Isla de Tory, Irlanda
Me despierto con el molesto canto del gallo de los vecinos. Ese animalejo del demonio no se calla ni los domingos. El cielo es aún anaranjado, pero, como soy incapaz de volver a conciliar el sueño, me levanto de la cama.
El abuelo está abajo preparando el desayuno. Siempre madruga para ir a la iglesia, aunque en el fondo yo sé muy bien que solamente lo hace por guardar las apariencias. La prueba evidente de ello es que cada vez que vamos tengo que darle un codazo en mitad del sermón para que no se duerma.
-No te esperaba tan temprano.
-Ya ves. El gallo de los McCarty no me ha dejado pegar ojo.
Me lanza una sonrisa divertida y pone otro plato en la mesa para mí. Está haciendo huevos revueltos.
-Hoy vas a tener que desayunar rápido, Helia.-está mirando por la ventana con el ceño fruncido-Va a llover y me gustaría que llevaras a pastar a las ovejas antes de ir a misa.
Reprimo un suspiro de aburrimiento. Pasear ovejas no es lo que más me gusta hacer los domingos por la mañana. El abuelo enciende la radio, como ignorando mi visible disconformidad. Yo me limito a comerme el desayuno sin pararme mucho a disfrutarlo.
Salgo de casa cinco minutos después. Fuera hace bastante frío a pesar de que estamos a principio de junio. Aquí en Tory el tiempo no cambia demasiado; normalmente llueve o, en el mejor de los casos, tenemos unas cuantas horas seguidas de sol.
Cruzo el jardín en dirección al corral de las ovejas. Parecen alegrarse cuando me ven.
-Buenos días, chicas.-recibo un coro de balidos como respuesta-El desayuno ha llegado.
Abro la puerta para que puedan salir. Molly, Beethy, Ally, Danna y la pequeña Jessie desfilan como soldados detrás de mí mientras las guío hacia el prado que hay unos metros más allá de nuestra casa.
La isla no es muy grande, por lo que cualquier lugar resulta cercano. Hay mucho espacio y pocos habitantes, tan pocos que ni siquiera veo a nadie por el camino. Solo me acompaña el ruido monótono de los pasos del rebaño y de sus cencerros.
El prado también está desierto. Mi pequeño séquito de animales se despliega por la hierba para empezar a engullir su verde desayuno. Yo me siento a esperar entre las rocas con una libreta en la mano. A veces salgo a dibujar si el tiempo y los deberes del instituto me lo permiten, e incluso me atrevo a escribir alguna que otra poesía.
Sin embargo, no estoy lo que se dice inspirado. Me quedo embobado mirando el horizonte sin hacer ni un triste boceto. Supongo que se debe a que tengo sueño y a que me espera un larguísimo sermón por cortesía del reverendo Klaus. Ha tratado de convencerme en varias ocasiones de que le eche una mano con la restauración de los frescos de la iglesia, pero el abuelo me tiene demasiado ocupado con nuestra propia granja. A él no le agrada mi faceta artística, por eso me veo obligado a hacer mis dibujos en la clandestinidad.
Todavía recuerdo la manera en que me miró la primera vez que ojeó mi cuaderno. Entonces yo tenía ocho años y acababa de mudarme con él a Tory. Nuestra relación era bastante mala, nada que ver con la de un abuelo y su nieto. Encontró el cuaderno encima de la mesa de la cocina y me dijo que no malgastara ni un solo minuto de mi vida en hacer garabatos cuando había tanto trabajo.
El balido desesperado de Danna me saca de mis pensamientos. Miro instintivamente en todas las direcciones esperando encontrar el problema. El resto de las ovejas sigue pastando, a excepción de Jessie. Ella ha sido la última en nacer, por lo que todavía no sabe desenvolverse muy bien.
Angustiado, me dirijo al borde del acantilado con Danna pisándome los talones. Jessie está allí jugando a perseguir mariposas. Le acaricio el lomo con cariño; es suave como un peluche. Entonces me preguntó por qué Danna se había puesto tan nerviosa si su hija estaba perfectamente a salvo.
Pero ella sigue balando sin parar y yo empiezo a preocuparme seriamente. Intenta decirme algo importante, aunque no se me ocurre qué puede ser más importante para una oveja que comer hierba y estar calentita en su corral.
Ahí es cuando me doy cuenta de que en realidad está señalando la playa con su hocico. Me asomo al vacío y reparo en una especie de bulto tirado en mitad de la arena. Agudizo la vista hasta donde mi incipiente miopía me lo permite. A juzgar por la forma, bien puede tratarse de una persona, una que parece haber salido de un naufragio en alta mar.
Sin pensarlo dos veces echo a correr hacia la playa. El abuelo me mataría si se enterase de que he dejado solas a sus queridísimas ovejas, pero este es un caso de fuerza mayor.
Yo tenía razón: aquel bulto tan extraño era una persona; una chica, para ser exactos. Me acerco a ella, mi respiración entrecortada por la carrera. La miro mejor y quedo gratamente sorprendido. Es tan bonita que si no tuviera la certeza de que es imposible, la habría confundido con una sirena. Intento despertarla, sin éxito. Por suerte, aún respira.
Como no veo a nadie más, le pongo mi chaqueta por encima y la cojo en brazos. Está tan mojada que no para de temblar. Es probable de que mi teoría de que haya habido un accidente marítimo no sea tan descabellada. Puede que incluso esté a punto de llevar a mi casa a la última superviviente.
Una vez en la granja, no tengo tiempo de pensar en las ovejas del abuelo. Pongo a la chica en mi cama y empiezo a dar vueltas por la habitación para ver si se me ocurre algo. El abuelo no está, así que finalmente decido expoliar los armarios hasta que encuentro varias mantas con las que tapar a mi huésped.
Cuando su respiración se vuelve estable me permito el lujo de dejarme caer sobre la silla. El sueño atrasado me pasa factura y noto que mis párpados se cierran sin remedio. No estoy acostumbrado a tantas emociones fuertes.
Bueno, ¿qué os ha parecido el capítulo? La narración está hecha desde el punto de vista de Helia y de momento creo que será así durante el resto de la historia, pues resulta más entretenida. Como curiosidad, me gustaría señalar que la isla de Tory es tan pequeña que ni siquiera aparece en el mapa de Irlanda. Mirad algunas fotografías si tenéis la oportunidad porque el paisaje es precioso y de paso os situáis un poco geográficamente. No dejéis de leer y ¡hasta el próximo capítulo!