Los personajes son de Stephenie Meyer. La locura esta, es mía.

Mi villano favorito.


I

«Se puede soñar con una cosa aún más terrible que un infierno donde se padezca, y es un infierno donde el condenado se aburriera».

Alice cerró su ejemplar de Los Miserables al terminar de leer aquella frase. Victor Hugo le estaba aburriendo a ella, así que ya se sentía en el infierno mismo. Sí, tenía que entregar ese maldito ensayo en cinco días, pero sentía una pesadez enorme en el cerebro después de la dosis intensiva de cuatro horas, así que decidió descansar.

No recordaba por qué había decidido tomar esa clase complementaria cuando todos le habían dicho lo difícil que sería aprobarla. Bueno, la verdad sí lo recordaba: el profesor de literatura era un guapo. Más que eso, era la perfección hecha ser humano; pero era una perfección bastante exigente, así que si no se esforzaba iba a terminar aplazando la materia.

Lo peor es que el señor soy demasiado sexy para ser verdad la odiaba. No, no era una invención estúpida de ella para creer que le prestaba más atención de la debida, en serio la odiaba. Y se lo hacía ver en cada momento. Desde las expresiones de desdén al tener que pasar su nombre en la asistencia del grupo, hasta la forma en la que la ignoraba cuando levantaba la mano.

Pero Alice era demasiado insistente en su empecinamiento, así que si no podía llegar a simpatizar con él, por lo menos no le daría el gusto de dejarle reprobarla. Es más, se había puesto como meta obtener un sobresaliente en esa materia; aunque se comenzaba a dar cuenta de que en vano entregaba aquellos trabajos de impecable calidad. Muy pocas veces la subjetiva evaluación del señor Withlock le concedía el puntaje suficiente para pasar.

Su escritura no era mala, muchos le habían dicho que tenía un excepcional talento para ello; pero nada más entrar al aula, olvidaba cualquier ambición de un futuro prometedor en el medio. Frustrada por no sacarse de la cabeza su inminente derrota, encendió su laptop y abrió el archivo de «mi villano favorito». Siempre resultaba útil en esos momentos.

«Abril, 20.

Victor Hugo no se me hace nada apetecible, pero menos apetecible es dejar triunfar al profesor Whitclok en su incansable tarea de reprobarme. Creo que es más detestable que los Thénardier y Javert juntos. Por lo menos ellos forman parte de un universo donde los seres detestables son necesarios para que salga a la luz el excelso brillo de bondad de los protagonistas.

Lamentablemente esto es la realidad. Yo no soy Cosette y no esperaré a que por causas desavenidas llegue mi momento de buena suerte. No hay Jean Valjean que me rescate. Esta batalla es entre mi malévolo y sexy profesor y yo».

Puso punto y final y cerró el documento. Se había tomado la tarea de comparar cada historia que leía con su propia realidad. Jasper Withlock había pasado sin distinción de ser Agamenón en la antigua Grecia a un infante de Carrión o hasta Arcadio Ivanovich en un Crimen y Castigo bastante distorsionado. De todas las maneras, él siempre terminaba siendo el malo y ella encontraba una ágil manera de identificarse con la víctima de turno.

Mi villano favorito. Una producción de Pixar que le había agradado y una más que perfecta descripción de lo que era aquel hombre, pues toda la repulsión que sentía hacia su manera de hacerle la vida imposible no le era suficiente para que dejase de atraerle; todavía protagonizaba muchas fantasías indebidas de sus horas de insomnio.

Alice durmió esa noche intranquila. Cuando él aparecía en sus sueños amanecía más acalorada de lo normal, además de algo decepcionada. Jasper Whitlock no era un vejestorio, quizá le llevara siete u ocho años; cosa de nada. Y no estaba casado; a los treinta y pico seguía soltero. Seguro era uno de esos hombres que repelían el matrimonio como al mismo demonio; pero el mismo demonio era él, así que no entendía cuál era el punto que buscaba con tales pensamientos.

Los días pasaron rápido con sus sesiones de cinco a seis horas de lectura y estudio de la obra del autor francés. La mayoría vería el musical que acababa de estrenarse o buscaría un resumen para el ensayo. Alice no haría eso, pues además de sentirse hundida en un foso de mediocridad, obtendría un menos cinco de calificación, si es que aquello se podía.

―Señorita Brandon, si no está interesada en la clase, le ruego se retire.

La voz exigente que se dirigía a ella la sacó de su ensimismamiento. Se había quedado mirando al vacío en un instante de abstracción.

―Estoy muy interesada, profesor Whitlock.

―Debe ser por ello que sus notas son tan favorables. Haga lo que quiera, igual se hace poco probable que apruebe. ―y siguió con la explicación después del comentario sarcástico.

Ese era el colmo de la desvergüenza: afirmaba frente a todos que le haría repetir porque no le agradaba su existencia. Se escucharon las risas en el salón; les parecía muy cómico el ensañamiento que tenían esos dos. Alice enrojeció de rabia, y respiró profundo, nada iba a hacer dándole más razones para odiarla. Debía controlarse, así que siguió escribiendo y contando los minutos para terminar la clase del martes.

Sonó la campana. Prácticamente corrió fuera del salón y se encontró a Rosalie en el pasillo yendo en dirección opuesta a la suya.

―¿Qué tal te ha ido? ―preguntó más por cortesía que por curiosidad; era casi una costumbre oír a su amiga despotricar después de esa clase.

―Es lo mismo. ―se limitó a decir Alice encogiéndose de hombros y caminando a su lado―. Siempre encuentra una manera de arruinarme el día.

―Tal vez está enamorado de ti. ―ante los ojos desorbitados que puso su acompañante, añadió―: Deja de poner esa cara, que es muy posible.

―Ya te has vuelto loca.

―¿Te imaginas? Malo no te sería, con lo guapo que es. ―sonrió Rosalie―. Además, nada mejor que un buen polvo para quitarte esa cara de amargada que llevas desde hace una semana.

―No digas estupideces, que aunque sea el hombre más sexy del mundo, es un pedante y le odio.

―Cuando mientes, te ves de lo más graciosa. ―ironizó y dándose cuenta de que ese era un interminable tema de discusión, suspiró―. Bueno, vamos por un helado. A falta de sexo, eso también sirve para mejorar el humor.

Era miércoles en la noche. Leer un libro de no-sé-cuántas mil páginas en una semana era una hazaña digna de admiración. Y luego, redactar un ensayo de dos mil palabras, fue lo que terminó de agotar todos los ánimos de Alice. Tenía una pesadez que le advertía que más temprano que tarde terminaría desmoronándose del sueño.

Escribió la letra "M" en el buscador de archivos, vio, o más bien intuyó, el título y le dio al botón de imprimir. Ya había releído infinitas veces su escrito, estaba más que bien, al nivel de un diez en cualquier otra universidad que no fuese la suya. Colocó en un sobre de manila las hojas, lo selló y firmó su nombre con letra temblorosa por el cansancio.

Luego durmió con la satisfacción del trabajo bien terminado, tal como le gustaba a ella. Esta vez creyó que el profesor Whitlock no tendría otra opción que admitir la calidad que se esforzaba tanto por presentar. Tenía el presentimiento de que así sería.

Le iba a ganar una.

Ahora Alejandro Dumas ocupaba sus noches, una semana después de la engorrosa entrega del ensayo. Ese día el profesor devolvía corregidos los trabajos. No la llamó a ella. Ni al principio, ni al final, ni nunca. ¿Ni siquiera se iba a dignar a ponerle una nota por lo que había escrito? Se lo hizo saber con toda la sutileza que le fue posible.

―Sí lo recibí, señorita Brandon. ―dijo él―. Pero no se lo he entregado porque después de clases necesito discutir algunos aspectos de su redacción.

―¿De la redacción? ―repitió extrañada.

―Digamos… que no lo que yo pedí.

Alice estuvo inquieta por lo que le diría. Al fin y al cabo, nunca antes había pasado eso. Y no iba a negar que le gustara, en el fondo de toda aquella aversión que le profesaba, el hecho de estar una mínima cantidad de tiempo a solas con su profesor. Vale, era quizá un poco aberrante la fantasía de la alumna y el profesor en el salón de clases, así que trató de no pensar demasiado en ello.

Pero la campana sonó. Fue entonces, mientras el aula se vaciaba, que todas esas ideas se arremolinaron inquietas en su mente, exigentes a su atención. Trató de componer la mejor expresión de hastío de su muy amplio repertorio de expresiones de hastío. Se acercó al escritorio con decisión.

―¿Hay algo malo con lo que escribí? ―preguntó lacónica―. Estoy segura de haber realizado un resumen de muy alto nivel acerca de la obra de Victor…

―¿Soy tu villano favorito, Alice?

Ella guardó silencio de inmediato, como si de repente le hubiese faltado el aire, sintiendo un terror infinito invadirla.

―¿Qué?

―¿Es tu trabajo, no? ―al decir aquello, le tendió el sobre.

―Yo…

Vio la primera hoja y comprobó que, efectivamente, aquel era su diario personal donde desahogaba sus frustraciones con Jasper.

―Es gracioso como parezco tener tantas personalidades como antagonistas encuentras. ―comentó―. No te negaré que has herido un poco mi ego.

―Lo siento mucho. Yo… mi ensayo de Los Miserables… era… es… esta…

No sabía qué decir, porque la verdad es que no había qué decir. Acababa de cometer el mayor error de su vida.

―Ya le diré si puede entregarme el ensayo luego. ―le cortó―. Aunque, para ser franco, le convendría más quedarse con ese cero que le he puesto.

―Es usted un ser detestable.

Alice cerró los puños con fuerza, sin tratar de ocultar la antipatía que él le producía.

―Pero aún así, según lo que he leído, también te parezco sexy.

Alice abrió los ojos y suspiró con frustración antes de darse la vuelta y salir de ahí despotricando acerca de todo y de todos. Jasper esperó a que ella trancara de un portazo antes de reírse por lo bajo. Quién iba a decir que a la señorita perfecta le gustaba él. Se echó los brazos a la cabeza y se reclinó sobre la silla mientras saboreaba la nueva perspectiva. Iba en contra de su ética profesional desear con tanta obstinación a alguna de sus alumnas. Pero a esa mocosa la había imaginado en mil escenarios distintos satisfaciendo sus más oscuros pensamientos.

Descubrir que también ella fantaseaba indebidamente con él cambiaba las cosas. Tal vez ahora podrían sentarse a discutir sus bajas calificaciones. En su cama. O en la de ella. No, negó con la cabeza, no quería que pasase así. Rodó los ojos, y decidió ponerle un sobresaliente. No tenía sentido hacerla repetir el curso cuando su rendimiento era admirable. Además, mientras más rápido dejase de ser su profesor, más rápido podría desvestirla sin remordimientos.


Faltaban dos meses para que el semestre terminara. Tal vez no resistiría tanto.Y vivieron felices por siempre, fin. Bueno, no, no es la típica historia en la que pasa de todo, más bien quería hacer una de esas historias cortas en las que no pasa nada pero al mismo tiempo crees que ha pasado una vida entera. Yo me entiendo, o algo así, haha.

¿Qué tal mi pequeño OS? ¿Una locura poco ortodoxa? Sí, bueno, espero que les guste, porque me divertí mucho escribiéndolo y eso. Lamento llevar tanto sin actualizar las otras historias, me siento como una mala persona ):

Desde ya, gracias y gracios a todos y todas, por leer esta locura mía, si llegaron a esta parte, claro.

La Camarada Arlette se despide.