Era una noche silenciosa y fría. Habían pasado unas cuantas semanas desde que la reina había mandado una carta felicitando al conde por su impecable y magnífico trabajo "A veces olvido que solo eres un niño" expresaba la noble monarca en su misiva "Me gustaría que vivieras como uno…"

Pero el ya no podía vivir como los niños de su edad, él ya no podía jugar con la nieve, o correr entre la hierba tras la brisa, o reír mientras luchaba por no hacer ruido mientras se escondía de sus amigos. Él había renunciado a eso cuando decidió ser el perro guardián de la reina, cambió los alegres recuerdos infantiles por escenas de masacre, sustituyó los juguetes por armas de fuego y la risa y la alegría por la venganza.

―Yo no lo elegí porque quise… Me obligaron— Se decía para reconfortarse.

Mirando por la ventana del despacho podían verse los primeros copos de nieve del invierno caer, era mágico ver aquellas gotas de agua congelada flotar por los aires antes de la tragedia inevitable de morir junto a las otras en el suelo. Sus enormes ojos azules se abstrajeron en los copos cayendo, aquella vista era hermosa, relajante, tan pura, tan perfecta… Si él tan sólo pudiera…

― Joven Amo; ya ha anochecido― Musitó Sebastian mientras cruzaba la puerta del despacho, lo encontró de frente a la ventana mirando hacia los arboles del jardín. Caminó hacia el silenciosamente hasta colocarse a su lado, pudo ver sus ojos absortos en la nieve, ensoñando…

― Así que hasta tú sueñas despierto… Fascinante― Le dijo viendo los copos de nieve caer.

― ¡Se-Sebastian!― Exclamó Ciel cayendo a la realidad totalmente sonrojado. Mostrar sus debilidades no era algo que podía darse el lujo de hacer, ni siquiera en su propia casa.― ¿Cuánto tiempo llevas allí?

― El suficiente para darme cuenta que en el fondo sigue siendo un niño, Joven Amo― Le contestó con una sonrisa irónica.

― No estoy de humor para tus insolencias, dime qué quieres― Le replicó con arrogancia. No podía permitir que nadie le ganara una discusión, ni siquiera su más fuerte aliado.

― Vine a decirle que está listo su baño y su té. El de esta tarde es una combinación de canela con hojas de yerbabuena para evitar que se enferme con este clima― Le comentó sin borrar la sonrisa de su cara― Pero si usted prefiere observar la nieve un rato más…

― Cállate― Ordenó sin reservas. Había mostrado su lado más vulnerable a la persona menos indicada― Creía que a los demonios como tú las trivialidades humanas les resultaban aburridas.

― Ciertamente; pero tratándose de la presa, esa clase de sentimientos que perturban su alma la hacen más apetecible― Reveló mientras lo miraba a los ojos, revelando los suyos que eran rojos como las llamas del infierno… Las mismas llamas que acabaron con su vida en aquel incendio hace varios años.

―A veces pienso que no ves llegar el día en que puedas devorar mi alma como lo establece el contrato― Espetó mientras se volvía hacia la puerta, emprendiendo la marcha para salir del despacho.

―No puedo negarlo, a veces el Joven Amo es muy obstinado e insolente― Confirmó el mayordomo mientras lo seguía.

―Espero no tener que recordarte que no puedes traicionarme o mentirme; al menos hasta que yo alcance mis objetivos― Decía mientras caminaban hacia su habitación― Son los términos del contrato.

― Eso lo tengo muy claro Joven Amo― Concordó mientras le acompañaba. Ciel tenía varios días actuando muy extraño; estaba ensimismado durante las clases y mientras trabajaba se sumía en sus pensamientos con facilidad. Siempre había tenido una mirada llena de soberbia y altivez, sin embargo últimamente sus ojos añoraban algo… Algo que nunca podrían alcanzar. Era la misma mirada de desolación que tenía cuando mencionó aquellas palabras:

"Aquello que hemos perdido nunca lo podremos recuperar"

― Tu… eres el único… que no puede traicionarme― Le dijo en un hilo de voz mientras entraban en su habitación.

Ahora que lo recordaba, nunca lo había visto llorar; inclusive cuando lo encontró dentro de esa jaula, lleno de heridas y golpes, sus ojos fueron orgullosos y prepotentes, estaban llenos de determinación y firmeza. En todos sus años sirviéndose de los humanos como alimento, satisfaciendo sus deseos más bajos para luego devorarlos, nunca había encontrado uno con tanta decisión como aquel mocoso de ojos azules como las esmeraldas y piel blanca como la nieve.

―Permítame ayudarle― Solicitó con elegancia mientras lo ayudaba a despojarse de la chaqueta que lo cubría; la colocó con sumo cuidado sobre la cama para después llevarla a lavar. La ropa del Conde Phantomhive era sumamente delicada y sofisticada, debía ser tratada como el amo mismo.

Cuando fue a desabotonarle la camisa, notó que evitaba su mirada; generalmente lo miraba fijamente, para reñirle en caso de que no lo hiciera como era debido. Una vez más dobló la prenda con delicadeza y la colocó junto a las otras sobre la enorme cama de roble.

Se dispuso a ayudarle con el resto pero Ciel lo interrumpió.

―Yo haré el resto. Déjame sólo― Profirió en voz baja pero decidida.

― Pero Joven Amo…

― ¡Que me dejes solo Sebastian es una orden!- Gritó rojo de furia.

― Entendido Señor. Prepararé su cena.― Contestó calmadamente y salió de la habitación.

Ciel no estaba de humor para las atenciones de nadie; ni para la compañía de nadie. Se terminó de desvestir y entró en la tina llena de agua tibia; la temperatura del agua le sirvió para despejarse un poco. Respiró profundamente y cerró los ojos dejando que sus pensamientos viajaran a aquellos días. Al jardín de verdes praderas donde podía correr hasta donde sus débiles pulmones se lo permitieran, a las clases de esgrima con Lizzy y la tía Frances, al té de la tarde con su tía Angelina y… sus padres.

― Joven amo, joven amo despierte― escuchaba que una voz lo llamaba a lo lejos, una voz familiar…

― ¿Se-Sebastian?― Murmuró mientras abría los ojos. Estaba rodeado de su servidumbre. Maylene tenía los ojos llenos de lágrimas mientras temblaba en los brazos de Baldroy; Finnian ya estaba llorando en el piso e incluso el compuesto Tanaka y Sebastian lucían preocupados.― ¿Dónde estoy?

― Perdió el conocimiento en la tina joven amo― Le contestó Sebastian mientras los demás recuperaban poco a poco la compostura.― Está en su cama ahora.

Ciel intentó incorporarse; Sebastian le tendió su brazo para que lentamente pudiera sentarse, miró a su alrededor y se percató de que si estaba en su cuarto, tenía puesta una bata de algodón muy fino que usaba para después de bañarse, pero debajo de ella estaba completamente desnudo.

―Salgan de aquí todos. Quiero vestirme― Ordenó con voz firme. Los sirvientes emprendieron la retirada. ― Tu no Sebastian― Agregó dirigiéndose al mayordomo.― Tú quédate a ayudarme.

―Si señor― Asintió mientras los demás se retiraron.

Mientras lo vestía, Ciel no le dirigió ni una sola palabra, al contrario, evadía sus miradas y se mostraba inquieto y ansioso.

― ¿se siente usted bien joven amo? Está actuando muy extraño desde hace algunos días― Se atrevió a preguntarle

― No intentes ser amable conmigo― Le contestó con desdén.― Mi estado de ánimo nunca ha sido algo que te haya concernido, demonio.

― No como le concerniera a un amigo ciertamente; pero si como a alguien que se interesa por el estado emocional de su presa― Respondió presuntuoso. Aquello pareció despertar a la bestia; Ciel levantó su rostro lleno de indignación, la contestación de Sebastian parecía haberlo herido profundamente.

―Termina de vestirme y lárgate― Le prorrumpió lleno de ira. Sebastian solo le miró de soslayo y terminó de abotonar la camisa.

― ¿No va a cenar?― Preguntó anticipando la respuesta.

―Voy a dormir. Solo vete de una vez― Indicó sin bajar la guardia. El mayordomo asintió con la cabeza.

― Buenas noches Joven Amo― Musitó antes de cerrar la puerta.

Mientras Sebastian bajaba las escaleras rumbo a la cocina se preguntaba que podría haber puesto al chico en tal indisposición con todo el mundo, es decir, usualmente era indiferente y apático; pero últimamente estaba incluso más irritable y retraído, tanto así que había rechazado las visitas de la señorita Elizabeth alegando que estaba enfermo.

―Si Ciel está enfermo quiero cuidarlo― Rezongaba la niña en su última visita hace dos días mientras miraba a Sebastian suplicante― Déjame verle Sebastian.

―Señorita Elizabeth; el joven amo no quiere preocuparla, cree que si usted llega a verle en ese estado va a inquietarse. Por favor descuide que ya un médico lo examinó y sólo le ordenó reposo por unos cuantos días.

―Pero, desde que se fueron a Londres yo…― Musitó Elizabeth casi rompiendo en llanto.

―Ya escuchaste a Sebastian Elizabeth; dejémoslo descansar.― Le interrumpió su madre, Frances, manteniendo su imponente firmeza.

―E-Está bien― Aceptó por fin la chiquilla mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo de delicada seda rosa como todo su atuendo.― Cuídalo mucho por mi ¿sí Sebastian?

―Se lo prometo señorita― Contestó mientras hacía una reverencia para luego acompañarlas a su coche.

Cuando llegó a la cocina, encontró a todos los sirvientes cuchicheando.

―Sebastian, ¿No va a cenar?― Preguntó Maylene mientras colocaba la vajilla en bandejas de plata para servir. Sebastian negó con la cabeza.

―Dice que no tiene apetito y que dormirá hasta mañana― Agregó mientras doblaba sus mangas para empezar a limpiar.

― ¿Me preguntó que le pasará al Joven Amo? Desde que llegó de Londres actúa extraño― Comentó Finnian mientras Maylene volvía a guardar las bandejas de plata en el armario.- Quizás aquel incidente tendrá que…

―Finnian― Le interrumpió Sebastian con firmeza― No hagas conjeturas. El joven amo está bien; solo no ha tenido un buen día. No seas inoportuno.

―Lo… lo siento― Susurró con la cara triste.

― ¡Mañana podríamos hacerle un enorme pastel para animarlo!― Intervino Maylene entusiasta para cortar la incipiente tensión en la habitación.

― ¡Y yo voy a cortarle las rosas blancas más bonitas del jardín!― Exclamó Finnian recuperando su usual buen humor, entusiasmándose con la idea.

― ¡Y yo le prepararé mi estofado especial!― Agregó Baldroy uniéndose al excitado equipo.

― ¡El Joven Amo se va a alegrar mucho!- Dijo Maylene con los ojos brillantes de alegría― ¡Podemos tener un banquete en el salón! ¿Qué dices Sebastian?

― No es tan mala idea. Si lo hacen bien― Respondió con media sonrisa mientras cerraba la llave del agua― Voy a apagar las luces de la sala.

Cuando salió de la cocina, la postura decidida de Tanaka y su mirada serena lo esperaban en el pasillo que daba a las escaleras.

― Yo no quiero que expliques que le pasó al joven amo durante ese viaje. Sólo quiero que sepas que puedes pedir mi ayuda en cuanto la necesites. Aunque sea solo un viejo― Le dijo con voz pausada, llena de amabilidad.

―Muchas gracias, señor Tanaka― Dijo Sebastian con una sonrisa franca. Luego el anciano miró por la pequeña ventanilla del corredor.

―Han sido años muy duros para el joven amo― Dijo mientras miraba hacia afuera; estaba nevando desde la tarde y los copos de nieve caían de tal forma que verlos resultaba casi hipnótico. Sebastian lo miró casi intrigado, los humanos y sus trivialidades acerca del tiempo le eran aburridas en otra época; pero desde que estaba en la mansión comenzaban a generarle gran interés, como si lograra entenderlos.― Su padre siempre decía que a pesar de lo débil que pudiera parecer; el joven amo podía ser más fuerte de los que muchos eran. Y vaya que tenía razón.

Sebastian se limitaba a escucharlo; en muy pocas ocasiones Tanaka revelaba tales confidencias, además el desconocía como se llevaba la mansión mientras Vincent Phantomhive vivía; mucho menos como era su protegido cuando era un niño.

―El amo contaba conmigo y yo… le fallé― Profirió mientras apretaba sus manos llenas de impotencia recordando las palabras de su amo.

"Protege a Ciel…"

Sebastian bajó la mirada inundado por un sentimiento extraño; sentía pena por ese pobre anciano frente a él. Lleno de tristeza y arrepentimientos.

―Yo no pude proteger a los amos ni al joven amo en su momento― Dijo mientras se volvía a él con una media sonrisa lastimera en su rostro.― Espero tu logres hacer un mejor trabajo que yo.

―Así será― Le contestó Sebastian sin vacilaciones. Aquel hombre ante él merecía todo el respeto que pudiera darle.