Gracias a Zeita, Marice Nieve y Griffinstiltskin por sus reviews.

Sí, ya, ya, vais a fustigarme. Esta vez no tengo ni excusa razonable, así que ofrezco el lomo.


VI

Pinturas

o—o

El uno de septiembre no es exactamente como James esperaba que fuese.

Para empezar, ni su padre ni su madre están en casa. Mientras que la señora Potter lleva una semana en Francia, donde la han enviado para sustituir a un compañero recabando información sobre el tema de los mortífagos exiliados, el patriarca de la familia está trabajando para descubrir quién está detrás del asesinato de Arielle Baudin.

Así que, este año, es James el encargado de llevar a sus hermanos a King's Cross. Cuando están preparados se aparecen directamente en el andén nueve y tres cuartos. Lily no tarda en perderse entre la multitud en busca de sus amigos, pero Albus se queda a su lado.

—James—el joven, que simplemente está esperando que el tren parta para volver a casa y, quizá, llamar a Louis para salir con él, mira a su hermano. La mirada de Albus está oscurecida por la preocupación—. ¿Sospechas de alguien?

James no tiene que devanarse mucho los sesos para saber a lo que se refiere.

—Claro—responde. Sacude la cabeza—. Aunque no debería sorprenderme. Sabía que tarde o temprano pasaría algo así; es lo que quería.

Al se muerde el labio.

—No es tu culpa—le asegura en voz baja. James se muerde la lengua para evitar replicar. Es su culpa, pero obviamente nadie va a decírselo. Su hermano parece leerle el pensamiento, porque lo agarra del brazo y lo zarandea con cierta brusquedad—. Oye. Cuando… cuando estabas en San Mungo, papá se pasaba el día diciendo que era increíble que hubieses aguantado tanto tiempo con eso. Y no permitiste que recuperase su cuerpo.

—Bueno, ahora tiene el de ese sanador—replica James con amargura—. Al, en serio, déjalo. No vas a conseguir nada—su hermano lo mira con rabia, pero aparta la vista tras unos segundos—. ¿Crees que será como la última vez?

Al igual que James, Albus ha estudiado en Historia de la Magia las dos Guerras Mágicas, y se sabe de memoria las cifras de muertos, desaparecidos y heridos permanentemente. Y, si se le olvida, sólo tiene que pensar en las personas cuyos nombres llevan él y su hermano.

—No—sin embargo, la poca firmeza de la voz de Albus dice lo contrario que esa palabra—. Esta vez… no lo negarán, supongo. Podrán con él antes de que se haga muy fuerte.

James intenta fingir que se lo cree. Esboza una sonrisa.

—Claro.

Albus no lo oye, ya que en ese momento llega Scorpius Malfoy y le da tal empujón que casi lo tira a la vía.

—¡Eh!—protesta el joven, aunque sonríe al ver a su amigo. Draco lo obligó a volver a la Mansión Malfoy cuando las desapariciones se hicieron más frecuentes, y llevan casi un mes sin verse—. ¿Cómo estás?

Scorpius se encoge de hombros.

—Bien, aunque mi padre lleva un tiempo de lo más raro—entonces mira al hermano de su amigo—. Hola, James. Oye, Al, ¿dónde está Rose?

James no tarda en dejar de prestar atención a Albus y Scorpius. Se despide de su hermano cuando sube al tren, y deja que Lily le dé un abrazo de oso, con más fuerza de la que cabría esperar, y contempla cómo se aleja el Expreso de Hogwarts.

o—o

Pese a que Ginny no está nada contenta con las noticias que le han ordenado cubrir, no puede negar que lo que descubre en Francia consigue inquietarla.

Tras entrevistar a funcionarios del Ministerio francés y a ciudadanos de a pie –y agradecer las nociones más básicas del idioma que le dio su cuñada–, decide hablar con algún mortífago exiliado. Sabe que Harry no estaría de acuerdo, pero nadie hasta ahora ha logrado sonsacar declaraciones a este colectivo y Ginny no piensa detenerse por la opinión de su marido.

Le basta preguntar a las personas adecuadas para averiguar el lugar en el que vive Rabastan Lestrange. Ginny no puede evitar sorprenderse al ver la enorme mansión del mortífago, y una oleada de odio la invade al pensar en que hay muchos seguidores de Voldemort –incluyendo al asesino de Fred– que están en una situación similar a la de Lestrange, viviendo en un caserón en lugar de pagando por sus crímenes en Azkaban.

La casa tiene dos pisos y una planta aproximadamente tres veces más grande que la de su propio hogar. Las paredes, pintadas de amarillo suave, no podrían ser más acordes a la pradera en que está situada. Ginny admite a regañadientes que Lestrange tiene buen gusto antes de cerciorarse de que tiene la varita a buen recaudo en el bolsillo de los pantalones y acercarse a la casa.

Sin embargo, nadie responde cuando llama a la puerta. Ginny llama de nuevo, dos, tres veces más, pero sigue sin tener suerte. Tras varios minutos, exasperada, saca su varita y fuerza la puerta, que se abre con un agudo chirrido.

—¿Señor Lestrange?—llama con cautela.

Como nadie le prohíbe hacerlo, la mujer entra en la casa. Mira alrededor y descubre, sorprendida, que las paredes están llenas de cuadros. No se imaginaba que los mortífagos tuviesen gusto por el arte. Camina por el amplio pasillo y abre lo que supone que será la puerta del salón, más grande que las demás.

Está desierto. Haciéndose a la idea de que no hay nadie en la casa, Ginny sale del salón y sube las escaleras que ha visto en el camino de ida. Cuando llega arriba, varita en alto, abre la primera puerta que encuentra.

Resulta ser un dormitorio. Los únicos muebles, sin embargo, son la cama y un escritorio; Ginny deduce que lleva un tiempo vacío, a juzgar por la capa de polvo que cubre el lugar. La mujer frunce el ceño y cierra la puerta, y prueba con la siguiente.

Todos los dormitorios tienen el mismo aire de abandono, salvo el último. Ginny tarda varios instantes en reaccionar al abrir la puerta que hay al final del pasillo.

A diferencia del resto, no tiene cama ni armario. De hecho, no hay absolutamente ningún mueble, sólo las paredes desnudas pintadas de gris. Y, sobre ellas…

No es la primera vez que Ginny ve la Marca Tenebrosa. Pero nunca había visto tantas Marcas juntas. Están dibujadas en las paredes, de diversos tamaños, unas rellenas de color, otras no, pero ahí.

La mujer retrocede varios pasos y cierra la puerta, con los ojos como platos.

Está ocurriendo de nuevo, piensa, y la invade un terror que no sentía desde los once años. Va a volver.