The Hotel Of Pleasure

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Desclaimer: Los personajes pertenecen a Meyer, y la historia es la adaptación de un librillo que encontré por ahí…

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Advertencia: Es una historia rated M, escenas y vocabulario en probablemente no apto para menores de 18 años, si no te gusta, abstente de leer

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Chapter 5: Sin Salida.

Cuando terminó el turno de Bella, a la hora de la comida, Edward aún no había vuelto.

-¿Dónde te has metido, maldito cabrón? –murmuró ella camino a su habitación.

Quería hablar con él de lo que estaba sucediendo, y enseñarle el fax, porque a pesar de su perturbadora conducta el joven era sensato. Edward consideraría de modo racional los últimos acontecimientos, y quizá se le ocurriera una solución adecuada.

Bella abrió la puerta de su pequeña habitación, entró y se quitó la chaqueta. Los rigores de la mañana la habían hecho sudar. Era obsesivamente limpia, detestaba no estar inmaculada, y frunció la nariz en un gesto de desagrado. Por encima del perfume del desodorante se imponía un olor primario, a feromonas, y otro olor penetrante venía de más abajo, resultado de la lasciva estimulación de Edward.

Lo lógico era tomar una ducha, y comenzó a reunir las cosas que necesitaba llevar al lavado. Pero cuando se inclinaba en busca de ropa interior limpia en un cajón de la cómoda, Bella se sintió repentinamente inquieta. Lo que deseaba hacer, en verdad, era correr y correr, gastar enormes cantidades de energía y calorías en un esfuerzo por aclarar la confusión de su mente.

-Corre primero y báñate después –se dijo en voz baja.

Se puso unos pantaloncillos de deporte y una camiseta, y se agachó para coger las zapatillas de debajo de la cama.

Justo cuando se ataba los cordones, llamaron a la puerta.

"Eres un cerdo, Edward", pensó cuando su corazón aceleró sus latidos.

Miró la cama, estrecha pero cómoda, y se imaginó tumbada de espaldas, las piernas abiertas, y el gran pene de Edward dándole placer. ¡Maldito hijo de puta! La enfurecía, pero lo deseaba. ¡Lo deseaba tanto que podría matarlo!

-¡Adelante! –dijo, con voz ligeramente quebrada.

Su visitante era guapa y deseable, pero no era Edward.

-Hola. ¿Quieres venir a comer algo? –preguntó Rosalie Hale, una de las doncellas del hotel y la mejor amiga de Bella del personal del hotel.

-No, gracias, Rose, pero no tengo hambre.

Bella se entretuvo con los cordones, impresionada –como siempre- por el intenso y natural atractivo sexual de Rosalie.

Era rubia, exótica y voluptuosa, de grandes ojos azules como un témpano de hielo, ligeramente rasgados, y una espesa, y rizada cabellera que le caía por la espalda casi hasta la cintura. Su cuerpo era curvilíneo, y aunque su trasero era más grande y prominente que el de Bella, esos centímetros extra le sentaban maravillosamente.

Bella se sintió alegre y confundida, como le sucedía a menudo en presencia de Rose. Le encantaba tener como amiga y confidente a aquella hermosa mujer, pero la amistad traía aparejadas otras emociones algo más perturbadoras: asombro, un leve temor, y un alarmante grado de atracción.

-¿Qué sucede, cariño? –Rose, agravando involuntariamente el dilema, se sentó junto a Bella y le pasó un brazo por los hombros. Cuando Bella comenzó a temblar, la otra sonrió con ironía-. A ti te pasa algo. Vamos, puedes contárselo a tía Rose.

-Mira eso –respondió Bella, y le señaló el fax, que estaba sobre la cómoda. Bueno, aquel papel tenía la culpa al menos en parte…

-¡Vaya! –exclamó Rose mientras leía.

Después golpeteó el papel con el índice, y se quedó mirándolo fijamente. Su profunda concentración, digna casi de una vidente, le dio a Bella oportunidad de recuperarse.

-¿Quién es? –continuó Rose-. ¿Un empleado, o un cliente del hotel?

A Bella no s ele había ocurrido que el espía podía ser un compañero de trabajo. Era posible, pero su intuición le hizo rechazar la idea.

-Es un huésped, estoy segura –dijo-. He hecho una lista. –Le enumeró los nombres.

-Entonces, Sherlock Holmes, ¿qué vamos a hacer? –preguntó Rose, y sus ojos azules como el hielo refulgieron.

Cuando su mejor amiga habló, Bella reconoció sus propias intenciones, hasta ese momento inconscientes. Deseaba encontrar el autor del fax por razones personales y profesionales. Y quería desenmascararlo –o desenmascararla- antes de que se saliese con la suya.

-No lo sé, pero ya encontraremos la manera de averiguar quién es.

-Bueno, yo pienso mejor con el estómago lleno –dijo Rose, sonriendo y frotándose el estómago-. ¿Estás segura de que no quieres comer? Será el mismo insulso menú de siempre, pero en una situación tan seria como ésta hay que tener el depósito lleno.

-Yo pienso mejor cuando estoy corriendo. ¿Por qué no me acompañas, para variar?

Rose se había echado a reír, y sus hermosos pechos –sin sostén- habían hecho ondular la tela de su blusa de fino algodón.

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"Como si no tuviera bastantes problemas", pensó Bella mientras corría por el bosque, y deseó poder enfrentarse a sus sentimientos. Tenía algo pendiente con Rose y con Edward, justamente ahora que necesitaba no verse distraída por nada. Su cerebro tenía que funcionar al máximo, y no podía verse confundido por las demandas de su cuerpo. Bella apretó el paso y avanzó por el camino como una corredora profesional, intentando borrar sus pensamientos lascivos y concentrarse en el asunto principal.

El problema era que el subterfugio en sí era incitante. La idea de un observador secreto la ponía cachonda. Parecía raro, pero cuando pensaba en la persona que enviaba esos mensajes crípticos y amenazadores, sentía que algo se encendía en su bajo vientre, y que su entrepierna se humedecía. Hombre o mujer, no importaba su sexo… "Quién eres?", preguntó mentalmente, pero no obtuvo respuesta de los árboles.

Jasper Whitlock, quien más sospechosos le parecía, era guapo y distinguido, y se lo imaginaba dominante tanto en el dormitorio como en la sala de juntas. Lo había visto siempre vestido con trajes de Dior, pero parecía delgado y vigoroso, y lleno de energía. Debía de ser impetuoso y tenaz, capaz de hacerlo durar mucho tiempo y de provocar un orgasmo tras otro.

Otro posible candidato era Jacob Black, ¡nada menos que un atleta! Un hombre cuyo físico era bien conocido en el mundo entero por la audiencia televisiva de los torneos de tenis, porque Black tenía la costumbre de quitarse la camisa y arrojarla a la multitud, y vestía pantalones cortos que eran de una tela muy suave y fina. Era muy fácil imaginarse aquel cuerpo de deportista desnudo, y luego suponer cómo debía desempeñarse en la cama.

Los otros sospechosos eran mujeres, y Bella ni se esforzó por no pensar en que ellas también le resultaban muy atractivas…

¡Por Dios! Por mucho que corriera no había manera de dejar de pensar en el sexo. ¡Y de anhelarlo! Se sentía muy excitada mientras corría por el sendero, y sentía los pechos tensos y adoloridos cuando se balanceaban con el ritmo de la carrera. Su sexo estaba otra vez húmedo, inflamado y sensible.

Se le ocurrió hacer un alto para masturbarse. Así podría luego pensar otra vez con claridad. Redujo gradualmente la velocidad hasta detenerse, y miró en derredor.

Los bosques Night eran espesos, con grandes árboles cuyas ramas formaban un dosel sobre su cabeza. El sendero por el que corría era el único camino practicable entre la espesura del bosque, y donde estaba ya no podía ver los espacios abiertos que había dejado atrás. Estaba en las profundidades de un bosque encantado, y completamente sola. Podía satisfacer sus ardores en paz, sin que nadie observara su placer secreto. Pero, para estar completamente a salvo de miradas indiscretas, decidió avanzar un poco más por el camino.

"Si yo no fuera tan obstinada, podría haber tenido compañía para esto –pensó con resignación mientras caminaba-. Tanto Edward como Rose hubieran estado encantados de acompañarme. Más que encantados."

De repente oyó un débil ruido de voces, y se dio cuenta de que no estaba sola en aquel apartado lugar. Había gente en el camino, un poco más allá. Oía a un hombre y una mujer que hablaban en voz baja, pero aun así se les oía perfectamente, gracias a la peculiar acústica de los bosques. Caminando silenciosamente con sus zapatillas de suela de goma, se acercó con cautela.

Las voces parecían proceder de entre los árboles, a su derecha, y tras unos minutos de internarse de puntillas entre matorrales y malezas, Bella llegó a un pequeño claro situado en una hondonada.

Parecía el escenario de una película, con el sol de mediodía filtrado por los árboles que lo circundaban. La joven se arrodilló y estudió a los ocupantes de la hondonada, un hombre y una mujer que se abrazaban.

Los reconoció de inmediato. Ella era la señora Esme Platt, la acaudalada viuda, y él era el joven con quién se divertía, el guapísimo Carlisle Evenson. Ambos estaban medio desnudos, y cuando Bella vio cómo se besaban y acariciaban, se mordió los labios de envidia. ¡Necesitaba desesperadamente un poco de satisfacción, y había tropezado justamente con una escena que iba a ponerla aún más cachonda!

La señora Platt, retozando en el suelo del bosque, ya no era la mujer culta y refinada que Bella había admirado en la recepción del hotel. Ya No llevaba un traje de Carolina Herrera ni zapatos de Louboutin. Sus tejanos eran probablemente de marca, pero reposaban desaliñadamente sobre un matorral. La mujer todavía llevaba puesta una camisa blanca de seda, pero estaba desabrochada, arrugada y salpicada de manchas de tierra. El sostén gris estaba torcido y fuera de su lugar, y le dejaba los pechos casi completamente al descubierto.

El guapo Carlisle también había perdido casi toda su ropa. Sus tejanos acompañaban en la hierba a los de su amante, así como los calcetines, la camisa y los calzoncillos. Lo único que llevaba puesto era una camiseta blanca de tirantes, que realzaba maravillosamente su pálido trasero, el cual relucía suave y desnudo a la luz del día.

La imagen era tan erótica que Bella sofocó un gemido. La sintonía entre la refinada piel blanca de la mujer y la pálida e inglesa del joven era electrizante, como también la lujuria con que se besaban y acariciaban. Bella sintió un súbito deseo de sustituir a la señora Platt, de yacer sobre la hierba húmeda con una polla joven presionando contra su cuerpo, y a su dueño suplicándole que la dejara penetrarla… Cuando la señora Platt gimió "¡Sí, Carlisle, sí!", Bella no pudo aguantarse más y, conteniendo sus propios gemidos, se llevó la mano a la entrepierna y se frotó el sexo por encima de los shorts de fino satén.

Se acariciaba con precaución, temerosa de producirse un orgasmo ruidoso, y mantenía la mirada fija en los movimientos de los amantes.

La señora Platt mantenía las piernas muy abiertas y parecía provocar despiadadamente a Carlisle frotando su sexo contra el de él. Bella estaba asombrada de que él pudiera refrenarse y no eyaculara sobre el vientre de su amante. Sus nalgas se contraían convulsivamente, como si el joven estuviera soportando una prueba de resistencia y no ejecutando un tierno acto de amor.

-¡Oh, Carlisle, eres maravilloso! –murmuró Esme Platt, y acarició los rubios cabellos del joven-. La tienes tan grande… y estás siempre tan dispuesto… es tan fácil correrse contigo… así… así. –Retorciéndose debajo de su amante, la mujer dejó escapar un visceral gruñido que Bella, por propia experiencia, reconoció como el inmediato al orgasmo-. ¡Oh…sí! ¡Te siento sobre mi clít… Oh, Dios, sí… así… Oh, Dios! ¡Sí… , mi amor… me estoy corriendo… sí!

Las piernas de la señora Platt se agitaron en el aire al ritmo de su letanía de tópicos, y con la mano libre arañó el trasero de Carlisle.

Fue un orgasmo que pareció durar una eternidad, y Bella sintió que su propio sexo se estremecía. No se estaba corriendo, pero estaba muy cerca de hacerlo. Su dedo palpó suavemente su clítoris, los movimientos amortiguados por la tela del pantalón corto y las bragas. Ansiaba un orgasmo, pero si lo tenía, gritaría, y los amantes del claro del bosque la oirían.

Sería un desastre que la sorprendieran espiando, aunque Esme Platt no fuera la dueña del Black Night. Los huéspedes del hotel tenían derecho a hacer lo que quisieran en los terrenos del hotel, y si la descubrían espiándolos seguramente sería despedida.

Además, Bella no quería que la pillaran porque quería ver cómo seguía aquello. La extrema tensión del pálido trasero de Carlisle le señaló que él estaba tan cerca del clímax como ella. Los músculos del joven brillaban como mármol finamente lustrado, y Bella se preguntó cuánto más resistiría con su sexo erecto contra el húmedo sexo de la mujer. Seguro que la señora Platt, sumida en su propia satisfacción, dejaría que la penetrara…

Bella, en franca contradicción con su deseo de permanecer escondida, comenzó a fantasear una escena en la que ella salía de entre los matorrales y se unía a aquel retablo viviente. Se imaginaba abriendo las piernas tanto como la señora Platt, y frotando la vulva contra el firme trasero del Carlisle. La carne de él estaría al rojo vivo contra la cual golpear su anhelante clítoris. Y cuando se corriera, le metería mano a la señora Platt, desplazando aquel encaje gris con los dedos y explorando aquellas aristocráticas curvas.

En realidad, Esme Platt ronroneó satisfecha y comenzó a apretarse contra el postrado cuerpo de Carlisle. El corazón de Bella le dio un vuelco y, sin detenerse a pensárselo mejor, flexionó los muslos y se preparó para ponerse en pie…

Pero antes de que pudiera moverse, sintió que un brazo firme la cogí por la cintura y una mano grande le cubría la boca.

La sorpresa fue tal que estuvo a punto de orinarse en las bragas –y no estaba segura de no haberlas mojado al menos un poquito-, pero su instinto de conservación hizo que se mantuviera en silencio. El brazo de su captor era vigoroso, y su colonia le resultaba tan familiar que cuando él le permitió volverse, su identidad no fue para Bella una verdadera sorpresa.

¡Era el cerdo de Edward! Le sonreía con expresión traviesa en sus ojos verdes, relucientes tras las gafas…

Bella jamás había experimentado un conjunto de emociones tan contradictorias. Estaba cachonda y desesperada por cualquier clase de sexo, pero al mismo tiempo sentía un fortísimo impulso de matar a Edward Cullen. Se sentía desgarrada por sus emociones y, a unos metros de ella, una hermosa escena de ardiente erotismo evolucionaba hacia una nueva y maravillosa fase. La joven, con la boca todavía tapada, sintió que la levantaban y le daban la vuelta, para que pudiera ver el claro del bosque desde un ángulo más ventajoso…

"¡Dios mío, él piensa mirarlos conmigo!", se dijo. La idea era espantosa, pero también emocionante. Estaba indefensa en sus brazos, tan incapaz de controlarse como lo había estado por la mañana en la recepción del hotel. Edward ejercía un dominio total sobre ella, que tenía que permanecer en silencio e inmóvil. No podía protestar o debatirse para que él la soltara, porque si lo hacía los otros dos la oirían. Estaba entre la espada y la pared, y lo único que podía hacer era disfrutar de aquella imprevista situación…

Sentía el vigoroso cuerpo de Edward detrás de ella, y algo duro se frotaba ardorosamente contra sus nalgas. Bella se preguntó cuánto tiempo había estado Edward en el lugar. ¿Eran los amantes lo que habían provocado su erección, o había sido ella, agachada entre los arbustos, con sus finos y apretados shorts y una expresión de lascivia en el rostro?

Cuando volvió a dirigir su atención a la escena en el claro, Bella vio a Carlisle incorporarse y apartarse de su amante. Moviéndose con cuidado, el joven se hizo a un lado, y en ese instante Bella le vio el pene.

Victoria había dicho que Carlisle Evenson tenía veintidós años, pero su sexo era el de un hombre hecho y derecho, en plenitud de sus fuerzas. Era una polla respetable y de sorprendente elegancia, con oscuras venas inflamadas y la longitud y el grosor de una vara. El glande intensamente rosa parecía casi irritado. Bella tuvo la esperanza de que la señora Platt se inclinara y se la chupara, pero en cambio ella besó al chico en los labios.

-¿Qué quieres, cariño? –le preguntó, acariciándole el vientre pálido y liso, y se rió cuando la verga del chico dio un respingo.

En su escondite, Bella sintió que Edward la apretaba un poco más, y empujaba su pene contra la hendidura de sus nalgas. Los labios del joven se movieron húmedos por su cuello y musitaron:

-¡Qué tío con suerte!

En el claro, Carlisle Evenson se había ruborizado. Sus suaves y carnosos labios se movieron nerviosos un segundo, y luego se acercó aún más a Esme Platt y le dijo unas palabras al oído. A Bella le pareció encantadora su timidez, y estaba claro que la señora Platt opinaba lo mismo.

-Claro que sí, cariño –respondió ella, sonriente, y luego deslizó los pulgares bajo los tirantes del sostén. Con un rápido movimiento se los bajó, y con ellos también las copas, dejando completamente libres sus firmes y hermosos pechos.

El sostén todavía le rodeaba el diafragma, pero esto hacía que su pecho pareciera más desnudo; el oscuro y fino encaje hacía resaltar aún más su satinada piel blanca. Carlisle acarició con una mano temblorosa los uros pezones. La señora Platt suspiró, satisfecha, y mientras él continuaba acariciando una y otra cresta, ella se llevó las manos a las bragas y se las bajó con un gesto parecido al del sostén. Cuando llegaron a las rodillas las dejó allí, como un puente entre sus piernas lascivamente abiertas. Su monte de Venus era de un Sueve color castaño, y los rizos brillaban, húmedos.

Carlisle, sin vacilar, juntó sus dedos como una cuña y se los metió, acariciando a su amante con fuerza. Esme Platt lo incitaba a seguir, y primero alzó la pelvis y se abrió aún más de piernas, pero luego, inesperadamente, le apartó las manos.

-Ahora te toca a ti, cariño –le dijo y haciéndose a un lado, se puso a cuatro patas.

Sus nalgas alzadas se ofrecían a la inspección de Carlisle como las de una perra en celo. Las nalgas de Esme Platt eran tan firmes y redondas como las de una adolescente. Carlisle, gruñendo casi dolorosamente, e colocó de rodillas detrás de la mujer. Su cara angelical estaba contraída por el esfuerzo que hacía para contenerse, y cuando la señora Platt extendió la mano hacia atrás para guiarlo, él se mordió el labio inferior. Empujando hacia delante, la penetró con su polla, y se inclinó sobre la espalda de ella, jadeando y gimiendo como un niño y cubriéndole los hombros de besos.

Bella pensó que el joven se había corrido, pero luego contempló admirada como él se contenía una vez más, y comenzaba a moverse rítmica y acompasadamente. Pero la señora Platt no tenía tanto dominio de si misma, y sus gemidos era frenéticos y obscenos. Sin dejar de empujar hacía atrás a su amante, con el mismo ritmo que él, sostuvo su peso con un solo brazo y con la otra mano se frotó el clítoris.

Carlisle todavía intentaba resistir, pero evidentemente la señora Platt era demasiado para él. Las finas y casi clásicas facciones del joven se retorcieron, y luego también él comenzó a gemir y gritar en pleno orgasmo.

Bella se sintió feliz por la pareja, y dio gracias de que fueran tan bulliciosos. Ella ya no podía silenciar sus propios jadeos, ni contener los movimientos convulsivos de sus extremidades. Jadeando y gimiendo, mordió la mano que le cubría la boca…

Tenía que morder esa mano o los gemidos se hubieran convertido en gritos… porque repentinamente Edward había cambiado de posición y su otra mano hurgaba dentro de los shorts de Bella.


¡Hola! Bueno, como veis la temperatura está aumentando. Yo en un principio advertí que tenía alta carga erótica, así que ahora no me vengáis con que es mucho jajaja ¿Bueno, que os está pareciendo? ¿Qué creéis de esta Bella tan "salidorra"? ¿Os gusta o os desagrada? ¿Y Edward?

Bueno, muchas gracias por los follows y los favoritos y gracias a Tanya Masen Cullen, alexf1994 , Idta, Sof, amliv12, kimjim, isis y a CamilleJBCO por los maravillosos reviews. Os adoro, nenas.

Bueno, si creéis que lo merezco, dejadme un review. Me encantaría, en serio.

Besos, Lau.