Digimon no me pertenece, ni el cuento de Andersen, aunque sí esta adaptación que hago de ellos.


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·~· La Reina de las Nieves ·~·

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Capítulo V

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"Ingen vidste, hvor han var, mange tårer flød, den lille Gerda græd så dybt og længe; - så sagde de, at han var død, han var sunket i floden, der løb tæt ved byen; oh, det var ret lange, mørke vinterdage".

(Todos ignoraban su paradero; corrieron muchas lágrimas, y también Margarita lloró copiosa y largamente. Después la gente dijo que había muerto, que se habría ahogado en el río que pasaba por las afueras de la ciudad. ¡Ah, qué días de invierno más largos y tristes! Y llegó la primavera, con su sol confortador)

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Colocó bien su camisa por tercera vez consecutiva y se miró al espejo con ojo crítico. Trató de nuevo de arreglar el revoltijo que era su pelo ese día, pero estaba claro que no iba a conseguirlo. Con nerviosismo, dio vueltas por la habitación ante los ojos curiosos de Patamon.

–¿Por qué estás tan inquieto? –preguntó el digimon.

–Es que durante la cena Hikari y yo vamos a contarle al señor Yagami que estamos juntos –confesó Takeru con una mezcla exacta de entusiasmo y miedo.

–Seguro que os va bien, no parece importarle mucho lo que hagan sus hijos...

Aunque no dijo aquello con maldad, a su compañero le pareció un comentario cruel. Estaba seguro de que su novia sufría mucho por aquella actitud de su padre. Se dijo que debería hablar con ella sobre eso, seguro que se sentía mejor si sacaba todo lo que tenía guardado y podía intentar convencerla de que hablara con Susumu.

Miró la hora y se dio cuenta de que ya había llegado el momento, los demás debían estar reuniéndose en el comedor y su hermano le estaría aguardando en la cocina. Lo sentía por Yamato, pero iba a tener que empezar a comer con los demás en lugar de recluirse como a él le gustaba tanto.

Salió al pasillo, con Patamon apoyado en su cabeza parloteando alegremente, y caminó hacia las escaleras. Pero se detuvo cuando la puerta de la huésped se abrió de golpe y tuvo ante él de nuevo a esa misteriosa mujer. Ella sonrió, en un gesto que no avecinaba realmente nada bueno, y se acercó al chico. Posó una mano sobre la suya y le susurró al oído.

–Te daré lo que tanto anhelas de mí si te reúnes conmigo en unos minutos en el lago. Debes darte prisa porque no estaré mucho tiempo.

Takeru se quedó congelado en el lugar, sintiendo el ansia de aquello que desconocía recorrerle las venas y expandirse por todo su cuerpo. Observó cómo ella bajaba las escaleras y salía al exterior. Su compañero observaba la situación sin comprender lo que pasaba, en especial cuando se cayó de la cabeza del joven porque giró bruscamente para volver a su habitación. Lo siguió volando y no entendió por qué se ponía a toda velocidad la chaqueta. Pero algo lo detuvo. Una fotografía clavada en la pared que clamó por devolverle a la realidad.

El rubio se dejó caer de rodillas en el suelo y se llevó las manos a la cabeza, tratando de contener todos los pensamientos contradictorios de su cabeza. Casi sin ser consciente de ello, cogió una moneda y comenzó a calentarla para después pegarla a la ventana, formando un mensaje que ni él mismo recordaría después.

Un copo de nieve se estrelló contra el cristal y observó con fascinación la forma perfecta y única que tenía. Su color blanquecino le recordó a la cabellera de la misteriosa mujer. No supo cuándo empezó a correr hacia la salida, ni escuchó a Patamon llamándolo mientras lo seguía, solo sabía que necesitaba desesperadamente algo que ella tenía. Y había prometido dárselo.

Cuando salió fuera el frío le golpeó en la cara y la oscuridad hizo que tuviera que forzar la vista, solo el cielo plagado de estrellas y la luna en cuarto menguante le otorgaron un poco de luminosidad. Seguramente el invierno ya se marchaba y la primavera se abría paso dificultosamente. Bajó la cabeza mientras se abrochaba bien el abrigo y sus ojos se toparon con algo que surgía entre la nieve.

La primera flor de la primavera. Una campanilla blanca.

Era pequeña y endeble pero había nacido perforando la capa de nieve. Como si quisiera recordar que aguardaba vida bajo ese manto helado, como si luchara por prometer que pronto llegaría la nueva estación y, con ella, el colorido perdido en el invierno. Se agachó para cogerla y la observó de cerca. Era tan blanca, tan perfecta y pura. Le recordó la suave piel de una joven, de esa chica a la que amaba tanto. Y unas palabras bailaron en su mente.

"... te prometo que te regalaré la primera flor de la primavera".

No podía faltar a su promesa. Guardó la campanilla blanca en el bolsillo interior de su chaqueta e hizo el amago de volver al interior. Necesitaba cruzar sus ojos con los de Hikari y entender cuál era su lugar en el mundo. Porque cuando se miraban parecía curarse de aquella extraña situación que lo atormentaba, volvía a ser él mismo y se sentía feliz.

Pero todo aquello quedó en una simple intención ya que en ese momento la misteriosa mujer pasó delante de él en un gran vehículo con forma de trineo blanco. Lo miró unos instantes y él notó la daga que eran esos ojos llegar a su corazón para envenenarlo. Después, no pensó nada más.

Simplemente robó un trineo de la entrada de una casa y corrió hacia el lago.

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Yamato, seguido de cerca por Gabumon, recorrió las calles del pueblo llamando a su hermano. Algunos vecinos se asomaron para callarle, pero al ver la mirada que el joven les echó no llegaron a abrir la boca y volvieron al interior cálido de sus hogares. El rubio llegó hasta el lago y lo pateó con frustración. Escuchó el sonido del hielo al resquebrajarse y se sorprendió por ello, al parecer comenzaba a marcharse poco a poco el invierno.

Levantó la cabeza y le pareció distinguir a lo lejos algo blanco que se movía bastante rápido. Pero lo perdió de vista en seguida así que le quitó importancia. Su compañero caminaba tras él olisqueando a su alrededor, pero con la nieve deshaciéndose por todas partes no percibía ningún rastro.

–Deberíamos volver al hotel –opinó el digimon.

–¿Y dejar a Takeru solo? –replicó Yamato molesto.

–Puede que haya regresado mientras estábamos fuera, han pasado varias horas.

Tuvo que admitir esa posibilidad y volvieron sobre sus pasos. Sus huellas en la nieve quedaban marcadas con claridad, ya que por una vez no caían más copos que las fueran cubriendo hasta que desaparecieran. El frío que siempre hacía parecía que iba esfumándose poco a poco, aunque tal vez solo se debía a que habían caminado mucho.

Llegaron al edificio y se asomaron a la habitación del menor de los Ishida. Con desencanto, descubrieron que la cama estaba hecha y no había nadie en el cuarto. Bajaron a la cocina para beber algo antes de retomar su búsqueda por los alrededores. Se preguntaron dónde podía haberse metido y si le habría pasado algo malo. Decidieron comenzar a asomarse por el bosque por si se había perdido.

Y ya se levantaban para irse, cuando un grito retumbó en el lugar. Intercambiaron una mirada de confusión para después comenzar a correr escaleras arriba, buscando a quien hubiera emitido aquel alarido. Casi se chocaron con Hikari, que salía de la habitación de Takeru completamente conmocionada y sin dejar de llorar.

–¡Yamato! ¿Dónde está tu hermano? Dime que está contigo, por favor –suplicó desesperada agarrándolo de la camisa.

–No, llevo buscándole varias horas por el pueblo.

–Ella... Esa mujer se lo ha llevado. Vino para quitárnoslo, ¡estoy segura!

El rubio, totalmente confundido por aquella afirmación, siguió a la joven que se adentraba en la habitación de la huésped. No tardaron en hacer su aparición Taichi, Susumu y Gennai, alarmados por el escándalo repentino a esas horas de la madrugada.

–¿Se puede saber qué ocurre? –preguntó el señor Yagami claramente molesto.

–Takeru ha desaparecido y también esa mujer, tenemos que encontrarlo –explicó Yamato al ver que Hikari no era capaz de articular algo coherente.

El hombre miró con confusión a su hija, que se había dejado caer al suelo y rebuscaba con ansiedad debajo de la cama y en cada rincón que se le ocurría, tratando de hallar una prueba de lo que había sucedido. Taichi fue el primero en reaccionar y, para sorpresa de todos, comenzó a ayudar a su hermana. Él la creía. Había visto los ojos de esa mujer, el odio que destilaba. En el fondo había tenido el presentimiento de que su llegada no era casual.

–¿Qué hacéis ahí parados? –preguntó enfadado–. ¡Id a preguntar por el pueblo a ver si alguien sabe algo!

Y eso hicieron. Una hora más tarde todos los habitantes del modesto lugar buscaban por los alrededores a Takeru, entre gritos y las luces titilantes de las lámparas que llevaban consigo. Una mujer se acercó corriendo a los Yagami llevando de la mano a su hija, de apenas ocho o nueve años, y les anunció que la niña decía haberlo visto.

–Estaba... No había hecho caso a mi mamá, no tenía sueño así que me levanté de la cama –confesó avergonzada–. Me asomé a la ventana para mirar las estrellas y entonces pasó por delante un trineo muy grande y blanco, pero fue muy rápido. Y muy poco después vi a Ishida robando el trineo de los Namura, los de la casa de enfrente, y correr hacia el lago.

Apenas escuchó aquello, Hikari fue todo lo rápido que pudo hasta el lago. Pisó el hielo y este se tambaleó. Taichi la agarró para que no cayera y la sacó del lago que comenzaba a descongelarse. Ella observó con consternación aquello. ¿Y si Takeru había querido patinar y se había caído?

Pidió ayuda a gritos y, con las primeras luces del amanecer, los hombres del pueblo consiguieron ver algo en el fondo del río que pasaba por allí cerca. Con cuerdas y anzuelos consiguieron agarrar la forma oscura que no distinguían del todo y la sacaron a pulso.

Y fue en ese instante, en el que la chica vio un trineo de madera con un cartel que rezaba "Namura", cuando ella se desmalló.

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Pasaron unos días y, por mucho que buscaron en el río y las orillas, no encontraron el cuerpo de Takeru. Su hermano era el más desesperado y apenas durmió o comió, seguía diciendo que lo encontraría en cualquier momento, que estaba bien. Pero poco a poco todos iban rindiéndose hasta que él mismo dudó. Y se encerró en su habitación del hotel sin querer salir.

Hikari pasó un día entero inconsciente, pero cuando despertó comenzó a pedir que la dejasen salir de la cama, aunque Gennai insistía en que el doctor afirmaba que debía guardar reposo. Nadie comprendía cómo una tragedia tal había llegado a ese pequeño pueblo y se apiadaban de la más joven de los Yagami porque comenzó a correr el rumor de que la locura estaba controlando su mente.

Por las noches, su llanto casi ininterrumpido hacía que a todos les costase dormir. Por el día, sus ojos perdidos en algún punto lejano de su ventana daban la sensación de que se encontraba muy lejos de allí. Ella pensaba, reflexionaba, trataba de entender qué debía hacer. Porque tenía claro que algo raro había sucedido.

Cuando quiso mostrar a todos, la misma noche de la desaparición, el mensaje de Takeru en el cristal pidiendo auxilio no pudo. Porque el hielo y la nieve se habían comenzado a descongelar de pronto y la primavera había surgido casi de la nada. Cuando veía las flores sentía como si una daga se clavara en su corazón, por el recuerdo de una promesa de su novio que jamás había llegado a cumplir.

No podía aceptar que él había muerto. Se negaba.

Así que, el día que consiguió que la dejaran salir de la cama, bajó a la cocina acompañada de Gatomon y observó a Gennai en sus quehaceres mientras desayunaba.

–¿Crees en los cuentos de la Reina de las Nieves? –preguntó repentinamente el anciano.

–No lo sé. Son solo cuentos, como los demás, ¿no?

–Tal vez sí. Tal vez no. Quizás solo se trate de una personificación de la crueldad del invierno.

Algo le decía a Hikari que el hombre trataba de decirle algo pero no se atrevía a hacerlo de forma directa. Unos fríos ojos aparecieron en sus recuerdos y un escalofrío la recorrió. Si algo era capaz de personificar la crueldad era aquella misteriosa mujer que desapareció el mismo día de Takeru.

¿Y si ella...?

Abrió los ojos sorprendida. Ella misma había dicho que la huésped había ido para llevarse al chico, lo había visto en sus sueños y gritado en el apogeo de su desesperación. Puede que tuviera que comenzar a confiar en su instinto.

–Eres un hombre sabio –susurró la joven mientras salía de la cocina.

Gennai se dio la vuelta para mirar cómo ella se iba. No se atrevía a decirle sus sospechas, sabía que cometería una locura, pero algo le decía que ya le había dado en qué pensar. Aunque si hubiera sabido lo que iba a desencadenar su comentario, jamás lo hubiera hecho.

Hikari comenzó a correr en cuanto cruzó la puerta principal del hotel. Gatomon la siguió, completamente extrañada por ese comportamiento. Llegaron junto al río donde fue hallado el trineo y la joven se asomó desde el puente de madera que lo cruzaba de lado a lado. Con lágrimas en los ojos y el broche que Takeru le había regalado fuertemente apretado en su mano, se subió a la barandilla y miró hacia abajo.

–Sé que te lo has llevado –susurró entre sollozos–. Pero no quedará así, voy a ir a buscarle, porque él no te pertenece.

–¡¿Qué estás haciendo?! –preguntó asustada su compañera mientras la agarraba.

Ella se volvió hacia la gata y la miró con una sonrisa. Sus ojos destilaban una decisión que no había visto en ella desde hacía años, mucho antes de que su madre muriera, antes de que una parte de todos los Yagami pereciera, antes de que perdiera también a su padre.

–Gatomon, ¿confías en mí?

–Por supuesto.

–Pues déjame ir –pidió Hikari–. Sé que si confío, algo me llevará hasta el camino correcto.

–Iré contigo –afirmó la digimon encaramándose a la espalda de la chica.

Ambas miraron unos instantes el agua bajo ellas. Les pareció distinguir un extraño brillo surgiendo del fondo y ondeando con la corriente. Algo extraordinario estaba sucediendo y no podían desaprovechar la oportunidad. Así que, sin pensar en las consecuencias, sin dejar de creer que podrían encontrar a Takeru, las dos se lanzaron juntas desde lo alto del puente.

Y el salpicar de sus cuerpos al hacer contacto con el agua fue lo último que quedó de ellas.

~~.~~

Taichi se despertó de golpe esa mañana. Tenía una horrible sensación en el cuerpo que no conseguía quitarse, supuso que habría soñado algo desagradable. Cuando era más pequeño solía pasarle al recordar a su madre. Con el tiempo había aprendido que debía rememorarla por las cosas buenas y no solo por el vacío que sentía en el corazón desde su partida.

Se incorporó y se sentó en el borde del colchón, mirando la hora mientras se rascaba un ojo. Agumon se quejó entre sueños y el chico no pudo evitar reír. Comenzó a soplarle en la cara hasta que el digimon abrió los ojos. Recibió una mirada de reproche y un golpe en el estómago por su fechoría.

–¡El próximo día que me despierte antes que tú también te incordiaré! –amenazó el dinosaurio entre un gran bostezo.

–Nunca te despiertas antes que yo –replicó Taichi riendo.

Bajaron a la cocina y encontraron a Gennai atareado con el desayuno, al parecer la cocinera libraba aquel día. Ayudó al anciano a terminar y se dio cuenta de que había dos raciones de más.

–¿Hikari o papá no han desayunado aún? –preguntó extrañado.

–Sí, ellos sí, lo que sobra es para Yamato y Gabumon.

–Si sigues alimentándolos no creo que salgan nunca de ahí –replicó el joven masticando una galleta.

–No suele comer casi nada... Además, necesita ordenar las ideas en su cabeza, debemos darle un tiempo –sentenció el hombre.

Taichi no replicó porque sabía que seguramente tendría razón. Se puso en pie y se ofreció a llevar la bandeja con el desayuno hasta la habitación del mayor de los Ishida. Llamó a la puerta pero no recibió contestación alguna. Insistió de nuevo y se negó a detenerse. Al final, unos pasos se acercaron y entreabrieron la puerta.

–¿Si? –preguntó amablemente Gabumon.

La habitación en penumbra tenía un aspecto bastante lúgubre y se podía ver una figura recostada contra la pared en un rincón, con la cabeza entre las rodillas. El chico tragó saliva y le tendió la comida al digimon, que le dio las gracias. En cuanto se acercó a su compañero, este dio un fuerte golpe a la bandeja y todo se desparramó por el suelo.

La ira hirvió en la sangre de Taichi. Se metió a la habitación y cogió por el cuello de la maloliente camisa a Yamato. Pudo apreciar la sorpresa en su demacrado rostro antes de propinarle un fuerte puñetazo en la mejilla.

Los digimons se apresuraron a separarlos pero el castaño se soltó y golpeó de nuevo al otro. Él por fin se levantó y se lanzó sobre su atacante para responder a la ofensa. Pero solo consiguió que Taichi lo inmovilizara contra el suelo.

–No vas a conseguir nada quedándote aquí de brazos cruzados –dijo el joven–. Hikari dice que él está vivo, que se lo han llevado, y yo la creo. ¡Así que deja de hacer el tonto y sigue buscando!

Yamato lo miró unos instantes a los ojos, mientras algunas lágrimas se le escapaban, y asintió lentamente con la cabeza. El otro se levantó y salió de la habitación. Cuando ya cerraba la puerta, un susurro se dejó escuchar.

–Gracias...

–Confío en que harás lo mismo conmigo si hago alguna estupidez más grande de lo normal –respondió Taichi sonriendo mientras se marchaba.

Lo que no sabía es que ese día llegaría más pronto de lo que esperaba. Porque los acontecimientos que lo desencadenarían ya habían comenzado hacía mucho. Y se encontraba en la línea de salida.

Ese mediodía todos se extrañaron cuando Hikari no se presentó a comer. Pensaron que se había encontrado mal y fueron a su habitación para ver si necesitaba algo. Sin embargo, no había ni rastro de la chica ni de Gatomon. Fueron impacientándose cada vez más y cuando la tarde ya estaba en su punto culminante empezaron a preguntar por el pueblo. Nadie sabía nada. Ninguno la había visto aquel día.

Una gran preocupación invadió a Taichi y vio por primera vez cómo su padre cambiaba su semblante ausente para mostrar el mismo miedo que él. Buscaron por el pueblo y el bosque con ayuda de sus vecinos pero no conseguían encontrar nada. Entonces, cuando revisaban la zona donde estaba el lago ya descongelado por completo, una mujer los llamó a gritos.

Corrieron hacia allí y se asomaron desde el puente de madera a donde la mujer señalaba. Una silueta oculta bajo una capa se dejaba entrever a la orilla del río. Bajaron al lugar y, con verdadero terror, dieron la vuelta a la tela. Pero solamente se trataba de un tronco. Los pueblerinos suspiraron tranquilos pero el gesto de conmoción de los Yagami les hizo fijarse mejor en lo que veían.

Esa capa pertenecía a Hikari. También el zapato que llegó flotando a la deriva hasta ese lugar.

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Una joven de larga melena violeta tarareaba mientras regaba algunas flores de su jardín. Olisqueó el aire para que la fragancia inundara su nariz y sonrió contenta. Entonces, levantó la cabeza repentinamente y dio un salto entusiasmada mientras aplaudía. Dejó todo donde estaba y corrió hacia el río que pasaba delante de su casa. Tras apenas un par de minutos de espera, el agua trajo consigo a una joven que flotaba boca abajo y a una gata en la misma posición.

Sin dejar de sonreír, cogió a la chica y la sacó del agua.

–¡Hawkmon! ¡Ya han llegado! ¡Ven a ayudarme! –chilló con alegría.

Un pájaro rojizo salió del interior de la casa y se apresuró a sacar a la gata de las fauces del río. Arrastraron a las dos hacia un lugar mullido sobre la hierba y las miraron durante un minuto entero, esperando a que se movieran.

–Creo que han tragado demasiada agua, tal vez te has quedado sin entretenimiento –opinó el digimon.

–Tonterías –replicó la joven.

Se arrodilló junto a ellas, sacó un puñado de pétalos y hojas secas de uno de los bolsillos de su largo vestido, y sopló con fuerza sobre ellas. Al instante, las dos tosieron con fuerza y soltaron bastante agua en el proceso. Las ayudaron a incorporarse mientras la de pelo violáceo soltaba exclamaciones entusiastas.

–¡He mejorado muchísimo! ¡Y tú que no me creías...!

Cuando Hikari abrió los ojos se sintió muy desorientada. Miró a su alrededor y solo vio una gran mezcla de colorido en un mar de flores y arbustos. El cielo completamente despejado pareció recibirla con alegría y algunos bichos rozaron su cuerpo cuando se disponían a saltar de una planta a otra. Una mariquita se posó en su nariz y ella se incorporó para quitarla con delicadeza.

Fue entonces cuando apreció que una joven la observaba detrás de unas grandes gafas con una sonrisa deslumbrante.

–Bienvenida, niña durmiente, te he estado esperando.

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Gracias a Amber y Guest por vuestros reviews, me alegro de que os gustase, poco a poco se irán entendiendo bien las cosas.

Ya empieza lo bueno, la escena final tenía unas ganas tremendas de escribirla, ahora me he entusiasmado mucho con esto. Y siento la tardanza, es que llevo muchas cosas al mismo tiempo y he tenido un examen muy difícil, pero me salió bien así que mereció la pena las horas que invertí.

Espero que os haya gustado y muchas gracias a todos los que leéis, comentáis y demás :)