(…)

Belerofonte


Cuando Okuni despertó de su trance, lo hizo empapada en lágrimas. Las ancianas trataron de asistirla, la llevaron a su cuarto y la acostaron, pero la niña sabía que no tenía tiempo que perder. Parecía haber invocado con la mente aquella predicción para esa noche en particular.

Hattori estaba allí, con la espalda apoyada contra el marco, escuchándole con calma. Fue asimilando lo que le contaba con una aparente, solo aparente, indiferencia. Se dio cuenta de que Okuni nunca había estado tan asustada con una de sus predicciones como hasta entonces.

—Por favor —le suplicó temblando—, llévame antes de que las ancianas se den cuenta.

—¿Quieres que te infiltre en el castillo? —Alzó una ceja, gesto que pasó inadvertido por su copioso flequillo—¿Estás loca o qué?

—Necesito hablar con él. ¡Es importante!

Zenzô suspiró, no tenía demasiadas opciones, porque creía lo suficiente en las predicciones de Okuni como para compartir con ella su horror. La cargó, incluso sabiendo que entrar al castillo no sería nada fácil. Si estuviera solo, sería pan comido burlar a los guardias.

Con algunos contratiempos llevó a cabo esa pequeña misión. Gintoki levantó la cabeza para mirarlo con una indiferente sorpresa. Se metió un dedo en la oreja y frunció el ceño. ¿Qué hacía el ninja tocapelotas ahí? Dudaba que hubiera burlado la vigilancia para liberarlo o para hacerle una simple visita.

Se puso de pie cuando vio la diminuta figura acercándose a los barrotes. Gintoki la reconoció enseguida y caminó hasta ella no sin recelo. Confundido, se rascó la cabeza, sin saber cómo tomar su presencia.

—Sabes, ¿no? —sonrió— que estoy aquí por una de tus predicciones.

—Sí —asintió ella sin remordimientos—, es por eso que vine.

Intentó explicarle, sabiendo que no tenía mucho tiempo ni tampoco la edad suficiente para entender algunos asuntos tan intrincados, pero sí pudo revelarle que la razón de la destrucción radicaría en su dolor.

Logró hacerle figurar lo que ese futuro acarrearía. Uno que en apariencias era prometedor, pero que escondía la desgracia. Le habló de Shinpachi, de la Yorozuya, de todo lo que perdería, del dolor que sentiría, y de cómo sucumbiría ante él.

—No aceptes —fue la postrera advertencia de Okuni—, no aceptes el trato del Shogun. Si lo haces, será el fin de Edo, no solo de todo aquello que quieres proteger. ¿Lo entiendes?

—Sí, lo entiendo —asintió, comprendiendo demasiado bien.

—Vamos —ordenó Hattori tomándola de la cintura.

Había demasiado revuelo afuera y no tardarían en encontrarlos, pero ella se soltó del agarre del ninja para dedicarle unas últimas palabras al samurái, quien todavía la miraba con algo que parecía ser asombro o descreimiento.

—¿Sabes? Durante mucho tiempo me pregunté el sentido de tener este don… cuando te conocí me di cuenta de que algo o alguien me lo dio por algún motivo —le sonrió—, para poder advertir y evitar males con mis predicciones.

Gintoki le correspondió la sonrisa mientras la veía tomar altura con Zenzô, atravesando la pared. Le resultaba tan irreal la posibilidad de que el Shogun se apareciera allí, frente a él para ofrecerle un trato, que no lo vio verosímil hasta que sucedió. Tal como Okuni lo había predicho.

Fue difícil tomar la decisión, sobre todo porque la decepción de Shinpachi no le ayudó a hacerlo más llevadero, mucho menos los insultos de Tae y su serio consejo de que si seguía así sería un miserable toda su vida. No lo entendían, y si se ponía a verlo en retrospectiva, ni siquiera él mismo lograba hacerlo.

Rechazar un trato con el Shogun podía ser tildados, por muchos, de insensato, absurdo e ilógico, pero Gintoki Sakata era así y a nadie debería sorprenderle. A riesgo de que lo decapitaran, se negó, pero le aseguró a Shigeshige que siempre estaría ahí, no para él puntualmente, sino para resguardar Edo. Después de todo era la ciudad en la que vivía muchísima gente que él quería proteger.

De cierta forma, el Shogun siempre tuvo la certeza de que ese hombre era de confiar, y aunque le sorprendió la declinación, trató de entender la clase de espíritu libre que tenía el samurái. Y cuando lo hizo, no pudo sentirse más encantado por aquella figura que representaba una leyenda.

Contaba con Shiroyasha para los días turbulentos por venir, pero no desde el lugar que él pretendía. Estaba bien, no podía mantener encerrado a un hermoso pájaro que merecía ser libre; sería como matarlo en vida el tenerlo tras las rejas de su enorme recinto.

Cuando salió del castillo, creyendo que no lo haría con vida o que, en el peor de los casos, la presión lo llevara a aceptar el trato, decidió que necesitaba litros y litros de alcohol recorriéndole el cuerpo para abstraerse de la realidad. Había declinado una oferta jugosa del Shogun, solo por instinto.

Estaba confundido, incapaz de poder ver si había hecho lo correcto, aunque lo sintiera así en el fondo de su corazón. Al final sus pies no lo llevaron hasta el bar más cercano, cuando quiso darse cuenta estaba insistiéndole a una de las ancianas para poder ver a Okuni.

—Le digo, señora… soy un samurái pobre. ¿Cree que si tendría dinero estaría aquí? No, estaría en Yoshiwara o en algún bar.

—Si no tiene cita con Okuni… —la señora agitó la mano, pero la niña la interrumpió, apareciendo por atrás.

—Está bien —le dijo a la anciana—, lo estaba esperando.

—Pero señorita —intentó quejarse.

—Es importante, abuela —la niña la miró con seriedad—, solo hablaremos unos minutos.

La anciana se mostró contrariada con Okuni, quien en ese último tiempo se mostraba muy rebelde. Si no solían ceder a algunos de sus caprichos, después ella alegaba sentirse demasiado mal para hacer las predicciones. Aprendieron así a tenerla satisfecha en su cautiverio, en pos del dinero que les hacía ganar.

Asintió y abrió más la puerta dejándole pasar. Okuni lo miró de manera extraña, como si hubiera algo que no pudiera predecir, tal vez eran las siguientes palabras del samurái cuando apenas se quedaron solos, sentados en el genkan del frente. Era clara la intención de las ancianas de no hacerle sentir cómodo para que se largara cuanto antes.

—Gracias —Gintoki la miró de reojo, relajándose.

—No tienes por qué agradecerme.

Era evidente que él no lo veía así. Después de todo, que siguiera teniendo la cabeza en su lugar se debía a la oportuna y ladina intervención de Okuni. Ella había argumentado no estar segura que se tratara de Gintoki, ¿cuántos samurái de pelo plateado podía haber en el mundo? ¿Y en el universo? Dicen que siempre hay un "gemelo" de uno dando vueltas por el planeta. Por eso, tenían menos razones para encarcelarlo por un crimen que no solo no había cometido, sino que tampoco pensaba cometer. No podían, sin tener la certeza de que era él, y Okuni no lo había confirmado.

—¿Estás segura? —preguntó con tacto— De lo que hiciste.

—Aunque sé muy bien que en mi predicción eras tú —habló bajito para que las ancianas no escucharan—, tengo la certeza de que no se cumplirá. Al menos no de esa manera.

—O sea, que hay posibilidades —No terminó de hablar porque Okuni negó con efusión.

—Soy pequeña para entender algunas cosas de los adultos, pero sí comprendo que a veces, cuando se quiere mucho, también se puede lastimar mucho —juntó las piernas, para descansar la barbilla entre las rodillas—. No sé si matarás o no al Shogun por cualquier otro motivo —alzó los hombros—, pero sí sé que no estarás tan triste por no poder proteger a la gente que para ti es importante —lo miró, no sonreía pero su rostro irradiaba paz—, especialmente él.

—¿Shinpachi? —Arqueó las cejas, tratando de reprimir una sonrisa ladina— ¿Podrías contarme mejor toda la predicción? O al menos lo que te acuerdas.

Okuni asintió y con calma empezó a narrarle cada pormenor que recordaba como relevante. Gintoki la escuchó con calma por alrededor de una hora, cuidando no interrumpirla. Todo le parecía tan irreal pero al mismo tan posible en su universo personal, que sentía como la piel se le erizaba.

Okuni hacía referencias al amor y al sexo desde su lugar de niña, pero él, siendo un adulto, lograba ver el trasfondo de las circunstancias de lo relatado por ella con simpleza y, a veces, con desconcierto. Porque Okuni recordaba bien partes de su predicción, aunque no supiera qué significado tenían o la trascendencia de estas. No daba nombres concretos, pero Gintoki había podido identificar en la predicción a Takasugi, así como a Oboro y a Kamui, entre tantos otros.

Cuando terminó de hablar, ambos guardaron silencio por unos cuantos minutos.

—Ahora —murmuró Gintoki sintiéndose en paz consigo mismo—, me doy cuenta de que tomé una buena decisión.

Ella asintió.

—Es hora de que te vayas —dijo y de inmediato una de las ancianas apareció con el fin de echarlo; ya era muy tarde y la niña debía asearse y cenar, para acostarse temprano.

Gintoki se fue, yendo al destino pensado de antemano, pero en el bar no se emborrachó, al menos no tanto como para despertarse al otro día con resaca. En la Yorozuya se respiraba un aire tranquilo, monótono y reconfortante.

Kagura preparaba el almuerzo, mientras Shinpachi iba de un cuarto al otro juntando la ropa sucia para poner en la lavadora, Gintoki, como no era de extrañarse, permanecía echado en el sillón con la Jump sobre la cara. Notó la presencia del chico, pero no se molestó en responderle cuando se quejó de su pereza, ni tampoco cuando le avisó que debería zurcir otro de sus pantalones, o que la yukata ya estaba vieja y que debería cambiarla y que se buscara empleo, porque era un muerto de hambre.

De manera sutil todavía le reclamaba la decisión tomada el día anterior. Admiraba a Gin y por eso intentaba entenderlo. Se decía, a modo de consuelo que el hombre debía tener sus motivos valederos. Cuando se lo preguntó, este solo le había respondido: "Soy un hombre libre, Patsuan, me gusta mi vida… miserable y todo, me gusta como es". Aunque se quejara de que Sadaharu comiera por veinte perros normales, de que nada durase en la despensa más de un día con el apetito voraz Kagura y de que Shinpachi le exigiese el sueldo cada mes, le agradaba la idea de mantener esos lazos por encima de cualquier tipo de beneficio.

—Ey, Patsuan —lo llamó con desgana, sin revelar su cara. Shinpachi lo miró, esperando a que continuara, pero el hombre guardó un reflexivo silencio antes de seguir.

—¿Qué? —cuestionó, estirando la ropa para apoyarla en el respaldo del sillón. Era tanto lo que había por lavar que la soga no daba abasto— ¿Qué, Gin-san? —exigió de nuevo, creyendo que en ese silencio se escondía algún motivo trascendental. Y no estaba tan errado, porque jamás hubiera imaginado tamaña pregunta por parte del hombre.

—¿Cómo te ves siendo mi wakashu? —La sonrisa quedó oculta tras la JUMP. El chico tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo apretó un puño, agitándolo.

—¡¿Pero qué te pasa, imbécil?! ¡¿Te caíste del sillón y te golpeaste la cabeza?! —gritó, al mismo tiempo que la JUMP caía en un lento recorrido hasta el suelo, revelando la sonrisa del adulto.

No era bribona, no era de sorna: era muy particular, parecía encerrar frases y palabras que en ese momento Gin no podía soltar, no sin aterrar al chico que lo miraba, debatiéndose entre la vergüenza y la ira.

Shinpachi, nervioso, se dio la vuelta para seguir lavando. Gintoki dejó la conversación ahí. El chico no le había respondido por sí o por no. Cuando se puso de pie, Shinpachi estaba tras suyo y fue a su espalda a quien le soltó la respuesta.

—¿Me lo preguntas en serio?

Gintoki dio la vuelta con lentitud. El muchacho le había hablado bajito, como si temiera que Kagura pudiera escucharlo desde la cocina, incluso cantando a los gritos la canción más famosa de Kato-ken.

El samurái suspiró.

—No sirvo para nenja —se rascó la nuca, contrariado. Una risilla de resignación consigo mismo se le escapó.

—No digas eso —se quejó el chico bajando la vista al suelo—, no juegues con eso, Gin-san.

El samurái levantó una ceja, no había sabido como tomar aquella petición, hecha con algo que parecía ser dolor o desilusión.

—Digo, no soy un samurái… respetable. Ni siquiera tengo amo.

—Yo elegí seguirte, con todo lo que eso implica —lo miró, con una seriedad que borró la sonrisa de su cara—, por eso no vuelvas a insinuar algo semejante.

Quiso pasar a su lado para ir en busca de la cesta, pero Gintoki lo tomó de un brazo, entendiendo de golpe lo que quería decirle.

—Ey, Patsuan…

—No bromees… —el chico pareció firme, pero al levantar la vista y verse tan cerca del samurái, esa seguridad se esfumó.

—¿Qué quieres decirme con…? —Quiso ser delicado, para no apabullar al chico, pero este no le dejó terminar de hablar.

—Desde hace mucho que espero algo así como para que tú te lo tomes a la ligera —Ahora sí lo miró, pero con dureza—, quizás para ti no sea relevante, pero para mí sí. Yo elegí seguirte —aseguró—, tomando en cuenta absolutamente todos los riesgos.

—Entonces, eso quiere decir que… —fue sonriendo con lentitud—, Shinpachi quiere ser mí…

—Eso quiere decir que eres un gran estúpido, y que si quieres que sea tu wakashu, al menos te esfuerces un poco más —tomó la cesta y se la puso en los brazos, Gintoki no tuvo más opciones que atajarla—, empieza demostrándome que eres digno lavando tus calzones.

Gintoki empezó a reír con ganas, porque no esperaba tener el coraje de preguntarle algo así, aun incluso sospechando las emociones de Shinpachi; suponía que en verdad quería creer que no, que no le daría esa clase de respuesta, pero iba a comprobar, de la manera menos pensada, que Shinpachi se lo tomaba muy en serio.

—Ey, esto es la Yorozuya, no es ningún shonen de samurái de la JUMP—aseguró con seriedad —, así que deja de lado eso del nenja y del wakashu, ¡antiguo! —lo insultó, sonrisa mediante. Sosteniendo la cesta se las ingenió para levantar un dedo— Eres un joven de la Edo actual, así que después de que lave mis calzoncillos, iremos a pasear. Porque así empiezan las relaciones normales.

—Contigo nadie podría tener una relación normal.

—… con caminatas en la playa, puestas de sol y demás cursilerías —continuó, ajeno a la ofensa.

—Lo que tú digas —ironizó—. Ve a lavar, imbécil —señaló el lavadero, por donde Gintoki se fue, riéndose de la extraña situación que él mismo había originado sin pretenderlo en verdad. Shinpachi se quedó allí, entre alelado y esperanzado.

Pasaría el tiempo hasta que Gintoki encontrara el momento propicio para contarle sobre la predicción de Okuni, pero en ese momento él también podría ver que la clase de vida que llevaba Gin era mucho más digna de lo que a simple vista parecía.

Lo sabía desde antes, por algo había decidido seguirlo. Eso, nada más, había sido la confirmación de que no se había equivocado.

Como wakashu o como un simple compañero, quería recorrer el mismo camino de Gin, junto a él… en esta vida y en la siguiente.


Fin


¡JAJAJA! Sí, soy un gran troll. A decir verdad di pistas sobre el final desde el comienzo. Hasta en los nombres de los capítulos :P Así que alguien muy observador puede darse cuenta de ello mientras va leyendo. Confieso que me tentaba la idea de hacerlo trágico, pero cuando me senté a escribirlo lo hice pensando en que todo fuera un trance de Okuni. En fin, fue agradable hacer este longfic, aunque mi inspiración decayó por momentos.

Agradezco cada comentario y el que me hayan acompañado, dándome ánimos :3 ¡Y que Neko me hubiera aguantado beteando hasta el final!

¡Besos! Y hasta otra ocasión.