Quería tenerla a su lado y en su cama... hasta que le diera un hijo.

Hermione Granger jamás creyó que se casaría con un millonario egocéntrico, y menos con uno tan increíblemente guapo como Draco Malfoy. Pero después de un noviazgo relámpago y tres apasionados meses de matrimonio, Herms descubrió que Draco se había casado con ella sólo porque quería tener un hijo.

Desesperada por escapar del humillante engaño que era su matrimonio, Herms pidió el divorcio... pero él se negó a dárselo.

Los personajes y la idea principal pertenecen a Joanne.K Rowling.

Prólogo

— ¡HECHO!

Hermione Granger se puso derecha. El sol lucía en el cielo azul y ella apoyó las manos sucias en las redondas caderas. Las macetas estaban perfectamente colocadas alrededor del jardín. La antigua fuente de piedra había sido restaurada espléndidamente y el agua creaba una música preciosa. Todo estaba listo para la fiesta de aquella noche. Herms había terminado su primer encargo importante como paisajista gracias al apoyo de Amanda, su mejor amiga del mundo muggle. Pensando en ella, sonrió. Era una amistad inusual, todo el mundo lo había dicho, la nerd y la delicada belleza rubia. Pero había funcionado. Después del instituto, Amanda se había convertido en modelo y había llevado una vida realmente glamurosa. Mientras Herms después de Hogwarts se alejó del mundo mágico, había estudiado paisajismo. Cuando Amanda se había enamorado y casado con un magnate, Herms se había alegrado mucho por ella. Tres meses después de la boda, un frío día de primavera, Amanda la había llamado.

— ¿Qué te parecen unas vacaciones bien pagadas? Cristos ha comprado una villa estupenda justo a las afueras de Atenas. La casa es perfecta, pero los jardines son un desastre, especialmente el patio. Me gustaría algo morisco. ¿Quieres aceptar el encargo? Cristos dice que el dinero no es un problema —dijo con una risita entrecortada—. Haría todo lo que fuera para complacerme.

Al día siguiente, Herms iba a regresar a Inglaterra con un buen cheque y la esperanza de tener por lo menos un par de respuestas a los anuncios que había puesto en la prensa antes de marcharse. Mientras se volvía para controlar una vez más el sistema de riego, se dio cuenta de que la puerta que separaba el patio del limonar estaba abierta. Hizo una mueca y apartó unas plantas para así conseguir una vista perfecta de aquel monumento. Ninguna otra definición hubiera sido más apropiada para calificar al hombre que estaba paseando por el patio. Él también llevaba ropa informal. Unos vaqueros gastados y una vieja camiseta negra.

«Un hombre de la zona que busca trabajo», pensó ella mientras se acercaba.

Pero, a diferencia de los adolescentes que había contratado para que la ayudaran, aquel hombre parecía mayor. Más o menos de unos veintitrés años.

Aquellos ojos fascinantes querían preguntarle algo y Herms tuvo que tragar saliva mientras se justificaba con genuina sinceridad, reconociendo como su antiguo compañero del Colegio.

No parecía decepcionado. Sonrió. El efecto fue electrizante. De repente, un sudor frío apareció sobre el labio superior de Herms.

— ¿Qué haces aquí Granger?

— Herms —contestó ella rápidamente—. Hermione Granger. Paisajista

A Hermione nunca le había gustado su nombre y todavía se acordaba bien de cuando a los tres o cuatro años su madre había intentado vestirla de rosa por sus cumpleaños. Se había puesto rígida como un palo, gritando porque no quería ponerse algo tan cursi. Ella adoraba a sus padres y siempre había estado con un libro. Con el tiempo, su madre se había hecho a la idea de tener una hija que disfrutaba de la lectura que del maquillaje, permanentemente con un libro y con unos rizos indomables. Y la quería más de lo que nunca hubiera pensado.

— ¿Así que en donde están tus guarda espaldas, Potter y Weasley?

Aquellos ojos sexys vagaron por su cuerpo mientras afirmaba con la cabeza. Herms tembló mientras él levantaba la vista y se encontraba con sus ojos. En sus veintidós años de vida, ningún hombre había desencadenado tal reacción en ella. Se puso rígida.

En aquel momento, él bajó la mirada hacia sus labios entreabiertos mientras Herms consideraba aquella pregunta con cierta sospecha. Su voz atractiva parecía insinuar algo más.

—no creo que te importe, pero nos alejamos cada uno siguió con su vida después del colegio.

Herms se relajó. Sólo había sido una pregunta cordial. En el colegio había tenido un a sus dos amigos varones. Había sido la mejor amiga de ellos. Pero nunca había tenido novio. Ni ningún amigo suyo la había elegido como chica especial. La habían tratado como a cualquiera de ellos, le pedían su opinión y debatían cosas, pero siempre habían elegido novias coquetas que podían sonreír con afectación y reírse tontamente.

Su voz se fue apagando. Confusa, notó que él no parecía escucharla. ¿Le habría preguntado acaso lo primero que se le había ocurrido sólo para que ella siguiera hablando? Había empezado otra vez con el lento, inquietante inventario de su cuerpo, sin apartar los ojos de sus piernas. Apretando las rodillas, como para protegerse del instinto perverso de abrirlas y mover las caderas más cerca de aquel cuerpo magnifico, Herms decidió librarse de él. Sus palabras surgieron roncas, con un tono de voz irreconocible.

—¿Perdón, desea algo? ¿Puedo ayudarte?

Él se acercó un poquito más y levantó de forma imperceptible los anchos hombros. Herms se preguntó cuál podría ser la sensación al acariciar aquella piel pálida.

Se hizo un silencio tenso. La sonrisa de él la hizo temblar. Ningún hombre la había hecho sentir así... ¿Así cómo? ¿Así de expectante? Herms tragó saliva.

—Pienso que es momento de buscar un poco de sombra —dijo él.

Y, con una caricia leve, retiró un mechón de pelo húmedo de la frente.

—Está demasiado acalorada —dijo con una mirada pícara—. Nos vemos.

«Ya... », pensó Herms, feliz de haberse librado de su presencia perturbadora mientras se dirigía hacia el fresco interior de la villa. Su piel estaba todavía temblando donde él la había tocado suavemente.

«El típico machista», pensó furiosa.

La mayoría de los empleados ocasionales de la obra habían actuado de la misma manera. No habían perdido oportunidad de pavonearse cuando habían tenido una mujer al lado. Ella había sido capaz, además sin ningún esfuerzo, de ignorarlos. ¡Ella no flirteaba! Ni siquiera sabía cómo hacerlo. Y tampoco quería saber cómo se hacía. No tenía ninguna práctica. Pero con aquel desconocido había sido diferente La había hecho sentir incómoda. Tenía una dosis extra de carisma, decidió mientras llegaba a sus maravillosas habitaciones. Una dosis que le hacía irresistible.

Ella no tenía ninguna intención de jugar a aquel juego. ¡De ninguna manera! Probablemente, él actuaría así con cualquier mujer de menos de noventa años. «Así que ¡despierta!», pensó.

Después de haberse quitado la ropa de trabajo, se dirigió hacia la ducha e intentó olvidarse de él. Con poco éxito, admitió con irritación.

La fiesta estaba en su apogeo. Los invitados muy glamurosos vagaban desde el bufé a los jardines con copas de vino en las manos mientras comentaban en voz baja la belleza de las plantas que Herms había elegido. Las rosas, por su perfume, y el jazmín, por su olor dulce. Amanda y Cristos, gracias a Dios, la habían presentado como la creadora de aquella exuberante maravilla y Herms tenía los dedos cruzados confiando en que algunos de los invitados se acordaran de ella a la hora de reformar sus jardines.

Amanda, con un vaso de vino blanco en la mano, se sentó cerca de ella en un banco de piedra. Herms necesitaba descansar después de haber contestado a miles de preguntas sobre paisajismo.

—Es perfecto. Todos están impresionados. Podrías conseguir al menos uno o dos encargos.

—¡Eso espero! —le contestó ella con una sonrisa amplia—. Me encantaría trabajar aquí otra vez. ¡Me he enamorado de este país! Y nunca podré agradecerte lo suficiente el que hayas pensado en mí.

—¿Y en quién si no? —a Amanda le salieron unos hoyuelos en las mejillas—. Escúchame, si te ofrecen un encargo, cobra el máximo. Esta gente pertenece a la alta sociedad, tiene un montón de dinero y le gusta pagar. ¡Ofréceles un precio rebajado, se molestarán y no se dignarán a contratarte!

—¡Me acordaré de esta pequeña nota de cinismo!

Herms bebió un traguito de vino y se quitó el flequillo de los ojos, mientras su mirada iba de un grupo a otro. Las mujeres hablaban con discreción de las joyas o de la ropa de las demás.

Herms ni siquiera había intentado competir en aquella ocasión. ¿Cómo hubiese podido? No era esbelta y su vestuario era escaso. Así que se había puesto el único vestido que había llevado de casa: un vestido azul, sencillo pero presentable.

En el mismo instante en el que reconoció a Draco, deseó no haber tenido un aspecto tan normal.

Era claramente uno de aquellos tipos muy ricos con los que su amiga se mezclaba después de haberse casado con uno de la buena sociedad. Toda la atención de él estaba concentrada en una belleza morena y delgada que se agarraba a su brazo como una lapa.

—¡Ay! Otros que llegan tarde... Será mejor que me vaya a desempeñar mi papel de anfitriona.

Amanda se levantó y Herms, no pudiendo evitarlo, preguntó:

—¿Quién es la chica que esta con Draco Malfoy?

—Es guapísimo, ¿verdad?

Amanda se alisó la falda y se rió.

—La mujer que está agarrada a él es Pansy, una pariente lejana, creo, y parece que se van a casar pronto. ¡Por lo tanto considérate avisada!

«¡Fenomenal!», pensó Herms. De todas formas el aviso había sido inútil. El haberlo visto en su entorno había sido el jarro de agua fría que necesitaba porque, a pesar de las buenas intenciones, no había conseguido quitárselo de la cabeza. Su forma de mirarla, el interés sensual que había demostrado por ella y... ¡ese cuerpo!

Tuvo que quitarse de la cabeza la idea absurda de que él podría ser el hombre que le hiciera romper su voto de castidad. Un voto que había hecho porque su trabajo representaba algo mucho más importante que cualquier aventura. Además, era la única manera de demostrarle a su madre que una mujer no necesitaba un hombre en su vida. Aun así no pudo ignorar la llegada de Draco y su acompañante. Ni la mano que, libre del abrazo de Pansy, se levantó en un gesto de saludo dirigido a ella... Sonrojada, Herms se negó a contestar e intentó esconderse entre las sombras. La última cosa que quería o necesitaba era que él se acercara o la humillara recordándole su estatus y como se llevaban en el colegio.

Herms se sintió avergonzada e incómoda cuando los ojos de Draco siguieron buscándola.

Un gran escalofrío recorrió el cuerpo de Herms. ¡Ya estaba bien! ¡No tenía la intención de quedarse allí sentada, como un animal paralizado por el miedo, mientras un hombre la miraba fijamente! Con torpeza, se puso de pie y se dirigió bruscamente hacia su habitación para preparar tranquilamente la maleta para el viaje de vuelta a Inglaterra.

Había empezado a hacerse de noche cuando Herms aparcó su vieja furgoneta al lado del chalet de piedra. Era un hogar muy acogedor, a pesar de que, en su niñez, sus padres y los cuatro hermanos hubiesen estado muy apretados.

«Demasiado acogedor tal vez», pensó con ironía. Sólo Adam, el hermano mayor, se había ido después de haberse casado dos años atrás. Anne y él habían sido muy afortunados al conseguir un piso de protección oficial en una urbanización cercana. Su hermano tenía un trabajo como guarda forestal que le permitía ocuparse de su mujer, un niño que empezaba a andar y dos mellizos en camino. Sam y Ben todavía vivían allí. Su negocio de horticultura y de productos ecológicos para bares y hoteles de la zona no les permitía vivir solos. Además no parecían estar demasiado interesados en dejar atrás la comida de su madre y el servicio de lavandería. Con veintitrés años, ella también debería haber dejado el nido para dar un respiro a su madre. Y lo haría en cuanto el negocio empezara a funcionar. Había destinado los beneficios de su encargo en Grecia a nuevas herramientas, a mejorar las prestaciones de la furgoneta y a una campaña de publicidad más extensa. La que había hecho anteriormente en la prensa local sólo había generado una solicitud para la reforma de un pequeño jardín en un pueblo cercano. Los clientes, que se habían mudado hacía poco tiempo, querían lo de siempre. Un cenador, una zona para jugar, espacio para una mesa y césped.

Un encargo aburrido, que había terminado en cinco días. Y no había nada más en proyecto.

A pesar de su natural optimismo, Herms se sentía deprimida. Cerró la furgoneta y se dirigió hacia la puerta posterior, que daba a la cocina, el sitio más acogedor de la casa. Su madre estaría trabajando, preparando la cena para cuando los hombres volvieran con un hambre canina. Normalmente los viernes por la noche había pastel de carne. Ella prepararía las verduras de acompañamiento. Con una amplia sonrisa, su madre tenía otras cosas que hacer que mirar su cara larga, Herms abrió la puerta y la sonrisa desapareció. Se quedó boquiabierta y el corazón le dio un vuelco. Draco Malfoy estaba allí. Estaba sentado a la enorme mesa de la cocina, tomando un té y comiendo los dulces que su madre le había ofrecido. Él levantó la mirada y sonrió.

El día después de la llegada de Draco a Inglaterra lucía un sol estupendo de primavera. Los ojos azules de ella se entornaron mientras lo miraba pasear tranquilamente en el bosque. Llevaba unos estrechos vaqueros y una camisa informal que se ajustaba a sus anchas espaldas. Parecía dominar el entorno. A pesar de la belleza del paisaje, ella sólo tenía ojos para él.

La noche anterior se había quedado a cenar, integrándose fácilmente en la familia. Había explicado cómo la había reconocido en Atenas gracias a un amigo común. Luego, estando en Inglaterra por un viaje de negocios, había pensado acercarse para verla. Aquella mañana había aparecido todo rebosante de energía y entusiasmo. Casualmente tenía un día libre, y le había propuesto explorar juntos la campiña inglesa. Había sugerido que fuesen todos a cenar a su hotel, borrando de un solo golpe la arruga inquisitiva de la frente de su madre.

Pero Herms seguía preguntándose el por qué.

¿Por qué un hombre tan guapo, un magnate podrido de dinero, con una novia estupenda tendría que mirar dos veces a una chica tan normal como ella? A pesar de no tener experiencia, no era tan ingenua como para no reconocer su interés sexual. Lo había registrado desde aquella primera vez en Atenas. Estaba preocupada porque se sentía atraída por él.

Dándose la vuelta, Draco la esperó mientras los latidos del corazón se le hacían más rápidos. Los rizos castaños le enmarcaban la cara a ella, sus labios sensuales estaban entreabiertos y él podía intuir aquel cuerpo exuberante debajo de la ropa. Ella representaba lo más lejano al tipo de mujeres que normalmente se le echaban encima. La testosterona le recorría el cuerpo. A pesar de ser un cínico respecto al género femenino, tenía que reconocer que nunca había sentido una atracción física tan fuerte. De ninguna manera iba a ser capaz de vencerla. ¡Quería a Herms y la tendría! Estaba dispuesto a luchar hasta la muerte por ella.

—¿Por qué estás aquí? ¿Qué quieres?

Herms estaba sin aliento a pesar de caminar a un ritmo tranquilo. «Seguro que es por él», pensó Herms con inquietud, y tembló mientras él le agarraba la mano y se la acercaba a los labios. El calor y la firmeza de su boca contra sus dedos le quitaron el poco aliento que le quedaba.

—¿Quieres saber la verdad?

Herms necesitó toda su fuerza de voluntad para mirarlo a los ojos.

—¡Claro! —replicó ella.

Herms se dio cuenta que cruzar su mirada con aquellos espectaculares ojos grises había sido un gran error. Se le doblaron las rodillas y a la vez los pezones se pusieron erectos. Como si supiera exactamente lo que le estaba pasando, Draco le puso las manos a la cintura atrayéndola hacia él. Dividida entre lo que le decía su mente y lo que el cuerpo reclamaba, Herms tardó algunos segundos en darse cuenta de lo que él estaba diciendo.

—Tengo que volver a Atenas en un mes y te llevaré conmigo. Como mi esposa.

Cuando Herms lo registró, se apartó bruscamente de él.

—¿Estás loco? ¿Por qué quieres casarte conmigo? Es una locura. —dijo casi chillando—. ¿Es ésta tu manera de conseguir acostarte con las mujeres? ¿Pedirles que se casen contigo?

Temblando, Herms sólo pudo balbucear mientras él la envolvía otra vez con sus brazos.

—Te he deseado en cuerpo y alma desde la que te volví a ver. Y si eso es estar loco, entonces me gusta. Esta noche, a la hora de la cena, pediré a tu padre permiso para salir contigo. Y luego haré todo lo que posible para que me aceptes.

—Estás completamente loco.

En respuesta, Draco, bajó la cabeza y la besó. Todas las preguntas molestas sobre por qué un tipo como él la había elegido como futura esposa desaparecieron durante unas cuantas horas.