La Fragilidad de las Apariencias
"Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño"
Joaquín Sabina.
I. Papeles Incómodos
La tetera silbó dos veces echando vapor, y Sakura se apresuró a quitarla del fuego, sujetando el asa metálica con toda la palma de su mano desnuda. Cuando el calor abrasivo le perforó la piel, la soltó: el recipiente dio una peligrosa voltereta en el aire, y cayó al piso salpicando con agua hirviendo a una ya percudida loza y, por consecuencia, a los desnudos pies de la dueña.
—¡Mierda!
Saltando en un pie llegó hasta el sofá y se tumbó, desplomada, observando las dos ronchas rojas sobre sus tobillos y a una horrible ampolla hinchándose en la palma de su mano. Un aullido de rabia comenzó a nacerle en la garganta, uno que, bien lo sabía, podría hacer temblar el edificio entero. Pero se contuvo a tiempo; llevaba apenas un par de meses viviendo allí y no quería arruinar la cordial relación con sus nuevos vecinos, sólo por un infantil arranque de furia. Inhaló y exhaló por la nariz con un ritmo pausado, como él le había aconsejado subrepticiamente hacía unos meses atrás. Eso la ayudaría a disipar la irritación de ciertas situaciones que, él sabía, conseguían desmadrarla.
¿Era este entonces el método que Sasuke Uchiha usaba para lograr ese porte tan templado?, se preguntó, mirándose con aprehensión las heridas que comenzaban a desvanecerse, gracias al poder de su sello Yin.
—Torpe Sakura, no eres más que una torpe.
Cuando la piel se regeneró perfectamente, se hundió en los almohadones de su sillón desvencijado, con la mirada fija hacia el techo. Otro suspiro profundo, el décimo de la tarde, retumbó en las paredes de su pequeño apartamento.
—Sakura —se habló a sí misma—, debes tomar una decisión, o terminarás matándote.
Las últimas dos semanas habían sido una seguidilla de sucesos similares, accidentes y lesiones menores ocasionados por su torpeza: el corte de un dedo cuando rebanaba los vegetales, un vergonzoso tropezón en la calle por una maldita baldosa saliente (hizo una nota mental para notificarlo cuando tuviera tiempo), unas zapatillas metidas en la heladera, e incluso, el confundir la botella del detergente con la de champú. Por su propia seguridad debía poner fin a esto, tomar una decisión definitiva, pero la sola idea le producía unos horribles calambres en el estómago. Sintiendo que algo incómodo le pinchaba la espalda, metió la mano por detrás y sacó dos sobres: su boca se torció en una mueca sombría.
¿Esos papeles la estaban acechando? Una vez, mientras lo preparaba para un examen, Naruto le confesó (con esa mueca tan infantil que ella adoraba) "¡Los malditos libros me persiguen Sakura chan!". En ese entonces ella se había reído por su ocurrencia, y con un coscorrón lo había puesto a estudiar nuevamente.
Pero ahora lo entendía.
Eran dos sobres de papel madera. Uno cerrado que desestimó ubicándolo a un costado; el destinatario era Sasuke, y el cartero se lo había dejado a ella por ser de su "círculo de confianza". El otro, ya abierto y bastante ajado, del cual extrajo un fajo de hojas. ¿Era necesario leerlo otra vez? Ya se había aprendido de memoria el contenido de sus quince páginas, veinticinco incisos y cinco mil palabras.
Sakura llevaba puesto un pijama frisado, abrigado, pero aun así sentía un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Miró el reloj: eran las siete de la tarde.
—Se acabó, hoy debemos decidirnos.
...
...
El atado de quince páginas, veinticinco incisos y cinco mil palabras tenía un gemelo a unas cincuenta cuadras de allí. La copia original aguardaba impaciente en el cajón, incomodando con su sola presencia material al Hokage.
—Sasuke.
Como pillado en sus pensamientos, Sasuke dio un respingo que disimuló de inmediato en su perfecta imagen de hombre serio e imperturbable, para encontrarse con la máscara de su sensei, que lo saludaba desde la entrada a la oficina ovalada.
—Kakashi —lo anunció, y trató de disimular el hecho de estar viendo directamente a la esquina de sus ojos. Era verdad, Sakura tenía razón. Finalmente su antiguo sensei daba signos del paso del tiempo; lo veía en las ligeras líneas adornando el contorno de sus ojos. Reprimió una sonrisa al recordar el entusiasmo de Sakura al contarle tan interesante hallazgo— ¿Qué haces aquí?
Aunque a Kakashi le molestaba que el mocoso no se dignara a saludarlo como correspondía (no, no era por ese puesto de Hokage que llevaba, era por el simple hecho de llamarse Uchiha Sasuke), le habló poniendo todo el mejor humor que tenía. Después de todo, él no era quien se pasaba trabajando catorce horas diarias.
—Me alegro que tú también te encuentres bien Sasuke —Se acercó hasta el escritorio y depositó una bolsa de papel que contenía un sándwich—. Aquí, para ti —Y cuando lo vio abrir la boca, haciendo un amago de rechazar su desinteresada muestra de preocupación, se adelantó a hablar—. Es el mismo sándwich que te hace Sakura. No seas ingrato, no me lo desprecies.
«Niñato…» pensó, cuando él cerró la boca y tomó el paquete, asintiendo en una vaga demostración de agradecimiento. Era sólo nombrarla y las acciones del joven Hokage se caían como una torre de naipes. No había que ser muy lúcido para darse cuenta, todos en esa chismosa aldea se daban cuenta. Tomando asiento del otro lado del escritorio, Kakashi comenzó la plática con una inocencia cargada de intenciones:
—Me he cruzado con la muchacha de administración —No obtuvo de Sasuke más que un vago asentimiento, entretenido como estaba arrancándole bocados a su cena y examinando papeles—. Me ha pedido que te recuerde que debes enviarle el contrato de Sakura.
Cuando el sándwich quedo a medio camino entre su mano y la boca, el interior de Kakashi se retorció con obsceno placer: «¡Te tengo!»
—Me pidió que te avise que ella misma se lo hará firmar —agregó, observando aburrido la mugre de su uña—. Es una trabajadora muy competente.
Sasuke no era idiota. No había llegado donde había llegado, ni había hecho todas las cosas que había hecho por idiota. Dejó a un lado el sándwich, y, en una batalla de largas miradas con su antiguo sensei, le respondió:
—No tuve tiempo de hacerlo.
—Entiendo.
Sintiendo que una vena le latía en la sien, pero sin apartarle la mirada, Sasuke agregó:
—Y Sakura aún no ha aceptado.
—Claro.
«Piérdete» pensó Sasuke, y estuvo a muy poco de decirlo en voz alta. Para su alivio, un golpe en la puerta quebró el duelo de miradas; Shikamaru venía entrando al despacho por la puerta que su viejo maestro había dejado abierta. El Hokage hizo una primera inspección de su shinobi; sucio, ropa desgarrada, algunos raspones y heridas apenas sangrantes: nada que Sakura no pudiese arreglar. Casi inmediatamente se obligó a censurar esa idea; debía comenzar a abandonar aquella ruta de pensamiento.
—Hokage —comenzó Shikamaru, adquiriendo un tono formal pero no adulador, como lamentablemente se había tenido que acostumbrar desde su ascenso a dirigente de la aldea—. Finalizamos la misión con éxito. Mañana a primera hora Ino traerá el informe.
Sasuke asintió y entonces, recordó eso que una vez Sakura le había señalado: "No somos unas malditas marionetas sin sentimientos, ni pretendemos que nos des palmaditas en la cabeza. Con sólo un maldito agradecimiento nos harás felices".
—Gracias —dijo—. Buen trabajo —agregó.
Los ojos de Kakashi se abrieron tan grandes que hasta le resultó doloroso. ¿Sasuke agradeciendo? ¿El gran, último y extremadamente joven Hokage agradeciendo y felicitando a un lugarteniente? Lamentaba no haber tenido una grabadora de voz para captar ese instante. Shikamaru, igual de sorprendido, cabeceó apenas saliendo de su asombro. De todas las misiones que llevaban realizando con éxito, esta era la primera en que Sasuke los felicitaba. Iba a hacer una ligera reverencia para despedirse, cuando de pronto recordó algo.
—Nos hemos cruzado con el Raikage.
Cuando Sasuke oyó esa palabra salir de la boca de Shikamaru, sintió que su saliva se transformaba en una baldosa que pasaba a través de su garganta, y caía al agujero de su estómago.
—Me ha pedido que te recuerde que está esperando la firma del contrato —explicó, y sin poner mucho empeño al mirar de reojo, pudo notar que debajo de esa tela Kakashi había armado una gran sonrisa. Cuando volvió a mirar a su Hokage, se arrepintió de haber recordado el recado. Los rasgos de Sasuke se habían vuelto ásperos. «¿Por qué no me habré callado la boca? La hubiese mandado a Ino a decírselo…», pensó.
No eran muchos los que estaban al tanto de ese tema, él había sido el primero. En el último tiempo, Shikamaru se había convertido en uno de los shinobis y kunoichis pertenecientes a las filas de confianza del nuevo Hokage. Él había sido puesto como jefe de equipo en varias misiones de rango A, y de a poco, se había convertido en uno de los hombres de confianza de Sasuke junto a Kakashi, y, por supuesto (sobraba decirlo), Sakura.
El problema, en cuestión.
Shikamaru recordó dos momentos igual de incómodos: Venido de una misión, pomposa, operativa, y más burocrática de lo necesaria, traía consigo un sobre con un fajo de papeles enviados por el Raikage, quien expresamente exigió entregarlos en mano al nuevo Hokage de Konoha. Cuando el paquete arribó al destinatario, quien malhumorado chequeaba unas planillas de asientos contables, este le pidió (sin levantar la mirada), si podía hacer el favor de leerle el contenido. Shikamaru se encogió de hombros y así lo hizo, hablando con voz monótona:
—Tengo el agrado de dirigirme a usted como Raikage, principal representante de Kumogakure, para recordarle nuestras conversaciones en reuniones anteriores.
Llegado a ese punto, Shikamaru notó cómo Sasuke levantaba la vista de las planillas, y le ponía más atención. Continuó:
—Como hemos hablado, en la última guerra hemos sido testigos de la cantidad de bajas innecesarias que han tenido nuestras filas debido al escaso personal ninja médico. Debida a cuenta, y según lo conversado, nos vemos obligados a prever estas contingencias a futuro, y conformar un plantel médico del cual, mi aldea, se encuentra acéfala. Es por ello que le recuerdo mi pedido de transferir a Haruno Sakura en un lapso de tiempo estimado en cinco años, para que con sus vastos conocimientos conforme un fuerte cuerpo de ninjas médicos en la aldea de Kumogakure.
Shikamaru tuvo que cerrar la boca para evitar la sorpresa. ¿Sakura? ¿Sakura lejos de Konoha? ¿Lejos de Sasuke? Imposible. Dubitativo volvió la cabeza hacia su interlocutor, quien, impávido, le hizo un gesto para que continuase.
—Hemos sido testigos del invaluable conocimiento que ella posee como ninja médico, por lo que rogamos tenga usted tomar en consideración este pedido como una propuesta formal entre aldeas. Adjunto con esta carta el contrato original, donde podrá observar las inmejorables condiciones que ofrecemos tanto a Haruno Sakura como a la aldea de Konohagakure.
Fin de la carta. Shikamaru se tomó el atrevimiento de mirar las condiciones del contrato: sobrepasaban el término "excelentes". El sueldo que le correspondería a Sakura superaba en creces aquel que ellos cobraban siendo Jōnins de Konoha (no podía esperarse otra cosa de la aldea de Kumo, siendo una potencia económica), eso sin contar la excelente oportunidad que se le abría a Sakura en su carrera como ninja médico.
El joven genio volvió a mirar a Sasuke, pero este ya había vuelto a sus números y planillas. Sólo se limitó a pedirle que deje el contrato sobre el escritorio, dándole permiso para retirarse.
Desde aquello ya habían transcurrido dos meses, por lo que ese hecho perdió importancia en vista de sus ocupaciones semanales. Pero, hace siete días atrás, había servido como mensajero fortuito en una de sus misiones, y otra epístola del Raikage fue a caer a sus manos. Aquella vez no tuvo que leerla en voz alta: Sasuke tomó la carta y la leyó para sí, y, haciéndola a un costado, pidió a uno de los guardias shinobis que mandaran a llamar a Sakura. Como Sasuke no le había dado permiso de retirarse, se apoyó sobre una de las paredes y esperó. Por algún motivo aún se requería su presencia.
Sakura arribó a los pocos minutos, y el despacho quedó solamente ocupado por ellos tres. La joven entró saludando jovialmente.
—Hola Sasu... —Ella cerró la boca cuando reparó en su presencia—, ¿me mandó a llamar Hokague?
«Oh, vamos», pensó, revoloteando los ojos.
—Sakura, lee esto.
Ella recibió de las manos de Sasuke una carpeta con un manojo de papeles dentro. Con un gesto de extrañez, Sakura comenzó a leerlo, y Shikamaru pudo ver cómo sus ojos se iban ampliando a medida que leía el contenido. No la culpó, él se hubiese puesto igual con semejante ofrecimiento.
Cuando terminó de leerlo, cerró la carpeta y observó directo a los ojos del Uchiha. Shikamaru no supo explicarlo, pero de pronto sintió que el ambiente se enrarecía, se hacía más pequeño… Se sintió desubicado, y fuera de lugar.
—No es en calidad de misión, Sakura.
El tono bajo de su voz, la forma suavizada en que le habló; aquello aumentaba en el Jōnin la sensación de verse rodeado por un aire extraño y demasiado privado. Íntimo. Sus pies se removieron y decidió que lo mejor era mirar hacia otro lado. Ese hombre, desde que eran sólo unos púberes, y a diferencia de los demás mortales que lo rodeaban, siempre había tenido un trato especial para con su compañera de equipo. Debía ser eso.
—No necesito tu respuesta ahora. Piénsalo con detenimiento.
Ella asintió silenciosamente, y volvió a repasar cada una de las hojas.
—Pero… —dijo, sin levantar la mirada—, este contrato tiene fecha de hace dos meses.
Shikamaru volvió a poner su atención sobre Sasuke, y notó cierta tensión sobre sus hombros. La chica tenía razón, esos papeles habían llegado a sus manos hacía algo más de dos meses, y él ya lo conocía lo suficiente como para saber lo obsesivo que era con ciertas cosas.
—Se traspapelaron con otros papeles.
Shikamaru destrabó su postura de brazos cruzados, genuinamente sorprendido. Mentía. Esa bendita carpeta había estado sobre el escritorio en una única bandeja por separado. Él lo había visto, lo recordaba perfectamente porque él mismo lo había dejado allí.
—Estuve ocupado. Olvidé que los tenía.
¡Y mentía nuevamente! Shikamaru no salía de su asombro, y la situación no mejoró cuando desde su lugar, notó cómo la nuca y las puntas de las orejas de Sasuke adquirían un leve tono colorado. Incluso juraba que, por una milésima de segundo, su cabeza había virado hacia él, seguramente arrepentido de haberlo dejado allí para presenciar cómo mentía descaradamente.
La lógica del mejor estratega de esa aldea fue directa y segura: Sasuke no había querido entregarle esos papeles a Sakura. No cabía otra posibilidad. Ese contrato había dormido allí por dos meses, como un volcán esperando a hacer erupción, y durante dos meses el Raikage había insistido sin respuesta alguna. Pero al Hokage no le había quedado otra opción que comunicarle la buena nueva a su más brillante Kunoichi, ante la insistencia (nada amable, supuso) de la última misiva.
A esa conclusión, llegó otra por empalme: Sasuke no quería dejar ir a Sakura. Y estaría insultando a su propia inteligencia sí decía que lo hacía sólo pensando en la aldea.
Esa noche Shikamaru había vuelto a su casa pensativo, pero evidentemente incómodo por haber presenciado algo que no le correspondía. Cuando Ino le preguntó que le ocurría, tuvo que forzarse a mentir. Las narices chismosas de su novia no harían más que ponerlo en aprietos. Era mejor quedarse callado.
Que Sasuke y sus sentimientos se las arreglen.
...
...
Sasuke agradeció internamente la llegada de Shikamaru. Él y su antiguo sensei se habían enfrascado en una conversación sobre las últimas misiones asignadas, los nuevos Genin, los exámenes en puerta para Chūnin, y otros temas que eran de su incumbencia, pero que en ese momento no tenía ganas de que lo fueran. Supo cuáles eran las intenciones de Kakashi al verlo llegar tan campante y conciliador con un sándwich, pero no estaba de humor para discursos emotivos o sesiones de psicología barata. Nunca lo estaba. Y mucho menos en esos dos últimos meses.
El contrato original reposaba en el cajón del escritorio, y desde allí dentro, se le hacía un corazón recién extirpado, que latía sin vehemencia y con tesón, reprochándole el haber sido escondido de su dueña por tanto tiempo.
No podía decir que la propuesta lo había tomado por sorpresa. Él lo había sabido desde mucho antes que esos papeles entraran a Konoha: para el mundo ninja ella era oro en polvo, su cerebro y sus conocimientos eran codiciados por todas las aldeas ocultas. Shinobis y Kunoichis fuertes, con capacidades especiales sobraban; ninjas médicos del nivel de Sakura, no. Ella era el libro viviente de la finada Tsunade, la joven mujer que llevaba en su cerebro los conocimientos recibidos por La Quinta, conocimientos que había perfeccionado y refinado. Todas las misiones a las que él la había asignado, no contaban siquiera con un herido de gravedad, mucho menos una baja. En la última guerra había demostrado estar en el frente de batalla peleando y curando, él la había visto con sus propios ojos. Y desde antes, cuando sus planes a futuro eran terriblemente diferentes a su presente, le habían llegado los rumores de su capacidad como anuladora de venenos, con ese shinobi de la arena (el tal Kankuro), a quien le había salvado la vida.
Varias fueron las oportunidades que había tenido para mostrarle el condenado papel a su amiga. Otras tantas eran las veces en que habían cenado en Ichiraku y había tenido, en la punta de su lengua, a punto de salir, esa gran noticia. En su rol de dirigente se había estado comportando como un egoísta; no quería perder a un ninja tan crucial para el plantel de Konoha. Era una de sus piezas más importantes.
«La más importante», retumbó una vocecilla en sus sienes. De un sólo trago se tomó toda el agua del vaso que llevaba un buen rato sosteniendo, ahogando lo que sea que eso haya sido.
La última misiva del Raikage había sido contundente. Exigía una respuesta y ofrecía una mejora en las condiciones tanto para la aldea como para Sakura si así lo creían necesario. El tono de sus palabras era cordial pero exigente, y cuando Sasuke leyó el nombre de "Naruto Uzumaki" en él, sugiriéndole que su falta de respuesta amenazaba los acuerdos de amistad y mutua cooperación, que había logrado cerrar ese tonto del ramen hacía cuatro meses atrás... No, no podía retrasar más la decisión por motivos…
Por los motivos que fueran.
Las voces de Kakashi y Shikamaru llegaban a sus oídos como ecos lejanos, interferencias radiales. Se volvió de espaldas a ellos y de frente al ventanal, a un gran cielo de nubes anaranjadas, de un sol poniéndose, de edificios recortados en las sombras del atardecer. Los techos de Konoha aún estaban adornados por la caída de la nieve de la noche anterior.
Hacía doce años él había partido de allí y los había abandonado. La había abandonado. Ahora Naruto había partido y Sakura, era inevitable, lo sabía, también lo haría. Y él se quedaría allí.
Podía negarse. El contrato llevaba dos firmas, la suya, y la de Sakura. Él podría alegar que era una herramienta imprescindible, que debían buscarse a otra persona porque la aldea de la hoja no podía prescindir de ella. Pero sería una mentira, ya que la primera misión permanente bajo su mando había sido capacitar a todos aquellos Shinobis y Kunoichis en los que viera potencial. Y ya había hecho un excelente trabajo. No tenía razón para retenerla.
«Si las tienes», volvió a susurrarle aquel mismo personaje indiscreto.
Kakashi y Shikamaru interrumpieron su conversación cuando Sasuke bajó con fuerza un puño sobre el escritorio, pero él los ignoró por completo.
No podía sacarse de la mente todos los gestos que por su rostro habían pasado cuando aquella tarde le dio el contrato a leer. Sus ojos mostraron perplejidad, luego, una pequeña sonrisa había asomado por sus labios, y por último un ligero sonrojo en sus mejillas que la había hecho parecer… adorable.
Un destello de calidez remecía en su pecho cada vez que lo recordaba. Él había mantenido a Shikamaru en el despacho para obligarse a mantener la rigidez y la seriedad que exigía lo formal de la comunicación, pero de inmediato se arrepintió cuando se vio obligado a mentir. Si Shikamaru se había dado cuenta de sus mentiras, algo que no tenía necesidad de dudar, no había dicho ni demostrado nada. Mejor Shikamaru que Kakashi. Con él hubiese sido toda una tortura.
¿Qué podía decir? ¿Qué durante dos meses el contrato había latido como un maldito corazón con vida propia? ¿Qué cada vez que la veía a la cara, buscaba delinear las formas de su rostro e instalarlas en su memoria?
No quería poner su firma en el maldito papel. Pero, ¿qué derechos eran los que él tenía? Más allá de su calidad de dirigente, como amigo, realmente no tenía ninguno. Sasuke sabía que si él le pedía a Sakura que rechazara la propuesta ella lo haría. Le daría algún proyecto nuevo en el que embarcarse (¿No habían hablado de crear una especialización en la Academia?), la sumergiría junto a él en cantidades insalubres de trabajo, como había sido hasta ahora: años duros, de reconstrucción de una aldea, de su imagen, de nuevas diatribas. El tiempo había pasado volando y apenas podía creer todo lo que había logrado. Todo lo que habían logrado. Porque era imposible pensar en su situación actual como Hokage, tan diferente de aquella de hace cinco años, si Sakura no hubiese estado allí a su lado, a la par, defendiéndolo a base de palabras, y a base de puños algunas veces, creando juntos el proyecto de mundo con el que el equipo siete había soñado.
Pero.
No podía negarle al mundo la posibilidad de que conozcan a Haruno Sakura, ni tampoco podía negarle a ella que lo conociera. Sakura no escatimaba sus conocimientos, era una persona que, si se lo pedían, todo aquello que sabía, todo aquello podía darlo. No era un ninja engreído como él o Naruto que, debía reconocerlo, solían pavonearse con algunos jutsus exclusivos de su persona y de nadie más, e iban por la vida con un ego inflado por ello. Sakura era más bien todo lo contrario, y ser la mentora de los más talentosos shinobis y kunoichis con aspiraciones a médico, era algo que ella amaba hacer. Sasuke lo sabía perfectamente: una vez se había inmiscuido silenciosamente a presenciar una de sus clases, y la pasión con la que enseñaba, atrapando a la audiencia; la claridad de sus palabras y su lógica, la convencieron de que la investigación y la enseñanza eran su terreno preferido.
No. No sería él quien le pusiese trabas. Y menos aún, con toda esa cantidad casi indecente de dinero que le ofrecían.
—Estoy ahorrando dinero, en un tiempo podré comprarles una nueva casa a mis padres. ¡En la que viven está llena de humedad y se está viniendo abajo! La humedad no es buena para la salud. —Recordó una conversación que ella inició, mientras comían ramen de cerdo, sentados en los taburetes de Ichiraku. Esa noche Sasuke había pensado cómo se le podía ocurrir comprar una casa para sus padres, cuando ella vivía en un departamento alquilado (que más bien parecía una caja de zapatos), en uno de los peores barrios de Konoha.
—Sakura —le dijo, y no fue ajeno para él mismo la manera en que había bajado un tono el sonido de su voz—, lo sabes, puedo rever tu sueldo.
Fue sólo ver cómo sus iris verdes se encendieron en llamas de furia, para caer en la cuenta del terrible error que había cometido. Tragó saliva al imaginar lo que le esperaba, y aunque hizo un pequeño ademán de alejarse, no zafó del atemorizante puño que cayó sobre su cabeza.
—¡Hey!
—¡¿Qué... qué clase de persona crees que soy?! —Su voz había tomado ese tono agudo y tembloroso de cuando él sabía que mil palabras se le agolpaban en su garganta y no podía decidir cuál elegir— ¿Me crees capaz de tomar ventaja sólo por ser amiga del Hokage? —A toda respuesta, ella obtuvo un Sasuke que rodaba los ojos y suspiraba— ¡Sasuke!
—No, Sakura —respondió con hastío. Pero no hacia ella, sino hacia él mismo; cuando dijo tamaña estupidez lo había hecho sin pensar. Por supuesto que esa propuesta la enfurecería—. Tú no eres capaz —Y lo decía en serio.
Sasuke vio cómo empezaba a tomar atropelladamente los libros esparcidos sobre la barra, golpeando uno sobre otro mientras los apilaba. ¿Cómo habían llegado a esa situación? Hacía apenas unos instantes atrás ella había sido feliz explicándole los recientes descubrimientos de una investigación de la que él nada entendía, pero había bastado sólo un comentario desacertado para echarlo todo a perder. Sintió que debía arreglar de alguna manera todo aquello, pero no supo cómo.
—Sakura…
—Si acaso existe ese dinero —Amontonó el último y lo observó directo a los ojos. La gente a su alrededor ya había comenzado a mirarlos con curiosidad; Sasuke se removió incómodo sobre el taburete—, manda arreglar las cañerías del hospital, que son un desastre.
Y sin decirle ni un adiós, abrazó los libros y se levantó de la banqueta refunfuñando. Sasuke la vio marcharse hecha un huracán de furia por las calles de la aldea, mientras la gente se abría a su paso, y unos ligeros temblores (producto de sus atemorizantes pisadas) se sentían sobre el suelo. Aún no terminaba de sorprenderse por esa Sakura que ya no disimulaba su mal genio frente a él; la chica era un tarro con leche a punto ebullición. Se prometió a sí mismo nunca más abordar el tema: antes muerto.
Su atención volvió al tiempo presente, al cajón de su escritorio y al condenado contrato que reposaba allí, confiado. El décimo inciso contenía los honorarios de Sakura, y sus cálculos le decían que aquello era más que suficiente para comprar la casa tan espaciosa y tranquila que una vez le señaló: cerca del bosque y apartada del ruidoso centro de Konoha.
¿Quién sería capaz de retenerla? No él.
En la última semana había procurado evitarla, y concluyó que Sakura intentaba hacer lo mismo: si no se encontraba en una misión ella siempre hacía algún tiempo entre sus tareas para visitarlo, pero desde el momento en que la oferta había llegado a sus manos, no la había vuelto a ver siquiera una vez. Así fue hasta que una tarde la casualidad los cruzó en el hospital; él había ido a consultar el estado de uno de los Shinobis seriamente herido en su última misión. Sasuke conocía los horarios de ella, sabía que esa tarde no debía estar ahí, sin embargo, cuando alguien abrió la puerta de la habitación, y Sakura entró leyendo una ficha médica, la turbación en sus ojos le indicaron que ella tampoco estaba preparada para ese abrupto encuentro. Por apenas cinco y eternos segundos, los dos quedaron en silencio.
—Hola —Ella saludó.
—Hola —Él respondió.
Sasuke la vio avanzar hasta la cama del paciente, con los ojos exageradamente clavados en la historia clínica.
—¿Se recuperará? —El silencio era un gran compañero de Sasuke, pero no esa tarde.
—Está en coma inducido —No podía apreciar el verde de sus ojos; ella los escondía detrás del largo de su flequillo, mientras chequeaba las condiciones generales de quien yacía inconsciente—. No te preocupes, se repondrá. No deberás dar ninguna mala noticia a su familia.
Él asintió, agradecido.
Pasaron varios segundos en donde la pluma, que reconoció como aquella que le obsequió para su vigésimo primer cumpleaños, rasgó el papel de la ficha médica. No fue capaz de contenerse.
—¿Lo has pensado?
¿Qué era lo que estaba pasando con él? No se conocía como hombre de preguntas espontáneas. El corazón pareció detenerse por un segundo cuando ella suspiró, dejó sobre la mesa de luz la carpeta del paciente, y finalmente levantó la cabeza, observándolo a los ojos. Sasuke notó unas oscuras ojeras y el rostro de alguien que poco se parecía a su amiga, alguien agotado.
—Claro que sí Sasuke-kun —contestó, mientras dibujaba una sonrisa que parecía sostenida por hilos de chakra— Sólo dame algo más de tiempo, ¿quieres? —Aunque sonaba como su sonrisa, forzosamente amable, él captó que no estaba con ánimos para hablar del tema. Sasuke sabía más que nadie cuando alguien deseaba estar solo. La saludó con un ligero asentimiento de cabeza, giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta. Esta hizo un leve click al abrirse, y fue allí cuando sintió que no podía marcharse sin decirle algo:
—El mundo necesita de tus conocimientos, Sakura.
«Yo te necesito»
—No tienes razones para quedarte, trabajaste duro por Konoha y ellos lo reconocen —Luego, sentenció—. Pero tú lugar ya no es aquí.
Y atravesó rápidamente la puerta sin esperar reacción ni respuesta; nunca se había sentido tan cobarde.
Desde aquello ya habían pasado dos días, y no la había vuelto a ver.
—Hey, Sasuke, cenamos afuera, ¿vienes?
El apodado Ninja Copiador intentó llamar la atención de su discípulo preferido, en vano: el joven Hokage sólo miraba hacia un punto fijo y distante. Buscó en el rostro de Shikamaru una explicación, pero este se encogió de hombros.
No, no podía dejar que declinara esa oportunidad, no la dejaría decir que no. Si ella se negaba, de alguna manera la obligaría a tomar ese puesto.
Abrió el cajón y sacó el contrato; lo apoyó sobre el escritorio, tomó una pluma y buscó la última hoja. El pie de página rezaba:
"Como Hokage y representante legal de la aldea de Konohagakure, yo, Uchiha Sasuke, cedo a la aldea de Kumogakure a la Kunoichi Haruno Sakura, según las propuestas y condiciones anteriormente expuestas"
Apoyó la punta de la pluma debajo de su nombre impreso, y así sin más, firmó.
Sasuke levantó la vista de su escritorio, y de pronto, las dos figuras de sus lugartenientes comenzaron a difuminarse, a perder forma sus contornos, a perder importancia. Las paredes de su despacho se ampliaron y parecieron retroceder a su alrededor, creando un espacio tan grande como asfixiante.
Con la pluma aún entre sus dedos, Sasuke fue invadido por una opresiva sensación que creía desaparecida, y aun así terriblemente familiar, a la que reconoció como a un viejo enemigo. Apoyó, abatido, la espalda sobre la silla y se contempló a sí mismo.
Solo.
...
He dado a todos los que conozco
una buena razón para marcharse,
pero regresé con la creencia
que todos los que quiero me abandonarán.
Fun. All Right
...
Notas de la autora:
Ya llevaba tiempo sin publicar, pero animada por las lindas muchachas de Facebook y gracias a ellas, me decidí a retomar esas cositas que tenía abandonadas. Realmente, ¿alguien lee estas notas? Jaja.
Gracias a mariaana07 por haber tenido la inmensa paciencia de aguantarme mientras imaginaba los mil y un títulos que esta historia podía llegar a tener ¡Sos puro amor!
Y si llegaste hasta el final del capítulo, ¡Gracias por leer! Esperaré con ansias tus críticas y comentarios.
Hasta el próximo capítulo.
Nadesiko-san