***Todos los personajes de Resident Evil son propiedad de Capcom, esta historia fue escrita con fines de entretenimiento***

"No hay ni una sola historia de amor real que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz"… Anónimo

—Helena, ¿Segura que estás bien?—inquirió Leon sin quitar la vista del camino.

—El médico dijo que necesito tomar un descanso —respondió de forma casi automática.

—Tal vez, ¿Cuándo fue la última vez que tomaste unas vacaciones?

—No lo recuerdo —replicó ella de mala gana.

Leon aparcó el coche frente a la casa de los Redfield y ayudó a Helena a bajar del mismo. Cruzaron el camino de adoquín rojo bordeado de petunias rosas y blancas. Llegaron al porche y Helena se sentó en la banca de madera antigua. Fijó su vista hacia el cielo, mirando las espesas nubes grises que cubrían las estrellas de la noche. Su mente aún trataba de asimilar la noticia que el médico le dio hacía apenas una hora. En sus planes no estaba convertirse en madre, traer a un bebé al mundo sólo agregaría más problemas al caos que era su vida en ese momento. No tenía un lugar propio, apenas había conseguido un empleo que le ayudaba a pagar la montaña de deudas que dejó su hermana en su intento por estudiar la universidad, sin contar que a sus veintiséis años, no tenía a una pareja estable ya que el hombre del cual estaba enamorada y que también era el padre de su hijo, no tenía ningún interés en estar con ella.

Se llevó la mano al vientre y poco a poco las lágrimas comenzaron a agolparse en sus ojos. No quería llorar frente a Leon ya que éste comenzaría hacer preguntas que no quería responder en ese momento. Se abrazó a sí misma y deseó por un momento que su abuela Mattie estuviese viva, se imaginó por un momento en la cocina de su casa, con aquel aroma a pan de vainilla recién horneado inundando el ambiente y a su abuela sentada en la mesa con un par de tazas té y las palabras que necesitaba escuchar para no sentirse la peor mujer por traer al mundo a un bebé que no esperaba.

—Es una linda noche —dijo Leon sentándose a su lado.

—Será una noche lluviosa — afirmó Helena intentando volver de su ensoñación.

— ¿Recuerdas que pasábamos horas hablando en la terraza de tu apartamento? —recordó Leon con nostalgia.

—Claro que lo recuerdo —respondió Helena con una leve sonrisa—. Cómo olvidarme de nuestras charlas filosóficas buscando el sentido de nuestras vidas y también de nuestras discusiones acerca de quién fue el mejor actor protagonizando James Bond.

—Sigo creyendo que Pierce Brosnan hizo un gran papel — dijo Leon con vehemencia.

—Nada me hará cambiar de opinión acerca del trabajo de Sean Connery —replicó Helena en tono de broma.

—Lo dices porque tienes debilidad por los ingleses —la acusó Leon con sorna.

—Sabes que no puedo resistirme a un hombre con acento elegante —Helena soltó una carcajada.

—Len. En el restaurante te dije que vine con una propuesta de trabajo —dijo Leon al tiempo que sacaba un sobre de su chaqueta—. La DSO me dijo que te entregara esto.

Leon le entregó el sobre a Helena y ésta lo abrió enseguida. Sacó un papel doblado en tres partes y lo extendió para leer su contenido. Mientras leía cada línea, su expresión fue pasando de la intriga al asombro. En cuanto terminó de leer, dijo: —Así que la agencia se disculpa por haber creído que yo trabajaba con Smith —se burló con frialdad —. Y para lavar su conciencia me ofrece mi trabajo de vuelta.

—Haces que suene como algo terrible.

— ¿Acaso creen que soy estúpida? —espetó Helena, irritada—. ¿Piensan que voy a olvidar el hecho de que me humillaron en esa maldita audiencia frente al comité de ética y sin darme el beneficio de la duda, me despidieron?

—Fue el mismo Abbot quien pidió que volvieras —confesó Leon al tiempo que sacaba un cigarrillo de su bolsillo.

—Me sorprende de ese cretino —dijo Helena, sorprendida—. Siempre me quiso fuera de su amada agencia.

—Volverías a tu antiguo empleo como agente. Recuperarías tu apartamento y con el aumento de sueldo que te ofrecen, podrías pagar tus deudas en poco tiempo.

La idea de salir de sus deudas sonaba tentadora. Sin embargo; recordó que con su nueva condición, no podría volver a trabajar como agente, sino hasta después de que diera a luz a su bebé.

—No suena mal, pero no puedo aceptarlo —Helena le devolvió el sobre a Leon.

— ¿De verdad quieres pasar el resto de tu vida siendo la asistente de Jill? —Inquirió Leon sorprendido de que Helena declinara su oferta de trabajo— Creí que te gustaba ser agente. ¿Sabes que tuve que enfrentarme a Thomas y decirle en su cara que era un idiota por haberte despedido?

—Así que eres tú quien está detrás de todo esto —lo acusó Helena, furiosa—. ¿Por qué quieres que vuelva a Washington? Allá no hay nada para mí.

—Te equivocas Len. Eres una de las mejores agentes que tiene la DSO.

—No es verdad. La mayor parte del tiempo trabaja con un par de copas encima y peleaba con todo el mundo —admitió Helena poniéndose de pie.

Leon la siguió tomándola por los hombros. Acercó su rostro al de ella y tomó sus labios en un beso férreo. Helena se quedó de piedra ante este gesto. Si la hubiese besado algún tiempo atrás, seguro que la felicidad no hubiera cabido en su cuerpo, no obstante; ahora no sentía nada ante aquel beso.

De pronto sintió una fuerte arcada y rompió el beso, empujando a Leon. Corrió hacia el baño de invitados que estaba bajo la escalera y comenzó a vomitar la costosa cena que comió esa noche en el cumpleaños de Jill.

— ¡Len, abre la puerta! —gritó Leon golpeando la puerta de madera.

Helena bajó la palanca del retrete y se sentó sobre el suelo frío de baldosas. Cayó en la cuenta de que no podría ocultar su embarazo por mucho tiempo, pronto todo el mundo sabría la verdad de su condición, quizá era mejor comenzar a ser honesta y ser ella quien le dijera a sus seres queridos que dentro de un tiempo se convertiría en madre. Así que abrió la puerta y dejó que Leon entrara al baño.

— ¿Len, estás bien?, ¿No quieres volver a la clínica? —preguntó Leon, preocupado.

—Estoy bien —Helena se sintió avergonzada de que Leon la encontró hecha un desastre en el baño—. Es normal que sienta nauseas de vez en cuando por mi condición.

— ¿Normal? —inquirió Leon, intrigado.

—Estoy embarazada, Leon —le confesó Helena con lágrimas en los ojos.

Leon la ayudó a ponerse de pie y le dijo: —Ahora entiendo porque no quieres volver a Washington. ¿El chico es el padre, cierto?

—Si —admitió Helena con voz quebrada—. Pero yo me haré cargo del bebé.

—Creo que llegué tarde, Lena —dijo Leon con una sonrisa amarga.

—Lo siento Leon. No quiero lastimarte —se disculpó ella.

—Tranquila —Leon la estrechó en un abrazo y continuó: —El que no sientas lo mismo que yo, no quiere decir que no me ames a tu manera.

—Te amé durante mucho tiempo —le confesó —. Es sólo que...

—Ya no importa —Leon depositó un beso en su frente y agregó: —Será mejor que me vaya. Has tenido un día agotador.

— ¿Puedo llamarte alguna vez? —preguntó Helena.

—Sólo si admites que Brosnan fue el mejor James Bond de la historia —respondió Leon, divertido.

—Idiota —Helena sonrió.

Leon se dio la vuelta y cruzó la sala de estar hasta llegar a su coche. Helena salió del baño y caminó hasta el porche de la casa, una vez ahí se tumbó en el sillón y se quedó pensativa mirando los tulipanes blancos que Jill plantó en esa semana. Por fin había cerrado el capítulo que Leon Kennedy ocupaba en su vida, aunque nunca le pasó por la mente el final que tendría. Siempre llevaría a Leon en su corazón y estaría agradecida con él por todo lo que hizo para ayudarla a vengar la muerte de su hermana. Con ese pensamiento, contempló cómo la lluvia del otoño bañaba el jardín de rosas que Jill cuidaba como si fuese uno más de sus hijos.

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La televisión se encontraba encendida en el canal de noticias, no obstante; Sam Nivans bebía de su taza de café mientras leía la sección de política de su periódico. Nadie se atrevía a desafiar al patriarca de la familia, es por eso que Laura prefería llevar un libro a la mesa antes que pedirle a su padre que cambiara el canal. Piers por su parte, aunque no le temía a su progenitor, prefería mejor elegir sus batallas con él que pelear por cosas que no valían la pena.

— ¿Te sirvo más jugo? —preguntó su madre con aquel tono afable que rayaba en lo fastidioso.

—Estoy bien, má, gracias —respondió Piers llevándose un bocado a la boca.

—Estás muy delgado, hijo, ¿Seguro que estás alimentándote bien? —preguntó su madre con preocupación.

—Es por el entrenamiento, mamá. Deja de tratarlo como un niño— alegó Laura levantando la vista hacia su hermano.

Piers esbozó una sonrisa de complicidad y Laura le respondió de igual manera. De no haber perdido la memoria, seguro hubiese echado de menos a su hermana menor. A pesar de tener más hermanos, con Laura siempre tuvo un vínculo especial. A menudo era relegada por su edad y pasaba la mayor parte del tiempo sola. Él por su parte, la incluía en sus juegos aunque a veces tenía que jugar a la fiesta del té con tal de verla feliz.

Conforme fueron creciendo, los juegos fueron quedando de lado y ahora en lugar de correr por el jardín de su madre tras un balón arruinando sus flores a su paso, pasaban el tiempo hablando de todo lo que les sucedía, convirtiéndose así en confidente uno del otro.

Siempre supo que ella no seguiría la tradición de las mujeres de su familia y no se convertiría en un ama de casa, es por eso que no le sorprendió cuando después de terminar la preparatoria, anunció que había sido aceptada en la universidad de Princeton para cumplir su sueño de volverse periodista. A pesar de que su padre se negó a pagarle la escuela, Laura se las arregló para pagar el primer año; trabajó como mucama de hotel y después como camarera en un restaurante. La gente que los conocía comenzó a hablar acerca de cómo Laura se desvivía trabajando para costear su estancia en la facultad, así que Sam no tuvo más remedio que pagar la educación de la menor de sus hijas y así las habladurías pararon.

Ahora Laura estaba en su último año y en un tiempo quizá se mudaría de casa. Piers por su lado, estuvo buscando pisos después del trabajo durante días y por fin consiguió un apartamento a buen precio en el barrio de Brooklyn. Pagó dos meses por adelantado y a más tardar en cinco días, debía mudarse a su nuevo hogar. Bebió un sorbo de su vaso de jugo y miró a su padre que no quitaba la vista de su periódico. No temía decirle a Sam Nivans que muy pronto se libraría de su hijo menor y ya no tendría que verlo a la hora de la cena con aquella mirada cargada de decepción con la que lo miraba desde el día que supo que Piers había desertado de las filas de la milicia.

Se volvió hacia su madre, la cual preparaba una orden más de huevos revueltos a petición de Sam. Piers se sentía preocupado ante la reacción que su madre tendría al enterarse que su hijo recién llegado se mudaría. Eva Nivans siempre fue una mujer que amó a su familia y tan grande era su amor que algunas veces sus hijos se sentían asfixiados ante la sobreprotección de la matriarca de la familia. No obstante, sus hijos varones se dedicaron a la carrera militar y a pesar de su oposición, tuvo que dejarlos ir, y ahora Shane, John, Estella y Kate vivían en otras ciudades lejos de su hogar en Jersey.

Piers sabía que su madre no tomaría muy bien la noticia de su partida, sin embargo; ya no se sentía cómodo viviendo en la casa de sus padres. Ya era un hombre adulto que deseaba tener su propio espacio. Lo único que lamentaba es tener que vivir aquel enorme apartamento que consiguió en Brooklyn completamente solo. Recordó los meses que vivió con Helena en Gold River y el corazón le dio un vuelco. Le gustaba vivir con ella; echaba de menos las bromas que se gastaban el uno al otro, las cenas que su compañera preparaba para él, las largas charlas en el porche de la casa y sobre todo las noches en las que ambos compartían la misma cama. Él dejó de lado su plato de forma abrupta y sin esperar más, dijo: —Mamá tengo algo importante que decirte.

— ¿Sucede algo, hijo? —respondió Eva con tono de preocupación.

—Estuve buscando lugares en Nueva York y encontré un apartamento en Brooklyn. El casero me dijo que en cinco días quedará disponible.

—Oh… —Eva soltó la cuchara de cocina sobre la sartén haciéndola resonar de forma estridente—. No puedes irte. Acabas de volver.

—Mamá, esto es algo que he estado pensando desde hace tiempo —confesó Piers con vehemencia.

Sam hizo a un lado su periódico frunciendo el ceño, espetó: —Primero te largas sin decir nada y ahora vuelves sólo para romperle el corazón a tu madre.

Piers sintió como la sangre comenzaba a bullir por sus venas y dijo: —No lo estoy rompiendo el corazón a nadie. Soy un hombre adulto, ¿Qué hay de malo con que querer mudarme de la casa de mis padres?

—Eres un ingrato. Tu madre ha esperado por ti durante meses y así es como le pagas —soltó Sam enfurecido al ver las lágrimas de su esposa.

— ¿Y tú?, ¿Quieres que te recuerde las noches que mamá esperó por ti mientras todos creíamos que estabas en misión, cuando en realidad te veías con la Sargento Sandy Johnson a escondidas de tu familia? —le echó en cara Piers. No le gustaba tener que recordar esa etapa oscura en la vida de su familia, pero de alguna forma tenía que hacerle ver a su padre que no era un hombre perfecto.

La cara de Sam se tiñó de color grana y dio golpe fuerte en la mesa.

— ¡Tú no eres nadie para juzgarme!, ¡Soy tu padre! —chilló, furioso.

— ¿Por qué me odias tanto? —preguntó Piers, levantándose de su silla.

— ¡Eres un idiota que desperdicia su talento jugando al héroe! —su padre le recriminó.

—No pienso renunciar a la BSAA para darte una estúpida medalla —Piers cerró los puños.

La tensión comenzó a flotar por el aire como una densa niebla, haciendo el aire casi irrespirable. Los únicos sonidos que podían escucharse eran la voz chillona de la chica del clima anunciando fuertes lluvias sobre la ciudad de Nueva York y el leve sollozo de Eva, quien aún apretaba el paño de cocina como si su vida dependiera de ello. Piers giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta. Cruzó la sala de estar y salió de la casa. Caminó hasta el viejo roble del jardín y se tumbó bajo su sombra, sin darse cuenta que su hermana Laura lo siguió en su camino.

—Papá se sigue portando como un imbécil, ¿Cierto? —dijo Laura sentándose a su lado.

—No entiendo porque me odia tanto —lamentó Piers mientras jugaba con una rama seca entre sus manos.

—No creo que te odie, más bien, te tiene envidia —comentó Laura en tono afable.

— ¿Envidia?, si él fue mejor soldado de lo que yo he sido —soltó Piers sorprendido por las palabras de su hermana.

—Pero nunca tuvo tu habilidad con los rifles. Ni Shane o John. Él hubiera dado lo que fuera por haber sido la mitad de bueno que tú apuntando a un blanco. Tienes razón al decir que fue un buen soldado, pero nunca pudo destacar en algo importante. Se siente frustrado porque cree que pierdes el tiempo en la BSAA en lugar de intentar destacar dentro de la milicia y así ganar un reconocimiento para que él pueda presumir con sus amigos —le explicó Laura.

—Yo no quiero lucirme frente a todos. Yo quiero ayudar a las personas, ¿Por qué le cuesta tanto entenderlo?

—No lo sé —suspiró Laura—. Yo tampoco entiendo a Papá.

Piers recordó los días en los que pasaba bajo el roble recostado, mientras su hermana Laura no paraba de hablar contándole sus problemas del colegio. Se volvió hacia ella y sonrió al ver que ya no era la chiquilla miedosa que corría tras él cuando se sentía sola. Piers deseaba mudarse, tener su espacio; aunque no iba a echar de menos el hogar que lo vio crecer, lamentaba tener que dejar a Laura bajo el yugo de una madre manipuladora y un padre autoritario.

—Creo que deberías mudarte, Piers. Papá no va dejarte tranquilo mientras sigas viviendo en esta casa —Laura lo tomó de la mano y continuó: —Yo tampoco les he dicho que en unos meses me mudaré a Boston. Me ofrecieron un empleo en un periódico local. La paga no es mucha pero voy a aprender mucho del negocio.

— ¡Felicidades, hermana!, me alegro por ti —Piers la abrazó—. Sabes, ya no hay lugar para mí en esta casa.

—Voy a echarte de menos, tonto —Laura lo estrechó con fuerza—. Te prometo que iré a visitarte a Brooklyn.

—Y yo te estaré esperando.

— ¿Cuándo te vas? —preguntó Laura.

—En unos días. Debo empacar mis cosas y enviarlas al apartamento que conseguí —respondió Piers.

—Mamá quería darte la sorpresa. Está organizando un asado para este sábado, quiere celebrar tu regreso y de paso reunir a la familia para darte la bienvenida.

—No lo sabía, apenas si he hablado con ella. Supongo que eché todo a perder —Piers se llevó la mano a la nuca, apenado.

—Ya se le pasará —lo consoló Laura con una sonrisa—. Sabes que adora el drama. Debo irme, tengo clase en una hora.

—Suerte monita.

—Ya no tengo 10 —Laura fingió falsa irritación y acto seguido se dirigió a la casa.

Piers se quedó en el jardín mirando la casa que lo vio crecer y el lugar al que añoraba volver durante el tiempo que estuvo cautivo en aquel hospital psiquiátrico. Un sentimiento amargo se instaló en su pecho al darse cuenta que ya no había lugar para él dentro del hogar de su familia.

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Helena miraba al hijo mayor de Jill arruinar el suelo de la cocina con el nuevo juego de acuarelas que su padre lo obsequió hacía apenas unos días. Por un momento imaginó que el bebé que se formaba en su vientre quizá tendría la energía del pequeño Josh, se volvió hacía Emma, que jugaba con una sonaja golpeándola sobre la mesilla de su periquera, ¿Y si era una niña?, de pronto vino a su mente la imagen de una niña de piel blanca, cabello castaño y ojos color verde profundo iguales a los de su padre. Sacudió levemente su cabeza intentando disipar aquellos pensamientos.

—Aquí tienes —Jill puso un plato con huevos fritos, tocino y un par de waffles con miel.

Helena tomó el tenedor y cortó un trozo grande de waffles y lo devoró en segundos. Al parecer su estómago había hecho una tregua con ella y despertó con apetito.

—Come despacio —bromeó Jill mientras ponía a Josh en su silla—. Vas a ahogarte.

—Los waffles son mi debilidad— confesó Helena mientras devoraba otro trozo.

—Anoche comiste muy poco. Vi que saliste del restaurante, ¿A dónde fueron?

Helena tragó saliva con dificultad y dijo: —Me sentí muy cansada y le pedí a Leon que me llevara a casa.

—Lena… ¿De cuánto tiempo estás? —preguntó Jill sin rodeos.

Helena sintió una gota de sudor frío recorrerle la espalda y no respondió.

—Te he observado durante estos últimos días. Duermes demasiado, comes de más y tus senos lucen más hinchados de lo normal. ¿Crees que me voy a creer el cuento de que sólo estás agotada?

—Pero… —Helena se quedó perpleja ante el comentario de Jill.

— ¿Es Piers el padre? —preguntó Jill al tiempo que bebía de su taza de café.

—Si —confesó Helena bajando la mirada.

— ¿Él lo sabe?

—No, apenas me enteré ayer —dijo Helena con amargura—. Pero yo me haré cargo del bebé.

—Deberías decirle. Ese bebé también es su responsabilidad. Además todo hombre merece saber que se convertirá en padre, aunque sea un idiota —dijo Jill en tono casi maternal.

—Él me dejó claro que no quiere nada conmigo.

—Lo sé. Pero ese bebé tiene un padre y tiene derecho a conocerlo —enunció Jill.

Emma comenzó a llorar y Jill la tomó en brazos para calmarla. Helena bebió de su vaso de jugo al tiempo que las palabras de su amiga hacían eco en su mente. Tenía razón Jill; debía admitirlo. Piers no quería nada con ella, pero su hijo no tenía motivos para no estar cerca de su padre.

—No sé como vaya a tomar la noticia —susurró Helena con pesar.

—Todo saldrá bien— Jill la animó—. Pero debes decirle cuanto antes. No esperes hasta que nazca. Necesitas que también te ayude a llevar todo este asunto de tu embarazo.

—Yo puedo sola —dijo Helena, irritada. Odiaba que le dijeran lo que tenía que hacer.

—Lena, necesitas dinero para el médico, debes comprar lo que el bebé necesita y honestamente no creo que tu sueldo en la agencia te alcance para pagar todo, aún debes pagar tus deudas en Washington.

—Es verdad —admitió Helena con tristeza.

—Piénsalo —Jill bebió otro sorbo de su café y miró su reloj—. Es mejor que nos demos prisa. Tenemos una reunión dentro de una hora.

—Lo había olvidado —Helena comenzó a comer a prisa.

—Tranquila —Jill sonrió—. Evans puede esperarnos unos minutos. No quiero que vuelvas a sentirte mal. Aunque sería divertido que vomitaras sobre el costoso traje de ese culo arrogante de Evans.

Las dos mujeres rieron y dieron un sorbo rápido a su café. Helena se sentía feliz de tener a una persona como Jill en su vida. Hacía mucho que nadie estaba al pendiente de ella y ahora más que nunca necesitaba el consejo de una amiga.

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Era una tarde soleada de sábado. La noche anterior cayó una lluvia torrencial sobre Jersey por lo que el aire aún podía respirarse húmedo y fresco. Helena aparcó el auto que Jill le prestó para viajar hasta la casa de la familia Nivans. Después de pensarlo unos días decidió que era momento de decirle la verdad a Piers acerca del bebé que estaba esperando. Cruzó la calle con el álbum de fotografías que con engaños se llevó del hogar de Piers en el brazo y los nervios a flor de piel.

Desde la calle podía percibir el aroma a costillas de cerdo asadas y las risas de los niños que corrían en el jardín. Se detuvo a mirar y divisó a Piers que jugaba con ellos pateando un balón rojo. A Helena se le encogió el corazón al verlo y no podía evitar pensar en cómo se vería su hijo jugando de la misma forma con su padre. Caminó hacia la casa de los Nivans y de pronto sintió la mirada de Piers posarse en ella.

Piers dejó a los niños por un momento y se dirigió hasta donde estaba ella. Helena apretó el álbum de fotografías contra su pecho, nerviosa.

—Helena, ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Piers sorprendido de verla.

—Vine a entregarte esto —Helena le entregó el viejo álbum.

—Gracias —Piers lo miró y sonrió—. Se lo daré a Laura en cuanto vuelva. ¿Cómo estás?, la última vez que te vi lucías fatal.

—Estoy mejor, gracias —respondió Helena con una sonrisa forzada. De pronto sintió como la tensión bajaba de su pecho hasta quedar anclada a su estómago.

—En tres días viajaré a Busan a una misión de reconocimiento.

—Entonces, ¿Volverás al servicio activo? —inquirió Helena, preocupada.

—No soy de los que trabajan tras un escritorio y tampoco me gusta el trabajo de instructor. Ya aprobé los exámenes físicos y de aptitud, estoy listo para salir a combate — dijo Piers con vehemencia.

—Pienso que es muy pronto para que regreses a las armas.

Un silencio incómodo se adueñó de los dos. Helena sintió una fuerte opresión en el pecho. Había ensayado un discurso durante todo el camino pero ya no recordaba nada de lo que había recitado durante su viaje. Entonces dijo: —Piers tengo algo que decirte.

— ¿Sucede algo? —Piers la tomó de la mano en forma inconsciente.

Helena tragó saliva y continuó: —Piers, estoy embarazada.

Piers abrió los ojos, asombrado. Helena lo miró esperando alguna reacción. Fueron los segundos más largos de su vida, hasta que finalmente dijo: — ¿Estás segura?

—El médico lo confirmó hace unos días —respondió ella.

De nuevo el silencio se hizo presente entre ellos. Helena bajó la mirada y murmuró: —Esto fue un error, no debí venir a molestarte.

Se volvió hacia el auto que tenía aparcado al otro lado de la calle y justo antes de dar el primer paso, Piers la atrajo hacia él y susurró en su oído: —No pienso cometer el mismo error de dejarte dos veces.

—No te sientas obligado a estar conmigo por el bebé. Yo puedo hacerme cargo de él.

Piers la estrechó con más fuerza y dijo: —No voy a dejarte. No es por el bebé, es por mí. He pasado un infierno pensando que tú y el imbécil de Leon…

—Entre él y yo no hay nada. ¿Porque me alejaste de ti?

—Quería protegerte —confesó Piers.

—Deja de decidir por mí

—Lo lamento —dijo él arrepentido.

Piers tomó sus labios en un beso apasionado y ella se dejó llevar, aferrándose al cuello de él. Helena se deleitó con la calidez de sus brazos y el aroma de su piel. Echaba de menos su abrazo, pero sobre todo, lo echaba de menos a él.

—Creo que deberías volver —musitó Helena rompiendo el beso.

—Es sólo una reunión familiar —Piers se volvió hacia la casa de los Nivans—. Además aquí ya no hay un lugar para mí.

—Creí que deseabas volver —dijo Helena, sorprendida.

— Voy a mudarme a Brooklyn en unos días, ¿Te gustaría venir conmigo? —Piers le propuso.

—Con una condición —soltó Helena en tono serio.

— ¿Cuál? —preguntó Piers, intrigado.

—Que laves los platos todas las noches después de la cena.

—De acuerdo —Piers soltó una carcajada—. Ahora necesito que me acompañes para soportar cinco horas de anécdotas militares por parte de mi familia.

— ¿Lo dices en serio? —Helena se volvió horrorizada hacia la casa de los Nivans.

—Tranquila —Piers la tomó de la mano—. Sólo sé tú misma y no menciones que sabes manejar un arma o mis hermanos no te van a dejar en paz.

Helena apretó la mano de Piers y se encaminaron hacia la casa. Mientras caminaban sobre la pequeña senda de gravilla roja, ella recordó el día en que encontró a aquel soldado perdido en medio del bosque. Desde el primer momento en que lo vio con el miedo y la angustia reflejada en sus ojos, supo que debía ayudarlo. No obstante, mientras Helena intentaba cuidar de él, aquel chico sin memoria fue quien la salvó de su soledad y sobre todo de sí misma.

FIN


Hola!

Antes que nada espero que les haya gustado el final de esta historia. Quiero agradecer infinitamente a todos los que durante estos cuatro años siguieron de cerca este proyecto y que con sus comentarios, favs y follows contribuyeron a que esta historia llegara a su fin.

Agradecimientos especiales a la mafia del mal: CMosser, quien no dejó de insistir en que no olvidara este fic. SKANDROSITA, que desde el primer capítulo publicado en 2013 no dejó de tener fe en mi. A Polatrixu y AdrianaSnapeHouse quienes fungieron como betas readers y me ayudaron a que este montón de ideas cursilonas tuvieran sentido.

A la Hermandad del mal: Light of Moon 12, GeishaPax, Zhines y Frozenheart7, que siempre apoyaron mis locuras.

A Violette Moore, mi madre dentro de este mundo del FF y una de mis mejores amigas, quien revisó los últimos dos capítulos y que además me jala las orejas cada que quiero dejar todo esto de la escritura… Gracias Mom! :D

A todos los lectores, quienes dejaron su comentario y a quien solo pasó a leer. Gracias :D. Me siento un poco apenada por haber esperado todo el hiatus por el asunto de mi boda y el nacimiento de mi bebé. Apenas tengo tiempo de escribir, sin embargo; nunca me pasó por la mente abandonar esta historia.

Bueno creo que eso es todo. Tengo algunos proyectos pendientes que iré actualizando próximamente.

XOXO

Addie Redfield :3