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El menor lo escuchó murmurar aquello y aunque tenía ganas de encararle, sólo siguió caminando porque para ser éste un adulto, ¡qué torpe era! Doofensmirtz jamás entendía nada, o al menos no parecía entenderle a él.


Perry

Una vez más, sólo una y luego lanzaría todo por la borda.

Perry podía ser persistente y aunque nunca había creído que existiera algo imposible, comenzaba a considerar que acababa de encontrarse con la primera cosa que sí lo sería. Tal vez si escribía una carta o llegaba con un plumón y un pequeño pizarrón sería más fácil comunicarse pero, sí hacia eso… tendría que ser así siempre y esa no era la manera en la que él hablaba con la gente que le rodeaba.

Acercarse al mayor implicaba hacerlo tal y como él era, sin engaños.

Recargado en aquel auto, a la entrada del edificio, esperaba a que Dr. Doofensmirtz saliera y aunque miraba hacia las puertas cada vez de éstas se abrían, tamborileaba los dedos contra su propia pierna en medio de un pequeño gesto nervioso que podía permitirse. Cualquier persona que le conociera le definiría como un chico relajado, seguro de sí a pesar de su falta de voz, de esos que parecían tener todo bajo control… y la mayor parte del tiempo, no había verdad más grande que esa.

Tenía todo bajo control, sí, pero nunca había trato de incluir a otra persona en su mundo; los pocos amigos que tenía, se habían acercado primero.

—Soy Heinz Doofensmirtz, tu vecino del Penthouse, me mude hace cuatro años…

Perry levantó la vista y aunque tuvo el impulso de avanzar, se frenó ligeramente al sentir que estaba viendo algo que no era de su incumbencia.

—¿No vivía un Doctor en el Penthouse?

—¡Soy yo! ¡Dr. Heinz Doofensmirtz ¡

La mujer negó, desconociendo al mayor.

—¿Penhouse?, ¿ Doofensmirtz?, ¿Nada? —torció la sonrisa—. ¿En serio? No puedo creerlo…

Doofensmirtz resopló y la miró por un segundo mientras ella se marchaba, luego negó y siguió con su camino, quizás tendría que volver a entregar tarjetas de presentación pues era increíble cómo la gente solía olvidarle y realmente no quería volver a quedarse fuera como esa vez en la que había perdido sus llaves; habían sido largas horas de espera y muchas explicaciones.

Así que una fiesta podía no ser mala idea; con paso desgarbado Doofensmirtz cruzó la calle, ajeno al hecho de que le estaban siguiendo a escasa distancia.

Un par de pasos más y Perry estiró la mano para sujetarle de la bata, plantándose en su lugar.

—¿Qué? ¿qué pasa?.. — Doofensmirtz gruñó un poco—, ¿con qué me he atorado está vez?

Ahora o nunca, Perry escuchaba la frase repicar en su cabeza aunque él mismo desconociera el sonido que su voz tendría de ser real. Sin más levantó la diestra, saludando al doctor aunque aún no hubiera soltado la bata del mayor.

—¡Ah! —los hombros del mayor se relajaron—, eres tú, Chico Explorador…

Perry apretó los labios y arrugó el entrecejo.

—No, supongo que no lo eres.

El chico estuvo a punto de aflojar su aferre sobre la bata, al fin el otro se había dado cuenta de algo, pero no lo hizo al comprender que quizás el mayor sabía muy bien lo que se sentía el que la gente le ignorara a consciencia o el que simplemente no tuvieran interés en relacionarse con él; sólo tenía que recordar el incidente a las puertas del edificio.

En ese momento, el mayor le pareció otra vez alguien solitario y comprendió un poco por qué trataba de acercarse a éste; así que suspiró y aquello que había mantenido oculto, a la altura de su espalda y atado por un hilo delgado, se deslizó entre sus dedos elevándose por encima de él.

Rojo y vistoso, terminó a la altura de los ojos de Doofensmirtz.

—¡Globito! —la exclamación fue alta y sincera, hasta que Doofensmirtz reparó en que estaba siendo observado—. Ajam…—carraspeó, incómodo—, me recuerda a Globito, aunque definitivamente no puede ser él porque… —Globito se había ido lejos cuando él era niño.

Doofensmirtz bajó la vista del globo al menor.

Perry aprovechó para señalar en dirección a su colegio, luego apuntó al mayor y finamente al globo. Al castaño le tomó un momento entenderlo pero, pronto afirmó con una idea de lo que había ocurrido.

—Me escuchaste…

Sonrió; realmente lo había escuchado junto con otras ciento cincuenta personas más pero, afirmó porque al menos él sí había prestado atención. Desató el globo de su mano y lo ató a la muñeca de Doofensmirtz.

Perry jaló del hilo y el globo se bamboleó sin poder irse lejos, era su forma de probarle al otro que llevándolo así no lo perdería.

—Eh, gracias —Doofensmirtz miró al chico, quien vestía esa colorida sudadera verde, pantalones cafés y una gorra naranja; la bufanda a cuadros parecía sobrar pero le arrancó una pequeña sonrisa que le hizo sentir avergonzado—. Sí, eso… gracias.

Doofensmirtz reparó en otra cosa, más allá de esa falta de palabras ajenas, que era obvia también.

—¿Y te llamas? —se rascó la nuca, un tanto culpable—. Creo que nunca lo he preguntado. Bueno —eligió mejor las palabras ante la mirada que el chico le concedió—, ya sé… nunca lo he preguntado.

Contento con la corrección, Perry suspiró y levantó la diestra; lo pensó un segundo, después cortó al aire como si sus dedos fueran tijeras, luego le enseñó el índice y el medio refiriéndose a dos palabras y cuando Doofensmirtz murmuró algo que sonaba a "¿vamos a jugar a adivinar?", se esforzó en encontrar cosas que pudiera apuntar y que utilizaran las silabas que él necesitaba.

Al tercer intento Doofensmirtz suspiró sin haber logrado algo, comenzaba a desesperarse y Perry le tomó por la mano para llamar su atención; tenía otra palabra y él creía que era la buena… sin más, apuntó al edificio donde el mayor vivía.

—¿Ca? de casa, ¿Te? de techo —observó las negativas—. Oh… entonces, ¡penthouse! ¿Pe?

El menor afirmó y Doofensmirtz sonrió, cuando éste apuntó hacía una de las zonas limítrofes de la ciudad; estaban muy cerca del río y por ahí pasaban…

—¿Pefe? No, no, no… —él mismo se corrigió—, ¿Perry?

"Pe" de penthouse y "rry" de ferry.

El chico aplaudió por el esfuerzo ajeno y se sintió aliviado de no tener que seguir dando opciones porque no le ocurría algo más con esa segunda silaba tan trabajosa; por suerte tenía un nombre corto y fácil de recordar.

—Perry… Perry… —Doofensmirtz dirigió una mirada al cielo—, siento que le falta algo a eso. Ahm, bueno… —siguió con la vista al hilo que iba de su muñeca al nuevo Globito, y sonrió—. Siempre estás dándome cosas así que —rebuscó en su bata—, espera… debe de estar por aquí, sé que lo traía conmigo.

Curioso, el menor se levantó ligeramente en puntas como si eso hiciera alguna diferencia entre descubrir o no el contenido de esos anchos bolsillos en los que el mayor parecía estar siempre perdiendo algo; quizás no tenían fondo o, el mayor era en realidad alguien despistado para recordar en donde dejaba las cosas.

—Toma —finalmente, Perry pudo ver el pequeño silbato naranja en la palma que el mayor extendía hacía él. —Es un gruñineitor, pruébalo… —le animó—, es tuyo.

Perry le miró a los ojos y luego aceptó el regalo, lo llevó a sus labios y sopló.

"Gr"

Lo intentó de nuevo, con más fuerza.

"Grrrrrr"

Eso sonaba como un…

—Es el sonido de un ornitorrinco —Doofensmirtz se encogió de hombros quizás como disculpa por no tener algo mejor para dar—. No hacen gran cosa.

Perry volvió a soplar y con ese nuevo gruñido, que le erizaba la nuca, sonrió y negó queriendo hacerle entender que el regalo le gustaba; él podía ser muy silencioso, a veces parecía un fantasma, y algo así le resultaba perfecto. Además, no se trataba tanto de regalo sino de lo que acababa de ocurrir ahí. Era un antes y un después, quizás hasta un comienzo…, y le hubiera gustado quedarse un poco más si la inoportuna alarma fosforescente de su reloj no le hubiera recordado que debía de estar rumbo a otro lugar.

—¿Ya tienes que irte?

Perry afirmó y volvió a mostrarle el silbato, ahora apretándolo contra su pecho.

—Qué bueno que te guste, ve con cuidado — Doofensmirtz le despidió con la diestra en alto y cuando el chico cruzó la calle, habiendo dado apenas dos pasos, volvió a escuchar el silbato y miró en la dirección de dónde provenía el sonido, encontrándose al menor despidiéndose de él una vez más.

Con paso desgarbado, Doofensmirtz también retomó su camino.

—Perry. Perry, el ornitorrinco —Doofensmirtz murmuró la frase y sonrió—, je… qué chistoso.

Concediéndole una mirada a Globito, sonrió de nuevo pensando en quien se lo había dado.

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