Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia es Michelle Reid, "Las Razones del Corazon"

Hola chicas, como ven este es el ultimo capitulo de esta adaptacion, espero que les haya gustado y muchisimas gracias por cada uno de sus comentarios, me dio gusto que tuviera una aceptacion agradable...


Por el bien de mi hijo

Capítulo 10

Apoyada en el muro de la terraza. Bella observó la línea roja de los focos traseros de los últimos coches que se alejaban, desciendo la colina.

Finalmente la fiesta había acabado, algunas horas después de la partida de Tanya.

Jacob se había quedado con la responsabilidad de llevarla, y la manera en como la había acompañado, sin decir una palabra, había dado a Bella una especie de alivio.

Fue el desprecio de Elizabeth lo que finalmente había devastado a Tanya. Elizabeth, que siempre encontraba algo de bueno en cualquier situación, aquella vez había actuado de forma distinta. Pero, ver una amistad tan antigua morir, fue terrible para ella.

Elizabeth había llorado un poco, lo que había ayudado a llenar un momento difícil entre Edward y Bella. Y, naturalmente, ellos necesitaban atender a los invitados y, además de eso, responder a las inevitables preguntas sobre la súbita ausencia de Tanya.

Bella exhaló un pequeño suspiro, pues sabía que aquella noche tenebrosa estaba lejos de terminar.

—¿Qué noche, no? —murmuró Edward, a sus espaldas.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó ella, sin volverse.

—Aún enojada, como es natural —respondió, apoyándose en el parapeto—. Pero tú la conoces, ella nunca soportó discordias.

—Ella amaba a Tanya —afirmó Bella—. Descubrir que alguien que tú amas no es quien creías que era, puede ser catastrófico.

—¿Eso es una alusión a mí? —preguntó Edward.

Bella no sabía si era cierto. Se encogió de hombros

—Tú me mentiste —acusó—. Mentiste acerca de tu relación con Tanya.

Edward dio un profundo suspiro.

—Mentí, sí —admitió, finalmente—, pero todo sucedió hace mucho tiempo y, como soy demasiado arrogante, no pensé que tuvieras el derecho de cuestionarme sobre mi vida antes de conocerte.

—Eso le dio poder a Tanya —observó Bella—. Con tu insistencia en negar que habían sido amantes, ella quedó libre para hacer insinuaciones llenas de maldad a toda hora.

Bella se estremeció, haciendo una pausa.

—Ella... sabía cosas de ti, que sólo una amante podría saber.

Él extendió la mano y acarició cariñosamente la de Bella.

—Discúlpame —murmuró.

No era suficiente. Bella se inclinó a mirar el jardín ya oscuro y silencioso.

—Ella estaba allí aquella noche, en la terraza al lado de la nuestra, oyendo nuestra discusión —comentó Edward—. Usó todo: nuestra falta de confianza mutua, tu relación con Jacob, mi mentira...

—¿Cómo supiste que ella estaba allí? —indagó Bella.

—Después que tú entraste, yo continué aquí fuera, ¿te acuerdas? —explicó Edward—. Estaba intentando aceptar que tu versión de lo que sucedió la noche en que perdiste al bebé era verdadera.

Parando de hablar por un momento, suspiró.

—Entonces, oí ruido en la terraza de al lado. Una silla arañando los ladrillos, después un suspiro que reconocí, y sentí un cierto perfume. Enseguida oí a Tanya murmurar: ¡«Grazie Bella», en un tono que me dejó helado!

Él se estremeció, Bella también.

Edward golpeó el parapeto de piedra con el puño cerrado.

—¿Cómo podemos pensar que conocemos a alguien, y después descubrir que estábamos tan engañados? —preguntó él, en tono melancólico.

—Ella te amaba.

—¡Aquello no era amor, era una obsesión enfermiza! —exclamó él.

Se quedaron en silencio por algunos instantes, entonces Edward prosiguió.

—Aquella noche, decidí que Tanya saldría de mi casa por la mañana, de cualquier manera. De ahí que fui a la oficina y vacié su mesa. El resto tú lo sabes, con excepción de aquella semana en París. Usé el tiempo para convencerla de que no tenía más lugar en esta familia.

—¿Y cómo reaccionó ella? —preguntó Bella.

—Dijo que mi madre podría no aprobar mi decisión —respondió, entre dientes, obviamente dominado por la rabia que el recuerdo había provocado—. ¡Entonces, anulé el ataque de aquella chantajista, expulsándola del banco!

Bella lo miró, incrédula.

—¿Puedes hacer eso?

—Tanya tiene una buena cantidad de acciones, pero no las suficiente para remover la posición de quien está en el poder, y, aunque eso confirme mi arrogancia, soy el todo poderoso en el Banco Cullen. Si yo digo que alguien sale, la dirección me apoya.

—¿Y sus clientes ? —preguntó Bella—. ¿El banco no va a perder muchos negocios lucrativos?

—Si tuvieran que escoger entre pasar a otro banco o entregar sus carteras de inversiones a mí, todos los clientes de la lista de Tanya se quedarán conmigo.

—¡No fue sin motivo que ella vino aquí, esta noche, con tanta sed de venganza! —murmuró Bella—. Tú a veces, me asustas.

Cogiéndola por los hombros, Edward la obligó a enfrentarlo.

—Tú también me asustas —susurró él—. ¿Por qué otra razón pelearíamos tanto?

—Nosotros nos casamos por las razones erradas —dijo, sumisamente—.Tú te resentías con mi presencia, y yo me resentía por estar aquí.

—Eso no es verdad, Bella —replicó él—. En esa época, yo realmente creía que nos estábamos casando porque no podíamos estar lejos el uno del otro.

—El sexo siempre fue bueno —coincidió ella.

—No hables así —él la regañó—. ¡Sabes que siempre tuvimos mucho más que eso!

Bella sonrió débilmente.

—¿Será mucho pedir que cedas un poquito? —pidió él—. ¡Sólo un poquito, y prometo que voy a premiártelo mucho!

—Eso significa que...

—Significa que me casé contigo porque estaba, y aún estoy, perdidamente enamorado —declaró él, solemnemente—. ¿Será que respondí a tu pregunta?

—No hagas eso —murmuró, alejándose—. No tienes que decirme cosas así para que yo me quede en tu casa. ¡Tanya no causo tanta destrucción!

—¡Pero es la verdad! —exclamó—. Y debía haber dicho eso hace mucho tiempo atrás. Pero ya que ahora lo dije, tú podrías al menos tener la decencia de creerme.

Contemplando aquellos fascinantes ojos color verde oscuro, Bella deseó poder creerle.

Levantando los hombros en un gesto de desaliento, ella murmuró.

—Un hombre enamorado no va de los brazos de la mujer que ama a los brazos de otra.

Él se quedó lívido al comprender a lo que ella se refería.

—Yo no dormí con Tanya aquella noche —él negó nuevamente—. Sin embargo, coincido en que tienes razones para no creerme.

Mirándola, Edward buscó en vano señales de comprensión.

—¡Tú me volvías loco, con tu independencia y obstinación —confesó él—. No parecías muy contenta en el papel de mi esposa y te rehusabas a dejarme sentir que me necesitabas!

—Yo te necesitaba —susurró ella.

—¡Caliente como El Vesubio y helada como el Everest! —comentó él, con un suspiro—. Comencé a sentirme como un maldito gigoló. Tú sólo parecías necesitarme para un propósito: sexo.

«Y yo me sentía como tu esclava sexual», pensó Bella.

—Al menos yo podía alcanzarte en aquellos momentos —prosiguió él—. ¡No quedé contento, cuando te quedaste embarazada por segunda vez y comenzaste a pasarla tan mal. Cuando los médicos aconsejaron abstinencia sexual, me sentí despojado de la única cosa que compartía contigo!

—¡Pero nosotros hacíamos el amor! —protestó ella.

—¡No de la manera salvaje como antes!

—¡La vida no puede ser siempre perfecta, Edward! —gritó.

—El sexo entre nosotros era perfecto —contestó—. Nosotros nos completábamos como dos mitades de un todo. Sentí tu falta, cuando no pudo ser más así. Quedé desecho, si quieres saberlo.

¡Oyéndolo describir tan bien lo que ella misma había sentido, Bella comprobó que, aún sin saberlo, ellos eran dos personas perfectamente sintonizadas!

—¡Yo me sentí cada vez más desecho y resentido, hasta que explotamos en aquella violenta riña, seguida por las paces más gloriosas!

—Entonces, saliste rápidamente —ella se acordó—. Y fuiste a buscar a Tanya.

—¡No! ¡Salí furioso conmigo por haber perdido el control! —Él la corrigió bruscamente—. Fui a la oficina, donde horas después ella me encontró. Estaba demasiado bebido para impedirle que me cargara hasta su casa. Caí en el sofá, murmurando tu nombre y pidiéndote perdón, Bella. Desperté mucho tiempo después, en un infierno, donde todo lo que yo amaba me estaba siendo arrancado.

Bella lo oía en silencio.

—Meses más tarde descubrí que yo merecía el tormento que tú me asignabas. Eso hacía que mi resentimiento hacia ti creciera aún más —declaró él.

—Yo sentí lo mismo —admitió Bella.

—¡Nunca, desde que te vi por primera vez, deseé a otra mujer! ¡Y eso incluye a Tanya! ¡La verdad, los tres años sin ti fueron los peores de mi vida! —confesó él.

Bella sonrió, tocándolo levemente en el rostro.

—Edward, yo...

—Pero sólo descubrí eso cuando oí tu voz al teléfono, aquella noche —él la interrumpió con dulzura.

—¡Tú fuiste duro conmigo! —Se quejó Bella—. ¡Tan frío!

—Sólo en la superficie, cara mia. Bajo el hielo yo estaba hirviendo.

Él la acercó más, y Bella no se resistió. Le estaba gustando oírle decir todo aquello.

—Cinco minutos después de llegar a tu casa en Londres, yo ya sabía que te traería de vuelta —habló él, emocionado—. Yo te quiero aquí y quiero que te convenzas de eso. Quiero despertar cada mañana a tu lado, y dormirme abrazándote.

Él la besó tiernamente.

—Resumiendo, quiero que seamos de verdad una familia unida, amorosa y feliz. Sólo yo, tú, Anthony y mi madre. Sin mentiras entre nosotros y... —Paró de hablar y preguntó, viendo que Bella cambiaba de expresión—: ¿Qué pasa? No me digas que no me amas, porque no voy a creerte.

—Por favor, Edward —suplicó—. No te enojes, pero...

—¡Nada de «pero»! —él la interrumpió.

Enseguida, posó sus labios contra los de ella dominadoramente. Ella pudo sentir el corazón de él latiendo.

—Tú no lo comprendes —ella intentó proseguir, empujándolo levemente—. Necesito...

—No quiero comprender —habló él, intransigente—. ¡Tú eres mía! ¡Sabes que lo eres!

—Tú dijiste que no quieres más mentiras entre nosotros —susurró Bella—. ¡Al menos dame una oportunidad de ser sincera contigo!

—¡No!

—¡Yo te amo! —gritó ella—. Pero tengo un secreto terrible que contarte.

—Si vas a admitir que dormiste con Jacob, prefiero no oír —contestó.

—Jacob y yo nunca fuimos amantes —declaró ella, suavemente.

Edward cerró los ojos, intentando esconder su intenso alivio.

—Está bien —convino—. ¡Has tu confesión de un golpe!

—Yo te amo —ella comenzó—, y fue por eso que no pude tomar...

—¿Tomar qué?

Ella perdió el valor y se puso a besarlo, en vez de hablar.

—¡Por el amor de Dios, Bella! ¡No puede ser tan difícil!

Ella se mordió el labio inferior, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

—No tomé la píldora del día siguiente —confesó finalmente—. No pude, ¿entiendes? ¿Cómo podría destruir una nueva vida, una vida que creamos?

—No! —él la interrumpió—. ¡Tú no serías tan estúpida!

—Discúlpame —murmuró ella.

Alejándose de ella, Edward se llevó las manos a la cabeza, en un gesto de desespero.

—¿Será que tienes un componente suicida?

—Era demasiado tarde —susurró Bella, abrazándose a él.

—¡No lo era! ¡Tenías setenta y dos horas para tomar las malditas píldoras, después que hicimos el amor aquel día!

—¡Era demasiado tarde para mí! —gritó ella—. ¿Y si engendramos un bebé aquella noche, Edward? ¡Sería cómo estar matando a Anthony!

—¡No digas tonterías, Bella! Era sólo una precaución. ¡Dejar de tomar una píldora anticonceptiva no puede ser tan peligroso!

—Nunca se sabe. Y el aborto va contra mis principios.

—Eso no es una disculpa para poner tu vida en peligro —respondió él.

—¡Aún no sabemos si me quedé embarazada¡ —contestó—. ¡Pero al menos sé que no maté deliberadamente otro bebé!

—¡Tú no mataste a aquél que perdiste! —gritó él, palideciendo.

—No quiero hablar sobre eso —murmuró Bella, hundiendo el rostro en el pecho de él.

—¡Tomaste sola una decisión que debería haber sido nuestra! ¡Otra vez, Bella!

—¡Tú querías que yo tomara las píldoras! —gritó ella—. ¡Eso no es compartir una decisión. Tú estabas imponiendo tu parecer!

—Por tu bien. ¡No quiero ni pensar en lo que pueda suceder ahora! —habló él, indignado.

—Lo siento mucho —susurró ella.

Edward la alejó y fue hacia el cuarto. Bella lo siguió, pero él entró en el baño y golpeó la puerta detrás suyo.

Bella bajó la cabeza, resignada. Él tenía el derecho a sentirse traicionado y preocupado. La verdad, ella casi había tomado las píldoras, pero había descubierto en el último minuto que no podía hacer aquello. No a sí misma, ni al niño que podría ya estarse formando dentro de si. No tomó las píldoras y había continuado mintiendo, sin pensar en las consecuencias.

Decidida a enfrentar la situación de un golpe, ella entró en el baño. Edward estaba en la ducha, y sus ropas esparcidas por el suelo. Bella se quitó las sandalias, caminó determinada hacia la ducha y abrió la puerta.

Con las manos en las caderas, y la cabeza echada hacia atrás, él recibía el chorro caliente de la ducha en pleno rostro.

—Edward, necesitamos conversar —habló ella, en un tono perfectamente tranquilo.

—Vas a mojarte el vestido con este vapor —fue todo lo que él dijo.

Bella apretó los dientes y, sin pensarlo dos veces, entró en la ducha. Él la miró, incrédulo.

—¿Qué piensas que estás haciendo? —rugió.

—¡Tú vas a tener que oírme! —exigió ella, con firmeza.

Edward dio un paso hacia el lado, dejándole espacio. En segundos, la seda roja que la envolvía se hizo transparente. Los diamantes brillaban en su cuello, en sus orejas y en sus dedos. Con la barbilla erguida, ella lo enfrentó.

—Está bien —concedió él, fríamente—. Habla.

—Soy una mujer —comenzó—, y el instinto que me impulsa a proteger la vida está tan arraigado dentro de mí, que sería más fácil matarme que destruir una nueva vida.

—No estamos en la edad media —se burló él—. ¡El sexo femenino dejó de ser esclavo de sus hormonas hace mucho tiempo!

—No estoy hablando de hormonas —replicó—. Estoy hablando de un instinto de la misma especie que tu instinto sexual, de querer poseerme.

—¡El sexo masculino dejó de ser esclavo del esperma, cuando inventaron el condón! ¡Hoy, lo que tenemos, es el sexo libre, practicado en nombre del placer, por millones de personas, no sólo en función de su propósito original!

—¿Desde cuándo usas condón? —indagó ella—. No me acuerdo que tú te preocuparas por la protección, aún cuando sabías que embarazarme sería peligroso para mí.

Edward no respondió.

—Siempre me dejaste esa parte a mí —lo culpó ella—. Y eso me da el derecho de decidir.

—¡No cuando tu vida está en juego! —razonó él.

—Como dijiste, es mi vida. ¡Tomé una decisión que puede colocarme en peligro, pero también puede ser que yo no esté arriesgando nada! Sabes que, en mi caso, existe una oportunidad de un cincuenta por ciento de que mi embarazo sea normal —ella acordó.

—¡Bella, tu madre murió en el parto, cuando tú naciste! —dijo—. ¿Eso no te dice nada?

Ella rompió en lágrimas.

—No digo que no tenga miedo —murmuró.

Edward cerró la ducha con una maldición, después tomó a Bella para abrazarla.

—¿Cómo pudiste hacer eso con nosotros, en el momento en que comenzábamos realmente a conocernos? —preguntó suavemente.

—Necesito que seas fuerte por mí, no que te enojes conmigo —sollozó Bella.

—Seré fuerte —prometió.

A pesar de las lágrimas, Bella sonrió.

Con un gruñido de frustración, él se inclinó y la besó.

—Vuélvete —ordenó.

Con la habilidad que le era característica, él la desnudó. Saliendo de la ducha, tomó una toalla y comenzó a secarla vigorosamente.

—Puede no haber sucedido nada —consideró Bella.

—¿Con nuestra suerte? —se burlo él—. Tú estás embarazada, Bella, y sabes eso tanto como yo.

—Lo siento mucho —murmuró ella.

—Pero no estás arrepentida —él la criticó, sonriendo.

Empujándola directamente hacia la cama, apartó las cubiertas, entonces se detuvo.

—Tus cabellos están empapados —comentó.

—Sólo las puntas —le respondió ella.

El la tomó por los hombros y la sacudió.

—Tú no me mereces, Bella —reveló—. ¡Sólo me traes problemas y peleas! ¡Pero, aún así, te amo! Te traigo de vuelta a mi vida, ¿y qué es lo que haces? ¡Me comunicas que tengo que afrontar de nuevo la preocupación y el miedo de perderte!

—No es así —ella intentó replicar.

—Es, así —terminó él—. ¡Y esta vez vas a hacer lo que yo diga! ¿Entendido?

—Entendido —respondió, débilmente.

—¡Nada de trabajar, nada de peleas. Vas a descansar, comer y dormir cuando yo te lo ordene!

—¡Estás siendo muy autoritario!

—¿Lo crees? Espera para decir eso después que hayan pasado nueve meses teniéndome a mí de carcelero —bromeó él.

—Parece excitante —ella se adhirió a la broma.

—De hecho, el sexo también queda prohibido.

—¿Está bromeando? —ella reaccionó—. ¡No voy a privarme de sexo hasta que sea preciso!

—Vas a hacer lo que yo mande —repitió él, fríamente.

En un acto de rebeldía, ella se libró de la toalla y, con un empujón, lo derrumbó sobre la cama.

—¡Te quiero a ti en este momento —susurró—, mientras aún estás mojado, y yo estoy goteando diamantes!

—Tienes razón —murmuró él—. ¡Tú eres una hechicera!

—Una hechicera feliz —ella corrigió, pasando el medallón cubierto de brillantes por los labios de Edward—.Yo te amo, tú me amas. Entonces, ¿quieres pelear o hacer amor?

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Ocho meses después, Bella descansaba en una silla, en el jardín. Leía un libro, mientras Anthony jugaba en la piscina.

Estaban en el mes de abril, y el tiempo sólo había comenzado a calentar.

—Llegaste pronto —comentó ella, viendo acercarse a Edward.

—Tengo novedades para ti —dijo él, animado—. Pero, antes, ¿cómo están mis niñas?

Bella sonrió suavemente, cuando Edward acarició su crecida barriga. Saber el sexo del bebé fue una decisión que ellos habían tomado juntos. Elizabeth Renee ya se había hecho una pequeña persona para todos, incluso para su hermano y su abuela. No había motivo de preocupación, pues el embarazo acontecía maravillosamente, sin ninguna perturbación, ni aún la de un simple resfriado.

—Nosotros estamos bien —respondió Bella—. ¿Qué tienes ahí?

Edward cogía un rollo de papeles con aspecto oficial, lleno de sellos y firmas.

—Tú sabes leer italiano —observó él, colocando los papeles en la falda de ella.

Cuando finalmente terminó de leer los documentos, Bella miró hacia Edward, incrédula.

—¡Tanya finalmente te vendió su parte¡

—Eso mismo. —Él sonrió, orgulloso—. Cuando nuestra hija nazca, transferiré esas acciones para ella.

—¿Por qué no se las transfieres a Anthony? —Preguntó Bella.

Edward movió la cabeza negativamente.

—Anthony ya tiene una cantidad igual a su nombre. Las acciones de Tanya irán para nuestra Elizabeth Renee—estableció—. Quitamos a Tanya de nuestras vidas definitivamente.

Con un suspiro, Bella miró a lo lejos, pensando en Tanya viviendo en Nueva York, trabajando en otro banco de inversiones de gran nombre. Por lo que sabían a través de los periódicos, ella estaba muy feliz allá. Finalmente había superado el deseo obsesivo de hacerse una Cullen. Y, como Edward había comentado, su decisión de venderle las acciones era una prueba de eso.

—Ya es hora de que Anthony salga de la piscina, antes que coja un resfriado —murmuró Bella. Y así tan sencillamente, el asunto de Tanya fue puesto de lado.

—¡Anthony! —llamó Edward—. Ven a ayudarme a sacar a tu madre de esta silla. ¡Ella necesita descansar!

—¡Descansar! —se burló Bella—. ¿Qué más he hecho, aparte de descansar?

Edward sonrió.

—Ah, pero este descanso va a ser diferente, porque voy a hacerte compañía.

Los ojos de él resplandecieron, pues se refería a una hora de amor. No amor sexual, sino aquél amor al cual habían aprendido a entregarse y que les alimentaba el alma.

Fin


Snif snif… siempre lloro en los finales felices, si lo se son tan típicos de estos libros pero igual asi los adoro, bueno espero que les haya gustado, ojala y nos leamos pronto en otra adaptación…

Besos

Pau