Disclaimer: todo lo relacionado con Harry Potter le pertenece a J. K. Rowling


—Es el fin del capítulo—Snape le devolvió el libro al director, no sin antes mirarle con una mirada para nada agradables y volver a colocarse en su lugar, en la mesa de los profesores.

—Muchas gracias, profesor Snape—el anciano director miró al alumnado—. Haremos un breve descanso para almorzar. Si lo desean y hay tiempo, pueden salir a estirar las piernas. Luego del almuerzo retomaremos la lectura.

Y dichas esas palabras, las mesas se llenaron de los manjares que todos estaban acostumbrados.

Un murmullo se instaló en todas las mesas, mientras que comían y hablaban de lo que habían leído durante la mañana de ese día.

Quienes estaban en quinto para arriba, aquellas cosas que leían se les hacían conocidas pero para aquellos que habían entrado luego, era todo nuevo; todo lo que había pasado en el primer año del famoso Potter.

—Harry—Ron le llamó antes de tragar el bocado de carne asada que estaba comiendo, y sin que los padres de ambos escucharan le preguntó—¿crees que salga lo del duelo y Norberto?

Hasta ese momento, al muchacho no se le había pasado por la cabeza las cosas que habían ocurrido ese año, y de pronto se puso pálido.

—Espero que la señora Pomfrey quiera atendernos—susurró y señaló con la cabeza hacia donde estaban los adulto—, o quiera atenderlos a ellos.

—Eso les pasa por meterse en tantos problemas—intervino Hermione, que había estado escuchando la conversación atenta, a pesar de que estaba hablando con Ginny.

—Los problemas me encuentran, yo no los busco.

Ginny rodó los ojos.

—Si eso te hace dormir por las noches, Potter.

Harry estaba apunto de replicar lo que había dicho la pelirroja pero se detuvo al ver que ésta sonreía. Bufó.

—No se para qué me preocupo si de todas maneras se van a enterar.

Después de ese intercambio, cada uno volvió a poner su atención en lo que cada uno tenía enfrente en su plato.

Junto a los chicos, pero sin escuchar aquel intercambio que había tenido lugar, James se encontraba hablando con quienes habían sido sus mejores amigos en la vida.

—¿Qué ocurrió con ustedes para que Harry no pudiera vivir con alguno de los dos? —James quería saber que había pasado con la vida de ellos.

Remus dejó los cubiertos en el plato; se pasó una mano por el cabello.

—No se si es buena idea que te digamos, James.

—¿Por qué?

El licántropo miró a Sirius, quien había dejado de comer también pero no apartaba los ojos de la mesa; suspiró.

—Creo que hay que esperar a que los libros sigan avanzando—contestó—. Tengo un presentimiento que ellos dirán todas las respuestas a las miles de preguntas que tienen. Que todos tenemos, no solo tu—miró haciendo donde se encontraba Harry charlando con sus amigos.

—¿Qué estaban haciendo?

Tanto James como Remus miraron sin comprender a Sirius.

—¿Cómo?

Sirius suspiró antes de levantar la mirada y posarla en James. —Antes de que los trajeran a este tiempo, ¿qué estaban haciendo?

El azabache frunció el ceño. —No entiendo.

—Sólo contesta, James.

En la voz de Sirius había un destello de súplica que sorprendió al hombre.

—Estábamos con Lily en la casa, Harry ya se había acostado y estábamos discutiendo sobre quien debía ser el guardían del encantamiento.

—Mierda—masculló el ojigris antes de dirigirse a Remus—. Es esa puta discución.

—No creo que debamos decirlo antes.

—Pero…

—Si alguien debe de decirlo tiene que ser Harry.

—¿Alguien me puede decir que pasa?

—Pero es una carga para el pobre chico—Sirius ignoró lo que había preguntado James; sus ojos se posaron en aquel muchacho que reía con sus amigos y que había sufrido tanto en tan poco tiempo.

—Uno regresa en el tiempo, a uno en donde está muerto, y quienes se llamaban tus amigos te ignoran.

Remus rodó los ojos ante la exageración de James, pero las comisuras de sus labios tironearon en una sonrisa.

—Esta noche, antes de que te vayas a dormir—comenzó Remus—, pregúntale a Harry. Es su decisión.

El mayor de los Potter no estaba satisfecho con la respuesta, pero era mejor que no tener nada. —Está bien. Lo haré.

Después de ese intercambio con temas serios, llevaron la conversación hacia temas más alegres, recordando viejos tiempos.

Cuando quedaban algunos restos del postre, Dumbledore se levantó y todo el Gran Comedor entró en silencio.

—Espero que hayan pasado un agradable almuerzo—empezó, pasando la mirada por cada mesa—. Pero lamentablemente es momento de retomar la lectura.

Con un chasquido, todo lo que había de comida desapareció de las mesas.

El director tomó el libro y lo abrió en donde arrancaba el nuevo capítulo.

—Bill, ¿le gustaría leer? —se dirigió al mayor de los hijos del matrimonio Weasley; el anciano sabía que era una buena elección, ya que sospechaba que ciertas personas no iban a reaccionar de buena manera y solo por leer el título del capítulo.

Bill se sorprendió pero rápidamente se recupero. —Sin ningún problema.

Se acercó y tomó el libro.

—El capítulo se llama—lo leyó para sí mismo y miró al trío, enarcando una ceja—, el duelo a medianoche.

El mayor de los hermanos Weasley leyó el título con miedo, conocedor de que su madre podría reaccionar.

—¡Ronald!

—¡Harry!

Ambos muchachos atinaron a achicarse en su lugar ya que sus madres les lanzaban fuego por los ojos.

—¿Ustedes sabían algo de algún duelo en el primer año de mi hijo? —inquirió James en en susurro.

Tanto como Remus como Sirius negaron con la cabeza; a ellos también les había llamado la atención.

Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que detestara más que a Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy.

Draco frunció el ceño y cerró las manos en puños. ¿Cómo se atrevía a compararlo con ese asqueroso muggle?

Sin embargo, los de primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que encontrarse mucho con él. O, al menos, así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a todos.

—Sólo hay una cosa—Frank sospechaba de lo que se trataba—: la clase de vuelo.

Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves... y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.

—Lo dije.

—Si querido, ahora deja de interrumpir—Alice le acarició el brazo.

—Perfecto —dijo en tono sombrío Harry—. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

—No creo que justamente tu hayas hecho el ridículo, Harry—Dean lo miraba divertido.

—Obviamente que no—intervino James—. Si antes de que supieras caminar como Merlín manda ya estabas volando en una escoba. Lo llevas en la sangre.

Harry sonrió ante lo que decía su padre.

Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.

—No sabes aún si vas a hacer un papelón —dijo razonablemente Ron—.

Ron miró divertido a su amigo. —Y que papelón hiciste, hermano.

Harry sabía que simplemente le estaba tomando el pelo, pero su padre no había interpretado bien al muchacho pelirrojo.

—¡¿Qué?! —el rostro de James se había tornado blanco.

Harry le hizo una seña a Bill para que siguiera leyendo, con la risa perruna de Sirius de fondo.

De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.

—El padre era un desastre—Sirius le susurró al muchacho.

La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque los de primer año nunca estaban en los equipos de quidditch y contaba largas y jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles.

Bill se detuvo y miró a Malfoy con una ceja enarcada.

El rubio se había vuelto el color del cabello de Lily.

—Me sorprendes de que sepas que es un helicóptero. Y conociendo a mi prima y su adorado esposo, dudo que te hayan dejado—Sirius miraba divertido al hijo de su prima.

Draco atinó a hacerse chiquito en su lugar.

—¿Y tu sabes lo que es un helicóptero? —inquirió Lily, en tomó bajo ya que había vuelto a leer Bill.

—No, pero el hurón no lo tiene que saber.

Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba. Hasta Ron podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un planeador con la vieja escoba de Charles.

—¿Tu también, Ron? —Bill miraba a su hermano menor negando con la cabeza, pero sonriendo.

Harry se reía a carcajadas.

—Así que eras tú quien me sacaba la escoba. Pensaba que eran los gemelos.

—¡Hey!

Ginny paseaba la mirada entre todos sus hermanos, sonriendo misteriosamente. Si supieran las de veces que use sus escobas. Ilusos.

Todos los que procedían de familias de magos hablaban constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran discusión con Dean Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no podía ver qué tenía de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar.

Los nombrados se miraron y rieron.

Seamus negaba con la cabeza. —Las de veces que tuvimos que tirarles con algo para que dejaran esa estupida discusión.

Harry había descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.

—Todavía no lo logré.

—Es eso porque no quieres pedirle ayuda a Hermione, hermanito.

—Nadie pidió tu opinión, Ginny—pero las orejas de éste habían adquirido un noto rojizo.

Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela no se lo permitía. Harry pensó que ella había actuado correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra.

Harry miró a su amigo, disculpándose con la mirada. Neville hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo.

La muchacha hizo un mohín.

Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había intentado. En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado Quidditch a través de los tiempos.

—Es un buen libro para aprender sobre el deporte—coincidió Remus—. Pero para aprender sobre el vuelo…

Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se alegraron mucho cuando la lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.

Quienes habían estado a su alrededor miraron a la muchacha.

Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo que Malfoy ya había notado, por supuesto. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba de su casa paquetes con golosinas, que el muchacho abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.

Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.

Frank gimió. —¿A ti también? Que tiene mi madre con esas cosas.

Algunos no entendieron a que se refería el antiguo miembro de la Orden.

—¡Es una Recordadora! —explicó—. La abuela sabe que olvido cosas y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta así, con fuerza, y si se vuelve roja... oh... —se puso pálido, porque la Recordadora súbitamente se tiñó de un brillo escarlata—... es que has olvidado algo...

—Estúpida bola que no sirve para nada, solo para hacer peso en el baúl.

—Creo, papá—empezó Neville mirando hacia donde se encontraba su compañero de cuarto y sonrió—que, en este caso, si sirvió para algo.

Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la Recordadora de las manos.

Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy,

—Muchachos.

pero la profesora McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.

—Pasaba justo por la mesa de mi casa—aclaró la profesora, al ver todas las miradas sobre su persona.

—¿Qué sucede?

—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.

Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.

—No se hace el valiente cuando hay una autoridad cerca.

—Cierra la boca, comadreja.

—Lo que tú digas, hurón.

—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.

Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo.

James se sentó en el borde de la silla, impaciente por ver a su hijo volar.

O, en este caso, leer pero da lo mismo.

Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.

Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.

—Hacían lo mismo cuando nosotros jugábamos—señaló Sirius.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

—Bueno ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

—Extended la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora Hooch— y decid «arriba».

—¡ARRIBA! —gritaron todos.

La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos,

James estaba que salía de si. —Hijo de tigre.

—De ciervo será.

—Cállate, Canuto.

—¡Pero que ha sido Lupin!

—No he abierto la boca en ningún momento.

—¿Cuándo piensan madurar? —Lily preguntó al aire.

pero fue uno de los pocos que lo consiguió. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y la de Neville no se movió en absoluto. «A lo mejor las escobas saben, como los caballos, cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de Neville que indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.

Neville movía la cabeza, reafirmando lo dicho.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla.

Harry y Ron se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años.

—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.

—Mi muchacho—Alice miraba a su hijo.

Lily sonrió. —Tu madre hizo lo mismo.

—Cierra la boca, Lily—su amiga la miró sonrojada.

—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella... Cuatro metros... seis metros... Harry le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear; deslizarse hacia un lado de la escoba y..

BUM...

Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba.

Enseguida, Alice comenzó a mirar a su hijo por si le había quedado alguna secuela.

—Estoy bien, mamá. No fue nada.

Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.

—Tuvo una buena vida—Fred dijo solemnemente, con una mano en el corazón.

La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

—La muñeca fracturada —la oyó murmurar Harry—. Vamos, muchacho... Está bien... A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.

Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.

—Nada que la señora Pomfrey no pueda solucionar.

La enfermera sonrió satisfecha consigo misma.

Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas.

—Y tenía que aparecer Malfoy en escena.

—¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?

Alice miró hacia donde, hasta unos segundo antes, se encontraba el muchacho sentado.

Los otros Slytherins le hicieron coro.

—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.

—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.

—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.

—Trae eso aquí, Malfoy —dijo Harry con calma.

Ron volvió a pararse como había hecho al final del capítulo anterior.

—Damas y caballeros, el show a comenzado.

—Hagan sus apuestas—Fred se levantó con una pequeña bolsa en mano—. ¿Quién ganará: el hurón albino o El Niño que vivió?

—Rápido, que el tiempo se agota—apresuró su gemelo.

—Señores Weasley, ¿pueden comportarse?

Los tres miraron a la profesora de Transformaciones y, con una inclinación de la cabeza, volvieron a sus lugares.

Lo que no había notado la bruja era que, sobretodo en la mesa de los leones, circulaban de mano en mano hasta llegar a los gemelos, algunas monedas.

Todos dejaron de hablar para observarlos.

Malfoy sonrió con malignidad.

—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os parece... en la copa de un árbol?

—¡Tráela aquí! —rugió Harry,

—Que carácter. ¿No se a quien habrá salido? —Sirius miraba burlón a la esposa de su mejor amigo.

—No se de que me hablas, Black—pero el color en sus mejillas la delataba.

pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar. Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:

—¡Ven a buscarla, Potter!

Harry cogió su escoba.

—¡No! —

—¡SI!

gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en un lío.

Hermione, para sorpresa de todo, río de sus propias palabras.

Harry no le hizo caso.

—Hermano, ¿Cuándo le hacemos caso?

—Cuando están hasta el cuello de tareas.

Le ardían las orejas. Se montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió. El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras él y, en un relámpago de feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo enseñaran. Era fácil, era maravilloso.

James estaba que saltaba de la alegría.

—Ese es mi hijo—aquello le salió de tal manera que parecía un estaba llorando.

Harry no sabía si hacer como si no conocía a aquel hombre que estaba haciendo una escena ridícula o reírse como estaba haciendo Sirius.

Empujó su escoba un poquito más, para volar más alto, y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban desde abajo, y una exclamación admirada de Ron.

—Fue realmente increíble. Nadie se lo esperaba.

Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo miró asombrado.

—Hasta Malfoy te da la razón, Dean.

—¡Déjala —gritó Harry— o te bajaré de esa escoba!

—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.

Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer.

—Si. Si. Si. Si.

Harry miraba a su padre anonadado. —Cuando se entere sobre el equipo.

—Le da un infarto—le respondió el hombre lobo, quien había escuchado lo que había dicho el muchacho.

Se inclinó hacia delante, cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo, algunos aplaudían.

—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy —exclamó Harry.

Parecía que Malfoy también lo había pensado.

—¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó. Giró la bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba.

A este punto, James se había parado en la silla y puesto de cuclillas, con una mirada desquiciada.

—¿Hay que llevarlo a San Mungo?

Remus miró a su amigo y negó con la cabeza. —Es normal en él. Espérate a que se entere del resto.

Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y luego comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo.

—¡SI! —el rugido se extendió por todo el lugar, mientras que James saltaba de la silla, tirándola de paso por la fuerza que había usado—. Si. Si. Si.

Se detuvo frente a su hijo. Harry amplió los ojos, tenía miedo de lo que podría pasar.

—Dime que estas en el equipo de Quidditch—más que una pregunta, le demandó a su hijo.

—Eh, ¿si?

—¡SI!

—Siéntate, Potter.

—¡SI! Mi hijo jugador.

—QUE TE SIENTES, POTTER.

—Si señora.

—¡HARRY POTTER!

Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall corría hacia ellos. Se puso de pie, temblando.

—Nunca... en todo mis años en Hogwarts...

—La dejase sin palabras, cachorro.

La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia.

—¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...

—No fue culpa de él, profesora...

—Silencio, Parvati.

—Pero Malfoy..

—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.

Quienes no sabían cómo había entrado Harry al equipo de Gryffindor, pasaban la mirada entre el muchacho y la profesora. ¿Cómo se había zafado del castigo?

En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y Goyle,

En la sala tenían el ceño fruncido. Cómo habían deseado que hubiera pasado eso.

mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al castillo. Lo iban a expulsar; lo sabía.

—Tiene que ser una falta extremadamente grave para que un alumno sea expulsado del colegio—el director informó.

Quería decir algo para defenderse, pero no podía controlar su voz. La profesora McGonagall andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía que correr para alcanzarla. Esta vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos semanas. En diez minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a la puerta de su casa?

Daphne, sentada al lado de su hermana en la mesa de Slytherin, miraba realmente impresionada al chico Potter.

—Potter, si que eres pesimista.

—Está en la sangre, muchacha—Frank palmeó la espalda de James, quien le dedicó una mala mirada.

Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de mármol. La profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas y andaba por los pasillos, con Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez lo llevaba ante Dumbledore. Pensó en Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse como guardabosque. Quizá podría ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron y los otros convirtiéndose en magos, mientras él andaba por ahí, llevando la bolsa de Hagrid.

Harry estaba sentado tranquilo cuando de repente un royo de permagimo le golpeó en la cabeza.

—¿Qué mierda? —miró a su alrededor, esperando encontrar al culpable.

—Eso te pasa por ser tan pesimista, Potter—Ginny bufó desde el otro lado de Ron, quien se había ocultado detrás de Hermione, solo por las dudas para no recibir la furia de su hermana.

Harry estaba más sorprendido de dónde había sacado el pergamino que de la reprimienda que se había ganado (y pasando por alto el gran parecido que había adoptado Ginny por unos instantes con su madre).

—¿De dónde sacaste el pergamino?

—Una mujer no revela sus secretos.

La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y asomó la cabeza.

—Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?

«¿Wood? —pensó Harry aterrado—. ¿Wood sería el encargado de aplicar los castigos físicos?»

—Depende de dónde y cómo lo mires—Fred meditó la respuesta por unos instantes—. Sí, se le puede decir que aplica castigo físicos.

Todo el equipo de Gryffindor asintieron, recordando al antiguo capitán de la casa. Podía llegar a ser realmente duros los entrenamientos.

Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió de la clase de Flitwick con aire confundido.

—Seguidme los dos —dijo la profesora McGonagall. Avanzaron por el pasillo, Wood mirando a Harry con curiosidad.

—Aquí.

La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba Peeves, ocupado en escribir groserías en la pizarra.

—¡Fuera, Peeves! —dijo con ira la profesora.

Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo. La profesora McGonagall cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.

—Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.

—¡SI! ¡SI!

Un borrón azabache comenzó a correr por todo el largo entre las mesas, mientras que gritaba cosas como "¡Ese es mi hijo!", "El jugador más joven", "Voy a llorar".

—¡Gracias Merlín! —de alguna manera u otra, James había terminado arrodillado enfrente de la profesora McGonagall, con la mesa de profesores de por medio—. A ti también, gracias Minnie.

—Potter, cuidado con cómo me llama—lo regañó, pero el azabache no se dejó intimidar; había una sonrisa en el rostro de la mujer.

—¿Siempre fue así? —su hijo lo miraba impresionado.

—Peor.

Ron apoyó una mano en el hombro de su amigo. —Prepárate para cuando lean el partido.

Cómo si la palabra partido fuera una mágica, James se paró para dirigirse hacia su hijo quien, como un acto reflejo, se echó para atrás.

—Quidditch. Partido. Ya.

—Lo perdimos, Lunático—Harry esuchó como Sirius se lamentaba con Remus—. Empezó a hablar como cavernícola.

—Eh…—el muchacho no sabía que responder; para su suerte, una nota cayó sobre el regazo de Alice.

La mujer tomó el papel y se dispuso a leerlo lo más deprisa ya que James la miraba como si estuviera desquiciado.

Cuando finalice el capítulo podrán ir al campo de Quidditch.

Pero por favor abuelo, no atosigues a mi pobre padre.

Alice miró a aquel muchacho de tan sólo quince años, volvió a leer para si misma la ultima palabra y al chico de nuevo; no podía creer lo que había leído.

Harry estaba pálido. ¿Hijo? ¿Su hijo?

James no sabía cómo reaccionar: si sorprendido por la noticia de que sería abuelo (uno muerto pero abuelo al fin) o estar excitado porque le habían dado el visto bueno al partido (aunque eso significaba que tenía que esperar a que se terminara el puñetero capítulo).

—Bill—el mayor se dirigió al joven, quien miraba toda la escena con una ceja enarcada—. Lee.

—¿Voy a tener un hijo? —articuló Harry mientras que Bill retomaba la lectura.

La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.

—¿Está segura, profesora?

—Totalmente —dijo la profesora con vigor—. Este chico tiene un talento natural. Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba, Potter?

Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación para lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba a sentirse más seguro.

—Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros — explicó la profesora a Wood—. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría hecho mejor.

El susodicho estaba intrigado; ahora quería que ver que tan bueno era el muchacho, como para que la profesora hablara así.

Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.

—¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter? —preguntó excitado.

—Wood es el capitán del equipo de Gryffindor —aclaró la profesora McGonagall.

—Ni nos habíamos dado cuenta—ironizó George.

—Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador —dijo Wood, paseando alrededor de Harry y observándolo con atención—. Ligero, veloz... Vamos a tener que darle una escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una Cleansweep 7.

—Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender la regla del primer año.

Lily tomó el brazo de su esposo para evitar que volviera a hacer una escena como la de recién. Ella también había estado impresionada de que su pequeño bebé iba a tener un hijo.

Los cielos saben que necesitamos un equipo mejor que el del año pasado. Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar a la cara a Severus Snape en vanas semanas...

La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de sus gafas.

—Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea sobre tu castigo.

Luego, súbitamente, sonrió.

—Tu padre habría estado orgulloso —dijo—. Era un excelente jugador de quidditch.

—Y lo estoy.

—Es una broma.

—¡Hey! Estoy muerto pero es la verdad.

—Dice eso acá—Bill había adquirido un leve color rosado—, pero está separado, como si fuera un salto en el tiempo.

—Ah. Mejor que así sea.

Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron todo lo sucedido cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un trozo de carne y pastel de riñón en el tenedor; pero se olvidó de llevárselo a la boca.

—Hay que anotarlo en algún lado, chicos—Ginny se dirigió a los gemelos—. Recuerden el día en el que Ronald olvidó comer.

—Cierra la boca, enana. Por lo menos yo no metí el codo en la mantequilla.

La cara de Ginny había adquirido un color muy semejante al de su cabello. Iba a responderle pero su madre intervino.

—¿Buscador? —dijo—. Pero los de primer año nunca... Serías el jugador más joven en...

—Un siglo —terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la boca. Tenía muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde—. Wood me lo dijo.

Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo boquiabierto.

—Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene —dijo Harry—. Pero no se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.

—Los secretos no duran como secretos.

—Es verdad—un chico de séptimo de la misma casa de Harry habló—. A esa altura, toda la torre ya sabía que eras el nuevo buscador de nuestra casa.

Fred y George Weasley aparecieron en el comedor; vieron a Harry y se acercaron rápidamente.

—Bien hecho —dijo George en voz baja—. Wood nos lo contó. Nosotros también estamos en el equipo. Somos golpeadores.

—Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch este curso —dijo Fred—. No la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será muy bueno. Tienes que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.

—Te aseguro que cuando nos lo dijo a nosotras tres—señaló a las dos cazadoras del equipo—estaba saltando y casi se desmaya—Katie sonreía.

—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un nuevo pasadizo secreto, fuera del colegio.

—Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory Smarmy, que nosotros encontramos en nuestra primera semana.

Fred y George acababan de desaparecer, cuando se presentaron unos visitantes mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por Crabbe y Goyle.

—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver con los muggles?

—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y tienes a tus «amiguitos» —dijo fríamente Harry. Por supuesto que en Crabbe y Goyle no había nada que justificara el diminutivo, pero como la Mesa Alta estaba llena de profesores, no podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño fruncido.

—Nos veremos cuando quieras —dijo Malfoy—. Esta noche, si quieres. Un duelo de magos.

—Harry James Potter.

—¿Sí, mamá?

—Ojo con lo que vayas a hacer.

—Ya ocurrió, mamá. Mucho ya no se puede hacer—le sonrió a su madre, como si no hubiera roto ningún plato.

Lily frunció el ceño. Y le pegó en el brazo a su esposo.

—Eso porque lo sacó de ti.

Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo soy su segundo.

—Ronald.

Como buen hijo que es, Ron se ocultó detrás de Sirius. Sí, se había alejado unos cuantos asientos de su madre. Por precaución más que nada.

¿Cuál es el tuyo?

Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.

—Crabbe —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.

Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.

—¿Qué es un duelo de magos? —preguntó Harry—. ¿Y qué quiere decir que seas mi segundo?

—Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te matan —dijo Ron sin darle importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente—: Pero la gente sólo muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo que podéis hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro. Ninguno sabe suficiente magia para hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te negaras.

—¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?

—La tiras a la mierda y le das un buen puñetazo en la nariz—respondió Sirius, como si no fuera nada, como si estuviera respondiendo la pregunta de cómo estaba el clima ese día.

—¿Te acuerdas cómo había quedado la cara de Lestrange?

—Fue el mejor día de mi vida, Cornamenta.

—La tiras y le das un puñetazo en la nariz —le sugirió Ron.

—Disculpad.

Los dos miraron. Era Hermione Granger.

—La Lily Evans del momento.

—¿Algún problema con eso, Lupin? —inquierió la pelirroja—. Que yo recuerde, tu no hacías mucho para impedirlos.

—Oh, si que lo hacía—intervino James en defensa de su amigo—. Sólo que lo hizo en primer año nada más.

Remus le sonrió, en forma de disculpa.

—¿No se puede comer en paz en este lugar? —dijo Ron.

Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry

—No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo...

—No esperaba otra cosa —murmuró Ron.

—... y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos que perderás para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy egoísta de tu parte.

—Porque, claramente lo que hicimos en segundo año, era legal.

—¿Qué hicieron?

Hermione le lanzó una mirada a Ron antes de mirara a Ginny. —Nada, no hicimos nada.

—Mione—la llamó Harry—. Aunque no quieras decirlo ahora, se van a enterar—y señaló con la cabeza el resto de libros que estaban en una pila, al lado del director.

—Y la verdad es que no es asunto tuyo —respondió Harry.

Lily miró al trío.

—¿Cómo es que terminaron siendo así? —los señaló con la mano—. Se llevaban pésimo. Tal como me llevaba con James y el otro par.

—¡Ey!

—No lo digo por ti, Remus. Siempre fuiste bueno.

—Gracias, Lils.

Harry, Ron y Hermione se miraron y sonrieron.

—Hay vivencias que unen a las personas.

—Adiós —añadió Ron.

De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que llamaría un perfecto final para el día. Estaba acostado, despierto, oyendo dormir a Seamus y a Dean (Neville no había regresado de la enfermería).

Frank encarcó una ceja. —Era sólo la muñeca. ¿Qué pasó?

—Lo dirá el libro—indicó su hijo, pero al ver la insistencia en el rostro de su padre, decidió agregar—: no fue nada malo.

Ron había pasado toda la velada dándole consejos del tipo de: «Si trata de maldecirte, será mejor que te escapes, porque no recuerdo cómo se hace para pararlo». Tenían grandes probabilidades de que los atraparan Filch o la Señora Norris,

—Necesitabas el mapa.

—Recién me enteré de su existencia en tercer año—le señaló mirando a los gemelos Weasley.

y Harry sintió que estaba abusando de su suerte al transgredir otra regla del colegio en un mismo día. Por otra parte, el rostro burlón de Malfoy se le aparecía en la oscuridad, y aquélla era la gran oportunidad de vencerlo frente a frente. No podía perderla.

—Eso es tuyo, tus genes, Potter.

—Once y media —murmuró finalmente Ron—. Mejor nos vamos ya.

—Mamá—Fred interrumpió a su hermano mayor—. ¿No piensas decirle nada a Ron?

La matriarca del clan miró a su hijo menor. —Tendremos unas cuantas palabritas luego.

Ron tragó en seco.

—Buena suerte, hermano—Harry le palmeó la espalda.

Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se lanzaron a través del dormitorio de la torre. Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común de Gryffindor. Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea, haciendo que todos los sillones parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando una voz habló desde un sillón cercano.

—No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.

Una luz brilló. Era Hermione Granger; con el rostro ceñudo y una bata rosada.

La nombrada se ruborizó.

—¿Por qué te fijas en todo?

El azabache se encogió de hombros. —Costumbre.

—Que no se te pierda, Potter—intervino Alastor—. Si quieres ser auror; es una herramienta muy importante.

—¡Tu! —dijo Ron furioso—. ¡Vuelve a la cama!

—Estuve a punto de decírselo a tu hermano —contestó enfadada Hermione—. Percy es el prefecto y puede deteneros.

Percy la miró pero no dijo nada.

Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido.

—Gracias—la joven lo miró ofendida, pero no lo estaba realmente.

—Venga, Mione. Lo lamento.

—Vamos —dijo a Ron. Empujó el retrato de la Dama Gorda y se metió por el agujero.

Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través del agujero, gruñendo como una gansa enfadada.

—¿Perdón? —ahora si estaba ofendida.

A su lado, Ron trataba de contener la risa, por su propio bien.

Harry atinó a pasar un brazo por alrededor de ella y darle un abrazo.

—¿Me perdonas?

—Ya veremos—pero había una sonrisa en su rostro.

—No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo no quiero que Slytherin gane la copa de las casas y vosotros vais a perder todos los puntos que yo conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos para cambios.

—Vete.

—Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho cuando estéis en el tren volviendo a casa mañana. Sois tan...

Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había retrocedido hasta el retrato de la Dama Gorda, para volver; y descubrió que la tela estaba vacía. La Dama Gorda se había ido a una visita nocturna

—Una vez pasamos toda la noche bajo la capa—Sirius se estremeció.

y Hermione estaba encerrada, fuera de la torre de Gryffindor.

—¿Y ahora qué voy a hacer? —preguntó con tono agudo.

—Ése es tu problema —dijo Ron—. Nosotros tenemos que irnos o llegaremos tarde.

No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione los alcanzó.

—Voy con vosotros —dijo.

—No lo harás.

—¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a que Filch me atrape? Si nos encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que estaba tratando de deteneros, y vosotros me apoyaréis.

—Eres una caradura —dijo Ron en voz alta.

—Su primera pelea como un matrimonio recién casado. Que adorable—Ginny le susurró al oído a su amiga, la cual se sonrojó al mejor estilo que los Weasley.

—Callaos los dos —dijo Harry en tono cortante—. He oído algo.

—Y ahí es cuando Potter se pone en modo líder—señaló Dean.

—Yo no tengo ningún modo líder.

—Sí lo tienes—respondieron todos los integrantes del ED a coro.

Era una especie de respiración.

—¿La Señora Norris? —resopló Ron, tratando de ver en la oscuridad.

No era la Señora Norris. Era Neville. Estaba enroscado en el suelo, medio dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.

—¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy aquí. No podía recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama.

—No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de cerdo», pero ahora no te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.

—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó Harry

—Bien —contestó, enseñándosela—. La señora Pomfrey me la arregló en un minuto.

—Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más tarde...

—¡No me dejéis! —dijo Neville, tambaléandose—. No quiero quedarme aquí solo. El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.

Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y Neville.

—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra vosotros.

—Ronald Weasley…

—¡No hice nada de lo que dije! —saltó el muchacho, antes de que su madre lo regañara, de nuevo, en frente de todos.

Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición de los Demonios,

Hermione asintió con la cabeza.

pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para que avanzaran.

Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por los altos ventanales. En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la Señora Norris, pero tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el salón de los trofeos.

Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado.

—Me pregunto por qué—ironía escurriendo de las palabras que salieron de Ron.

Malfoy simplemente cerró ambas manos en puños.

Las vitrinas con trofeos brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry empuñó su varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.

—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado —susurró Ron.

—Conociendo al padre—Sirius le hechó una mirada a su pariente—. Claramente eso no lo sacó de Cissy.

Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.

—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.

—Mierda. ¿Cómo salieron?

—Saliendo.

—Jovencito, no te hagas el chistoso con tu padre en un momento de tanta tensión.

Harry rodó los ojos. —Bill, sigue así mi padre se entera cómo logramos escapar.

Era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizado, Harry gesticuló salvajemente

—Modo líder activado.

para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch.

Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.

—Tienen que estar en algún lado —lo oyeron murmurar—. Probablemente se han escondido.

—¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch, acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura.

—Mierda.

—Están fritos.

—No lo creo—Remus tenía fe en los muchachos.

Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.

—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de Encantamientos, que sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.

—Creo que lo hemos despistado —dijo Harry, apoyándose contra la pared fría y secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con dificultad.

—Te... lo... dije —añadió Hermione, apretándose el pecho—. Te... lo... dije.

—Tenemos que regresar a la torre Gryffindor —dijo Ron— lo más rápido posible.

—Malfoy te engañó —dijo Hermione a Harry—. Te has dado cuenta, ¿no? No pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber gente en el salón de los trofeos. Malfoy debió de avisarle.

Había gente de su propia casa que miraban al rubio, completamente en desacuerdo con la actitud de la serpiente.

Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a decírselo.

—Vamos.

No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos, cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos.

Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.

—Esta si que la tienen difícil—reconoció el licántropo.

—Cállate, Peeves, por favor... Nos vas a delatar.

Peeves cacareó.

—¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos, malitos, os agarrarán del cuellecito.

—No, si no nos delatas, Peeves, por favor.

—Debo decírselo a Filch, debo hacerlo —dijo Peeves, con voz de santurrón, pero sus ojos brillaban malévolamente—. Es por vuestro bien, ya lo sabéis.

—Quítate de en medio —ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves.

El exconvicto se paró. —Regla número uno: nunca, nunca, pero nunca hay que ir con la fuerza bruta contra Peeves. Lo aprendí a las malas.

A su lado, James se desternillaba de la risa.

Aquello fue un gran error.

—¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! —gritó Peeves—. ¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!

Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto hasta el final del pasillo, donde chocaron contra una puerta... que estaba cerrada.

—¡Estamos listos! —gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la puerta—. ¡Esto es el final!

—¿Eres un mago o qué?

—Nadie pidió tu opinión, Zabini.

Las orejas de Ron estaban completamente rojas.

Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía hacia el lugar de donde procedían los gritos de Peeves.

—Oh, muévete —ordenó Hermione. Cogió la varita de Harry, golpeó la

cerradura y susurró—: ¡Alohomora!

El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron todos, la cerraron rápidamente y se quedaron escuchando.

—¿Adónde han ido, Peeves? —decía Filch—. Rápido, dímelo.

—Di «por favor».

—No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.

—No diré nada si me lo pides por favor —dijo Peeves, con su molesta vocecita.

—Oh—Tonks veía divertida el libro—. No le va a decir nada.

—Muy bien... por favor.

—¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me lo pedías por favor. ¡Ja, ja! —Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.

—Él cree que esta puerta está cerrada —susurro Harry—. Creo que nos vamos a escapar. ¡Suéltame, Neville! —Porque Neville le tiraba de la manga desde hacia un minuto—. ¿Qué pasa?

Las madres del lugar preguntaron a la par: —Ahora ¿qué pasó?

Los cuatro involucrados se miraron entre sí pero no dijeron nada, para el disgusto de las madres de cada uno.

Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un momento, pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de todo lo que había sucedido.

La tensión se había apoderado de la habitación.

No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso.

—No me jodas.

—Debe de ser una broma.

—Con un alohomora.

Y ya sabían por qué estaba prohibido.

Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos colmillos.

Lily miró hacia el director.

—En nombre de Melín—se notaba el enfado en su voz—, ¿qué hace esa cosa en el colegio?

Hagrid miraba sus manos. Fluffy no era una cosa, era un cachorrillo.

Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo que la única razón por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo había cogido por sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos gruñidos eran inconfundibles.

Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.

—Tu y todos.

Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos. Corrieron, casi volaron por el pasillo. Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no lo vieron.

Pero no les importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo. No dejaron de correr hasta que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda en el séptimo piso.

—¿Dónde os habíais metido? —les preguntó, mirando sus rostros sudorosos y rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.

—Menos preguntas y más abrir la puerta—James se notaba nervioso. Como su esposa, tampoco entendía como era que esa cosa había estado en el castillo, y a muy fácil acceso para los alumnos.

—No importa... Hocico de cerdo, hocico de cerdo —jadeó Harry, y el retrato se movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para entrar en la sala común y se desplomaron en los sillones.

Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville, por otra parte, parecía que nunca más podría decir una palabra.

—Nunca me hubiera imaginado que, en mi primer año, iba a ver eso—trató de justificarse el muchacho.

—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio? —dijo finalmente Ron—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.

Hermione había recuperado el aliento y el mal carácter.

—¿Es que no tenéis ojos en la cara? —dijo enfadada—. ¿No visteis lo que había debajo de él?

—Honestamente, Hermione—James se dirigió explícitamente a la mejor amiga de su hijo—, en una situación como esa no miraría las patas. Suficiente trabajo son las tres cabezas.

—¿El suelo? —sugirió Harry—. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado observando sus cabezas.

Padre e hijo se sonrieron por la coincidencia.

—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla. Es evidente que está vigilando algo.

Se puso de pie, mirándolos indignada.

—Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor, expulsado. Ahora, si no os importa, me voy a la cama.

Ron la contempló boquiabierto.

—No, no nos importa —dijo— Nosotros no la hemos arrastrado, ¿no?

—Esa vez. Pero las siguientes si—la chica golpeó a Ron en el brazo.

—Auch—se sobó el lugar—. Pero nunca vimos que pusieras alguna queja.

—No empiecen—los detuvo Harry, viendo que iban a empezar con sus típicas discusiones.

Pero Hermione le había dado a Harry algo más para pensar, mientras se metía en la cama. El perro vigilaba algo... ¿Qué había dicho Hagrid? Gringotts era el lugar más seguro del mundo para cualquier cosa que uno quisiera ocultar... excepto tal vez Hogwarts.

Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el paquetito arrugado de la cámara setecientos trece.

—Lo reafirmo, Potter. Serás una buena adquisición al cuerpo de aurores.

Harry se sonrojó ante las palabras del hombre pero estaba orgulloso.

—Es el fin del capítulo—señaló Bill, dándole el libro a Dumbledore y volviendo a su lugar, junto a Fleur y su familia.

—Muchas gracias, señor Weasley—le agradeció el anciano—. Ahora si…

—Disculpe, director—James interrumpió el discurso del hombre, mientras que levantaba una mano y ondeaba un pedazo de pergamino.

Albus al instante comprendió; le sonrió a quien había sido su alumno en el pasado.

—Me parece que haremos una pausa. Creo qué hay un asunto que deben de resolver antes de retomar con la lectura.

—¡SI!

James saltó de su lugar y se paró frente a su hijo; una enorme sonrisa en su rostro.

—Una palabra: Quidditch.


Un nuevo capítulo. Espero que les haya gustado como a mí; es mi terapia entre exámenes.