Previamente en Wish On A Star:

Minos detuvo su marcha pero no se volteó. Así que de esa manera era como la llamaban… Sonrió de lado y giró su cabeza levemente, miró a Albafica por sobre su hombro, marcando la abismal diferencia que había entre ellos.

—Ya no me apetece matarte… —musitó con todo el desdén del que era capaz.

Sin dejarlo replicar, el juez del infierno siguió su camino hasta perderse entre los cielos. Albafica lo miró con odio, puro y claro odio. Nadie lo había humillado de semejante manera antes, nadie jamás lo había sobrado con tanta crueldad y se había divertido a su placer haciendo lo que quisiese con él. Y jamás se lo perdonaría. Su expresión se relajó cuando Iriel se arrodilló frente a él con preocupación. ¿En qué momento él se había derrumbado? No lo sabía… Su visión se volvía borrosa por momentos, sabía que estaba muriendo. Ni siquiera tuvo fuerzas para decirle a su amada que se alejara, de advertirle de nuevo que su sangre era venenosa… ni a ella ni a la mota dorada que sabía, era Shion. Alzó su mano con cuidado, sintiendo de nueva cuenta el lacerante dolor que nublaba sus sentidos y atenazaba sus nervios. Acarició la mejilla de Iriel y sus ahora pálidos labios se curvaron en una ínfima sonrisa. Sentía el calor abandonando su cuerpo poco a poco, no le importaba, toda su vida había estado preparado para morir. Y sabía que Iriel estaría en buenas manos… percibió a Shion cargándolo en brazos, y el cielo azul, junto a los pétalos de rosa que aún surcaban el aire, fueron lo último que vio, antes de que sus ojos cobaltos se cerraran de una buena vez, sumiéndolo en la más profunda penumbra.

Sus rosas… jamás le habían parecido tan hermosas…


Capítulo 18: Espejos

Al poner un pie en el Inframundo, Minos dejó escapar un pesado suspiro, mismo que había estado conteniendo desde que abandonara tierras griegas. Aún le parecía increíble su descubrimiento. Haber encontrado a Macaria, después de milenios sin saber de ella, fue como haber recuperado algo invaluable luego de haber estado perdido por muchos años.
Esa misma sensación de incredulidad, mezclada con emoción, nostalgia y unas impresionantes ganas de llevarla consigo a todos lados, lo invadía por miedo a que se evaporara en el aire como una cruel ilusión. Otro suspiro huyó de sus labios mientras miraba con detenimiento el mechón de cabello castaño oscuro que le cortara a Macaria sin que ésta se diera cuenta. Demasiado preocupada estaba por aquellos santos de oro como para notarlo. El juez apretó con fuerza la mandíbula hasta que sus dientes rechinaron. No le hacía ni pizca de gracia haberla dejado con ellos. Se preguntaba cuánto tiempo habría estado la diosa entre esos indignos mortales…
Acarició con delicadeza las hebras castañas, que él recordaba negras, negras como las oscuras noches de invierno en Noruega. Evocó aquellos momentos al lado de la bondadosa deidad como agradables recuerdos que deseaba recrear otra vez. Solo hasta ese momento se dio cuenta de lo mucho que la había echado de menos.

Sin saber muy bien qué era lo que debía hacer a continuación, comenzó a caminar rumbo al salón del trono, antes de detenerse en seco a medio camino. ¿Qué demonios estaba haciendo? El Inframundo se hallaba desierto, todos estaban en la superficie, en Italia, en el castillo temporal de Hades. Ni siquiera los dioses gemelos se hallaban allí. Se sintió estúpido. Se había distraído de más pensando en aquella mujer. Maldijo en su idioma natal mientras giraba sobre sus pasos y desandaba lo andado, presuroso, ansioso por llegar a tierras italianas de una buena vez. Aunque aquello le hizo pensar un poco mejor las cosas… No es que desconfiara de su señor, pero sí desconfiaba de su contenedor… ese tal Alone. Conocía en demasía a su señor Hades como para dejarse engañar por un chiquillo de quince. Su fuerza de voluntad era admirable, de eso no cabía duda. Pero para un espectro que había pasado la mayor parte de su vida revoloteando alrededor de aquel dios, era imposible no advertir que el espíritu de Alone estaba manipulando el cosmos de Hades a su antojo, engañando a todos. Ignoraba los fines de aquel niño, pero si de algo estaba seguro, era que no se saldría con la suya.

No le podía comunicar que Macaria había regresado. Primero, su señor Hades debía de tomar posesión completa de aquel contenedor. Por lo pronto, le diría a Thanatos y sólo a él.

Con esos pensamientos salió resuelto del Inframundo. Fue cuestión de minutos llegar a Italia. Lo primero que entró en su rango de visión fue Pandora, caminando hacia él con el ceño fruncido. Quiso rodar los ojos, pero se contuvo. No estaba de humor para atender a esa mujer. A pesar de ser su superior, Pandora podía llegar a ser más que intolerante y molesta cuando menos se lo proponía. De seguro intuía que algo había salido mal. Su mente intentó maquinar una buena excusa, pero le fue imposible.

—Minos, ¿qué ha sucedido? —preguntó Pandora, antes de fijarse en lo que el espectro llevaba consigo—, ¿qué es eso?

Señaló al mechón de cabello con un dedo y una ceja alzada. Minos se debatía mentalmente si era buena idea contarle a ella antes que a Thanatos. Resolvió que ganaría más si era sincero… aunque… a su manera. Le tendió el mechón a la dama, quien lo tomó con un gesto de extrañeza. Antes de que pudiese emitir palabra alguna, el albino se le adelantó.

—Déselo al señor Thanatos, y dígale que envuelva el mechón con su cosmos —musitó respetuosamente, controlando a la perfección su ansiedad.

Pandora arqueó una ceja para luego fruncir el ceño.

—¿Por qué debería dárselo? Minos, tienes que decirme qué está sucediendo —demandó impaciente.

Ahí estaba otra vez. Ese tonito autoritario que tanto le desagradaba al juez. Minos reprimió de nuevo una mueca de profunda molestia a la perfección. Su rostro denotaba una avasallante seriedad.

—Solo hágalo, es importante —insistió tajante—. Por favor… —añadió luego de pensárselo un par de segundos.

Después de decir aquello, realizó una sutil reverencia y se alejó caminando por otro de los oscuros pasillos rumbo a su habitación temporal. Necesitaba tiempo para pensar. Debía estar solo, en la tranquilidad de sus aposentos.
Por otro lado, Pandora miró los cabellos que aún sujetaba y una sensación de inquietud se adueñó de cada fibra de su ser. Frunció el ceño y echando una última mirada al pasillo vacío frente a ella, dio media vuelta, encaminándose al palacio que compartían los dioses gemelos.

El mismo se hallaba sobre el castillo de Hades, flotando imperturbable entre las nubes. Estaba construido con sobrio mármol blanco; tenía columnas refinadas, finamente talladas y decoradas con enredaderas de pequeñas rosas rojas. Además poseía un balcón con una vista espectacular, piso de losa y un espacio formidable. En el centro del balcón había una mesa y dos sillas, en donde uno de los dioses gemelos estaba sentado, degustando un té con parsimonia. Aquel dios era rubio, de ojos dorados y piel blanca como la nieve. Mientras tanto, su gemelo miraba con cierto aburrimiento los terrenos que había debajo de ellos. Él tenía cabello negro azabache, ojos grises, y al igual que su hermano, llevaba puesta una túnica negra con detalles dorados. El sonido delicado que hacía Pandora al caminar ni siquiera los inmutó, solo Hypnos dejó de beber su té para dirigirle una suave mirada. Thanatos continuó mirando el paisaje, imperturbable, a la vez que cortaba un pequeño pimpollo.

La heraldo bajó la mirada, sumamente nerviosa, al mismo tiempo que hacía una profunda reverencia, posando su rodilla en el suelo y clavando sus ojos en la parte de su falda que se arrastraba en el impoluto mármol.

—¿Qué haces aquí, Pandora? —cuestionó Thanatos con su aterciopelada voz.

Por su parte, Hypnos entrecerró sus ojos al ver el mechón de cabello castaño oscuro que la mujer apretaba en su mano. La inseguridad que destilaba Pandora al estar frente a los dioses gemelos era inmensa. Podía percibirse al instante. Antes que la mujer pudiese responder, Hypnos se le adelantó.

—Pandora… ¿qué es eso que traes en tu mano? —preguntó el rubio alzando una de sus cejas, expectante.

La heraldo respingó en su lugar y se irguió.

—Minos lo ha traído… dijo que mi señor Thanatos debía tenerlo y alzar su cosmos al tocarlo —explicó mirando con extrañeza las hebras.

Para ese momento, el dios aludido se giró con una mueca de molestia y confusión en su rostro. Ese chiquillo… por más milenios que pasaran, él lo seguiría viendo como el niño al que había criado y entrenado.
Al posar su mirada en el mechón de cabello en manos de Pandora, no pudo hacer menos que alzar una de sus finas cejas y poner una mirada incrédula. ¿Qué diablos se suponía que era eso? Sin cruzar palabras con la mujer, se lo arrebató de las manos con toda la gracia que alguien de la realeza poseía y lo contempló con detenimiento. No tenía nada de especial… al menos no a simple vista.

Alzar su cosmos.

Lo sostuvo con una sola mano e hizo que su cosmos se incrementara y se hiciera visible, envolviéndola en un halo de energía azul cobalto. Inmediatamente, el mechón castaño oscuro se ennegreció hasta adquirir un tono tan oscuro como el del dios. Sorprendido, Thanatos lo miró con la boca ligeramente abierta. Cruzó miradas con Hypnos, y luego frunció el ceño mirando esta vez a Pandora.

—¿Qué significa esto? —murmuró, controlando el asombro en su voz.

La expresión de la dama era muy similar a la suya propia, desencajada por el asombro. Ella negó suavemente con su cabeza, sin saber cómo explicar. Boqueó un par de veces antes de bajar su mirada; los ojos de Thanatos sobre ella solo lograban atormentarla más.

—No… no lo sé, mi señor —respondió Pandora titubeante.

El dios hizo una mueca de marcado fastidio y se giró a mirar a Hypnos, quien solo atinó a encogerse de hombros y sorber un trago de su té. Thanatos tensó su mandíbula. Detestaba no saber algo, y mucho más cuando era un asunto que le competía. Aún sin soltar el oscuro mechón de cabello, se acercó a Pandora y de un solo movimiento de su mano, hizo que se irguiera. Con su mano libre tomó el mentón de la heraldo y lo apretó ligeramente, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Busca a Minos, tráelo ante mí —murmuró con autoridad antes de soltarla con poca delicadeza.

Pandora asintió, sintiendo como el terror hacía temblar su ser, y luego de una rápida reverencia, partió presurosa hacia el castillo de Hades. Recorrió los pasillos con velocidad y al cabo de unos minutos ya había dado con Minos.

Por su parte, el espectro se había despojado de su surplice, encontrándose vestido con ropas elegantes. Una camisa blanca, chaleco negro y pantalones lisos del mismo color, aunados con zapatos de vestir lustrados de la misma tonalidad. Él se volteó a mirarla y asintió. No era necesario decir nada, ahora era su turno de explicar las cosas. Dejó escapar un pesado suspiro antes de partir hacia el palacio flotante. Una vez allí, realizó una sutil reverencia a ambos dioses y esperó.

Solo bastaron unos segundos para que la suave voz de Thanatos se dejara oír.

—Minos, ¿qué significa esto? —preguntó con voz casual, alzando una ceja y mostrando el mechón que había dejado sobre la mesa.

El noruego no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro de manera automática, desconcertando al dios. ¿Por qué diablos sonreía?

—Macaria…

Una palabra. Solo una maldita palabra y Thanatos se desmoronó. Sus ojos se abrieron incrédulos, su rostro se desfiguró en una expresión de completa sorpresa, sin poder disimularlo ni un poco. Una sola palabra, y su mundo entero había sido víctima de un terremoto de sentimientos que creía haber dado por muertos centurias atrás.
Hypnos dejó de beber su té y miró de igual manera a Minos, aunque ligeramente más relajado que su hermano. Ese nombre sólo podía tener un significado.

—¿Qué…? —la voz de Thanatos sonó débil.

—Explícate —exigió Hypnos.

A sabiendas que la paciencia no era una virtud que poseyeran esos dioses, Minos procedió a explicarles detalladamente lo que había vivido. La muerte del santo de Piscis hizo sonreír a Thanatos, y el supuesto regreso de Macaria creó una revolución dentro suyo. La quería de vuelta, la necesitaba a su lado.

Y no esperaría. Iría él mismo a buscarla.

—Prepara a tus hombres, Minos. En cuanto todo esté listo, partiremos al Santuario —ordenó con seriedad, volviendo a mirar los terrenos por debajo de él.

Minos asintió y con rapidez se encaminó al castillo. Reuniría otro escuadrón de espectros bajo su mando.

Hypnos sonrió complacido. Él también extrañaba a Macaria, pero sabía que no se comparaba con la felicidad suprema y la ansiedad que colmaba a su gemelo. Terminó de beber su té y se paró, caminó hacia el balcón y posó una mano en el hombro de Thanatos.

—Ha pasado mucho tiempo… ¿no es así?

Thanatos no lo miró, pero sonrió.

—Demasiado.


Dolor.

Lo único que sentía era dolor; en sus articulaciones, sus huesos, sus músculos. No entendía. Debería estar muerto.

Albafica intentó abrir sus ojos lentamente, pero los sentía demasiado pesados. Estaba confundido y lastimado. Su memoria estaba borrosa, pero uno a uno sus recuerdos comenzaron a volver. El santo consiguió abrir sus ojos al cabo de un rato, dejando al descubierto dos cansados orbes cobalto.
Esperaba ver el cielo, o las paredes de su habitación. En cambio, lo que vio lo desconcertó inmensamente.

El alto y blanco techo fue lo primero que encontraron sus ojos. Albafica pestañó un par de veces antes de girar su cabeza un poco hacia la izquierda. Un montón de objetos raros, parecidos a grandes cajas de metal, producían sonidos y poseían luz propia. De pronto, un pensamiento cruzó su mente.

"Máquinas…"

Iriel le había hablado sobre ellas. Fue entonces cuando la comprensión lo golpeó. Duro…

La guerra. La batalla. Hades. Minos.

"Ya no me apetece matarte…"

Albafica pudo sentir su sangre hervir ante el mero recuerdo.

¿Qué pasó después de eso?

Él recordó a Shion llegando al lugar de la pelea, y a Iriel implorando por sus vidas. A pesar de su furia, que iba en aumento, se sentó con cuidado en la cama. Más blanco inundó su campo de visión; las paredes, la cama, las sábanas, las cortinas. Todo era blanco. Dolorosamente blanco.

Albafica ajustó su visión y después de eso, prestó atención a los pequeños detalles adornando la habitación. Flores, pequeños papeles coloreados y cosas redondas flotantes -que luego reconoció como globos-.

Estaba en el mundo de Iriel. Pero, ¿cómo? Eso seguía siendo un misterio…

Un par de minutos pasaron, en los cuales Albafica permaneció en la misma posición, pensando. Movió sus dedos experimentalmente, no estaban quebrados… Frunció el ceño, sin entender. ¿Acaso estaba alucinando? Sus huesos habían sido quebrados, todos. Movió sus piernas y no sintió el dolor insoportable que esperaba. Con renovada determinación, Albafica se sentó al borde de la cama. Sus pies rozaban el suelo frío, impoluto… y blanco. Estaba comenzando a incomodarle un poco. Gracias a Athena, las cortinas de la habitación estaban cerradas, impidiendo que la luz entrara demasiado. Sus ojos lo agradecían.

Justo cuando pensaba levantarse y caminar un poco, se dio cuenta de los diminutos cables transparentes que estaban clavados en su brazo izquierdo, asegurados ahí con una cinta blanca que se pegaba a su piel. Y muchos otros cables grises que estaban pegados a él, distribuidos por todo su tórax. Otro pequeño cable estaba conectado a un pequeño aparato, que estaba apretando su dedo índice izquierdo. A pocos segundos de tratar de quitárselo todo, la puerta de la habitación se abrió. Una mujer vestida con un uniforme blanco, ingresó capturando por completo su atención, poniéndolo en alerta. No debía confiarse.

La mujer estaba sosteniendo varios papeles blancos, absorta en ellos. Los leía por arriba, leyendo su contenido, cuando alzó la mirada con poco interés. Su expresión se transformó en una de estupefacción al admirar al santo de Piscis. Ahí estaba, el que había ingresado al hospital prácticamente muerto culpa de sus gravísimas lesiones, sentado en la cama como si nada pasara. La miraba como esperando que se atreviera a decir algo.

—Señor… señor Albafica… —titubeó la joven mujer.

No podía dejar de mirarlo como si su mera existencia fuera fascinante. Albafica estaba cada vez más incómodo. Cuando abrió su boca para preguntarle quién era y que hacía él ahí, la mujer salió apresurada de la habitación. El santo frunció el ceño de nuevo, cada vez más y más confundido. Sólo esperaba que Iriel apareciera pronto. La uniformada apreció repentinamente a los pocos segundos de haberse ido, sólo para decirle -ordenarle- que no se sacara la vía intravenosa. Ante el claro desconcierto de Albafica, ella le indicó los raros cables transparentes insertados en su brazo. Después dio media vuelta y volvió a irse. Curiosamente, no le dijo nada sobre los otros cables… Sin pensarlo demasiado, el santo se sacó el aparatito de su dedo. Cuando nada pasó, empezó a despegar lentamente los otros cables en su pecho. Nada.

Extraño.

Un par de minutos más tarde, dos hombres vestidos con un uniforme azul, similar al que llevaba la primera mujer que había entrado previamente, entraron a la habitación seguidos de dos mujeres con uniforme blanco. Albafica se puso en alerta de inmediato, dando un salto amplio, alejándose de la cama como un rayo, arrancándose la vía intravenosa por accidente. Chasqueó la lenga en disgusto ante el leve pero doloroso tirón en su brazo izquierdo. Súbitamente alzó su mirada a las desconocidas personas frente al él. Su sangre estaba empezando a brotar de su nueva herida. Era peligroso. Muy peligroso.

—¡No se acerquen! —exclamó uno de los hombres, mirando atentamente el brazo de Albafica.

Ahora eso tomó realmente por sorpresa al santo. ¿Acaso sabía de su letal sangre?

La comitiva frenó en seco y miraron al hombre que había hablado, estupefactos. En ese momento, Albafica fijó sus ojos en él, y al cabo de unos segundos lo reconoció. Él había sido el médico que le había dado una de las mejores noticias de su vida. El padre de la amiga de Iriel, el señor Laurence Ginoble.

—Señor Laurence…—musitó el santo.

Albafica realizó una pequeña reverencia como símbolo de respeto hacia el médico. El aludido sonrió al apreciar el cambio en el santo. Era mejor que estuviera tranquilo… Laurence volteó para ver a sus compañeros de trabajo, con una mirada les pidió a las enfermeras que salieran. Luego miró a su colega y amigo, el médico de terapia intensiva Eugene Dempsey. A quien pudo convencer de guardar silencio sobre el caso de Albafica. Lo que Laurence no esperaba, es que el santo se recuperara de esa manera anormal… Al parecer, también tendría que comprar a las enfermeras de turno.

—Buenos días, señor Albafica —saludó el hematólogo—, veo que tu recuperación ha sido óptima.

Albafica lo miró con una ceja alzada en confusión. Se relajó un poco, aunque no dejó su posición en la esquina de la habitación. Necesitaba respuestas.

Laurence introdujo a su compañero y luego procedió a colocarse guantes y un barbijo. Le dijo a Eugene que se mantuviera donde estaba, mientras él se acercaba a Albafica. Con cuidado -y luego de asegurarle al santo que nada malo le pasaría- tomó el brazo herido y comenzó a limpiar la sangre suavemente. Después de vendarlo bien, le sonrió de nuevo a Albafica y le dijo que tomara asiento en la cama.

—Si hay algo que no me puedo explicar, señor Albafica, es su milagrosa recuperación —dijo Laurence, sentándose despacio a los pies de la cama—, cuando Iriel y su amigo lo trajeron a la sala de emergencias, bañado en sangre y con sus huesos completamente quebrados, sinceramente, creí que no sobreviviría.

Albafica ni siquiera consideró la opción de salir vivo de la batalla. Así que ya el mero hecho de seguir respirando lo asombraba gratamente.

—De alguna forma, todas tus heridas parecen haber sanado. Aún así, necesito hacerte más exámenes, para comprobar que estés bien —continuó Laurence—, Eugene te examinará.

Albafica asintió lentamente y miró con desconfianza al otro médico. Laurence había sido un buen médico y confiaba en su criterio, habría que probar al otro... Laurence luego le explicó que Iriel y su amigo -probablemente Shion- lo habían ingresado a la guardia del hospital diciendo que lo había atropellado un camión. Albafica resistió el impulso de alzar una ceja. Lo habían llevado de inmediato a terapia intensiva, y habían hecho todo lo humanamente posible para lograr ponerlo estable. Sólo lo habían atendido médicos de confianza, cuyo silencio fue asegurado previamente. La condición de Albafica no podía ser divulgada.
Había perdido demasiada sangre, y justo en ese día el hospital había usado una gran cantidad de sangre en transfusiones. Iriel se había ofrecido sin pensarlo para ser su donante, su amigo también. De ambos, la muchacha resultó ser compatible con el tipo de sangre del santo de Piscis. La transfusión se realizó, y luego de treinta y siete intensas horas de cirugía, el cuerpo médico decidió que habían hecho todo lo posible con el maltrecho Albafica. Sólo quedaba esperar lo mejor.
Cuando volvieron a verlo después de unas horas, su aspecto había mejorado notoriamente, y ya no necesitaba el respirador artificial. Su respiración era lenta y pausada, pero estable.

Lo estuvieron monitoreando durante toda la noche del segundo día, asombrándose más y más de su rápida recuperación. Nadie se sobreponía en un día de múltiples fracturas, hemorragias internas, desangramiento y músculos rotos. Nadie. Sin embargo, Albafica sí. De alguna extraña manera. Al fin y al cabo, el santo no pertenecía al mundo que Laurence conocía.

Una hora después, los médicos decidieron que Albafica estaba en óptimas condiciones. Le comunicaron las noticias a Iriel y a su amigo, y por fin los dejaron pasar a ver al santo. Iriel entró primero, seguida de Shion. Al ver a Albafica en perfecto estado, sus ojos se llenaron de lágrimas y se apresuró a abrazarlo. El santo de Piscis estaba vestido con una bata del hospital, ya que su ropa no se había salvado. Shion los miraba con una gran sonrisa en su rostro, sin creer lo que veía. Albafica lo miró, aún abrazando a Iriel, y se comunicó usando su cosmos.

¿Qué pasó con mi armadura?

Te la quité antes de venir aquí, supuse que sería un estorbo más que una ayuda.

Gracias, Shion…

Se sonrieron sinceramente y luego Shion miró a Iriel con una expresión suave. Albafica lo notó, y la miró también al separarse un poco. La mujer clavó sus orbes en las del santo de Piscis y limpió sus lágrimas.

—Estoy muy feliz de que estés vivo y bien —dijo emocionada.

—Yo también, Iriel… yo también… —susurró Albafica, acariciando la mejilla de la mujer con ternura.

Shion carraspeó suavemente, atrayendo su atención. Iriel se sonrojó y se apartó un par de pasos del santo de las rosas.

—Debemos volver de inmediato al Santuario. No sabemos cuál será el siguiente movimiento de Hades —comunicó Shion con seriedad.

Albafica asintió y miró a Iriel.

—¿Sabes si Minos atacará al Santuario nuevamente? —cuestionó con el ceño fruncido.

Iriel lo imitó y una expresión conflictuada se apoderó de su rostro. Estaba sin palabras. No lo sabía. Por primera vez, no tenía ni la menor idea de qué pasaría.

—No lo sé… —susurró con honestidad.

Los santos la miraron con preocupación.

—¿Cómo es que no sabes? —preguntó Shion agitado—, ¡tú sabes todo lo que va a pasar en la Guerra Santa!

Iriel lo miró nerviosa y preocupada, negó suavemente con la cabeza. Inhaló profundamente y largó el aire despacio.

—Ahora no lo sé —comenzó—, en la pelea contra Minos… —no sabía cómo articular las palabras para revelar la bomba de información, que sabía, debía dar—, Minos debía morir.

La sorpresa en los santos era evidente. Iriel mordió su labio inferior. Eso no era todo.

—Y… Albafica también…

Listo. El semblante de ambos hombres se desencajó en shock. Shion no lo podía creer. Todo era muy confuso. Poco a poco salieron de su estupor, y Shion fue el primero en hablar.

—Porque interviniste, ahora el futuro fue alterado, ¿no es así? —la mujer asintió—, entiendo…

Hubo un minuto de silencio, y esta vez Albafica fue el que lo rompió.

—Iriel… Minos te llamó "mi señora", y te trató como si fueras muy importante para él —puntualizó entrecerrando los ojos, sintiendo la furia de antes volver a él en un instante—, ¿qué quiso decir?

Shion prestó mucha atención a Iriel entonces. Eso también le había llamado poderosamente la atención. Sin embargo, la mujer sólo se veía confundida. No sabía qué había sido todo eso, por más que lo pensara y lo pensara, Iriel no lo sabía. Frustrado, Albafica se cruzó de brazos.

—En ese caso, habrá que preguntarle.


En el Santuario, Kardia, Degel y Dohko habían sido encargados de patrullar los alrededores en busca de espectros. El resto de los santos permanecían cerca de la diosa, en sus casas, y se iban turnando para estar al lado de Athena en todo momento. Actualmente, Sísifo estaba con la diosa y el patriarca. Estaban conversando sobre recientes acontecimientos, cuando de pronto un cosmos oscuro apreció de la nada. El cosmos era increíblemente fuerte.

Sin gastar ni un segundo, Sísifo y el patriarca estaban frente a la diosa, listos para defenderla con sus vidas. Un sudor frío corrió por el cuello de Sage. Ese cosmos era inconfundible para él.

—El dios de la muerte… Thanatos —susurró atónito.

Sísifo ajustó su mirada y en efecto, ahí estaba el dios. Y no estaba solo; su gemelo Hypnos estaba ahí, junto un grupo de espectros. Athena los miraba con preocupación.

—¿Qué significa esto, Thanatos? ¿Hypnos? —cuestionó la diosa.

Hypnos sólo pudo soltar una pequeña risita. ¿Acaso la estúpida Athena pretendía disuadirlos? Estúpida de verdad. Thanatos no tomó tan bien la pregunta. El dios alzó su cosmos violentamente, alertando a todos en el Santuario.

—¿Que qué significa esto? —murmuró enojado—, ¡entréguenme a mi esposa! —bramó mirándolos con odio.

La confusión se apoderó de Athena, Sage y Sísifo. ¿Su esposa? ¿De qué diablos estaba hablando? La diosa frunció el ceño y negó suavemente.

—Thanatos, explícate. ¡Aquí jamás ha estado tu esposa!

El dios de la muerte nunca fue famoso por su paciencia. Ese comentario lo terminó de sacar de sus casillas. Su rostro se desfiguró con una expresión de furia pura, alzó sus manos y concentró su cosmos en una esfera gigante. Sísifo y Sage se pusieron en posición defensiva instantáneamente, al igual que Regulus y El Cid, que habían llegado segundos antes.

—¡MIENTES!

Hypnos sabía que su hermano estaba fuera de sus casillas. Macaria se había transformado en un tema muy delicado para él. Y con los siglos se había puesto cada vez peor. Todo rastro de luz que hubiese tenido Thanatos, había muerto. Esa luz fue reemplazada por una oscuridad inconmensurable, y nada más que ella sería capaz de hacer volver al viejo Thanatos. Desde la era del mito, los gemelos habían construido una reputación inconfundible, siendo cada uno, una cara de la misma moneda. Y a pesar de que Thanatos siempre había sido conocido por su fuerte e impulsivo temperamento, la desaparición de su esposa lo había vuelto cruel y despiadado.

Los santos de Athena sufrieron la nueva ira del dios de la muerte. La guerra del siglo XVI fue particularmente sangrienta. Se habían cumplido cuatro milenios de la desaparición de Macaria. Cuatro eternos milenios… En su furia, Thanatos mismo eliminó la mayor parte del ejército enemigo.

Cuando Thanatos lanzó su ataque, Sage y Sísifo lo contuvieron a duras penas. Los pies de los santos se enterraban en el piso, quebrando el mármol y arrastrándose varios metros hacia atrás. Athena decidió intervenir esta vez, usando a Niké para romper en dos la terrible esfera de cosmos. Una vez disipado el ataque, Sasha alzó su mirada y clavó sus ojos en los dioses. Una expresión seria había apoderado su rostro.

—Thanatos, sinceramente no sé de qué estás hablando —dijo con cuidado Sasha.

El dios de la muerte chasqueó la lengua y la miró con un semblante sombrío. Antes de que pudiera responderle, Athena volvió a hablar.

—No tengo porqué mentirte, Thanatos —aseguró tentativa.

A Sasha no le gustaba para nada esa situación. Los dioses gemelos representaban un enorme peligro para el Santuario y sus habitantes. Thanatos, en el estado de enojo e impaciencia en el que se encontraba, era una amenaza aterradora. Por su parte, Hypnos alzó una ceja. Su hermano estaba siendo suave. Era obvio, al menos para él, que Thanatos no planeaba matarlos con esa esfera de cosmos. Por esa razón lo dejó ser. Al fin y al cabo, él también quería respuestas.

—Mi esposa estuvo presente en la pelea de Minos de Grifo y Albafica de Piscis —gruñó Thanatos.

Los ojos del dios de la muerte estaban entrecerrados, su ceño estaba fruncido y sus dientes apretados. Los santos presentes y la diosa abrieron sus ojos en sorpresa. Sasha frunció el ceño y de repente, el recuerdo de Iriel se materializó en su mente. Ella era la única que podría haber estado en esa pelea. Albafica luchaba solo, y si había alguien que pudiera interferir, esa sería Iriel. Pero… era imposible. Iriel jamás podría ser la esposa de Thanatos. ¡Ella venía de otro mundo!

Mientras esa idea se debatía en la mente de Sasha, el dios de la muerte no le quitó los ojos de encima. Cuando vio el cambio de expresiones en la diosa, supo que había dado en el clavo. Y le enfureció aún más, que esa patética reencarnación de Athena se atreviera a ocultar de él esa invaluable información.

Ya tenía suficiente.

—Si no me das la respuesta que quiero, Athena —siseó alzando sus brazos al cielo, creando la "Terrible Providencia"—, me encargaré de reducir este lugar a cenizas, hasta encontrar yo mismo a mi esposa —amenazó.

Sage palideció al ver el ataque. El mismo que en la guerra pasada acabara con gran parte de sus compañeros de armas. Miró a su diosa y luego volvió a mirar a Thanatos. Sabía que debía hacer algo para ganar tiempo, o la Terrible Providencia podría herir gravemente a su diosa. Decidido, dio un paso al frente. Pero Sísifo se le adelantó.

—¡No sabemos dónde se encuentra tu esposa! —gritó con seriedad.

Thanatos sólo alzó una ceja, incrédulo. Al parecer, tendría que enseñarles una lección que no olvidarían. Estuvo a punto de lanzarles su tan temido ataque, cuando súbitamente, frenó en seco su ataque y frunció el ceño, desconcertado. Desvaneció su cosmos y comenzó a expandir sus sentidos. Ahí estaba, débil, prácticamente inexistente, pero ahí. Podía sentir el cosmos de Macaria. Estaba a varios kilómetros del Santuario, no lo entendía. Thanatos miró a Hypnos por un segundo, antes de transportarse al lugar donde sentía la pequeña energía. Sin regalarles ni una sola mirada más a los santos.

Minos lo siguió ipso facto, al igual que Hypnos y escuadrón de espectros. Los santos de Athena y la diosa misma se quedaron de piedra, sin entender nada.

—¿Pero qué diablos… fue eso? —susurró Regulus, rascándose la nuca.


A unos kilómetros de ahí, Iriel, junto a Shion y Albafica, acababan de cruzar el pozo. Iriel no podía borrar la sonrisa en su rostro. Estaba sumamente feliz de que Albafica no había muerto esta vez, y se aseguraría de que nadie más lo hiciera. Al evitar la muerte del santo de Piscis, ella descubrió que era capaz de eso. Había estado tan deprimida y tan frustrada consigo misma y el futuro lúgubre que se avecinaba, que la alternativa de salvar a quienes estaban destinados a morir no parecía probable. Ahora no desperdiciaría esa oportunidad.

Apenas habían dado un par de pasos, cuando Iriel fue embestida por Kardia, quien había sentido su cosmos aparecer, junto al de sus compañeros. El santo de Escorpio la envolvió con sus brazos en un instante, dándole un par de vueltas.

—¡Estás bien! —exclamó feliz.

Iriel correspondió al abrazo, riendo. Cuando Kardia la soltó, se miraron unos segundos con una gran sonrisa iluminando sus ojos y se separaron. El santo luego miró a Albafica, a Shion y asintió a modo de saludo. Segundos después hicieron acto de presencia Dohko y Degel. Después de los saludos, todos decidieron retomar el camino al Santuario, cuando sintieron un cosmos arrasador acercarse a ellos a toda velocidad. Los santos adoptaron posiciones defensivas de inmediato. Por su lado, Iriel se quedó de piedra. Algo estaba mal, muy mal. Ese cosmos jamás lo había sentido, y de alguna manera, la agitaba. Su corazón comenzó a latir rápidamente.

De pronto, ahí estaban; un escuadrón de espectros se había posicionado frente a ellos, en forma semicircular, casi los rodeaban. Y delante de los espectros, estaban Minos, Hypnos… y Thanatos.

¿Qué… diablos?

Por su parte, tanto Hypnos como Thanatos estaban estupefactos. Thanatos miraba a Iriel como si fuera el ser más frágil, pequeño y valioso de todo el universo. No podía creerlo... Después de tantos milenios, verla frente a él, viva, sana, a salvo... Era como un sueño, una ilusión que creía, podría desvanecerse en cuestión de segundos.

Sonrió. Pero esa sonrisa se esfumó al ver a esos despreciables caballeros de Athena colocarse frente a ella. ¿Quiénes se creían que eran? ¿Con qué derecho se creían para tan siquiera atreverse a tocarla con sus inmundas manos? Thanatos caminó con parsimonia hacia Iriel, sus pasos eran lentos, calculados, pero firmes. Su mirada denotaba enojo; era gélida y filosa como una daga.

El cosmos del dios de la muerte se fue incrementando poco a poco, dejando muy en claro que era mejor apartarse. Pero a pesar de ello, ninguno de los santos se movió. Al contrario, comenzaron a elevar su cosmos a la defensiva. No permitirían que ese estúpido dios se acercara a aquella mujer que había llegado a sus vidas para quedarse. Iriel por su parte, no sabía qué hacer. Su corazón latía a un ritmo apresurado, advertía un extraño cosquilleo en su interior. Pero en el momento que su mirada se cruzó con la del dios... sintió que el aire le era escaso. Sabía quién era… Thanatos, dios de la muerte. Pero era algo más... la sensación que se arremolinaba en su interior era como si ya la hubiese experimentado antes, de alguna extraña manera... Sentía como si ya lo conociera.

Pero... ¿qué diantres hacía él ahí? Thanatos no hacía acto de presencia sino hasta mucho más adelante. Ese hecho la desconcertó profundamente. Se suponía que debía pelear contra Manigoldo. Eso era lo que tenía que pasar.

—Aléjense de ella —ordenó el dios controlando la molestia en su voz.

Aun así, la amenaza implícita era clara.

Thanatos se detuvo a pocos metros de los santos. Reconocían el poder y la reputación de aquella divinidad, mas aún así, ninguno tuvo ni la más mínima intención de ceder. El dios hizo una mueca de fastidio y elevó aún más su cosmos, un aura oscura y tenebrosa lo rodeaba, haciendo ondear su cabello con violencia.

—Como deseen —musitó antes de sonreír de lado.

Solo bastó que alzara uno de sus brazos para dirigir su cosmos de manera agresiva contra los caballeros. Iriel soltó un grito cuando vio cómo sus amigos impactaban contra las duras y ásperas paredes de roca sólida detrás de ella y a sus costados. Iba a reclamarle al dios, cuando volvió su mirada al frente y descubrió el rostro de Thanatos a un palmo del suyo. Respingó y su primera reacción fue alejarse, más no pudo. Él había tomado su mano, pero con tanta delicadeza y suavidad, que dudó si se trataba del mismo dios que ella estaba segura de conocer. Parpadeó varias veces cuando notó cómo la mirada de Thanatos se dulcificaba y una bella sonrisa se abría paso en su rostro.

—Macaria... —susurró, descolocando por momentos a la mujer con el cálido tono que empleaba.

Una parte de la mente de Iriel le gritaba que se apartase. Pero otra, una mucho más profunda, le susurraba que se acercara, que se dejara envolver por esa sensación tan cautivante y nostálgica que poco a poco empezaba a colmarla. Algo dio un vuelco en su interior cuando advirtió la otra mano del dios acariciar su mejilla con delicadeza, y algo que cualquiera podría haber descrito como cariño. Pero luego reaccionó al recordar el nombre que había salido de sus labios. Se apartó con algo de brusquedad y frunció levemente el ceño. Cubrió con su mano la del dios y la alejó con presteza. El rostro de Thanatos adoptó una expresión de confusión al percibir su rechazo y sus ojos formularon la pregunta que no salió de sus labios.

—Yo no soy Macaria... mi nombre es Iriel, me confunde con alguien más —expresó ella con toda la suavidad de la que era capaz.

Thanatos abrió un poco más sus ojos, y entonces, lo comprendió. Ella no lo recordaba. Por alguna extraña razón, ella lo miraba como si no lo conociera. Por otro lado, los santos, quienes poco a poco se ponían de pie, estuvieron a punto de lanzarse contra la deidad, pero al ver la escena que protagonizaba se quedaron atónitos. La calma que irradiaba Thanatos lo hacía parecer distinto, casi inofensivo. Y a pesar de ello, Albafica sintió su sangre hervir al ver la manera en que la tocaba, como tranquilamente se volvía a aproximar a ella... y él estaba siendo subyugado por el asfixiante cosmos del dios.

—¡Aléjate de ella! —bramó colérico, moviendo sus brazos incansablemente, pero sin resultados.

Su frustración aumentaba con cada segundo. Mas no fue oído.

Thanatos volvió a tomar la mano de Iriel con suavidad, colocando la otra sobre su espalda baja, para atraerla hacia él. Juntó sus frentes con suavidad, sonriéndole con auténtico cariño. El corazón de ambos latía acelerado; el del dios por emoción, el de ella... por algo que desconocía. Si era miedo o emoción, no lo sabía. Iriel lo miró a los ojos y de nuevo, algo se agitó en su interior. Lentamente y de una forma que rosaba la timidez, levantó su mano y la posó sobre la tersa mejilla de Thanatos. Él cerró sus ojos ante el contacto y sin saber la razón, los orbes de la mujer se anegaron de lágrimas. Había algo que no recordaba, un trozo de su memoria que faltaba, y ella lo presentía.

Quería recordar.

Aquella imagen por demás confusa, extrañó en sobremanera a los santos, quienes ya eran libres de moverse, aunque no se atrevían a hacerlo. El cosmos del temible dios de la muerte, se había apaciguado. Y sabían, a pesar de no querer reconocerlo, que no le haría daño a la joven. Por otro lado, conocían demasiado a Iriel. Ella no dudaría en defenderse o defender a sus seres queridos de sentirse amenazada o en peligro, y la mujer no reflejaba temor en sus ojos, sino una avasallante calma, una paz que se impregnaba en su cosmos, y éste repercutía en el ambiente.

¿Acaso eso era lo que debía pasar? Shion recordó sus palabras, hubo cambios en la línea de eventos que debían ocurrir, y la duda se apoderó de él. ¿Debía intervenir o no? Su corazón lo sentía contraído, apretado. Le costaba respirar. Tenía miedo. Por primera vez en mucho tiempo, Shion sentía miedo. Miedo de perder a Iriel. Su ceño estaba fruncido y una expresión de preocupación estaba pintada en su rostro.

Unos segundos después, Thanatos volvió a abrir sus ojos y miró a Iriel con gran intensidad. El espacio escaseaba entre ellos, pero no era algo que necesitaran.

—Tanto tiempo alejada de mi... tantos años sin verte, sin tocarte, sin sentirte... mi amada... mi Macaria... mi esposa... —susurraba acariciando con suavidad sus dedos—, te haré recordar...

Entre ellos ya no hubo más palabras. Dos lágrimas se deslizaron por las mejillas del santo de Piscis, cuando sus ojos fueron testigos de lo ocurrido. Y nadie se percató de los ojos anegados de Shion.

Thanatos la besó. Con la entrega, el amor y la calidez que había sepultado junto con todos y cada uno de sus sentimientos, cuando la única mujer que amaba, había desaparecido... Y ahora que la había encontrado, no la dejaría ir. Esa fachada temible y fría que siempre mostraba a todos, se había desmoronado. Se había quebrado en mil pedazos al momento de volver a sentirla. Era la misma, de eso no había duda. El dios la abrazó sin romper el beso, acariciando sus labios con delicadeza, de manera gentil. Seguían siendo igual de aterciopelados… La dama había quedado helada los primeros segundos, pero después, algo dentro de ella la impulsó a corresponderle. Al mismo tiempo que una lágrima abandonaba sus ojos.

Era increíble… ese hombre le brindaba seguridad, se sentía protegida, querida, y de algún modo… lo necesitaba. Tenía un sentimiento tan desgarrador... el mismo que tendría un náufrago al regresar a su hogar, al reencontrarse con su familia…

Ya era hora de recordar.

Thanatos elevó su cosmos divino, transmitiéndoselo a ella poco a poco, envolviéndolos a ambos con el mismo, mientras éste iba adentrándose en Iriel, hasta colmarla por completo… hasta abrazar su alma. Y entonces sucedió. Iriel rompió el beso, aunque no se separó. Percibía que su energía fluctuaba, subía y bajaba como si estuviese en una montaña rusa. Los brazos del dios la acunaron con cariño, y ella refugió su rostro en su pecho. Miles de imágenes acudían a su mente, provocándole un intenso dolor de cabeza. Pero al mismo tiempo, esas imágenes llenaban el vacío en su memoria. Al cabo de unos segundos, lo comprendió… todas aquellas visiones… eran recuerdos… Sus recuerdos.

Iriel abrió los ojos de golpe, cuando el cosmos de Thanatos envolvió el centro mismo de su ser. Su propio cosmos reaccionó de manera efusiva, como celebrando aquella tan anhelada caricia. Estalló de una manera sorprendente y cegadora, superando al de Thanatos sólo por un instante. Iluminó el lugar, provocando que los presentes entrecerraran sus ojos y se cubrieran la vista. La explosión de cosmos, aunado al grito de Iriel, fue de tal magnitud que su propietaria se desvaneció en los brazos del dios, quien no dudó ni un segundo en cargarla contra su pecho, mientras apreciaba los cambios que se estaban efectuando en ella... Sus cabellos se volvieron negros como el final de un abismo, su piel cambió de textura, color y temperatura. Volviéndose más caliente que la de un humano común, de un color como la leche mezclada con miel, aunque conservaba aquella natural palidez. El nuevo tornasolado y exótico color que su piel había adquirido, se debía al icor, la sangre de los dioses, que volvía a correr libre por sus venas. Difería en color a la de los mortales, al ser de un rosáceo lechoso.

Shion corrió hacia ella, siendo detenido por Degel. Un nudo se había instalado en la garganta del lemuriano y se desesperó al escuchar el grito que profirió la mujer en brazos del dios. Macaria… no podía creerlo, no podía ser cierto, Iriel no podía ser la esposa de ese dios, no podía ser la diosa de la muerte bienaventurada… no…

Miró al santo de Acuario con reproche pero éste solo negó con suavidad, indicándole que mirara al frente. Así lo hizo, y su corazón dio un vuelco cuando observó pasmado los cambios que se suscitaron en su amiga con rapidez. Thanatos le besó la frente a Iriel con cariño, e hizo un gesto al juez. Minos asintió, sonriendo de lado, era hora de volver.

Por el rabillo del ojo, el juez de Grifo captó como el santo de Piscis salía corriendo en dirección al dios y entonces, movió sus dedos. Fue cuestión de segundos que Albafica quedara por completo inmovilizado bajo el gran poder que ejercía con sus hilos.

—¡Suéltala! ¡Aléjate de ella! —gritó el santo, ignorando los hilos que lo ataban y detenían.

Thanatos se giró hacia él con lentitud, mirándolo con desprecio, y al ver en sus ojos azul cobalto… entendió. Negó suavemente con su cabeza y le sonrió de manera burlona.

—Has sido envuelto por el cosmos divino de Macaria… es normal… los humanos son tan manipulables… —se mofó—, ahora que lo sabes… ya eres libre. Deja a mi esposa en paz, santo de Athena.

El dios se giró, con Iriel aún inconsciente entre sus brazos y comenzó a caminar, para después desaparecer siendo acompañado por su gemelo, Minos y el escuadrón de espectros, dejando en libertad a Albafica.

El silencio reinó en el campo luego de la partida de los dioses y espectros. Albafica se dejó caer al suelo de rodillas, aún sentía ese ardor en sus ojos, pero la inconmensurable rabia había menguado. Shion sintió sus mejillas húmedas y agachó su mirada, apretando con fuerza sus dientes.

¿Albafica envuelto por el cosmos de Iriel?

Así que eso era… no era amor, sino un capricho. Una ilusión para el pobre santo. Y con las palabras del dios, se suponía que cualquiera de ellos, al estar en la misma situación que su compañero, también debería "despertar", ¿verdad? Entonces, ¿por qué él no despertaba? ¿Por qué seguía sintiendo ese dolor en su pecho? ¿Por qué no dejaba de amarla? Se dejó caer al suelo y lo golpeó con todas sus fuerzas, resquebrajándolo. Sus sentimientos por ella eran reales… él no podía despertar porque desde el comienzo, nunca había estado soñando. Lo suyo no era una ilusión, una simple atracción, él no había sucumbido ante el poderoso y cálido cosmos de Iriel… Macaria… daba igual. Él amaba a la misma mujer, sea diosa o mortal.

Dos lágrimas cayeron y sintió una mano en su hombro, dándole un suave apretón. Miró por el rabillo del ojo y reconoció las inconfundibles botas doradas de la armadura de Libra. Dohko le tendió una mano y Shion la tomó luego de unos segundos. La impotencia que sentía, el enojo y la frustración, no podían ser causados por una mera ilusión. Se puso de pie y emprendió el camino de vuelta hacia el Santuario.

Tenía muchas cosas que pensar. Pero lo más importante, debía crear un plan para traer de vuelta a Iriel.

No lo aceptaría tan fácilmente. Las cosas no se quedarían así.


Tres días después…

La habitación de Macaria y Thanatos de su palacio en los Campos Elíseos, era elegante, sobria y finamente decorada con todo tipo de flores, jarrones y pinturas. Era toda construida en mármol y cristal. Poseía un ventanal enorme que daba a un balcón decorado con almohadones y enredaderas preciosas. En el medio de la habitación había una gran cama doble, repleta de mullidos almohadones y edredones de la más fina confección.

En el medio de dicha cama, yacía Iriel. Había estado inconsciente durante tres días, y Thanatos jamás se había separado de su lado. La miraba constantemente, tocaba música en su lira para ella. Había ordenado a sus ninfas que limpiaran el cuerpo de su esposa con extremo cuidado. Ella era como su espejo para él, sólo que ella era absolutamente perfecta. Thanatos aún no tenía las respuestas que quería, y saber que debía esperar a que su mujer despertara para obtener esas respuestas, lo tenía casi histérico.

De un momento a otro, Thanatos la miró atentamente, había sentido el cosmos de Iriel revolverse un poco. Seguido de eso, los párpados de la mujer se movieron y su ceño se frunció. Expectante, el dios le tomó la mano izquierda a Iriel y esperó. La cabeza de ella fue de izquierda a derecha un par de veces, de manera muy lenta, hasta que se quedó nuevamente quieta, mirando al techo.

Y luego de unos segundos, que parecieron horas, Iriel abrió sus ojos.


Hola de nuevo, mis queridos lectores.

Gracias por seguir leyendo esta historia, y si es la primera vez que lo hacen, sean más que bienvenidos!

No, no me excusaré. No diré que no escribí porque no tuve tiempo, porque no es así. No tuve ganas. Ni ánimo.

Lo haré breve. Por ahí por el 2015, cuando dejé de escribir, fue por el impacto emocional que fue el hecho de saber que mi padre había sido diagnosticado con cáncer. Leucemia linfocítica aguda. De ese día pasaron dos años, y nos mudamos de ciudad. Mi padre empezó el tratamiento con quimioterapia, y su cuerpo se fue deteriorando cada día más. Al final, sus niveles de linfocitos en sangre parecían indicar que todo estaba bien, con respecto a la enfermedad. Pero el resto de su cuerpo se caía a pedazos... Luego de un mes de haber estado agonizando, y después de haber estado postrado en la cama de un hospital por una semana, sin recibir la atención medica que debía recibir, mi padre falleció el pasado octubre.

No sé cómo, ni porqué razón, pero después de dos semanas de ese calvario, volví escribir. Se puede seguir viviendo... es difícil, es muy duro. Pero es posible.

Si ustedes tienen algún familiar con cáncer, el único consejo que les puedo dar, es que traten de evitar que se hagan quimioterapia. Esa mierda los mata. Sí, estoy siendo cruda, pero es la verdad. Destruye todo a su paso. Tanto las células cancerígenas, como todas las células sanas. Debilita el sistema inmune, y eso permite que hasta una gripe pueda ser mortal.

Y quiero darles un consejo en general. Valoren a sus seres amados ahora que los tienen a su lado, porque tal vez mañana pueda ser muy tarde. Si aman a alguien, díganlo. Asegúrense de que esas personas lo saben, haganlos felices. Den amor, den tranquilidad, sean caritativos, sean agradecidos de todo lo que tienen. Y lo más importante: no den nada por sentado. Yo estaba segura que mi padre seguiría vivo. Él me había prometido que sería él quien me entregara mi diploma el día que me gradúe. Me aferré a eso con todas mis fuerzas, y no fue así. Se me fue, se desvaneció en tan poco tiempo, que aún me parece mentira.

Gracias por leer, disculpen si los aburrí un poco con mi vida, pero creo que era pertinente contarles eso.

Dejenme saber que les parece el fanfic, sepan que tengo muchas cosas planeadas ^^

No tengan miedo de dejarme reviews, o mensajes privados. Los aprecio muchísimo.

Con amor,

Hika-chan.

18-12-17