Hola :)

La verdad es que debería estar estudiando ahora mismo en lugar de estar publicando, pero con tantas ideas en la cabeza no podía estar tranquila, así que elegí una de ellas y escribí esta pequeña historia basada en la canción "Jueves" de La Oreja de Van Gogh que es la que sonaba de fondo mientras escribía, así que se las recomiendo, porque la letra es preciosa.

Perdonad mi falta de imaginación para el título, pero no he querido detenerme mucho en eso, tan sólo necesitaba sacar afuera esto para calmar un poquito mi mente.

Espero que lo disfruten, y cualquier comentario será bienvenido.

Disclaimer: Los personajes de Principe del Tenis (Prince of Tennis) no me pertenecen, sino a Takeshi Konomi. No hago esto con ningún fin lucrativo.


El destino nos juntó un buen día de primavera, era de los primeros de la temporada.

¿Qué hacíamos allí?, no es relevante, basta decir que yo estaba visitando a unos familiares y él probablemente estaría entrenando como había hecho toda su vida.

Hace ocho años que no le veía, no personalmente, al menos. La televisión tiene eso de hacernos sentir que aquellos atrapados en ese pequeño aparato cuadrado están cerca de nosotros, tan cerca como pudiéramos desear, aunque estén más lejos de lo que jamás quisimos, a una distancia tan grande como grande es el mundo. Claro que lo había visto muchas veces a lo largo de esos años, siempre en algún campeonato o entrevista, pero él no me veía desde que era sólo una niña y si entonces no me habría reconocido aunque pasase por su lado, dudaba mucho que ahora fuera diferente. Así que el primer día que lo vi, sentado del otro lado del vagón con la misma gorra blanca que siempre usó en Seigaku, mi corazón se paró por un segundo o dos, tuve que llevarme la mano al pecho y hacer uso de todo mi autocontrol para recuperar la respiración. A pesar de que desde donde estaba sentada sólo distinguía su perfil estuve segura de que era él, no podía entender porqué, simplemente lo sabía, fue una de esas cosas que a veces suceden en la vida y no tienen explicación, por más que te esfuerces en buscar una.

Tenía el brazo apoyado junto a la ventana y descansaba su mentón en la mano despreocupadamente; parecía el mismo. Intenté relajarme en el asiento y mirar hacia otro lado, quizás olvidar que lo había visto, pero fue imposible, mi mirada regresaba una y otra vez hacia donde estaba sentado él, sin permiso alguno. Me mordí los labios y traté con todas mis fuerzas de no mirarlo, no quería que me descubriera viéndole de esa manera, pero Ryoma en ningún momento pareció notarlo y si acaso lo hizo yo nunca lo supe.

El metro se detuvo en alguna estación que no recuerdo y él se levantó extendiéndose en toda su altura, ¡cuánto había crecido!, recordaba que en la escuela Momoshiro-sempai solía molestarlo por su estatura, a pesar de que al famoso príncipe del tenis nunca le importó o al menos nunca lo demostró. Se aproximó a la puerta que estaba a mi izquierda y me miró, fue apenas un segundo, como quien da un vistazo a su alrededor para observar las mismas caras de siempre cuando sueles viajar en un mismo horario y te encuentras con las mismas personas; pero me miró, sus ojos repararon en mi presencia y no hubo nada en ellos, ni un ápice de reconocimiento y sin embargo, a mi me produjo todo, un estremecimiento que me recorrió por completo, de esos que te hacen pensar que te resfriarás, aunque yo sabía muy bien que no era así. Luego se bajó y no hubo nada más, el metro siguió su rumbo, los murmullos a mí alrededor seguían oyéndose por todo el vagón, pero para mí no hubo nada más. Esa fue la primera vez que me pregunté qué tan diferente es el encaprichamiento de una niña con el enamoramiento de una mujer, era una mujer ahora y a pesar del tiempo y la distancia seguía sintiéndome de la misma manera respecto a Ryoma, ¿podía una obsesión mantenerse intacta por tantos años?, ¿podía la ilusión de una niña convertirse en amor a pesar de que no había motivos para ello?, era absurdo, sin duda era absurdo afirmar que sí, sin embargo, mi cuerpo decía otra cosa.

Al día siguiente volví a tomar el metro en la misma estación y a la misma hora, no tenía nada que hacer, pero elegiría el mismo rumbo sólo para ver si tenía la fortuna de coincidir nuevamente con él. Llegué temprano a la estación, así que tuve que esperar algunos minutos, y mientras más tiempo pasaba más me reprochaba lo tonta que estaba siendo, era muy poco probable que volviera a verlo, sin embargo, algo me impedía moverme de ahí. Cuando fue hora de abordar me convencí de que sería la única vez que lo hiciera, que ya había pagado el pasaje y no tenía sentido marcharme a casa sin hacer aquello que me había tenido esperando en la fría estación del metro. Al aproximarme al tren mis ojos lo ubicaron inmediatamente al otro lado de las puertas, como si supieran exactamente el lugar al que debían mirar, mi corazón se encogió y los segundos que las puertas tardaron en abrirse se me hicieron eternos. El asiento que había ocupado el día anterior estaba vacío, así que me senté allí, sólo para sentirme parte de su rutina de algún modo. Él lucía exactamente igual al día anterior, la misma postura relajada, y esta vez me fijé en que llevaba puesta una chaqueta deportiva azul muy parecida a la que solía usar en Seigaku, ¿qué haría allí?, ¿hacia dónde se dirigiría?, sentía tantas ganas de acercarme, pero el temor a que no me reconociera era más grande, así que me limité a observarle hasta que tuvo que bajarse y yo seguí de largo.

Aunque me había prometido que no volvería hacerlo, lo hice otra vez y no sólo una, sino varias veces, día tras día, la misma estación, la misma distancia, la misma añoranza.

Cada vez que llegaba a casa luego de cumplir con la rutina que me había autoimpuesto, me prometía que al día siguiente le hablaría, me acercaría a él, sonreiría y le diría, ¿Echizen Ryoma, verdad?, seguramente él me confundiría con una de sus tantas fanáticas y si tenía suerte me firmaría un autógrafo, de lo contrario sólo me ignoraría, como seguramente había hecho con tantas chicas antes. Cuando me dedicaba a planificar meticulosamente esos encuentros cara a cara no importaba que no me reconociera con tal de estar un poco más cerca, pero pasaron semanas y las cosas siguieron igual; yo en el mismo asiento de siempre y él del otro lado del vagón mirando a través de la ventana, nunca me miraba, no importaba la ropa que usara o lo mucho que insistiera en mirarlo, siempre actuaba como si no hubiera nadie a su alrededor, así que no me sentía triste ni ofendida por eso, pues yo sólo era parte del resto del mundo, un resto del mundo que a Ryoma no le importaba, hay cosas que nunca cambian, ¿verdad?

Era un día jueves, se cumplía un mes desde que ambos tomábamos el mismo tren, aunque él lo ignorase. Yo me subí como de costumbre y me senté sin mirarlo, resignada a emprender un viaje igual a los demás, sin embargo, mis ojos se dirigieron cautelosamente hasta el asiento que él ocupaba, tan cautelosamente como si quisieran hacerlo sin que yo me enterase, pero aún seguía siendo consciente. Me sorprendió ver que no tenía puesta la gorra y su cabello estaba revuelto como si hubiera corrido para tomar el metro o algo por el estilo, pero eso no era posible, Ryoma siempre iba calmado, tranquilo, nunca corría ni se apresuraba por nada, ¿acaso iría tarde a algún lado?, después de todo yo desconocía su verdadero destino al bajar del tren.

Decidí que no le prestaría demasiada atención a ese detalle a pesar de que la duda seguía dando vueltas en mi cabeza. Estábamos apunto de llegar a la estación en la que él se bajaría, y otro día a su lado se habría ido. El metro dio un frenazo que por poco hace que me golpee la cabeza, estábamos en mitad del túnel y las luces no tardaron en apagarse, ninguna voz se escuchaba por el altavoz y a medida que pasaban los segundos, fui sintiéndome más y más asustada, como si algo terrible estuviese apunto de suceder, ¿qué tal si no había un mañana para hacer aquello que tanto deseaba hacer?, ¿por qué tenía que seguir esperando?; me levanté con cuidado y las piernas me temblaron, anticipándose a lo que haría, crucé el vagón y me detuve a su lado.

— Ryoma…— dije con voz trémula.

Él se giró lentamente hacia mí y me miró, su rostro se mantuvo imperturbable y por un segundo creí que no diría nada, su mirada incluso parecía vacía como si estuviera viendo una pared en lugar de a una persona, pero me equivoqué.

— Ryuzaki — dijo al cabo de un tiempo, no sé si fueron segundos o minutos, pero en el momento que esa simple palabra llegó a mis oídos, hubo un estallido de júbilo en mi interior.

Dos lágrimas descendieron por mis mejillas y solté una risa ahogada, llevándome enseguida una mano a los labios para intentar ocultarla. No podía creer que me hubiese reconocido, ¿acaso lo habría hecho ese día que me miró?, ¿el único día que nuestras miradas se cruzaron?

El metro seguía detenido en mitad del túnel y el conductor estaba diciendo algo por el altavoz, pero no lo escuché, todo había perdido sentido para mí, excepto él.

Ryoma se levantó sin dejar de mirarme y yo me aproximé dos pasos, levantando mis manos para tocar su rostro, tal vez para asegurarme de que era real y no un sueño como durante tantos años lo había sido. Él cerró sus ojos y yo me puse en puntas de pie para encontrar mis labios con los suyos en el mismo momento que el metro retomaba la marcha.


Notas finales:

Gracias por leer :)

Si os apetece siempre pueden dejarme un comentario, pero si no igualmente agradezco que hayáis pasado por aquí, aunque no os conozca.

Si conocíais la canción de antes o la han escuchado ahora, sabrán que es triste y tiene un final trágico porque es en honor al atentado del 11 de Marzo en Madrid, sin embargo, no he querido seguir al pie de la letra la canción y preferí dejar un final abierto y más ¿esperanzador, tal vez?, no sé si lo habré conseguido, pero creo que ya es tiempo de despedirme y volver al estudio.

¡Hasta pronto!