Disculpad la tardanza, llevo varias semanas intentando actualizar pero la página no me ha dejando entrar a mi cuenta hasta ahora. No sé si a alguien más le está pasando, ¡en serio lo siento!, hace más de dos semanas que quería subirlo :(

Bueno, un abrazo a todos, y espero leer sus comentarios.


Capítulo 53: No le cuentes a nadie que Luna es tu hermana.

Draco tardó en asimilar la noticia que acababa de darle su madre, y aún así no fue capaz de creerlo. Veintiún años después, Narcissa le confesaba la existencia de una hermana de la que jamás había escuchado hablar. Nunca nadie en su familia mencionó nada sobre eso, siempre se dio por hecho que él era el único y legítimo heredero de Lucius. Siempre se afirmó que Draco era hijo único por tradición de los Malfoy y por deseo expreso de su propia madre.

No entendía nada. Alguna vez siendo un niño, les preguntó a sus padres por la posibilidad de tener un hermano pequeño, y la respuesta era que con su presencia ya tenían suficiente; suficiente para garantizar la continuidad del apellido Malfoy, pues esa era la obligación de sus progenitores. Una vez cumplido el acuerdo entre ambas familias, ya no tenían que preocuparse por seguir llenando de bebés, el castillo. Uno era la obligación y la costumbre, más de uno, era solo decisión del matrimonio; y Narcissa no quiso volver a quedarse embarazada. Así se le dejó claro a Lucius y él lo aceptó, pues ya tenían lo que necesitaban.

Ahora su madre le decía que tenía una hermana, y que esta era nada más y nada menos que Luna Lovegood, a quien durante tantos años menospreció, humilló y maltrató.

Aquello no era posible. No se lo creía.

―Madre, me parece que la estancia en este sitio te está afectando demasiado. Creo que empiezas a desvariar.

―No seas insolente, hijo. Por supuesto que no desvarío, y lamento haberte dado esta noticia de una manera tan… tan poco delicada, pero dadas las circunstancias tenías que saberlo. Sé que es difícil de creer; han pasado muchos años y yo no pensaba revelar el secreto nunca ―Draco alzó la mirada, sorprendido por las palabras de su madre―, Siempre ha sido mi secreto…

―¡Es que no puedo creer lo que me estás diciendo, madre!, ¡es demasiado!, ¿¡cómo crees que me siento!?, madre… ¡me estás diciendo que yo… yo tengo una hermana!, ¡tengo una hermana y encima de todo, es Luna Lovegood!, ¿¡por qué callasteis!?, ¿¡por qué nunca me lo dijisteis!?

―Tu padre no lo sabe, Draco ―respondió Narcissa, mirando hacia otra parte, incapaz de sostener la dura mirada de su hijo. Draco se sorprendió aún más.

―¿Qué mi padre no lo sabe? ―preguntó anonadado―, ¿y cómo es posible eso?, ¿me lo puedes explicar? ―Narcissa respiró hondo. Se enfrentaba a la cruda decisión, de contarle toda la verdad a su hijo o decirle lo imprescindible para no hacerlo sufrir más, y que no terminase odiándola por lo que había hecho.

―No tuve más remedio, hijo… jamás quise deshacerme de mi niña… pero… no tuve más remedio que hacerlo.

―¿¡Pero porqué!? ―sollozó Draco, con la cara enrojecida por la rabia―, ¿¡cuándo pasó!?, ¿¡cómo!?, ¿¡por qué mi padre no lo sabe!?, ¿¡y cómo sabes que es Luna Lovegood!?, ¡eso es imposible!, ¡es estúpido!, ¡es ridículo!, ¡ella no es mi hermana!, ¡no es posible! ―gritó, poniéndose en pie―. ¡Estás equivocada!, ¡no sabes lo que estás diciendo! ―Draco empezó a pasearse como un león enjaulado de un lado para otro, y las manos en la cabeza. Se detuvo justo delante de Narcissa y la enfrentó con el rostro angustiado, surcado por las lágrimas―. Mi padre, ¿por qué no sabe mi padre que tienes una hija? ―Narcissa giró su cara despacio, para mirarlo fijamente y hacer frente a todas las dolorosas preguntas que era hora de que respondiera―. Madre… ―susurró con miedo a su respuesta―. ¿Acaso es que esa hija que tuviste… no era suya?

―¡Por todos los dioses del Olimpo! ―exclamó Narcissa, poniéndose en pie―. ¡Por supuesto que Luna es de tu padre!, nunca en mi vida lo engañé, hijo… desde que me prometieron a él, le he sido fiel. Nunca hubo otro hombre, Draco. ―y se guardó para sí misma las palabras,"a mi pesar"

―Luna… ―Draco se quedó pensativo un instante. La visualizó en su mente como aquella muchacha alegre, dulce y de belleza frágil que él recordaba. Sí, tenía que admitir que se le parecía mucho. No pocas veces le extrañó encontrar en ella, gestos de su padre y de su madre. No pocas veces se burlaron de ambos en clase, por el asombroso parecido físico que tenían. No pocas veces ardió de rabia, cuando le insinuaban a modo de broma, que si no fuera por su apellido y por su baja casta, Luna podría ser su hermana. Ciertamente la chica se le parecía mucho, pero de todos modos, le costaba aceptarlo y entender ese hecho. ―No has respondido a mi pregunta, madre. ¿Por qué mi padre no sabe que tiene una hija?

―Él solo quería un heredero, no estaba dispuesto a que su primogénito fuera una mujer.

―¡Eso es absurdo!, además… hasta hace muy poco estaba muy convencido de dejarle todo su patrimonio a Pandora.

―Es distinto. Nuestro deber era aportar para nuestro apellido, un heredero. Para eso nos prometieron. Para eso mismo se unieron nuestras familias. Ambas necesitaban un nuevo heredero y ambas, por tradición, necesitaban que fuera un varón. Una niña sería un problema, sobre todo para tu padre. Me lo dejó muy claro en cuanto nos casamos; él y nuestras familias nunca aceptarían a una niña. Tu padre tenía la idea de de averiguar el sexo de su hijo antes de que naciera, si resultaba ser una niña, lo mejor era no dejarla vivir y seguir intentándolo hasta que llegase el hijo que deseaba.

―Eso es monstruoso.

―Sí, pero esa fue su decisión, y yo la tuve que acatar sin rechistar. Yo me debía a Lucius, a mi me educaron para obedecer a mi esposo y honrarlo. ―A Draco le repugnó esa aclaración, pero luego pensó en Hermione y la dura guerra que había tenido que librar para tenerla y que ella lo aceptara. Sabía muy bien que ni siquiera pensarlo era correcto, pero no pudo evitar sentir cierta satisfacción con la idea de tenerla ligada a él, pasara lo que pasara. No era justo y lo tenía claro, pero su ego masculino se infló saboreando el delicioso momento en que imaginaba a su mujer, rendida a él, sin poner ni una sola objeción a sus requerimientos. Tenía claro que no era lo correcto, pero por un instante comprendió a su padre.

―Sigo sin entender cómo es que Lovegood es mi hermana y por qué Lucius no sabe de su existencia.

―Cuando me quedé embarazada de ella, fui yo sola a ver a una… fui a… fui a una medimaga. Me atendió y para mi gran tristeza… me informó de que esperaba una niña. Yo sabía que tu padre no la aceptaría, seguramente me obligaría a interrumpir el embarazo. Yo no podía, Draco…, era incapaz de hacerle daño. Prefería morirme a…

―Sí, te entiendo.

―Decidí callar, no le dije nada a tu padre y se me ocurrió que podría marcharme unos meses y tener el bebé. En cuanto naciera, la dejaría en manos de una buena familia donde la amaran y cuidasen bien de ella. Si no podía tenerla conmigo… al menos debía asegurarme de que naciera bien, y fuera criada por gente bondadosa.

―¿Y Lucius te permitió marchar, así como así?, me parece extraño…

―Lógicamente no, le conté que estaría en una academia femenina, formándome para aprender a llevar los negocios familiares, junto a él. No le agradó mucho que estuviéramos tantos meses separados, pero llegó a la conclusión de que el resultado sería bueno para ambos y al final me dejó ir.

―¿Qué pasó entonces?, ¿a dónde fuiste?, ¿estuviste sola todo el tiempo?

―Fui a… ―Narcissa no quería revelarle toda la verdad, quizá eso abrumaría más a su hijo― fui a un lugar alejado donde nadie conocido pudiera encontrarme. Allí estuve todo el tiempo oculta, con matronas que se ocuparon de mí y de que la niña naciera bien. Cuando llegó el momento gracias a Merlín, no estaba sola, tuve nervios pero las matronas eran expertas y me hicieron sentir mucha confianza. El parto fue fácil y rápido. Mi niña era preciosa… el bebé más bonito del mundo… ―dijo con los ojos empañados― sus mejillas regordetas y rosaditas contrastaban con su piel pálida, sus ojitos grises y brillantes como estrellas, su cabellito todavía más claro que el tuyo… cuando la sostuvo la matrona para limpiarla, rió diciendo que parecía que la hubiera parido la mismísima luna. El comentario me hizo gracia, por eso la llamé así. Fue una de mis condiciones; la familia que la adoptara debía respetar su nombre.

―Santo Merlín…

―Lo lamento mucho hijo mío… lamento que las cosas salieran tan mal. Siento estar haciéndote daño, y ojalá pudiera evitarlo, pero es imposible. Sentí que tenía que contártelo. Tienes que creerme amor mío, Luna Lovegood es tu hermana. ―Draco se mordió el labio y suspiró con pesar.

―¿Y Lucius?, ¿nunca sospechó nada?

―No, creo que tu padre prefirió no ver más allá de su propia nariz.

―¿Y ahora qué, madre?, ¿qué se supone que tengo que hacer?, ¡es que no me lo puedo creer!, ¡Luna Lovegood, mi hermana!

―Hijo…

―¿Cuándo vas a decírselo a mi padre?

―¿¡Qué!?, ¿¡es que te has vuelto loco!?

―¿No crees que ya es hora de que sepa que tiene una hija?

―¡Cielos!, ¡no!, ¡Lucius no puede enterarse de nada, Draco!

―¿Por qué?, es su padre, además, ¿qué daño puede hacerle estando aquí dentro?

―¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo!, ¡tienes que jurarme que nunca le dirás nada a tu padre!

―Madre…

―¡JÚRAMELO, DRACO! ―vociferó Narcissa, iracunda.

―Madre… yo…

―¡JÚRAMELO POR LA VIDA DE TU ESPOSA!

―¡Está bien!, está bien… Madre, yo te juro por la vida de Hermione, que nunca le diré nada de lo que me has contado a Lucius. ―Narcissa respiró tranquila y se sentó, limpiándose alguna lágrima traicionera, con en dorso de la mano. ―¿Y qué ocurre con Luna? ―Narcissa levantó de nuevo la vista y lo contempló expectante.

―¿Qué quieres decir?

―Imagino que… querrás ponerte en contacto con ella, piensas decirle que eres su verdadera madre, ¿no?

―No. Ella tampoco debe saber nada. Lleva una vida tranquila y feliz junto a su… junto a su familia, y ahora que va a casarse, será todavía más feliz. No podemos destrozar sus sentimientos contándole la verdad. No quiero que sufra ningún daño por nuestra culpa.

―Siento decirte que en el colegio le amargué bastante la existencia.

―¡Oh!, ¡por los druidas, Draco!, ¿¡qué motivos tenías!? ―Draco se encogió de hombros, como si aquellos actos inmundos que cometió siendo un crío estúpido, fueran las cosas más normales del mundo.

―¿Sabías que la madre de Luna murió cuando ella era una niña? ―Narcissa se quedó pasmada y pese a que siempre se había controlado muy bien, no pudo evitar sollozar delante de su hijo. ―. La crió Xenophilius Lovegood, un viejo raro y excéntrico. Supongo que, siempre fue él quien le inculcó a Luna sus ideas estúpidas y extravagantes. Pero a pesar de todo, no es una mala persona y quiere mucho a Luna.

Narcissa se tapó la cara con las manos y lloró amargamente, Draco nunca la había visto así; tan dolida y tan hundida. Se sintió culpable de verdad pensando que estaba siendo demasiado duro y trató de consolarla, se sentó junto a ella y la abrazó.

―Madre, yo también lamento todo esto. He sido duro contigo y te he juzgado sin tener derecho a hacerlo. Has debido de sufrir mucho al separarte de tu hija… de verdad que lamento que no la hayas podido tener contigo. Y sobre todo… aborrezco el comportamiento de mi padre. Creo que nunca lograré perdonar el daño que nos ha hecho a todos.

―Hijo… ―logró decir cuando se calmó un poco― hemos tenido a Luna en las mazmorras de nuestra propia casa, ¡maldita sea! ―Draco se pasó una mano por el pelo, horrorizado, cuando recordó el día en que Hermione y todos los demás, fueron capturados y llevados a Malfoy Manor―. ¡Yo, su propia madre, di la orden de torturarla!

―No lo sabías ―respondió Draco, con voz apenas audible―, No sabías que era tu hija.

―Merezco estar aquí y no salir jamás…

―No digas eso… todos nos equivocamos aquella vez. Yo permití que torturasen a la mujer que amo. Ya en aquel entonces me gustaba, yo no quería aceptarlo pero… sentía cierta atracción por ella.

―Lo sé, vi tu cara cuando tu tía Bella se hizo con ella. Estabas tan… tan asustado, tan asqueado por todo… cuando vi cómo mirabas a esa muchacha, cómo dudabas de todo lo que se te preguntaba… mi instinto de madre me dijo aquello que toda madre de sangre pura, teme o temía… creo que supe que ella en cierto modo, te había deslumbrado. Para mí fue toda una pesadilla. En esos momento, más que nunca deseé que muriera. Deseé expulsarla de tu vida y de tu presencia a como diera lugar.

―¿No reconociste a Luna en ese momento?

―No, estaba muy oscuro, casi no había luz. El miedo y la preocupación de tener cerca al Señor Tenebroso, nos cegaron la mente a todos. Solo pensábamos en ganar la batalla. Ese era nuestro único objetivo y no cabía ninguna otra clase de pensamiento.

―Es increíble que la hayamos tenido tan cerca…

―¿Y en Hogwarts?, ¿nunca te llevaste bien con ella?, ¿nunca trataste de ser su amigo?

―No, le cogí manía cuando muchos compañeros nuestros empezaron a bromear sobre la idea de que parecíamos hermanos.

―Merlín… tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Cómo lo siento por ella…

―Luna está bien, madre. Es feliz.

―¿En serio? ―preguntó Narcissa, esperanzada.

―Sí, siempre ha sido una chica alegre. Ahora supongo que lo es más, pues ella y Longbottom se casarán en breve.

―Ese muchacho es muy valiente. ¿Qué opinas de él?, ¿crees que estará a la altura de ella? ―Draco reflexionó antes de contestar.

―Aunque no lo esté ella lo quiere, y en estos casos es lo único que importa. No tengo mucho que decir sobre Neville; fue un buen estudiante y un buen compañero, algo… reservado, quizá un poco introvertido. Sé que es amigo de Potter y de Weasley y también de Hermione.

―¿Hermione es amiga de Luna?

―Sí, son buenas amigas. Hermione quiere ir a la boda y que yo la acompañe, Luna nos invitó a los dos.

―Me alegra mucho saber eso, que Hermione y Luna sean amigas. Draco, quiero que asistas a su boda; no quiero que le digas que eres su hermano, pero quiero que intentes estar cerca de ella.

―Madre… no puedes pedirme eso.

―Es tu hermana, Draco, tenéis la misma sangre. Tenéis el mismo padre y la misma madre. Quiero que te hagas amigo de ella, que… la cuides. Ayúdala cuando lo necesite. Entiendo que ahora mismo estás comenzando a hacerte a la idea de que tienes una hermana y de que es Luna Lovegood. "Luna Malfoy Black…" ―pronunció su madre, con tristeza―. Hijo, tienes que intentar tener una buena relación con tu hermana, ambos os lo merecéis.

―No sé qué decir… ahora mismo… creo que estoy bien como estoy.

―¡Tonterías!, los hermanos siempre se necesita, trata de verla lo más a menudo que puedas.

―No sé, puede parecerle extraño que de repente quiera hacerme su amigo, y más, después de todo lo que hemos vivido. Tampoco sé cómo lo tomará Hermione, aunque conociéndola… es muy probable que me aliente a…

―No Draco, Hermione no puede saberlo, no puedes contarle esto a nadie.

―No voy a ocultarle nada a mi esposa, madre; lo lamento pero si surge el tema, a Hermione pienso contarle toda la verdad. No quiero tener secretos con ella. ―Narcissa sintió que su hijo la estaba traicionado, tenía la sensación de que anteponía a su mujer por encima de ella. Aquello le era doloroso, pero no podía hacer nada.

―¿Crees que Hermione pueda guardar el secreto?, ¿Qué no le diría nada a Luna?

―Es posible si yo se lo pido, pero creo que siempre me animaría a que se lo contara.

―Draco… yo no quiero que tu hermana sufra, ¿lo entiendes, verdad? ―Draco asintió― Si se lo cuentas a tu mujer… tienes que asegurarte de que guarde el secreto. No lo hacemos por nosotros, hijo…, lo hacemos para proteger a Luna, para que pueda seguir siendo feliz. Si decides contárselo a tu esposa, explícale eso. ―Draco se puso en pie y le dio un beso a su madre.

―Aún no sé qué voy a hacer, ni siquiera sé cómo me siento al respecto… creo que mi vida nunca volverá a ser la que era, en ningún sentido. Lo siento por ti y lo siento por Luna, no habéis tenido oportunidad de conoceros. Es una pena.

―Lo único importante ahora, es que ella siga tranquila con su vida.

―He de irme ―dijo dirigiéndose a la reja. El guardia se acercó de inmediato y la abrió para que saliera―. Vendré a verte la semana que viene.

―Draco, espera. ―Narcissa se acercó a una de sus cómodas y la abrió con una pequeña llave. De allí sacó un hermoso cofrecillo de piedra con incrustaciones de turquesas y lapislázuli, se acercó a su hijo y se lo entregó. Draco, muy intrigado, lo abrió aumentando así su asombro.

―¿Qué es esto, madre? ―preguntó, sin saber qué hacer con aquello. Dentro había un antiguo camafeo, que tenía pinta de ser una de las viejas reliquias familiares, de importante valor tanto económico, como sentimental.

―Era de mi madre, recuerdo que me lo regaló el día en que me comprometieron con Lucius. Durante mucho tiempo lo odie por los recuerdos que me traía pero… ahora reconozco que en cierta manera… tu abuela nunca pudo hacer mucho para cambiar mi destino. Ni siquiera tuvo el derecho de opinar sobre el suyo propio. A pesar de su frialdad y de nuestras costumbres en lo que se refiere a las relaciones personales, de una forma u otra… siempre me hizo saber que me quería. Supongo que lo demostró a su manera.

―No entiendo para qué me lo das, es tuyo, deberías tenerlo tú. ―Narcissa sonrió por la torpeza de su hijo.

―Quiero que se lo entregues a Luna como regalo de boda. Mi madre me dijo una vez, que si algún día cambiaba de opinión y tenía una hija, estaría bien que lo heredase, pues ese camafeo siempre ha pertenecido a las mujeres Black. ―Draco asintió entendiéndolo todo.

―No me cabe duda de que Hermione comenzará a hacer preguntas sobre esto. ―Contestó sonriente y consciente de lo bien que conocía a su esposa. ―¿Y para mí, madre?, ¿para mí no hay regalo por mi matrimonio con Hermione? ―preguntó con burla.

―Hijo…, si eres feliz con ella…, yo lo entenderé. ¡Además!, ¡recuerdo perfectamente el dineral que tu padre y yo, nos gastamos en vuestra boda y en la cantidad de regalos que os hicieron!, ¿o ya se te ha olvidado?

―Para nada, yo también me acuerdo perfectamente de todo, e intuyo que Hermione tampoco ha olvidado nada.

Draco abrazó a su madre y salió de la celda, con una mezcolanza de sensaciones a cada cual más distinta.

...

Hermione estaba muy contenta con la elección de su vestido. Draco la observaba a través del espejo, tumbado en la cama de la pequeña habitación, mientras ella se desvestía despacio para volvérselo a probar. Draco le dedicaba una mirada y una sonrisa depredadora a cada prenda que se quitaba, ella se mordía el labio igual de sonriente, consciente del significado de sus gestos.

El vestido le quedaba perfecto, y estaba encantada de que Draco hubiera decidido acompañarla a la ceremonia. Él le había comentado que no deseaba quedarse mucho tiempo en la fiesta, cumplirían estando dos o tres horas, los saludarían y se marcharían. Hermione estuvo de acuerdo, aunque habría preferido quedarse toda la celebración, pero entendía la postura de Draco y estaba viendo su esfuerzo por cambiar de actitud frente a sus viejos amigos y compañeros de colegio.

Con la certeza de que el vestido no le podía quedar mejor, se lo quitó con delicadeza, lo puso en una percha y lo guardó en el pequeño armario de la habitación. Buscó ropa cómoda para ponerse y la extendió sobre una silla. A través del espejo se fijó en que Draco se desabrochaba la camisa y se la quitaba sin dejar de mirarla a los ojos. Se levantó, se abrió el cinturón y se deshizo de sus pantalones. Hermione sonrió con disimulo y cogió la blusa que había sacado para ponérsela, pero Draco le agarró las manos y la hizo soltarla. La abrazó con una suavidad y de una manera tan intima mientras la besaba, que sintió como si cada parte de su cuerpo se derritiera, el calor y el deseo creció en ambos irremediablemente. Él no pudo más que agradecer que ella no volviera a rechazarlo, le asombró un poco encontrarla tan dispuesta y tan receptiva; Hermione enseguida le rodeó el cuello con sus brazos y correspondió sus besos con la misma pasión y el mismo anhelo que él. Los dos lo deseaban, Draco se sentía triunfante por no tener que luchar de nuevo contra su resistencia a la hora de entregarse.

Ella se estremeció al sentir los labios cálidos y la lengua húmeda de su esposo, en su cuello. Se le había olvidado lo dulce y placentero que podía ser el sexo. Sus manos viajaron por la espalda desnuda de Draco, acariciando al mismo tiempo que notaba los músculos varoniles, tensarse. Agarró sus glúteos duros y los estrujó contra ella, uniendo sus caderas para encontrar la prueba de que él estaba tan listo como ella, tan ávido por seguir adelante.

Draco la abrazó con fuerza; devoró su boca, desabrochó su sujetador, se lo quitó y lo dejó caer al suelo. Intentó controlarse para no correr a poseerla como un loco desesperado por su cuerpo. Pero la visión de sus pechos desnudos, tan firmes y redondos; con esas cimas del color de las fresas, tan único, tan erótico e incitante, le estaba quitando toda su fuera de voluntad. Después de haber estado con tantas mujeres en su vida, después de haber conocido sus cuerpos y de haberlos comparado, supo que nunca encontraría a otra como ella. Nunca deseó a otra como la deseaba a ella. Le parecía perfecta.

Tuvo miedo de no aguantar, de terminar antes si quiera de empezar. Así que se apresuró a quitarse la única prenda de ropa que le quedaba, y a hacer lo mismo con ella. La cogió a horcajadas haciéndola reír, de un manotazo rápido apartó la colcha de la cama y la depositó en medio de ella. Se tumbó encima de Hermione, acomodándose entre sus piernas. Volvió a demandar sus besos y los brazos de ella regresaron otra vez alrededor de su cuello.

La sensación de sentir a Draco adentrándose en lo más íntimo de su cuerpo era maravillosa. Era una delicia volver a tener a su chico así, amándola como si no existiera nada más magnífico. Los dos sabían que estaban hechos el uno para el otro. Sus cuerpos reconocían esa unión física como algo imprescindible. Tanto tiempo sin concederse ese contacto tan necesario, solo les había servido para reafirmarse en la conclusión de que negarse la parte física de la relación era un error descomunal. Se necesitaban en todos los sentidos de la palabra.

Se movieron de manera lenta al principio, Draco susurraba al oído de Hermione, palabras llenas de amor y de ternura. Sus corazones se aceleraron, él no pudo seguir con el ritmo suave y cadente, el placer era enorme, devastador. Aumentaron gradualmente el movimiento, haciendo que la fricción creciera. Una cálida y confortable nebulosa los envolvió. Ya no podían controlarse. Hermione rodeó fuertemente con sus muslos, las caderas de Draco. Se abrazó a él, como si temiera caer en un abismo. Draco mordió su cuello chupeteando y saboreando la piel fina, enrojecida por sus amorosos ataques. Unos pocos empujones profundos y secos, le sirvieron para catapultar a Hermione a un fenomenal orgasmo. Las contracciones internas y los gemidos femeninos desencadenaron el suyo propio. Con un gemido desgarrador y abrazado a ella como si la vida le fuera en ello, se rindió vaciándose en su interior. Se desplomó sobre su cuerpo, aletargado y exhausto, una sensación inmensa de amor y posesión, inundaba su pecho. Ella comenzó a acariciar su pelo y su espalda, esperando que se recuperara para poder quedarse dormida sobre su torso masculino.

Draco sonrió muy satisfecho, poco después, se tumbaba sobre su espalda haciendo que Hermione lo abrazase, y acomodó la colcha para que los cubriera bien. Los dos se sentían en la gloria.

―Draco… ―susurró ella, pensando que se había quedado dormido.

―Mmmm… ― él no dormía, pero estaba a medio camino.

―Te amo ―le dijo alzando la mirada para encontrar la suya―. Nunca dejaré de amarte, formas parte de mí, ¿lo sabes? ―Draco sonrió encantado con esa pequeña revelación. Bajó la cabeza y la besó con dulzura.

―Lo sé, mi vida. Lo sé.

Se quedaron dormidos a los pocos minutos.

...

Ni Luna ni Neville, se sentían nerviosos. Sus rostros irradiaban una curiosa paz, poco propia de los novios que esperan casarse en escasos minutos. Ella había decidido usar el mismo vestido que llevó su madre, el día en que se casó con su padre. Era sencillo y delicado, con gasas y encajes que ondulaban con la más leve brisa. Tenía el velo agarrado por una hermosa corona de flores blancas, muy perfumadas. Estaba radiante. Wendy la estaba ayudando con los últimos detalles, frente al espejo de su habitación, y ya de paso, la animaba para que estuviera tranquila, segura se sí misma y serena.

Cumpliendo con la vieja tradición, llevaba algo viejo, que era el vestido de su madre, algo nuevo; una gargantilla de plata trabajada en finísima filigrana, regalo de la tía de Neville. Algo prestado, unos zapatos blancos de tacón, con perlas engarzadas, que Wendy le había dejado para el gran día. Y algo azul, una linda peineta de una mariposa, situada a un lado de su cabeza.

Estaba todo preparado, se casarían en el jardín de la casa Lovegood, cuando terminase la celebración, se irían de luna de miel a Irlanda y regresarían en dos semanas, para comenzar su vida de casados.

Habían muchos invitados ya, esperando en el bonito jardín preparado para la ceremonia. Estaban todos los Weasley, incluidos; Ron con Lavender y el mayor de sus tres hijos, y junto a ellos, estaba sentada Ginebra, algo agotada por su evidente embarazo. Harry también estaba, pero bastante alejado de Ginebra, a quien vigilaba con constancia mientras charlaba con Cho y su familia. Habían bastante compañeros y amigos que Neville hizo en Hogwarts. Estaban Dean con su chica del momento, Saemus Finnigan, Hagrid con la directora de Beauxbatons Olympe Maxime, y por su puesto, la tía de Neville que conversaba muy contenta, con el padre de Luna.

Los últimos en llegar fueron Draco y Hermione, qué sí que estaban bastante nerviosos por las reacciones de la gente al verlos llegar allí, como marido y mujer. Pero sobre todo, estaba nervioso Draco, puesto que ahora veía a Luna de otra manera, ahora sabía que la chica era su hermana. No tenía ni idea de que ese hecho le fuese a afectar tanto como le estaba pasando en esos momentos.

Cuando entraron en el jardín, se hizo un silencio incómodo. Todas las cabezas se giraron a observarlos, algunos lo hicieron de forma discreta, pero otros no lo fueron tanto y en pocos segundos todos los comensales empezaron a murmurar, a cuchichear entre sí y a mirarlos de tanto en tanto.

Definitivamente, era muy molesto. Tanto Draco como Hermione, se quedaron cortos al imaginar cómo se sentirían, y cómo actuarían los invitados ante su presencia. Si algo tenían claro en ese instante, era que no debían quedarse mucho tiempo, no solo por ellos, sino por no estropearles la fiesta a Luna y a Neville, que con tan buena fe los habían invitado.

Mientras caminaban por entre los bancos de madera, en donde estaban sentados la mayoría de los asistentes, Hermione procuró no mirar a nadie. Su objetivo era llegar cuanto antes a donde se encontraban el señor Lovegood y la señora Longbottom, para poder saludarlos. Draco sin embargo, tenía su cabeza alzada y enfrentó con valentía cada mirada asesina y de desprecio que le dirigieron. Saludó de forma educada a las personas con las que se cruzaba, sin importarle el hecho de que no le contestaran el saludo o que se los quedaran mirando como si fueran extraterrestres, e ignoró a aquellos que los señalaban con el dedo y luego susurraban cosas al oído de quienes tenían al lado.

Sí, era bastante incómodo estar allí, siendo objeto de escrutinio y críticas, a la espera de que los verdaderos protagonistas hicieran acto de presencia. Por otro lado, la tía de Neville y el padre de Luna los recibieron de manera calurosa y acogedora, incluso les insistieron para que se sentaran junto a ellos y compartieran los bancos familiares. Ese hecho desencadenó una ola de de desagrado e indignación en los invitados y que los chismes se empezasen a oír cada vez más alto; algunos decían que no tenían que haber tenido la caradura de presentarse ante gente decente, otros decían que no pintaban nada en la boda, muchos otros más atrevidos, comentaban que deberían sacar de la boda, a la traidora del trío dorado y al exmortífago. Y estaban los que contaban que Draco había raptado a Hermione de la propia casa de los Weasley, para hacerla su esposa por la fuerza. Y que ella finalmente había sucumbido, cayendo profundamente enamorada de él , pero más que nada, enamorada de su riqueza, de los privilegios que aportaba el apellido Malfoy, y de la buena vida, olvidándose así de su pasado, y de todos los que una vez tuvieron su mismo nivel social.

Pero para gran alivio de ambos, los parientes de los novios no hicieron caso alguno a esos comentarios, y les aconsejaron de manera cariñosa que se centraran tan solo en la boda de sus amigos. Por suerte, Neville no tardó en llegar, muy elegante con su traje de boda y con una sonrisa tan alegre que no le había mostrado a nadie en toda su vida. Su tía Eníd, quien se había encargado de criarlo, lo sabía muy bien y no pudo evitar emocionarse, al ver a su muchacho tan contento y por fin, a punto de unirse a la mujer que amaba.

Era verdad que Neville irradiaba una alegría inmensa, allí, situado bajo el bonito arco engalanado con flores y cintas, esperando junto al juez, a su prometida. Cualquier hombre enamorado podría entenderlo.

Draco pensaba, preguntarle al señor Lovegood, algunas cosas sobre Luna, sobre su infancia, gustos particulares, su madre…, pero cuando giró la cabeza, vio que ya no estaba junto a él, y parecía que hacía ya un buen rato que se había ausentado. En su lugar estaba Wendy, con una sonrisa de oreja a oreja, mirando hacia la parte trasera del jardín.

La mayoría de la gente estaba distraída, pero la música melodiosa de varios violines y flautas traveseras empezó a sonar, anunciando la llegada de la novia del brazo de su orgulloso padre. Enseguida todas las miradas de los invitados estuvieron puestas en Luna. Todas excepto algunas que seguían sin quitarles ojo a Draco y a Hermione, como Harry, Ginny, y Ron, que llevaban observándolos desde el mismo momento en el que llegaron.

Neville juró ante el juez, ante su familia, ante todos los presentes, y juró a su prometida; amarla, respetarla, cuidarla y protegerla de todo mal y peligro desde ese momento y hasta el fin de sus días. Luna recitó las mismas palabras de su prometido e hizo el mismo juramento que él. Se pusieron los anillos con manos temblorosas y con unos nervios horribles que no habían sentido hasta ese momento. El juez les unió las manos con una cinta he hizo un nudo firme, que representaba la unión del matrimonio. Pronunció unas breves palabras que escuchó toda la concurrencia con mucha atención, y que les sirvió a los novios para concentrarse.

El juez habló del largo camino que recorrerían juntos, de la importancia del apoyo mutuo ante las dificultades de la vida y del deber absoluto del respeto ante todo. Con un toque de su varita, hizo desaparecer la cinta de sus manos, y les entregó las actas matrimoniales que debían firmar tanto ellos como los testigos, que fueron la señora Longbottom y el padre de Luna.

Una vez hecho eso, el juez los felicitó a ambos y le dijo a Neville que podía besar a la novia. Neville levantó el velo con cuidado y besó a Luna un poco tímido. Ella sonrió y lo abrazó, en ese momento aprovechó para decirle al oído que esperaba menos timidez en la luna de miel, a lo que él le contestó, que podía estar segura de ello, solo necesitaba un poco de intimidad para demostrárselo. La multitud estalló en vítores y en aplausos, muchos se les acercaron para felicitarlos y todo se volvió un caos de música y júbilo.

Hermione sintió una mano posarse en su hombro, al principio creyó que era Draco, pero no podía ser ya que lo tenía a su lado y estaba aplaudiendo tan alegremente como los demás. De inmediato se dio cuenta de que era una mano fina y delgada, la mano de una mujer. Se dio la vuelta encontrándose cara a cara con Cho, que le dedicó una amistosa sonrisa.

―¡Merlín! Pensé que no vendríais… ―comentó la nipona, abrazando fuertemente a su amiga.

―¡Dos mío!, Cho… ¡hace siglos que no sé nada de ti!, ¿estás bien?

―Sí, he estado con la familia en Japón, pero no me perdería la boda de Luna y Nev, ¡por nada del mundo!, ¿has visto lo guapísima que está?

―¡Es increíble!, es una muñeca…, está radiante.

―Me alegro mucho de que estéis aquí, de verdad Hermione.

―Gracias Cho, hace tiempo llegué a la conclusión de que podía perder tu amistad, por seguir con Draco.

―¡Ah!, pero tú ya sabías que eso no iba a ser así, ¡yo misma te animé a que siguieras con él!, bueno… es verdad que nos hemos distanciado un poco por mis ausencias y es culpa mía… pero te prometo que eso cambiará, yo siempre seré tu amiga, Hermione. ―Draco se giró sorprendido por ver a Hermione y a Cho abrazadas, pero sonrió aliviado se saber que contaban con una aliada en ese espacio en el que la mayoría, les mostraba hostilidad. ―¡Te prometo que haré un esfuerzo por incluir a tu marido en mi circulo de amigos! ―Le comentó con picardía, haciéndolos reír a los dos.

―Siento tener que interrumpir vuestra agradable charla ―dijo Draco―, pero creo que si no nos acercamos ya, a los novios para felicitarlos, se nos hará imposible con la cantidad de gente que está empezando a rodearlos.

Tenía razón, todos los invitados querían acercarse a los novios para felicitarlos personalmente, pronto se formaría una inmensa barrera humana alrededor de los recién casados, que les haría imposible hacer los mismo a ellos.

Así que, como pudieron, fueron esquivando a cada persona, para poder llegar hasta Luna y Neville; a veces los pisaban, les pegaban codazos que parecían ser "sin mala intención", o recibían pisotones. Cho se hartó de seguir siendo tan amable y se puso delante de los dos agarrando con firmeza la mano de Draco, que dio un respingo, sobresaltado por la falta de confianza y de trato con la chica. Ella lo miró sonriente ―¡No es para tanto Draco!, deja los remilgos, que no te estoy mordiendo la mano, te la estoy agarrando. Tú, coge bien la mano de Hermione, y no la sueltes. Estaremos junto a los novios en un abrir y cerrar de ojos ―. Y de esa manera, los tres agarrados de las manos, fueron guiados por Cho a la cabeza, que iba empujando y apartando a quienes se encontraba. No se libraron de unos cuantos improperios y regañinas que les cayeron por tal comportamiento, más propio de niños en el colegio, pero al menos, les sirvió para reírse un buen rato y llegar justo a tiempo para saludar adecuadamente a los recién casados.

Aparecieron justo delante de ellos, que conversaban con el señor Lovegood y una pareja de ancianos; éste les comentaba que sentía un orgullo inmenso de tener una hija como Luna, les decía que era el padre más feliz del mundo, que había merecido la pena criarla y que solo lamentaba que su madre no estuviera presente para poder verla convertida ya, en una hermosa mujer y vestida de novia.

Draco sintió de repente que la rabia se apoderaba de él, crecía y crecía como la espuma, expandiéndose por todo su ser. No supo bien qué le estaba pasando, era como si de un momento a otro no soportara ni un segundo más, la presencia del señor Lovegood. En esos instantes lo odiaba con toda su alma.

Empezó a preocuparse mucho, no sabía si iba a poder controlarse, tenía miedo de hacer una locura. Veía cómo acariciaba el rostro de Luna, cómo la abrazaba de aquella típica forma paternal, y solo le apetecía lanzarle el peor de los cruccios y arrancarle a la chica de los brazos. Quería agarrarlo por el cuello y gritarle hasta que le dolieran los tímpanos, que él no era el padre de Luna, que no era suya. Quería gritar a todos los presentes que Luna era su hermana, que llevaba su misma sangre, hija primogénita de Lucius y Narcissa Malfoy. Quería llevársela de allí, y contarle toda la verdad. Todo lo que su madre, la verdadera madre de ambos, había ocultado durante tantos años.

Draco entendió que si no hacía algo pronto, para calmarse, lo echaría todo a perder.