nervios.

Lo único que se le ocurrió para matar el tiempo y no volverse loco fue tomar un libro y comenzar a leer.

o-x-o

A las siete cincuenta y cinco sonó el timbre de su departamento.

Camus.

Milo cerró el libro de inmediato y se dirigió hacia la puerta.

Al abrirla, pasó saliva de inmediato. Camus estaba vestido con pantalones grises de vestir, chaleco gris, camisa blanca y corbata negra. Impecable. Majestuoso.

—Hola — dijo Camus con una diminuta sonrisa apareciendo en sus labios.

—Hola. —La voz de Milo salió diminuta, tuvo que limpiar su garganta.

Camus se acercó y dejó un beso en los labios de Milo de saludo. Tenía años, lustros, siglos que no hacía eso.

—¿Listo para irnos? — preguntó Camus.

Camus se veía tan bien, era insoportable. Milo vio hacia abajo, mirándose, su atuendo era más sencillo: suéter con franjas rojas y blancas, pantalones de mezclilla negros, nada formal.

Camus pareció leer sus pensamientos.

—No te preocupes, te ves fenomenal. ¿Listo?

Milo confió en sus palabras.

—Listo.

o-x-o

Milo empezó a reconocer los alrededores después de que pasaron unos quince minutos de camino. En esos quince minutos, Camus le estuvo preguntado qué había hecho en la tarde y Milo le contó un poco de lo que había estudiado.

Pero esta ruta que Camus había tomado solamente daba hacia…

—¿Vamos a la calle 23? —preguntó Milo.

Camus simplemente sonrió.

Ya no hablaron más el resto del camino, Milo estaba emocionado por ir al merendero de hamburguesas de nuevo.

o-x-o

Su primera cita oficial fue en este lugar, ya sin amigos, como pareja, sólo ustedes dos, y Milo le había enseñado este lugar a Camus, le había dicho que eran las mejores hamburguesas de la ciudad.

Milo tenía un bonito recuerdo de aquel día, hubo risas, comieron rico y acabaron haciendo cosas sucias en el baño, cómo olvidarlo.

Llegaron al lugar y cada uno descendió del coche.

Caminaron hacia la puerta del lugar. Camus le abrió la puerta a Milo para que entrara.

Y Milo se quedó congelado en la puerta.

Sentados en una mesa estaban los iguales, Laureta, su jefe Aldebarán, y Dinand, éste último era el hermanastro pequeño de Camus. Milo no había convivido mucho con el chico, pero sabía que era el único familiar que Camus apreciaba. Ambos compartían al mismo padre alcohólico, pero sus madres eran diferentes. Hyoga, o Dinand como lo llamaba Camus, tenía unos ocho o siete años.

Todos ellos estaban sonriendo de oreja a oreja.

Milo volteó a ver a Camus, ¿qué hacían ellos aquí?

Camus se encogió de hombros, haciéndose el inocente.

—Sorpresa —Camus murmuró

o-x-o

Entraron al lugar, Camus empezó a saludar a todos y Milo iba detrás de él saludando a los presentes. Milo no entendía nada de lo que estaba pasando, en verdad.

Había dos sillas juntas reservadas para él y para Camus, se sentaron juntos. Todo mundo tomó su lugar. Laureta estaba del otro lado de Milo.

—¿No que ibas a ver a tu prima? —Milo le dijo a Laureta cuando los dos estuvieron sentados. El tono de Milo fue de confusión, de completo desconcierto.

—Camus me marcó para que viniera, pero como era sorpresa, tenía que inventar algo creíble —Laureta confesó.

¿A qué hora le había marcado Camus? ¿Hizo la llamada cuando Milo se fue de su departamento a medio día? ¿Qué demonios pasaba?

Milo volteó a ver a Camus para pedirle una explicación, pero Camus ya tenía a su lado una mesera que le estaba preguntando qué quería de tomar.

Camus pidió una Coca Cola de dieta, Milo una malteada de fresa, como la última vez que habían estado ahí.

Todos comenzaron a pedir sus bebidas.

La mesera les repartió una carta con el menú a todos y se retiró.

Camus tomó la palabra:

—Gracias a todos por venir. Sé que fue complicado cambiar sus planes con tan poco tiempo de anticipación, sé que es complicado salir en jueves, pero, en verdad, gracias por atender mi llamada.

¿Cuál llamada?, ¿Camus les había hablado a todos?, ¿en qué momento?

Milo se sentía como en pánico, totalmente desubicado.

Camus continuó:

—Seré breve para que ya podamos cenar. Soy muy malo para hablar en público; de hecho, para hablar en general. —Todos rieron al comentario—. Esta noche quería que estuvieran aquí porque son las personas más importantes en mi vida y en la de Milo. Saben que él y yo hemos pasado por muchas cosas, por tiempos difíciles, pero también los momentos más felices de mi vida han sido con él. —Camus se quedó callado un segundo—. Hoy me preguntaba Milo que si al fin iba a poder decir que somos novios, y yo le respondí que él es más que eso para mí. —Otra pausa en que Camus miró a todos los que estaban en la mesa—. Así que con ustedes como testigos… —Dinand, quien estaba del otro lado de Camus, se puso de pie para sacar de su bolsillo del pantalón una cajita negra y se la extendió a Camus—, quiero pedirle a Milo que esté a mi lado para siempre.

Milo abrió los ojos en rudeza cuando Camus giró hacia él.

Camus continuó, las palabras ahora dirigidas a Milo:

—Eres más que mi novio, mucho más, y si tuviera que etiquetarlo con palabras, quiero pedirte que seas mi prometido.

Camus abrió la cajita y en ella descansaba una réplica del anillo que Milo le había dado a Camus en el cine.

El corazón de Milo latía a mil por hora mientras veía a Camus sacar el anillo de la caja y tomar su mano izquierda para poner el anillo.

Todos comenzaron a aplaudir.

Camus le colocó el anillo.

Milo estaba estupefacto, iba a desmayarse en cualquier instante. Tomó una gran bocanada de aire y sin pensarlo, se inclinó hacia delante para abrazar el cuerpo de Camus.

Camus lo abrazó de vuelta.

Milo escuchaba que les decían felicidades, viva los novios y cosas de ésas. Milo estaba temblando, todo estaba pasando tan rápido.

Dentro del abrazo, Milo le dijo atónito a Camus en voz baja:

—No esperaba esto. Estoy… no sé qué decir.

—Milo, estás temblando. —Camus comentó también dentro del abrazo, pero Milo, aunque no podía ver su rostro, podía escuchar que tenía una sonrisa en los labios. Camus lo abrazó más fuerte—. Quería sorprenderte.

A Milo le costaba trabajo respirar, sabía que tenía que romper el abrazo, pero no quería, estaba en shock todavía.

Camus acarició su espalda y Milo sintió que un poco de tensión abandonó su cuerpo. Se sentía confundido, feliz, con miedo, emocionado, espantando, todo al mismo tiempo y con una intensidad inmensa.

—Gracias —Milo pronunció finalmente.

Camus rompió el abrazo y miró a Milo, dijo en voz muy baja:

—¿Tu respuesta es sí?

A Milo le pareció ver a un niño pequeño frente a él, Camus se veía… tan a la expectativa, tan feliz, como un niño chiquito esperando la llegada de Santa Claus. Nunca lo había visto así de contento. El corazón de Milo se estaba derritiendo.

Y de pronto lo golpeó como un meteorito: Camus estaba hablando de su relación y su amor frente a la gente más importante, acababa de darle un anillo de compromiso también, muchas cosas con las que Milo soñó estaban convirtiéndose en realidad en ese preciso instante, la fantasía se estaba volviendo de carne y hueso, develándose aquí frente a él.

Milo asintió con la cabeza a la pregunta hecha que volaba entre ellos, una sonrisa grande se dibujó en sus labios.

Ahora fue Camus quien se acercó a él para darle otro abrazo.

—Consíganse un cuarto —Kanon les dijo en voz alta.

Los dos se separaron riendo.

Una felicidad absoluta bañó a Milo finalmente.

x-o-x

Tuvieron una cena deliciosa, o al menos para el punto de vista de Milo, ya que él amaba las hamburguesas y ése lugar las preparaba con un sabor exquisito, sin duda era su lugar favorito para comer.

La compañía fue aún mejor, estuvieron platicando y riendo mientras comían, Milo no podía creer que las personas que más apreciaba estuvieran reunidas en la misma mesa y llevándose tan bien, como si llevaran años de conocerse, como viejos amigos. El hecho de que Dinand estuviera presente era sagrado, era el único familiar de Camus que Milo conocía, entonces su presencia y la aceptación de su relación era sumamente especial.

Y Camus, por sobre todas las cosas, esta noche se veía radiante, contento. Se reía con los comentarios de Kanon, hablaba con Laureta, con Aldebarán, quien al principio de la cena comentó que era un gusto conocer al chico invisible al fin y que le daba gusto que Camus no fuera un producto de la imaginación de Milo, lo cual había causado risas de parte de todos. Este Camus era completamente nuevo para Milo, una belleza para observar, en verdad.

Terminaron de cenar y se empezaron a despedir de ellos, Camus pagó la cuenta de todos. Los iguales se ofrecieron a llevar a Dinand a casa, Aldebarán se ofreció a llevar a Laureta.

x-o-x

Salieron del local y caminaron dirección al auto de Camus, antes de llegar al coche, Milo tomó la mano de Camus para que se detuviera. Camus giró para verlo, Milo abrazó el cuerpo de Camus, estaba en tal estado de éxtasis que en cualquier momento iba a explotar de tanta alegría. Lo abrazó muy fuerte y Camus inmediatamente lo abrazó de vuelta. Milo sonreía en el abrazo, no tenía palabras por primera vez en mucho tiempo, ni remota idea de cómo empezar a agradecerle, a cuestionarlo.

—¿Listo para ir a bailar? —Camus le dijo finalmente, rompiendo el abrazo.

Milo afirmó con la cabeza, su voz perdida entre la avalancha de emociones en su pecho.

x-o-x

Camino hacia el club, Milo se sintió un poco más relajado y al fin se animó a preguntar.

—¿Qué fue todo eso? —Milo cuestionó, su tono alegre aún.

Camus sonrió aunque siguió mirando hacia el frente, manejando con cautela.

—Yo lo llamaría una bonita reunión familiar.

—¿Cómo conseguiste que todos vinieran?, ¿cuándo organizaste todo? —Milo tenía curiosidad.

—Después de que te fuiste en la mañana, le hablé primero a Laureta, enseguida a los iguales, luego a mi hermano. Cuando ellos me confirmaron, salí de la casa y fui a buscar a Aldebarán a la cafetería. De ahí fui a recoger el anillo. Regresé a cambiarme. Después fui por ti.

Milo estaba sorprendido, ¿todo en un día?

—¿Y qué le dijiste por teléfono a todos?

Camus volteó a verlo esta vez, una sonrisa en sus facciones.

—Que iba a darte un anillo de compromiso y que necesitaba su presencia con urgencia.

—Qué drástico —dijo Milo.

—Era eso o amenazarlos de muerte.

Milo sonrió más.

—¿Qué le dijiste a mi jefe?

—Llegué y me presenté, le dije que era Camus y que era tu novio; fue muy amable, me dijo que le daba gusto conocerme, le expliqué que iba a darte un anillo y que era muy importante que él estuviera ahí.

Milo se imaginó perfecto la escena, Aldebarán sonriendo y aceptando de inmediato la invitación.

—¿Y qué le dijiste a Dinand?

—Que iba a invitarlo a una fiesta para celebrar que el amor verdadero sí existe, no como el de nuestros padres.

—Se veía muy contento —Milo comentó.

—Yo también noté lo mismo, quería que él fuera testigo de lo que sucedió.

Milo afirmó con la cabeza.

Camus continuó:

—¿Te gustó la cena?

—Amo las hamburguesas.

—Lo sé —Camus dijo triunfante.

Milo se sintió conmovido de pronto. Esta noche había sido perfecta. No tuvo miedo, por primera vez, de tomar la iniciativa: tomó una de las dos manos de Camus, la mano derecha que sujetaba el volante y la acercó a él para darle un beso en el dorso. No iba a soltar esa mano, la resguardó entre sus propias manos y las descansó sobre sus piernas.

Camus no hizo el intento por zafar su mano en ningún momento.

—¿Por qué decidiste darme un anillo? —Milo quería saber, ¿por qué todo esto?, ¿por qué un anillo?

—Porque esto que tú y yo tenemos es importante para mí. No tienes que usarlo, sólo quiero que lo tengas.

—No puedo creer que recuerdes eso —dijo Milo, perplejo. Esas mismas palabras le había dicho Milo a Camus cuando le dio su anillo en el cine. La garganta de Milo amenazaba con cerrarse, no sabía cómo contener tantos sentimientos que brotaban de su corazón.

—Jamás voy a olvidar ese momento —Camus aseguró.

Milo miró hacia abajo y acarició la mano de Camus con exquisita ternura. Estaba de nuevo sin palabras, no sabía qué más decir. Algo le decía que las cosas iban a ser diferentes en esta ocasión, lo presentía.

x-o-x-o

Habían llegado al club.

—Sé que mañana tienes examen de psicología —dijo Camus cuando entraron al lugar—, sólo quiero que brindemos y bailemos una canción. Después nos vamos a casa.

A Milo realmente no le importaba el tiempo, ni el famoso examen de psicología, pero pensó en todo lo que había hecho Camus hoy y pensó que era buena idea dejarlo descansar también.

Para ser jueves, el club estaba lleno, la cantidad de gente podía igualar cualquier viernes.

Caminaron a la barra, Camus no soltó la mano de Milo desde que habían descendido del coche, Milo se sentía como en un sueño, amaba tener la mano de Camus en la suya, era un contacto que había añorado por más de año y medio.

Ya en la barra, Camus fue el que se acercó a la barra y pidió las bebidas. Soltó la mano de Milo un segundo cuando el cantinero le entregó dos copas.

Milo sujetó su copa cuando Camus se la ofreció.

—¿Qué es? —Milo preguntó.

—Champagne rosado, para brindar —Camus contestó y volvió a tomar la mano de Milo—. Ven, vamos a otro lugar.

Caminaron hacia el tercer desnivel, en donde había varias mesas, se sentaron en una pequeña mesa circular con banquillos largos. Milo por ningún motivo iba a soltar la mano de Camus, lo iban a tener que despegar, así que las manos tomadas de ambos descansaron sobre la mesa.

—Quiero brindar por el amor —dijo Camus y mordió sus labios.

Milo pensó que no había nada más sexy que ese gesto.

Camus continuó:

—Brindo porque de todos los hombres que han habitado este planeta a lo largo del tiempo, me tocó conocer al más maravilloso de todos —Camus dijo, contento, juguetón. Milo sonrió. Camus esperó un momento y después sus facciones cambiaron, habló ya en tono serio—: Brindo porque frente a ti puedo decir lo que siento sin ningún tipo de restricción ni miedo, tú me enseñaste a hacerlo. Brindo por los anillos de compromiso. Brindo por mi color favorito, el turquesa. Brindo por esa bendita parada de autobús que me hizo conocerte. Brindo por ti, porque a pesar de ser como soy, me amaste y me amas, y quiero que sepas que eres correspondido y siempre lo serás.

—¿Cuánto dura el siempre? —dijo Milo sonriendo, lo único que esbozaba hacer era sonreír, estaba tan contento. Dijo esas palabras porque Camus lo cuestionaba cada que Milo decía la palabra siempre.

Camus rió un poco y respondió:

—No sé cuánto dure, pero estoy seguro que representa la eternidad de alguna manera y sin duda, la eternidad es algo que quiero contigo.

Milo suspiró, un suspiro contento.

—Yo brindo por el amor también. Brindo por esta nueva versión tuya, brindo porque sigues siendo tú, pero menos complicado, como me dijiste hace rato. Brindo por la reunión, que como también dijiste, fue con nuestra familia. Brindo por los buenos y malos momentos que nos trajeron hasta aquí. Brindo por ti, porque eres lo mejor que me ha pasado y porque sé que ahora nada podrá separarnos.

Los dos se miraron a los ojos y alzaron sus copas.

—¡Salud! —dijeron al unísono y chocaron sus copas.

Terminaron el champagne de un trago.

—¿Me concede esta pieza? —dijo Camus al dejar su copa en la mesa.

Milo también dejó su copa.

—No es necesario, Camus, odias bailar.

Camus respondió:

—No cuando celebro que el amor de mi vida decidió darme otra oportunidad.

Los ojos de Milo se humedecieron, en verdad, no podía más de tanta alegría. No quería llorar, así que se levantó de su silla como respuesta.

Los dos descendieron a la pista de baile, en la parte más baja del lugar.

La música retumbaba a todo volumen, la gente bailaba con descaro a su alrededor, pero Milo y Camus encontraron un espacio y comenzaron a bailar como si estuviera una balada romántica sonando por las bocinas.

Camus tomó a Milo de la cintura, Milo rodeó el cuello de Camus con sus brazos y los dos se movían con lentitud, a su propio ritmo, siguiendo una música que sólo ellos podían escuchar.

Dos piezas, embonando en cada sentido, al fin formando algo concreto.

FIN