Scorpius.

Rose Weasley tiene unas pestañas finas y que casi no se ven. Su nariz es recta y mediana. Tiene muchas pecas en las mejillas. Sus ojos son más azules que el mismo cielo. Su boca es fina, de color pálido. Pelo pelirrojo y algo chamuscado. Es la clase de chica que te cruzarías por la calle y solo le echarías una mirada, aunque no estoy diciendo que sea fea. Si no que es la clase de chica que aunque sea muy hermosa, solo puedes ver su verdadera belleza cuando la conoces por dentro. Y en el momento en que lo haces, parece brillar más que mil volutas de oro.

Hoy vi brillar a Rose Weasley. La vi brillar más que al mismo sol.

Nuestros pies crujían en el piso viejo de la parte superior de mi casa. Me hubieran dado vergüenza mis zapatillas, de no ser porque Weasley llevaba unas viejas y remendadas de color verde. Eso, me hizo sentir un poco menos roñoso.

Todo estaba en silencio. La miré con apatía, marcando un ritmo suave con el pie.

— ¿Y? Yo no oigo nada.

—Hubiera jurado que había algo… —Se movió en círculos, buscando algo con la mirada que no parecia estar por ninguna parte. —como un pequeño susurro…

—Tal vez era un gato. Un gato muy malhumorado y aburrido.

—No. — Dijo de mal talante, mirándome con mala cara. Su voz era impetuosa. —Sonaba a persona.

— ¡El fantasma de mi padre que viene a castigarnos! —Grité de forma cínica, moviendo los brazos al aire imitando un fantasma.

— ¡Scorpius! —Chilló Rose en un murmullo, espantada.

—Vamos Weasley. —Me encogí de hombros, completamente tranquilo. — La única manera de a afrontar el problema es reírse de él.

Sus ojos se convirtieron en dos grandes destellos azules, y ahí venia de nuevo. La carita de borrego, esa cara de pena que ponen todos al saber mi historia. Y ahí venia de vuelta mi cólera.

—Te dije que no sientas lastima por mí. — Me voy a dar la vuelta, a punto de bajar las escaleras, cuando un gemido me parece cobrar forma. Como si alguien tuviera las cuerdas vocales rotas, estuviera gritando y su voz saliera como un susurro.

— ¡Ahí está! —Rose, triunfante, corrió al otro lado del pasillo abriendo la primera puerta. Sonrió, con los ojos llenos de satisfacción. — ¿No lo escuchas?

—Sí. —Admití, algo disgustado. Si era mi madre, no parecia feliz. —Pero me preocupa.

Su sonrisa se borró como la luz en sus ojos, asintiendo secamente con la cabeza. Me acerque a su lado, aunque a un metro de distancia. La puerta que había abierto mostraba una habitación que antes era la oficina de mi padre. Está llena de polvo, nunca la había limpiado. Tiene su mini biblioteca, cuadernos y papeles, y fotos enmarcadas. Fruncí el ceño. Ya ni me acordaba como era.

—Yo… —Weasley parecia incomoda, moviendo los pies de un lado al otro. —Mejor vamos a ver otra.

Se quedó parada en su lugar, mirándome con los ojos bien abiertos. Para mi mala suerte, ella esperaba que yo eligiera la siguiente. Suspiré, asintiendo con la cabeza aunque ella no me hubiera formulado ninguna pregunta.

—Abre la puerta de color crema —Murmuré, arrancándome los pelos. —Es una biblioteca.

Weasley arqueó las cejas, aunque no dijo nada. Fue con paso titubeante hasta la puerta algo sucia, que más color crema parece de un blanco viejo. Agarra el picaporte, pero se gira a mirarme. Sus ojos tenían un gran tormento, lo que me dejo sin habla.

—Sé que esto debe ser difícil para ti. Esta casa debe guardar muchos recuerdos. —Pasa los largos dedos por las rajaduras de la puerta. —En serio lamento lo de tu padre, Scorpius. En serio lamento muchísimo su muerte.

Su voz se rompió, y ella bajo la vista al suelo. Abrí grande los ojos, incapaz de creerlo. Una lágrima cristalina cayó al suelo, estrellándose y rompiéndose en miles de salpicaduras de agua salada. Se seca de un tirón, mirándome de nuevo. Piensa que no lo he visto, piensa que no me he dado cuenta. En ese momento, algo se rompe en mí. Una fina capa de mi dureza con ella, una fina capa de mi inmadurez como para no darme cuenta de que Rose Weasley sería incapaz de estar feliz por la muerte de una persona. Y menos de alguien que no le ha hecho nada. Nada en absoluto.

Mis pies me guiaban solos hasta ella, y le puse una mano en el hombro. Solo me miraba, me miraba con esos ojos más azules que el mismo cielo en verano. Asentí una única vez, con una calidez en el corazón que no he sentido en bastante tiempo.

—Gracias. Yo… te lo agradezco en verdad.

Una tímida sonrisa se formo en sus labios, que casi fue imperceptible. Abrió la puerta de un tirón, que chirrió de una forma insoportable. Saque mi mano de su hombro, sintiendo como su calor corporal se iba en cuanto me alejaba.

La biblioteca es una habitación grande y alfombrada que tiene todos estantes en las paredes llenos de libros viejos y maltratados. Mi padre no me dejaba abrir la mitad, y la otra nunca termine de leerla por completo. Siempre prefería comprarme libros nuevos, literatura de ciencia ficción más interesante que todas esas hojas amarillas.

Como me arrepiento de eso.

—Bueno… esto es la biblioteca.

Rose entra sin recato, dando vueltas en su eje y observando todas y cada unas de las cosas con ojos curiosos. Es lindo de admirar, su gran emoción al estar rodeada de libros viejos y empolvados. Casi divertido.

— ¿Te gusta leer? —Me preguntó, volviendo a mirarme. Yo también entro, encogiéndome de hombros.

—Es para lo único que sirvo. —Ella pone cara de pocos amigos, y casi me parece que esto es normal. Tener una conversación con una chica de mi edad, mostrándole una biblioteca cualquiera en mi mansionsota súper grande. Pero no. Estoy con Rose Weasley mostrándole la biblioteca de mi padre muerto mientras buscamos a mi madre mal psicológicamente en esta casa que parece abandonada.

Creo que ella se da cuenta de mi expresión.

—Vamos— Me dice, saliendo de la habitación. —Busquemos a tu madre.

Las siguientes dos puertas que cruzamos no parecen mostrar ningún indicio de que Astoria pueda estar ahí. Rose cada vez parece más desanimada, además de que el murmullo se ha dejado de oír. Cuando avanzamos por el pasillo, recuerdo algo. Algo que mi madre siempre hacia todas las mañanas antes, cuando éramos una familia.

Se despertaba con la salida del sol, cuando mi padre corría las cortinas. Ella iba hasta mi cuarto, y me preparaba el mejor desayuno de toda la vida. Era el niño más malcriado de la tierra, además del más mañoso. Ella me llevaba hasta el baño de su cuarto, y me peinaba el cabello rubio hasta que quedaba bien lacio. Se pintaba los labios de rojos y hacia una trenza con su larga melena. Mi padre nos buscaba ahí todas las mañanas y nos daba un beso antes de despedirse e irse a trabajar…

Ni si quiera le dije algo a Rose. Salí corriendo, disparado al cuarto de mi madre, abriendo las puertas de un tirón. ¿Cómo no pude darme cuenta? Las cortinas estaban corridas, el sol se filtraba por la ventana. Rose entró en la habitación atrás mío, agitada.

— ¡Scorpius! —Gritó, mirándome con reproche. —Podías haberme avisado. Ya habías revisado aquí, ¿Recuerdas? El cuarto de tu madre… dijiste que no había nada…

—Me equivoque. —Me di la vuelta, fijando mi mirada en la confundida Rose Weasley. Señalé la puerta de color madera que hay en un rincón de la habitación. —Está ahí.

Los dos nos quedamos en silencio, solo observando la puerta, como si fuera el objeto más deslumbrante que hubiéramos visto en nuestra vida. No quiero entrar ahí. No sé que puedo llegar a encontrar dentro.

—Scorpius, deberíamos entrar.

—Es que no… —Cerré los ojos, negando con la cabeza. —No puedo.

Se me acerca por atrás, pero no abro los ojos. Respiré por la nariz, y pude sentir su perfume. No puedo decir exactamente de que era. No era vainilla, ni de rosas, ni de ninguna estupidez. Era perfume como de abuelita. Suena estúpido, pero me gusto. Era… dulce.

Instantáneamente me destierro el pensamiento de la cabeza. No me gusta Rose Weasley. No me gustaba ni me gustará. Sentí como me suspiraba en la nuca.

—Pues si tú no vas, voy yo. —Dio tres zancadas hasta la puerta, para luego mirarme con los ojos entornados. Yo solo la mire sin ninguna clase de objeción. —Bien, lo haré.

Contuvo la respiración un momento… y abrió la puerta de un tirón. Me acerque corriendo, incapaz de quedarme sentado viendo como Rose Weasley podía encontrar a mi madre muerta en el piso del baño. Ya me lo imaginaba: sabia que en algún momento pasaría, que mi madre querría irse de esta vida… y con mucha razón.

Ya no tenía nada por lo que vivir.

Su cuerpo estaba tirado en el baño. Estaba en un camisón blanco y algo transparente, con los parpados cerrados. Una tijera estaba tirada a su lado, y su pelo cortado y desparramado por todas partes. La observe un instante antes de derrumbarme al suelo. Había perdido a mi madre.

Lo había perdido todo.

—No. —Murmuré, enredando mis brazos en su delgado cuerpo. —No, no, no… no por favor. Esto… mamá…

No recuerdo la última que la había llamado así. En ese momento, yo solo me repetía una y otra vez en la cabeza que no podía estar pasando, que quería morir, que quería irme y dejar de comportarme como un estúpido niño jugando a ser grande. Quería mi vida de antes. Quería despertarme todas las mañanas en Hogwarts, que mi madre me regañe por no escribirle seguido, tener a mis amigos. Ser normal. Tan normal como puede ser un mago hijo de un ex mortifago.

Entonces Rose Weasley me iluminó con sus palabras.

—Scorpius —Sonaba hermoso. Sonaba hermoso ver como la esperanza se filtraba en sus palabras. Esperanza. Me di la vuelta, viendo como su rostro se iluminaba en una sonrisa. —Respira.

Salí de un salto de arriba suyo, observándola sin pestañear. Poco a poco, de una forma muy leve, vi el rítmico movimiento de su pecho, como en su cuello todavía corría la sangre por cada vena. No estaba muerta. Estaba viva. Estaba viva, y la vida misma volvía a tener un sentido.

— ¡Mamá! —Grité, zamarreándola sin poder contenerme. Quería abrazarla, quería estrujarla entre mis brazos y que se echara a reír. Pero entonces ella abrió los ojos. Pero no eran sus ojos. Eran los ojos lavados y sin vida que había tenido estos últimos dos meses de compañía. Mi madre, la que lo era pero a la vez parecia una extraña. Me aleje un poco, con la desilusión tirada en mi cara como un balde de pintura. Por suerte estaba viva, me repetí. Viva…

—Scorpius. —Dijo mi madre con la voz ronca, levantándose con la ayuda de sus codos. Miro hacia los costados, algo desvariada. Y sus ojos se detuvieron en un punto detrás mío, grandes y sorprendidos. —Scorpius.

Me di la vuelta, observando a Rose Weasley con el ceño fruncido. Esta nos miraba a los dos de hito en hito, con las mejillas sonrojadas y la boca apretada en una fina línea. Claro. Debe de haber sido muy incomodo encontrarse en esa situación. Debemos de haber parecido un par de dementes desvariados abrazados en el piso empantanado de pelo rubio.

—Mamá. —Carraspee, pero no encontraba las palabras adecuadas para explicarle. —Ella es… bueno, no es mi amiga. Tampoco mi novia. —Casi me pongo colorado. — Puede ser una conocida…

—Es Rose Weasley. —La miré a los ojos, sin creérmelo. Mi madre había dicho una frase coherente y con voz firme. La única vez que la escuche decir algo así en estos dos meses fue la otra noche en mi ataque de platos. Ella solo la miraba como si estuviera borrosa a la vista. —Es Rose Weasley, hija de Ronald Weasley y Hermione Granger.

Miré a Rose unos instantes, que me miro con algo de sorpresa. Yo tampoco esperaba que mi madre se acordara de Rose. Las pocas veces que yo la había mencionado, según recuerdo, fueron para decirle que Rose era la chica más fastidiosa de todo el universo…

—Scorpius hablaba mucho de ti de niño. —Susurró, pasándose una mano por la cabeza encrespada. —Estaba muy enamorado de ti.

— ¿Qué? —Salté, incapaz de no indignarme. — ¿Cuándo sucedió eso? ¿Enamorado?

—Hace mucho tiempo. —Mi madre no sonrió, pero su tono fue algo más animado. —Cuando éramos completamente felices. Y tú, aceptabas que solo eras eso. Un niño.

Mi madre se había negado a salir del baño, lo único que hacía era mirar a Rose. A mí me molestaba. Si quería compañía, yo siempre había estado ahí para ella. Y tampoco era que Rose fuera algo impactante que ver, solo era una pelirroja caprichosa. Además, no estaba diciendo ni palabra. Pero mi madre la miraba de tal forma…

—Mamá. —Le dije, cruzándome de brazos. Rose se había sentado a nuestro lado, algo apartada de la situación. — ¿Por qué te cortaste el pelo?

Por unos minutos eternos, solo hubo silencio. Ella lo acariciaba una y otra vez, peinándolo. Cuando me devolvió la vista, sus ojos estaban cubiertos por una fina capa de lágrimas.

—Yo… —Su voz era ronca. —Yo solo… trataba de ayudarte. En los gastos.

—Mamá. —Me contuve para no gritar. —Yo puedo solo. Te dije que me haría cargo de todo… —Todavía me costaba hablar todo eso con Rose Weasley a mi lado observando cada detalle. — No tienes de que preocuparte.

—Pero sé que es difícil para ti. —Había comenzado a llorar, negando con la cabeza. Rose la miraba con esos ojos de cachorro que pone cuando algo le da pena, pero yo solo quería estrangularla. Estaba harto de ver a mi madre llorar.

— ¡Pero yo…! —Contuve el grito, suspirando. —El año que viene voy a cumplir los diecisiete años. Y ya soy adulto. Se cuidarme solo, se pagar las cuentas. ¡Tú no tenias que haces semejante estupidez!

—Scorpius, no entiendo. —Murmuró Weasley con incomodidad. —Por que se cortó el pelo…

— ¡Porque quería ayudarme a pagar las cuentas! —Me irrité, gritando. Mi madre solo lloró más fuerte. — ¡Y se cortó el pelo para venderlo! ¿Es que no te das cuenta que es una idiotez, mamá? ¡Odio que te sacrifiques más de lo que ya tienes que hacerlo! ¡Y ya deja de llorar…!

— ¡Scorpius! —Me chilló Rose, dejándome mudo. En ese momento solo me la quede mirando. Rose tenía todo el ceño fruncido, y me miraba como si fuera mi madre dándome una reprimenda. — ¡No trates así a tu madre! ¿Qué no ves que solo quiere ayudar?

Astoria había parado de lagrimear para mirar desconcertadamente a Weasley. Yo no podía dejar de hacerlo. Me había dejado mudo, completamente mudo. No estaba tratando a mi madre mal. Creo. Por lo menos no con esa intención…

—Pero no quiero que se sacrifique por mí. —La contradije, todavía enojado. —Ella está muy débil como para hacerse cargo…

—Pues yo creo que tu madre es muy fuerte. —Sus mejillas estaban encendidas, encendidas al rojo fuego. Miró a mi madre, que se secaba las lágrimas con el camisón. —Es cierto. ¿Verdad, señora Malfoy?

Aunque el tono de Weasley era algo dubitativo, mi madre solo frunció el ceño. Como si se estuviera pensando las palabras de esta. Por fin asintió con la cabeza, con los ojos más iluminados. ¿Era posible? ¿Mi madre…? Yo no cabía de mi contradicción interna.

—Pero… —Agarre un poco de pelo. Rose me seguía mirando con la mala cara, los brazos cruzados en plan mamá pato. Suspiré, girando la cabeza hasta mi madre. —Supongo que tiene razón.

—Señora Malfoy, creo que usted debe lavarse la cara. —Rose se levanto temblorosamente, dando un traspié. En otro momento me hubiera resultado gracioso. —Y Scorpius, tu ve a prepararle sopa a tu madre. —Yo arqueé las cejas, consternado. ¿Weasley dándome ordenes? ¿Desde cuándo? Esa era mi casa. —Por favor.

Susurró al fin, y yo solo asentí secamente. Baje las escaleras de dos en dos, llegando a la cocina más rápido de lo que quería. Lo único que me apetecía hacer era controlar a mi madre y fijarme que estuviera en orden, que no quisiera matarse, que estuviera a salvo. Me apoyé en la encimera, cerrando los ojos. Por un momento creí que la había perdido para siempre. Ahora ella estaba arriba preparándose con Rose Weasley, mi enemiga y mi primer amor… sonaba hasta patético. Ahora que lo estoy relatando, me sigue pareciendo de esa manera.

Le prepare una sopa de pollo, con pequeños pedacitos de vegetales. A mi padre le gustaban grandes, y es por eso que trato de hacer todo tan diferente. No quiero que ella sufra. No quiero verla llorar por él ni por nadie.

Subí las escaleras con cuidado, tratando de que nada se me caiga del plato. Estaba seguro que no iba a probar bocado, como siempre. Solo de pensar en eso me imaginaba el cuerpo de mi madre, delgado y con las costillas bien marcadas… Merlín, el corazón se me para ahora de solo pensarlo. Mi madre, que muere lentamente por fuera y a la velocidad de la luz por dentro.

Abrí la puerta sin hacer ruido.

Rose Weasley había cerrado las cortinas de la habitación. Había quedado casi a oscuras, pero algunos rayos de luz traspasaban las cortinas y le daban a todo un toque cálido. Mi madre estaba acostada en su cama, arropada con las sabanas, los ojos cerrados. Mire hacia la puerta del baño, donde el pelo no estaba más desparramado por el suelo. A los pies de la cama de Astoria, se encontraba bien peinado.

— ¿Está dormida? —Murmuré, dejando el plato de sopa en la mesita de luz, al lado de la cama de madera.

—Creo que sí. —Susurró Rose, sentada en el borde, estrujando un pedacito de acolchado con suavidad. Parecia tan frágil… como si ver a mi madre en este estado la hiciera romperse por dentro. Casi sentí pena por Rose Weasley. Ella no estaba acostumbrada a pasar por estos ataques de locura.

Casi.

—No tienes que quedarte— Me quede parado a alguna distancia de ella, mirándola de reojo. —ya hiciste demasiado por esta caridad. Será mejor que vayas a casa…

—No sé si estuvo bien —Dijo ella, levantando la vista. Y ahí estaban esos ojos más azules que el cielo, que solo me hacen perder la cordura. —Pero llamé a mi madre y le dije que me quedaría un rato en la cafetería con una amiga que me había encontrado. Creo que no sospechó nada…

— ¿Por qué? —Pregunté, siendo sincero en mis interrogantes. —Rose Weasley, tú no tienes por qué hacer esto. No me debes nada. Yo no quiero nada por todo lo que ha pasado entre nosotros estos años. Tú eres libre de hacer y decidir lo que quieras en tu vida. En serio podrías estar en un café con una amiga. ¿Por qué no vas a vivir la vida normal de un adolescente? Yo daría lo que fuera por tenerla.

—Porque tú lo dijiste. —Se levantó de la cama, acercándose con fiereza. Quedo a solo un paso de distancia. —Yo tomo mis propias decisiones y hago lo que quiero con mi vida. Lo mío no es caridad, Scorpius.

— ¡¿Y qué es?! ¡Por qué no te entiendo! —grité en susurros, consternado.

— ¡Es ayudar! ¡Ayudarte! —Ella también susurraba, conteniendo la ira en la garganta, apagando el fuego de sus palabras. —Scorpius, yo formo mi camino. Sé que cada minuto que estoy pasando aquí podría estar en algún otro lugar haciendo cualquier otra cosa. Sé que tú desearías no tener que pasar por esto. Pero tienes que hacerlo. Y estoy dispuesta a hacerlo contigo.

—Eso es lo que no comprendo. — Me di la vuelta, quedando enfrentado a su rostro lleno de dolora incomprensión. —Porque lo haces… yo no soy nadie…

—Eres más importante en mi vida de lo que crees, Scorpius Malfoy. —Puso una sonrisa amarga, amarga como este relato. Y levantó la mirada, hechizándome de una manera que solo ella sabe hacer. Una lágrima nostálgica recorrió su mejilla, cayendo por su mentón. —No soy muy buena con las palabras. Pero sé una cosa: Hace casi tres meses yo era una chica estúpida que no media sus decisiones, que se emborrachaba en cada fiesta a la que iba. Que vivía sin culpas. Que no le importaba nada. Y hace casi tres meses, vi a un chico llorar en el Gran Comedor con una carta en la mano a lágrima viva. Ese chico había perdido una de las cosas más importantes que un adolescente puede tener. Un padre. Ese chico me hizo replantearme que es lo importante de la vida. Yo nunca había medido la consecuencia de mis acciones, Scorpius. Mi padre se iba a peleas con personas armadas hasta los codos, y yo por qué estaba enfadada me iba a la cama sin si quiera despedirme de él. Podría haber muerto cada una de esas noches. Yo nunca valore a mi padre ni la mitad de lo que tú lo valorabas al tuyo, y aun así a ti te toco sufrir su perdida. Ese chico, cuando quise disculparme por mi acciones sin sentirlo en realidad, me hizo darme cuenta que la vida no es tan fácil para todos. Que todo lo que hacemos tiene consecuencias, que esta vida no es eterna, y que tengo la oportunidad de hacer algo bueno con el tiempo que me queda. ¿Y sabes? Tengo la teoría que estamos en este mundo para ayudar al otro a través del amor. Y yo quiero ayudarte a ti, Scorpius. Porque yo… porque yo te aprecio en verdad.

¿Alguna vez te has parado debajo de una tormenta, con los brazos abiertos, recibiendo cada embestida de la lluvia? Pues eso fue para mí las palabras de Rose Weasley. Fueron baldazos de agua fría. Baldazos de agua llenos de realidad, de comprensión, de debilidad. Rose Weasley había logrado que cada pedazo de mi ser se ablandara hasta convertirse en gelatina, raspar cada capa de frialdad que tanto me había costado construir. Había bajado todas mis defensas, descubierto todas mis debilidades. Con tan solo mi mirada, yo le estaba entregando mi mundo entero.

Con mucho cuidado, levanté una mano y le seque suavemente la mejilla. Contuvo la respiración, sin quitarme la mirada. Bajé las cejas, cerré la boca, suavice mis rasgos. No estaba enojado. Tampoco triste. Estaba fascinado. Fascinado con Rose Weasley.

—Scorpius. —Los dos dimos un salto, conectando con el resto del universo. Mi madre había despertado. No sé en qué momento, solo nos observaba con los ojos curiosos pero cansados. Me pase las manos por los ojos, algo avergonzado. Rogaba que no haya escuchado nada.

— ¿Sí mamá?

Ella negó con la cabeza, enredándose entre las sábanas. Me senté a su lado, acompañado de Rose. Parecia más vieja de lo que en realidad era. Yo hubiera jurado que debajo de todo ese cuerpo había un ser lleno de belleza luchando por despertar.

—Señora Malfoy, ¿Quiere comer algo?

Me anticipe a sus acciones antes de que las haga. Sabía que se negaría. Que cuando le acercaran el plato, solo lloraría. Que patalearía como una niña hasta que la dejaran dormir sin fuerzas. Pero no. No hizo nada de eso. Se quedo ahí sentada, observándome. Observándome con fuerza, si es que eso es posible.

Rose se levantó de su lugar, agarró el plato de sopa y se lo acercó a los labios. El corazón comenzó a latirme con fuerza. Mi madre no respondía a ninguna de sus palabras, solo me miraba. Y pude ver en sus ojos una chispa de algo que no veía hace mucho tiempo en ella.

Luz.

La cuchara llegó a sus labios… y ella tragó el líquido salado con una ferocidad apremiante. Solo un poco, pero un gran paso para mí. Para ella. Para nosotros. Rose sonrió, mostrando sus característicos hoyuelos. Mi madre también mostró una pequeña sonrisa.

Y yo solo pude imitarlas, muerto de felicidad, sin saber que hacer primero: largarme a reír, o echarme a llorar.

Mi madre estaba comiendo.

En estos momentos, estoy acostado a su lado, durmiendo en su cara mientras le acaricio los cabellos. Ya ha oscurecido. Rose Weasley ha vuelto a casa, y no hemos hablado de la conversación que hemos tenido. Pero me siento en paz. Puedo ver su rostro atormentado expresándome sus sentimientos. Puedo imaginármela como si estuviera a mi lado. Y sentirla conmigo.

Rose Weasley tiene unas pestañas finas y que casi no se ven. Su nariz es recta y mediana. Tiene muchas pecas en las mejillas. Sus ojos son más azules que el mismo cielo. Su boca es fina, de color pálido. Pelo pelirrojo y algo chamuscado. Es la clase de chica que te cruzarías por la calle y solo le echarías una mirada, aunque no estoy diciendo que sea fea. Si no que es la clase de chica que aunque sea muy hermosa, solo puedes ver su verdadera belleza cuando la conoces por dentro. Y en el momento en que lo haces, parece brillar más que mil volutas de oro. Hoy vi brillar a Rose Weasley. La vi brillar más que al mismo sol.

Porque Rose Weasley, ha salvado a mi madre.

Y me ha salvado a mí.