Rebuscando entre viejos archivos he encontrado fragmentos de un fic que escribí hace un par de años, pero que nunca publiqué en ningún lado. Estoy de exámenes y hasta las narices de ver el sol en la calle y no poder salir, así que entre tema y tema lo estoy arreglando, corrigiendo y completando.

En principio no sabría muy bien ubicar ésta historia, pero supongo que tras Punk Hazard, aunque no creo que Trafalgar Law aparezca en este fic… (Sorry, InWonderAli). Tomaoslo como un "what if...", como si no fuesen a ir a Dressrosa.

Tenía este fic esbozado desde hace tiempo, así que disculpadme si en alguna parte llamo teniente a Tashigi o capitán a Smoker; son Vicealmirante y Capitana ahora, espero no haceros un lío…

DISCLAIMER: Ni me llamo Eiichiro ni me apellido Oda. Soy Drake Rhapsody y lo único que me pertenece en este fic es el argumento.

No prometo nada sobre la frecuencia de subida.

MY OWN JUSTICE

Capítulo 1: ¡Pelea conmigo!

Os pongo en situación: Nami ha sido capturada por la Marina y, obviamente, Luffy y su banda no iban a abandonarla sin más. Zoro y Sanji son los encargados de traerla de vuelta…

Zoro espió por encima del muro.

–Escucha, cocinero –susurró –. Hay ciento y pico marines con espadas, otros cien con armas de fuego y unos diez o doce artilleros. Si no queremos montar un follón aquí, tenemos que llegar al otro lado sin hacer ruido…

En ese momento, Nami apareció entre los soldados que custodiaban la puerta. Estaba encadenada, pero parecía que estaba bien. Sanji se levantó de un brinco y agitó los brazos.

–¿¡Pero qué haces!? –Zoro intentó volver a bajarle tirando de su chaqueta –¡Que nos van a ver, idiota!

Demasiado tarde.

–¡NAAAAMI-SWAAAAANNNN!

Todas las armas disponibles en la plaza apuntaron hacia ellos. Un cañón destrozó completamente el murete tras el cual se escondían. Las balas volaron en su dirección.

–¡La madre que te…! –Zoro frenó varios proyectiles con sus espadas –. ¡Voy a matarte, cocinero de mierda!

Sanji ya no le oía. Había echado a correr hacia Nami. El espadachín maldijo una vez más y salió tras él.

Nami oyó el grito de Sanji y vio a los dos jóvenes correr hacia ella. Maldición, ya iba siendo hora… Casi sin pensar se apartó un poco del marine que llevaba la cadena y dejó un buen trozo de la misma algo tenso; desde que Zoro había aprendido a cortar el acero podía romper esa clase de cosas sin dañar al prisionero, pero a ella le seguía dando un poco de miedo que las katanas del espadachín pasasen tan cerca de ella.

Zoro apartó a Sanji de un empujón y envainó las espadas.

¡Itoryuu iai! –desenfundó la Wadou Ichimonji a una velocidad de vértigo y casi al instante estaba al otro lado de Nami, con el arma enfundada de nuevo –¡Shishi sonson!

Las cadenas tintinearon al caer al suelo, rotas. Nami apenas tuvo tiempo de frotarse las muñecas para desentumecerlas, porque Sanji llegó hasta ella y, alzándola en volandas, la alejó de la pelea.

Zoro se vio de pronto rodeado de marines. Desenfundó sus katanas y las hizo girar a una velocidad de vértigo.

¡Tatsumaki!

Varios marines salieron por los aires, atrapados por el tornado, pero otros tantos ocuparon su lugar. Resopló, algo preocupado. ¿Podría contra todos?

Alguien se abrió paso hasta él de una soberbia patada que apartó de su camino a varios soldados. Frunció el ceño.

–¿Me echabas de menos, marimo?

–No te necesito, cocinero –espetó.

Sanji sonrió y encendió un cigarrillo.

Espalda contra espalda, ambos iniciaron el contraataque.

Un poco más allá, junto al río, la recién rescatada Nami se subía al MiniMerry junto a Franky. El ingeniero echó un vistazo a la pelea y arrancó.

–¿No les esperamos? –Preguntó la joven, preocupada.

–Voy a adelantarme un poco en el río –explicó el cyborg –. Así les será más fácil llegar hasta nosotros. Además, tenemos el Sunny anclado en el otro lado de la isla.

Nami asintió y observó a los dos jóvenes en acción. No pudo dejar de sorprenderse de su fuerza y del buen equipo que hacían.

–Es increíble lo bien que pueden llegar a trabaja juntos cuando no se están peleando… –dijo Franky, como si le hubiese leído el pensamiento.

El cyborg tenía razón. Los movimientos de Sanji y Zoro parecían perfectamente coordinados, pese a que ninguno de los dos prestaba atención a los ataques de su aliado: simplemente intentaban no interrumpirse mutuamente, siempre confiando en que el otro haría su parte dándolo todo.

–Tashigi –llamó Smoker –. Los soldados de la entrada de la ciudad tienen problemas.

La joven se presentó ante su superior con la espada preparada.

–¿Vamos a ir a ayudarles?

Smoker lanzó una gran humareda hacia el techo de la habitación.

–No. Yo iré a ver qué ocurre –decidió –. Reúne a unos cuantos soldados y ve al puerto. No dejéis que escape nadie. Tú –señaló a un subordinado junto a la puerta –. Llama por el den-den mushi a todos los barcos de los alrededores y diles que patrullen la costa. Que no salga ni un solo barco de la zona. Si ven a una sola persona sin identificar que disparen.

Zoro se quitó de encima a un grupo de soldados de un solo mandoble. A sus espaldas, Sanji abrió camino de una patada.

–¡Vamos hacia el sur! –le gritó al espadachín –. ¡El Sunny está en la caleta del sur!

Echaron a correr.

Sanji llegó a la caleta donde estaba atracado el Sunny a la carrera y echó algo en falta. No tuvo que volverse para adivinar que Zoro ya no le seguía.

–¡Joder! –exclamó, y trató de volver sobre sus pasos para buscarle.

Un brazo se estiró hacia él desde el barco y lo atrajo hasta la cubierta con tanta fuerza que se golpeó de espaldas contra el palo mayor. Se le cortó la respiración.

–¿Y Zoro? –le preguntó Luffy, inclinándose sobre él.

La mano de Sanji le agarró por el cuello de la camisa. El cocinero escupió la colilla de su cigarro al suelo.

–No vuelvas a hacer eso –amenazó, intentando recuperar el resuello –, o te juro que te cambio la cara de una patada.

Lejos de asustarse o sentirse intimidado, Luffy se rió despreocupadamente. Algo cabreado, el cocinero soltó a su capitán y se levantó.

–Ese marimo idiota se ha vuelto a perder… –bufó.

–Mierda…

Miró a su alrededor. Había llegado a un puerto, pero no parecía la cala en la que habían desembarcado. Además, estaba solo.

Tras él aparecieron unos veinte marines. Derrotarlos fue un juego de niños.

Bien, tendría que volver sobre sus pasos antes de que los barcos se dieran cuenta de que estaba allí y comenzasen a disparar…

–¡No des un solo paso más, Roronoa!

Una joven le cortaba el paso, apuntándole con una espada desenvainada.

–¿Otra vez tú? –se quejó envainando a Wadou Ichimonji –. Ya te derroté una vez, no me hagas volver a hacerlo.

Tashigi enrojeció de furia y avanzó un paso.

–Ésta vez será diferente –espetó.

–Si tanto deseas vencerme… ¿por qué me dejaste escapar en Arabasta? ¿Y en Punk Hazard? –contraatacó él –. ¿Por qué tú y Smoker…? No, déjalo. No tengo ningún interés en saberlo.

–Aquella vez fue distinto –Tashigi aflojó la mano con la que empuñaba a Shigure –. Aquella vez en Alubarna, incluso en Punk Hazard… estabais de nuestra parte. No puedes herir a tus aliados.

Zoro sonrió, sarcástico. Tashigi volvió a apuntarle con la espada.

–¡Pero no esta vez! –estaba enfadada –. Esta vez no voy a dejarte escapar. Voy a quitarte esa katana y a entregarte al Gobierno Central.

–Será una gran recompensa… creo que piden 160.000 por mi cabeza –desenvainó a Wadou Ichimonji –. Pero aún tienes que vencerme.

La joven se puso en guardia. ¿La estaba subestimando?

Las katanas chocaron.

A lo lejos se oyó un trueno. Nubes de tormenta se acumulaban sobre el pueblo.

Las espadas volvieron a chocar.

Una y otra vez, sin que ninguno de los dos combatientes lograse hacer retroceder al otro.

Los golpes de Tashigi eran rápidos, certeros y fuertes, demostrando un largo y arduo entrenamiento.

Pero la katana de Zoro había enfrentado muchos peligros y cortado todo tipo de materiales. Los ojos del espadachín habían visto muchas cosas, y desde luego sus brazos no iban a temblar ante otra espada, por muy bueno que fuese su oponente.

Y Tashigi era muy diestra, pero la diferencia entre ella y Zoro era abismal. Se notaba que el joven estaba esquivando todos los golpes, casi con aburrimiento, lo que la enfureció.

–¡Maldita sea, pelea en serio! –le gritó.

Él sonrió, irritantemente tranquilo, y empezó a atacarla como si estuviese molestando a un niño pequeño.

Tashigi luchó por llegar a dañar algún punto del cuerpo de su adversario, pero él desviaba todos los ataques casi perezosamente.

–Maldita sea… –masculló.

Subió el ritmo, fue más rápido y golpeó más fuerte. Hubo un momento en que su acero rozó la mejilla del pirata, haciéndole un pequeño corte superficial. Zoro empezó a pelear en serio, aunque sin desenvainar sus otras espadas.

–¡Capitán, hay individuos no autorizados en el muelle!

El capitán miró hacia donde le señalaba su subordinado con los ojos entrecerrados. Sacó de su bolsillo un catalejo y lo desplegó. Casi se le cayó de las manos.

–¡Válgame el cielo, pero si es Roronoa Zoro! –exclamó –. ¡Den la orden a los demás barcos de disparar al puerto!

–Pero mi capitán…

–¡Son órdenes del Vicealmirante Smoker! ¡Disparad a ese pirata!

De pronto, Zoro se lanzó hacia ella. Tashigi, por reflejo, levantó la espada, que fue a clavarse en el hombro izquierdo del pirata, atravesándolo. Aguantando un grito de dolor, pasó los brazos a ambos lados de la joven y, mientras la sujetaba con uno, blandió a Shisui con el otro.

Después giró sobre sí mismo, tan rápido que Tashigi perdió el equilibrio y cayó sentada al suelo, arrancando sin querer el acero de la carne del joven. Asustada, se cubrió la cabeza con el brazo.

Una explosión.

Abrió un ojo.

Una bala de cañón cortada por la mitad yacía detrás de Zoro, que se alzaba de pie frente ella. Sangraba muchísimo, pero no parecía darse cuenta.

El pirata la miró un momento y luego se dio la vuelta, cortando otra bala que se dirigía hacia ellos. Tashigi pudo ver entonces la quemadura de la explosión en su espalda, por debajo de los jirones del abrigo.

Y la Marina les bombardeaba desde el mar, demasiado lejos como para darse cuenta de que ella estaba allí…

–Tashigi, levántate y corre –oyó que le decía el joven, sin mirarla –. Si salgo de ésta continuaremos nuestra pelea, tienes mi palabra. Ahora vete de aquí.

–Pero…

–¡Largo!

Se puso la espada blanca en la boca. Otra bala cayó partida a sus pies. Y otra. Y otra. Tashigi se arrastró hacia una esquina y se puso de pie, oculta tras la piedra.

"Tengo que salir de aquí" pensó, y echó a correr calle abajo, sin mirar atrás.

Tras ella, Zoro suspiró imperceptiblemente. Se quitó el pañuelo del brazo y se lo anudó alrededor de la cabeza con una fiera sonrisa. Si iba a morir allí, al menos daría de qué hablar.

Se lanzó como un relámpago hacia los barcos.