LII. USQUE IN AETERNUM (Hasta la eternidad)

Porque éramos amigos y a ratos, nos
amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.

Ajedrez, Rosario Castellanos.


Aioros observaba palmo a palmo la enorme casa de Shura en La costa del Maresme, desprendió de las amarras su poquísimo equipaje y entró tras él, no cabía duda, el que otrora fuese su compañero había nacido en una cuna de oro y todos esos años se esforzó por ocultarlo, jamás le escuchó hablar de su pasado, mucho menos de su nombre real.

—¿Sólo llevas eso de equipaje? —inquirió.

—Sí, no puedo cargar mucho en la moto y de todos modos no necesitaba nada más, en los lugares en los que estuve trabajaba en cualquier cosa…

El hispano sonrió. Era muy propio de Aioros y su espíritu aventurero ir por el mundo sin complicaciones.

Subieron por las escaleras de mármol hasta el ala de las habitaciones, un pasillo delicadamente iluminado y decorado les saludó.

—Puedes elegir la habitación que quieras —indicó a secas y dispuesto a dar la vuelta para bajar a buscar algo que comer.

—¿Cuál es tu habitación?

—Esa… la que estaba al final del pasillo— apuntó.

—Bien, en esa me voy a quedar… —y echó a andar como si nada para dejar sus cosas ahí, antes de que Shura pudiese objetar algo.

—Ostias… —murmuró.

Ni esa noche ni muchas otras hicieron algo más que dormir, platicar, hablar de tonterías, de viejos recuerdos… era innegable que la tensión entre ellos había crecido, era una sensación rara, sin preguntas, sin respuestas.

Y que se mantuvo así hasta que una noche Aioros lo abrazó, atrajo su cuerpo en un toque natural, amoroso, irreflexivo. Shura se puso rígido en un instante, respiraba como si tuviese un yunque en el pecho que le oprimía la caja torácica.

Tenía miedo.

Por primera vez en quién sabe cuántos años, tenía miedo… miedo de que pasado, presente y futuro le cayeran encima, que nublaran el poco juicio que le quedaba, que…

—Ya sé lo que estás pensando… y sí —susurró en su oído Aioros Deligiannis.

El hispano dio la vuelta en la cama, sin soltarse de sus brazos, los ojos verdes le contemplaban en medio de la oscuridad, con apenas una cicatera luz que entraba por la cortina medio abierta del gran ventanal.

—¿Sí qué?

—Sí estás haciendo lo correcto…

—¿Cómo?

—Sólo quiero cerrar los ojos y saber que estás a mi lado… y abrirlos para verte ahí… sólo eso…

Lo besó entonces, un último impulso extenso, inagotable.

Para Aioros, la vida corta en sus primeros años había sido una ilusión vacía porque la soledad estuvo siempre rondándole. Para Shura, el transcurso de la existencia, ha sido y fue, un juego absurdo en el que pasó como un ciego, cayendo… siempre cayendo sin ver la progresión de imágenes que van de la vida a la muerte en una sucesión incontenible…

Se dejó ir… se soltó de esas amarras que le impedían volar… sólo fue él… Arnau…


Hindú Kush…

Cuatro días con sus cuatro noches pasó Dohko en su campamento de la vergüenza a las afueras de la construcción donde Shion se había refugiado enfundado tras los muros de su cosmos. Fue hasta el quinto día cuando el lemuriano acabó por retirar el campo de energía tras el cual se había encerrado a cal y canto.

El chino conocía bastante bien a su parabatai y sabía que no sería el primero en restablecer la comunicación, así que doblegó su orgullo una vez más y se adentró en el refugio.

El fuego ardía en el hogar.

El antiguo Arconte de Aries estaba ahí de pie, quitando de las llamas el agua que hervía, bullía como su corazón lo estaba haciendo en ese momento y tal vez se entretenía más de lo necesario, lo hacía para no enfrentarlo.

—Las estrellas están moviéndose, los designios del destino de la Tierra empiezan a cobrar forma… —comentó casual.

—Lo sé, pero esta era, la era nuestra… ha llegado a su fin —sentenció el guerrero de Libra.

—Parece mentira… parece que fue ayer, ¿no?, cuando tú y yo éramos sólo caballeros de plata en un Santuario vacío…

—Y fue un buen hado el que nos puso en el mismo camino… o tal vez la gracia de Atenea… —susurró acercándose hasta donde estaba su viejo camarada delante del fuego.

—No se puede dejar de ser guerrero de la noche a la mañana —las palabras del antiguo patriarca sonaban a una nostalgia pesarosa, cansada por su andar en la tierra durante tantos años.

Dohko le tomó por el hombro y le hizo volverse para observarlo de frente, para enfrentar su mirada, su rostro serio, el rostro que conocía y que jamás, a pesar de los cientos de años, jamás había olvidado.

—No se puede, una vez guerrero, siempre guerrero… así como siempre amanece, cada día.

Los ojos del lemuriano se clavaron intensos en los del hombre que tenía delante, trataba de encontrar respuestas, consuelo, pero… también trataba de reconocerse a sí mismo en el reflejo de sus pupilas.

—¿Por qué has venido? ¿A pelear? Somos demasiado viejos para…

Las palabras del Strategos se vieron interrumpidas por el beso límpido de los labios carnosos de Dohko, de su mano derecha, de su compañero de toda la vida… la maravilla del silencio compartido en el cual devienen los pasos para una unión superior, predestinada, más allá de cualquier explicación terrenal.

—…te extraño… —susurró Dohko, contra sus labios.

—Yang Hao-cun... —contestó el otro, como si el simple hecho de pronunciar su nombre civil consiguiera que todo lo que les había dividido hasta esos momentos cayera roto a sus pies.

Necesitaba asirse a esa realidad, a la de ellos dos… a la realidad entre sus brazos, ya no quiso ser más como el viento, ese viento que lo había llevado a perderse, ya no quería ser el viento con su potencia destructora y tampoco quería guardar más ese sentimiento voluntariamente callado.

—Necesito tu protección… precisa para conservar esta vida… —le confesó abrazándolo, como a un igual, como su parabatai.

—Es probable que mi tiempo en esta Tierra sea más breve que el tuyo… y es seguro que yo envejeceré más rápido que tú… si a pesar de todos esos obstáculos deseas que siga a tu lado… el tiempo que me quede, estaré contigo… —respondió con franqueza, con la misma con la que siempre hablaba.

Shion lo sabía, que así sería, que aquel a quién amaba se extinguiría tarde o temprano, la raza humana era así: efímera… y más que nunca codició eso que los dioses incluso desde su época más primigenia deseaban: la mortalidad…

—Será hasta la eternidad entonces, amigo mío…

—Hasta la eternidad…

Un camino emprendido que aún no alcanza su término, una móvil inquietud espiritual que aún no cesa…

FIN

Nota de la Autora.

Quiero extender mi profundo agradecimiento a todas aquellas personas que a lo largo de estos meses siguieron de cerca la historia de Ab Ultima Aeternitas. Mi gratitud infinita por darle una oportunidad a esta larga historia que ha llegado a su fin.

No tengo palabras para expresarles lo mucho que me alegraban sus expresiones, su apoyo, sus sugerencias y todo aquello que me hicieron llegar por medio de comentarios, mensajes privados y correos electrónicos. Atesoro cada una de sus muestras de interés con mucho cariño.

No me atrevo a citar uno por uno los nombres por miedo a pasar por alto alguno, sin embargo, sepan que a cada uno de ustedes debo la culminación de esta historia. Así mismo también agradezco a aquellos que dejaban sus muestras de interés de manera anónima, sin tener cómo agradecerles, aprovecho este espacio para decirles que también a ustedes los contemplo, lo mismo que a los lectores silenciosos, ellos también son importantes para mí.

Mi gratitud para Melissia y Raixander por sus ánimos, por sus palabras, y por los bellísimos fanarts que dedicaron a mí, inspiradas por personajes que aquí aparecieron. No tengo cómo pagar sus muestras de afecto y su gran talento ¡Continúen explotando esas capacidades!

Mi respeto y agradecimiento a Althariel Tasartir, mi Alma Mater, colaboradora incansable, correctora y fuente de inspiración. El estilo y calidad de este relato no hubiese sido tal sin su apoyo. Gracias por tus piojos y por tu titánico estudio de los moradores del thòlos de Acuario.

Llega a su fin una larga línea cronológica de Saint Seiya que comencé en el 2004 y con ello se abren nuevas formas de contar la historia a partir de ahora, desde otro punto en el tiempo.

Gracias a todos ustedes.

Hokuto Sexy, 18 de octubre 2013.